domingo, 10 de marzo de 2024

The Library of Babel by Jorge Luis Borges 4.0 ambient interpretation performance

 

This performance was based on the book: The Library of Babel by Jorge Luis Borges and how one can go absolutely insane in the library. I tried to give this idea to the viewer by also moving sound around at the same time with two bluetooth speakers which my friends Eamon and burchhhha.

 

Fuente: You Tube

https://www.youtube.com/watch?v=3YvRx9DFk-E

 

Borges conurbano

 

Por Guillermo David

10 de marzo de 2024

 

No hay mapa inocente. El accionar humano lo vuelve territorio y como tal rubrica regiones con alta condensación simbólica. Sus puntos cardinales señalan universos conceptuales complejos: buscamos el norte de nuestro destino, nos desorientamos y hacemos del occidente el polo civilizatorio dominante. El Sur, por su parte, es una metáfora de una potencia que no cesa.

 

Para la geopolítica es la Patagonia imaginaria y aventurera, los bravíos mares australes, la utopía antártica, el fin del mundo. Que, para las corrientes emancipatorias, será el recomienzo. La flecha hacia abajo que fue la marca de la revista Sur de Victoria Ocampo señaló un rumbo que centraba en un aquí perentorio el punto de mira con que se entablaba el diálogo con todas las culturas. Es decir, un programa soberano, que Borges tematizó en El escritor argentino y la tradición. En los cuarenta Joaquín Torres García dio vuelta el mapa del continente en su obra América Invertida. Con esa imagen disruptiva postulaba un movimiento artístico autárquico, emancipado de patrones culturales provenientes de los países centrales. “Nuestro Norte es el Sur” -tal su consigna-, significó un llamado a la creación heroica de los pueblos que habrían de transitar un sendero de búsquedas estéticas autóctonas.

 

Pero para un habitante de la ciudad de Buenos Aires como Jorge Luis Borges el Sur indicaba apenas el suburbio más allá de la avenida Rivadavia y la zona por entonces semi-rural emplazada sobre el Ferrocarril Roca. Aunque se trataba de un territorio cercano, su distancia social y cultural lo proponía como ámbito de experiencias singulares que le suscitaban una curiosidad casi etnográfica. Recorrer el sur de la ciudad era ir hacia lo otro y hacia el otro. La geografía era metáfora de su busqueda de la alteridad sustancial. Ser el otro es, en definitiva ser el mismo. Ese confín dialéctico que linda con la pampa mitológica era tierra de malevos, gauchos y compadritos, es decir, la zona donde la épica aún perduraba y que, ciertamente, alimentaría no pocas de sus ficciones. Adrogué es uno de esos puntos cruciales.

 

Situada a 23 km al sur de la Capital, sobre la línea del Roca, fue fundada por Esteban Adrogué, propietario del Hotel La Delicia del que los Borges serían huéspedes asiduos. Años antes, durante la infancia del escritor, su padre alquilaba la quinta La Rosalinda donde pasaban los veranos. “De regreso de Europa mi madre edificó una casita frente a la plaza Almirante Brown, que tuvimos que vender. Me acordaré siempre de las cadenas y de las anclas y de la estatua”. Hoy funciona allí el museo Casa Borges.

 

En su conferencia Adrogué en mis libros, de 1977, recordó: “Aquí aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas”. Como en una reminiscencia proustiana, narró un episodio de memoria involuntaria sucedido durante su adolescencia suiza: “En 1918, hacia el fin de la Guerra, Europa fue asolada por la peste española. La municipalidad de Ginebra hizo quemar eucaliptos en grandes calderos en las plazas de la ciudad. De pronto sentí estar en Adrogué, estaba de nuevo en Adrogué, había vuelto. O mejor dicho: no me había alejado nunca, porque de algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno”. En el poema Adrogué, de El hacedor, escribe: “Su olor medicinal dan a la sombra / Los eucaliptos: ese olor antiguo / Que, más allá del tiempo y del ambiguo / Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra”. (…) “Pero todo esto ocurre en esta suerte/ De cuarta dimensión, que es la memoria. // Y en ella y sólo en ella están ahora/ Los patios y jardines”.

 

El Hotel La Delicia fue el sitio donde tuvo ciertas vivencias cruciales que inspiraron algunos de sus textos más conocidos. Una de ellas fue su intento de suicidio. Un amor contrariado, de los tantos que padecería, le indujo la idea, demasiado literaria, con la que coqueteaba en los textos de Schopenhauer. El verano del ‘35 Borges compró un revolver y una botella de ginebra Bols, sacó un pasaje de ida a Adrogué en Constitución y se alojó, irónico, en el cuarto n.º 48 (il morto qui parla). Tendido en el lecho apuró el trago hasta vaciar la botella, se llevó el caño a la sien y gatilló. La bala rozó sus cabellos. Se quedó dormido. En 25 de Agosto de 1983, texto en el que sueña un encuentro con su doble joven y suicida -el revólver sustituido por un frasco de píldoras, el hotel por la quinta- concluye: “Huí de la pieza. Afuera no estaba el patio ni las escaleras de mármol, ni la gran casa silenciosa ni los eucaliptus, ni las estatuas ni la glorieta ni las fuentes, ni el portón de la verja de la quinta en el pueblo de Adrogué”.

 

En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, uno de sus personajes es Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del sur, cuyo “recuerdo limitado y menguante persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos ”. Ese inglés “alto y desganado” que, “en vida, como tantos ingleses, padeció de irrealidad y muerto no es siquiera el fantasma que ya era entonces”, está basado en Mr. William Foy, un habitante espectral y lacónico de La Delicia al que recordaba con un libro de matemáticas bajo el brazo, que solía jugar ajedrez con el padre de Borges,.

 

Se dice que Funes, el memorioso nació de una noche de insomnio en el hotel. Pero donde mayor presencia cobra hasta ser una de las claves del cuento, es en La muerte y la brújula, cuya quinta Triste Le-Roy no es otro que La Delicia. “Entre el interminable olor de los eucaliptus” el detective Lönnrot va descubriendo la clave teológica de una sucesión de crímenes que lo tendrán, inesperadamente, como la última víctima -sobre todo, de su propia perspicacia. En el relato espiga aquí y allá imágenes de rombos -en algún momento dice losanges, en otros menciona arlequines-, que le inducirán el mapa triangular que une los tres primeros asesinatos. Estos requieren -postulan- un cuarto para completar el Tetragramaton, el nombre tácito de Dios, cuyo enigma Lönnrot había intentado descifrar en los libros cabalísticos que, sugestivos, acompañaban al primer muerto. Un compás y una brújula le indicaron el sitio de la cita final, a la que acudirá para cerrar el rombo previsto, “donde una exacta muerte lo espera”. “Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: una Diana glacial en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana; un balcón se reflejaba en otro balcón; dobles escalinatas se abrían en doble balaustrada. (…) Lönnrot exploró la casa. Por antecomedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. (…) Por una escalera subió al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los losanges de las ventanas. Lo detuvo un recuerdo asombrado y vertiginoso”. Una fotografía clásica muestra al ya anciano Borges, durante una visita a Adrogué, junto a la Diana Cazadora.

 

En largas caminatas con su padre y con su amigo Félix Della Paolera el joven Borges llegaba hasta Turdera, en uno de cuyos almacenes de ramos generales ambienta el cuento El Sur. “Una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí”. En Turdera oyó alguna vez la historia de los hermanos Iberra, que según la leyenda disputaban guapeza y una misma mujer. Es el argumento de La intrusa y de la Milonga de los hermanos, que reza: “Traiga cuentos la guitarra / De cuando el fierro brillaba, / Cuentos de truco y de taba, / De cuadreras y de copas, / Cuentos de la Costa Brava / Y el Camino de las Tropas” (Alude al rancho donde vivían, cerca del Puente Viejo, hoy Avenida Frías). “Cuando Juan Iberra vio / Que el menor lo aventajaba / La paciencia se le acaba / Y le armó no sé qué lazo / Le dio muerte de un balazo / Allá por la Costa Brava. // Sin demora y sin apuro / Lo fue tendiendo en la vía / Para que el tren lo pisara / El tren lo dejó sin cara / Que es lo que el mayor quería.”

 

En la apertura de La intrusa Borges advierte que se trata de una versión desplazada, corregida y aumentada por el rumor, la memoria y el olvido. “En Turdera los llamaban los Nilsen”. “El barrio los temía a los colorados: no es imposible que debieran alguna muerte. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte”. La historia es conocida: acaban por compartir mujer y sórdidos recelos; la venden a un prostíbulo de Morón, pero deciden recuperarla. Fue peor. Un domingo la cargaron en un carro, tomaron por el Camino de las Tropas y junto a un pajonal, uno de ellos dijo: “A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos”.

 

Jorge Luis Borges alguna vez fantaseó con un destino más modesto, pero no menos entrañable, del que le cupo en suerte. En un reportaje había dicho: “Yo le tengo cariño al Sur: me gustaría ser Director de la Biblioteca de Lomas de Zamora”. Otra Biblioteca, infinita y eterna, junto con la noche, lo estaban esperando.

 

Fuente: Pagina12

https://www.pagina12.com.ar/719371-borges-conurbano

lunes, 26 de febrero de 2024

“Oh, mar. Sé por qué te amo”: el primer poema que Borges publicó y que después destruyó


 

“Himno al mar” salió en una revista de Sevilla el último día de 1919. El autor argentino lo incluyó en un libro que destinó al olvido. Pero pudieron recuperarlo.

 

Por Elena Lidl

Publicado: 06 Ene, 2024

 

No fue fácil tener este poema. Jorge Luis Borges lo escribió, le escribió al mar, cuando tenía 22 años pero después, como suele pasar, no lo reconoció, no se vio en él, lo destruyó con todos los poemas que había escrito entonces y que formaban un libro titulado Los salmos rojos o Los ritmos rojos.

 

Eran unos veinte poemas en los que -sí, Borges- elogiaba a la Revolución Rusa y le cantaba al pacifismo.

 

Habrá estado feliz, sin embargo, cuando le publicaron Himno al mar en la revista Grecia, de Sevilla, el último día de 1919. Era la primera vez que una obra suya salía impresa. Habrá estado tan feliz como para haberlo recogido en aquel libro luego repudiado.

 

Muchos años más tarde, en 1970, Borges daría una conferencia, en inglés, en la que volvería sobre su Himno al mar. “Intenté con todas mis fuerzas ser Walth Whitman”, contaría allí.

 

¿Lo suyo era el mar? Borges no lo creía. En 1970, decía: “Hoy, apenas pienso en el mar, o incluso en mí mismo, como hambriento de estrellas” (en el poema habla de “sed” de estrellas). Sin embargo, explicaba: “cuando llegué a Madrid meses después, como éste era el único poema que había impreso, la gente de allí me consideraba un cantor del mar”.

 

El poema está dedicado a Adriano del Valle, por entonces redactor-jefe de la revista Grecia y amigo de Jorge Luis y de su hermana Norah. Del Valle comentaría después sobre Borges: “Admirador fervoroso de Walt Whitman, también él parecía soportar sobre sus hombros inclinados todo el peso de los orbes líricos del viejo cantor americano”.

 

También hay, sin embargo, algo autobiográfico en Himno del mar. Borges nadaba, así se lo contó a su biógrafo, Emir Rodríguez Monegal. Y así lo escribió en el Poema del cuarto elemento: “Has aplacado el ansia de las generaciones,/ Has lavado la carne de mi padre y de Cristo./ Agua, te lo suplico. Por este soñoliento/ Nudo de numerosas palabras que te digo,/ Acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo”.

 

¿Cómo es que tenemos el poema completo, si lo destruyó? En los años 90, y con el visto bueno del escritor, el estudioso Jean-Pierre Bernès reunió trece poemas en un volumen que tituló Rythmes rouges y que editó Pleiade. Hoy se lo puede leer en Textos recobrados, 1919-1929.

 

Himno al mar

 

Para Adriano del Valle

 

Yo he ansiado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas

que gritan;

Del Mar cuando el sol en sus aguas cual bandera escarlata flamea;

Del Mar cuando besa los pechos dorados de vírgenes playas que

aguardan sedientas;

Del Mar al aullar sus mesnadas, al lanzar sus blasfemias los vientos,

Cuando brilla en las aguas de acero la luna bruñida y sangrienta;

Del Mar cuando vierte sobre él su tristeza sin fondo

La Copa de Estrellas.

Hoy he bajado de la montaña al valle

y del valle hasta el mar.

El camino fue largo como un beso.

Los almendros lanzaban madejas azuladas de sombra sobre la carretera

y, al terminar el valle, el sol

gritó rubios Golcondas sobre tu glauca selva: ¡Mar!

¡Hermano, Padre, Amado…!

Entro al jardín enorme de tus aguas y nado lejos de la tierra.

Las olas vienen con cimera frágil de espuma,

En fuga hacia el fracaso. Hacia la costa,

con sus picachos rojos,

con sus casas geométricas,

con sus palmeras de juguete,

que ahora se han vuelto lívidos y absurdos como recuerdos

yertos!

Yo estoy contigo, Mar. Y mi cuerpo tendido como un arco

lucha contra tus músculos raudos.

Sólo tú existes. Mi alma desecha todo su pasado

Como en nórtico cielo que se deshoja en copos

errantes!

Oh instante de plenitud magnífica;

Antes de conocerte, Mar hermano,

Largamente he vagado por errantes calles azules con oriflamas de faroles

Y en la sagrada media noche yo he tejido guirnaldas

De besos sobre carnes y labios que se ofrendaban,

Solemnes de silencio,

En una floración

Sangrienta…

Pero ahora yo hago don a los vientos

de todas esas cosas pretéritas,

pretéritas… Sólo tú existes.

Atlético y desnudo. Sólo este fresco aliento y estas olas,

y las Copas Azules, y el milagro de las Copas Azules.

(Yo he soñado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas jadeantes.)

Ansío aún crearte un poema

Con la cadencia adámica de tu oleaje,

Con tu salino y primeral aliento,

Con el trueno de las anclas sonoras ante Thulés ebrias de luz y lepra,

Con voces marineras, luces y ecos

De grietas abismales

Donde tus raudas manos monjiles acarician constantemente a los

muertos…

Un himno

Constelado de imágenes rojas, lumínicas.

Oh mar! oh mito! oh sol! oh largo lecho!

Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.

Que ambos nos conocemos desde siglos.

Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.

(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por vez primera en tu seno.)

Oh proteico, yo he salido de ti.

¡Ambos encadenados y nómadas;

Ambos con una sed intensa de estrellas;

Ambos con esperanza y desengaños;

Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;

Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria!

Fuente: Infobae

https://www.infobae.com/leamos/2024/01/06/una-pasion-de-verano-borges-le-dedico-al-mar-su-primer-poema-publicado-pero-despues-lo-destruyo/

 

Borges y su cuadro de fútbol


 Jorge Luis Borges trabajó en la Biblioteca Municipal Miguel Cané de 1937 a 1946

 

22 de febrero de 2024

 

Pedro B. Rey


Cuando pensamos en Borges rodeado de libros, lo primero que viene a la mente son las casi dos décadas que estuvo al frente de la Biblioteca Nacional como director. No, no estuvo en el edificio actual, la mole diseñada por Clorindo Testa, a la que JLB no llegó a conocer. “El Poema de los dones”, donde se identifica con otro director, su admirado Paul Groussac, que también se había quedado ciego (a los dos, parafraseándolo, Dios les dio la magnífica ironía de los libros y la noche) no fue concebido ahí, sino en la vieja sede de la calle México, donde siempre tuvo su despacho.

 

Pero tampoco fueron los libros en larga fila de la calle México los que, contra lo que podríamos tender a fantasear, le inspiraron a Borges “La biblioteca de Babel”, cronológicamente anterior a ese trabajo. El cuento fue contemporáneo de su tarea en una biblioteca mucho más modesta, la Miguel Cané, donde revistó durante nueve años hasta que, con el peronismo en el poder, fue nombrado, como es sabido, inspector de aves de corral y de huevos. Borges mandó su renuncia que era, según consideró, lo que se esperaba de él. “De lo contrario, yo me hubiera quedado vegetando en aquella biblioteca por tiempo indefinido. No sé por qué, ya que cada año me decía: ‘Bueno, este es el último año’, y luego no sé qué cobardía me impedía que yo la dejara.” Fue, en retrospectiva, una suerte. A partir de entonces, empezaría a ganarse la vida dando conferencias, lo que le permitió viajar por todo el país.

 

"Cuando en la biblioteca Miguel Cané le preguntaron qué cuadro prefería, Borges pensó que se referían a telas o óleos y no a equipos de fútbol"

 

La biblioteca Miguel Cané todavía está activa en la misma dirección (Carlos Calvo 4319) y tiene un espacio dedicado a su empleado más notorio, donde incluso se puede visitar el rincón en que el escritor se encerraba a leer y, eventualmente, a borronear cuentos y poemas.

 

Hace poco se editó la edición definitiva de los diálogos que Borges mantuvo con el periodista Osvaldo Ferrari, que se transmitían por Radio Municipal, en los comienzos de la democracia. Casi todos son excepcionales, pero el 34, dedicado a sus experiencias en aquella biblioteca barrial tiene la curiosidad de presentar a un Borges en inesperada clave picaresca.

 

Borges dice ahí tener un recuerdo agridulce de aquel trabajo en el que comenzó como auxiliar segundo y fue después ascendido (quizá por insistencia del poeta Francisco Luis Bernárdez, que era el director) a auxiliar primero.

 

“Trabajar” tal vez no sea exacto, agrega. El primer día clasificó ochenta libros (siguiendo el clásico sistema decimal), y al siguiente, se vio recriminado por uno de sus colegas. “Me dijo que eso era una falta de compañerismo, porque ellos se habían fijado un promedio de cuarenta libros para clasificar por día”. Así que, para no quedar “como presuntuoso”, de ahí en adelante rebajó el número. La tarea, según él, se podía hacer en tres cuartos de hora, por lo cual quedaban todavía seis horas por delante. A ese tiempo muerto, le debió entre otras cosas, aunque al parecer leer tampoco estaba bien visto, el conocimiento de León Bloy y la relectura de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Gibbon.

 

El resto de las horas transcurría, según él, entre chismes, cuentos “verdes” y charlas sobre fútbol. Cuando alguna vez le preguntaron qué cuadro prefería, Borges pensó que se referían a telas o óleos y no a equipos de un deporte del que no sabía nada. Como estaban cerca de Boedo y San Juan, le dijeron que tenía que ser de San Lorenzo de Almagro. “Yo aprendí de memoria esa contestación, siempre decía que era de San Lorenzo de Almagro, para no ofender a los compañeros”, pero pronto notó que el equipo no ganaba casi nunca. Le respondieron que eso era secundario (“en lo que tenían razón”, acota), pero que era el cuadro más “científico” de todos: “no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente”.

 

¿Borges, seguidor de algún equipo? No, claro, todo fue cuestión de cortesía o de supervivencia.

 

Fuente: La Nación

https://www.lanacion.com.ar/cultura/borges-y-su-cuadro-de-futbol-nid22022024/