domingo, 31 de marzo de 2013

Documento : Conferencia de Borges en Montevideo – 1949



Sobre “La literatura fantástica”, disertó Jorge Luís Borges.

Montevideo, El País, 2 de diciembre de 1949


En la sala de “Amigos del Arte” Jorge Luís Borges dio ayer, una conferencia sobre el tema: “La literatura fantástica”.

Un público numerosísimo escuchó con profundo interés, la palabra del autor de Ficciones.

Es inevitable que una disertación como ésta –comenzó manifestando Borges–, constituya una vindicación, una apología de la literatura fantástica.

En efecto: se propende a suponer que la literatura fantástica es una especie de capricho contemporáneo; y créase, en cambio, que la verdadera literatura es aquella que elabora novelas realistas, y que ofrece una verosimilitud casi estadística.

La verdad, sin embargo, es que, si nos alejamos de tal creencia, y examinamos la historia de las literaturas, se comprueba lo contrario, las novelas realistas empezaron a elaborarse a principios del siglo XIX, en tanto que todas las literaturas comenzaron con relatos fantásticos. Lo primero que encontramos en la historia de las literaturas, son narraciones fantásticas. Y, además, esto mismo ocurre en la vida de todos nosotros, pues los primeros cuentos que verdaderamente nos han encantado, son los cuentos de hadas. Por otra parte, la idea de la literatura que coincida con la realidad es una idea que se ha abierto camino de un modo muy lento; así, los actores que, en tiempos de Shakespeare o de Racine representaban las obras de éstos, no se preocupaban, v. gr., del traje que debían vestir en escena, no tenían esta especie de escrúpulo arqueológico sustentado por la literatura realista. La idea de una literatura que coincida con la realidad es, pues, bastante nueva y puede desaparecer; en cambio la idea de contar hechos fantásticos es muy antigua, y constituye algo que ha de sobrevivir por muchos siglos.

Los procedimientos de la literatura fantástica pueden reducirse, ciertamente, a unos pocos.

Hay, por ejemplo, un procedimiento que es bastante raro, y lo encontramos en un libro que es todo lo contrario de un libro fantástico, en “El Quijote”. Todos sabemos que “El Quijote” fue escrito contra las novelas de caballería, y que representa una especie de protesta de lo real contra lo fantástico. Pero en “El Quijote” ocurre esto: cuando Cervantes, con él censuró las novelas de caballería, ya la boga de éstas se encontraba en decadencia; al atacarlas, pues, Cervantes no quiso censurar a otras personas que gustaban de las mismas, sino que quiso arrepentirse –conclusión más patética si se quiere– de una afición suya a lo fantástico. Y esta es, por cierto, la paradoja: el encanto de “El Quijote” reside en el carácter fantástico que conserva el relato; el mundo real de “El Quijote” es, hoy, para nosotros, fantástico, es, en efecto, romántico. Muchos son los rasgos fantásticos que existen en “El Quijote”. Uno de ellos lo advertimos en los primeros capítulos, en la parte donde se nos dice que todo el libro está traducido de un manuscrito árabe. Hallamos, también, la intercalación de novelas cortas, y es el mismo procedimiento que encontramos, por ejemplo, en “Hamlet”, en cuyo escenario se representa, efectivamente, una tragedia que puede ser la de Hamlet. Pero hay particularmente, este rasgo que parece el más asombroso de todos: en la segunda parte, encontramos que los personajes han leído la primera parte. Existe, allí, un efecto mágico: nos parece, sí, muy raro el hecho de que los héroes de “El Quijote” sean también lectores. Buscando algunos antecedentes de este procedimiento literario, consistente en que la obra de arte aparezca en la misma obra de arte, él –dijo entonces– había encontrado tal juego, aunque de un modo más débil, en los ejemplos siguientes: en un episodio del tercer canto de “La Ilíada”; en una circunstancia del arribo de Eneas a Cartago en “La Eneida” de Virgilio; en uno de los últimos actos de “Per Gynt” de Ibsen; y en una historia de la literatura sánscrita.

Aparte de esta especie de juego entre la ficción y la realidad –prosiguió exponiendo Borges–, hay, también otra forma menos literaria y más antigua, cual es esa en la que se cruzan el plano onírico y el plano objetivo. Aquí podrían citarse ejemplos de sueños proféticos. Un ejemplo bien remoto lo advertimos en una novela china, que se ha traducido al inglés. El mismo juego de los sueños y la realidad, lo encontramos después, en aquel pasaje de la flor onírica del poeta inglés Coleridge. Luego hay una novela de H. G. Wells, “La máquina del tiempo”, en la que aquél –suponiendo que hubiera conocido ese pasaje de Coleridge– parece haberse resuelto a inventar una cosa todavía más extraordinaria, creando entonces una flor del porvenir. Y, por último, hay una novela inconclusa de Henry James, donde hallamos un objeto mágico más raro que la flor onírica de Coleridge y que la flor del porvenir de Wells: no ya la idea de un viaje en el tiempo –imitada de Wells–, sino el retrato de un muchacho del siglo XX ejecutado por un pintor del siglo XVIII, retrato que resulta lo más raro, porque es, a la vez, una causa y un efecto.

Una tercera forma de la literatura fantástica, pero que presenta ya algunos problemas, es la de los dobles. El –expresó–, recordaba, por ejemplo, una novela de Henry James en la cual hay un doble, referido a un juego por el tiempo, pero un juego curioso, puesto que se refiere a un tiempo que es posible, a un tiempo que no ha existido. Luego, un cuento de Poe, donde estamos frente a un símbolo de la conciencia. Esta idea del doble –subrayó–, la hallamos, por lo demás, en todas las literaturas fantásticas.

Podría suponerse, de tales pocas formas, que hay una verdadera pobreza en la literatura fantástica. Si ésta fuera un mero juego de la fantasía, entonces todos los escritores fantásticos habrían encontrado miles de temas. No es así, sin embargo. El hecho de que vuelvan siempre a alguno de esos temas, significa que tales temas tienen una importancia, quiere decir que ellos son símbolo de algo. Por ejemplo: habría otro tipo de cuento fantástico: la idea de la invisibilidad, en las “Mil y una noches” figura v. gr., la idea de un talismán; en la novela alemana, encontramos la idea de una capa; y Wells, a su vez, imagina un hombre estrictamente invisible. ¿Por qué Wells ha contado esa historia? Porque ese hombre perseguido y solo, de su novela, viene a ser una especie de símbolo de la soledad. Y lo mismo ocurre con los demás temas de la literatura fantástica, porque son como verdaderos símbolos de estados emocionales, de procesos que se operan en todos los hombres. Y lo mismo ocurre con todos los demás temas de la literatura fantástica, porque son como verdaderos símbolos de estados emocionales, de procesos que se operan en todos los hombres. Por eso, no es menos importante la literatura fantástica que la literatura realista. Y ante dos ejemplos como “Crimen y castigo” de Dostoievski y la historia de Macbeth, v. gr. es de creer –afirmó Borges–, que ninguna persona pueda pensar que una obra es menos real y menos terrible que la otra; porque, simplemente, se trata de convenciones literarias distintas.

Volviendo al tema de los dobles –dijo Borges–, es interesante comprobar que en la historia de la filosofía se habla de dobles, con una idea mucho más extraordinaria. Así, esa idea que advertimos en los estoicos, en los pitagóricos, en Hume, en Nietzsche, de que el mundo se repite cíclicamente, y que viene a ser una especie de exacerbación del tema de los dobles. Pero hay otras conjeturas más asombrosas todavía, por ejemplo, esa del idealismo y, aún, la del solipsismo, por la cual se supone que sólo existe una persona en el mundo, y que esa persona sueña toda la historia del universo. Podríamos, entonces, llegar a la conclusión de que los sueños de la filosofía no son menos fantásticos que el género fantástico. ¿A qué género pertenecemos pues, en realidad?

La literatura fantástica se defendería, así, con dos argumentos: podemos suponer que cada una de las fábulas que integra la narración fantástica es una imaginación; pero al mismo tiempo, que corresponde a sensaciones y procesos que son efectivamente reales. Por ejemplo, el tema del hombre invisible de Wells es la misma idea de “El proceso” de Kafka. Estas dos obras, tan distintas entre sí, puesta que una es representativa de la literatura fantástica científica y la otra pertenece a un mundo de pesadillas, constituirían dos símbolos de la soledad. Y ésta es algo que se repite siempre en todos los hombres. Podríamos imaginar, aún, una novela realista cuyo tema fuera, también, la soledad; y serían entonces, tres símbolos de esa misma soledad. Stevenson, creador de admirable obras fantásticas y realistas, dice, al hablar de los problemas del novelista y del historiador, que los problemas literarios del novelista que deben referir algo que ha soñado, son iguales a los del historiador y que, además, en los historiadores de tipo narrativo, como Tácito, Voltaire, encontramos las mismas habilidades que vemos en un novelista. Lo importante, pues, sería esto: todas las personas tienen una serie de experiencias: expresar símbolos de esos estados, es el fin de la literatura fantástica.

Las conjeturas de la filosofía son, todavía, mucho más asombrosas que las literarias. Por ejemplo, la idea de que sólo existe en el mundo cada uno de nosotros, es más terrible que cualquier cuento fantástico. De otra parte, esa idea de la obra de arte que aparece en la obra de arte, no dice que, en cierto modo, podemos ser irreales para otros; aquí está insinuada –según lo creía Borges–, la idea de que somos una ficción.

Él, pues, como final –terminó diciendo, nos proponía esta pregunta sencilla y, de algún modo, terrible: ¿nuestra vida pertenece al género real o al género fantástico?; ¿no será porque nuestra vida es fantástica, que nos conmueve la literatura fantástica?

Fuente : Letras Uruguay
Montevideo, El País, 2 de diciembre de 1949
Resumen de Carlos A. Passos

 

viernes, 29 de marzo de 2013

Documento : Conferencia de Borges en Montevideo – 1950



Jorge Luis Borges habla de Óscar Wilde.

Semanario Marcha, Montevideo, Nº 547 6 oct. 1950

En el Paraninfo de la Universidad y bajo los auspicios del Instituto de Arte y Cultura Popular, se presentó el lunes Jorge Luis Borges, iniciando con esa primera, un ciclo de cuatro conferencias sobre Óscar Wilde.

En su disertación inicial el autor de Ficciones abordó la juventud de Wilde y estudió rápidamente los escritores que ejercieron influencia en la formación de aquél. Aludió en primer lugar a las oscilaciones de la fama de Óscar Wilde, que luego de la frialdad inicial y florecimiento posterior en el cual se le admiraba de cierta manera, contra Inglaterra, soportó un decaimiento prolongado del que recién en nuestros días comienza a salir, gracias a los estudios de algunos destacados escritores.

Señaló Borges la dificultad particular de estudiar los escritores ingleses, no susceptibles de ser encasillados como los franceses, cuya literatura, a partir del siglo XVIII, es la historia de las tendencias, escuelas, cenáculos, etc. El escritor inglés, por el contrario, es aislado, solitario, y en la literatura inglesa no podría hablarse propiamente de escuelas o grupos, recordando aquí Borges la famosa descripción de Novalis: “Jeder Englännder, ist eine Insel” (cada inglés es una isla). Las categorizaciones por época, como la Victoriana, por ejemplo, sin, para Borges, falsas en la literatura inglesa. Recordó en apoyo de su afirmación, la preeminencia del nominalismo en la filosofía inglesa, definiéndolo como la creencia de que no existen especies sino individuos. Por eso piensa que una historia ordenada en épocas, como la de la literatura francesa de Thibaudet, seria, aplicada a otras literaturas, una fría extravagancia.

A esta primera dificultad inicial se agrega en el caso de Wilde, una segund: Wilde era irlandés, y plantea, como todos los grandes escritores de ese país la paradoja de que una nación pequeña y de pocos habitantes, haya producido tal cantidad de figuras de importancia en el terreno literario. Borges enunció la explicación étnica, sin mayor entusiasmo y declaró preferir la que un sociólogo americano ha expuesto para explicar una paradoja similar en el pueblo judío. Para que una obra sea posible (en el caso, una obra de arte) se requiere la conjunción de dos circunstancias: una fuerte y generosa tradición y el sentimiento en cierta manera contradictorio, de que el respeto por esa tradición no deber ser excesivo. Irlanda ha tenido al mismo tiempo, la espléndida tradición de Inglaterra y la convicción se saberse o sentirse distinta de esa tradición. Borges señaló que ese podía ser también el caso de Sudamérica, que teniendo a su disposición la tradición europea, las diversas tradiciones europeas, es o se siente distinta de esas tradiciones, no obligada a respetarlas ciegamente.

Entrando directamente al estudio de los escritores que influyeron sobre Wilde, Borges estudió en primer lugar a Ruskin, el célebre escritor puritano, que habiendo abjurado a los 37 años, se dedicó a predicar la belleza. Esta conjunción de puritanismo y belleza, observó Borges, puede hacernos pensar en Milton, que fue el poeta de la época puritana, aunque él, personalmente, no era puritano. Pero Milton negó la contemporaneidad del Padre y el Hijo, creyó que la materia era anterior a la creación, pregonó la poligamia y el divorcio. En cambio Ruskin, si bien rompió con la fe puritana y predicó la belleza, siguió siendo esencialmente puritano. Heredó una fortuna de sus padres, y nunca se consideró propietario de esa fortuna, sino solamente administrador de una parte de los bienes públicos. Fiel a tal condición publicaba todos los años un informe, explicando cómo había manejado su dinero y demostrando que lo empleaba en interés público, en beneficio del pueblo. Ruskin era un gran lector, pero creyó que no se debía leer demasiado, so pena de caer en el pecado similar al de la gula en el terreno de la alimentación. Escribía una prosa muy elaborada, muy trabajada, y en los últimos años de su vida renunció a ese privilegio y trató de escribir como todo el mundo, alegando que el placer suyo al crear tal belleza y el del lector al gozarla, constituían un pecado. Es decir, dedicó los últimos años de su vida a no ser Ruskin. Influyó sobre Wilde especialmente por su prédica de la belleza.

En segundo lugar mencionó Borges a Walter Pater, célebre escritor cuya extraordinaria fealdad física determinó que durante su pasaje por Oxford, se constituyera una sociead con el fin de estudiar qué se podía hacer con la cara de Walter Pater. La sociedad en su dictamen, luego de largos estudios aconsejó un “pesado bigote de militar”. Walter Pater tenía una gran dificultad para escribir y esa dificultad le hizo concebir, paradojalmente, la ambición de ser perfecto. Llegó así a poseer un estilo cuidado, de gran belleza. Su obra es breve, pero extraordinariamente elaborada en que se destaca la novela Mario el Epicúreo. Pater predicó la doctrina de que únicamente existía el presente, que éste era como un ápice entre dos abismos conjeturales, pasado y futuro. Corolario de esta doctrina era la necesidad de vivir el momento con plenitud, no con plenitud meramente física o sensual, sino con plenitud en el sentir y en el comprender. Pater, que estudió profundamente a Platón, expresó que la obra de éste era más importante por su desarrollo dialéctico que por sus conclusiones, sugiriendo la conveniencia de estudiarla como ejercicio, como registro de las alternativas del pensamiento del autor. Destacó el aspecto de Platón como dramaturgo, adelantándose así a Bernard Shaw que posteriormente ha dicho que Platón es el dramaturgo que creó a Sócrates, como los Evangelistas serían los dramaturgos que crearon a Cristo. Pater creía en un arte que es sólo forma y que no tiene fondo; su modelo ideal sería la música, cuya condición todas las artes aspiran a compartir. Se adelantó aquí a Benedetto Croce, que ha predicado en nuestros días que el fondo y la forma son una misma cosa.

Así, el vivir el momento con plenitud (a través de Pater) y la aspiración a la belleza (a través de Ruskin) determinaron en cierta medida la formación espiritual de la generación que los sucedió, entre ella, la de Óscar Wilde. Pero para todos estos jóvenes, esas comprobaciones no fueron un límite, sino sólo un punto de partida. Wilde visitó a Pater y se cuenta que éste era o debía ser más difícil que aquéllos. Borges comparte esta afirmación, proponiendo el argumento de que los versos tienen una forma previa, una escala o modelo que mientras que en la prosa la forma es más difícil y debe ser en su tonalidad creada por el escritor.

Como tercer influencia importante Borges señaló la de Thomas de Quincey, recordando que Chesterton ha explicado que todos esos “alfilerazos” que Wilde disparaba contra sus enemigos, la agudeza que los beneficiaba, debe ser achacada a la influencia de De Quincey. Como resumen, en cierta medida, de la influencia de este escritor sobre Wilde, Borges cita el famoso ensayo (Del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes) donde se encuentra la raíz de muchas de las paradojas de Wilde, pero con una salvedad importante: cuando De Quincey bromeaba sobre el crimen cuando afrimaba que podía haber belleza en el asesinato, lo decía convencido de que no era cierto. La generación que vino después, pensó por el contrario que el crimen, el mal y la fealdad, tienen su belleza. Borges recordó a propósito de este contraste, la afirmación de Bernard Shaw, según la cual todas las bromas son verdades futuras, destacando que en De Quincey y Wilde, el aserto se cumplió.

Aludió luego Borges a los primeros años de la vida de Wilde, alrededor del cual se creó, antes de que sus obras fueran populares y aún conocidas, una extraña aureola de celebridad, sosteniendo la existencia de una verdadera mitología, previa a la historia real de aquél. En esa mitología tienen lugar, todas las anécdotas que sus biógrafos recogen, proponiendo infinitas versiones (o perversiones) de las mismas.

Enumeró rápidamente la conocida historia de su estada en Oxford, según la cual sus compañeros, excesivamente deportivos, excesivamente molestos con su prédica de belleza, lo golpearon y lo condujeron a la cima de una colina, desde la cual Wilde, ignorando el castigo, habría exclamado: -“sí, el paisaje es bastante interesante”. - Recordó igualmente que otros biógrafos proponen una versión de esta historia en la cual Wilde combate victoriosamente a sus agresores.

Destacó la pobreza de Wilde y la fidelidad con que continuó en Londres, la prédica iniciada en Oxford, -citó el famoso episodio de la opereta de Gilbert que lo satirizaba y a la cual el propio Wilde encontró muy divertida; -el extraño asunto del paseo por Piccadilly con un lirio en la mano, del cual el propio Wilde dijera: -“dicen que me he paseado por Piccadilly con un liro en la mano, y en realidad nunca lo he hecho.”

Aludió luego a sus conferencias en Inglaterra y Estados Unidos, recordando que disgustado ante el espectáculo de las cataratas del Niágara, tradicional destino de “los viajes de novios” de la época, exclamó: -“He aquí uno de los primeros desencantos seguros de la vida conyugal”. - Luego, en sus viajes por el Oeste americano, pretendió haber encontrado en las cantinas o tabernas, un cartel sobre el piano que decía: -“No disparéis sobre el pianista, hace lo que puede”.

Refieriéndose a la entrevista de Wilde con Walt Whitman, de quien lo separaba una distinta concepción estética, dijo que, sin embargo, se habían entendido sobre la admiración común por Tennyson.

Finalmente, Borges aludió a ese momento en la vida de todo escritor joven, en el cual la admiración hacia un maestro se concreta en la creencia de que ese maestro agota toda la literatura, en que la verdadera razón de la admiración reside en la creencia de que ese maestro es el que ha descubierto verdaderamente el sentido de la literatura. Uno tiende a considerar, expresó Borges, a los escritores anteriores al admirado, como meros borradores de la verdadera obra, la del maestro. Borges dijo que él mismo, a lo largo de su vida, ha pensado sucesivamente que Whitman, o Carlyle, o Nietzsche, o Chesterton, o Kafka, o Quevedo, eran toda la literatura. Así le sucedió también a Óscar Wilde con Tennyson, con Keats, con otros que lo influyeron.

Borges finalizó su disertación, prometiendo referirse en la próxima -el lunes 11- a los poemas de Óscar Wilde.

 La versión que antecede -tomada especialmente para MARCHA- no pretende, de ninguna manera, reproducir las palabras de Borges. Es sólo un esquema o sumario de su exposición (ésta en realidad podría definirse como un prolegómeno al estudio de Óscar Wilde, insistiendo sobre el carácter de los escritores que lo influyeron y sobre el sesgo particular que esas influencias tomaron en el creador de Dorian Gray) una síntesis cuya única finalidad es proporcionar una guía a los que, no habiendo concurrido a la primera conferencia, deseen oír las restantes.  

Fuente . :Letras Uruguay

 
“Borges privado”: diálogos con María Kodama



Luis Dapelo: ¿Cómo era el Borges privado?

María Kodama: Su vida era muy simple, era como la de cualquiera de nosotros. Se levantaba, escribía, si tenía ganas recibía a los periodistas, a los estudiantes por la mañana y después almorzaba a veces con algunos de ellos. Por las tardes corregíamos los textos que él había comenzado el día antes o esa mañana. Una vida normal: íbamos al cine, salíamos a caminar, comíamos con amigos o solos, dependía de los programas o actividades del día.

LD: ¿Cómo era la personalidad de Borges?

MK: Borges tenía una personalidad fascinante. Era una persona fundamentalmente libre y yo diría que, desde mi punto de vista, la definición que mejor le cabe es la de un ser libre y fuerte como para poder ir en contra de la corriente y sostener, a pesar de la contracorriente, sus ideas, mientras él creía en esas ideas y estaba convencido que eran ciertas y dignas de lucha. Pero, si se daba cuenta que estaba equivocado, no tenía ningún inconveniente en reconocerlo, lo cual es muy difícil de ver en la gente. Lo hacía públicamente y daba la razón al contrincante si la tenía. Entonces yo creo que eso es realmente admirable. Además, era un ser con firmes convicciones en lo que respecta sobre todo su propia vocación. Él siempre supo y tomó como su destino ser un escritor. Lo supo desde muy chico y eso también marca toda una personalidad, una fuerza increíble, dado que su camino no fue tan fácil y, en realidad, el reconocimiento comienza para él recién cuando tiene 60 años…

LD: Cuando recibe el Premio Formentor que da un gran impulso a la difusión de sus obras…
MK: Así es. Entonces todo ese reconocimiento de la intelectualidad que le fue dando hace que él comience a surgir a una edad en que otras personas, habiendo iniciado tan joven como él, ya tienen una carrera consolidada. Él la tenía consolidada por lo que respecta a su trabajo. Pero ese reconocimiento, que empieza a ser mundial y que estalla un lustro después de viajes que comienza a hacer y de las conferencias que va dando, muestran toda la fuerza interior que él tenía. Justamente, esa fuerza la demuestra la obra, es decir, la fuerza o la debilidad de un ser creo que está dada por la obra que deja, por lo que hace, en el terreno que le toque a esa obra, ya sea intelectual o artesanal o en la más aparentemente menos brillante de las cosas. Pero yo creo que eso es lo que uno va dejando y lo que él ha dejado muestra cómo es libre interiormente, a pesar de que, a veces, tenía ese aspecto tan frágil que podía ser mal interpretado. La gente podía llegar a pensar que no tenía carácter, que estaba sometido por su madre y por mí, pero todo eso no es así. Él era un ser totalmente libre y su obra lo demuestra, su obra demuestra esa fuerza interior y esa libertad.
Encuentros, lecciones

Luis Dapelo: ¿Cómo fue su encuentro con Borges?

MK: Bueno digamos que hay tres encuentros: uno auditivo, que fue cuando yo tenía cinco años y una profesora me daba clases de inglés. No sé si aprendí el inglés con ella, pero sí muchas cosas porque era una persona muy fascinante. El método que tenía esa señora consistía en leerme en inglés lo que ella estaba leyendo y luego hacer una traducción comprensible para una criatura de cinco años, y seguir adelante con su texto. Ese era el método y esa señora, cuando yo tenía cinco años, me leyó los dos poemas ingleses de Borges, uno de los cuales, según lo que ella me explicó y lo que podía entender, me impresionó muchísimo. Poco tiempo antes, ella estaba leyendo César y Cleopatra de Shaw y entonces me hacía una descripción adecuada para una criatura de cinco años, de lo que era César, de lo que significaba ser emperador y máxima autoridad para los romanos, de lo que había hecho ese hombre y de su amor por Cleopatra. Todo eso como si fuese un cuento para una niña de 5 años. Luego me leyó esos poemas y, en tres o cuatro versos, vi un ser o algo que era totalmente opuesto a eso que me había descrito como la personalidad de Julio César. Y esa personalidad, que ella me presentó en palabras simples para que yo las pudiera entender, me fascinó. No logro entender por qué. Quizás porque yo era una criatura muy solitaria y quizás sentía como una proximidad de amistad, de empatía por alguien que podía sentir las cosas como yo las sentía en ese momento. Y eso ocurrió cuando tenía cinco años.

LD: ¿Cómo se produjo el segundo encuentro?

MK: El segundo se produjo cuando yo tenía doce años. Como yo quería estudiar literatura y ya escribía, un amigo de mi padre pensó que era muy importante que yo conociera a ese hombre que admiraba, que para él era el máximo escritor. Entonces, por lo menos una vez en la vida, yo tenía que escuchar a ese hombre y verlo. Asistí a una conferencia de la cual no entendí absolutamente nada, por supuesto. Pero si bien no entendí nada, ciertas cosas me llegaban. La palabra, la poesía, la literatura, la filosofía son como la música, es decir, sonidos y en la entonación de la voz de alguien que dicta una conferencia hay, de todos modos, algo que despierta en nosotros determinados sentimientos o emociones. Luego salí de la conferencia, me lo presentó este señor, se acercó, lo saludé, le di la mano y me fui como cualquier otra persona.

LD: ¿Y el tercero?

MK: El tercer encuentro fue un día mientras yo estaba caminando por Florida. Lo vi, me acerqué, como una chica de dieciséis años, un poco atolondrada, que tiene esos recuerdos que en ese momento se hacen más precisos de esa persona, y le dije que lo había escuchado una vez cuando era chica, que me acercaba para saludarlo y ahora era grande. Él, no sé por qué, evidentemente por la voz, se había dado cuenta de que no era tan grande y me dijo que yo debía ser una persona adulta. Le respondí que sí y me dijo: “le hago una propuesta: ¿quiere estudiar anglosajón?” Yo le dije que sí e inmediatamente me di cuenta que no tenía ni la más remota idea de qué era eso. Le contesté que yo no sabía qué era eso, él se rió y me dijo que eso era el inglés antiguo. Le pregunté: “¿Shakespeare?” y él me dijo no, mucho más antiguo. Desde ese momento empezamos a estudiar y nos veíamos en la Fragata cerca de la calle San Martín, en distintos bares que hoy han desaparecido. A veces también en el Saint James que ya no existe. Él llegaba con los libros y con el diccionario -todavía caminaba solo en esa época por la calle- y comenzamos a estudiar el anglosajón. Después la vida fue tejiendo toda una historia. Elegí el irlandés e inició a dictarme algunas cosas. Traía libros para ayudarlo a refrescar datos para preparar las conferencias y, bueno, la vida siguió tejiendo toda esa historia maravillosa. Yo, paralelamente, terminé el secundario, cursé mis estudios en la universidad, tenía mi trabajo y me dividía el tiempo en una vida tan complicada como la que tengo ahora pero muchísimo más feliz por supuesto.

LD: ¿Cuánto duraban esas lecciones?

MK: Ah, eran infinitas porque, por ejemplo, cuando terminaba el colegio y los deberes, nos encontrábamos por ahí a las cinco, a las seis de la tarde, cuando él y yo podíamos. Porque, a veces, yo me escapaba. Bueno podía durar hasta las siete o más tarde, según los compromisos que él tuviera.. No era una cosa fija ni rígida. Por suerte con él nada era fijo ni rígido. Todo se daba, digamos, espontáneamente. Era maravilloso.
Borges, las amistades: Mastronardi, Mujica Láinez, Bioy Casares, Ocampo, Bianco, Sabato, Cortázar, Paz, Girri

LD: Cuénteme de las amistades de Borges.

MK: Bueno, Borges tenía muchísimos amigos y yo conocí a muchos de ellos. Por ejemplo, sentía un profundo afecto y admiración por Carlos Mastronardi, un poeta muy querido por él, muy amigo de él y creía que no había tenido el reconocimiento que merecía tener. Me acuerdo que yo lo acompañé, que él lo sintió mucho cuando falleció y lo velaron en la Sociedad Argentina de Escritores. Era una persona a la que él tenía mucho aprecio. Después en otro tipo de relación de amistad no tan profunda pero que él siempre decía que era muy agradable estaba, por ejemplo, Mujica Láinez. Borges decía de él que era la persona que estaba no solamente en los malos momentos sino que también era el primero en llamarlo y alegrarse por los buenos momentos. Digamos que no se veían nunca salvo en eventos oficiales y, sin embargo, cuando Borges recibía un premio o en cuanto Borges tenía una operación de la vista, me contaba que Mujica Láinez era el primero en llamar. O sea que no siempre se veían pero había un afecto profundo y una preocupación constante por parte de él. Bioy Casares con el que bueno colaboró en las obras y se frecuentaron mucho. Luego con Silvina Ocampo tuvo una amistad muy entrañable y admiraba mucho lo que hacía. Borges decía que Silvina, por ejemplo, era realmente una creadora porque había hecho una pintura y una exploración sobre todo del mundo de la infancia, del mundo perverso de la infancia. Era una persona que vivía fuera de todo lo que significara notoriedad.  Conducía una vida totalmente retirada y Borges la consideraba realmente genial. Después, por ejemplo, Alberto Girri, poeta extraordinario que era muy amigo de él y con el que comíamos muchísimas veces, y con Enrique Pezzoni, docente de la Facultad de Filosofía y Letras, también extraordinario profesor y crítico literario.

LD: Y colaborador de Pepe Bianco en la Revista Sur…

MK: Exactamente. Se daban conversaciones maravillosas porque hablaban de poesía y discutían sobre la poesía con conceptos a veces muy distintos, pero era una relación muy interesante, muy enriquecedora pienso que para ambas partes. Y después, por ejemplo…

LD: ¿Con Sábato?

MK: Con Sábato habían sido amigos pero luego, por cuestiones políticas, se separaron y luego se reencontraron. Yo tengo un muy lindo recuerdo de Sábato: un día, cuando Borges estaba haciendo los análisis y se sabía que estaba enfermo, lo encontré una vez y estaba sentado en la mesa con alguien, se levantó y me preguntó realmente con mucho interés y preocupación por la salud de Borges. Sabato emanaba algo muy lindo, como de preocupación y de aprecio, de afecto. También otra relación, no de amistad profunda pero sì de descubrimiento -eso creo que también es tan valioso como una amistad profunda- fue con Cortázar. Borges fue el primero en publicar la primera obra de Cortázar “Casa tomada”, un cuento. Tengo un recuerdo maravilloso de un encuentro por azar…

LD: Con ese joven lleno de talento como dijo Borges…

MK: Exactamente. Tengo un recuerdo muy lindo: una vez que estábamos en Madrid y Cortázar era un hombre ya consagrado que había venido creo para hacer entrega del Libro de Manuel. Políticamente eran totalmente distintos y yo sabía eso. Estábamos en el Museo del Prado y para mí queda para siempre en mi memoria esa escena como una slide. Porque yo adoro a los dos: a Borges como escritor, dejando de lado mi afecto como ser humano, mi amor por él, y a Cortázar puesto que ambos son igualmente valiosos y despiertan en mí cosas maravillosas. Yo estaba con Borges delante de uno de mis cuadros preferidos de Goya -me gusta la pintura negra de Goya- el “Perro semihundido” y, en ese momento, vi la figura de Cortázar, tan alto que era totalmente imposible no ver. Entonces, a mí se me escapó del alma, ¡ahí está Cortázar! y luego me di cuenta que lo ponía a Borges en un compromiso porque quizá él no quería verlo, no quería saludarlo por esa cuestión política tan fuerte que los dividía. Entonces me dijo: “¿Usted quiere saludarlo?” “Como usted quiera.”, respondí y, mientras estaba diciendo eso, Cortázar lo vio y se puso a caminar hacia nosotros. Cortázar lo abrazó y le dijo: “Maestro nunca voy a olvidar que gracias a usted yo publiqué mi primer cuento”. Fue maravilloso ver a ese hombre, que ya tenía la fama internacional, agradecer como un niño a Borges quien se mostró muy afectuoso también con él. Para mí fue una cosa inolvidable, maravillosa, realmente maravillosa. Son esas cosas que no sé, que a uno le dan deseos de vivir ¿no? Maravilloso.

LD: ¿Cómo fue el encuentro con Octavio Paz? ¿Estuvo presente?

MK: Sí, yo estuve presente. Con Octavio Paz tuvimos varios encuentros en Buenos Aires, en Nueva York, en distintos lugares del mundo y lo maravilloso fueron esas conversaciones que tuvo Borges con Octavio Paz porque, realmente, eran así las conversaciones. Quiero decir dos personajes que tenían el mismo background, la misma preparación y que discutían ideas; no eran preguntas y respuestas, eran discusiones profundas de las ideas. Maravillosos fueron también los encuentros que tuvimos con Marguerite Yourcenar, con la cual mantuvimos una relación mágica, muy especial. Nos veíamos poco, pero hablábamos mucho por teléfono y cuando coincidíamos eran momentos de una riqueza y profundidad increíbles.
Borges y Europa: itinerarios

LD: Borges y Europa. ¿Qué recuerdos tiene de los viajes que realizó con Borges?

MK: Cada país por cierto es una historia diferente, un recuerdo diferente pero, por ejemplo, pienso que, por varios motivos, ciudades muy especiales y mágicas para nosotros eran Venecia, Reykjavik, Londres, que tenía muchas connotaciones para él y París, con la que se reconcilió porque, cuando él era joven, parece que no le gustaba. Luego hicimos muchos viajes a Francia, tenemos allí muchos amigos y, poco a poco, fue reconciliándose, rescatándola, así que la quería y eso es lo importante. Digamos que la relación quedó bien y además Francia fue, como decía, muy generosa con él, lo llenó de honores, de cariño y de reconocimiento. Después, por ejemplo, de España le gustaban sobre todo Granada, Córdoba, Sevilla, Toledo que para él, justamente, representan digamos todo lo que es la amalgama, el crisol de culturas distintas que dan otra historia. Nueva York, Manhattan, era una de sus predilecciones.

LD: ¿Por qué Borges eligió Ginebra?

MK: Para Borges, Ginebra era muchas cosas y es muy curioso porque, por ejemplo, cuando su familia va a Europa, quedan como prisioneros porque estalla la Primera Guerra Mundial. No pueden volver, permanecen allí y él tiene que ir al colegio en Ginebra. Borges no guardó un buen recuerdo porque se sintió, de algún modo, atrapado. Para un chico el aprendizaje fue duro porque llegaba sin saber el francés y tenía que incorporarse a un colegio y hablarlo. Al mismo tiempo representó el descubrimiento del respeto y de la solidaridad. Eso cuando el tiempo decantó la recordaba no con enorme alegría y los años hicieron, a medida que creció, que fuera descubriendo todo lo que ese lugar le había enseñado, le había dado porque me acuerdo, por ejemplo, que el profesor de dibujo le decía –No, no, pero yo no quiero que ustedes hagan esa escalera viendo la escalera, ustedes hagan lo que sienten de esa escalera- Entonces todo un sistema que era diferente, me acuerdo la emoción que él tenía cuando me contaba, por ejemplo, que los chicos eran crueles. Cuando iba al colegio, en Buenos Aires, tenía que pasar por las calles de Palermo que no era el lugar sofisticado que es ahora. Palermo era la “banlieue”, el arrabal, un lugar periférico. Allí vivían los compadritos. Desde muy niño Borges era miope, usaba anteojos y además sus padres lo mandaban al colegio vestido como un chico de Eaton. Sus compañeros, que eran los hijos de los compadritos, se burlaban de él, lo llamaban cuatro ojos, se reían de la forma en que iba vestido y de pronto llega a Ginebra, y se entera, tiempo después, que sus compañeros pidieron al profesor que no le exigiera como a ellos porque ese chico era extranjero y ni siquiera podía reconocer cuando lo llamaban, porque le decían Borgés y él era Borges y no podía acostumbrarse a escuchar la pronunciación deformada del apellido. Todos sus compañeros de clase fueron a pedirle eso al profesor y eso produjo en él gratitud y después, por ejemplo, ver cómo acogían a los refugiados de la Primera Guerra Mundial con hospitalidad y respeto. Entonces todas esas razones hicieron que, con los años, para él, Ginebra fuera el lugar de la razón, que es lo que él más apreciaba.

LD: ¿Fue una reelaboración de Ginebra?

MK: Exactamente, que es lo que decíamos antes, como la vida, como ¡qué suerte que se salvó!, es decir, como cuando un ser es sensible e inteligente, cada suceso que en un momento puede ser negativo, luego con el tiempo va mostrándole las otras facetas que tuvo también pero que uno, por ansiedad, por extrema juventud, por encontrarse en un mal momento o por inexperiencia no lo vio. De hecho, por ejemplo, su último libro, que es en realidad como su testamento, no sólo para sus seguidores sino para todos, para la humanidad, es el homenaje a Ginebra. Los conjurados y los conjurados son precisamente los habitantes de Suiza y que, como él dice, por un acto de razón, teniendo distintos cultos, distintas lenguas, a través de la buena voluntad, de la razón, logran formar un país como Suiza, sin perder sus individualidades, su lengua, sus tradiciones y su religión. Eso es fantástico y el respeto, el pluralismo y la convivencia armoniosa es lo que hacía que él sintiera que eso debía ser el ejemplo para el mundo, que termina diciendo que él sabe que eso no es la realidad, que quizá nunca pueda existir, que se conforma con que eso sea profético, esa comprensión de la humanidad que es tan difícil.
Borges y el Boom

LD: ¿Cómo vivió Borges el Boom?

MK: Borges se extraía del Boom, decía que es una palabra inventada comercialmente y que él no era un escritor del Boom. Él era otra historia y, según su opinión, ese fenómeno no era realmente literario sino que simplemente era una etiqueta que se le había puesto para denominar ese momento. Lo que sì consideraba impotante era el surgimiento de un grupo de escritores que, de algún modo, van a marcar y cambiar cada uno a su modo y cada uno con sus seguidores y de distinta manera -justamente esa es la riqueza- a la literatura sobre todo la de la lengua española.

LD: Justamente una de las virtudes del Boom fue internacionalizar y renovar la literatura latinoamericana.

MK: Exactamente y es muy interesante. Por ejemplo, en España, hay muchos escritores españoles que dicen que Borges cambió la forma de la escritura en lengua española. Por otro lado, es muy interesante observar los grandes movimientos renovadores, por ejemplo, el Modernismo con Rubén Darío que va a transformar todo lo que era una estructura poética determinada e introducir una temática también diferente dentro de esa literatura tan tradicional. Borges lo hace -sobre todo digamos lo que los críticos españoles consideran y ponen más el acento- a través justamente de la prosa y lo interesante de esto es que Borges imprime ese cambio en la prosa porque, de algún modo, a través de ese conocimiento como segunda lengua que tuvo del inglés, hace como una transposición de esa extraordinaria concisión narrativa de la lengua inglesa. Entonces esa concisión del inglés en la prosa de sus grandes escritores, que Borges leyó, internalizó de algún modo desde su infancia, asimiló y transformó, logra ese ascetismo, esa pureza y ese equilibrio. Nada sobra, nada falta, nada se puede quitar tampoco y nada se puede agregar.

LD: ¿Cómo fueron las relaciones de Borges con los escritores del Boom?

MK: Nosotros conocimos a Cabrera Infante en Londres y fue una relación interesante. Ahora bien, hay que tener en cuenta que Borges no era lector de novelas y, en general, en el Boom lo que prima es la novela como género principal. Yo le leía partes de las novelas de Fuentes, de García Márquez, etc.

LD: ¿Hubieron encuentros con los escritores del núcleo principal del Boom?

MK: Yo diría que hubieron varios encuentros porque, cuando le dieron el Doctorado Honoris Causa en Oxford, entramos en contacto con Cabrera Infante y después en otra ocasión siempre en Londres vimos a Carlos Fuentes.

LD: ¿Vargas Llosa?

MK: Sí, estuvimos con Vargas Llosa en Lima, en su casa, nos mostró su biblioteca.

LD: Yo recuerdo un ensayo sobre Borges muy interesante y además emotivo por esa escritura tan cálida que tiene Carlos Fuentes y que está en Geografía de la novela, en el cual habla de la influencia que tuvo Borges en él, de los diversos niveles de lectura, etc.

MK: Carlos Fuentes es un magnífico escritor. Es uno de mis preferidos realmente porque es increíble la descripción, la forma y además es un magnífico lector de sus prosas. Yo lo vi una vez que estaba invitada como jurado en el Premio Juan Rulfo y él dio una charla sobre una de sus obras, no recuerdo exactamente cuál era. Hizo una lectura de una parte de ese relato y me pareció extraordinario. Era como un actor, era increíble realmente y no solamente por el contenido de lo que decía, sino por cómo lo decía…¡que es extremadamente difícil! Yo lo admiro mucho, le tengo mucho aprecio.

LD: Carlos Fuentes es un escritor de una gran versatilidad que puede operar con una total naturalidad y desenvoltura en casi todos los géneros.

MK: Es riquísimo como personalidad sea de escritor y de persona.
Borges y las traducciones

LD: ¿Qué pensaba Borges de sus traducciones? Creo que ese tema lo obsesionó habiendo sido él mismo traductor. ¿De cuáles traducciones Borges se sintió más satisfecho?

MK: En general, Borges no leía las traducciones. Él no tenía sus obras en casa. De tanto en tanto alguien venía y le decía: “¡Mirá esto, han hecho una traducción terrible!” El único ejemplar que yo recuerdo, que fue muy divertido, fue cuando se publicaron por primera vez las obras completas. Se las dedicó a su madre y le dijo: “Madre, acá está este ejemplar de la obra completa, te lo he dedicado, es tuyo pero, si lo veo fuera de tu cuarto, irá a la basura”. La madre tenía celosamente custodiados los libros para que no terminaran en la basura. Él era así,  era realmente modesto. Por otra parte, era sumamente exigente y las personas sumamente exigentes son modestas porque sienten que nunca llegan a la meta y eso las obliga a una revisión permanente.

LD: A una puesta en cuestión siempre de sí mismos. Es una especie de antídoto contra la soberbia.

MK:  Exactamente. Es quizás el mejor antídoto contra la soberbia.

LD: ¿Borges tuvo contacto directo con sus traductores, con los traductores de las principales lenguas o solamente con pocos?

MK: No, con pocos.

LD: ¿Con Norman Thomas di Giovanni, por ejemplo?

MK: Por ejemplo, Borges conoció a Norman Thomas di Giovanni cuando fue a dar un ciclo de conferencias a Harvard. Entonces había un muchacho argentino, extraordinaria persona, cuyo nombre es Jack Murchinson que vivía en Estados Unidos y creo que, en ese momento, estaba haciendo su tesis y Borges le dedica El Etnógrafo. A Borges le encantaba charlar con él porque era un aventurero, pero este muchacho no podía continuar por algunos problemas que hubo y porque estaba haciendo su tesis. Lógicamente la traducción es una tarea muy absorbente. Entonces apareció di Giovanni y quiso hacer la traducción de la obra de Borges. Vino a Buenos Aires y estuvo unos años. Luego hubo un distanciamiento por parte de Borges y di Giovanni vuelve a entrar en escena nuevamente cuando la BBC le hace a Borges ese maravilloso documental.

LD: Lo vi por televisión en Italia. Muy bien hecho.

MK: En efecto, lo encontré muy completo y muy poético. Eso fue cuando hubo la guerra de las Malvinas porque recuerdo que fuimos al Uruguay para filmar puesto que el equipo de filmación no podía entrar a la Argentina. Estábamos en conflicto y ahí di Giovanni vuelve a enlazar con Borges -que además era muy divertido porque había circulado una historia de la muerte de di Giovanni- y él quedó apesadumbrado porque había habido todo ese distanciamiento terrible y después se enteró de la resurrección.

LD: De la muerte y resurrección de Norman Thomas di Giovanni…

MK: Sí, fue muy divertido, pero con él tuvo una relación de unos años acá y después de la estadía en Montevideo con la BBC y después con otros traductores. Creo que conoció al traductor alemán…

LD: ¿Wolfgang Luchting?

MK: No me acuerdo porque han pasado tantos años pero sé que vino y tuvo una conversación con él. Borges tenía una relación estrecha con sus traductores al francés, sobre todo con Néstor Ibarra y Roger Caillois. Uno siempre cuando menciona a uno se olvida de otros, y Néstor Ibarra fue amigo de Borges. Era una persona muy aventurera, también muy loca, loca en el buen sentido de la palabra, por quien Borges tenía mucha simpatía, que lo conocía de toda la vida y a quien visitó, me acuerdo, antes de que muriera.
Los últimos años de Borges

LD: ¿Cómo fueron los últimos años de Borges?  ¿Cómo los vivió?

MK: Como había vivido los anteriores, es decir, escribiendo, planeando sus obras, sus viajes, preparando sus conferencias, como desde la época en que yo lo conocí. No hubo cambios en él, en ningún momento. Siempre tuvo las mismas exigencias.

LD: Siempre el mismo rigor…

MK: Siempre el mismo rigor para la preparación de sus charlas, siempre la misma angustia antes de la charla y siempre el mismo humor, el buen humor, que realmente lo acompañó y lo caracterizó toda su vida, así que no puedo decir que haya habido un cambio. Recuerdo que después de la muerte de Borges la biblioteca de Paris junto con la embajada argentina hicieron una exhibición de dos documentales de Borges. Estábamos Silvia Barón Supervielle, poeta argentina que vive desde hace muchísimos años en Francia, y yo viendo el primer documental en blanco y negro hecho por Berzosa en el que aparecía Borges amargado, cerrado…

LD: ¿Retraído?

MK: Duro y luego hicieron pasar otro documental para una invitación que Franco Maria Ricci nos había hecho a Italia y, cuando las luces se prendieron, las dos nos miramos y fue a coro, porque las dos dijimos: “¡qué suerte que se salvó!” Era tan obvia viendo las imágenes seguidas de uno y otro dos documentales cortos que realmente lo dijimos a coro fue una cosa lindísima.

LD: ¡Otra vez el azar!

MK: ¡Otra vez el azar! Sí, yo creo que él hizo un trabajo con él mismo maravilloso. Yo creo que sí porque todos nacemos de algún modo marcados por la época, por la historia familiar, por el ambiente en que vivimos y también por la época en que cada uno de nosotros ha vivido, y hay seres que quedan como fijos, como mariposas, encerrados en eso y hay otros seres -es el caso también de Borges- que, por suerte, van trabajando su interior, lo van puliendo y extraen todo lo que, a la luz de la evolución histórica y personal, sobra y que no sirve, ¿verdad? Entonces el trabajo que hizo con él fue espléndido.

LD: ¿Cómo era Borges cuando se le entrevistaba?

MK: Estupendo. Podía pasar horas y de ahí se explica la cantidad de libros que han proliferado.

LD: ¿Cómo vive los recuerdos de Borges después de tantos años?

MK: Aunque sé que no está, es como una presencia continua. Además estoy siempre conciente que todo el mundo lo ha querido, lo ha respetado, lo respeta y lo quiere. Hablo siempre de él, doy conferencias sobre su literatura, estoy siempre como rodeada por él y además es la mitad de mi alma. Siento la nostalgia de no poder compartir cosas nuevas. Hay algo que resulta mágico, muy lindo que ocurrió una vez: Borges siempre me cantaba una canción que cantaba su madre y que escuché en Venecia por primera vez. Me contó la historia de esa canción de finales del siglo XIX y principios del XX que se llama Fascinación. Borges murió, pasó mucho tiempo y me invitaron a Belgrado, a otros lugares y, en un determinado momento, me acuerdo que me llevaron a un sitio que era precioso porque estaba cerca del mar y era un hotel cuya fachada era de vidrio, desde donde podía ver todo el paisaje con unos árboles que tocaban el agua y unas piedras donde había erizos que uno los podía ver de tan transparente que era el agua. Entonces cuando yo entré allí y vi eso tan maravilloso pensé: “¡Qué dolor!” porque es el primer lugar al que vengo sin Borges. Estaba el embajador que había ido para oír la conferencia, entonces me acerca la silla para que yo me siente y, en el momento en que me siento, – no me había percatado que había un pianista- el pianista empieza a tocar Fascinación y me puse a llorar porque era, dentro de la casualidad, una respuesta.

LD: Otra vez el azar.

MK: Así es. Yo que pensaba que era el primer lugar al que fui a conocer sin él y la música era como una respuesta, como si dijera: “¡aquí estoy!” Es algo muy bello y me emociona mucho ahora. Soy agnóstica como él pero a veces siempre digo que hay tantas casualidades en mi vida que pienso y le digo a mis amigos que quizá no termine agnóstica. No sé, son cosas que parecen casualidades y es maravilloso poder sentirlas así, que se encadenen de esa manera y tal vez correspondan a un orden como él decía en el poema Ajedrez: ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza? Quizá es eso que no sabremos nunca pero bueno es lo maravilloso de la vida también.

LD: Me alegra mucho haber tenido la oportunidad de poder entrar en el universo de Borges, a través de la conversación que hemos tenido usted y yo. Le agradezco infinitamente su generosidad y su amabilidad por haberme concedido esta entrevista.

MK: ¡No, por favor! Gracias a usted.


Fuente : Nuoviorizzontilatini
Luis Dapelo, 2005.

 
Harvard en Borges

 

La influencia que Borges ha ido teniendo
sobre Borges parece insuperable. ¿Estará destinado,
de ahora en adelante, a plagiarse a sí mismo?
–Ernesto Sabato, Uno y el universo (1945)

 Como un Homero redivivo, Jorge Luis Borges (1899-1986) fue famosamente paseado por el mundo del brazo de instituciones y personalidades tras compartir con Samuel Beckett en 1961 el Formentor, premio que inició su canonización internacional. Transfigurado el fenómeno en fiebre planetaria, no hubo rincón ni público que rechazase ser inoculado por su presencia mítica. Y así, del mucho visitar y del aún más endiosar, el escritor fue convertido en Ciudad Santa ambulante, de manera que el anfitrión ya no era visitado por Borges, sino que el anfitrión peregrinaba a Borges.

El año académico 1967-1968 la Universidad de Harvard estuvo en Borges para escuchar el ciclo de seis conferencias This Craft of Verse, traducido al español como Arte poética. (¿Acaso quiso el traductor homenajear al Borges de otro siglo, Francisco de Borges de Sousa, quien en 1765 imprimió en Lisboa una obra con título semejante?) Descubiertas las cintas del ciclo en 2005 en la babélica biblioteca universitaria, que custodia uno de los fondos más vastos del planeta, This Craft of Verse es una exacta introducción al escritor y su exclusivo universo de letras, gobernado por la ley borgesiana de la gravedad literaria.

En 1967, la ceguera de Borges, por poco absoluta, competía en fama con la de Homero y John Milton. Apenas distinguía (afirmaba) sombras teñidas de amarillo. Casi ciego, pues, sin la ayuda de notas, frente a una audiencia transformada en una nebulosa amarillenta, Borges conferenció seis tardes en inglés victoriano con deje bonaerense; siempre durante más de media hora y acentuando su discurso con citas en latín clásico, nórdico antiguo, castellano renacentista y contemporáneo, alemán tardomedieval y decimonónico e inglés de los tiempos de Chaucer y Shakespeare. Citas que aún hoy nos biblio-transportan en un crucero oral por el planeta de la historia de la literatura: desde el lejano oriente de Zhuangzi al cercano Massachusetts de Emerson y Frost; desde la Antigüedad clásica pre-homérica al siglo XX de Conrad.

Espoleada por su ceguera, la memoria oral de Borges en 1967 había adquirido dimensiones sobrehumanas, más propias de la ficción. Como su ínclito personaje, Funes el memorioso, Borges regurgita, sin aparentes titubeos, las seis conferencias rumiadas pacientemente por su memoria; pareciendo incluso que interrupciones como las risas y espiraciones de asombro entre el público estaban de antemano anotadas en su guión mental.

Muy inválido el Borges físico frente a rutinas cotidianas, desde el aseo hasta el paseo; en cambio, el capaz Borges letrado rememora, como testigo presencial, anécdotas de cuando la literatura era huérfana de autores y enumera, como forjando una perpetua cadena, los nombres del traductor del traductor del traductor de Las mil y una noches. Y así avanzan las conferencias, entremezclándose la realidad de hombres y mujeres progenitores de literatura con la ficción de las letras. La frontera entre ambas desdibujándose silenciosamente, mientras Borges se aleja suavemente de la audiencia como ser físico mediante expresiones de humildad socrática: “sólo puedo ofrecerles dudas”, “por supuesto, esta teoría no es mía”, “soy un pensador muy tímido”, “cuando escribo….a menudo descubro que simplemente cito algo que leí hace tiempo”, “espero que puedan perdonarme”. Reducido sólo a voz, estaríamos ante una suerte de espíritu hegeliano de la literatura (que no de la historia). No se trata de un accidente. La posesión literaria fue un pasatiempo predilecto del escritor. José Donoso cuenta que al visitar a una médium en la década de 1950, Borges comenzó de pronto a recitar estrofas de Martin Fierro como poseído por el espíritu de su autor, José Hernández.

En Harvard, el Borges poseído conferenció sobre autores y personajes como si fuesen vecinos de alquiler en la misma realidad; la realidad horizontal y paralela arada por las líneas de los libros que leyó y, tras quedarse ciego, escuchó. Pese a nacer casi veinte años después de su muerte, el escritor Carlyle le invitó a aprender alemán. El Quijote era su íntimo amigo. Vecinos son también el lector y el escritor. El primero (afirma) es un ente tan imaginario como el personaje, uno más de los seres que pueblan el laberinto literario. El escritor es otro personaje. Borges se sabía uno. Su propia identidad literaria era un acto de ficción: “El poeta cuyos trabajos nunca leo, pero el poeta cuyos trabajos tengo que escribir.” Si creía que la frontera entre ficción y realidad era una real ficción, ¿sería porque juzgaba inútil su distinción, al tratarse de una separación artificial instituida en el siglo XVIII y que vino a reemplazar a la más antigua distinción entre arte y realidad? Acaso una respuesta más directa esté relacionada con el principio que para Borges gobierna la naturaleza del escritor: “ser leal a mi imaginación”. Esa fidelidad no pasaba necesariamente por estar anclada en hechos cognoscibles; la esfera que coordina la lógica de la coherencia literaria es distinta, una fe. Borges pontifica: “Yo creo” en lo que escribo.

Ante la audiencia amarillenta de peregrinos y siendo hablado por el espíritu de la literatura, Borges predica que la poesía versa sobre la belleza. Desde la Antigüedad, ella ha sido su cometido. Y sin embargo (aclara) los poetas han innovado poco, incluso en el siglo XX o (como Borges me corregiría) a pesar del siglo XX. El arte poética se reduce a un stock de metáforas y a los patrones de significado que genera su combinación. El paso del tiempo, la vida como sueño, la comparación entre ojos y estrellas, la guerra y el fuego, morir y dormir… han tejido una tupida red que se perpetúa desde la madrugada de la literatura china hasta el atardecer de Borges, pasando por el mediodía del mundo clásico.

Afectado por la calentura estructuralista de los años sesenta encabezada por Lévi-Strauss, Borges defiende que la combinación del reducido stock de metáforas y patrones ha producido variaciones infinitas, que los escritores aún exploran. La épica es el mejor ejemplo. Si como sentenció Whitehead, la tradición filosófica europea consiste en una serie de notas al pie de la obra de Platón, Borges promulga que toda literatura se condensa en rearticulaciones de la épica (por ejemplo, la novela, que – confiesa – es una degeneración de la épica, o el mismísimo cine de Hollywood). Porque (explica) antes del origen de la escritura existían pocos patrones. Sólo a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, los hombres comenzaron a inventar historias.

El crucero oral de la audiencia peregrina llega a puerto con la última conferencia: Borges sobre Borges. Entonces uno parece poder desentrañar la clave espiritual del ciclo. Para absorber todo el poder de su memoria, Funes se recluyó en la semioscuridad, como un ciego de facto, y forzó su invalidez corporal para moverse lo mínimo. Paradójicamente (o quizás ya no tanto), Borges para exhibir su erudición literaria por el planeta, para ser peregrinado como ambulante Ciudad Santa de la literatura, debió quedarse ciego ante la realidad visual y desentenderse de su cuerpo. Del parto fruto de la unión entre la pérdida de la corporalidad y la ceguera implacable nació el épico, sexto sentido borgesiano: la literatura memoriosa.

Fuente : Trumanfactor
Álvaro Santana Acuña
02/02/2011

 
Borges en Harvard



Juan Marichal

Dígale al señor Borges que venimos a su conferencia sin haber comido", me rogaba el estudiante que encabezaba al grupo que en los laboratorios de química había protestado contra la guerra de Vietnam. Borges y yo estábamos a la entrada del edificio de Harvard (Memorial Hall: a la memoria de los estudiantes y profesores que dieron sus vidas en la guerra civil norteamericana, 1861-1865), donde se celebrarían las conferencias de Borges, en el curso 1967-1968.No era lo habitual para el género de conferencias sobre poesía de la serie anual "Charles Eliot Norton": que solían contar con el auditorio así llamado en el Museo Fogg, con capacidad para unas doscientas personas. Mas aquel día del otoño de 1967 aumentaba con las horas transcurridas la preocupación mía (la Universidad me había encomendado todo lo relativo a la visita de Borges) de que iba a producirse una especie de atasco (¡y hasta de motín!) en la entrada del museo por el público que iba a venir a escuchar a Borges de diversas universidades de gran parte de la Nueva Inglaterra en autobuses especiales. Llamé a la oficina a cargo de las aulas y pregunté si Memorial Hall estaría libre esa noche. Sí, lo estaba, pero me advirtieron que su auditorio tenía cabida para 1.500 oyentes. Y dispuse en el acto que allí se celebrarían todas las conferencias públicas del profesor Borges. Al empezar a llegar al acto los asistentes, se vio que sólo podían caber en Memorial Hall. De ahí que Borges y yo estuviéramos a la puerta, hasta llenarse la sala.

Y tuve tiempo para contar a Borges cómo los estudiantes que venían de la "sentada" (sit-in) contra la Dow Chemical Company (fabricantes de los herbicidas utilizados en Vietnam) no eran necesariamente de izquierdas, pero sí le habían leído y le admiraban. Ya en el estrado de Memorial Hall, los aplausos no cesaron hasta que Borges (tras una breve presentación mía) empezó su recital en un inglés de entonación escocesa que sobrecogió al público, pues Borges citaba solamente a poetas de lengua inglesa. Sus palabras eran, así, como el leve marco de los textos recitados, que, para muchos oyentes, eran revelaciones de su propia literatura. Es más, algunos de ellos acudieron a las bibliotecas universitarias de Harvard para leer, por vez primera, a autores como Kipling. Y al cabo de cuarenta y cinco minutos se había creado en Memorial Hall un clima humano sorprendente, como si un bardo antiguo estuviera allí, reencarnado en la persona y voz de Borges.

Las siguientes conferencias fueron disminuyendo en tiempo, hasta llegar a los veinte minutos de la última. Estaban presentes esa noche algunos de los overseers de Harvard (los antiguos alumnos que constituyen la comisión que ratifica, o rectifica, los nombramientos del profesorado) y entre ellos el afamado eclesiástico que los presidía, que exclamó, al concluir Borges, "nunca me he sentido tan conmovido al escuchar una conferencia", aliviando así mi preocupación. Aquel día, por la mañana temprano, había conseguido localizar a Borges, ausente de Cambridge varios días: ¡y estaba en Texas! Tuve que recordarle que a la noche tenía que hablar en Harvard y a Boston llegó, extenuado, a media tarde, gracias a la maravillosa puntualidad de las líneas aéreas norteamericanas.

Tras el susto, estuve a punto de advertir a la señora de Borges (Elsa Astete) que el profesor de la cátedra Norton no podía ausentarse de Cambridge sin permiso de la Universidad ni podía tampoco aceptar conferencias a trochomoche, pero el decano de la Facultad de Artes y Ciencias, tras elogiar mi celo administrativo, me aconsejó olvidarme del reglamento universitario en el caso de la señora Astete, dueña de Borges. De ahí también que tantas universidades (y hasta modestos colleges) fueran huéspedes de Borges en casi toda la costa este de los Estados Unidos.

Las conferencias "Charles Eliot Norton" suelen ser publicadas por la editorial de Harvad: así, por ejemplo, Jorge Guillén las dio en 1957-1958 y recogió en el libro Lengua y poesía (1961, versión española, Alianza). Las de Borges no pudieron publicarse porque el texto propiamente suyo alcanzaba unas pocas páginas. Sí estaban grabadas sus recitaciones, pero la editorial de Harvard no aceptó mi propuesta de publicarlas en forma de libro-casette. De todos modos, por haber estado en Cambridge, la capital universitaria de los Estados Unidos, Borges pudo conversar con variadas figuras de la cultura norteamericana que quedaban deslumbradas por la elegancia y profundidad de su pensamiento. En suma, Borges forma parte desde entonces de la historia intelectual de los Estados Unidos, hasta el punto que Susan Sontag lo calificó de maestro indispensable para los escritores de lengua inglesa. Sin olvidar, en cuanto a las letras hispánicas, la confesión "profesional" de García Márquez: "Aprendí a escribir con las obras de Borges, que no me gustan nada".

Borges recibió, en 1978, el doctorado honorario de Harvard, con el aplauso de las veinte mil personas allí presentes para las ceremonias de fin de curso. También fue distinguida con el mismo grado, Marguerite Yourcenar, que conversó largamente con Borges en la cena dada por el presidente Bok la noche anterior. Y viéndoles tan embebidos en su conversación, sentía que aquella extraordinaria pareja representaba el sueño literario del siglo XX. O para decirlo con palabras del mismo Borges: "Desconocemos los designios del universo pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios que no nos serán revelados".

Juan Marichal es profesor emérito de la Universidad de Harvard (EEUU) y director de la revista de la Institución Libre de Enseñanza.

Fuente : El Pais
Juan Marichal 
2 SEP 1999



 

jueves, 28 de marzo de 2013

III Congreso Vox Orbis 
Borges y la Memoria 
Rafael Olea Franco  


Presentación de Rafael Olea Franco en el III Congreso Vox Orbis. Se habla de "Funes, el memorioso", relato de Borges publicado en 1942 en las páginas del diario La Nación y después incluido en "Ficciones" (1944). El investigador comienza con las primeras frases del cuento, por ejemplo: "Lo recuerdo". Después desarrolla algunos motivos de la obra de Borges, por ejemplo la reseña a una novela que no existe. El texto de Funes tiene un carácter testimonial.

"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 1

 
 


"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 2
 
 


"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 3

 
 

"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 4

 
 

"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 5

 
 

"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 6

 
 

"Borges y la memoria" Rafael Olea Franco 7

 
 

Fuente : You Tube
http://www.youtube.com/watch?v=szxOhPZtzc4

domingo, 24 de marzo de 2013

ENCUENTRO DESCONOCIDO CON JORGE LUIS BORGES


Por Pablo R. Bedrossian

“Los católicos (léase los católicos argentinos) creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario: me interesa y no creo”

Jorge Luis Borges

10 de septiembre de 1984.

-  ¡Hola! Con Jorge Luis Borges, por favor.

-  Borges habla.

-  Mucho gusto. Soy un joven lector que desea  conocerlo.

-  ¿Tendría Ud. Inconveniente en acompañarme a dar  un paseo? El médico me recomendó caminar treinta cuadras por día.

-  Cómo no.

-  Véngase que lo espero.

De inmediato me dirigí a su departamento ubicado en la calle  Maipú 994, 6o piso, departamento B, a pocos metros de la plaza San Martín, en el corazón de Buenos Aires.

Cuando llegué estaba desayunando. En el saludo reconocí la  voz trémula y pausada que tantas veces había oído por radio o por televisión, y que aquella mañana me había respondido por teléfono.

Frente a mí estaba un anciano ciego sumamente cortés y de gestos sencillos. Las arrugas sobre la frente rosada delataban el paso de los  años. No sin asombro advertí que ese hombre era parte de la historia del país,  que era el símbolo por excelencia de las Letras argentinas y que, además, era  el creador de una obra tan sublime que ya no le pertenecía: se había hecho  universal y, en consecuencia, pertenecía a todos los hombres.

Un corresponsal  de la agencia de noticias ANSA lo entrevistaba debido a la proximidad de un viaje a Italia. Aproveché para observar la apacible habitación. Había una vasta
biblioteca ocupada por los voluminosos tomos de una antigua enciclopedia en castellano, otras cuyos anaqueles estaban poblados por obras en inglés, francés y alemán, y en un rincón, una tercera, con títulos en los mismos idiomas. El cuarto no presentaba una ornamentación excesiva; sólo algunos cuadros con imágenes de sus antepasados o de contenido fantástico y unos pocos de los  premios recibidos.

El periodista al despedirse dijo:

-  En Roma nos vemos con el “Polaco” (en alusión a  Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II).

-  Está equivocado. No pienso ir a verlo… Debo ser
el único.

-  Yo tampoco iría a verlo.

Mi intervención los sorprendió. Borges preguntó:

-  ¿Por qué?

-  No soy católico. Soy cristiano y asisto a una iglesia evangélica.

-  ¿A cuál?

-  A una bautista.

-  ¿Ud. sabe? Tenía una abuela protestante. Un bisabuelo mío era pastor metodista. Además -refiriéndose a la iglesia  católica-, eso de la salvación por las obras nunca lo entendí.

Luego entró una mujer de aspecto europeo  y le entregó la traducción de uno de sus
libros a una lengua nórdica. Finalmente iniciamos la caminata.

Con Borges por la calle  Florida

Una mañana luminosa nos encontró caminando por la calle  Florida. Mientras con su mano derecha se aferraba a un pintoresco bastón que le  habían regalado en la provincia de Misiones, con su brazo izquierdo se tomó  fuertemente de mi brazo derecho.

-  Téngame fuerte –me dijo- que ando medio  “tembleque”.

-  Don Jorge…

-  Por favor, llámeme Borges.

-  Borges, cuántos personajes vivirán dentro suyo.

-  Se equivoca. Soy yo en diversos estados de  ánimo. Pero, joven, hábleme de su iglesia.

Aunque  sabía de su dilatado interés en todo lo atinente al terreno teológico, la
insistencia me sorprendió. Más aún cuando recién iniciábamos el diálogo.

-  Mire, nosotros no creemos en una religión sino en una persona: Jesucristo.

Allí mismo le hablé del amor de Dios, del arrepentimiento y la fe.

-  Y Ud., Borges, ¿en qué cree?

-  Bueno, yo soy ateo.

-  Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?

-  No.

-  ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?

-  Tampoco

-  ¿Y en Jesucristo como ser histórico?

-  Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.

Conocía muy bien su obra y jamás había leído o escuchado de él esta sentencia. Ambos sonreímos. Obviamente la novela era un género desconocido en dicha época.

Entre tanto la gente se detenía para mirarnos o saludarlo. Un joven fotógrafo comenzó a disparar su cámara insistentemente. Borges le preguntó a qué medio pertenecía. Cuando respondió “Editorial Atlántida”, el anciano comenzó a lanzar furibundos bastonazos ante
el asombro del fotógrafo que huyó raudamente. No sin amargura declaró.

-  Son unos estafadores.

La charla fue progresando por diversos caminos. Hablamos de los pueblos: La cortesía de los japoneses, el sufrimiento de los armenios y los problemas argentinos, abordando, por supuesto, la cuestión política. Cuestionó fuertemente a Ernesto Sábato por integrar la CONADEP.

-  ¿No es revulsivo meterse en algo así?

Pero una y otra vez volvíamos al tema del evangelio. Allí  mismo le relaté mi experiencia de fe.

-  Pero, Ud., joven, no se convirtió en ese  momento.

-  ¿Cómo?

-  Pienso que en realidad fue un proceso.

-  Sin embargo -le aclaré-, lo esencial es que en  ese momento tuve conciencia: En ese instante comprendí lo que Cristo había  hecho por mí.

Nuestra conversación iba adquiriendo un sentido  trascendente.

-  ¿Sabe, Borges? Platón dijo: “Fácilmente perdonamos a un niño que le teme a la oscuridad. La gran tragedia de la vida es  que los hombres le temen a la luz”.

-  ¡Qué lindo!

-  Pero Schweitzer dice algo más terrible al respecto: “La gran tragedia de la vida es lo que muere dentro del hombre mientras él vive todavía”.

-  Es cierto. ¿Sabe? Yo ahora hago todas las cosas  como si fueran la última vez. Cada acto es una despedida.

Hombres y mujeres que se acercaban para expresarle su cariño interrumpieron nuestro diálogo infinidad de veces. Una señora mayora exclamó emocionada:

-  ¡Maestro! ¡Maestro!

-  No me llame maestro. Maestros son los clásicos.  A mí llámeme simplemente Borges.

Al mencionarle el alto afecto de la gente, y en tono de confidencia para exagerar el sarcasmo dijo:

-  Es un secreto. Contraté a una agencia de publicidad. Por favor, no se lo cuente a nadie.

-  ¿No se cansa de atender a tanta gente?

-  Me parece -confesó en con resignación- que a la  agencia de publicidad le pagué demasiado…

Los libros y la memoria

Llegamos a “El Ateneo”. En la distinguida librería recibieron a Borges como un prócer o mito viviente. Nos rodeó una veintena de empleados que lo saludaron con esmerado respeto. Borges quería un libro de sonetos de Enrique Banchs para una antología que estaba preparando.  Aproveché para regalárselo y, con una desvergüenza propia de un alucinado, le escribí una dedicatoria.

Emprendimos el regreso subiendo por la avenida Corrientes y luego por la calle Maipú. Los temas de conversación eran variados y sus opiniones los hacían interesantes. Hablamos de Emerson y Withman, de la cultura universal y la nacional, de libros y editores, del Buenos Aires antiguo, de algunos de sus cuentos. Al pasar por la esquina de Maipú y Tucumán dijo:

-  Yo nací a dos cuadras de aquí. En ese entonces no había casa de altos.

-  En sus libros, Ud. manifiesta un amor muy grande por la vieja ciudad y un conocimiento profundo de la vida en las orillas y en  los arrabales.

-  Sí. La secta del coraje. Eso era anterior a la Ley Sáenz Peña. Los cuchilleros que nombro eran hombres de caudillos conservadores. Entre la ex Penitenciería de la avenida Las Heras, la Recoleta y el río había una zona brava denominada Tierra del Fuego. También del otro lado del arroyo Maldonado, a la altura de Coghlan y Saavedra, había otro territorio que los malevos llamaban la Siberia.

-  Recién nombró la Recoleta. La menciona  frecuentemente en sus poemas. ¿Tanto le gusta?

-  No crea. El otro día fui a caminar por el cementerio. Allí descansan los restos de mis padres. En ese momento pensé: ‘si mis padres están en algún lugar seguro que no es en este sitio donde todo es polvo y corrupción’.

-  Borges, Ud. cree en Dios.

-  No, yo soy ateo.

-  Sin embargo, Ud. vive perseguido por la idea de Dios. Es una obsesión que revela en casi todos sus cuentos. La cuestión es que no basta con creer. Eso no le sirve de nada si no hay una experiencia de fe, una entrega,

Llegamos a su casa. Me hizo pasar nuevamente antes de la despedida.

- Cuando quiera, vuelva a llamarme.

Lo miré por última vez como quien mira un recuerdo antiguo, próximo y querido. Me fui pensando en aquel escriba del que Jesús dijo que no estaba lejos del reino de Dios, y me pregunté si, aún en el ocaso de su vida, Borges se animaría a entrar.

Epílogo

Publiqué este diálogo en El Expositor Bautista de agosto de 1986. Borges había muerto en Ginebra en junio de ese año. Cuando nos encontramos él tenía 85 años, y yo apenas 25.

En esta edición 2011 agregué al texto original algunas notas que recuperé de mi diario, sabiendo que otras que se habrán perdido para siempre. Sin embargo, quiero rescatar algunos detalles. Omití mencionar, por ejemplo, que antes de salir a caminar Borges desayunó, luego se fue afeitar, y que inició nuestro diálogo sentado en su sillón. También que cada vez  le hablaba de su obra se mostraba esquivo, pero cuando mencionaba la de otros se conmovía.

La frase más extraordinaria, y que no he encontrado en ninguna de sus obras ni en sus declaraciones, es la referida a los evangelistas (los autores de los  evangelios).

Lo que presento es la  médula del encuentro y el epígrafe con que la encabezo se encuentra en su ensayo “Leslie D. Weatherhead: After Death”, en su libro “Discusión”, incluido  en las Obras Completas 1923-1974, 13ª impresión, pg.282.

Adición del 4 de diciembre de 2011

En el relato omití dos sabrosas observaciones de Jorge Luis Borges.

En aquel tiempo, el flamante presidente argentino Raúl Alfonsín había creado una comisión de ciudadanos notables, que llamó Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Uno de los designados fue el escritor Ernesto Sábato, con quien Borges tuvo reiterados desacuerdos.

- ¿A usted le parece (bien) lo que ha hecho Sábato de aceptar integrar esa Comisión? Hay que ser revulsivo, ¿no?

Más adelante hizo otro comentario que me sorprendió:

- ¡Qué pobreza la de esos escritores que usan mlaas palabras como “boludo” o “mierda” para llamar la atención!

Nunca leí de Borges una palabra vulgar, aunque sea en tono de crítica. Obviamente las conocía y las despreciaba.

Fuente :  Pablo Bedrossian