martes, 7 de mayo de 2024

“Oh, mar. Sé por qué te amo”: el primer poema que Borges publicó y que después destruyó

 

“Himno al mar” salió en una revista de Sevilla el último día de 1919. El autor argentino lo incluyó en un libro que destinó al olvido. Pero pudieron recuperarlo.

 

Por Elena Lidl

 

No fue fácil tener este poema. Jorge Luis Borges lo escribió, le escribió al mar, cuando tenía 22 años pero después, como suele pasar, no lo reconoció, no se vio en él, lo destruyó con todos los poemas que había escrito entonces y que formaban un libro titulado Los salmos rojos o Los ritmos rojos.

Eran unos veinte poemas en los que -sí, Borges- elogiaba a la Revolución Rusa y le cantaba al pacifismo.

Habrá estado feliz, sin embargo, cuando le publicaron Himno al mar en la revista Grecia, de Sevilla, el último día de 1919. Era la primera vez que una obra suya salía impresa. Habrá estado tan feliz como para haberlo recogido en aquel libro luego repudiado.

Muchos años más tarde, en 1970, Borges daría una conferencia, en inglés, en la que volvería sobre su Himno al mar. “Intenté con todas mis fuerzas ser Walth Whitman”, contaría allí.

¿Lo suyo era el mar? Borges no lo creía. En 1970, decía: “Hoy, apenas pienso en el mar, o incluso en mí mismo, como hambriento de estrellas” (en el poema habla de “sed” de estrellas). Sin embargo, explicaba: “cuando llegué a Madrid meses después, como éste era el único poema que había impreso, la gente de allí me consideraba un cantor del mar”.

El poema está dedicado a Adriano del Valle, por entonces redactor-jefe de la revista Grecia y amigo de Jorge Luis y de su hermana Norah. Del Valle comentaría después sobre Borges: “Admirador fervoroso de Walt Whitman, también él parecía soportar sobre sus hombros inclinados todo el peso de los orbes líricos del viejo cantor americano”.

También hay, sin embargo, algo autobiográfico en Himno del mar. Borges nadaba, así se lo contó a su biógrafo, Emir Rodríguez Monegal. Y así lo escribió en el Poema del cuarto elemento: “Has aplacado el ansia de las generaciones,/ Has lavado la carne de mi padre y de Cristo./ Agua, te lo suplico. Por este soñoliento/ Nudo de numerosas palabras que te digo,/ Acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo”.

¿Cómo es que tenemos el poema completo, si lo destruyó? En los años 90, y con el visto bueno del escritor, el estudioso Jean-Pierre Bernès reunió trece poemas en un volumen que tituló Rythmes rouges y que editó Pleiade. Hoy se lo puede leer en Textos recobrados, 1919-1929.

 

Himno al mar

 

Para Adriano del Valle

 

Yo he ansiado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas

que gritan;

Del Mar cuando el sol en sus aguas cual bandera escarlata flamea;

Del Mar cuando besa los pechos dorados de vírgenes playas que

aguardan sedientas;

Del Mar al aullar sus mesnadas, al lanzar sus blasfemias los vientos,

Cuando brilla en las aguas de acero la luna bruñida y sangrienta;

Del Mar cuando vierte sobre él su tristeza sin fondo

La Copa de Estrellas.

Hoy he bajado de la montaña al valle

y del valle hasta el mar.

El camino fue largo como un beso.

Los almendros lanzaban madejas azuladas de sombra sobre la carretera

y, al terminar el valle, el sol

gritó rubios Golcondas sobre tu glauca selva: ¡Mar!

¡Hermano, Padre, Amado…!

Entro al jardín enorme de tus aguas y nado lejos de la tierra.

Las olas vienen con cimera frágil de espuma,

En fuga hacia el fracaso. Hacia la costa,

con sus picachos rojos,

con sus casas geométricas,

con sus palmeras de juguete,

que ahora se han vuelto lívidos y absurdos como recuerdos

yertos!

Yo estoy contigo, Mar. Y mi cuerpo tendido como un arco

lucha contra tus músculos raudos.

Sólo tú existes. Mi alma desecha todo su pasado

Como en nórtico cielo que se deshoja en copos

errantes!

Oh instante de plenitud magnífica;

Antes de conocerte, Mar hermano,

Largamente he vagado por errantes calles azules con oriflamas de faroles

Y en la sagrada media noche yo he tejido guirnaldas

De besos sobre carnes y labios que se ofrendaban,

Solemnes de silencio,

En una floración

Sangrienta…

Pero ahora yo hago don a los vientos

de todas esas cosas pretéritas,

pretéritas… Sólo tú existes.

Atlético y desnudo. Sólo este fresco aliento y estas olas,

y las Copas Azules, y el milagro de las Copas Azules.

(Yo he soñado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas jadeantes.)

Ansío aún crearte un poema

Con la cadencia adámica de tu oleaje,

Con tu salino y primeral aliento,

Con el trueno de las anclas sonoras ante Thulés ebrias de luz y lepra,

Con voces marineras, luces y ecos

De grietas abismales

Donde tus raudas manos monjiles acarician constantemente a los

muertos…

Un himno

Constelado de imágenes rojas, lumínicas.

Oh mar! oh mito! oh sol! oh largo lecho!

Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.

Que ambos nos conocemos desde siglos.

Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.

(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por vez primera en tu seno.)

Oh proteico, yo he salido de ti.

¡Ambos encadenados y nómadas;

Ambos con una sed intensa de estrellas;

Ambos con esperanza y desengaños;

Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;

Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria!

 

Fuente: Infobae

https://www.infobae.com/leamos/2024/01/06/una-pasion-de-verano-borges-le-dedico-al-mar-su-primer-poema-publicado-pero-despues-lo-destruyo/

 

 

Borges y el Otro: una comedia de enredos

 

 
Billete de dólar de 1974

 

Corregir a Borges se ha convertido en una tradición calvinista del culto borgiano, con la intención de demostrar, con mayor o menor grado de complicidad, que Borges después de todo era humano.

Por

RODRIGO BLANCO CALDERÓN -

08 septiembre, 2021

 

Hace poco más de un mes cumplí cuarenta años y hoy acabo de comprar mi primera revista Playboy. La culpa, por supuesto, es de Borges.

 

Se trata del número de mayo de 1977. Me informa Amazon que tomará unas dos o tres semanas en llegar. De modo que puedo aprovechar ese tiempo para irles contando la historia de esta comedia de enredos cuánticos que comenzó hace apenas unos días, aunque ya parece que hubieran pasado varios años.

 

La guerra cíclica en Afganistán, con la retirada del ejército de los Estados Unidos, que en algún momento provocará el obligado retorno de dichas tropas, me hizo recordar una frase de Borges que, como suele suceder, anticipaba mucho de lo que estaba y está sucediendo en estos días: “Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio”.

 

La frase pertenece al cuento “El otro”, incluido en El libro de arena (1975). El relato, como se sabe, narra el encuentro onírico o fantástico entre un Borges anciano, que está sentado en un banco frente al río Charles, en Massachusetts, año 1969, y un Borges muy joven, que está junto a él, aunque su banco se encuentra frente al Ródano, en Ginebra, en el año 1918.

 

¿Cómo explicar ese insólito encuentro? La historia se despliega como el intento del Borges de la vejez por convencer a su doble de que él es real, mientras que el otro, el joven, está soñando.

 

Por supuesto, releí el cuento completo y reparé por primera vez en un detalle que me pareció imposible: un error. Una falla que, además, alteraba la resolución de la trama, convirtiendo a uno de los cuentos más célebres de Borges en un texto, precisamente, fallido. Me refiero a la escena que conduce al final, donde Borges le propone a su doble de 19 años un experimento inspirado en una paradoja de Coleridge: “Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo”.

 

En lugar de una flor, Borges propone un intercambio de dinero. Le pide al joven una moneda y él, en cambio, le da “uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez”.

 

—No puede ser –gritó–. Lleva la fecha de 1974.

- Anuncio -Maestría Anfibia

 

(Meses después alguien me dijo que los billetes de Banco no llevan fecha).

 

Aquí hice una pausa y se encendió la primera alarma. Seguí leyendo y, al terminar el cuento, confirmé esa impresión. El relato concluye de esta manera:

 

Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo.

 

El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.

 

Abrí una gaveta de mi escritorio y busqué un billete de dólar que tengo por ahí. Lo revisé y sí tenía fecha. Era de la serie de 2013. Puse en Google “billete de dólar 1974” y de inmediato me apareció la imagen que confirmaba que los dólares sí llevan fecha. La conclusión parecía evidente: Borges había hecho recaer la resolución de su cuento en un dato incorrecto. Y no se trataba, como suele suceder en otras de sus historias, de datos deliberadamente falseados sino de una inconsistencia, un error, que dañaba el artefacto literario.

 

Me sentí como si hubiera pillado a Dios en falta.

 

De inmediato, puse un tuit:

 

Acabo de encontrar un dato erróneo en un cuento de Borges que, además, implica una falla argumental. Ya veré si escribo sobre eso, para resetear el universo, o me quedo callado como Tzinacán en su celda.

 

Lo escribí con humor, burlándome de mi propio fervor por Borges. Las reacciones, en general, fueron entusiastas pero no faltaron aquellas que trataban de hacer un control de daños. Gente que me recordaba que en la literatura todo era posible, que Borges solía insertar errores a propósito, que mejor revisara diversas ediciones para ver si la culpa no era de algún editor distraído. Otros, indignados, me mandaron a callar simplemente.

 

Estos reclamos, por más banales que fueran, sin embargo tocaban un punto para mí delicado. ¿Qué mérito tiene señalar una inconsistencia en una obra maestra? ¿Cuál es el sentido de subrayar con un artículo una distorsión que supuestamente nadie más ha visto? Lejos de ser como quien señala una verruga desagradable en un rostro que parecía perfecto, se corre el riesgo de convertirse uno mismo en la verruga. Esta lección me la enseñó Guillermo Sucre la única vez que fui a su casa. Fui en compañía de Luis Yslas, ya no recuerdo con qué motivo o excusa. El profe Guillermo (así lo llamábamos) nos estaba hablando de Mariano Picón Salas y, en algún momento, hizo referencia a un profesor de la Universidad Simón Bolívar que había escrito un ensayo para demostrar que Picón Salas se había equivocado en tal o cual referencia.

 

—Él estaba muy emocionado porque había corregido a Picón Salas –dijo Sucre, con esa ironía susurrante suya, que hundía de inmediato en un escarnio íntimo al objeto de su dardo.

 

También recordé una acotación que el profe Guillermo hizo, sin ningún énfasis, durante un seminario sobre Borges al que tuve la suerte de asistir en mi último semestre como estudiante de la escuela de Letras. Estábamos leyendo “Las ruinas circulares” y Sucre recitó la frase de Lewis Carroll que sirve de epígrafe, “And if he left off dreaming about you…”, que Borges sitúa en el capítulo VI de Alicia a través del espejo, cuando en realidad se encuentra en el IV. El error persiste en mi edición de los cuentos completos de Borges, publicada por Lumen en 2015 y reimpresa en abril de 2019.

 

Fue en ese seminario, por cierto, que leímos (que leí por primera vez) “El otro”.

 

Corregir a Borges se ha convertido en una tradición calvinista del culto borgiano. Por ejemplo, el ensayo “Entrevista imaginaria: siete días con Jorge Luis Borges”, de Francisco Rivera, donde el autor va señalando las numerosas inconsistencias encontradas en las conferencias recogidas en el volumen Siete noches. Cabe mencionar también el estudio de Juan Nuño, La filosofía en Borges, donde se hace una lectura correctiva, pero en el campo de la especulación filosófica. Esfuerzos parecidos se han replicado en áreas como la física cuántica y las matemáticas, con la misma intención de demostrar, con mayor o menor grado de complicidad, que Borges después de todo era humano.

 

Por fortuna para mí, ya otros lectores habían reparado en el desperfecto del cuento “El otro”. En un breve artículo titulado “Borges y el dólar”, Alberto Rojo, escritor y físico argentino, narra su inquietud al detectar el error en el relato de Borges y la pesquisa que emprende:

 

Dado que hoy todos los billetes de dólar tienen fecha, para aclarar mi duda de una buena vez decidí contactarme con la American Numismatic Association y conseguir un billete con fecha de 1964. El trámite demoró más de un año. Fui pasando de un coleccionista a otro, hasta que por fin di con el correo electrónico de un tal Dugas Kline y compré el tan buscado billete por PayPal, a un precio bastante exorbitante. En el ínterin encontré una entrevista de Marcos Benatán [sic] en un libro de 1978, donde Borges reconoce que los dólares tienen fecha y agrega que “alguien” le había dicho que no. Pregunté mucho, pero no pude averiguar de quién se trataba. Ahora bien, como puntualiza Julie James en un artículo de 1999, en la primera edición del cuento el billete tiene fecha de 1964, pero en algunas ediciones siguientes aparece fechado en 1974. En la primera edición inglesa de “El otro”, publicada en la revista Playboy en mayo de 1977, el año mencionado es 1964, y la frase “los billetes de banco no llevan fecha” está omitida. ¿Por qué Borges no cambió la frase si sabía que los billetes tienen fecha?.[1]

 

El artículo, publicado en 2010, fue luego recogido en el libro Borges y la física cuántica. Lo interesante del texto de Rojo, además de las reflexiones sobre las paradojas temporales de los cuentos cuánticos de Borges, es la referencia al ensayo de Julie James, que es un análisis brillante y sugestivo de “El otro” desde la perspectiva que brindan las diversas anomalías del relato.

 

Como lo indica el título de su trabajo, “1964 or 1974: Which is the other?”, James se enfoca en el enigma del cambio de fecha del billete, que pasa de ser 1964 en la primera edición de El libro de arena, publicado por Emecé en 1975, en Argentina, a 1974 en la segunda edición, publicada por Alianza en España, en 1977. Cambio que, como lo indica James, aparece desde la primera edición en inglés del relato, en el número de mayo de 1977 en la revista Playboy. Sí, esa misma que compré y la cual, según me acaba de informar Amazon, ya ha sido despachada.

 

El móvil de la pesquisa de Julie James, así como de la de Alberto Rojo y la mía propia y la de tantos otros que han tropezado con la misma piedra, es la sospecha de que el error esconda un sentido oculto.

 

Esta reacción es, por una parte, un efecto calculado de los textos de Borges. Desde Historia universal de la infamia (1933), donde hizo su calistenia precuentística falseando y tergiversando “ajenas historias”, ya los lectores saben que muchas veces el error es el algoritmo secreto de su narrativa. O ni tan secreto, pues en el célebre comienzo de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges, el narrador y personaje, deja caer una hipótesis que permea como una duda la totalidad de su obra: “Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores –a muy pocos lectores– la adivinación de una realidad atroz o banal”.

 

Puede que esta frase sea la responsable de que exista esa comunidad presuntuosa de correctores de Borges. Corrigiéndolo, estaríamos más cerca del Maestro.

 

Por otra parte, esta suspicacia es también una prueba de la inequívoca condición de clásico de Borges. Pues no hay manera de acercarnos a sus páginas sin que consideremos, como dijo el viejo bardo, que en ellas todo es “deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.

 

Es el caso del cuento del que estoy hablando, Julie James cita una entrevista con Marcos Barnatán (que no Benatán) donde Borges reconoce el error: “Creo que alguien me dijo que los billetes de dólar no llevaban año y que por lo tanto el intercambio de pruebas quedaba invalidado, pero ahora usted confirma mi sospecha de que sí tienen fecha”.

 

El caso parece concluido, pero no así para Julie James, quien, como el Lönnrot de “La muerte y la brújula”, parece encontrar esta hipótesis “posible, pero no interesante”. Veamos su razonamiento:

 

Therefore, it seems to have been a simple oversight. But is it really so simple? Experienced readers of Borges know that he is a meticulous author and that he would not make such an obvious mistake. Moreover, if this was a mistake, why didn’t the author remove this sentence from later editions?

 

[Por lo tanto, parece haber sido un simple descuido. Pero, ¿es en realidad tan simple? Los lectores experimentados de Borges saben que es un autor meticuloso y que no hubiera cometido un error tan evidente. Más aún, si esto fue un error, ¿por qué el autor no eliminó la oración de las ediciones posteriores?].

 

En este punto, el artículo de Rojo complementa al de James. De acuerdo a las fuentes que cita, pareciera que James llega al cuento de Borges, tanto en su versión original como en su traducción al inglés, a través de lo que fueron en realidad sus respectivas segundas ediciones. “El otro” fue publicado primero de forma individual en 1972 (y no en 1971), en una plaquette de una edición privada de Juan O. Viviano y César Pauli, con dos grabados originales de Ana María Moncalvo. La edición constó de 57 ejemplares numerados. En la página de AbeBooks veo que la librería Alberto Casares, de Buenos Aires, tiene un ejemplar a la venta por 2 500 dólares.

 

En cuanto a su traducción al inglés, James toma la referencia dada por el polémico traductor de Borges a ese idioma, Norman Thomas di Giovanni, quien acota que antes de publicarse en The Book of Sand (1977), el cuento ya había aparecido ese mismo año en la revista Playboy. Sin embargo, da la impresión de que James no leyó esa versión publicada en la revista, donde, según Rojo, la frase de la discordia (“Meses después alguien me dijo que los billetes de Banco no llevan fecha”) sí fue eliminada. Cuando tenga la revista en mis manos podré, al fin, verificar si lo señalado por Rojo es correcto. De ser así, y en vista de que la versión de “The other” incluida en The Book of Sand sí contiene la frase, no sería descabellado suponer que un riguroso editor de mesa de la revista Playboy haya detectado el error y procedido de forma inmediata a eliminarlo.

 

El problema que plantea la traducción, sin embargo, es secundario con respecto al cuento en su versión en español y sus modificaciones en las sucesivas ediciones. Creo que sería de mucha ayuda poder revisar el texto de esa plaquette y ver si en efecto la frase está allí o no. Di Giovanni, según cita James, habría hecho su traducción a partir de esa primerísima versión. Sin embargo, hasta no comprobarlo, me queda la duda. La respuesta que Borges le da a Marcos Barnatán hace pensar que ese “alguien” le hizo el comentario después de leer el cuento en su primera versión, donde me atrevo a especular que la frase no estaba.

 

Esta interpretación pareciera querer salvar a como dé lugar a Borges del error, pues en principio este habría sido inducido por “alguien” más. No obstante, me parece plausible que sea así. De hecho, la frase luce como injerto posterior con respecto a la escritura original del cuento. Esta ajenidad se expresa verbalmente, “Meses después alguien me dijo…”, y tipográficamente: es la única oración del relato que está entre paréntesis.

 

Según esta conjetura, el cuento en su primerísima versión era un cuento redondo. Pudiera ser que incluso la última frase (“El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar”) también haya sido añadida después para hacerla congeniar con la corrección incorrecta, como lo delataría esa acotación “ahora lo entiendo”, demasiado retórica. De modo que la imposibilidad de “la fecha imposible del dólar” radicaría no en el dato errado de que los billetes de banco no tienen fecha, sino en el hecho de que el joven Borges, que cree estar en un parque frente al Ródano en 1918, pueda tener ese papel de otra época en sus manos. El adjetivo “imposible” ya se menciona antes para describir el estupor del muchacho: “Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba”.

 

El cambio en la fecha del billete, de 1964 a 1974, me parece que es bien interpretado por James. Poner una fecha imposible para ambos personajes, pues la anécdota, se nos dice en la primera línea, habría sucedido en febrero de 1969, erosiona las certezas del Borges narrador con respecto a su propia realidad.

Borges joven y viejo Montaje de Yeyebooks | Rialta

Borges joven y viejo (collage de Yeyebooks)

 

Estas especulaciones mías puede confirmarlas o desbaratarlas quien tenga acceso a esa plaquette. E, incluso, aun si en la plaquette el error ya apareciera, no podríamos descartar que “alguien” en el círculo cercano del autor haya podido leer el borrador y sugerirle la insidiosa y desafortunada “corrección”. En uno u otro caso, saber eso no aclararía el misterio de por qué, en los años inmediatamente posteriores a la publicación de El libro de arena, cuando ya Borges se había percatado de la falla, no la enmendó. Quizás el error quedaba absorbido en el vasto sistema de correspondencias y conjeturas borgeanas, fortaleciéndolo con una contradicción evidente. Quizás la errada acotación de ese alguien lo puso sobre la pista del verdadero sentido del relato: la necesidad de invalidar la prueba del billete para así acentuar la zozobra infinita del narrador. El trabajo de Julie James apunta en este sentido.

 

A pesar de lo interesante que es esta lectura, encontré más estimulante un patrón que Julie James identifica en los últimos cuentos de Borges y en el que yo no había reparado: la preocupación por la pérdida de la memoria. En “El otro” es evidente, pues la mitad del enigma recae en el posible olvido del joven Borges de haber soñado un encuentro con su doble anciano. Lo que lleva al muchacho a preguntarle qué tal está su memoria. Y antes de esta conversación directa al respecto, el encuadre del relato nos habla de una conciencia y una memoria alteradas:

 

Serían la diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.

 

Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento.

 

Este pasaje constituye la primera anomalía del relato. El personaje ve el río, su agua gris que arrastra trozos de hielo, y piensa en Heráclito y su famosa metáfora que asimila el tiempo a un río en el que no nos bañamos dos veces. Y sin embargo, inmediatamente después de recuperar esta imagen clásica que habla de la imposibilidad de ser los mismos en dos instantes sucesivos, Borges neutraliza la sabiduría de la metáfora: tiene la impresión de haber vivido ya ese momento. De haberse bañado previamente en esas aguas.

 

Más que a un estado de fatiga, los neurólogos han descubierto que los episodios de déjà vu se corresponden con episodios epilépticos en el lóbulo temporal del cerebro. Son el gato negro que se repite en la escalera y que Neo detecta en su primera incursión en la Matriz, después de que ha sido rescatado por Morpheus.

 

“Normalmente, un déjà vu es una falla técnica en la Matriz. Sucede cuando han cambiado algo”, le explica Trinity.

 

En el mundo virtual de la Matriz, la falla o déjà vu marca la presencia de lo sobrenatural. El Arquitecto como un dios punitivo y letal, que ha diseñado hasta el último milímetro de esa gran prisión o laberinto que es “el desierto de lo real”. Lo sobrenatural se manifiesta, entonces, para detectar y eliminar la aparición cíclica de la anomalía humana.

 

En el caso de “El otro”, Borges es al mismo tiempo Borges y lo borgiano. El rebelde y el sistema. Es Neo y es el Arquitecto. Desde este punto de vista, podemos imaginar que “El otro” narra el intento de Borges, hacia el final de su vida, de zafarse del mundo creado por sus propias ficciones haciendo uso de su miedo mayor: la desmemoria. Extrañamente, sus más devotos lectores, o “los más experimentados”, como diría Julie James, cumplen la función de centinelas. Como avatares del agente Smith, salen en busca de los errores para disolverlos en las encrucijadas lógicas de su obra. “Espejos”, “laberintos”, “universos paralelos”, “paradojas temporales” son los comandos activados para anular los intentos de rebeldía de Borges (lo humano) contra lo borgiano (lo sobrehumano, lo fantástico, lo inexplicable, lo perfecto).

 

El poema “Borges y yo”, perteneciente al libro El hacedor, da buena fe de sus intentos de fuga.

 

Como suele suceder en estas comedias de enredos, Borges ha tenido poca responsabilidad en su endiosamiento. No solo supo renegar de hasta tres de sus libros de juventud, sino que no tuvo empachos en sus últimos años de corregir, cambiar y reescribir muchas de sus páginas. A medida que se expandía su fama y su influencia, que se sumaban los viajes, el reconocimiento y los premios, Borges se defendía sin pausa de ese malentendido, de esa incomprensión que es la gloria. De ello dan testimonio todas las entrevistas donde desdeña una y otra vez, con cortesía y humor, los motes de genio o maestro.

 

La concepción de Valéry de que la historia de la literatura era la de un mismo Espíritu que debía prescindir de los nombres propios, la sostuvo Borges desde su primer libro, Fervor de Buenos Aires, donde ya atribuía al azar que él fuera el autor y no el lector de esas páginas, hasta el último proyecto en el que participó. Se trató de una colección de “cien clásicos imprescindibles” publicada por Hyspamérica en 1985, cuya selección estuvo a cargo de Borges, quien solo llegó escribir sesenta y cuatro prólogos antes de morir en 1986. Estos prólogos fueron reunidos en 1988 bajo el título Biblioteca personal. Uno de los libros de esa colección fue Lo trágico cotidiano. El piloto ciego. Palabras y sangre de Giovanni Papini.

 

En el respectivo prólogo a esta obra de Papini, Borges dice:

 

Yo tendría diez años cuando leí, en una mala traducción española, Lo trágico cotidiano y El piloto ciego. Otras lecturas los borraron. Sin sospecharlo, obré del modo más sagaz. El olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria. Hacia 1969, compuse en Cambridge la historia fantástica “El otro”. Atónito y agradecido, compruebo ahora que esa historia repite el argumento de “Dos imágenes en un estanque”, fábula que incluye este libro.

 

Este párrafo, que anuda los dos olvidos del joven Borges, tanto en la realidad como en la ficción, debería bastar para invalidar por adelantado (por innecesaria) la prueba de la plaquette original del cuento.

 

Solo me queda esperar, con la fruición imposible de un adolescente de cuarenta años, a que llegue mi revista Playboy.

 

Notas:

 

[1] Debo agradecer a Luis Yslas tanto la referencia del ensayo de Francisco Rivera como la del artículo de Alberto Rojo.

Colabora con nuestro trabajo

Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.

¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.

¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo rialta@rialta.org.

 

Fuente: Rialta

https://rialta.org/borges-y-el-otro-una-comedia-de-enredos/

 

domingo, 31 de marzo de 2024

El problema de los tres cuerpos: ¿en qué se parece a Borges y Bradbury?


 Se estrena este jueves la serie de los creadores de “Game of Thrones” basada en el libro de Cixin Liu, autor estrella de China, elogiado por Barack Obama y por Mark Zuckerberg; una novela política sobre los excesos de las ideologías radicales y sobre la intolerancia

19 de marzo de 2024

Laura Ventura

Cixin Liu escribe una saga sobre una pugna ideológica irreconciliable entre Occidente y OrienteCixin Liu escribe una saga sobre una pugna ideológica irreconciliable entre Occidente y OrienteChina News Service - China News Service

 

Esta semana se estrena la esperadísima serie de Netflix El problema de los tres cuerpos, de los creadores de Game of Thrones. Esta historia de ciencia ficción está basada en la novela del autor chino Cixin Liu, una estrella en su país y en un referente dentro del género. ¿Cuáles son los puntos en común con Jorge Luis Borges y Ray Bradbury?

 

El primer capítulo de El problema de los tres cuerpos (Nova; $ 25.999) desconcierta al lector. Pocas veces (o ninguna) se narró desde China, por un autor chino, los abusos de la Revolución Cultural. La crueldad con la que se narra un episodio ficticio, pero inspirado en tantos casos similares, despierta de inmediato la piedad de quien ingresa en estas páginas. Un profesor, un brillante científico, es sometido en el Pekín de 1967 a todo tipo de vejámenes, acusado de contrarrevolucionario, de inculcar a sus alumnos ideas occidentales. Ye Zhetai, profesor de física, integra aquella generación que fue denostada con la categoría de “monstruos y demonios” otorgada a quienes eran considerados enemigos de la revolución. ¿Es esta una novela política sobre los excesos de las ideologías radicales y sobre la intolerancia? ¿Es una novela de ciencia ficción? ¿Es un policial? La respuesta a todas estas preguntas es sí.

 

Cixin Liu (Pekín, 1963) trabajó como ingeniero en una central eléctrica en Yangquan, en la provincia de Shanxi, antes de dedicarse a la literatura, un reducto que debió clausurarse debido a la contaminación atmosférica en aquellas coordenadas. Cixin escribió esta obra de ciencia ficción en sus ratos libres, por las tardes y durante los fines de semana. Ambicioso, la concibió como una trilogía, El recuerdo del pasado de la Tierra, y se dio a conocer en China con la primera entrega en 2008 con El problema de los tres cuerpos. La novela comienza en Pekín con el devenir de una joven astrofísica, Ye Wenyie, luego de que su padre, también científico, sea asesinado en el marco de la Revolución Cultural en 1967. ¿Cómo logrará reinsertarse en la sociedad la muchacha que lleva en sus hombres la carga de ser hija de un traidor? La novela se trasladará algunas décadas después donde un científico, Wang Miao, es contactado por la policía para intentar desentrañar un caso: decenas de científicos se han suicidado. ¿Qué enlace existe entre la primera y la segunda trama? Cixin no dejará cabo suelto en una ficción donde aparecen varias dimensiones además de los saltos temporales.

 

Cixin [Cixin es apellido; Liu es el nombre] es autor prolífico obtuvo ocho veces el Galaxy Award, el equivalente chino al Hugo, premio que también obtuvo en 2015. Su obra fue elogiada por el presidente Barack Obama y por Mark Zuckerberg.

 

Netflix estrenará este jueves la primera temporada de la saga de ciencia ficción, impulsada por los creadores de Game of Thrones David Benioff, D.B. Weiss y Alexander Woo. Entre ambas épicas hay varios puntos en común: lo fantástico, humanos y no humanos, la guerra y el poder como eje central, la política y la brutalidad. Además, como ocurría con la saga de George R.R. Martin, en esta obra no hay uno, sino varios protagonistas, líneas argumentales que se cruzan y alejan.

 

En China se desarrolló “la literatura de la herida”, una generación de autores que elaboraron sus textos a partir de 1970 con distancia crítica hacia el maoísmo. La voz más reconocida es la del disidente Gao Xingjian, Premio Nobel de Literatura. Cixin no es una voz opositora dentro de China, pero, como Leonardo Padura, en Cuba, se anima de modo valiente a criticar (con sutileza) el sistema que rige en su país, sin tampoco dejar de criticar los excesos del capitalismo. En un reportaje que publicó The New Yorker en 2019 se narra su propia historia. Primero la de sus abuelos paternos quienes tuvieron dos hijos varones y ante el resurgimiento de una guerra civil, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, para que no desapareciera toda la familia, tomaron una decisión riesgosa: al primer hijo, al padre del autor, lo afiliaron al Partido Comunista; a su tío, al bando Nacionalista. Nunca más supieron de su tío. Luego, y he aquí la herida mayor, los padres del escritor debieron abandonar Pekín con “el gran Salto de Mao” luego de que su padre perdiera el trabajo. El pequeño Liu se mudó a vivir con sus abuelos y no vio a sus padres durante varios años.

 

Es cierto que la censura, la persecución ideológica y la atrocidad del régimen aparecen retratadas en El problema de los tres cuerpos, pero como un hecho del pasado, a través de un narrador omnisciente que sigue de cerca los pasos de una joven física que advierte los estragos que se cometen en el planeta en nombre de la defensa de un partido y de sus ideales económicos. “Los jóvenes no tienen mucho interés en aquellos años. No son nostálgicos como nosotros”, decía Cixin en una conversación con Jim Al-Khalili para la British Library.

 

Ricardo Piglia decía en las conferencias que brindó en la TV Pública que Jorge Luis Borges había creado la ficción especulativa. En este sendero se ubica Cixin que, como Borges, inventa libros, textos ficticios que tenían un impacto clave en la trama de sus relatos.

 

Entre las influencias confesas de Cixin se encuentran H.G. Wells, Arthur C. Clarke y Julio Verne, pero hay además otra que orbita en su obra y nuevamente aparece el nombre de Borges, obsesionado con los laberintos y espejos del universo. En Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico (Páginas de Espuma), David Roas indaga en un capítulo sobre la literatura fantástica después de la mecánica cuántica. Tras esta revolución emerge la pérdida de la certeza en la existencia de una única realidad objetiva; la realidad empieza a considerarse algo complejo, integrado por múltiples realidades simultáneas (también conocidas como multiversos). Esta idea que desarrolla Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, por ejemplo, aparece en El problema de los tres cuerpos. Aquí aparecen los videojuegos como mundos paralelos y simultáneos que constituyen no solo ámbitos lúdicos, pero sino vías de comunicación con otras dimensiones.

 

Ray Bradbury publicó en 1950 Crónicas marcianas, un libro de relatos que tradujo luego Borges. En estos cuentos aparecen varias líneas de pensamiento que retoma Cixin: el poder destructor del hombre de su propia naturaleza y del planeta, los extraterrestres retratados no como máquinas de matar, sino como seres capaces de tener empatía y sentimientos, y también el énfasis en las emociones y procesos humanos (los duelos, la alegría, la soledad, etc.) como catalizadores de eventos clave capaces de torcer el curso de la historia.

 

La distancia entre Oriente y Occidente —cultural, política, religiosa— se plantea en la novela, una distancia entre dos mundos que no se entienden y que se temen entre sí. Otros dos mundos aparecen en esta novela, pero no se quiere develar más el secreto de la trama en este artículo. Concentrados en esta guerra económica e ideológica, aislados los dos mundos, el ser humano revela su fragilidad, su falta de libertad, por un lado. Pero también el hombre es una criatura destructora. Cixin describe la desforestación brutal y la contaminación atroz que ha estado llevando a cabo el hombre, así como el uso de pesticidas y también el efecto dañino de las radiaciones que ocasionan las antenas y otros objetos construidos en pos del avance de un sector de la humanidad, como si el planeta no fuese uno solo. “¡Deshidrataos!” es uno de los términos y condenas que seguramente se impregnarán luego en la cultura popular.

 

En esta novela de ciencia ficción Cixin deja abierta la puerta para otra pregunta: ¿Existe Dios? “Si por Dios te refieres a un tipo de superconciencia fuera del universo, no sé si existe o no. La ciencia no ha aportado pruebas fehacientes ni en un sentido ni en otro”, escribe. La ciencia está en primer plano en esta novela, y nuevamente se pregunta Cixin cuán objetiva es la ciencia ¿La ciencia tiene ideología? ¿Cuáles son los límites de la ciencia? ¿Cuántas ciencias hay? ¿Hay una ciencia para Occidente y otra para Oriente?

 

La novela plantea varios dilemas. Uno de ellos es el “problema de los tres cuerpos” que postuló Henri Poincaré, y que no ofrece solución hasta el momento. ¿Es posible establecer matemáticamente la conducta del sistema solar, o, por el contrario, es posible que la Tierra pueda salir de su órbita y desaparezca de nuestro sistema planetario? El científico francés, “el profeta del caos”, como lo llamaron los matemáticos y físicos posteriores que bebieron de sus teorías, plantea que las órbitas del sistema integrado por la Tierra, la Luna y el Sol no siempre permanecen estables, o, dicho con otras palabras, que las leyes de la física no permanecen invariables a través del tiempo y el espacio. También aparece en la novela otro debates cuya respuesta fluctúa según la época y la sociedad en la que se debata: ¿Es la filosofía la que debe guiar los experimentos o son los experimentos los que deben guiar la filosofía?

 

¿Cómo adaptará Hollywood esta novela sinocéntrica que recorre la historia China y transcurre en China con personajes chinos? ¿Cuán libre será esta adaptación? ¿Cómo aparecerán retratados los “enemigos del sistema” en esta serie? Sin lugar a dudas Cixin ganará nuevos lectores, pero, ¿qué dirán los fanáticos?

 

Fuente: La Nación

https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-problema-de-los-tres-cuerpos-en-que-se-parece-a-borges-y-bradbury-nid19032024/

 

“Borges y el derecho”: ¿hasta dónde se puede interpretar la ley?

 


¿Existen varias versiones de la verdad? ¿Se puede narrar la justicia? Un laberinto entre la culpa, el castigo y el azar para perderse en la obra borgeana de la mano de Leandro Pitlevnik.

 

Por René Salomé

10 Mar, 2024

 

¿Qué entendemos por culpa y por castigo? ¿Cuántas versiones de la verdad se pueden dar en un proceso judicial? Así es "Borges y el derecho".

¿Qué entendemos por culpa y por castigo? ¿Cuántas versiones de la verdad se pueden dar en un proceso judicial? Así es "Borges y el derecho".

 

“Suponete que nos ponemos de acuerdo en dejar de lado a Borges, que es más o menos lo mismo que ponernos de acuerdo en dejar de lado el río y de un modo que no vacilaré en llamar platónico nos decidimos a cruzar al Uruguay de a pie, como si no hubiera agua”, escribió el argentino Ricardo Piglia en Respiración artificial.

 

La frase fue la elegida por el abogado Leonardo Pitlevnik para abrir su nuevo libro, Borges y el derecho, que aporta su contribución al género en constante expansión que conforman los libros titulados “Borges y...”.

 

“Pueden encontrarse libros sobre Borges y la física cuántica, Borges y las matemáticas, Borges y la filosofía, Borges y la música, Borges y la arquitectura -escribe el autor en la introducción, que puede leerse a continuación-. Las discusiones en torno al valor de sus obras, muchas veces confundidas con sus posiciones políticas o con opiniones vertidas en algún reportaje, han atravesado gran parte del siglo XX. Se le ha endilgado desde haber llegado al punto más alto de nuestra literatura hasta haber ignorado la realidad de la sociedad en la que escribía o haber sido expresión de la explotación de las clases sometidas”.

 

Borges y el derecho, editado por Siglo XXI, invita a sumergirse en textos del autor de Ficciones y El Aleph- algunos más célebres, otros menos transitados-, que iluminan qué entendemos hoy por culpa y por castigo, cómo leemos la ley o por qué condenamos un crimen. ¿Cuántas versiones de la verdad se pueden dar en un proceso judicial? ¿Qué límites tiene la interpretación de las leyes? ¿Cuánto merecemos un premio o un castigo y en qué medida lo que nos toca en la vida es fruto del azar? ¿Puede el derecho (o incluso el lenguaje) dar cuenta de los crímenes más atroces que la humanidad llegó a cometer?

“Borges y el derecho” (fragmento)

"Borges y el derecho", de Leonardo Pitlevnik, editado por Siglo XXI.

"Borges y el derecho", de Leonardo Pitlevnik, editado por Siglo XXI.

Mundo Borges

 

En los textos de Jorge Luis Borges se encuentran expresamente inscriptas y referenciadas la literatura universal, la historia argentina y, en ella, su propia historia familiar. Borges escribe sobre la muerte de Laprida, las montoneras, el gaucho perseguido, las peleas a cuchillo en una ciudad de Buenos Aires casi desaparecida, el retiro de San Martín de las luchas por la independencia o el breve escenario fingido de un velorio de Eva montado en un pueblo del Chaco. En la búsqueda de su propio linaje, que tanto ha sido señalada por la crítica, Borges a veces entrelaza la historia del país con la de su familia, en escenarios donde inserta a esos antepasados cuyos apellidos dan nombre a calles o ciudades argentinas (Laprida, justamente, es uno de los que hallamos en su árbol genealógico). A varios de ellos les dedicó poemas a lo largo de su vida.

 

Las ficciones de Borges nos llevan también a los relatos de Las mil y una noches, a un barrio de una ciudad de la India, a la ejecución de un poeta en una cárcel de Praga, a una mítica ciudad habitada por inmortales. El propio autor decía que en “La muerte y la brújula”, donde detectives y criminales centroeuropeos se persiguen en una ciudad francesa, se encuentra presente, en definitiva, el sabor de Buenos Aires y de Adrogué.

 

Se da el nombre de Borges a centros de estudio, salones de bibliotecas y espacios culturales diseminados por el mundo. Pueden encontrarse libros sobre Borges y la física cuántica, Borges y las matemáticas, Borges y la filosofía, Borges y la música, Borges y la arquitectura. Las discusiones en torno al valor de sus obras, muchas veces confundidas con sus posiciones políticas o con opiniones vertidas en algún reportaje, han atravesado gran parte del siglo XX. Se le ha endilgado desde haber llegado al punto más alto de nuestra literatura –­y ser fiel representante y agudo lector de lo que somos–­ hasta haber ignorado la realidad de la sociedad en la que escribía o haber sido expresión de la explotación de las clases sometidas.

 

Borges fue, además, un polemista, y se vio convertido en el referente de muchas de las discusiones estéticas e incluso políticas que él mismo definió. La gauchesca, el fin del ultraísmo, la identidad de lo argentino, la Segunda Guerra Mundial o el peronismo son algunos de los nudos de debate en los que participó desde el centro de la escena. Suele decirse que Borges define, categoriza y clausura la literatura argentina del siglo XIX, que cierra la línea europeísta y gauchesca y vuelve siempre a la discusión entre civilización y barbarie (al hacerlo, expande la discusión hacia el futuro, en función de las proyecciones de ese pasado sobre la vida política argentina).

 

Imposible, por último, no llegar con él también al derecho, un sistema que intenta construir un orden racional del mundo. Los humanos nos dictamos reglas destinadas a moldear determinado tipo de sociedad a la que decimos aspirar. Más autoritaria, más democrática, más o menos rígida; más o menos tolerante. El derecho consiste, en definitiva, en la práctica de imponer determinado orden o de gestionar los conflictos en función de un núcleo de ideales que la comunidad, presuntamente, comparte.

 

Desde esa perspectiva, quizá se vuelva más evidente por qué los relatos de Borges son herramientas útiles a las que recurrir para entender las maneras en que juzgamos, reprochamos, perdonamos. Italo Calvino señalaba que la escritura de Borges iba contra la corriente principal de la literatura mundial de su tiempo, que su escritura era “un desquite del orden mental sobre el caos del mundo”. Y, en definitiva, ¿no es eso lo que, en parte, se espera­ del derecho? Cuando pensamos, desde una definición clásica, en dar a cada cual lo suyo, en poner fin a iniquidades que no podemos tolerar o en castigar a quien ha cometido un hecho atroz, ¿no intentamos un desquite para preservar un modelo racional ante una realidad que lo pone en jaque?

Para el escritor Italo Calvino, la obra de Borges representaba “un desquite del orden mental sobre el caos del mundo”. (EFE)

Para el escritor Italo Calvino, la obra de Borges representaba “un desquite del orden mental sobre el caos del mundo”. (EFE)

Asomarse al derecho desde la ficción

 

Y ¿por qué debería la ficción ser un instrumento para entender mejor al derecho? Muchos relatos y novelas se han centrado­ en cuestiones relativas al crimen, la culpa o el castigo. Se ha dicho, por ejemplo, que Edipo Rey es la cabal representación­ de un proceso judicial; que La Orestíada de Esquilo representa el nacimiento del sistema de enjuiciamiento penal, o que El proceso de Kafka, es la representación de una forma de burocratizar esa obtención del conocimiento como instrumento de ejercicio del poder.

 

Pero hay algo más y es el hecho de reconocer en la narración de una historia un instrumento de normatividad: la historia que nos contamos es esencial para reglar un modelo social. Robert Cover refiere que las instituciones y las reglas existen gracias a narraciones que les dan un significado. Es así que detrás de una constitución hay una épica que le provee sentido, que construye un modo de pensar y ordena, así, el mundo.

 

En la Biblia, para nombrar uno de los textos fundantes por excelencia, primero se cuenta la creación, el diluvio, la torre de Babel, el sacrificio del hijo, la salida de Egipto y recién después de esas historias, todo un libro se dedica a enunciar preceptos, reglas, consejos y sanciones. Rashi, uno de los estudiosos de la Biblia y el Talmud más importantes de la cultura hebrea, deducía que, para fijar las normas, primero se requería de una historia que legitimara el derecho. En términos más básicos: para cumplir con las reglas, primero debemos creernos la historia en la que esas reglas se pretendenasentar.

 

En efecto, en las primeras páginas del Génesis se nos cuenta lo ocurrido con la primera norma, su infracción y su consecuente castigo. De allí se desprende la historia del mundo. Ya no es el relato el que funda el derecho, sino que el derecho es el objeto de la narración. Dios le dijo a Adán que le estaba permitido comer de todos los árboles menos del árbol del conocimiento del bien y del mal. El día que lo hiciera, moriría. La infracción se comete por la intervención persuasiva de una serpiente.

 

Detengámonos sobre este punto para observar la conjunción de narración y derecho: construimos nuestra cultura a partir de la historia de una serpiente que habla y de la sanción recibida por haberle hecho caso. El animal fue maldito, condenado a arrastrarse sobre su vientre, comer polvo y vivir enemistado con la mujer y sus descendientes. Eva fue condenada a parir con dolor, orientar su deseo hacia el hombre y vivir dominada por él. Adán fue sentenciado a ganarse el alimento del campo con el sudor de su frente. Luego, Dios los echó del Edén, y dispuso que querubines con espadas de fuego impidieran su entrada para que no pudieran comer del árbol de la vida.

 

De los versículos que narran esa historia se han derivado infinidad de interpretaciones: ¿qué quiso decir Dios con que morirían en el día que comieran el fruto prohibido? ¿Dios en verdad interpretó la norma que había dictado y fijó una pena visiblemente menor que la que había estipulado? ¿Qué significa conocer el bien y el mal? ¿Se refiere a adquirir una moralidad, conocer todo, tener noción de su desnudez, separarse de Dios de forma definitiva? ¿Qué debe entenderse por desnudez? ¿Cuál es el sentido de la infracción y por qué afectó a las generaciones siguientes? ¿Es posible señalar la historia de esta desobediencia como base fundante de la misoginia o la represión sexual? ¿Por qué el trabajo es un castigo?

 

Quien se encuentre habituado a leer sentencias judiciales o libros de derecho sabe que esas preguntas son equiparables a las que inundan los sistemas interpretativos con los que los juristas intentan desentrañar el sentido de un texto legal: el análisis de la historia, de las palabras utilizadas, los antecedentes, el contexto, su función dentro del sistema, qué quiso decir el legislador cuando mandó esto o prohibió aquello.

 

En términos políticos, quienes ejercen el poder suelen requerir del mundo de las letras la creación de un soporte narrativo. Augusto encomendó a Virgilio la escritura de un texto épico que construyera un origen y destino de gloria al imperio que había fundado luego de la muerte de César. La Eneida fue una epopeya “por encargo”, para dar sustento narrativo a la grandeza de Roma. En “El espejo y la máscara”, Borges cuenta la historia de un rey que llama al poeta para encargarle un poema que narre de manera definitiva sus hazañas: “Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿Te crees capaz de acometer la empresa que nos hará inmortales a los dos?”.

 

Borges escribió varias veces que, de haber elegido a Facundo en lugar de a Fierro, nuestra historia habría sido otra y mejor. Deberíamos tener en cuenta que, de algún modo, también elegimos a Borges como un personaje central, con una proyección más allá de nuestras fronteras. Esa elección también podría ser pensada en función de la imagen que nos devuelve de nosotros mismos. ¿Qué podemos encontrar en sus obras que nos ayude a entender quiénes somos? Y si retomamos el argumento de Saer, ¿cuánto más podemos saber de nosotros a partir de sus ficciones?

 

Proyectándose a un universo algo más acotado, este libro intenta pensar el modo en que concebimos la justicia, leemos la ley o condenamos un crimen, a partir de los universos que desplegaban y despliegan esos libros de tapas blandas coloridas, marcados y subrayados, que le compraba a un librero en la entrada de una galería que ya no existe.

 

Fuente: Infobae

https://www.infobae.com/leamos/2024/03/10/borges-y-el-derecho-hasta-donde-se-puede-interpretar-la-ley/