viernes, 22 de noviembre de 2013

Bariloche según Borges


El EMPROTUR  ( Ente Mixto de Promocioón Turistica de Bariloche) dio a conocer una interesante recopilación de textos, en los que Jorge Luis Borges describe a San Carlos de Barlioche. “Es una insospechada Suiza secreta, perdida hacia el sudoeste en los contrafuertes de la Cordillera de los Andes”.


En 1973, en la revista Gente, Borges dijo: "Creo que el porvenir de la patria está en todo su territorio, pero también creo que ese porvenir, esencialmente, está en el sur, en la Pampa y en la Patagonia. Creo que el futuro de la Argentina está allí"

El EMPROTUR dio a conocer que tan solo unos años antes, en 1968, la Dirección Nacional de Turismo le había pedido a Borges unos textos sobre distintos sitios turísticos del país, y en el caso de Bariloche el texto comienza así "La región lacustre argentina, revelada hace medio siglo, difiere de todas las demás. Es una insospechada Suiza secreta, perdida hacia el sudoeste en los contrafuertes de la Cordillera de los Andes. El clima es frío, la vegetación milenaria; los bosques silenciosos y solitarios se detienen en lagos quietos que espejan la nieve de los cerros espléndidos al sol."

Otros fragmentos dados a conocer:

"La Isla Victoria está cubierta de cipreses y de coihues, varias veces centenarios, y de arrayanes fríos y eternos."

"Cerca de la ciudad está el Cerro Catedral, apto para el arriesgado vuelo del ski, y ofrece desde su cima una increíble imagen de belleza; el lago, las islas, la ciudad, los bosques, el cielo y todos los colores en el aire seco y liviano de la montaña."

"Hacia el oeste, entre picos nevados y macizos boscosos, se destaca El Tronador. Bordeando el lago Gutiérrez y el Mascardi, camino a El Tronador, se pasa por el Balcón, un mirador natural y altísimo sobre el Mascardi, cuya perspectiva serena el alma. Después de cruzar Pampa Linda se llega al pie de El Tronador, comienzan los ventisqueros del Río Manso, dolorosamente blancos unos, y negros otros pocos, por los filones de hierro."

"El lago Nahuel Huapi es navegable. Lento y plácido, el barco entra en los brazos más lejanos, de La Tristeza y Puerto Blest, verdes paredes que se elevan centenares de metros y oscuros caminos que sólo conocen los ciervos".


Fuente : anbariloche  -  22 de noviembre de 2013

lunes, 18 de noviembre de 2013

Alberto Rojo, Borges y la física cuántica

Alberto Rojo recuerda cómo, después de su único encuentro con Borges, decidió volver a leerlo; particularmente apreciando como Borges "gravita" sobre la física. Desde una literatura que no se propone hacer un trabajo de predicción -afirma Rojo- pero que, sin embargo, consigue influir sobre la física cuántica.




Alberto Rojo es físico, músico y escritor. Especialista en mecánica cuántica se doctoró en física por el Instituto Balseiro. Es un apasionado y prolífico divulgador de la ciencia.
Actualmente es Profesor del Departamento de Física de la Universidad de Oakland en Rochester, Estado de Míchigan, EEUU. Entre 1992 y 1994 fue investigador postdoctoral en la Universidad de Chicago. Entre 1994 y 2002 fue profesor adjunto en la Universidad de Míchigan. Ha sido becario del CONICET, profesor visitante en la Universidad de Buenos Aires y del Oak Ridge National Laboratory. Tiene cerca de noventa trabajos publicados en temas de física en revistas de circulación internacional y ha dictado conferencias invitadas en diversas reuniones internacionales. Publicó en coautoría con Anthony James Leggett (premio Nobel de Física de 2003).

Fuente :You Tube
http://www.youtube.com/watch?v=suXPSFdfIwU

viernes, 15 de noviembre de 2013

Borges, a calzón quitado







Por Albino Gómez

Cuando cursábamos quinto año del Nacional, los poetas que frecuentábamos eran Rubén Darìo, Olegario Andrade, Leopoldo Lugones y otros clásicos, gracias al excelente profesor y periodista, Sergio Chiappori. Pero además, y por cuenta propia, con algunos amigos leíamos a Lorca, a Francisco Luis Bernárdez, a Rafael Alberti, al cubano Nicolás Guillén y a Pablo Neruda. El hecho es que yo tenía por compañero a un estudiante boliviano, Ramiro Tamayo, cuyo hermano mayor, Marcial, de 28 años, había sido alumno de Heidegger durante cinco años. Ambos eran hijos del entonces embajador de Bolivia en nuestro país, don José Tamayo, un humanista, hombre de vasta cultura clásica, y gran pianista. La sólida formación intelectual de Marcial, le permitiò vincularse de inmediato con el grupo Sur y muy especialmente con Jorge Luis Borges. A raíz de eso, Ramiro y yo tuvimos acceso y nos interesamos por libros como Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín y más adelante por Inquisiciones. Borges nos deslumbró. Y fue obvio que tratáramos infructuosamente de imitarlo. Sin embargo, Ramiro, comenzó a destacarse por una tan excelente producción poética que motivó un breve prólogo de Borges a lo que constituyó su primer libro de poemas, donde el escritor se refería a si mismo como un “poeta crepuscular” a pesar de que todavía no tenía cincuenta años, llamando a Ramiro un “poeta del alba”.

Pasaron los años, las lecturas, los autores, y aunque nuestras vidas tomaron diferentes caminos, mantuvimos esa entrañable amistad fundada en los tiempos juveniles. Ramiro lamentablemente dejó la poesía, y se dedicó al cine, a los temas de comunicación y a la publicidad. Marcial, dependiendo de los avatares políticos de Bolivia, llegó a ser secretario general de la presidencia de su país, canciller, embajador ante las Naciones Unidas y finalmente representante durante una década del Secretario General de dicha Organización ante el gobierno de Washington.

Durante parte de esa década se dio también que yo estuviera en la misma ciudad, como consejero cultural y de prensa de nuestra embajada ante la Casa Blanca, lo cual me permitió renovar mi amistad con Marcial y verlo con mayor frecuencia que a Ramiro. Fue entonces –en 1967 o 68- cuando tuve la oportunidad de recibir a Borges, que había terminado de dar unos cursos en Boston, y de regreso ya a Buenos Aires pasó unos días en Washington DC y en Nueva York, lo que me permitió organizarle sendas conferencias sobre La Metáfora en las universidades de Georgetown y Columbia.

Cuando le pregunté qué deseaba hacer en Washington, sólo me pidió hacer una visita a la famosa Biblioteca del Congreso y charlar con Marcial Tamayo. Eso me permitió reunirlos por horas en mi casa, y ser testigo de una maravillosa conversacíón acerca de libros, de escritores, de nuestro país y de la vida. Borges viajaba entonces acompañado por su muy reciente y primera esposa.

Además, creo que merece la pena señalar en esta oportunidad, que no he encontrado registrada en las menciones bibliográficas hechas en los ya muchísimos trabajos sobre nuestro escritor, la mención de lo que constituyó el primer libro dedicado a su prosa, del cual fueron autores Marcial Tamayo y un mendocino cuyo apellido, si mal no recuerdo era Ruiz Díaz.

El poder acompañar a Borges durante esos pocos días en Washington y en Nueva York, me animaron a entrevistarlo varios años más tarde, en 1974, en Buenos Aires, con el propósito de hacer un libro reportaje por encargo de una editorial, cuya quiebra, casi inmediata, frustró el proyecto apenas comenzado, pero Borges tuvo la generosidad de seguir conversando conmigo durante unos quince sábados al mediodía, antes del almuerzo, en su departamento de la calle Maipú, alegando que él creía, con la enorme modestia que lo caracterizaba, que un libro de ese carácter no podía interesarle a nadie, de modo tal que podíamos seguir conversando con toda libertad.

Con motivo de este aniversario, y a pesar de haber sido Borges uno de los escritores más entrevistados en el mundo, desearía transcribir algunos fragmentos de esas charlas porque hay en ellas algunas referencias que no he encontrado en otros reportajes.

Durante nuestro primer encuentro, recordando sus conferencias sobre La Metáfora en los Estados Unidos, tema de su predilección, le conté que viviendo en Atenas, me llamó poderosamente la atención ver que los grandes camiones de mudanza, todos tenían una leyenda en los costados de sus carrocerías, que decía: METAFORÁ. Y su reacción fue de un alborozo emocionante, provocado por el descubrimiento que resultó para él, la maravillosa y sabia precisión de la lengua griega en esa denominación.

En uno de los encuentros le pedí su opinión sobre la Astrologìa…y su respuesta fue: “…si a mí me dicen que los astros ejercen una influencia sobre los hombres, estoy dispuesto a admitirlo. Es decir, creo en la verdad abstracta de la astrologìa…los astros influyen, pero que de eso pueda derivarse que una persona a través de una serie de cálculos pueda decir si me irá bien en el amor este año o si me va a ir bien económicamente, no, eso no…

AG: ¿Pero Xul Solar, a quien usted ha admirado mucho, era astrólogo, no?

BORGES: Sí, era astrólogo, pero él creía que la mayoría de los horóscopos que se conocían eran falsos, porque tomaban en cuenta la fecha del nacimiento de las personas, en lugar de tomar en cuenta en qué minuto preciso la persona habia sido engendrada, cosa prácticamente imposible de establecer…

AG: Volviendo atrás, usted había conocido a Victoria Ocampo en esa institución “Amigos del Arte”, y luego en la casa de ella conoció a muchos escritores importantes..

BORGES: Sí…sí, también lo conoci a Bioy Casares, …es decir…bueno, nosotros no estamos de acuerdo, porque él dice que ya nos conocíamos, pero ahora nos hemos puesto de acuerdo para decir que nos conocimos en una quinta que Victoria tiene en San Isidro (Beccar), pero realmente no tenemos ninguna seguridad…han pasado tantos años…

AG: ¿Y su hermana Norah era amiga de Silvina Ocampo?

BORGES: ¡Ah!....entonces sí. Como Norah es amiga de Silvina, ella me presentó a Silvina…pero no creo que fuera Silvina quien me presentara a Bioy antes de verlo en lo de Victoria…No sé, han pasado tantos años, y el pasado es tan modificable, tan plástico.

AG: Bueno, de todos modos, por esa casa de Victoria Ocampo, pasaban los hombres más importantes que llegaban al país, como Ortega y Gasset, Keyserling, Tagore, Malraux, y usted los conoció allí o…

BORGES: A Ortega lo vi una sola vez en mi vida, y no me impresionaba como escritor. Siempre me pareció que fue una de las personas que ha corrompido el idioma. Entre él, Yrigoyen y los políticos que hemos padecido en estos últimos tiempos, han corrompido el idioma…porque Ortega escribía horriblemente…

AG: ¿Tanto así? ¿A usted le parece?

BORGES: Tanto, que yo en un artículo que escribí cuando Ortega murió, decía que era un hombre que pensaba bien, pero que debía haber encargado a un hombre de letras que escribiera sus ideas, porque él mismo no sabía hacerlo. Pronunciaba frases extremadamente cursis…

AG: Pero cuando Ortega llegó a Buenos Aires por primera vez, ya había publicado algunos libros…¿Usted había leído algo de él?

BORGES: Sí, es decir, había intentado leerlos pero había fracasado. Salvo a veces que los leíamos con amigos para reirnos. ..

AG: ¿Pero que hay entonces de toda la fama con la que vino precedido y del éxito que tuvo aquí?

BORGES: No, pero…Sí, éxito sí tuvo. Pero yo lo admiro a Ortega como pensador. Ortega era un hombre que pensaba, desde luego pensaba bien…

AG: ¿Pero exponía mal su pensamiento?

BORGES: Bueno, posiblemente el hábito de la cátedra lo hacía incurrir en la costumbre de hacer bromas contínuas, pero no le salían muy bien porque no tenía mucho sentido del humor. Seguramente eso lo perjudicó. En general se lo consideraba un escritor…Pero yo creo, por ejemplo, que Groussac escribía mucho mejor que él, aunque quizá Ortega pensara mejor. Yo a Ortega lo veo como pensador, pero como escritor no, o por lo menos no lo veo como estilista.

AG: Otro personaje de aquellos tiempos que anduvo por lo de Victoria Ocampo, y que usted tal vez trató…Keyserling…

BORGES: También lo vi una sola vez en la vida. A mí, las personas célebres no me interesaban, tal vez por timidez…como todo el mundo hablaba de ellas…

AG: Saturaban el ambiente…

BORGES: Sí, seguramente ocurría eso…

AG: ¿Y Tagore?

BORGES: A Tagore quizá lo vi un par de veces, pero a mí el estilo oriental, el estilo untuoso que él tenía no me gustaba, me resultaba desagradable. Una persona que se expresaba siempre usando matáforas, ¿no? Parece que no pensaba directamente. Desde luego se puede decir como Lugones que todo lenguaje es un tejido de matáforas. Pero en general, cuando uno habla no está pensando que las palabras son metafóricaas. Por ejemplo, si yo digo “un estilo llano”, no pienso en “estilo” como el punzón que usaban los antiguos para escribir, y que “llano” se refiere a la llanura. O digo “candidato”, y si usted lo toma como persona vestida de blanco es muy dificil entenderse en una conversación común. No podemos volver al sentido originario o primitivo de las palabras porque el diálogo se hace imposible.

AG: Incluso eso ocurre hasta con las calles. Cuando uno habla de Paraguay o de Maipú, uno no está pensando en el país o en la batalla…

BORGES: Sí, por eso creo que es un error dar a las calles nombres de personas, porque eso hace que las personas se conviertan en las calles. Lugones no quiso que se diera su nombre a ninguna calle. Yo propuse a la Sociedad Argentina de Escritores que no se modificaran los nombres de las calles, y agregar una clásula especial para que no se les diera el nombre de escritores. Yo personalmente, como escritor, no quiero convertirme en una esquina, en un andén, en una estación, en nada de eso. La prueba está en que todos los días hablamos de la calle Corrientes, pero no pensamos nunca en la provincia de Corrientes. Tampoco pensamos en las corrientes de agua. Corrientes es ya el nombre natural de la calle Corrientes. Yo, en Palermo, acepté los nombres de las calles, y luego me quedé bastante asombrado cuando supe que esos nombres eran países como Nicaragua, Guatemala, o que Soler era un general. Por eso, el mejor modo de que se olvide a una persona es dar su nombre a una calle. Entonces ya la persona desaparece como persona y queda como lugar.

AG: Por eso es mejor utilizar los números, que son abstractos y permitan una ubicación geográfica más rápida…

BORGES: Sí, uno puede saber inmediatamente a qué distancia está la calle 7 de la calle 1. En cambio no se sabe de inmediato a qué distancia está la calle Chile de la calle Rivadavia. Ese es un conocimiento muy especial que uno va adquiriendo.

AG: Con el tiempo y con la guía Peuser. Dìgame Borges…así que Tagore hablaba muy untuosa y metafóroricamente, para su gusto…

BORGES: Sí, y además, él hablaba con plena conciencia de ser un maestro y de que los interlocutores eran discípulos…

AG: ¿Y Waldo Frank?

BORGES: Sí, lo conocí, pero caramba, siento mucho decirle que no simpaticé con él. Era un hombre que adolecía digamos, de una cordialidad más o menos distraída. Se encontró conmigo una vez en la calle Florida, avanzó hacia mí, extendió sus brazos y me dijo: “!Querido hermano!”, lo cual me pareció una impertinencia de su parte. Primero, yo no lo sentía como un hermano y además qué derecho se tiene de llamar hermano a una persona casi desconocida…

También, otras preguntas mías lo llevaron a hacer apreciaciones de elogio para André Malraux y Francois Mauriac, o para la prosa de Paul Claudel, ya que su poesía por momentos le resultaba admirable y por momentos insoportable, cosa que también le pasaba con Victor Hugo, pero que según su decir, eso solía ocurrir cuando uno admiraba mucho a un poeta, ya que nadie puede mantener tan alto nivel en toda su obra. También recordó con sumo agrado sus caminatas con Néstor Ybarra y Pierre Drieu la Rochelle por los límites de Buenos Aires, al borde del llamado por Drieu “vértigo horizontal”.

Cuando en nuestro último encuentro lo interrogué por la admiración que le había escribir su prólogo al libro de Ramiro Tamayo, me recordó primero que Ramiro lo había retirado unas tres veces de la editorial para hacerle cambios y que finalmente no lo había devuelto más. En cuanto a su admiración tenía que ver con que en ese momento, con sus 18 años, Ramiro Tamayo era para su gusto el mejor poeta de nuestra lengua. Y con esa memoria prodigiosa que siempre lo caracterizó, a pesar de los más de veinte años transcurridos, recordó y recitó uno de los poemas de Ramiro que decía:

“Tú que tienes los ojos como caminos de Dios.
Que los tienes como atardeceres en los ventanales de mi casa
(ahí, frente a los árboles
que reciben el viento que llega desde el campo).
Tú que tienes los ojos como un Domingo
como uno de esos días esperados desde la infancia.
Que los tienes poblados de sueños
y de cuentos deslumbrantes.
Tú que miras con esa lejanía
con que se miran las cosas supremas.
Tú que tienes esos ojos
dime:
Qué es eso algo triste
que está andando por las calles?
Lo que nos despierta –a veces-
en medio del sueño
con grandes lágrimas.
Aquella pesada hoja que cae
y se demora en la frente.
Dime despacio
el nombre del niño de los pómulos violetas
que afronta una mudez aciaga.
Tú que tienes los ojos poblados de cielos
que los tienes repletos de ansiedad.
Repite esas palabras tenaces
-y tan débiles-
que llenan las horas sin horas.
Muchacha, repítelas”

Ramiro Tamayo


Albino Gómez (Buenos Aires, 1928). Escritor, periodista y diplomático. Se retiró como embajador de carrera en El Cairo, su último destino diplomático. Actualmente es el Vocero Oficial de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Tiene publicados 19 libros, da clases de Lenguaje y Comunicación en la Escuela Judicial y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Conduce El Taller de las Palabras todos los domingos por Radio Nacional AM 870 y colabora habitualmente en el periódico La Nación, Perfil, Revista El Arca, y Archivos del Presente.

Fuente : Enfocarte


Borges, profeta de la física cuántica



En sus tramas, en sus metáforas, el autor de El Aleph anticipó muchos de los postulados a los que más tarde llegaría la ciencia; un ejemplo de que la ficción y la poesía pueden ser instrumentos certeros para indagar el universo

Por Alberto Rojo 
   
ROCHESTER, Michigan.-Borges es el poeta más citado por los científicos. Si uno pone "Borges Jorge Luis" en la Web of Science, el banco de datos de artículos de ciencia, aparecen miles de citas a su obra en trabajos de matemáticas, física, biología, economía, lingüística y paleontología. Quizá se deba a que Borges, el supremo conciliador del lirismo con la precisión, hace de sus metáforas un reservorio de imágenes donde conviven la ciencia con la visión mágica del mundo. O a que detrás de los planteos científicos fundamentales hay un precepto de raíz borgeana: para entender algo del universo, primero hay que dudar de tod

Mis ejemplos favoritos de irradiación de la literatura de Borges a la ciencia involucran laberintos. Uno es de la física y el otro, de la economía (sí, diré que la economía es una ciencia).

Herbert Simon, premio Nobel de Economía en 1978 por sus trabajos sobre la teoría de toma de decisiones, dedica un capítulo de su biografía a la gravitación de Borges en su obra. Para Simon, el laberinto es metáfora de la vida. En consecuencia, la resolución de problemas supone "la búsqueda a través de un vasto laberinto de posibilidades". En uno de sus trabajos técnicos de 1956, con entonación borgeana, dice Simon: "El espacio vital de un organismo no es una superficie continua, sino un sistema en ramificación, como un laberinto, donde cada punto de ramificación representa un punto de decisión". Años después, en una carta al escritor argentino donde le pide una entrevista personal en Buenos Aires, Simon, admirador de "La biblioteca de Babel" y de otro cuento icónico, "El jardín de senderos que se bifurcan", le escribe: "Usted concibe la vida como una búsqueda a través de un laberinto".

Borges se interesa mucho por las matemáticas, pero no venera la ciencia, y reemplaza el rol que otros autores asignan a la curiosidad científica por el humor, la ironía y, siempre, la duda. El resultado es una imaginación que transgrede los límites del conocimiento parcial y una ficción que invade la realidad.

En "El jardín...", el autor de El libro de arena se anticipa a una teoría de la física de un modo pasmosamente literal. De acuerdo con la teoría de la mecánica cuántica (junto con la relatividad, una de las teorías más revolucionarias del siglo XX), las partículas microscópicas tienen una llamativa ambivalencia: pueden estar simultáneamente en varios lugares y sólo pasan a estar en un lugar definido cuando se las observa (o se las mide) con algún detector del mundo macroscópico. La idea de estar en algún lugar implica una realidad objetiva que no existe en la teoría cuántica, según la cual la ubicación de la partícula, antes de la medición, está objetivamente indeterminada. En cualquier caso, la teoría (extensamente confirmada por el experimento) anticipa la probabilidad de encontrar la partícula en un lugar dado sólo luego de ser detectada.

Una explicación coherente para esto -aunque extravagante para muchos- es la llamada "Interpretación de los muchos mundos", una teoría que el físico Hugh Everett III publicó, con otro nombre, en 1957 (la expresión "muchos mundos" fue acuñada por Bryce DeWitt años después). Según esta teoría, en el momento mismo de la medición el universo se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible. Sin embargo, el primero en concebir universos paralelos que se multiplican no fue Everett sino Borges en "El jardín...", publicado en 1942. Allí, el escritor propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en vez de optar por una y eliminar otras, "opta -simultáneamente- por todas. Crea así diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan".

Las correspondencias entre el cuento de Borges y el trabajo de Everett llegan incluso a las metáforas botánicas, ya que Borges habla de un jardín de senderos y Everett, como Herbert Simon, de un árbol ramificado: la "trayectoria" de las configuraciones de la memoria de un observador que realiza una serie de mediciones no es una secuencia lineal sino un árbol que se ramifica, dice. Si uno pone los párrafos lado a lado, en el de Everett la ciencia suena a ficción y, en el de Borges, la ficción se lee como ciencia.

Hoy, los mundos paralelos son parte de la lengua franca de la ciencia ficción, pero Borges es el primero en formular esta alternativa al tiempo lineal, al menos la más aproximada a la teoría de Everett. En 1999 le pregunté a DeWitt (Everett ya había muerto) si tenían conocimiento de "El jardín..." cuando escribieron sus artículos. Me dijo que no, que se había enterado del cuento un año después gracias a la mediación de Lane Hughston, un físico de la Universidad de Oxford. En una compilación editada por DeWitt y publicada en 1973 hay una referencia a "El jardín...". Hay también una cita de William James, a quien Borges leyó por influjo paterno: "Las realidades parecen flotar en un mar de posibilidades más ancho que aquel de donde fueron escogidas, y en algún lugar, dice el indeterminismo, esas posibilidades existen y forman una parte de la verdad".

En 1971, la revista Primera Plana publicó el diálogo que Herbert Simon y Borges tuvieron en su despacho de la Biblioteca Nacional. Ante un Simon curioso por entender el origen y la lógica de los laberintos borgeanos, el escritor, fiel a los planteos fantásticos antes que a la búsqueda de respuestas, da una clave de la transmigración de su ficción a la realidad: "Cuando escribo no pienso en términos de enseñar. Pienso que mis historias, de algún modo, me son dadas y mi tarea es narrarlas. Tampoco busco connotaciones implícitas ni parto de ideas abstractas. No soy un cazador de símbolos".

Mi primer encuentro con este cúmulo de citas borgeanas fue en Thermal Physics, de Charles Kittel, un libro de texto que usábamos en el Instituto Balseiro en mis tiempos de estudiante de física. Kittel alude a "La biblioteca de Babel" como un "estudio literario-científico". En un encuentro circunstancial que tuve con Borges una mañana de julio de 1985, se lo comenté, y me dio una respuesta desconcertante que yo habría de repetir hasta el cansancio en conversaciones con mis colegas: "¡No me diga! Fíjese qué curioso, porque lo único que yo sé de física viene de mi padre, que me enseñó cómo funcionaba el barómetro".

Lo dijo con modestia oriental, moviendo las manos como si dibujara ese aparato en el aire. Y luego agregó: "¡Qué imaginativos son los físicos!".

Fuente : Diario La Nación – Buenos Aires
15 de noviembre de 2013


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Salen a la luz grabaciones con la voz del escritor argentino.




Tango y gaucho son las dos palabra que identifican la patria argentina en cualquier parte del mundo, según Jorge Luis Borges, a quien no le gustaba Carlos Gardel, "por ñoño", y quien amaba los cantos de la guardia vieja y la milonga, como muestran las grabaciones inéditas con su voz, donde incluso llega a cantar.

Las cintas, que acaban de salir a la luz, corresponden a tres charlas que el escritor argentino dio en Buenos Aires, en 1965, sobre el tango.

Estas fuero presentadas hoy por la viuda del escritor María Kodama y por Cesar Antonio Molina, director de la Casa del Lector, de la Fundación Sánchez Ruipérez, donde está depositado el material cedido por el escritor Bernardo Atxaga, tras muchos avatares.

Casi cinco horas de grabación sobre el tango "ese pensamiento triste que se baila", que la Fundación Sánchez Rupérez y la Fundación Borges, junto con Anaya, editarán en un audio libro, anunciaron hoy.

Unas cintas, que explicó hoy Bernardo Atxaga por vídeo conferencia recibió de un amigo, que a su vez las recibió de otro amigo que se las dio como pago una deuda. Atxaga se la mandó al catedrático de Oxford y gran especialista y biógrafo de Borges Edwin Willamson, quien certificó que correspondían al escritor y que éstas eran inéditas.

Luego María Kodama, a quien se las envío César Antonio Molina también las dio por buenas, y hoy ya son un tesoro, una realidad para paladear.

Kodama recordó que Borges le contó que cuando él era chico había visto bailar el tango en la calle entre dos hombres que solo se tocaban las manos, ya que las mujeres se negaban a bailar en la calle porque decían que ellas hacían esos movimientos en sus cuartos, en sus casas, pero que no podía exhibirse con un hombre de esa manera.

"Con el tiempo y cuando en París empezaron a bailar tango, las mujeres, por esnobismo, empezaron a bailarlo en Argentina también.

Y Borges dice en las grabaciones"...el tango perdió los primitivos cortes y quebradas y se convirtió en una suerte de paseo voluptuoso... e hizo que apareciese un instrumento nuevo, el bandoneón, que no se conoció en las primeras orquestas..."

En las grabaciones Borges no solo habla del origen del tango que lo fecha en torno a 1880 y cuya palabra le suena etimológicamente africana, ésta tema es solo una excusa para desarrollar también su "increíble" memoria y sabiduría sobre diferentes temas.

"El tango sale de las casas malas, es arrabalero surge de los suburbios de la ciudad... y este estaba cerca del centro...había gente que las frecuentaba para jugar a la baraja, tomar un vaso de cerveza o ver a los amigos...", dice.

"El tango surge en los mismos lugares en los que surgiera después el jazz en Estados Unidos...el tango ha llevado el nombre de Argentina por todas las partes del mundo...", añade.

"Son conferencias, charlas mejor que conferencias que iba hablando, diciendo con su memoria gigantesca. Habla primero de lo vivido, luego de lo escrito y luego de lo leído", indicó Molina.

"Se trata de Borges en su salsa. El tango es una excusa para hablar del mundo; de Walt Whitman, de Lugones, Homero, del Modernismo, de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, de Valle Inclán, de la milonga. Reconstruye el Buenos Aires de principio de siglo. Habla de guitarras y violines, de los cobardes y lo valientes, de las letras del tango y de la decadencia física de la mujer", concluyó César Antonio Molina.

Komada recalcó que a Borges le gustaban los tangos de la guardia vieja porque estos no tenían letra. Y en las grabaciones el propio Borges dice: "Los primeros tangos no tenían letra o tenían lo que podemos llamar decorosamente inefable o letra indecente o una letra meramente traviesa... y tararea 'pasen a ver señores...'.

Y lo que Borges deja claro es que no le gusta Carlos Gardel, porque tenía algo de "sentimiento llorón", y también que, según su propias palabras, él mimo canta en estas grabaciones un tango "correctamente desafinado".

Fuente : La Republica – Peru
 Video : You Tube

sábado, 2 de noviembre de 2013

Las ciudades de Borges




Mora Torres       

Resulta curioso que Jorge Luis Borges haya sido durante toda su vida un viajero entusiasta (Inmigración y literatura: el viaje), y más aún durante la segunda mitad de su vida, cuando ya era ciego (Borges, religión y filosofía).

Había ciudades que Borges consideraba suyas, como Ginebra, Londres, la Córdoba de España (La conquista de Córdoba y su reino) y, por supuesto, Buenos Aires (Ciudades y escritores). A lo largo de su obra aparecen, entre éstas que fueron sus “diversas e íntimas patrias”, otras con las cuales no tuvo afinidad. Enumerarlas a todas, las amadas y las no tan amadas, volvería a esta nota insoportablemente extensa.

Sin embargo resulta interesante intentar, en una especie de juego que quizá a J. L. B. no le hubiera desagradado, la reconstrucción, a vuelo de pájaro, de algunas de esas ciudades, con retazos de sus textos o con sus originales opiniones.

Ginebra, la de la felicidad

Ginebra, el sitio donde la felicidad es posible según nuestro escritor, resalta en el conjunto de las ciudades borgeanas como la humilde -en el sentido de la ausencia de vanidad, de boato-, la sobria, la sin énfasis: “París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres; Ginebra casi no sabe que es Ginebra”, afirma, él sí, con algún énfasis (Suiza). A grandes rasgos, Ginebra es para Borges una ciudad llena de librerías y comercios modernos donde el pasado está presente en las perdurables fuentes y campanas y en las calles montañosas de la Vieja Ciudad, y también en las grandes sombras de Calvino (La Reforma), Rousseau (Jean-Jacques Rousseau y la ilusión burguesa de la voluntad general), Amiel, de las que nadie habla.

Un año antes de morir, Borges escribe en 1983, premonitoriamente o quizá obedeciendo a una voluntad que jamás expresó ya que siempre aseguró -también lo hizo en un poema- tener su lugar en La Recoleta (Historia de la Recoleta…): “Sé que volveré a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”.

Y en efecto fue en esa ciudad donde murió, y donde está enterrado junto a la “gran sombra” de Calvino.

Por el tranquilo y rojo laberinto…

Londres -toda Inglaterra (Catalina: el infierno de una reina)- está presente en su escritura, a veces sin ser literalmente mencionada. A otros sitios les dedicó poemas y relatos; a Londres, a Inglaterra, gran parte de su obra y de sus días. Cuenta que con Francis Haslam, su abuela nacida en el sur de Inglaterra, debía, en su infancia, hablar de otra manera que como hablaba con los demás. Creía que esa forma de comunicarse era más respetuosa, más adecuada a una persona de esa edad o quizá un rito familiar indescifrable. Con el tiempo comprendió que ese modo “respetuoso” de hablar era el idioma inglés y no una solemne ceremonia en homenaje a los mayores.

Londres es para el escritor un laberinto rojo y tranquilizante, la define con estas palabras, aproximadamente, pero cada vez que aparece en su obra la rodea de una indisimulable devoción. Sus textos están atravesados por fantasmas de escritores ingleses, antiguos y modernos, y en cierto modo muchas de sus ficciones tienen un clima reconociblemente inglés -aún cuando transcurran en Argentina, en Uruguay o en Brasil.

Dublín y la Torre Redonda

Para comprender la diferencia entre las ciudades que son los amores de Borges y aquellas que sencillamente admira, podemos hablar de Venecia. No puede recordarla sin mencionar a Carpaccio, a Petrarca, a Ruskin y a Marcel Proust, que la amaron en serio. Asocia las góndolas con violines -góndolas y violines enlutados- y asegura que para él el crepúsculo y Venecia son sinónimos, apelando a un artificio literario para definirla. Está claro que a pesar del deslumbramiento que le provoca, no es de sus “entrañables”.

Con Dublín sucede todo lo contrario; aun en estilo deliberadamente sobrio, J. L. B. no puede dejar de mostrar sus debilidades… Con voz quejumbrosa reniega del escaso tiempo que le fue dado permanecer en ella, y hace una lista como de reclamo de los sitios que no pudo visitar en Irlanda. De los que sí recorrió -en ese lugar donde todos los hombres, según explica, tienen un único fin: la belleza- el recuerdo de la Torre Redonda es el más vívido.  Expresa que si bien no pudo verla, sus manos la tantearon, allí  “donde monjes que son nuestros bienhechores salvaron para nosotros en duros tiempos el griego y el latín, es decir la cultura”.

En Dublín Borges camina por las calles y se mezcla con los personajes del libro que es el paradigma de la novela de nuestro tiempo, el Ulises, de James Joyce, pero esta vez ya no de un modo distante y literario como en sus remembranzas de Venecia, sino vitalmente, como si bebiera cerveza caliente y comiera un buen plato de comida irlandesa con ellos, en alguna taberna.

Egipto

La estadía en Egipto de Borges es significativamente memorable por un solo momento:

“A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: ‘Estoy modificando el Sahara’. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas, y pensé que había sido necesaria toda mi vida para decirlas”.

La dilecta

Refiriéndose a Buenos Aires y a su Delta del Tigre, Borges dice que no cree que exista en el mundo otra ciudad en la que uno de sus márgenes sea un archipiélago de islas muy verdes “que se alejan y pierden por (…) un río tan lento que la literatura ha podido llamarlo inmóvil”.

Esta particular mirada de su propia ciudad, a la cual, en otro sitio, ha dicho que no lo une a ella “el amor, sino el espanto”, es posible que rescate la verdadera dimensión de su afecto. Para Borges el paraíso está en cualquier esquina de Buenos Aires, como asegura en otra de sus aparentes -o transparentes- contradicciones. Lo ve en la esquina de Charcas y Maipú -ahora es un museo, es su propia antigua casa-; en la de una confitería del barrio de Once en donde Macedonio Fernández, su amigo y su filósofo predilecto, ensaya alguna reflexión muy sabia y humorística; también en la de Esmeralda y Lavalle, en donde murió un poeta argentino de los inicios, Estanislao del Campo.

En su libro Atlas, bellamente ilustrado, figura esta declaración: “Mi cuerpo físico puede estar en Lucerna, en Colorado o en el Cairo, pero al despertarme cada mañana, al retomar el hábito de ser Borges, emerjo invariablemente de un sueño que ocurre en Buenos Aires. Las imágenes pueden ser cordilleras, ciénagas con andamios, escaleras de caracol que se hunden en sótanos (…) pero cualquiera de esas cosas es una bocacalle precisa del barrio de Palermo o del Sur (…) ¿Quiero esto decir que más allá de mi voluntad y de mi conciencia soy irreparablemente, incomprensiblemente porteño?”.

Fuente : Monografías.com

Borges Judío




Las numerosas y complejas conexiones de Borges con el judaísmo.


Por Moshé Korin

Borges llegó a afirmar, parafraseando a Paul Valéry (1871-1945), que la Historia de la literatura podría escribirse sin mencionar a un solo autor; debería ser la Historia del Espíritu como productor y consumidor de literatura. Lo creado disuelve al creador; el gran Libro trasciende a los hombres. La escritura literaria es, ante todo, Escritura; la creación es un hecho sagrado: acontece en una dimensión temporal que no es la de los hechos sociales. La inteligibilidad que tiene Borges de la literatura no puede ser más hebrea.

Las conexiones de Borges con el judaísmo son numerosas y complejas. La presencia de motivos judíos o hebreos en los textos de Borges, tanto en lo referente a su contenido como en lo que respecta a la estructura, es bien conocida por sus lectores. No sucede lo mismo en cuanto a sus vinculaciones personales y profesionales con instituciones de la comunidad judía e incluso con el Gobierno de Israel, de quien fuera invitado en 1969:

Pasé diez días muy emocionantes en Tel Aviv y Jerusalem... Volví con la convicción de haber estado en la más antigua y en la más joven de las naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del mundo.

Durante la Guerra de los Seis Días, Borges tomó partido por Israel, sin duda porque lo fascinaba el carácter casi fabuloso y épico de la empresa guerrera que había encarado la joven nación: ante los bríos de esa tierra que germinaba en proyectos, se entiende que la suya propia se le apareciese como un rincón adormecido.

El entusiasmo de Borges por la Israel guerrera lo llevó a escribir dos poemas, uno al calor de la batalla:

¿Quién me dirá si estás en el perdido

Laberinto de ríos seculares

De mi sangre, Israel?

...

Salve, Israel, que guardas la muralla

De Dios, en la pasión de tu batalla.

(A Israel, 1967)

Escribe otro, una semana más tarde, coronando la victoria israelí:

Un hombre condenado a ser el escarnio,

la abominación, el judío,

un hombre lapidado, incendiado

y ahogado en cámaras letales,

un hombre que se obstina en ser inmortal

y que ahora ha vuelto a su batalla,

a la violenta luz de la victoria,

hermoso como un león al mediodía.

(Israel, 1967)

Y en 1969, año en que visita Israel invitado y homenajeado por el gobierno, nos regala aquellos versos que no pueden ser más justos, con la pasión contenida tan propia del rigor borgeano:

Serás un israelí, serás un soldado,

Edificarás la patria con ciénagas; la levantarás con desiertos.

Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.

Una sola cosa te prometemos:

tu puesto en la batalla.

(Israel, 1969)

Borges cultivó grandes amistades con judíos. Su relación con Bernardo Ezequiel Koremblit hizo que acostumbrara trabajar durante casi dos años en la sede de la Sociedad Hebraica Argentina. Había culminado su ciclo como director de la Biblioteca Nacional, y el despacho de Koremblit lo aislaba convenientemente de los importunos, de los ruidos y del trajín que a menudo perturban el trabajo. Llegaba cerca de las tres de la tarde, a diario, para dictar, escuchar lecturas, preparar conferencias, artículos, libros, y se marchaba alrededor de las seis y media. Es conocida la implacable rutina de Borges en sus tareas.

En una ocasión en que el escritor no pudo asistir a una reunión a la que lo había invitado el Instituto de Intercambio Cultural y Científico Argentino Israelí, envió estas líneas afectuosas:

Queridos amigos:

No me perdono mi inevitable ausencia. Quiero repetir que de algún modo estoy con ustedes, íntimamente, esencialmente. Sólo nos alejan las circunstancias, que son, según se sabe, ficciones.

Un perdurable abrazo.

Jorge Luis Borges.

Las circunstancias a que se refiere Borges en estas líneas son las de un inevitable viaje. Sin embargo, hay otra lectura posible: que la ficción a que alude sea su realidad no judía, una mera circunstancia actual que él se va a encargar de refutar a lo largo de su vida y de su obra. Durante mucho tiempo, Borges indagó en su genealogía la presencia de algún antepasado judío. Estaba convencido de que a través de la línea materna, la de los Acevedo, su sangre se encontraba con un pasado sefardita. Se amparaba en una referencia de Ramos Mejía, quien en Rosas y su tiempo demuestra que todos, o casi todos los apellidos principales de la ciudad, por aquel entonces, procedían de cepa hebreo-portuguesa, y enumera entre ellos el de los Acevedo.

Si la línea materna lo filiaba al judaísmo, tal como corresponde a la tradición, por el lado de la sangre, la línea paterna lo filiaba por el lado de la letra:

Yo llegué muy pronto a venerar a la cultura hebrea porque una de mis abuelas era inglesa y sabía la Biblia de memoria. Alguien citaba una sentencia bíblica y ella daba inmediatamente el capítulo y el versículo... la Biblia entró en mí muy tempranamente.


Borges nunca dejó de subrayar la deuda que la literatura occidental tiene con la cultura hebrea. Reconocer esa deuda en su propia literatura, lejos de pesarle lo enorgullecía. Según José Luis Najenson, Borges no era judío ni cabalista, pero envidió ambas pesadas cargas con afán. La mística judía ejerció en él fascinación; estudió con detenimiento a Guérshom Schólem, a quien llamó maestro, y se jactaba de haber sido "el primero y muy imperfecto traductor de la obra de Martín Búber". Es conocida la relación de profundo respeto y admiración que Borges tenía con Rafael Cansinos Assens (escribió el libro "El candelabro de los siete brazos"), a quien consideraba otro de sus maestros.

La escritura: cifra del mundo.

La Cábala constituye uno de los motivos centrales en la identificación de Borges con el judaísmo. Como si fuera el Aleph de la propia obra del escritor, este motivo irradia y justifica los otros, entre ellos, su admiración ante el culto hebreo por el Libro. Leer un libro, hablar de un libro, recordar un libro, era para él una experiencia fabulosa:

En un libro sagrado son sagradas no sólo sus palabras sino las letras con las que fueron escritas. Ese concepto lo aplicaron los cabalistas al estudio de la Escritura... El Espíritu Santo condescendió a la literatura y escribió un libro. En ese libro, nada puede ser casual. En toda escritura humana hay algo casual... El curioso modus operandi de los cabalistas está basado en una premisa lógica: la idea de que la Escritura es un texto absoluto, y en un texto absoluto nada puede ser obra del azar.

(Conferencia sobre la Cábala)

Borges, como los cabalistas, consagró su obra a la tarea infinita de develar el secreto cósmico de la Creación. Pero justamente el carácter imposible de esa empresa era lo que lo fascinaba: sostenía que los cabalistas no habían escrito para facilitar la verdad, sino para insinuarla y estimular su búsqueda.

La Escritura como cifra del mundo y la lectura como desciframiento, son los ejes de la obra de Borges. Esos motivos reaparecen en dos dimensiones a lo largo de su literatura. Por un lado, se podría decir que la fundan, por cuanto en ellos el escritor – como los cabalistas, otros escribas- encuentra la justificación de su oficio; por otro, constituyen las temáticas predilectas con las que Borges imagina sus argumentos literarios.


En La Biblioteca de Babel, encontramos un número infinito de libros con el mismo formato: cada libro consta del mismo número de páginas, cada página del mismo número de líneas y cada línea del mismo número de caracteres. El significado de cada una de esas obras es impenetrable; la lengua, desconocida.

El motivo reaparece en El milagro secreto. Jaromir Hládik, erudito de Praga, sueña con la Biblioteca del Clementinum. "¿Qué busca?", le preguntan. "Busco a Dios... Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum".

El tema retorna otra vez en "La muerte y la brújula". Estamos ante el único relato de la literatura mundial basado en los datos de la Cábala. Tres asesinatos han sido cometidos. En cada ocasión aparece en el lugar del crimen una hoja de papel con la sentencia: la primera, luego la segunda, después la tercera "letra del Nombre ha sido articulada".

El detective Lönrot, instruido en la literatura cabalística, intenta penetrar el misterio. Descubre que los lugares donde fueron cometidos los crímenes forman los tres vértices de un triángulo equilátero. Infiere que el cuarto crimen ha de corresponder a la cuarta letra del Nombre, y que tendrá lugar en el cuarto punto del rombo virtual reconstituido. La deducción es perfecta, pero Lönrot queda atrapado en el borde imposible de su razonamiento: es él, en efecto, quien será asesinado.

Finalmente, en El Gólem, uno de los poemas más clásicos de la lírica de Borges, el motivo de la creación asociado al carácter simbólico de la escritura confluye en otro de sus tópicos predilectos, la figura del regressus ad infinitum: el hombre que sueña y comprende con estupor que es a su vez el sueño de otro (un dios); el jugador de ajedrez que es a su vez la pieza de un juego Divino; la apertura en abismo que no tiene fin, como una galería muda de espejos que se miran mirarse ... Borges elucubró así la imagen inútil, inmóvil, incorruptible, secreta... de la eternidad.

El poema nos sitúa ante Judá León, el rabí de Praga, quien se pregunta – para suscitar a su vez la pregunta de Borges sobre su propia pregunta- al contemplar con estupor la criatura que acaba de crear:

¿Por qué di en agregar a la infinita

Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana

Madeja que en lo eterno se devana

Di otra causa, otro efecto y otra cuita?


En la hora de angustia y de luz vaga,

En su Golem los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?

Borges conjeturó una y otra vez que en su pasado había ancestros judíos. Esto puede entenderse como una rigurosa búsqueda histórica, pero cabe también que estemos ante otra conjetura borgeana. La primera hipótesis no tiene más valor que el dato documental, lo que el mismo Borges alguna vez denominó "la policía de los pequeños detalles". La segunda, en cambio, ostenta seducción literaria: ¿por qué la literatura de Borges necesitó postular que corría sangre judía en las venas de su autor? No es seguro que tales raíces hubiesen dado inexorablemente esos frutos; lo que sí es seguro es que dichos frutos necesitaron arraigar en ese suelo para madurar.

Fuente : Delacole.com

Borges, Saramago y el juego de las coincidencias



 Los ancestros paternos de Borges, producto de una típica mezcla argentina criollo-europea, eran ciertamente portugueses. Podría decirse entonces, que la coincidencia con José Saramago, empezaron y terminaron en esta unidad de sangre. Ideológica y socialmente los separaba un mar profundo de diferencias. Sin embargo, Saramago llamó a Borges “el último de los gigantes literarios” y lo incluyó en su “familia del espíritu”, a la par de Camões, Cervantes, Kafka y Gogol.

Jorge Argüello / Embajador argentino en Portugal  

Buscar definiciones generales sobre figuras universales como Jorge Luis Borges (1899-1986) o José Saramago (1922-2010) conllevan a menudo el riesgo de incurrir en estereotipos rápidos, una audacia que se vuelve temeraria si el abordaje se hace con el limitado prisma de la política. Si fuera por eso, si fuera por tomar en cuenta cómo estos dos genios literarios veían la realidad política, de modo tan antagónico; si fuera por evaluar cómo interpretaba ideológicamente cada uno el compromiso social y su relación con el poder, entonces podría decirse que las coincidencias entre Saramago y Borges empezaron y terminaron, casi, en la poca o mucha sangre portuguesa que corría por sus venas.

Los ancestros paternos de Borges, producto de una típica mezcla argentina criollo-europea, eran ciertamente portugueses. Su bisabuelo había partido hacia el Río de la Plata desde Moncorvo, en Tras Os Montes, Alto Duero. En los años 20, el joven escritor vivió unos años en España y cruzó a Portugal en busca de su familia, pero en la  guía telefónica “había tantos Borges que era como si no existiese ninguno. Tenía cinco páginas de parientes. El infinito y el cero se asemejan. No podía telefonear a cinco páginas de personas y preguntar: ‘Dígame una cosa: ¿en su familia hubo un capitán llamado Borges, que embarcó para Brasil a fines del siglo XVIII o principios del siglo XIX?".

En 1984, dos años antes de morir, el autor de Ficciones visitó Lisboa pero su fatiga de anciano le impidió llegar hasta aquél pueblo para cerrar el círculo que había abierto su bisabuelo Francisco Borges. Entonces, se declaró conmovido de pisar tierra portuguesa, aunque sobre el asunto ya lo había dicho casi todo en un poema que había escrito mucho antes, Los Borges (1960): “Nada o muy poco sé de mis mayores / portugueses, los Borges: vaga gente / que prosigue en mi carne, oscuramente, / sus hábitos, rigores y temores. / Tenues como si nunca hubieran sido / y ajenos a los trámites del arte, / indescifrablemente forman parte / del tiempo, de la tierra y del olvido / Mejor así, cumplida la faena / son Portugal, son la famosa gente / que forzó las murallas del Oriente / y se dio al mar y al otro mar de arena”. Así las cosas, que Borges (eterno candidato al Nobel de Literatura) y Saramago (el sí, Nobel en 1998) hayan vivido y escrito a lo largo del mismo siglo, que se hayan leído, influido y hasta comentado mutuamente, bien pudo haber sido fruto de un azar temporal, el mismo que cruzó a tantos intelectuales de la época. ¿Entonces?

En un texto borgiano (La muerte y la brújula, 1944), un empecinado investigador responde a la reconstrucción del policía sobre lo que ha sucedido: “Posible, pero no interesante. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis”. Pues bien. Habilitados por el propio autor a buscar otras hipótesis y más interesantes, propongamos una: Borges y Saramago tuvieron en común más de lo que puede creer un lector desprevenido de noticias generales.

Como lectores aficionados y agradecidos, sabemos del aprecio de Borges y de Saramago por los “heterónimos”, esos autores de fantasía detrás de los cuales algunos escritores gustan jugar con textos apócrifos. El argentino lo había hecho ya en 1936 atribuyendo a un abogado indio de éxito en Gran Bretaña, Mir Bahadur Alí, la novela policial El acercamiento a Amotasim. Muchos entusiastas hurgaron en librerías de Londres pero todo era una invención borgiana.

El antecedente vale porque Borges lo repitió en Examen de la obra de Herbert Quain (1941), a quien le atribuye, entre otras novelas, The God of the Labyrinth. Y vale todavía más porque cuatro décadas después es Saramago quien publica El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), en honor a otro heterónimo, el de un grande de la literatura portuguesa y mundial: Fernando Pessoa. En esa obra, el médico portugués Ricardo Reis, residente en Brasil, se embarca en 1936 hacia Lisboa convocado por telegrama por Alvaro de Campos (también heterónimo) con motivo de la muerte de Pessoa. En el camarote del buque, halla un libro abierto. ¿Cuál? ¡“The God of the Labyrinth”, de Herbert Quain! Saramago llegaría a preguntarse poco antes de su muerte por qué no había sido Borges el autor de las andadas de Ricardo Reis, con lo natural que le hubiera sido. Iremos más allá.

En tren de mantener el ánimo tan literario como profundo, digamos también que la mirada que ambos tenían sobre la muerte los acercaba con una fuerza inusitada. Decía el Borges anciano y ciego: “Más allá de algunos temores de índole religiosa, tengo la certidumbre de que voy a morir enteramente. Es un gran consuelo, que da mucha fuerza a un hombre. El saber que es efímero. La idea de ser duradero es horrible, realmente. La inmortalidad sería un castigo. El Cielo, si durara mucho, sería el Infierno. El sufrimiento es efímero, el placer también. Está bien que sea así, si no sería muy tedioso todo”.
Saramago, en Las Intermitencias de la muerte (2005), uno de sus últimos escritos, se dedicó exactamente al mismo asunto, y con similares conclusiones. ¿Cómo sería un país donde la gente deja de morirse de un día para otro? Allí también plantea los terribles dilemas de una vejez eterna y las contradicciones de las religiones incapaces de concebir semejante alternativa. Flor de coincidencia, dirían en Buenos Aires.

En favor de nuestra hipótesis, en 2008, en Arco do Cego (la referencia a la ceguera tampoco debería ser casualidad), Saramago asistió a la inauguración de una escultura dedicada a Borges. El monumento “es sencillo, evocativo, mucho mejor que un busto o una estatua ante la que nos cansaríamos buscándole semejanzas”, escribió luego en sus cuadernos. Allí, Saramago llamó a Borges “el último de los gigantes literarios” y, días después, lo incluyó en su “familia del espíritu”, a la par de Camões, Cervantes, Kafka y Gogol, entre otros pocos. Al argentino, el autor portugués le atribuyó el descubrimiento de la literatura virtual, “esa literatura suya que parece haberse desprendido de la realidad para revelar mejor sus invisibles misterios. Hay mundos que existen a partir del momento en el que él los creó". Ese mismo año, en Lanzarote, Saramago había aludido al “castigo de las máscaras” que padecen los grandes escritores, que tienen que soportar la imagen que el resto se fabrica sobre ellos y con la que tienen que convivir, aunque no sea auténtica. “Llevan esa cruz como una máscara que no pueden arrancarse”. Máscaras que muestran diferente lo que, probablemente, no es tal.

Saramago tenía también su propia hipótesis respecto de Borges y coincide bastante con la nuestra respecto de ambos: “Es un autor difícil de leer… En la segunda, la tercera o la cuarta lectura, uno se da cuenta de que lo que podía parecer una historia relativamente plana, tiene diferentes lecturas y aunque sea entre líneas hay algo para leer y es algo que no se encuentra fácilmente”. Visto que ambos coincidieron en afiliarse a coincidentes ideas de la muerte, ahora que ya no están, todo parece haber quedado como debía. “Yo, que me imaginaba el paraíso bajo la especie de una biblioteca", escribió Borges.

Entonces, ahí se estarán viendo, porque si es más lo que los une que lo que los puede separar, esa coincidencia pasa por los libros, y por cómo hacerlos únicos y geniales creando nuevos mundos que nos invitan a visitar para salvar el propio. Al menos, esa es nuestra modesta hipótesis.

Fuente : Arca digital