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miércoles, 27 de abril de 2022

De qué hablaron Borges y Susan Sontag en la Feria del Libro de Buenos Aires


                  Un encuentro histórico. Fue en Buenos Aires, en 1985.

En esa charla descubrieron su pasión compartida por la literatura japonesa, imaginaron qué libro llevarían a una isla desierta, y el argentino planteó qué títulos salvaría de su obra completa. Pero sobre todo, se divirtieron

 

Verónica Abdala

22/08/2019

 

Entre los escritores que influyeron en la formación literaria de Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004), Jorge Luis Borges (Buenos Aires 1899-Ginebra, 1986) ocupaba un lugar preferencial: la autora y pensadora estadounidense afirmaba que, inspirada en su obra, que había frecuentado en sus años de estudiante, había llegado a la idea de que es posible intercalar fragmentos ensayísticos en un texto de ficción.

 

La relación entre dos personalidades y experiencias de vida tan diferentes es bastante lógica: cuando Sontag se dedicaba con disciplina y fervor a su carrera universitaria, en los Estados Unidos, Borges ya era un autor consagrado que dictaba conferencias por todo el mundo y se estudiaba en las cátedras de literatura anglosajona como un escritor de lengua inglesa.

 

En 1985, tuvieron la oportunidad de encontrarse cara a cara y conversar, en la Feria del Libro porteña. A la hora de aceptar el viaje, ella supo que disfrutaría especialmente el encuentro con el escritor. Y a la luz de los años, ese intercambio resultaría histórico: una pieza que sigue reproduciéndose en los medios y en los libros, como una prueba tangible del chispazo que se produjo entre ambos.

 

En el marco de esa charla descubrieron su pasión compartida por la literatura japonesa ("que quiere retener el instante", propuso Borges), imaginaron qué libro llevaría cada uno a una isla desierta, y el argentino planteó qué títulos salvaría de su obra completa. Pero, ante todo, se divirtieron: lejos de la solemnidad, el encuentro les demostró cuánto tenían en común, más allá de las diferencias más evidentes. "Usted siempre comunica en primer lugar ese amor generoso por la literatura", le dijo Sontag. El respondió que lo movía el placer de la escritura, aunque publicar le parecía "una imprudencia". Convinieron: "Es hermoso olvidar".

 

La charla

 

Susan Sontag: Quisiera contar algo… Me quedaré una semana en Buenos Aires y, naturalmente, estoy muy feliz por haber sido invitada a participar en la Feria del Libro y poder, de esta forma, conocer Argentina. Pocos días antes de viajar, recibí una llamada de un periodista a quien el Departamento de Estado de los EE. UU. le había solicitado que me entrevistase. Él me preguntó: "¿Cómo se siente respecto a su viaje a Argentina?". Le dije que estaba extremadamente feliz, siempre había esperado con ansiedad la posibilidad de conocer Argentina; entonces, para mi sorpresa e intranquilidad, me dice: "¿Por qué precisamente Argentina?", a lo que respondí: "Porque siempre he querido conocer la tierra de Borges".

 

El periodista rió nerviosamente y dijo: "Sí, sí, claro, es un gran escritor, ¿pero existe alguna otra razón por la cual esté tan feliz de viajar?". Sentí entonces que me estaba portando muy mal, y que debía ponerme seria por un momento, así que agregué: "Bueno, también quiero ir a Argentina para expresar mi admiración por el regreso del país a la democracia". Por supuesto, siento la primera razón con mucha más fuerza, ya que Borges no solamente es un escritor conocido por todos, sino también muy admirado por otros escritores. Nos ha enseñado muchos nuevos trucos, cosa que apreciamos mucho, ya que esos nuevos juegos que aprendimos luego los podemos aprovechar. Quizás no sea tan fácil para Borges estar en esta posición. En una entrevista, una vez dijo algo que quisiera citar: "Me he cansado mucho de laberintos, tigres, espejos, especialmente cuando son otros los que los usan". Y luego agregó (y esta es la parte que me encantó, porque Borges sabe sacar ventaja de la desventaja): "Esa es la ventaja de tener imitadores: tanta gente está haciendo lo que yo hacía, que ya no es necesario que yo lo haga". Quisiera, pues, cederle la palabra a Borges, para que explique qué ha significado para usted esa influencia que ha ejercido sobre tantos escritores, aunque no sé si realmente la imagina, ya que cuando habla siempre es tan modesto respecto a su propia obra.

 

Jorge Luis Borges: No, no soy modesto, soy lúcido simplemente. Me asombra ser conocido, jamás pensé en eso. Y me llegó después de bien cumplidos los cincuenta años, la gente me notó y dejé de ser el hombre invisible que había sido hasta entonces. Ahora a estoy acostumbrado a ser visible, pero siempre me cuesta un esfuerzo terrible. En realidad, estoy muy asombrado de la generosidad de todos; a veces pienso que soy una especie de superstición, aunque bastante difundida ahora. Pero en cualquier momento pueden descubrir que soy un impostor; en todo caso, soy un impostor involuntario. Está bien, vamos a mantener esta ficción en la cual yo soy un buen escritor, pero ya que es un juego, juguémoslo entre todos, siempre que no lo tomemos demasiado en serio.

 

S.: Una de las cosas que amo en usted como figura literaria… B.: Desgraciadamente, soy una figura literaria.

 

S.: [Riendo.] Bien, lo que quería decir es que usted está ansioso por darse a la admiración…

 

B.: No, la admiración no. Lo que yo quería es la amistad y la indulgencia de todos.

 

S.: Usted habla a menudo con admiración de otros escritores, sobre todo de los escritores del pasado…

 

B.: Y sobre todo del pasado americano, al que yo tanto le debo. Si pienso en Nueva Inglaterra, en la cantidad de gente valiosa que New England ha dado al mundo (quizás los astrólogos sepan algo de esto) y comienzo a enumerarlos, ahí están Emerson, Melville, Thoreau, Henry James, Emily Dickinson y tantos otros. Si no hubieran existido ellos, no existiríamos nosotros, que somos de alguna manera una proyección de aquella constelación de Nueva Inglaterra.

 

B.: Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo.

 

    “Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo”

    "Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo"

  

 

S.: Pero en un principio usted estaba interesado en la literatura inglesa.

 

B.: Sí, pero la primera novela que leí en mi vida fue Huckleberry Finn, de Mark Twain. Y luego leí La conquista de México y del Perú, de Prescott. Y sigo continuamente agradecido, continuamente recibiendo y tratando de no ser del todo indigno con mis maestros. Yo pienso que en un escritor influye todo el pasado, no sólo un país o un idioma, sino también los escritores que no ha leído, aun los que le llegan por parte del idioma, ya que el idioma, como lo ha dicho Croce, es un hecho estético, y ese idioma es la obra de miles de personas. Yo he perdido mi vista en el año 1955, y desde entonces me dedico más a releer que a leer. La relectura es una actividad que considero muy importante, ya que uno renueva el texto: el libro y uno, ya no somos lo mismo en el momento de la relectura. Como dijo Heráclito: "Nadie se baña dos veces en el mismo río". El río fluye, y Heráclito también fluye, y yo soy ese viejo Heráclito bañándome no en ese mismo río, sino en otro, agradeciendo la frescura de esas aguas.

 

S.: Nadie lee dos veces el mismo libro.

 

B.: Es cierto.

 

S.: La actitud que usted expresa y que yo comparto absolutamente ya no es tan común, dado que mucha gente lo que ansía es la originalidad.

 

B.: Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, apenas, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz, y basta con eso.

 

"Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, apenas, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más", pensaba el escritor.

 

S.: ¿Hay alguna otra literatura, aparte de la inglesa y la americana, que le interese?

 

B.: Sí, sobre todo la literatura escandinava, las sagas, las eddas islandesas… bueno, toda literatura es preciosa. Imaginarse el mundo sin Verlaine, por ejemplo, sin Hugo, sería muy triste, imposible. Pero ¿por qué abstenernos de algo? ¿Por qué ser un asceta de las bibliotecas? Las bibliotecas nos ofrecen una continua felicidad, una felicidad accesible. Quizá, si yo fuera Robinson Crusoe, el libro que llevaría a mi isla sería la Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell, quizá me bastara con eso. Aun- que si me dejaran llevar una enciclopedia sería mucho mejor, ya que para un hombre ocioso y curioso como yo, la mejor lectura es la de una enciclopedia. Está la más antigua de todas, la de Plinio, o también las modernas, como la Británica o la Europea, pero todas son preciosas.

 

S.: Si yo estuviera en una isla desierta no me llevaría precisamente la Historia de la filosofía de Bertrand Russell, ya que pienso que es una historia filosófica muy superficial.

 

B.: Sí, pero como yo soy un lector muy superficial…

 

S.: [Riendo.] Bueno, si pienso que usted la ve como una obra de ficción…

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B.: Es que la filosofía es una ficción, el mundo entero es una ficción; yo, sin duda, soy ficción…

 

S.: Pensé que diría eso… B.: Sí, no soy muy asombroso… pero ¿cuál es el libro que usted llevaría a una isla?

 

S.: Pienso que llevaría el Roger’s Treasure…

 

​ B.: Una excelente elección, sin duda.

 

"Las bibliotecas nos ofrecen una continua felicidad, una felicidad accesible", planteó el autor de El Aleph.

 

S.: ¿Qué tipo de literatura le gustaría hacer ahora?

 

B.: La que hago. Estoy escribiendo poemas y cuentos cortos; no me gustan pero siento una necesidad

 

S.: Para mí, publicar lo que escribo es una forma de deshacerme de aquello que me obsesionaba íntimamente de hacerlo, si no siguen persiguiéndome; pero una vez escritos, puedo pasar a otra cosa. Acabo de publicar un libro que se llama Los conjurados que reúne unas treinta o cuarenta piezas cortas, no sé si buenas o demasiado ambiciosas.

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S.: A usted siempre le han gustado más las formas cortas que las largas.

 

B.: Bueno, como decía Poe, no existe tal cosa como un poema largo.

 

S.: Pero existe algo así como una historia larga, eso que llamamos novela.

 

B.: Sí. Pero por lo general yo he sido derrotado por el género. Salvo en el caso de El Quijote, de Conrad o de Dickens, las novelas más famosas, como las de Thackeray o Flaubert, me han derrotado. Lo siento…

 

S.: Una de las cosas más sorprendentes es nuestro común interés por la literatura japonesa.

 

B.: Sí. Yo estoy tratando de estudiar japonés, pero es un lenguaje tan complejo que nuestras lenguas occidentales son al japonés lo que el guaraní es al castellano. Es un idioma lleno de matices, por eso uno puede leer diversas traducciones de los haikus y son completamente distintas entre sí, pero al mismo tiempo todas son fieles, ya que los originales son sabiamente ambiguos, como los textos de Henry James.

 

S.: Una de las cosas que me interesan de la literatura japonesa es su pasión por la miniaturización.

 

B.: Y el valor del instante, que es lo que salta a la vista en el haiku, como si quisieran atrapar el instante. También he notado la ausencia de metáforas, como si los japoneses sintieran que cada cosa es única, que nada puede compararse con nada. En cambio, el contraste sí existe, eso abunda. Recuerdo un haiku muy hermoso que dice: "Sobre la gran campana de bronce se ha posado una mariposa". La perdurable campana y la suave, efímera, mariposa: basta con ese contraste, ambas cosas no se comparan.

 

S.: Lo que usted diría es que la acción de una metáfora sería prolongar algo más allá de un instante.

 

B.: Claro, sería lo contrario del objetivo de la literatura japonesa, que quiere retener el instante.

 

S.: Quizá lo que más me atrae de la literatura japonesa es una forma muy particular, que parece muy moderna y sin embargo es muy antigua: consiste en un libro hecho por notas tomadas en distintas época. Pienso que todo escritor está buscando siempre una forma ideal, especialmente escritores como Borges o como yo, que siempre intentamos formas distintas expresando una continua insatisfacción por la fórmula única. La forma ideal en mi imaginación sería aquella en la cual podría poner todo: cada día, al sentarme a escribir lo que necesitase, todas las palabras se amoldarían a esta forma única. Pensemos que sólo tenemos libros de notas o dietarios en la literatura occidental realiza- dos en los últimos cien años, en tanto que el ejemplo japonés más conocido data del siglo XI. ¿Usted alguna vez tuvo interés en llevar un diario?

 

B.: No. Soy demasiado haragán para ese género. Escribir todos los días no puedo, cada día soy más haragán.

 

B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena, quizá La cifra también.

 

S.: Sin embargo, volvió a escribir mucho.

 

B.: Bueno, todo lo que yo publico, por imperfecto que parezca, presupone diez o quince borradores anteriores. Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo.

 

S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándose de lo difícil que es escribir…

 

B.: No. Lo terrible sería no escribir. Para mí sería imposible.

 

S.: Está muy claro que Borges es una excepción. Usted siempre comunica en primer lugar ese amor generoso por la literatura, y también evoca constantemente el placer del principio, tanto cuando habla de la escritura como de la lectura. Pienso que es un correctivo fantástico para la tremenda autocompasión de tantos escritores. Creo que ser escritor es una vocación muy rara, muy extraña. Casi todos los escritores que conozco, y me incluyo, sabían desde muy temprana edad que querían serlo.

 

"Usted siempre comunica en primer lugar ese amor generoso por la literatura", le dijo Sontag.

 

B.: Bueno. Conrad y De Quincey al menos lo sabían, y yo, sin compararme con ellos, siempre supe que mi destino serían las letras, como escritor o como lector, pero estaría unido a la literatura.

 

S.: ¿Imaginó alguna vez los libros que publicaría?

 

B.: No, nunca pensé en ello. Pensé en el placer de leer y en el placer de escribir, pero en publicar no. Jamás.

 

S.: ¿Cree usted que pudo haber sido un escritor como Emily Dickinson, que no publicó en vida?

 

B.: Sí, pero cometí esa imprudencia. En una ocasión le pregunté a Alfonso Reyes por qué publicamos, y Reyes me contestó: "Publicamos para no tener que pasarnos la vida corrigiendo borradores". Creo que tenía razón; cada vez que se publica un libro mío yo no me entero de qué es lo que ocurre con él, no leo absolutamente nada acerca de lo que se escribe sobre él. Ni sé si se vende o no. Trato simplemente de soñar con otras cosas y escribir un libro distinto, pero generalmente me salen muy parecidos al anterior.

 

S.: Una vez le preguntaron a Valéry como sabía cuándo se terminaba el poema, y contestó: "Cuando viene el editor y se lo lleva".

 

B.: ¡A mí siempre me asombra tanto cuando se habla de edición definitiva! ¿Cómo puede ser que un autor no pueda arrepentirse de un punto incómodo o un adjetivo? Es absurdo.

 

S.: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he escrito…

 

B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena, quizá La cifra también; pero lo demás puede y debe olvidarse.

 

S.: [Riendo.] Cuando releo lo que he escrito (trato de hacerlo lo menos posible) me siento muy deprimida, o porque creo que es malísimo y me duele que exista o porque pienso que es muy bueno y que nunca más podré escribir algo como eso. Pero no soy tan fuerte como usted, ya que no puedo imaginar- me escribir sin publicar: para mí la publicación es una forma de deshacerme de aquello que me obsesionaba. Todo el proceso de la escritura está en función de una metáfora hidráulica en la cual yo tengo que mantener los grifos abiertos, y si lo produzco, me tengo que deshacer del libro, y la única forma de lograrlo es publicando.

"Contra la interpretación", de Susan Sontag

 

B.: Cuando publica, luego cambia de tema ¿no?

 

S.: No sólo cambio de tema sino que generalmente también cambio de opinión, lo cual a veces resulta bastante incómodo, porque la actitud seria, adulta, responsable, exige estar quieto detrás, respaldando lo que uno ha producido.

 

B.: Y la actitud comercial, también… S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándosede lo difícil que es escribir

 

S.: No, no creo que sea la actitud comercial. Existen libros míos publicados hace veinte años, por ejemplo, y si ahora me encuentro con un joven que me está leyendo por primera vez a través de ese libro, me sentiría muy poco amable, muy grosera si le dijera que eso que está leyendo y que escribí yo, ya no me interesa. Y no es culpa de nadie que la vida pase, que haya un nacimiento o que un ser querido haya muerto. Esto no significa que no me sienta contenta si están leyendo mis libros, sino que ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de los libros publicados, descartarlos. Es una especie de convicción esquizofrénica, porque hay una parte mía que dice sí, que quiere que mis libros continúen siendo leídos, pero hay otra parte: la parte creativa, la parte de donde proviene la escritura. La primera parte, si podemos llamarle así, es el lector, y yo también soy lectora, pero mi parte de escritora, que está más anticipada, más limitada, más pervertida, no está interesada en mis libros. Entonces, me intereso solamente por lo que estoy escribiendo ahora o por lo que voy a escribir cuando termine esto que estoy haciendo ahora. Si he hecho algo, siempre quiero contradecirlo, y me siento libre de contradecirlo ya que yo lo he hecho: cierta postura que pude haber adoptado en un momento, con total honestidad y habiéndola meditado seriamente a su hora, bueno, de pronto la veo distinta. Esto hace que yo no sea muy buena hablando de mis propias obras y por ello me gusta más hablar acerca de la obra de otros escritores. La gente dice de mí que soy demasiado modesta porque no me gusta hablar de mis libros y sí de los otros, pero siempre debo aclarar que no se trata de una cuestión de modestia, sino que, con toda honestidad, no sé hablar de mis libros. Es como si no pudiese estar fuera y dentro a la vez. ¿Tiene usted alguna experiencia de ese tipo?

 

B.: No sé, yo nunca releo lo que he escrito, lo olvido fácilmente…

 

S.: Es hermoso olvidarse ¿no?

 

B.: Una purificación.

 

S.: Pero parece ser que es a la propia obra a la que uno no puede acceder como a la obra de otro. La gente siempre me pregunta: "¿Cómo distingo yo entre literatura y otros libros?", ya que, por supuesto, la mayoría de lo que aparece en forma de libro no es literatura, sino 'productos en forma de libros. Pienso que la definición más simple de qué es la literatura viene dada por la necesidad de relectura que el libro en cuestión puede suscitar. Luego se transforma en una especie de familia del discurso, en el cual uno pasa a formar parte del mismo.

 

    “La mayoría de lo que aparece en forma de libro no es literatura, sino 'productos' en forma de libros. Pienso que la definición más simple de qué es la literatura viene dada por la necesidad de relectura que el libro en cuestión puede suscitar”

    "La mayoría de lo que aparece en forma de libro no es literatura, sino 'productos' en forma de libros. Pienso que la definición más simple de qué es la literatura viene dada por la necesidad de relectura que el libro en cuestión puede suscitar"

 

B.: En el caso de la poesía tiene que ser ligeramente misteriosa, me parece, tiene que haber algo en las cadencias, no puede ser explicable…

 

S.: ¿Qué piensa Borges de las diferencias entre prosa y poesía? Yo siempre sospecho de todas las dicotomías, no creo que puedan ser divididas en dos cosas. Es lo que ocurre con términos como 'izquierda' y 'derecha': tan pronto se observan un poco a fondo, cualquier diferencia se derrumba.

 

B.: Yo creo que la diferencia esencial está en el lector, no en el texto. El lector, ante una página en prosa espera noticias, información, razonamientos; en cambio, el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse. En el texto no hay ninguna diferencia, pero en el lector sí, porque la actitud del lector es distinta.

 

S.: Yo podría adoptar la posición opuesta: si Dante es poesía, ciertamente hay mucha información, mucho argumento en su obra; si Kafka es prosa, no hay información ni noticias. Yo creo que la diferencia no está en la cantidad de información que pueda tener un texto, o si tiene un argumento o no.

 

B.: No, no, yo no he dicho eso. He dicho que lo que el lector busca es una cosa, pero no que los libros sean genéricamente distintos. Por ejemplo, creo que un clásico no es un libro escrito de cierto modo sino leído de un cierto modo.

 

S.: Entonces, ¿usted cree realmente que existen diferentes tipos de lectores?

 

B.: La originalidad es imposible, cada escritor puede tener una nueva entonación, aportar un nuevo matiz, pero nada más.

 

B.: Tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo. Del mismo modo que pienso que cada página de poesía o prosa es única.

 

S.: Nosotros hemos dedicado tanto tiempo a la lectura que me asombro cuando otro escritor me pregunta: '¿Cómo encuentra usted tiempo para leer?'. Existe la tendencia a convertirse en una máquina de producción, de tal modo que este puede llegar a ser el motivo central de su vida y entonces, la lectura se convierte en una distracción, o sea, 'distrae' de esa productividad que debe poseer al escribir. A veces también pienso que lo que más me gustaría sería no escribir, ya que es con la lectura como disfruto total y absolutamente, pero en ocasiones me digo: 'Bueno, no puedo estar leyendo todo el tiempo, es mejor que escriba un poco'. Cuando hablo de la lectura, no me refiero a que me perjudique para escribir, sino que para mí constituye un placer. No sé, parecería que leer es mucho más sencillo que ver la televisión…

 

B.: ¡Es que es mucho más difícil ver la televisión! A mí, por suerte, la ceguera me defiende.

 

S.: [Riendo.] Estoy totalmente de acuerdo con usted, Borges. Debemos aumentar la comunidad de lectores.

 

B.: Sí. Porque es una especie en vías de extinción. Escritores, sí, quedan muchos, pero lectores casi ninguno. Fundaremos la Secta de los Lectores, una sociedad secreta de lectores. 

 

Fuente: Clarín

https://www.clarin.com/cultura/hablaron-borges-susan-sontag-feria-libro-buenos-aires_0_3dvRhoghf.html

miércoles, 27 de mayo de 2020

Susan Sontag y su asombrosa carta a Borges




Susan Sontag, famosa escritora norteamericana, admiraba tanto a Jorge Luis Borges, que decidió escribirle una carta para agradecer cada enseñanza que aprendió en las obras del escritor argentino.
 
Susan escribió la carta el 13 de junio de 1996. 10 años después de la muerte de Borges. El texto se consideró un ensayo. Afortunadamente podemos leer esta magnífica obra:

    Querido Borges:

    Dado que siempre situaron su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. Si alguna vez un contemporáneo pareció destinado a la inmortalidad literaria, ése fue usted. Fue en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, supo cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que parece del todo milagroso. Esto tenía algo que ver con la amplitud y la generosidad de su atención. Fue el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores, así como el más ingenioso. Algo tuvo que ver asimismo con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo más bien largo, perfeccionó las prácticas de la exigencia y la indiferencia que también lo convirtieron en un experto viajero mental a otras eras. Tuvo un sentido del tiempo diferente del de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro parecían nimios bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo así como “el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado”. Eso, por supuesto, era parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores. Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia.

    Fue un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no precisaba de indignación. Más bien, tenía que ser inventivo… y usted era, sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia de la identidad que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró que no es necesario ser infeliz, aunque se pueda ser completamente esclarecido y desengañado sobre el terrible estado de todo. En alguna parte usted dijo que un escritor –delicadamente agregó: todas las personas– debe pensar que toda cosa que le sucede es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)

    Usted ha sido un gran recurso para otros escritores. En 1982 –es decir, cuatro años antes de su muerte– dije en una entrevista: “En la actualidad no hay otro escritor que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el escritor vivo más importante… Muy pocos de hoy no han aprendido de él o lo han imitado”. Eso sigue siendo cierto. Todavía seguimos aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando.

    Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al tiempo que proclamaba una y otra vez nuestra deuda con el pasado, sobre todo con la literatura. Afirmó que le debemos a la literatura casi todo lo que somos y lo que hemos sido. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos ofrecen el modelo de la propia trascendencia. Algunos creen que la lectura es sólo una manera de evadirse: una evasión del mundo diario “real” a uno imaginario, al mundo de los libros. Los libros son mucho más. Son una manera de ser del todo humano.

    Lamento tener que decirle que los libros en la actualidad son considerados una especie en extinción. Por libros también quiero decir las condiciones de la lectura que posibilitan la literatura y sus efectos en el espíritu. Pronto, nos dicen, tendremos en “pantallas-libros” cualquier “texto” a nuestra disposición, y se podrá cambiar su apariencia, formularle preguntas, “interactuar” con él. Cuando los libros se conviertan en “textos” con los que “interactuamos” siguiendo criterios utilitarios, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisada regida por la publicidad. Éste es el glorioso futuro que se está creando, y que nos prometen, como algo más “democrático”. Por supuesto, ello implica nada menos que la muerte de la introspección… y del libro. Esta vez no habrá necesidad de una gran conflagración.

    Los bárbaros no tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, créame que no me satisface quejarme. Pero ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros –de la lectura misma– que a usted?

    Todo lo que quiero decir es que lo echamos de menos. Yo lo echo de menos. Su influencia decisiva continúa. La época en que ahora estamos entrando, este siglo 21, pondrá a prueba al espíritu de maneras nuevas. Pero, se lo aseguro, algunos no vamos a abandonar la Gran Biblioteca.

    Y usted seguirá siendo nuestro patrono y nuestro héroe.
    Susan Sontag



Fuente: You Tube

domingo, 30 de enero de 2011

Diálogo J L Borges - Susan Sontag en la Feria del Libro 1985


Elogio de la lectura

Fue hace 25 años en Buenos Aires, pero el diálogo entre Sontag y Borges no ha perdido vigencia ni el brillo que sólo da el talento.


En 1985, cuando comenzaba la primera edición de la Feria del Libro de Córdoba, se produjo en la 10ª edición de la Feria del Libro de Buenos Aires un encuentro público memorable, entre Susan Sontag y Jorge Luis Borges. Ese encuentro fue presentado como la “reunión de dos de las mentes más brillantes del siglo 20”.



Ante un público que los ovacionaba y casi impedía la continuidad del diálogo, Susan Sontag (intelectual estadounidense, escritora, artista, directora de cine y teatro, militante de los derechos humanos), recibió con una reverencia a nuestro Jorge Luis Borges y le recordó otra reunión similar en Nueva York: “Aquí estamos otra vez como Laurel y Hardy, representando nuestro número”, y de allí en más se transformaron en cómplices, más que por la lucidez y universal originalidad de sus mentes, por la apasionada relación de ambos con la lectura.

Hace un cuarto de siglo en esa feria se empezaba a hablar del fin del libro. Sontag y Borges no se dieron por aludidos porque estaban leyendo.



–Susan Sontag: Creo que ser escritor es una vocación muy extraña. Casi todos los escritores que conozco, incluso yo misma, sabían desde muy temprana edad que querían ser escritores, desde los seis o siete años.

–Jorge Luis Borges: Yo siempre supe que mi destino era literario, no sé si escritor, pero sí lector; es más grato, siempre lo supe.

–SS: ¿Usted se imaginaba los libros que iba a escribir?

–JLB: No, nunca pensé eso... pensaba en el placer de leer, en el placer de escribir, pero en publicar, no, jamás.

–SS: ¿Cree que hubiera podido ser un escritor como Emily Dickinson, que no publicó nunca durante toda su vida?

–JLB: Sí, pero he cometido la imprudencia de publicar (risas). Estoy de acuerdo, desde luego, con el destino envidiable de Emily Dickinson. Si uno no publica, me dijo Alfonso Reyes, corremos el riesgo de pasarnos la vida corrigiendo borradores. Creo que tenía razón. Pero yo, por ejemplo, publico un libro y no leo nada de lo que se escribe sobre él; no sé si se vende o no, trato de soñar otras cosas, un libro distinto... Pero generalmente me salen parecidos al anterior.

–SS: Alguna vez le preguntaron a Paul Valéry cómo hacía para saber cuándo estaba listo un poema y Valéry le respondió: “Cuando viene el editor y se lo lleva, porque siempre podría mejorarlos o cambiarlos”.

–JLB: A mí me asombra tanto que se hable de edición definitiva... ¿Cómo puede saber el autor que no se va a arrepentir de un punto o de una coma, o de un adjetivo? Es absurdo eso de edición definitiva. ¡Cómo edición definitiva, si el idioma va cambiando también!

–SS: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he escrito.

–JLB: Yo quisiera destruir todo lo que he escrito (risas) pero... podría salvar algún libro: El libro de arena , lo demás podría olvidarse. Bueno, quizás La cifra también, lo demás puede y debe olvidarse, sobre todo las Obras Completas (risas).

–SS: ¿Tiene favoritos, entonces?

–JLB: Sí.

–SS: Cuando vuelvo a leer lo que he escrito, trato de hacerlo lo menos posible, obligada por las reediciones. Me siento muy deprimida porque creo que fue malísimo y me avergüenzo de que exista. O, por lo contrario, pienso que fue tan bueno que no voy a volver a escribir algo tan bueno.

–JLB: A mí me pasa también sentir envidia, decir: ¡Ojalá yo hubiera escrito eso!

–SS: Creo que mi imaginación no es tan fuerte como la suya, porque no puedo siquiera imaginarme escribir sin publicar. ¿Usted puede imaginárselo?

–JLB: Yo publiqué mi primer libro a los 24 años, pero no pensé en la venta ni en darlo a conocer a los diarios...

–SS: Para mí, la publicación es una forma de deshacerme de ellos; de no tener que corregirlos más. Es decir que yo tengo que mantener los caños destapados, entonces los publico y no pienso más en ellos.

–JLB: Lo que yo hago es cambiar de temas.

–SS: No sólo cambiar de temas sino también de opinión; lo cual es bastante incómodo, pues la actitud adulta responsable es estar parado siempre detrás de lo que uno ha escrito, respaldándolo.

–JLB: Esa es una actitud comercial, sobre todo.

–SS: No, no creo que sea comercial. Existen libros míos publicados hace 20 años y si algunos los leen no es culpa de nadie que el tiempo haya pasado. Si veo a un joven que lee un libro que escribí 20 años atrás, me sentiría muy poco amable diciéndole que eso ya no me interesa. Eso no significa que no esté contenta porque se están leyendo mis libros. Sólo siento que algunos ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de mis libros. Es una especie de posición esquizofrénica, porque una parte mía quiere que sigan siendo leídos, pero hay otra parte que es la creativa, entonces me interesa lo que estoy escribiendo ahora o lo que haré en el futuro. También me pasa que cuando hago algo tengo la necesidad de contradecirlo y me siento libre de contradecirlo porque ya lo hice. Por ejemplo, una postura que pude haber tomado, con total honestidad, de pronto la veo distinta; es por eso que me gusta más hablar de las obras de otras personas. ¿Está de acuerdo con algo de esto?

–JLB: Yo nunca releo lo que escribo, es más: me olvido, es como una purificación.

–SS: Es que parece que uno no tiene el mismo acceso a las obras propias como a las de los otros. Para mí, la definición de un libro importante es que se necesita leerlo más de una vez.

–JLB: Sí, sí... los otros son simulacros.

–SS: Claro, la definición que doy a la buena literatura es el volver necesariamente a esos libros, hacer una especie de familia con ellos, un discurso en donde uno es parte.

–JLB: En el caso de la poesía, ésta tiene que ser ligeramente misteriosa, no puede ser explicable; si el poema puede ser explicado casi no es poesía. Tiene que haber algo en las cadencias...

–SS: ¿Qué piensa de la diferencia entre prosa y poesía? Yo soy un poco incrédula de las dicotomías; ni bien uno mira profundamente, las distinciones se derrumban...

–JLB: No yo creo que la diferencia no esté en el texto, sino en el lector; el lector que lee una página en prosa espera razonamientos, noticias, informaciones; pero el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse antes que nada.

–SS: Yo voy a tomar la postura opuesta, porque por ejemplo, si Dante es poesía ciertamente también es argumento e información; si Kafka es prosa no hay en él ni noticia ni información. Yo no creo que la distinción es entre lo que tenga información y argumento y lo que no.

–JLB: Yo no he dicho que lo que mejor busca el lector es una cosa... Por ejemplo un clásico, no es un libro que esté escrito de un modo, es un libro leído de un cierto modo, con más respeto.

–SS: Entonces cree usted definitivamente que la diferencia radica en los lectores, en la diferencia entre ellos.

–JLB: Claro, tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo...

–SS: ¿Qué dice usted cuando alguien le dice que quiere ser escritor?

–JLB: Le digo que sea lector, que es mucho más grato.

–SS: Sí, especialmente a la gente haragana, ¿no?

–JLB: Yo soy haragán (risas).

–SS: Nosotros, Borges, nos pasamos gran parte de nuestra vida leyendo...

–JLB: Es lo más prudente que se puede hacer...

–SS: Yo me asombro cuando mis colegas me preguntan de dónde saco el tiempo para leer.

–JLB: ¿Para qué sirve el tiempo sino para leer? (risas).

–SS: Yo disfruto realmente al leer, pero a veces pienso “¡No puedo estar todo el tiempo leyendo, más vale que escriba un poco!” Pero insisto, para mí el gran placer radica en leer.

–JLB: Sí, sí... un placer accesible al que mucha gente se niega, no sé por qué...(risas)

–SS: Sí, pareciera que leer es también tanto o más fácil que ver televisión.

–JLB: Claro, claro, mirar televisión enferma; por suerte a mí la ceguera me defiende...(risas).

–SS: Tenemos que aumentar la comunidad de lectores.

–JLB: Los lectores son un género que está desapareciendo. Escritores hay muchos, pero lectores...

–SS: Creo que precisamente por eso es que son tan importantes estas ferias de libros.

–JLB: Claro, para fomentar las sectas de los lectores, las sociedades secretas de los lectores...

–SS: Entonces... ¡qué vivan por mucho tiempo las ferias de libros!

(Risas y muchísimos aplausos)

Fuente : La Voz del Interior
Bibiana Fulchieri
19-09-2010

domingo, 6 de junio de 2010

Carta de Susan Sontag a Borges


12 de junio de 1996,

Querido Borges:

Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. (Borges, son diez años.) Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura, y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado, perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron en un experto viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro parecían banales bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo así como "el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado". Eso, por supuesto, formaba parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores.

Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor -delicadamente agregó: todas las personas- debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)

Usted fue un gran recurso para otros escritores. En 1982 -es decir, cuatro años antes de morir (Borges, son diez años)- dije en una entrevista: "Hoy no existe ningún otro escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el más grande escritor viviente... Muy pocos escritores de hoy no aprendieron de él o lo imitaron". Eso sigue siendo así. Todavía seguimos aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando. Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al mismo tiempo que proclamaba, una y otra vez, nuestra deuda con el pasado, por sobre todo con la literatura. Usted dijo que le debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son solo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos dan el modelo de la autotrascendencia. Algunos piensan que la lectura es solo una manera de escapar: un escape del mundo diario "real" a uno imaginario, el mundo de los libros. Los libros son mucho más.

Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual decadencia. Son cada vez más los que se zambullen en el gran proyecto contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible de repudiar el libro y sus efectos. Ya no está uno tirado en la cama o sentado en un rincón tranquilo de una biblioteca, dando vuelta lentamente las páginas bajo la luz de una lámpara. Pronto, nos dicen, llamaremos en "pantallas-libros" cualquier "texto" a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular preguntas, "interactuar" con ese texto. Cuando los libros se conviertan en "textos" con los que "interactuaremos" según los criterios de utilidad, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se está creando -y que nos prometen- como algo más "democrático". Por supuesto usted y yo sabemos, eso no significa nada menos que la muerte de la introspección... y del libro.

Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero ¨a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros -de la lectura en sí- que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el sigro XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe.

Traducción de Claudia Martínez
Especial Clarín - 1999.




Susan Sontag

Novelista y ensayista estadounidense, nació el 16 de enero de 1933 y murió el 28 de diciembre del 2004, cuando había cumplido los setenta y un años; aunque fueron sus dos géneros preferidos, la novela y el ensayo, también fue profesora y directora de alguna obra de teatro y cine. Se licenció en Filosofía y Letras por las Universidades de Harvard y Chicago.

De padres judíos, estudió en su adolescencia en Arizona y en Los Ángeles. Quedó huérfana de padre desde muy temprana edad, adoptando el apellido de su segundo padre. Contrajo matrimonio con Philip Rieff, tras un noviazgo de escasos días, con quien tuvo un hijo, quien más tarde paradójicamente sería su editor.

Destaca por su actitud crítica frente a los valores culturales establecidos en obras de ensayo. Publica su primera novela en 1963 con El benefactor. Muchos años después, en el año 1999, publicó En América, galardonada con el Premio Nacional del Libro de Estados Unidos, con gran recibimiento de crítica y público.

Fue enviada como periodista a la guerra de Vietnam en 1968, conflicto que la impactó profundamente, tomando parte activa en los movimientos de protesta.

Recibió en el 2001 el Premio Jerusalén de Literatura “por sus logros intelectuales y literarios, y por su dedicación a la libertad de expresión y a la causa de la libertad”. En el año 2003 se añadió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, compartido con la socióloga marroquí Fátima Mernissi.