miércoles, 12 de junio de 2024

El jurista que bucea en la obra de Borges para entender las tensiones del derecho

 

    El magistrado y docente Leonardo Pitlevnik posa sobre la obra del autor de El Aleph una mirada legal.

    En su libro analiza los conceptos de culpa y castigo, lecturas sobre la ley y por qué se condena un crimen.

 

15/05/2024

 

Mucho tiempo antes de convertirse en un reconocido juez y profesor de Derecho Penal, Leonardo Pitlevnik fue lector de Jorge Luis Borges. Cuando tenía 20 años, haciendo camping en las ventosas playas de Puerto Pirámides, una chica de una carpa vecina le pregunto si “realmente” estaba entendiendo un libro de Borges que llevaba de acá para allá, que no era otro que “El Aleph”.

 

A partir de aquella experiencia mochilera y juvenil, Pitlevnik intuyó que Borges –quizás más que ningún otro escritor– demanda ser interpretado, descifrado, a la vez que leído. Cuarenta años más tarde, desde su condición de jurista, desarrolló una lectura fascinante y novedosa de uno los grandes de la letras argentinas y universales, que la editorial Siglo XXI acaba de publicar bajo el título Borges y el Derecho.

 

Este libro erudito y amigable propone un viaje por textos de Borges que iluminan qué entendemos por culpa y por castigo, cómo leemos la ley o por qué condenamos un crimen. Y se plantea preguntas como: ¿Cuántas versiones de la verdad se pueden dar en un proceso judicial? ¿Qué límites tiene la interpretación de las leyes? ¿Cuánto merecemos un premio o un castigo y en qué medida lo que nos toca en la vida es fruto del azar? ¿Puede el derecho (o incluso el lenguaje) dar cuenta de los crímenes más atroces que la humanidad llegó a cometer?

 

–En el comienzo del libro sostenés que, por sus propias características como autor, Borges se puede abordar desde un sinfín de perspectivas y mencionás obras que lo han analizado desde disciplinas como la física, las matemáticas y la música, entre otras. ¿Cómo y por qué pensaste que era posible abordarlo desde el derecho?

 

–Como especialista en Derecho Penal y lector de Borges, esta era una idea que me gustaba y me rondaba desde hace tiempo. Hay una disciplina llamada Derecho y Literatura que tiene una mirada sobre las relaciones entre estos dos ámbitos y sobre cómo las ficciones van conformando determinadas realidades. A lo largo de la historia, obras como la Biblia o los textos que validaron el nacimiento del Estado-Nación fueron generando determinadas reglas e ideas articuladoras. Si bien Borges es posterior a estos relatos, ha sido un prisma en el que se reflejaron muchas ideas y conceptos propios del siglo XX y de determinados momentos de la conformación de la Argentina. Yo desde hace muchos años que soy juez y profesor en la UBA y comencé a preguntarme cuánto de todo esto lo puedo pensar desde una narrativa –la de Borges– que para los argentinos es tan central, así como su figura y sus posicionamientos políticos. Particularmente desde el Derecho, Borges es un gran prisma para analizar la manera en que pensamos la culpabilidad, las normas y los castigos, entre muchas otras cosas.

 

–Italo Calvino decía la escritura de Borges era “un desquite del orden mental sobre el caos del mundo”. ¿Esa pulsión por producir o reestablecer un orden es dónde encontraste denominadores comunes entre Borges y el Derecho?

 

–La idea de caos y orden es permanente en Borges. En cuentos como “Deutsches Requiem” y “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” hay una especie de orden de ficción impuesto a la realidad y, en otros como “La biblioteca de Babel” o “La lotería de Babilonia” –donde describe el caos de manera general–, siempre termina con una conclusión que permite explicar aquello que acaba de escribir. Su propia escritura es un orden muy cerrado, casi perfecto, en el que hay una tensión permanente entre el caos y la necesidad entenderlo, utilizando al lenguaje como instrumento para sumergirse en toda esta cuestión. Para Borges, el lenguaje es un orden. En El Aleph, están todos los universos juntos en un mismo momento y en un mismo lugar, y él dice “sólo narrándolo lo puedo explicar, pero al narrarlo lo vuelvo sucesivo y, por lo tanto, lo ordeno”. Esta idea del “desquite del orden” de la que habla Calvino tiene que ver con lo que el Derecho y el Estado tratan –o deberían tratar– de hacer: nivelar los desequilibrios y las desigualdades para que los individuos de una sociedad partan de un mismo piso. Los relatos de Borges juegan permanentemente con estos conceptos, como cuando en “La lotería de Babilonia” aparece la pregunta de por qué me toca ser Procónsul o esclavo, por qué me toca ser lo que soy. Esa idea de la suerte constitutiva por la cual nos toca nacer donde nacemos o ser como somos, en la que no intervenimos. La primogenitura, por ejemplo: un tipo es el primero de tres hermanos y entonces será el rey o el principal heredero. No hay merecimientos, sino azar.

 

–La presencia que tiene el azar y lo aleatorio en Borges es central y vos lo relacionás en tu libro con muchos componentes azarosos del Derecho.

 

–Más allá de nadie querría que su destino estuviera decidido por la suerte, el azar tiene un sentido muy positivo cuando significa transparencia. Un ejemplo que doy en el libro es que en la Provincia de Buenos Aires los miembros de un jurado en un juicio oral se deciden por sorteo de número de documento, a partir de la lotería de ese día. Eso implica transparencia en la elección sobre quienes te va a juzgar, y algo parecido pasa con el sorteo de los tribunales a los que van parar las diferentes causas.

 

–¿Hay una moralidad también en esta búsqueda del orden? ¿Borges intenta determinar lo que está bien y lo que está mal en sus relatos?

 

–Edna Aizember, en su libro sobre Borges y el Holocausto, analiza el cuento “Deutsches Requiem”, que fue escrito mientras ocurrían los juicios de Nüremberg y que tiene como protagonista central a un nazi que cuenta lo que hizo en un campo de concentración. Y allí Borges lo que dice es que lo que intenta es entender a ese personaje, algo que dispara una discusión muy interesante desde el punto de vista del Derecho y de la que no estoy seguro cuál es la conclusión. Yo estoy más cercano a la idea de que, cuando uno comprende mucho, se desvanece un poco el límite entre la justificación y la explicación. Uno lee “Deutsches Requiem” y se pregunta: ¿Hay una moral en esto? Puede que sí, pero hay que pensar entonces en qué tipo de moral sería. Lo mismo pasa con “La fiesta del monstruo”, un relato furiosamente antiperonista que, afortunadamente, gracias a la calidad literaria de Borges, escapa a lo que podría ser entendido como literatura militante. En el libro yo elaboro más reflexiones que conclusiones sobre este tipo de cosas que tienen que ver con la culpabilidad, el castigo o la moral. Como, por ejemplo, en la cuestión del castigo al respecto de aquel que fue excluido, donde juristas como Roberto Gargarella o Eugenio Zaffaroni reflexionan sobre la legitimidad del castigo a quien fue excluido y es juzgado en las mismas condiciones de quienes no lo fueron. No hay un conclusión simple y directa a este debate, porque no puedo negar la agencia individual de un tipo que mata para robar un celular, porque si no estoy denigrando al de al lado, que en su misma situación no mató ni robó a nadie. Y, al mismo tiempo, puedo ver que se trata de personas que crecieron y viven probablemente en contextos de extrema escasez y violencia, que quienes impartimos justicia ni siquiera somos capaces de imaginar. En definitiva, es el problema del desorden y el orden que atraviesa a Borges… De qué manera fijo una regla para que sea aplicable, que sea concordante, que todos podemos compartir y que, al mismo tiempo, pueda sostener la diferencia. Creo que esta es sin dudas una lucha constante del Derecho, un problema fascinante.

 

Leonardo Pitlevnik básico

Es procurador y abogado con especialización en Derecho Penal por la Universidad de Salamanca.

 

    Es profesor de la materia Elementos de Derecho Penal y Procesal Penal en la Facultad de Derecho de la UBA. También, dicta el curso Jurisprudencia Penal de la CSJN en la carrera de especialización de la Facultad de Derecho de la UBA y director Académico del Centro de Estudios de Ejecución Penal de la Facultad de Derecho de la UBA.

 

    Es Juez de la Cámara de Apelación y Garantías del Departamento Judicial de San Isidro, Sala II, Buenos Aires.

 

    Codirige la publicación semestral Jurisprudencia penal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (Editorial Hammurabi). Y es autor de diferentes trabajos en torno a cuestiones penitenciarias, derecho penal y procesal penal.

 

Fuente: Clarín

https://www.clarin.com/cultura/jurista-bucea-obra-borges-entender-tensiones-derecho_0_hFnshuLHMn.html

 

The Aleph - II. Andante Moderato (For Piano | Score/Sheet Music | Original composition | 2024)

 

Salvatore Garau

 

Second movement of my new composition for piano entitled The Aleph.

Approximate duration: 35 - 40 minutes.

Miscellaneous Notes: The entire composition is built on only four simple arpeggio series, which are constructed out of simple triads. These small building blocks ultimately generate everything you hear. The Aleph is inspired - as the title suggests - by a short story by Jorge Luis Borges.

“In that unbounded moment, I saw millions of delightful and horrible acts; none amazed me so much as the fact that all occupied the same point, without superposition and without transparency. What my eyes saw was simultaneous; what I shall write is successive, because language is successive. Something of it, though, I will capture. Under the step, toward the right, I saw a small iridescent sphere of almost unbearable brightness. At first I thought it was spinning; then I realized that the movement was an illusion produced by the dizzying spectacles inside it.

The Aleph was probably two or three centimeters in diameter, but universal space was contained inside it, with no diminution in size. Each thing (the glass surface of a mirror, let us say) was infinite things, because I could clearly see it from every point in the cosmos. I saw the populous sea, saw dawn and dusk, saw the multitudes of the Americas, saw a silvery spiderweb at the center of a black pyramid, saw a broken labyrinth (it was London), saw endless eyes, all very close, studying themselves in me as though in a mirror, saw all the mirrors on the planet (and none of them reflecting me), saw in a rear courtyard on Calle Soler the same tiles I’d seen twenty years before in the entryway of a house in Fray Bentos, saw dusters of grapes, snow, tobacco, veins of metal, water vapor, saw convex equatorial deserts and their every grain of sand, saw a woman in Inverness whom I shall never forget, saw her violent hair, her haughty body, saw a cancer in her breast, saw a circle of dry soil within a sidewalk where there had once been a tree, saw a country house in Adrogué, saw a copy of the first English translation of Pliny (Philemon Holland’s), saw every letter of every page at once (as a boy, I would be astounded that the letters in a closed book didn’t get all scrambled up together overnight), saw simultaneous night and day, saw a sunset in Querétaro that seemed to reflect the color of a rose in Bengal, saw my bedroom (with no one in it), saw in a study in Alkmaar a globe of the terraqueous world placed between two mirrors that multiplied it endlessly, saw horses with wind-whipped manes on a beach in the Caspian Sea at dawn, saw the delicate bones of a hand, saw the survivors of a battle sending postcards, saw a Tarot card in a shopwindow in Mirzapur, saw the oblique shadows of ferns on the floor of a greenhouse, saw tigers, pistons, bisons, tides, and armies, saw all the ants on earth, saw a Persian astrolabe, saw in a desk drawer (and the handwriting made me tremble) obscene, incredible, detailed letters that Beatriz had sent Carlos Argentino, saw a beloved monument in Chacarita, saw the horrendous remains of what had once, deliciously, been Beatriz Viterbo, saw the circulation of my dark blood, saw the cods and springs of love and the alterations of death, saw the Aleph from everywhere at once, saw the earth in the Aleph, and the Aleph once more in the earth and the earth in the Aleph, saw my face and my viscera, saw your face, and I felt dizzy, and I wept, because my eyes had seen that secret, hypothetical object whose name has been usurped by men but which no man has ever truly looked upon: the inconceivable universe.”

 

Fuente: You Tube

https://www.youtube.com/watch?v=2MAK5_nc1Z8

 

Un ciego mirando al sol. Borges y el Mundial 78

Matías Bauso

 

Jul 24, 2017

Borges: ¿Has oído en estos días la palabra seleccionado? El seleccionado argentino de fútbol… Linda selección de brutos.

Bioy: Una culpa del fútbol es desalojar de deporte su mayor virtud: la de enseñar a la gente a ser buena perdedora. El fútbol ha impuesto la pasión de sus multitudes de espectadores, que no entiende de generosidades, y la venalidad de sus héroes; desató con fuerza huracanada el espíritu faccioso.

BORGES, de Adolfo Bioy Casares

Apenas a unos pocos meses de terminado el Mundial 78, a un editor periodístico se le ocurrió juntar a los dos personajes de mayor celebridad y prestigio del país. No parecía una mala idea. Que el más joven entreviste al anciano, debe haber pensado. La charla fue publicada y tuvo la repercusión esperada. Pero la que haya sido quizá la mejor frase de aquel encuentro quedó inédita por varios años. Al finalizar la conversación, Jorge Luis Borges dijo sobre César Luis Menotti: “Qué raro ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo”.

La de Borges fue una de las pocas voces que se escucharon públicamente en el país en contra del Mundial. Los otros que se expresaron con firmeza contra la realización del campeonato fueron Dante Panzeri y Juan Alemann. Pero eso fue meses antes. Para la época del Mundial se había quedado solo. El fervor popular y las presiones militares habían apaciguado al Secretario de Hacienda (sus críticas eran, a su vez, parte de una interna de poder). A Panzeri lo hizo callar un inexorable cáncer de pulmón 45 días antes del inicio del torneo. Pocos se animaban a expresar su molestia o desagrado. O a ejercer su opción a no participar de lo pretendidamente unánime. Uno de ellos fue el Mono Villegas: “Mire, a mí no me importa en absoluto ningún partido ni el Mundial, ni todas estas imbecibilidades. A mí me importa la inteligencia y no me interesan las cosas que se resuelven tocando un pito”.

Más allá de los analistas y de los diversos actores políticos que no quisieron quedar alejados del fervor popular provocado por el fútbol, sorprende la cantidad de gente de la cultura (escritores, ensayistas, gente de teatro, cineastas) que, sin tener el menor pasado futbolístico, se entusiasmaron con el Mundial y las manifestaciones populares. El festejo popular los enfervorizó y los encegueció. Ernesto Sábato que, a principios del 78, había criticado el dinero destinado a las obras del campeonato mostró una emoción y una alegría raras de ver en él (en cualquier circunstancia: tal vez eligió mal el momento para abandonar su depresión perpetua). Alfredo Alcón, Alejandra Boero, Marco Denevi o Abelardo Castillo (en su rol de columnista de La Opinión) fueron algunos de los muchos que prefirieron celebrar la alegría popular y creer que en ese común objetivo que tenía la sociedad argentina (aunque, es probable, que lo más correcto sería decir: anhelo) se vislumbraba algo más profundo y enriquecedor que el festejo de un logro deportivo.

Periodista: ¿Qué opina del Mundial?

Borges: Lo nimio me disgusta.

El mayor provocador de esa sociedad argentina circa 1978 era un señor de casi ochenta años. Borges se alejó de las actitudes condescendientes con el fenómeno del Mundial. Ya convertido en un personaje público insoslayable era buscado permanentemente para que diera su opinión de los más diversos asuntos, la mayoría de los cuales desconocía absolutamente. Sin embargo, siempre sus opiniones tenían las dosis necesarias de sabiduría, provocación y acidez que los (cautos) medios de la época perseguían.

Respecto al lugar de Borges en la sociedad vale la pena fijarse en dos datos. Entre mayo y junio del 78 todas las revistas de actualidad o de interés general que se publicaban en el país, lo entrevistaron. Somos, Gente, La Semana, Confirmado y Siete Días. Durante los años setenta cada escritor o corresponsal extranjero que acudía al país, iba en peregrinación hacia el departamento de Maipú 994 en el que escritor vivía con su gato Beppo y al cuidado de su madre, Doña Leonor (hasta su muerte) y después de la fiel Fanny. V.S Naipaul, Paul Theroux, Bruce Chatwin o el corresponsal del New Yorker durante el Mundial, el poeta Alastair Reid, son algunos de los que al dar cuenta de cómo era la vida en Buenos Aires en los setenta relatan su encuentro con el ciego escritor. Casi establecieron un género: la visita a Borges, el paseo por la ciudad, ver Buenos Aires a través de los recuerdos de rincones idos (una ciudad que ya no está, una ciudad casi imaginada) que el escritor recrea mientras camina despacio tomado del brazo del periodista. Naipaul lo explicó con su habitual cínica lucidez: “Borges concede numerosas entrevistas. Y cada una de ellas se parece a todas las demás. Diríase que Borges hace que las preguntas sean irrelevantes; pasa sus discos, como dijo una señora argentina; representa su papel”.

En medio de la crónica del Mundial 78 en el New Yorker, Reid (que fue uno de los traductores de la obra poética de Borges al inglés) rotula a Borges como “el genio que preside Buenos Aires”. El futuro Premio Nobel Naipaul, unos pocos años antes (y en el New York Review of Books), escribió que Borges era “el hombre más grande de la Argentina”.

Y este hombre decidió no sumarse a la fiesta colectiva. Vislumbró lo que se avecinaba y unos meses antes del Mundial amenazó: “Mientras dure el campeonato me iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una calamidad que por suerte pasará”. Ya se ha dicho que no cumplió con su promesa y que siguió recibiendo periodistas. También continuó con una de sus actividades principales por esos años, las conferencias.

El viernes 2 de junio a las 19.30 horas dio una conferencia sobre la inmortalidad: “Yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma. (…) (A la inmortalidad personal) Yo, personalmente, no la deseo y la temo; para mí sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso”. La conferencia –“clase” la llamaría Borges al año siguiente cuando publicó la transcripción en el libro Borges Oral- había generado interés. El auditorio de la Universidad de Belgrano estaba lleno. Gran parte del público estaba integrado por señoras mayores, bien vestidas que sacaron sus joyas de las cajas fuertes para salir a pasear ese frío viernes por la tarde. Su público habitual. La mesa desde la que Borges hablaba estaba al frente y era de madera sólida. A un costado, sobre un alto estrado rectangular, algo inusual: un televisor. En su pantalla estaban las imágenes del debut de la Selección Argentina en el Mundial. Sin volumen. Difícil determinar si Borges conocía de la existencia de la televisión al iniciar su conferencia. Si lo suyo fue ignorancia de la situación, indulgencia u otra broma borgeana.

Mientras el país vibraba con el partido contra Hungría y festejaba el veloz empate de Luque, Borges iniciaba su charla citando a William James (la conferencia comenzó 15 minutos después que el partido). En un país suspendido, pendiente del fútbol, Borges decidió continuar con lo suyo y reflexionar (y bromear) sobre la inmortalidad personal.

Ante la queja de varios de los asistentes, dos empleados de la Universidad retiraron el aparato al promediar la conferencia. Alegaban que se trataba de una falta de respeto hacia el maestro. Borges continuó hablando, inmutable.

Las críticas abiertas de Borges al Mundial y al fútbol en general y estos pequeños actos de irónico desprecio, también se convirtieron en un tema de conversación. De ahí a que algún comedido periodista fuera a consultar a José María Muñoz hubo un solo (y breve) paso: “Yo sé que Borges es un gran escritor. No lo leí nunca porque no tuve tiempo. Pero no puede ser tan tonto como para negar el Mundial Él tiene su mundo y lo respeto. A mí me gusta más el mío.

No entendía el fútbol. No sólo no le gustaba. Lo despreciaba (El fútbol es popular porque la estupidez es popular. Es un juego totalmente convencional. La gente lo ha tomado de un modo increíble. Es como si pensara de una manera irreal y se haya olvidado que ellos pagaron la entrada para convertirse en meros espectadores. Pero a la luz de las declaraciones se sienten como si hubieran jugado el partido. Y aunque lo hubieran hecho, eso no sería tan importante. Es que la idea de que alguien pierda o alguien gane me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía de poder, que me parece horrible). Y el Mundial –y su condición de reporteado serial- le dieron la posibilidad de desplegar todo su arsenal de frases llenas de desdén hacia el fútbol. La mayoría ya las había pronunciado en otras oportunidades pero él las decía como si fueran una novedad (pasaba sus discos).

Apuntaba a los ingleses: “Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el futbol. El futbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra

En este afán por denostar al fútbol no dudó en apelar a la cita algo turbia, intrascendentemente venal. Puso de su lado a Shakespeare y al Rey Lear: “Se está gastando la plata en hoteles y canchas de fútbol. Los viles (o plebeyos) jugadores de fútbol dice el Rey Lear. Hasta Kipling habla desdeñosamente de los jugadores del fútbol”.

Su experiencia como espectador del deporte fue escasa: “He visto en mi vida como medio partido de fútbol. Una vez fuimos con Amorim a ver un enfrentamiento de selecciones. Jugaban Argentina y Uruguay y yo sentía íntimamente que él –que era uruguayo- deseaba que gane nuestra selección y a mí me pasaba a la inversa. Tal vez por la amistad y el respeto por el amigo, que ambos profesábamos”. “Jamás he visto un partido entero de fútbol. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio”.

Donde los intelectuales, periodistas y demás celebridades veían una posibilidad nacional, la gran oportunidad histórica, él veía los peligros del nacionalismo y su íntima relación con el deporte. No era una novedad. Seguramente había leído el famoso ensayo de Orwell de los años treinta sobre este tema: “El fútbol despierta las peores pasiones, despierta lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte. Porque la gente cree que va a ver un espectáculo pero no es así. La gente va a ver quién va a ganar. Porque si les interesara el fútbol, el hecho de ganar o perder sería irrelevante, no importaría el resultado, sino que el partido fuera interesante”. Ante la insistencia del periodismo, Borges no cedía. Ni en el momento de mayor fragor, en los que los gritos de la calle llegaban seguramente hasta su departamento, en los que nadie ni siquiera un ciego podía estar ajeno a la alegría colectiva, su opinión se alejaba radicalmente de la condescendencia: “Me piden una explicación a este fenómeno popular del fútbol. La pasión por los deportes, la idolatría deportiva, pertenece a los defectos argentinos. Creo la gente vive frágilmente y, ayudada por la prensa, la radio y la televisión, quedó como alucinada”.

Y mientras el país celebraba la obtención del campeonato mundial, Borges se sentía aliviado por la finalización del torneo (“Por fin concluyó esta fiesta canalla”) y deslizaba un sarcástico desagrado con el unánime estado de felicidad: “Me suena rarísimo escuchar de la gente frases como: “Hemos vencido a Holanda”. No hemos tomado Rotterdam ni Ámsterdam, ninguna cosa patrimonio de ellos. Simplemente, once jugadores, de los cuales uno fue traído expresamente de España, les ganaron a otros once. Entonces pienso: ¿qué importancia puede tener eso? Ya Aristóteles decía que era una metáfora decir que Grecia había vencido a Persia”.

Fuente: Medium.com

https://medium.com/@matiasbauso/un-ciego-mirando-al-sol-borges-y-el-mundial-78-6d8627d0464b

 


 

El otro, el mismo 1964


 El otro, el mismo 1964 - I &II -  Jorge Luis Borges

Música: Alberto Guzmán Naranjo

Interpreta: Spinto

 

Fuente: You Tube

https://www.youtube.com/watch?v=k7C4N9822cY