martes, 28 de junio de 2011

La casa de Asterión de Borges en ballet aéreo


La artista aérea Fura realiza una gira por Sudáfrica con actuaciones en Soweto y Tembisa

La bailarina aérea catalana Fura llega a Sudáfrica para su estreno en el continente africano. En su gira, que tendrá lugar entre los días 29 de junio y 4 de julio, realizará dos actuaciones en los townships (antiguos barrios negros segregados) de Tembisa y Soweto antes de viajar a Grahamstown, donde tendrá lugar una actuación especial en el Festival Nacional de Artes.

Suspendida en el aire con cuerdas y telas de seda, Fura se mueve con tal elegancia, belleza y sensualidad que cabe preguntarse por qué esta combinación de circo, acrobacia y danza no se denomina simplemente “ballet aéreo”. Dando vueltas, girando y arqueando su cuerpo entre las telas, Fura es capaz de deslizarse por el aire al compás de la música. Un crítico describió su actuación en el Festival de Artes de Singapur como “un baile celeste de cuento de hadas”.

Fura presentará en sus actuaciones sudafricanas dos de sus creaciones coreográficas. La pieza Catorce es una obra sobre telas verticales inspirada en la obra del escritor argentino Jorge Luís Borges La Casa de Asterión. Por su parte, El Corazón del Ángel es una coreografía sobre trapecio fijo de catorce minutos de duración basada en la película de Alan Parker del mismo título.

SOBRE FURA
Fura comienza su carrera como trapecista en Parìs en el año 1993, tras haber cursado estudios de danza en España y Francia. Siendo alumna de Josephine Maistre Zoè, trapecista del ya desaparecido Circo Aligre, decide consagrarse al trabajo y la creación del movimiento en el aire. En 1995 se traslada a Montreal (Canadà), para ser entrenada por Andrè Simard en la técnica de trapecio Grand Ballant. Este profesor canadiense es el creador del Estudio Les Gens d´R en Montreal y entrenador de los números aéreos del Cirque du Soleil. En 1996 Fura regresa a París para trabajar en el Circo Romanesque Bouglione y más tarde vuelve a Barcelona para reunirse con los profesionales del circo su país. Es entonces cuando crea el espectáculo de trapecio fijo El corazón del Ángel, y un año más tarde, Catorce, coreografía sobre telas verticales. Ambos han sido representados en diversos festivales de teatro, circo y danza en Europa, Estados Unidos y Asia. En el 2002 estrena en Barcelona Solve et Coagula (Azoth), un trabajo de síntesis que reúne el conocimiento técnico junto a un proceso creativo personal a cerca del movimiento en el aire. En ese mismo año, Fura comienza su colaboración con la compañía catalana La fura dels Baus en Sinfonía Fantástica, dirigida por el furero Pep Gatell. El trabajo de Fura ha sido galardonado en dos ocasiones, en 1998 como Mejor Espectáculo en Cognac (Francia) y en el 2002 en Barcelona con el Premi Aplaudiments Sebastià Gasch

Fuente : .Artezblai.com
27 de junio de 2011

Borges y los spaghettis


Borges en Quito

Mi mano sintiendo la herida en su cabeza, la causa de su ceguera, al apoyarla con suavidad para ayudarle a ingresar al automóvil que lo esperaba en las afueras del Hotel Colón en Quito. Una hendidura suave y larga. Siento nuevamente como se me estremeció el alma. Fue como haber tenido la oportunidad de rozar el infinito de sus pensamientos, acariciar el Aleph o introducirme en sus laberintos de espejos.

Eduardo Polo Senior, director para Círculo de Lectores en América Latina, había organizado un encuentro de escritores hispanoamericanos en Quito. En la lista de invitados figuraban, entre otros, Jorge Luis Borges, Ángel Rama, Álvaro Mutis, Luis Goytisolo. María Elvira Bonilla daba sus primeros pasos en el mundo editorial, el poeta Juan Luis Panero coordinaba el aérea internacional y yo el nacional organizando los concursos de cuentos escritos por niños, el Gran Libro de Colombia y la colección de escritores colombianos.

Por cosas del destino el poeta Panero y yo fuimos los seleccionados para acompañar a Borges a todas partes en su periplo quiteño. Dos momentos me impactaron fuertemente, y permanecen vivos en mi mente. Una tarde, bajando en el ascensor hacia la calle, un grupo de mamertos había bloqueado la entrada al Hotel en una manifestación contra Borges por sus supuestas ideas de derecha. Le pregunté si no le daba miedo enfrentarse con esa banda de desadaptados vociferantes. Me contesto con lentitud: “¿Miedo? No. Lo único que nos mata es la vida”.


Una noche en el comedor del Colón, sentados Borges, María Kodama, Panero y yo, el maestro pidió spaghettis bolognesa. María Kodama lo increpó con una rudeza ordinaria que me paralizó: “Pero Borges, ¿por qué pedís pasta si sabes que no la podés ver? Pedí otra cosa”. Borges se colgó la enorme servilleta en el cuello y enrolló sus spaghettis con una delicadeza y perfección de artista, sin que ni una gota de la salsa cayera en la mesa. Conversó sobre literatura, autores, poesía con Panero. Observé hipnotizada cómo le brillaba la mirada azul cuando le entusiasmaba un tema dirigiéndola exactamente hacia los ojos de su interlocutor, mientras yo hervía de la ira contra la Kodama, arribista, burda, tirana. Sobra decir que no probé bocado.

Tres días acompañando al maestro. Tres días que quedaron grabados en el alma y en el tacto: su cabeza entrecana, la hendidura de la herida, el ascensor, los spaghettis, la enorme servilleta y esa mirada azul y transparente.

Hace ya 25 años su cuerpo reposa en la fría e impersonal Ginebra. Kodama se regodea con la herencia, los derechos de autor y la fama. Ya no tiene a quién increpar. Al morir Borges, ella dejó de existir. Borges siguió intacto. Sus palabras y su pensamiento en la inmortalidad.

Retomo unas frases, seleccionadas por la BBC en su aniversario:

“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”.

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

“He cometido el peor pecado que un hombre puede cometer. No he sido feliz”.

Fuente : El Espectador.com
Aura Lucía Mera
28 de junio de 2011

¿La filosofía política de Jorge Luis Borges?


Cuando alguien se dedica a estudiar la filosofía política de alguien más, debe uno sospechar que el estudioso en cuestión no tiene una filosofía política propia y quisiera tener alguna o, si la tiene, que quiere aprovechar la obra de quien estudia para hacer proselitismo a favor de la suya. Esto es lo que pienso luego de haber leído varios artículos acerca de la filosofía política de Jorge Luis Borges.

A lo largo de su vida, Borges miró la política con desdén. De ello dan cuenta varias reseñas y entrevistas donde no ocultó su desprecio por ciertos entusiasmos y vanidades tales como el cultivo del apoyo popular a una causa o a una persona. Se declaró anarquista varias veces, amigo de la ausencia de gobierno o, a lo sumo, del gobierno mínimo. Esta última declaración la han interpretado algunos liberales como una rúbrica de su credo anti-distributivo. Creo que se trata de una opinión honesta y que persistir en ella se justifica si uno cree que la honestidad es la única virtud.

En materia de opiniones, Borges dijo muchas cosas y quizá sonreiría al ver el esfuerzo de tantos de sus intérpretes haciéndole decir muchas más. En 1976, el ya célebre escritor afirmó que dos siglos de dictadura prepararían a la humanidad para el advenimiento de una civilización que prescindiera del gobierno. En 1983 escribió que la democracia argentina había refutado “espléndida y asombrosamente” su opinión según la cual la democracia es un abuso de la estadística. Persistió, sin embargo, en su creencia de que los gobiernos, la justicia y los códigos seguirán siendo males necesarios hasta que todos y cada uno de los seres humanos fuese justo.

Ideólogos y académicos usan la obra de Borges para hacer de ella una glosa de sus opiniones: las de Borges y las suyas. A la suma de la confusión contemporánea, con sus hábitos escolásticos, han querido añadir claridad, orden y sistema. Pero, ¿es cierto, como parecen sostenerlo algunos, que Jorge Luis Borges nos ha legado de forma esotérica una filosofía política?

Antes de entrar en esoterismos, los críticos harían bien en procurar comprender todo aquello que el autor expresó exotéricamente; los tour de force intelectuales podrían estar precedidos por lo que puede leerse sin esfuerzo. Empero, los cultores del borgismo político, quienes hasta ahora forman una secta incipiente, han preferido agolpar en sus textos sentencias prístinas e interpretaciones oscuras, a despecho de opiniones que quizá encontrarían chocantes. Por ejemplo, en el ensayo “Sobre Oscar Wilde”, en Otras Inquisiciones, hay líneas que harían sonrojar a varios proselitistas contemporáneos:

“Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón. The Soul of Man under Socialism (El Alma del Hombre bajo el Socialismo) no sólo es elocuente; también es justo.”

En un ambiente donde ciertas palabras suscitan abominables conjuros, es preciso aclarar que el socialismo de Wilde no tiene nada que ver con la dictadura del proletariado. Se trata más bien de una profesión de fe en los poderes creativos del ser humano cuando se lo libera de la interferencia del miedo y del hambre que artificialmente han creado muchas de nuestras instituciones. Wilde, en todo caso, no escribió esta obra para producir escándalo sino para meditar sobre una alternativa a una escandalosa forma social de vida.

Si nos atenemos a la cita anterior, Borges se tomó en serio lo que Wilde escribió acerca del socialismo. Muchos de nosotros podríamos hacer lo mismo. Solamente sería necesario dejar a un lado bastantes prejuicios, una condición heroica en muchos casos. Esto último puede considerarse como evidencia de que la democracia no es posible o, al menos, que todavía no lo es. También puede tomarse como una circunstancia que valida una opinión de Borges con respecto a otra, por lo menos por algún tiempo. Antes de sacar conclusiones definitivas, en discusiones de este cariz siempre puede uno replicar con un verso de Whitman: “¿Me contradigo? Muy bien, pues, me contradigo. (Soy inmenso, contengo multitudes.)”

Este es un buen lugar para hacer referencia a la obra de Borges, en todo lo que en ella hay de invitación al conocimiento de lo esotérico. Son muchas las líneas que transpiran escepticismo hacia todas las identidades, así como hacia las oposiciones que ellas generan. El lenguaje, que hace a nuestra consciencia prisionera de las unas y de las otras, Borges lo convierte en instrumento para aludir a lo inefable.

El encanto de su prosa y de su poesía depende en parte de una tesis metafísica. La magia de sus letras se desvanecería si contáramos con artefactos que nos permitieran comprobar cuál es el orden del universo y cuál nuestro lugar en él. Nos queda, sugiere Borges, el recurso a la cábala, a la alquimia y también a la literatura. Quizá sea cierto, entonces, como afirma Antonio, que el mundo no es sino el mundo: un escenario en el cual cada uno interpreta su rol, siendo el suyo uno bastante triste. No es improbable, sin embargo, la conjetura de los físicos que creyeron, y que todavía creen, que el universo es un mecanismo, que sus engranajes son tan firmes como los de un reloj o que el lenguaje en el que está escrita la naturaleza es el de las matemáticas.

Ciencia y literatura pueden ser leídas desde el punto de vista de quien busca razones para negar el libre albedrío. Sería suficiente subrayar que, en lo que respecta a todos los asuntos exteriores, el determinismo es una cosa innegable. Pero en lo que respecta a la vida íntima, Borges no le reconoce derechos al hado. Pericles y otros helenos antiguos afirmaron que cada quien tiene que asumir con firmeza de ánimo todo lo que el destino le ha deparado. Con no menos entereza, le corresponde a cada uno sobreponerse a los embates de su turbulencia interior. A Kierkegaard lo conmovió la fe de Abraham; a Borges la confianza más personal de Job, el amor de Spinoza, la ardua tarea de Raskolnikof o el valor de aquellos en quienes todavía resuena la carga del Coronel Suárez, vencedor en Junín. (Esta lista es, desde luego, incompleta. Poco importa. Borges habría sancionado el afán de completud atribuyéndole el vicio de la desmesura. Gödel lo hizo al demostrar que su objetivo era imposible.)

Un escritor en Ravena despierta, tal vez con resignación, a la vigilia de su propia simplicidad; otro escritor en Buenos Aires se abandona al vértigo de un punto que contiene todos los puntos y se regocija luego al saber que lo ha trabajado el olvido; un sacerdote que forjó en su sueño una criatura alcanza entre el fuego a reconocerse él mismo, al fin, como la criatura de otro soñador. Las formas cambian, pero el tema es el mismo. Es posible que en un sueño, en un instante, en el momento mismo de la muerte, el misterio nos sea por fin revelado, pero siempre es imposible traducirlo en símbolos o palabras. No nos es dable transponer el conocimiento más profundo a la escala de todo lo que tiene el signo de lo perecedero. Del mismo modo, quizá, está fuera de nuestro alcance resolver la aporía de la responsabilidad individual y del rigor determinista. Caminamos a tientas, casi ciegos, mientras deviene familiar todo lo que nos alegra y lo que nos mortifica.

Para enfrentar el destino y alcanzar la sabiduría, los taoístas predican la no-acción. El Bhagavad Gita enseña, por el contrario, la virtud del desapego gracias a la acción, no a pesar de ella. El entorno literario del Gita es el mismo que el de los cuentos de Borges. Para refrendar esta afirmación, un apólogo pudo haber afirmado que es un mero accidente que este clásico hinduista haya sido escrito hace más de cinco mil años. Lo que importa es que en un instante Krishna le revela a Arjuna una doctrina que puede requerir una vida entera en ser comprendida, que la metáfora es la lucha y que la alegoría del espíritu es la batalla. La llanura es la misma, pero ahora es Juan Dahlmann el nombre de quien empuña el arma.

Lo decisivo, si se me permite hablar en tautologías, es la resolución. Lo verdadero es lo ético y en su gesto también resplandece lo que es digno de ver. ¿Estamos a la altura de nuestro deber, de la tarea que nos corresponde? Quién sabe; cada uno lo sabrá llegada su hora. ¿Nos aterra lo insondable? ¿Nos corroe la falta de reconocimiento? ¿Nos ha ablandado demasiado la comodidad? Si hay alguna filosofía en la obra de Borges es acaso la de quien asume estas preguntas más allá de los vaivenes de los gobiernos, los partidos y las opiniones. Pero esa es la filosofía de Borges. ¿Cuál es la tuya? ¿Cuál es tu filosofía política? ¿Qué significan para ti la verdad, la ética y la estética en la política?

Fuente : El Espectador.com

Juan Gabriel Gómez Albarello

28 de juniode 2011

The Express Tribune de Paskistan, toma el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” de Borges para referirse a la actualidad del país.

Pakistan’s fictional reality

By Ejaz Haider

For long, certain sections in the left-lib crowd thought I was an ISI agent; others felt I was the army’s poster boy. Still others thought, given my deterrence-optimism, that I was working for the Strategic Plans Division (SPD). On the other side of the divide, the Aabpara boys’ cyber trolls and ghost-warriors have the Star of David put on my forehead, having picked up the very picture that appears on this page with my article.

All of this is old hat, though. But recently, I have been accused of being a ‘MUSAD’ agent, which is a new development. I have no idea what MUSAD is, but friend Feisal Naqvi quipped that it is a lesser-known Israeli agency assigned to fight terrorist cows. Another friend joked that if I am a MUSAD agent, MUSAD should commit susad! Kim Philby must be feeling like a high school boy given my presumed curriculum vitae!

It’s terribly simple actually. When I write on military matters, I am put up to it by the army/ISI; when I write on nuclear issues, the line comes from the SPD. But then I complicate things by telling the SPD that developing a short-range battlefield missile is stupid for reasons X,Y and Z. At that point, the SPD gets upset.

Then I decide to tell the army that it is doing A,B,C, which it should not. I also feel it important to tell the ISI why it is reviled. I am immediately embraced by the left-libs, some of them writing comments about the refreshing change from my pro-army views. At that point, for the other side, I become a Zionist, a CIA agent, a mouthpiece of my American masters, an R&AW agent. But then I muddy the ‘clear’ waters again by telling the state of Pakistan why it should take the issue of the violation of its sovereignty to the United Nations; or, worse, why we should not go into North Waziristan on the US timetable. The libs leave comments saying “Ah! So he has now been briefed by the army/ISI”. Some sympathise with me by saying I needed to play safe because no one wants to get killed etcetera.

If this were a fictional country and this was happening on the screen, I would have quite enjoyed this mad party. But it is not. Pakistan is a real state and it is passing through very dangerous times. Nor have I written the paragraphs above out of egotism. Instead, the problem goes far beyond my picayune existence to the terrible fault lines in this state. And, as I have noted elsewhere and often, these fault lines are the biggest threat to this country.

We are all entrenched in our perceptions and biases. We choose data according to the ideological grooves in which we are stuck. There is nary a thought that people can be more complex than the black-and-white worlds we have created for ourselves and from which positions we extrapolate and tar others. Take the army. It thinks, for the most part, that all libs are unpatriotic. The libs in turn think that everything that goes wrong in this country, including why it has rained or not rained, is owed to the army’s perfidy. Both sides are equally and terribly wrong.

There is another way of looking at things, of analysing issues on the basis of what is happening, not on the basis of ideological biases. It is a path I have sought to adopt, my twin concerns being my integrity and this country’s interest; nothing else matters. But that itself seems unacceptable to both the glory-boys of the ISI and the liberal hordes. Both can put their ideological views in their pipes and smoke them, thank you.

Jorge Luis Borges wrote a short story captioned “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. It is an agonisingly difficult read, typically Borgesian. The narrator chances upon Uqbar through an encyclopaedia entry. Further inquiries take him to the idea of Tlön, a fictional world created within Uqbar, a world where the leader of a heretical sect declares that “mirrors and copulation are abominable, since they both multiply the numbers of men”.

The attempt to reconstruct the imaginary Tlön throws up a Daedalian maze. It is a world without nouns comprising “impersonal verbs qualified by monosyllabic suffixes or prefixes which have the force of adverbs”. There is no history and there can be no logic, whether inductive or deductive because the non-existence of nouns means no one can state any proposition. The Tlönic world is therefore without the advantage of any common sense reality.

Tlön was fictional; Pakistan is real and yet ridiculously fictional. Welcome to our fictional reality.


Fuente : The Express Tribune - Pakistan
http://tribune.com.pk/story/197422/pakistans-fictional-reality/
27 de junio de 2011

domingo, 26 de junio de 2011

J L Borges – Premio Cervantes 1979


Discurso de Jorge Luis Borges al recibir el Premio Cervantes

Majestades, señoras y señores: El destino del escritor es extraño, salvo que todos los destinos lo son; el destino del escritor es cursar el común de las virtudes humanas, las agonías, las luces; sentir intensamente cada instante de su vida y, como quería Wolser, ser no sólo actor, sino espectador de su vida, también tiene que recordar el pasado, tiene que leer a los clásicos, ya que lo que un hombre puede hacer no es nada, podemos simplemente modificar muy levemente la tradición; el lenguaje es nuestra tradición. El escritor tiene una desventaja: el hecho de tener que operar con palabras, y las palabras, según se sabe, son una materia deleznable. Las palabras, como Horacio no ignoraba, cambian de connotación emocional, de sentido; pero el escritor tiene que resignarse a este manejo, el escritor tiene que sentir, luego soñar, luego dejar que le lleguen las fábulas; conviene que el escritor no intervenga demasiado en su obra, debe ser pasivo, debe ser hospitalario con lo que le llega y debe trabajar esa materia de los sueños, debe escribir y publicar, como decía Alfonso Reyes, para no pasarse la vida corrigiendo los borradores, y así trabaja durante años y se siente solo, vivo en una suerte de sueñosismo; pero si los astros son favorables, uso deliberadamente las metáforas astrológicas, aunque detesto la astrología, llega un momento en el cual descubre que no está solo. En ese momento que le ha llegado, que le llega ahora, descubre que está en el centro de un vasto círculo de amigos, conocidos y desconocidos, de gente que ha leído su obra y que la ha enriquecido, y en ese momento él siente que su vida ha sido justificada. Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 ó 1907, y creo que sentí, aún entonces, el hecho de que, a pesar del titulo engañoso, el héroe no es don Quijote, el héroe es aquel hidalgo manchego, o señor provinciano que diríamos ahora, que a fuerza de leer la materia de Bretaña, la materia de Francia, la materia de Roma la Grande, quiere ser un paladín, quiere ser un Amadís de Gaula, por ejemplo, o Palmerín o quien fuera, ese hidalgo que se impone esa tarea que algunas veces consigue: ser don Quijote, y que al final comprueba que no lo es; al final vuelve a ser Alonso Quijano, es decir, que hay realmente ese protagonista que suele olvidarse, este Alonso Quijano. Quiero decir también que me siento muy conmovido, tenía preparadas muchas frases que no puedo recordar ahora, pero hay algo que no quiero olvidar, y es esto: me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un Rey, ya que un Rey, como un Poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal, no sé cómo decir mi gratitud, solamente puedo decir mi innumerable agradecimiento a todos ustedes ...

Muchas gracias.

Ir al Video de la Ceremonia de entrega del Premio Cervantes a Jorge Luis Borges :

http://www.rtve.es/alacarta/videos/escritores-en-el-archivo-de-rtve/entrega-del-premio-cervantes-borges-1980/1115083/


Palabras de S.M. El Rey

Excelentísimos Señores, Señoras y Señores:

El nombre de Miguel de Cervantes ha reunido hoy aquí, con motivo del premio del que es titular, a dos figuras cumbre en la literatura contemporánea. Es muy importante, por lo tanto, la significación que encierra este nuevo encuentro de Hispanoamérica y España, del Nuevo Mundo y del Viejo Mundo, en las personalidades de Jorge Luis Borges y de Gerardo Diego, a quienes la Reina y yo expresamos nuestra sincera enhorabuena.

Se trata de una identificación doble: la de dos orillas atlánticas que se funden en la creación literaria. Si en alguna ocasión, a lo largo de mis presencias en el continente americano, tuve la oportunidad de decir que iberoamericanos y españoles teníamos la patria común del idioma, hoy, aquí, podría añadir que esa patria subsiste y persiste en la orgullosa voluntad de escribir grandes obras, de levantar belleza, de golpear con hondas llamadas de exigencia en la conciencia colectiva.

Por esa razón, la obra literaria profunda, extensa e incitante de Borges y de Gerardo Diego, tan distinta en formas e intenciones, nos añade a todos inmortalidad. Inmortalidad, porque a través de ellos y de lo que nos dejan en sus libros, todos superamos nuestra estatura de hombres para crecer y crecer cuando los leemos, hasta sentirnos noblemente altivos y divinizados, elevados a las más altas cotas de responsabilidad.

En un tiempo que parece despreciar, a escala universal, la gran aventura espiritual que legitima a los pueblos, Borges y Gerardo Diego nos proporcionan la oportunidad de decirnos a nosotros mismos que la Vida, el Mundo y la Historia están cargados de emoción y engrandecen nuestra existencia si nos entregamos a ellos con generosidad y con entusiasmo. Como escritores, nos van descubriendo los minerales brillantes que hay en nuestro destino colectivo, la luz y la sorpresa de la belleza en gentes, naciones y paisajes. Las pruebas, en definitiva, de que nuestra existencia en la Tierra no es una pasión inútil.

He de repetir, por estas razones, ante estas dos grandes y fuertes personalidades, y ante ustedes como representantes del mundo de la cultura, mi convicción de que la comunidad de los pueblos hispánicos -en los que funde sus raíces España- dispone de una gran capacidad creadora y que esta capacidad debe ser señalada, querida y proyectada en un programa cultural colectivo. Os brindo esta tarea. Os propongo esa misión doblemente acuciante, ante el ejemplo de la obra bien hecha que nos ofrecen estas figuras que ahora nos honran y se honran al recibir el Premio "Miguel de Cervantes".

Ambos han dedicado sus vidas a abrir ventanas por las que unos y otros nos asomamos al futuro. A esta responsabilidad de creación común y a la tarea de hacer de la cultura un mundo acogedor y estimulante, un horno que modele nuestras posibilidades como ciudadanos, no debe ser ajeno el Estado. Hubo un tiempo en que se consideraba impropia la relación de corresponsabilidad entre la Cultura y el Estado. Y otro en que éste, se apropiaba de los resortes de aquélla, desnaturalizando sus fines. Europa ha conocido estas tendencias. Hoy, por el contrario, estamos inmersos en una etapa en la que nadie duda ya del deber del Estado de apoyar enérgicamente la dimensión cultural de la Sociedad en libertad.

Porque la cultura no es un ingrediente más de nuestra vida histórica, sino, esencialmente, la raíz que alimenta esa misma vida. Una Nación sin cultura, o no existe o agoniza. Ella es el río que nos lleva y que ensancha nuestros límites.

Es por ello por lo que necesitamos sensibilizamos, desde nuestra responsabilidad, ante ella. Y es preciso acrecentarla, filtrarla a todos los estamentos, hacerla levadura para fermentar el pan de la convivencia. Por mi parte, no cejaré en esta tarea de dinamizar la Cultura y declararla tarea prioritaria del Estado. En ese sentido, la Cultura debe constituir para España un mundo de ilimitadas posibilidades.

Muchas gracias, pues, a estos dos grandes escritores. Fervor de América, Borges. Alondra de verdad, Gerardo Diego. Ellos, en sus obras, se convierten en seres plurales, pues sus almas, a la hora de escribir, dejan de ser ellas mismas para fundirse en la voz de sus pueblos. De sus sueños. De sus fatigas.

Por ellos y en ellos, aprendemos a conocernos en nuestros gozos, miserias y ansiedades. Dios les dé, bajo el mecenazgo de Cervantes, y en recuerdo de esta académica ciudad de Alcalá de Henares, larga vida.

Muchas Gracias

Fuente : Premio Cervantes.com
http://usuarios.multimania.es/precervantes/ceremonia/1979.html

Ponferrada de Borges



El teniente Luna me dijo que sí. Era un gaditano muy gordo y bonachón. Un oficial que cuando se ponía la gorra de paseo parecía el portero de un hotel barato de Chihuahua.

-”Puede ir a eso que me dice. Para que vea que los militares somos -˜comprensibles-.

Era comprensible el teniente Luna. Pero mi petición, no tanto: que me dejara ir aquella mañana del 23 de abril de 1980 a Alcalá de Henares, donde recibía el premio Cervantes el gran escritor argentino Jorge Luis Borges.

Salí dando saltos de la Escuela Superior del Ejército y fui a San Fernando de Henares, donde vivía entonces acogido a la bondad de un amigo berciano, ácrata y abogado, Miguel Yebra Blanco.

Me cambié y a las once de la mañana ya estaba en el jardín que conduce al edificio plateresco. En la bellísima, y no muy conocida ciudad de Alcalá de Henares. Sentía una gran emoción: iba a ver a Borges y no me lo creía del todo. Entonces, seguramente entonces, pensé en el primer día de Borges. ¿Cuál fue?

Lo recuerdo muy bien. Ponferrada, abril de 1971. Compré en la plaza Fernando Miranda, junto a casa, el diario Madrid , que Franco cerró al poco. Allí vi el titular de la entrevista con Jorge Luis Borges. Conocía su nombre, pero nada más. Fue leer aquello y quedar fascinado para siempre por el mago de Buenos Aires. Entonces tenía 71 años y ya se reía del Nobel. Y eso que era mucho antes de cometer su gravísimo error de saludar a los dictadores del Cono Sur. Aunque luego, cuando supo sus villanías, las denunció.

Borges, Ponferrada: llovió mucho aquella primavera. Yo andaba perdido por la ciudad, era un muchacho sin futuro. Pero empecé a tener a Borges, que no era poco. Me iba en bicicleta; me liberaba así. Hasta Cacabelos, Toral, Villafranca... Y leía a Borges en el campo, bajo los chopos.

El escritor del Río de la Plata, la ciudad gris, el tiempo difícil. Recuerdo el primer libro que le leí: Historia Universal de la infamia . Donde humor, talento, gracia, profundidad y lenguaje de oro puro se funden. Como en toda su obra. Desde entonces siempre soñé con verle. Y allí venía, en Alcalá, del brazo de María Kodama. Caminaba muy despacio, sonreía. Tenía el pelo muy blanco, ojos azules y era más alto de lo que yo pensaba. Allí pasó, a un metro; le miré, él no podía ver nada.

Con eso me bastó, fui muy feliz. Creo que haber visto a Borges es una gran fortuna. Luego me volví al cuartel y al teniente Luna. Tiempo después supe que su sangre portuguesa, la de su apellido, es de por aquí, como quien dice. De la Torre de Moncorvo, en el Alto Douro. Torga, Cunqueiro y Borges, los tres grandes de mi personal Olimpo literario, son frutos misteriosos del Noroeste interior.

Gracias, teniente Luna. A sus órdenes.

Fuente : Diario de Leon.es
César Gavela
26/06/2011

sábado, 25 de junio de 2011

Borges en la Exposición 100 años de Gallimard
























Gallimard celebra sus cien años con una megamuestra en argentina



Victoria Ocampo y Gaston Gallimard, un puente entre Argentina y Francia


Con charlas, debates y muestras de manuscritos originales de Sartre, Camus, y Saint-Exupéry, Buenos Aires celebra los primeros 100 años de existencia de Editorial Gallimard, muy vinculada a la historia literaria argentina.

Puede que Borges hubiera demorado un tiempo más en trascender las fronteras literarias de nuestro país. Tal vez algo parecido le hubiera ocurrido a Cortázar, Güiraldes, Sabato, Puig, Bianciotti u Ocampo, entre muchos otros autores que desembarcaron en Europa vía Francia.

Quizá Victoria Ocampo tampoco hubiera podido ofrecer a Argentina autores como Camus, Saint-Exupéry, Sartre, Gide, Claudel, Aragon, Breton y Malraux. Y resulta imposible imaginar ese intercambio franco argentino sin la existencia de la editorial Gallimard. Precisamente esa editorial cumple ahora cien años de vida y los celebra en el marco del TANDEM París-Buenos Aires con la muestra Gallimard, 1911-2011, un siglo de edición... y de amistades franco-argentinas, que estará hasta el 11 de julio en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes.


Fundación Revista Sur 1931

La elección del lugar no es aleatoria. En los años 30 esa casa cobijó la redacción de la revista Sur, una de las más importantes de la época, que mantuvo una estrecha relación con la Editorial Gallimard. En nuestro país, Victoria Ocampo, inspirada en la Nouvelle Revue Francaise (NRF) y los libros de Gallimard, fundó Sur en 1931 y dos años más tarde la editorial homónima, en la que publicaba textos de escritores universales traducidos al español. Como señaló la escritora y traductora Silvina Baron Supervielle, autora del catálogo de la muestra, Victoria Ocampo, al igual que Gastón Gallimard, creó primero la revista Sur y luego la editorial, todo de forma independiente y con su propio dinero. "Ambos posibilitaron la difusión de autores que franqueaban los límites geográficos y políticos de las naciones", dijo.

Ocampo le ofreció a su amigo Roger Callois, de Gallimard, la dirección de la revista Les Lettres Francaises, que publicó a Malraux, Valéry, Gide, Breton y Supervielle, entre otros. También creó la colección "La porte étroite", con textos de Nerval, Baudelaire y Constant. De este modo, Ocampo impulsó la llegada de la literatura universal a América Latina y mientras tanto le presentaba escritores argentinos a Callois para difundirlos en el exterior. Entre ellos estaba el propio Borges.

Ya en 1945, Callois creó la colección "La Croix du Sud" (La Cruz del Sur) en Francia, que publicó obras latinoamericanas, entre ellos a los autores del famoso "boom". Aquí mismo fue que se publicó el primer libro de Borges traducido al francés, Ficciones, en 1951.


Algo de esta historia cruzada entre argentinos y franceses puede verse en la Casa de la Cultura, una exposición que incluye manuscritos originales de Le Petit Prince (El Principito) y Vol de nuit (Vuelo nocturno), de Saint-Exupéry, La Peste, de Albert Camus, y Les Mots (Las Palabras), la autobiografía de Jean Paul Sartre. Primeras ediciones, maquetas de tapas, cartas a los editores y a los autores, fotografías de la primera sede de Gallimard, ilustraciones originales, también forman parte de un recorrido que transita 100 años de literatura y que da cuenta del pensamiento de una época.

Fuente : Revista Ñ
Ivanna Sot
23 de junio de 2011
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Editorial_Gallimard-100-aniversario_0_504549813.html

martes, 21 de junio de 2011

El mexicano que trajo a Borges a México



Miguel Capistrán, hechizado por la trayectoria del escritor argentino, logró que éste viniera al país en 1973

Miguel Capistrán Lagunes (Córdoba, 1939) tenía un gran sueño: traer a Jorge Luis Borges a México. Y lo logró en 1973, cuando el afamado escritor argentino descendió del avión sostenido de su brazo, sin poder distinguir ni ser perturbado por los flashes de las cámaras de los periodistas que fueron a recibirlo, ya estaba ciego.
Un día como hoy hace 25 años murió el autor de El Aleph. Aunque no recibió el Premio Nobel, su maestría literaria ha trascendido la humanidad, configurando un personaje soñado.
El cordobés Miguel Capistrán, investigador, escritor y miembro fundador del Grupo La Capilla, hechizado no sólo por conocer a Jorge Luis Borges, sino por el propósito más universal de traerlo hasta tierras mexicanas, viajó a Argentina en 1971.
“Me llamó tanto la atención (Borges) y yo le encontraba a él muchas cosas que a mí siempre me gustaron de la literatura: Las hadas y ‘Las mil y una noches’. Y Borges siempre fue un apasionado de eso”, recuerda Capistrán en su residencia de Ciudad de México.


En su primera visita al país sudamericano, Capistrán recuerda que pudo conseguir, gracias a una amiga, el teléfono de la Biblioteca Nacional de Argentina donde Borges trabajaba como director.
Marcó ese número algo nervioso. Pensó que le respondería la secretaria. Grande fue su sorpresa cuando al otro lado del auricular se hizo la voz del poeta. “Yo ni sabía ni qué decirle en ese momento”.
Capistrán pudo pasear con Borges por las calles de Buenos Aires. Iban juntos a la biblioteca. Hablaban sobre Alfonso Reyes (1889-1959), escritor mexicano al que Borges admiraba y a quien incluso llamaba ‘maestro’.
El cordobés pudo más que conversar, aclara, oír a Borges hablando sobre literatura: “Era la persona más sencilla del mundo, más agradable, conversador. Casi no podía meter uno nada en la plática, y con ¡una cultura impresionante!... ¡y una memoria!”.
Capistrán le planteaba a Borges la posibilidad de viajar a México, pero una y otra vez la respuesta era que viaje tan largo le extenuaba al escritor. Fue hasta el año de 1973 cuando Miguel Capistrán cumplió su añorada empresa. Trabajaba en aquella época para el programa de televisión “Encuentro”, en Televisa, y se le hizo la invitación, además: se le acababa de dar al autor de “Ficciones” el Premio Alfonso Reyes.


Borges estuvo seis días en el país. Regresaría una segunda vez en 1978, también por la invitación y las diligencias de Miguel Capistrán, un hombre entregado a la obsesión noble de regalar a los mexicanos la cercanía con un hombre excepcional.
Capistrán posee todavía otras historias que lo colocan como un propulsor importante para la cultura de su ciudad y de su país.

Fuente : El Mundo de Córdoba
Martes, 14 Junio 2011

lunes, 20 de junio de 2011

“Borges” en el Teatro del Abasto


“Borges” contundente texto de Rodrigo García, originalmente estrenado en Francia en 2003 (como exponente de una dramaturgia argentina), y que se presenta ahora sobre el escenario del Teatro del Abasto con la realización del grupo teatral “Sudor Argentino”.

En “Borges” Darío Szraka representa al hijo de un carnicero, un joven con inquietudes literarias, artísticas y existenciales, que a partir de un encuentro casual con Borges y Octavio Paz en el Café Tortoni, narra el tránsito personal que, inscripto en una realidad histórica y social determinantes (la Argentina que entra y sale de la última dictadura), lo lleva de la veneración idealizada de sus referentes (en la persona de Borges) hacia el desencanto, la visión crítica y el exilio por elección. El relato se estructura en la forma de un monólogo que Szraka sostiene desde la composición de un tipo de rasgos feroces, con pautas precisas que delinean la dinámica corporal y vocal y que lo presentan como un carnicero voluptuoso, enchastrado en la materia de su trabajo. El propio dispositivo, montado sobre el proscenio, se articula con la caracterización: delantal manchado de sangre, mesa metálica, tira de asado, chorizo, carne picada, una gran cuchilla. El quehacer se desarrolla junto con la reflexiones; la carne es macerada, revoleada o aplastada al compás de las anécdotas que afloran y se encadenan.


El programa propone una reflexión sobre los mitos populares; ésta sin duda aparece, pero el logro está en ser producida por la verdad-teatro, una reflexión vivencial, del cuerpo que se contagia de una profunda inquietud, desasosiego que se inscribe en la entraña del espectador, y desde allí se propaga.

Fuente : Juan Manuel López Baio
jmbaio@geoteatral.com.ar

Séjours Parisiens: Alicia D’Amico y Pepe Fernández fotografiaron a Jorge Luis Borges en Paris


La exposición Séjours Parisiens, de Alicia D’amicoy Pepe Fernández, que presenta la galería Vasari de Buenos Aires, constituye un documento invalorable de la presencia de importantes artistas e intelectuales argentinos en París durante los sesenta y setenta.


Alicia D’Amico fue una de las más importantes fotógrafas argentinas. Egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes, con el título de Profesora de Dibujo y Pintura en 1953. En 1955 fue becada por el gobierno de Francia y residió en París durante un año, perfeccionándose en artes visuales. Allí compró su primera cámara. A partir de 1957 se formó como fotógrafa en el estudio de su padre Luis D'Amico y después con Annemarie Heinrich. Su trabajo fotográfico se centró en la docencia y la colaboración en libros, especialmente de artistas e intelectuales de Sudamérica


Pepe Fernández fue un notable fotógrafo argentino que llegó a París como corresponsal gráfico de la Editorial Abril y se convirtió en una especie de embajador informal para los compatriotas que llegaban a la capital francesa. Fue además el "Pepe" de la famosa Zamba para Pepe, de María Elena Walsh. Su simpatía y su ingenio irresistibles cautivaron a personajes como Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges. La foto de Borges, de pie sobre el pavimento estrellado del vestíbulo de L´Hôtel Rue des Beaux Arts, en París, que integra esta muestra, bastaría para mostrar su gran talento.

Fuente . Arteenlared.com
2 de junio de 2011

Borges presente en la estación Argentine del metro de París


La estación Argentine del metro de París fue reinagurada con una nueva ambientación temática que combina diseño, fotografía y cultura para promocionar al país sudamericano.


Fueron instalados paneles con información sobre Argentina, y fotos de los ocho sitios del país distinguidos por la Unesco como Patrimonio Mundial, entre ellos la Quebrada de Humahuaca, el glaciar Perito Moreno y las cataratas del Iguazú.


Los paneles culturales incluyen fotografías de los escritores Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, de científicos argentinos que recibieron el premio Nobel, y también hay espacios dedicados a nuevas tendencias, al vino, los gauchos y el tango.

Cerca de un millón de personas pasan diariamente por esta estación, única de la red del metro parisino que tiene el nombre de un país.


Esta estación fue inaugurada en 1900 con el nombre de Obligado, por la célebre batalla librada en el norte bonaerense, y el 25 de mayo de 1948 las autoridades francesas le cambiaron el nombre en agradecimiento a la ayuda brindada por Argentina después de la Segunda Guerra Mundial.


La agencia Gliocchi, encargada del diseño, dijo que a partir de este nuevo proyecto de ambientación se presentó la oportunidad de hacer algo similar en la estación Buenos Aires del metro de Madrid.

Fuente : Lugaresymas.com

domingo, 19 de junio de 2011

La muerte de Borges, por Héctor Bianciotti


Cuando fui a verlo en el mes de abril, Borges estaba en el hospital cantonal, en cama, y sin embargo, al oírlo, cualquiera hubiera dicho que se hallaba en uno de los cafés de Saint-Germain-des-Prés que tanto le gustaba frecuentar. Si su sapiencia siempre me había impresionado, la tarde en que fui a verlo al hospital permanece como ejemplar en mi memoria, por su sencillez, por esa lección que parecía venir de los antiguos, del fondo de los siglos. Yo pensaba como él, aceptaba que nadie escapa a las leyes y a las pautas que rigen este mundo, que nuestro destino es luchar como si el mundo fuese un proyecto y nosotros sus obreros.

Si tuviera que describir brevemente la sapiencia que emanaba de él durante esas horas pasadas en su compañía, diría que consistía, ese día, en su capacidad de ignorar la enfermedad, de no aludir a ella, de vivir con dulzura, llenando su tiempo, que se había vuelto tan lento, con lo que todavía le quedaba por empezar, o por terminar; el porvenir ya no le concernía, no invadía el presente, donde ayer es todavía y mañana, ya.

Se parecía en eso a lo que tardíamente pude constatar en mi madre: ni añoranza del pasado, ni esperanza o miedo hacia el porvenir, sino una humilde atención al instante. Y la costumbre de imponerse una conducta que no suscitara la preocupación en el testigo, o su compasión: cada compromiso, como si fuese el primero y el único.

Borges trabajaba en un guión sobre Venecia, que le habían encargado, y en el prefacio a la edición de su obra en la Pléiade, que terminaría un mes más tarde, tres semanas antes de su muerte. Recitaba poemas, entre ellos una pieza de Cocteau, para comentarme que el poeta había logrado encontrar una palabra que rimaba con "sífilis", volviendo así aceptable esa palabra que la poesía no ha previsto. Nos hizo reír cuando le trajeron la cena, tres purés cuyos colores nos pidió que le describiéramos, comparándolos con la insipidez común a los tres. E imaginó un paté de conejo en su propia piel, o un fénix cocinado en su propia ceniza.



Ignoro si estos fragmentos de recuerdos, estas migajas, pueden sugerir lo que fue ese rato. A Borges le gustaba reír, aunque a menudo no reía de manera evidente, hasta cuando su risa, siempre dispuesta, ya se había extinguido para decir algo que la provocaba a su vez en el interlocutor.

Estas imágenes, como en el caso de Guibert, me parecen preciosas si no se pierden de vista las circunstancias, la muerte, que él sabía inminente. ¿Se preparaba para entrar en la muerte como se entra, conforme lo deseaba, en una fiesta, o quería permanecer fiel a uno de sus últimos poemas, en memoria del amigo ginebrino que acababa de morir?

María lo incitó a levantarse, era necesario que caminase, que se paseara. Mientras cruzábamos el umbral de la habitación y entrábamos en el vasto, interminable corredor, salió tomándonos del brazo, declamando, con esa voz que le ahuecaba el pecho, buscando la férrea música del idioma sajón, el pasaje de la "Batalla de Maldon" en el que un joven soldado que ha ido a cazar, al oír de repente el llamado de su jefe, deja que el bienamado halcón vuele de su mano hacia el bosque, y él entra en la batalla.

Nos sentamos en el fondo del corredor, en la rotonda, bajo la claraboya que a esa hora de la tarde irradiaba una feroz luminosidad química. Borges advirtió su intensidad: "Ahora ya no veo más que ese horrible color violeta". Largo tiempo le había sido fiel el amarillo; al comienzo de la ceguera, distinguía el verde del azul.
Temeroso siempre de expresarme con imprecisión delante de él, de proferir trivialidades -que él cazaba al vuelo, no sin agregar, según su costumbre, esa interrogación monosilábica de cortesía, al final de una frase: "¿No?"-, debí de preguntarle algo sobre las literaturas antiguas que él amaba. Sin responder a mi pregunta, empezó a recitar, escandiendo párrafos rimados en los que creí reconocer sonidos ingleses. "Es horrible, ¿no?" Se trataba de la traducción de la Odisea perpetrada por el prerrafaelista William Morris, que pretendía extirpar del inglés todas las palabras de origen latino.

Sólo por el placer de oírlo repetir una de las frases de él que prefiero, le pregunté por qué había aprendido de memoria algo horrible. "La fealdad es tan memorable como la belleza", contestó, con un tono casi alegre.

* * *

Cuando llegamos a la callejuela sin nombre y nos detuvimos frente a la puerta sin número, comprendí por qué María había tomado la precaución de citarme en el hotel. Quince días antes, Marguerite Yourcenar había viajado a Ginebra para visitar a Borges. En espera de que la compañía de teléfonos instalara uno en su nueva pero última morada, él todavía estaba en el hotel. Le había hablado a Marguerite del departamento, pidiéndole que fuera a verlo y luego se lo describiera minuciosamente. El guardaba la llave, la tenía en el bolsillo de la bata. Exactamente un año más tarde, en el mes de junio, Marguerite Yourcenar me contará eso, en el transcurso de la única verdadera entrevista que tendremos -y no olvidó añadir que omitió mencionar el vasto espejo que, al abrir la puerta, se alzaba frente al visitante y se prolongaba a derecha e izquierda creando un pasillo: ¿cómo se hubiera atrevido ella a aludir a ese mundo de reflejos inciertos, cuando tantas páginas del poeta hablan del horror que desde la infancia ese mundo le provocaba?

* * *

Una sucesión de habitaciones vacías pero lujosas, a juzgar por los revestimientos de roble. El silencio que parecía reinar en el departamento súbitamente se rompió al abrir la puerta: lamentos que parecían vagidos. En su cama -tan angosta como la que usaba en Buenos Aires, la de toda su vida-, sin duda Borges tenía una pesadilla. Pero María le tomó la mano: "Borges, ya estamos aquí", y de inmediato cesó su desolada queja, los rasgos distendidos, los labios entre la sonrisa y la palabra. No volvería a mostrar señales de angustia, apenas de una ansiedad intermitente, un temblor brusco y ligero, como cuando soñamos.

Nosotros permanecimos atentos al menor signo, al mínimo gesto.
"Nosotros" éramos María, uno de los dos médicos que lo habían atendido en el hospital cantonal, la enfermera de día -su lectora en francés-, yo y, más tarde, la enfermera alemana. El médico, sentado al borde del lecho, la mano sobre la rodilla de Borges. Sin duda, uno muere menos solo cuando una mano tranquila y que reconocemos nos toca.


Sobre la mesita baja, junto a la cama, dos libros: una selección de cartas de Voltaire y los Fragmentos de Novalis, que le leía la enfermera de noche, la alemana. Al pie de la cama, que tocaba a la pared, una estrecha ventana contrastaba con el revestimiento de madera, reciente, cuidado. Era el 13 de junio. Hacía calor. El sol se ponía tarde. Un haz de rayos de sol se derramó sobre el lecho, iluminando el hueco en que éste se encastraba, y luego a nuestro pequeño grupo. Borges sacudió el índice sin mover la mano, como quien espanta una mosca. La sábana blanca resplandeció largo rato, pero el tiempo se llevaba consigo la luz, como quien retira un velo. Borges tenía la chaqueta del pijama, que era de color gris perla, desabrochada hasta el tercer botón. Su cuello, alisado por la posición de la cabeza, echada hacia atrás, era ancho y hasta poderoso.
En esta residencia de la ciudad vieja, donde él quería que tuviera lugar la cita con la muerte, el destino le había reservado un lugar tranquilo donde retirarse cuya pequeña ventana debía de crear un vínculo con las casas de antaño, allá lejos -un vínculo para que él muriese un poco en su casa, donde la mecedora de su madre se había inmovilizado muchos años atrás-. Puesto que no podía morir en esa Buenos Aires que, a su entender, ya no existía, quería que el gran encuentro ocurriese allí, en el barrio ginebrino donde él había despertado a la ciencia vagabunda de la literatura.


Sus médicos, que se habían convertido en sus amigos, hablaban de su alegría cuando se encontró por fin en la casa que había elegido. Había pasado el día exultante, con una euforia por momentos convulsiva, y repentinamente se alejaba, inmerso en una suerte de beatitud. ¿Había abandonado ya el universo de las palabras, donde todo ocurría para él? Estaba tranquilo, la gravedad y la dulzura pintadas en el rostro, una mano sobre el pecho, abismado en sí mismo, sustraído al tiempo -¿cara a cara con esos espacios infinitos que aterraban a Pascal?

Hay en la espera de la muerte un no sé qué de fin del mundo. Próximo a la fuente de las lágrimas, el testigo tropieza con sus propios límites, y llega a tener la sensación de hallarse en el lugar del moribundo.

En otro cantón de la Confederación, Joyce. La balsa de la noche avanzaba. Llegábamos al centro de la noche, la noche que respiraba a grandes bocanadas.
Siglos habían transcurrido cuando una luz grisácea tiñó la pequeña ventana. Una luz opaca, glauca, que viraba al amarillo. Y el sol. Adormecido en la sustancia de la muerte, el espíritu resucitaba entre la vigilia y el sueño. De pronto, un rayo de luz atravesó el vidrio, disipando un poco la penumbra. Y vi el pie de Borges que, fuera de la sábana, apuntaba con el dedo gordo hacia el techo. Ese pie que, como a él le gustaba decir, había "fatigado las calles". La desnudez del pie, tan íntima, que evocaba las palabras del poeta: "De sus pies sube entonces en él la muerte azul". De cuando en cuando, Sócrates, glorioso u oscuro, vuelve a morir sobre la Tierra. Cuántas veces habremos oído a Borges recordar que Sócrates no quiso prodigar adioses patéticos a sus amigos, a la hora de la cicuta, sino conversar con ellos tranquilamente, seguir pensando. ¿No había comentado, en el umbral mismo de la muerte, que el placer y el dolor son inseparables, puesto que si las cadenas le pesaban en la prisión, acarreando una forma de dolor, una vez que se las quitaron experimentó un feliz alivio?

También Borges, en su cama del hospital, no había hablado sino de literatura, toda una tarde. La enfermera empezó a friccionarle el pie -el pie que se ponía azul; la sangre carecía de impulso para subir hasta el corazón. Yo había convencido a María de que descansara un rato. Ahora era necesario llamarla. No tuve tiempo de dar un paso: María estaba en el vano de la puerta.
Se sentó a la cabecera de Borges, su mano en las suyas. Moví mi silla un poco hacia atrás. Yo no había advertido movimiento alguno, y sin embargo la cabeza de Borges se inclinaba ahora hacia ella.

Entre las cosas que nos ocurren, algunas son demasiado grandes para ser tan sólo un acontecimiento. El suelo de la realidad no las soporta, el espíritu las rechaza.

Borges murió muy lentamente y en silencio, como un reloj de arena que se vacía.
Era el 14 de junio, un sábado. Mi reloj marcaba las siete y cuarenta y siete.
Nunca le confesé que escribía. Está bien así.


Extracto de Héctor Bianciotti, Como la huella del pájaro en el aire (Editorial Tusquets, 2001) publicado por La Nación , Buenos Aires, 2001

Fuente : Ignoria – Biblioteca Hogar
http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2007/03/la-muerte-de-borges-por-hctor.html