miércoles, 28 de febrero de 2018

Buscando a Borges en Islandia




El autor de El Aleph, que sentía fascinación por esta isla y la visitó tres veces, dejó huellas indelebles en un puñado de habitantes de Reykholt

Esteban Feune de Colombi
25 de febrero de 2018 

REYKHOLT, ISLANDIA

Sigo al hombre de espaldas. Deforma la nieve en pasos hondos que apuntala con bastón de bambú. ¿Si fuera Borges?, imagino al aplastar mis botas en las huellas crepitantes que abren el camino. Seis grados bajo cero, humos suben en plegaria desde el estanque de agua termal, un cielo enceguecedor que intimida, mis anteojos una Pentax analógica en éxtasis. Lo terroríficamente radiante de la luz en el invierno casi ártico, el vuelo gallináceo del sol que nomás se pone de pie y ya repta, jactancioso en esa parábola.

No es Borges, claro que no. Sin embargo, me conmueve saber que, en los 70, él recorrió estos lares y visitó la tumba de Snorri Sturluson, el mítico poeta vikingo adorador de Thor y otros æsir como Odín, Baldr o Tyr, divinidades paganas del panteón nórdico que desembarcaron de Asia y fueron tomadas por dioses. Sombrerito tieso, mirada glacial, barba vieja, torso de cuero y patas de corderoy enderezan, a decir verdad, la estampa litográfica de Geir Waage, el cura luterano que preside desde 1978 la iglesia de Reykholt.

En este pueblito de cuarenta y pocos habitantes situado a 100 kilómetros de Reikiavik -palabra que significa bahía de vapores-, el hombre también lleva las riendas de Snorrastofa, el sitio cultural dedicado a Sturluson, el mejor de los grandes escaldos nórdicos, asimismo magnate, abogado, historiador y caudillo político, y factiblemente el mortal más conspicuo e influyente de toda la historia de Islandia, sacándoles varios cuerpos de ventaja a Björk, Sigur Rós y Bobby Fischer.

Aparezco en el lugar a las dos de la tarde de un 9 de enero. Auto de alquiler, cubiertas con clavos, aletargante la voz de Megas en la radio, ruta escarchada y un paisaje que te hace sentir lejísimos del resto del universo. A los lados del camino, por momentos fiordos tallados de témpanos, por momentos estancias con ponys indígenas de crines Wellapon, por momentos campos con pilas de alfalfa congelada. Tráfico ilusorio, como ilusorios son, en esta telúrica isla de 340 mil corazones, géiseres, volcanes y auroras boreales, las serpientes o los trenes, los crímenes o la puntualidad.


Sin que haya avisado de mi visita, parece que Geir y Dágny, su mujer, me estaban acechando. Franqueo a empellones la pila de nieve que asedia la puerta de entrada, debajo de la torre con forma de hongo alucinógeno, y me veo de pronto en la tienda del museo sacudiéndome como un san bernardo. Muy oronda, la señora me ofrece un razonable café -los escandinavos lideran la ingesta cafetera planetaria, Noruega en la cúspide- y me cuenta con sonrisa medieval que hace un tiempo anduvo María Kodama por acá, sopesando junto a una tal Margaret la idea de construir un laberinto (borgeano, es claro, en la estela del que el laberintólogo Randoll Coate diseñó en San Rafael, Mendoza). Converso con Geir en un salón sin ventanas en el que descuellan incunables y trajes de vikingos. Le pego los dedos a la taza y pispeo en un tris cierto ímpetu evangelizador en su soliloquio, aunque para nada anodino: primero seductor, después onda noticiero y promediando el final, refractario a mi insistencia por platicar a la intemperie, ofuscada distancia y, al último, una puntita de hartazgo. En el ínterin, el cura peló tres veces del bolsillo de su tweed un cuerno de vaca, lo aporreó contra su codo izquierdo, lo destapó y plantó una mancha de tabaco en el dorso apretado de la mano derecha, que su nariz limpió de un saque sin emitir sonido. Cuarto golpe, cuerno vacío; una hora de cónclave tal vez resumible, barriendo la hojarasca, en un párrafo, el siguiente.

"Éramos una especie de república, de mancomunidad. Los primeros colonos eran noruegos y anclaron en 874. En 930 se estableció el Alþingi, un parlamento anual sin rey ni poder ejecutivo que aunaba democracia, oligarquía y aristocracia. Eso no impedía que hubiese parias; como condena ante ilegalidades debatidas al aire libre una vez al año, debían sobrevivir veinte inviernos fuera de la ley hasta reinsertarse. Un solo guerrero proscrito, Grettir Ásmundarson, estuvo a un tris de la hazaña. Fue asesinado a seis meses de conseguirla y su gesta se narra en una saga memorable". Cada tanto Geir atiende el celular, prehistórico y de ringtone nada-que-ver, y cada tanto Dágny trae pasas de uva cubiertas de chocolate u otro café.

Volvemos a patear por las inmediaciones de Snorrastofa, ahora entre cruces de plástico que titilan en el cementerio nevado, tradición al parecer navideña. Las botas de Geir raspan de memoria el manto blanco y revelan un túmulo diminuto sobre el que se lee, en mayúsculas, sturlungareitur. Es la modesta tumba de Snorri, que fue decapitado por orden del rey noruego Haakon IV en 1241.

 
Ahí mismo me entrego al gélido ritual de leer el soneto que Borges le dedicó a ese primitivo hombre de letras -la metáfora es suya- en el poemario El otro, el mismo: "Tú, que legaste una mitología / de hielo y fuego a la filial memoria, / tú, que fijaste la violenta gloria / de tu estirpe de acero y de osadía, / sentiste con asombro en una tarde / de espadas que tu triste carne humana / temblaba. En esa tarde sin mañana / te fue dado saber que eras cobarde. / En la noche de Islandia, la salobre / borrasca mueve el mar. Está cercada / tu casa. Has bebido hasta las heces / el deshonor inolvidable. Sobre / tu pálida cabeza cae la espada / como en tu libro cayó tantas veces".

El frío me duerme la cara, los huesos, la voz. Aun así llegamos a la pileta circular de piedra labrada y aguas calientes donde el degollado se aflojaba con sus correligionarios, usanza tan vernácula. Entre serbales, abedules y pinos avanzamos hasta el precioso, casi japonés estanque nombrado en honor al inquebrantable luterano que tengo enfrente, y divisamos después la maciza estatua de Snorri, enrarecida con estalactitas. "Todo islandés que conozcas", comenta Geir en perfecto inglés, "desciende de Sturluson; yo soy, por ejemplo, la vigesimocuarta generación". Dágny me recomienda que haga una parada técnica, en mi travesía de vuelta, en un baño termal que está junto a un invernadero donde plantan tomates, pepinos y morrones, cosa que por supuesto hago, como hice noche de por medio en Reikiavik. "Considerate suertudo de haber conocido el centro del mundo", me despide místicamente el cura estirando lo máximo posible mi partida.

INFINITAMENTE MÁS LINDA

De adolescente, Borges se deslumbró -"debidamente", según refirió en un libro de diálogos con Osvaldo Ferrari- con la literatura nórdica gracias a su padre, que le regaló un ejemplar de la legendaria saga Völsunga, en la versión inglesa de William Morris, espíritu polirrubro que trajinó las tierras islandesas a caballo en 1871. Eso es, con precisión, un siglo antes de que lo hiciera, por primera vez en su vida, el autor de Ficciones, quien departió en una de sus clases sobre aquel arquitecto, decorador, textilero, traductor, poeta y activista: "Él creía que la cultura de Alemania, de Holanda, de Austria, de los países escandinavos, de Inglaterra y de la parte flamenca de Bélgica había llegado a su culminación en Islandia, y que él, como británico, tenía el deber de emprender una peregrinación a esa pequeña isla perdida, casi en los confines del círculo ártico, que produjo tan admirable prosa y tan admirable poesía". Prosa y poesía que, verbigracia, prefiguraron tanto a Rulfo como a Tolkien, tanto a Verne como a Coetzee.

Por su parte, nuestro Jorge Francisco Isidoro Luis se trenzó literariamente con las sagas -se dice que el término es afín a sagen (referir, en alemán) y say (decir, en inglés)- en el capítulo Las kenningar de su Historia de la eternidad, publicado por Viau y Zona en 1936 en Buenos Aires. Allí desgranó su embrujo alegando: "Fueron el primer deliberado goce verbal de una literatura instintiva". Todavía embelesado, décadas más tarde se volcó con su tesón habitual al estudio del idioma islandés, al que consideró el latín del norte ("tiene una belleza muy particular por su sonoridad y porque todavía se puede formar palabras compuestas sin que resulten artificiales o pedantes") y que, fruto de una moral endogámica y reacio a intercambios, poco se ha modificado desde sus orígenes.


Un día de 1971 que el calendario cifra miércoles 14 de abril, en el hotel Holt, Georgie le dictó a Norman Thomas di Giovanni, su traductor anglosajón, estas líneas que figuran en el reverso de una postal con dos fotos de la capital islandesa: "Querida madre: mucho más increíble que Islandia es el hecho de que María Kodama haya arribado aquí, con noticias tuyas. Reikiavik es menos monumental que la Municipalidad de Lomas e infinitamente más linda, por extraño que parezca".

Infinitamente más linda, sin dudas. Lo ratifico porque estoy a una cuadra de la municipalidad, en Iðnó, "el" centro cultural con vista al lago donde se celebran desde funerales hasta conciertos de metal, pasando por comilonas de inmigrantes. En el bar, bichando por la ventana a unas chicas que juegan al fútbol sobre el Tjörnin helado, me cito con Guðbergur Bergsson. Después de Halldór Laxness, ganador del Nobel en 1955, se trata del escritor más conocido del país y traductor de Borges al islandés. Lo engancho a través de Internet: una amiga googlea su nombre, que figura publicado en una guía telefónica. Lo llamamos a su casa y en cinco minutos agendamos la entrevista.

Platicamos en castellano, que aprendió a hablar en Barcelona a fines de la década del 50, rodeado de carismáticos personajes como Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Carmen Balcells o Jaime Gil de Biedma. Tiene 85 años aunque luce menos gracias, en parte, a su mirada, de un celeste sibilino que será, a lo largo de la conversación, varios celestes: el celeste de su cruda infancia trabajando en la industria pesquera; el celeste de su adolescencia siendo empleado en la base militar que los estadounidenses establecieron en Keflavík, cerca del actual aeropuerto, justo después de que los nazis invadieran Dinamarca; el celeste de sus periplos a la España franquista y de sus quijotescas (¡fueron dos!) versiones del Don Quijote; y el celeste del instante, su pícara vejez traficando poemas de Pessoa a su lengua materna.

Lo primero que leyó de Borges fue Literaturas germánicas medievales, coescrito con María Esther Vázquez y encontrado al azar en una librería de viejo barcelonesa, cuando unos happy few lo leían en Europa más allá del francés Roger Caillois. "¿Sabes por qué vino aquí?", anuncia gallegamente para develar: "Él estaba dando unas conferencias en Harvard y le dijo a un amigo mío que deseaba conocer Islandia. Ese amigo me escribió una carta pidiéndome que lo reciba. Como yo estaba en Ámsterdam, contacté a mi cuñada, pero ella era muy perezosa como para ocuparse de una celebridad, así que declinó la propuesta y me sugirió que me comunicara con Matthías Johannessen, editor del periódico Morgunblaðið, quien de algún modo se apoderó de Borges, al que finalmente nunca conocí".

Bergsson me cuenta que él colaboró mucho para que el autor de El oro de los tigres fuera premiado con el Formentor en 1961, compartido con Samuel Beckett, porque lo otorgaba el Congreso Internacional de Editores, institución que reunía a varios conocidos suyos. Esa recompensa implicó el espaldarazo que el porteño necesitaba para ser promovido internacionalmente y que sus textos se vertieran a decenas de idiomas, incluido el islandés. Él entabló sus traducciones sacando unos poemas en el Morgunblaðið y luego la colección de cuentos Suðrið, o sea El sur. Antes del adiós me interesa saber cómo definiría el alma de sus coterráneos. Por el vidrio repartido, Guðbergur enfoca el cielo, que fue mudando en este par de horas de soleado a nuboso y de nuboso a nevado, y decreta: "Confusa. como el tiempo".

Precisamente, Suðrið es el libro que hojeo en este momento, en el cuarto piso de la Biblioteca Nacional de Islandia, ubicada frente al departamento en el que vivo. Es todo muy fácil. En la recepción me atiende Erlendur Már Antonsson, un muchacho atildado y de grata predisposición. Quiero investigar qué artículos sobre Borges se publicaron en la prensa local y el bibliotecario navega ipso facto por las entrañas digitales del archivo, que es 100% público, y me manda los links que descubre a mi mail: todos en islandés y muchos firmados por Matthías Johannessen, a quien también googleamos con mi amiga y al que entrevistaré mañana. Indago a Erlendur al respecto de Suðrið y me informa que atesoran dos ejemplares que prestaron 43 veces.

Devolver un poema

Matthías vive en el barrio y propone que nos juntemos en el café de la biblioteca. Ahí está, pues, con suéter bordó y boina de fieltro gris. Celestes, pequeños, comunes, sus ojos yacen envueltos en un velo acuoso que los hace verse tristones. Afuera: tormenta de nieve y viento escandaloso. Tiene 88 años y en sus dientes rebota un inquieto chicle. Trae consigo un libro con una recopilación de sus mejores artículos y un manuscrito plagado de estrofas que escribió tras conocer a Borges. Me estremece estar sentado frente a una de las pocas personas, si no la única, que vio a Georgie las tres veces que estuvo en la isla: si mis inquisiciones no fallan, 71, 76 y 82.

Dice que su memoria anda errática y que por eso confunde las visitas de Borges volviéndolas una sola. Lo fue a buscar al aeropuerto. Nevaba. Bajó del avión vestido con sobretodo y pelo revuelto, acompañado por Di Giovanni y su mujer, que se sentaron en el asiento trasero de su auto. En el imprescindible y titánico diario que Bioy Casares le dedicó a su íntimo secuaz se registra este diálogo:
  
BORGES: Un viaje es una serie de incomodidades.

BIOY: Sí, pero son incomodidades que se transforman en buenos recuerdos. No se puede pedir nada más que buenos recuerdos.

BORGES: Es cierto. Hay que pedir un buen pasado. Lo único a que puede un hombre aspirar es a un buen pasado. No: quizá también se pueda aspirar a un buen futuro. Lo que es imposible es un buen presente. El que pide un buen presente no tiene noción de la realidad.

Cinco años después, en mayo del 76 y con Borges de copiloto, el editor del Morgunblaðið avanza por las rutas primaverales del interior del país, en aquella época salvajes. Ganan Þingvellir, cuna del Alþingi y donde se proclamó, en el 1000, el cristianismo como religión oficial, echando por la borda -al menos, en apariencia- el paganismo reinante no por fe, sino para evitarse numerosos problemas.

En ese lugar histórico en el que, además, se declaró la independencia islandesa en 1944, las placas tectónicas americana y eurásica se lastiman en un cañón bellísimo que dio origen a la corteza terrestre de esta patria vendedora de pescado y tejedora de pulóveres. Basta de fruslerías. Borges le pide a su anfitrión que lo deje un rato solo porque necesita devolver un poema a ese sitio sagrado. Matthías se aleja unos metros y contempla la silueta del literato apretada entre crestas y fracturas naturales, recitando misteriosamente en español. ¿Qué habrá elegido? Tengo una sospecha.

Asimismo recuerda que su invitado, devoto a elucubraciones fonéticas, "curioso como un niño", cero pretencioso y honrado en 1979 con el Halcón de Plata de Islandia (que recibió en el Plaza), en otra instancia del viaje le espeta: "Ahora tengo más suerte que vos". Él pregunta por qué y Borges suelta, emocionado al borde del llanto: "Estoy viendo las montañas tal cual las vio Egil Skallagrímsson, que era viejo y ciego como yo". Egil era otro épico rapsoda repetidor medieval y la anécdota se asemeja a un texto de Atlas escrito en el reikiavikense hotel Esja, el de su segunda estadía, donde resalta: "Siempre en el centro de esa clara neblina que ven los ojos de los ciegos, exploré el cuarto indefinido que me habían destinado". Abraza una columna que adivina blanca y. "durante unos segundos conocí esa curiosa felicidad que deparan al hombre las cosas que casi son un arquetipo".

            Una edición de Suðrið, también conocido como El sur

En una entrevista reciente, María Kodama contó, refiriéndose a su vínculo con Jorge Luis (Lois en varios artículos del Morgunblaðið): "Islandia fue el principio de una relación de amor muy especial entre él y yo. Se manifiesta allí porque ir a ese país fue la materialización de una historia que venía de antes". Intenté contactarla, pero no lo logré, de tal modo que entra en escena el cuarto hombre que entrevisté con motivo de esta feliz investigación: Jörmundur Ingi Hanse

Se me interpuso en el camino porque hace unos meses encontré online una foto alucinante de Borges posando con un señor de barba jesuítica y mirada incisiva. Le mandé la imagen a mi amiga islandesa y al toque me respondió: "Es Sveinbjörn Beinteinsson, el tipo que reintrodujo el paganismo en la isla el siglo pasado". No contenta con eso, siguió: "Conozco a Jörmundur, su sucesor y discípulo, tiene un local de ropa usada cerca de mi casa".

Jörmundur fue el segundo goði -alto sacerdote- y uno de los fundadores de la organización politeísta nórdica Ásatrú en Islandia, la primera en ser oficialmente reconocida por un Estado en el globo. Lo abordo en un caótico subsuelo de Laugavegur, la calle principal de Reikiavik, cerca de la bizarra Faloteca. Sitiado por percheros, cajones y estanterías, sus uñas sucias agotan un pote de caviar tipo pasta de dientes y manipulan un lapicito que completa un sudoku. Viste a la manera de un personaje de Dickens, un metro como bufanda. Arrastra su british moroso, refinado y magnético en un diapasón de caverna con el que -tardo en percibirlo- me va tejiendo. Que sí, que rememora las peregrinaciones de Borges, al que no conoció ni leyó, que es muy probable que Sveinbjörn lo haya casado con Kodama en su granja de Draghals, que estaba interesado en los elfos.En la biografía que el hispanista Edwin Williamson urdió alrededor de Borges, leo que este invitó a Kodama a viajar a Islandia en 1971, un año después de divorciarse de Elsa Astete, y ahí "se le declaró". Entonces surgió Ulrica, el único cuento de amor del argentino, que se publicó en El libro de arena en 1975 y exhibe como epígrafe unos versos de la Völsunga que resisten la piedra de su lápida en Ginebra: "Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos". Al año volvieron a Islandia en plan íntimo -volaron en una avioneta "del tamaño de un sulky", se lee en el Borges de Bioy-, pero fueron descubiertos en un bar por unos poetas lugareños con quienes estiraron la velada.
  
Borges quería saber, relata Williamson, "si la antigua cultura pagana de las sagas había sobrevivido en los tiempos modernos". Entonces, durante la visita a una iglesia luterana, se enteró por el pastor de que en la isla solo quedaba un sacerdote pagano que resultó ser un hombre "alto, cincuentón, de brillantes ojos azules y larga barba blanca, que vivía en el campo, solo, en una casa llena de gatos negros y estantes con distintos huesos de animales". El hombre es Sveinbjörn, el de la foto, "sostenía que había un renacimiento del interés por la religión antigua y que muchas personas iban a verlo para casarse. Cuando Borges preguntó si él y María podían ser unidos en matrimonio según el antiguo rito de Odín, el sacerdote estuvo muy complacido en hacer ese favor". Ahora bien, el biógrafo no profundiza en esa unión.

La intuición -vocablo que queda corto, pero sirve para nombrar lo que queda corto- me obliga a despedirme de Jörmundur. Lo visito por segunda vez y todo sigue igual; enhebra con sabiduría el tejido dialéctico en los puntos suspensivos de hace dos semanas. Versado en rituales, le pido que me sugiera uno antes de abandonar Islandia. Empotrado en esa sillita chueca como sofista del inframundo, un caramelo se apaga en su boca mientras rumia, rumia, rumia.

Dice que a Sveinbjörn se le hubiera ocurrido algo de inmediato. Lo espero. Finjo interesarme en un capote. Lo espero. Finjo interesarme en unos borceguíes. Lo espero. Recuerda, iluminado, una frase que se usaba para despedir a los navegantes y para recibirlos victoriosos. Se pone de pie, la pronuncia en voz alta como un capitán de navío: "Fardu heill og sighaetta gott".

Fuente: Revista La Nación


martes, 27 de febrero de 2018

Alberto Manguel: “El Buenos Aires que existe en el mundo fue inventado por Borges”



por Ryan, Romina

El director de la Biblioteca Nacional, Premio Formentor 2017, recuerda sus años juveniles, cuando concurría al departamento de Jorge Luis Borges a leerle en voz alta. También adelanta sus proyectos para la institución que preside y destaca la importante labor editorial que existe en nuestro país.

Autor de libros eruditos y cautivantes como Una historia de la lectura o Una historia natural de la curiosidad, Alberto Manguel pasó sus primeros años en Israel, donde su padre era embajador argentino. Durante la adolescencia conoció a Jorge Luis Borges en la librería Pigmalión y aceptó concurrir a su casa a leer varias veces a la semana entre 1964 y 1968 (de ello da cuenta en Con Borges). Luego partió a Europa, volvió cuando ganó el Premio La Nación, emigró nuevamente; escribió y trabajó para distintas editoriales y universidades en todo el mundo, y en junio de 2016 asumió como director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina.
Nos recibe una mañana con puntualidad y severa cordialidad en su despacho de la Biblioteca. Viste con elegancia y busca las palabras precisas antes de responder a las preguntas. Fue apenas unas semanas antes de recibir el Premio Formentor 2017, prestigioso lauro literario por su carrera dedicada a una “minuciosa recreación del arte de leer”.

¿Cuáles son los principales recuerdos de los años en los que le leyó a Borges?

En ese momento yo no sabía que Borges estaba haciendo una transición muy importante. Cuando se quedó ciego, a mediados de los ‘50, decidió dejar de escribir prosa: decía que necesitaba ver su mano escribir. Poesía sí, porque le venía como música y él podía dictar las palabras. Pero a principios de los ’60 esa cosa inevitable que es la imaginación del escritor se llenó tanto de historias e ideas que no pudo seguir sin escribirlas. Entonces decidió regresar a las ficciones. Pero como buen profesional, porque él era un técnico y un mecánico de la palabra en el mejor sentido, como un cirujano, decide revisitar las que para él eran obras maestras; no para recordarlas porque las sabía de memoria, sino para poder analizar el texto como un estudiante de latín: desmenuzar la frase, advertir cómo funciona la gramática, como un ejercicio de lógica. Cuentos de Kipling, Henry James, Leon Bloy, Stevenson…

Stevenson fue siempre un gran amor para Borges. ¿A qué adjudica su eclecticismo donde convive la admiración por autores tan distintos, como León Bloy, Conrad, Wells, Melville o Chesterton?

Todos esos autores tienen en común ser estilistas de una perfección casi absoluta. Borges nos recuerda, en el título “El hacedor”, que para los anglosajones “poeta” se decía “maker”, la persona que hace, el artesano. A él le interesaba ese aspecto de la literatura. Ideas y argumentos podía tener cualquiera, pero sólo un buen escritor podía armar esas ideas con las palabras precisas. Stevenson no fue todavía reconocido como el gran escritor que es porque a los ingleses les parece que un libro entretenido no puede tener suficiente valor intelectual. Pero Stevenson es uno de los escritores que sabe utilizar el lenguaje como un instrumento de precisión. Graham Greene, en un estudio sobre Stevenson, cita un párrafo de su última novela inconclusa donde no hay un solo adverbio ni un adjetivo, porque sabe elegir las palabras exactas para contar la historia. Alguien tendría que hacer una antología de sus cartas sobre la escritura; son una muestra de la inteligencia del escritor que entiende qué significa escribir.

A todos los que hemos tenido la posibilidad de visitar a Borges en la calle Maipú nos llamaba la atención los pocos libros que había, ¿verdad?

La biblioteca de Borges consistía en pocos libros, algunos que quería volver a leer o que le leyesen, algunas enciclopedias porque le gustaba esa presencia, pero era sorprendente la austeridad. Borges era uno de los mejores y más grandes lectores, con todo lo que eso significa, de todos los tiempos –la literatura y sobre todo la lectura se pueden definir como antes o después de Borges–, pero era un lector a quien no le interesaba el objeto físico del libro. Le gustaba algún tomo, otro tenía un valor sentimental, pero regalaba sus libros a todo el mundo. Al final del curso, le regaló un libro de su biblioteca a cada uno de sus alumnos de anglosajón. Cuando yo me fui a Europa me regaló el Stalky & Company de Kipling, que él había leído en su adolescencia.

Es notable el Borges de la reescritura o la corrección de sus textos.

En un ensayo de los años ’30, “Las versiones homéricas”, donde se refiere a las traducciones de Homero y las distintas lecturas de esas traducciones, sostiene que la noción de texto definitivo no pertenece sino “a la religión o al cansancio”. La religión decreta un dogma y no puede cambiar una palabra; el escritor corrige hasta que dice basta y publica. Para Borges decir que una versión es mejor que otra es un sinsentido, no puede justificarse; todas son versiones de un mismo texto. Dice que la traducción puede considerarse otra versión del texto, y que las versiones de un mismo escritor pueden suponerse como traducciones a un mismo idioma. En el campo de la reescritura, Borges reafirma la debilidad y la grandeza del lenguaje. Grandeza porque a través de sonidos, de gruñidos, podemos expresar ideas importantes, pero al mismo tiempo sabemos que nunca podremos expresar absolutamente; que cuando decimos “agua” nombramos tantas cosas y tan pocas cosas al mismo tiempo que necesitamos rodear la palabra de contexto. Y en ese sentido la metáfora es una suerte de muletilla del lenguaje: lo hacemos más ambiguo para tratar de justificar la pobreza de nuestra comunicación. Raymond Queneau decía que todo libro es la Ilíada o la Odisea, porque la vida es una batalla o un viaje. Estamos siempre reescribiendo, a veces nuestros textos y a veces los de otros. Borges seguía reescribiendo en la Biblioteca; tenemos ejemplos notables.

¿Quién sería el lector perfecto para usted?

He escrito un texto que se llama “Notas para una definición del lector ideal” y se publicó en mi colección de ensayos El sueño del rey rojo. Pienso que el lector ideal es sobre todo aquel que siente que ese libro fue escrito para él, que reconoce que ciertas experiencias e ideas que tuvo están puestas en palabras de una forma que refleja su pensamiento y su emoción. Leer es un acto reflexivo, porque las palabras son neutras hasta que un lector les da de nuevo sentido. Borges, nuevamente, define eso de manera exacta en Pierre Menard, autor del Quijote: “la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo…” y hace una lista que es un elogio retórico de la historia común y corriente. Esas mismas palabras, supuestamente escritas por Pierre Menard, en el siglo XX, son revolucionarias. Anticipan a Trump. Decir que la verdad es la hija de la historia y, por lo tanto, que la verdad es lo que decimos que es verdad, suena como un escándalo. Borges lo dice muy claramente y eso define al lector ideal. Trump sería el lector ideal de Pierre Menard.

A un año de asumir como director de la Biblioteca Nacional, ¿cómo vive esta experiencia tan distinta a las tareas académicas y de escritura?

Sigue siendo una experiencia extraordinaria; nunca imaginé estar en la Biblioteca Nacional y que supusiese tantas cosas. Me he convertido en electricista, psicólogo, diplomático, empresario, recaudador de fondos, contable, legalista… Los problemas son infinitos y es una institución complejísima, pero tenemos un personal extraordinario, cientos de personas que tienen experiencia de décadas en lo que están haciendo y que conocen a fondo cada detalle de las actividades esenciales y secretas de la biblioteca: preservación, atención a los no videntes, audiovisual, mapoteca… una infinidad de cosas. Me gustaría que el público sepa que la Biblioteca no es una serie de estanterías con documentos y una sala de lectura, y que los proyectos que tenemos son infinitos. Estamos consiguiendo mucho y creo que vamos a lograr, con el trabajo de todo el equipo, una Biblioteca con una identidad respetable, convincente, nacional e internacionalmente.Es muy importante la relación con las provincias y también hemos firmado acuerdos con España, Francia, Colombia, Estados Unidos y otros países.

¿Puede adelantarnos algún proyecto?

Una de las primeras exposiciones internacionales que vamos a hacer el año que viene es a partir der un acuerdo con la Biblioteca Municipal de Nueva York. Ellos tienen el manuscrito del cuento de Borges “La lotería en Babilonia” y nosotros tenemos la edición de la revista Sur donde lo publicó, corregido por él, completamente cambiado; también contamos con los libros que Borges consultó para escribirlo, anotados por él, y tenemos otra versión del cuento manuscrito. Con todo esto vamos a hacer una exposición, con un catálogo bilingüe, que abrirá en Nueva York y luego llegará aquí. Además estamos organizando otras muestras internacionales con la British Library, la Biblioteca Nacional de Australia… En agosto próximo, a partir de un acuerdo con la Biblioteca Nacional de Colombia tendremos la exposición García Márquez para celebrar el aniversario de Cien años de soledad. Vendrá Mercedes Barcha, la viuda del escritor, por primera vez desde que visitó la Argentina con su marido, y traerá la máquina de escribir en la que él escribió la novela. Estas iniciativas son fiestas y le dan nueva vida a la Biblioteca.

Está trabajando para recuperar el edificio de la calle México, donde funcionaba la antigua Biblioteca, para instalar el Centro Internacional de Estudios Jorge Luis Borges. ¿Cómo es el proyecto?

Uno de los muchos problemas que heredamos de la administración anterior es que el edificio de la calle México había sido cedido en parte al Departamento de Música y que la sala de lectura, por ejemplo, se había convertido en sala de ensayo del Ballet Folclórico Nacional. Lo que se pudo rescatar es el primer piso, donde estaba la oficina de Borges, y dos de nuestros bibliotecarios excepcionales, Laura Rosato y Germán Álvarez, están tratando de restaurar esos espacios. Ellos serán los directores del Centro de Estudios Internacionales Jorge Luis Borges. Es un escándalo que en la Argentina aún no tengamos un centro así. Idealmente quisiéramos instalar una Biblioteca Borges, con todas las ediciones en castellano de su obra, todas las traducciones a lenguas extranjeras, todos los comentarios y críticas a la obra de Borges y lo que Rosato y Álvarez han denominado como una suerte de Galaxia Borges, que son los autores que influyeron en su obra y los que escribieron a partir de esa obra. Naturalmente los libros que ellos encontraron anotados por Borges también estarían allí, porque son ya del acervo de la biblioteca. Desgraciadamente no tenemos manuscritos de Borges, salvo una tarjeta en la que escribió un final alternativo para “Tema del traidor y del héroe”. Y quisiera contar con los fondos para comprar manuscritos de Borges o lograr que nos los donen. Yobtuvimos la donación de la biblioteca de Bioy Casares y Silvina Ocampo, que va a ser clave para ese Centro.

Seguramente allí deben quedar muchos rastros de Borges.

Esa generación se preocupaba por conocer la literatura nacional y extranjera en el pasado y en el presente; Bioy compraba muchos libros y a partir de esos libros, Borges y él trabajaban: con notas, con papeles, con proyectos, manuscritos de los dos, y también de Silvina. Hay mucho material de ella y en el que colaboró; también los libros de infancia de las hermanas Ocampo, que ya es un área de estudio. Luego de que pase por un proceso técnico de preservación tenemos que hacer un inventario muy detallado porque no sabemos exactamente todo lo que hay allí.

¿Por qué plantearlo como Centro Internacional?

Borges es una figura universal. Es argentino en el sentido en que él quería ser argentino, con la elección de ser universal. Investigadores de todo el mundo estudian su obra desde puntos de vista muy interesantes e inesperados. Si bien él se preocupaba de culturas árabes, chinas y demás, el contexto principal es la Argentina y Buenos Aires; él imaginaba a partir de aquí porque el Buenos Aires que existe en el mundo fue inventado por Borges, hoy es un pobre reflejo del que imaginó, del que dijo en ese poema temprano “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: La juzgo tan eterna como el agua y el aire”. Esa Buenos Aires que no se fundó, que siempre existió y sigue existiendo es la Buenos Aires que soñó Borges, y a partir de allí ve la Muralla china, las Mil y una noches, a los anglosajones, que se convierten en elementos porteños. En este contexto, en una segunda etapa queremos tener residencias de investigadores en el Centro para que puedan trabajar allí, y convertir la sala de lectura en una sala de referencia, con mesas para investigadores, como es el Centro Joyce en Irlanda o el Cervantes en España.

¿Qué puede hacerse desde la Biblioteca por tantos autores argentinos que son desconocidos para las nuevas generaciones porque no han sido reeditados?

En la administración de Horacio González tuvieron la muy buena idea de lanzar la colección “Los raros”, dirigida por Sebastián Scolnik, brillante editor de la Biblioteca, y estamos relanzándola. Queremos publicar, por ejemplo, artículos inéditos de Sabato y también de Alberto Salas. En estos momentos tenemos una exposición muy grande sobre el Centro Editor de América latina, que fue tan importante para difundir a muchos autores entre los argentinos. Por otro lado, relanzamos el sitio web de la Biblioteca y también la revista La Biblioteca, fundada por Paul Groussac en el siglo XIX, ahora en versión digital. Además, con la revista digital Marca de agua buscamos dar a conocer nuevos escritores, sobre todo argentinos.

¿Cómo se acompaña la promoción de los nuevos libros cuando están en franco declive los suplementos y las revistas literarias?

El mundo del libro está pasando por un periodo un poco confuso. Antes, quien recomendaba un libro al lector era el librero, el crítico o la aparición de textos de ese autor en revistas y suplementos literarios. Eso ya no funciona. Por un lado, en casi todo el mundo excepto en Buenos Aires, las librerías desaparecieron. Nueva York es una ciudad sin librerías; hay tres o cuatro cuya presencia pone más en evidencia la ausencia. Los suplementos literarios tienen menos interés en reseñas sesudas que en promocionar ciertos productos alentados por las grandes compañías internacionales de edición. ¿Qué queda? Sigue el voz a voz, lectores que recomiendan autores a sus amigos; pero en muchos países hay una ignorancia lamentable de lo que se escribe, sobre todo en los países de habla sajona. De todas maneras siguen surgiendo pequeñas editoriales que hacen el esfuerzo, pero se ven confrontadas al problema de la distribución, que está en manos de esas grandes compañías. En la Feria del Libro en Londres o en cualquier feria en los Estados Unidos no están ni los clásicos extranjeros y hay poca literatura contemporánea extranjera.Lo notable es que en Buenos Aires, uno va a la Feria del Libro y advierte la extraordinaria cantidad de muy buen material que se está publicando. Es posible por ejemplo encontrar a un autor turco poco traducido, Ahmet Tanpinar, que me parece extraordinario; o a un autor chino que considero uno de los más grandes escritores después de Joyce, Mo Yan.

Foto: Gentileza Biblioteca Nacional


 Fuente: Criterio Dgital


lunes, 26 de febrero de 2018

Un artista argentino homenajea a Borges en una legendaria biblioteca


Instalación simultánea en Alejandría y Buenos Aires

                   Joaquín Fargas, un artista inusual en su propuesta


El artista argentino Joaquín Fargas, reconocido por sus obras que combinan arte y ciencia, presentará el próximo 12 de marzo en la Biblioteca de Alejandría, Egipto, la instalación "El libro absoluto", en homenaje a Jorge Luis Borges y basada en los cuentos del escritor "La Biblioteca de Babel" y "El Libro de Arena".

Los relatos fantásticos de Borges, que abordan los conceptos de finitud e infinitud, sirvieron de inspiración para esta pieza que juega con la idea de una utopía: un dispositivo que pueda contener todo el conocimiento del mundo en un solo volumen.

Una réplica de esta misma pieza de arte se presentará en simultáneo en Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional, y se presentará al público en un evento en el cual participará Fargas a través de una video-conferencia desde Egipto.

La pieza, de forma octogonal, se ubica sobre un pedestal y cuando se retira de su base aparece su imagen en un monitor contiguo. Cada lado de los hexágonos representa una disciplina y rota sobre un eje.

Al girarlos, se elige una serie de combinaciones que disparan una búsqueda por Internet -a través de un motor de búsqueda y un programa integrador- y generan una página relacionada con las temáticas seleccionadas cuya composición es el resultado de 1 en 100.000 millones de combinaciones.

El resultado de esta búsqueda se visualiza en una pantalla por unos segundos, siendo altamente improbable que se vuelva a repetir en el futuro.
Fuente: BAE

Jorge Luis Borges: la máquina perfecta de ensayar




por Gustavo Yuste  

La reciente reedición de Inquisiciones y Otras inquisiciones (Sudamericana, 2018) de Jorge Luis Borges, muestra la calidad y calidez de la escritura del célebre autor argentino a la hora de sentar postura sobre su literatura. Con una fuerte presencia de elementos poéticos, los ensayos de Borges son una parada obligatoria para cualquier lector que le interese enriquecer su biblioteca y su mente. ¿Cómo funciona la máquina perfecta de ensayar del escritor de El Aleph?

Uno de los objetivos más difíciles para cualquier autor interesado en escribir ensayos es no perder el interés de un público lector que quizás no esté tan familiarizado con ese género. Sin dudas, Jorge Luis Borges es uno de los escritores más célebres en esa materia, logrando que esta parte de su obra sea una de las más destacadas a nivel internacional. ¿Qué es lo que hace que los ensayos de Borges sean tan seductores? ¿Cómo se puede poner a funcionar una máquina de ensayar que funcione a la perfección?

La reciente publicación de Inquisiciones y Otras inquisiciones (Sudamericana, 2018), reunidos en un mismo volumen, reúne la potencia reflexiva y argumentativa del autor de El Alepoh. Ambos libros, publicados originalmente en 1925 y 1952 respectivamente, también dejan en evidencia el enorme abanico de lecturas que influyó en su obra y la variedad que resulta necesaria a la hora tener un panorama certero sobre algo tan subjetivo y amplio como la literatura. Los ensayos de Borges, en ese sentido, se destacan por su belleza y su brevedad, como si fueran comentarios dichos en el momento más oportuno.

Los ensayos de Borges, en ese sentido, se destacan por su belleza y su brevedad, como si fueran comentarios dichos en el momento más oportuno.

¿En qué consiste esa máquina perfecta que se pone a trabajar en los ensayos de Borges? La respuesta no es fácil, pero se pueden aventurar algunas líneas de lecturas que busquen posibles explicaciones. Para empezar, el registro elegido por Borges coquetea entre lo coloquial y lo académico, lo que se motoriza gracias al humor un tanto ácido del autor. Así, mientras se puede caracterizar a un escritor de ser “una provincia de Quevedo”, también se tiene la certeza de encontrar mayores componentes kafkianos en otros escritores que en el propio Kafka, como se lee en el breve y hermoso “Kafka y sus precursores”.

Otra clave puede verse en el uso de adjetivos de una forma más que particular -una marca clave dentro de la obra de Borges-, donde el escritor de El libro de Arena da definiciones en un espacio muy reducido, al mismo tiempo que habla de aspectos cotidianos o parte de su propia experiencia para hablar de la producción literaria de personajes célebres e ignotos para un lector promedio: Quevedo, Joyce, el ya mencionado Kafka, Oscar Wilde y hasta su amor no correspondido Norah Lange, entre otros, figuran en el índice de sus intereses.

(Leer nota relacionada: El día que Girondo le rompió el corazón a Borges)

Entre otros posibles engranajes de la máquina perfecta de ensayar de Borges es su no subestimación del lector, a quien le explica lo justo y necesario, al mismo tiempo que no tiene temor de usar palabras ajenas al uso cotidiano aún en esa época (y que hoy lucen inteligibles).  En esa dirección, en varios de los ensayos de Borges se puede ver a un escritor de dos caras: mientras en algunos escritos da cátedra de su amplio conocimiento y se atreve a las definiciones tajantes (“La traducción de un incidente”), en otros casos se muestra menos radical, como si cada palabra fuera escrita al mismo tiempo que el lector la lee, una especie de work in progress frente a la máquina de escribir (“Nueva refutación del tiempo”.

Los 93 años que separan a la primera publicación de Inquisiciones con esta última reedición quedan evidenciados en algunos aspectos, mientras que en otros esa distancia de años pareciera no existir.

Los 93 años que separan a la primera publicación de Inquisiciones con esta última reedición quedan evidenciados en algunos aspectos, mientras que en otros esa distancia de años pareciera no existir. Así como se habla de una Ciudad de Buenos Aires donde todavía “las luces horizontales vencen las verticales”, también hay algunas que se mantienen intactas. Un claro ejemplo es el ensayo “La nadería de la personalidad”, donde Borges se propone “abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo”. Si Borges viviera actualmente, podría dedicarle un tomo completo a ese fenómeno.

A modo de cierre, se suele afirmar que existe mayor presencia poética en los ensayos de Borges que en sus propios poemas, algo a lo que autores contemporáneos como Fabián Casas suelen suscribir, al mismo tiempo que se nota la clara influencia ensayística que produjo Borges en ellos. El propio escritor fallecido en Suiza parece dar cuenta de eso en este libro, donde afirma que “La realidad poética puede caber en una copla lo mismo que en un verso virgiliano. También en formas dialectales, en asperezas de jeringoza de cárcel, en lenguajes aun indecisos”.

La máquina perfecta de ensayar de Borges, entonces, no puede ser descrita de forma tajante -a menos que se caiga en un análisis estrictamente teórico y académico-, pero sí se la puede reconocer. Narradores y poetas contemporáneos que se lanzaron a la aventura de escribir ensayos son deudores de la desfachatez teórica que se puede ver en Inquisiciones y Otras inquisiciones, donde lo corriente y lo académico dialogan constantemente. Los ensayos de Borges, en definitiva, en palabras del propio autor, parecen querer “decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decirnos algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.

Fuente: La Primera Piedra

viernes, 23 de febrero de 2018

LA TRADICIÓN INGLESA EN LA OBRA DE JORGE LUIS BORGES





Bernat Castany Prado

(Universidad de Barcelona)


RESUMEN: En este artículo analizo las afinidades existentes entre la “tradición inglesa”, en sus expresiones filosóficas y literarias, y la obra de Borges, quien llegó a considerarse “escritor inglés en lengua española”. En la primera parte estudio la enorme simpatía filosófica y estética que Borges sentía por el pragmatismo de William James. En la segunda parte trato de mostrar que dicha simpatía no se detenía en el autor de Pragmatism sino que se extendía a toda la “tradición inglesa”. Ciertamente, lo que podemos considerar las características generales de la tradición inglesa –escepticismo, nominalismo, antisistematismo, librepensamiento y un determinado sentido del humor-, forman un temperamento filosófico-literario enormemente afín al que constatamos en la obra de Jorge Luis Borges. En la tercera y última parte analizo cómo dicho “espíritu” filosófico no forma parte de una supuesta idiosincrasia nacional, concebida en términos esencialistas, sino de un determinado proceso histórico que hizo que permitió que en Inglaterra perdurasen ciertos valores del humanismo mientras que en el resto de Europa el racionalismo arramblaba con ellos. De este modo, tanto el temperamento filosófico de Borges como el de la tradición inglesa se remiten a una tradición humanística que supuso, a su vez, en el siglo XVI, el renacimiento de una milenaria tradición escéptica que había sido arrinconada por el dogmatismo de la era medieval. 

 
1.- BORGES Y WILLIAM JAMES


El filósofo norteamericano William James (1842-1910) fue, junto a Peirce, el fundador de la escuela filosófica pragmática o pragmatista, que tanta influencia ejerció sobre Jorge Guillermo Borges, padre de Jorge Luis Borges. El autor de Ficciones solía comentar que su padre tenía, como lector, dos intereses: “los libros de metafísica y los de psicología; leía a  Berkeley, a Hume, a William James y luego a los autores que trataban de civilizaciones orientales.”[1] Por su parte, Adriano del Valle recuerda a Jorge Guillermo Borges hablando “de sus especulaciones filosóficas sobre pragmatismo y lógica matemática.”[2] Cabe añadir que el autor de La voluntad de creer mantuvo también correspondencia con Macedonio Fernández, del que Borges dirá “que no sufrió de otros imitadores que yo.”[3]

Teniendo en cuenta el enorme influjo que William James ejerció en dos de las personas de las que Borges heredó gran parte de sus intereses y perspectivas, así como la enorme relación existente entre la filosofía pragmatista y el escepticismo, me parece justificado analizar las relaciones entre el pensamiento de ambos autores.

Dice el autor de El Aleph, citando a Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), en “De las alegorías a las novelas”, que “todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos.”[4] Cuatro años antes Borges había iniciado su “Nota preliminar”[5] a la edición española de Pragmatismo[6] de William James, con esta misma cita. Para Zulma Mateos la división de Coleridge distingue entre nominalistas y realistas, es decir, entre aquellos que afirman la primacía o única existencia de lo individual, lo particular, y aquellos que afirman la primacía o única existencia de lo universal, lo general: “La división se justifica porque el tema es uno de los centrales de la filosofía y estar parado en una u otra concepción significa haberse definido prácticamente en casi todos los ámbitos de esta disciplina.”[7]

Lo cierto es que, en la primera de las cinco conferencias recogidas en Pragmatismo, James propone una distinción muy similar a la de Coleridge, en virtud de la cual los filósofos se dividen en espíritus rudos y espíritus delicados. Los primeros son empiristas, sensualistas, materialistas, pesimistas, irregiliosos, fatalistas, pluralistas y escépticos; los segundos son racionalistas, idealistas, intelectualistas, optimistas, religiosos, indeterministas, monistas y dogmáticos[8].

A primera vista, esta división, que desborda la distinción de Mateos entre nominalistas y realistas, parece un tanto arbitraria porque hay escépticos no materialistas –los budistas son idealistas-, escépticos no irreligiosos –Montaigne es fideísta- y escépticos no deterministas –el existencialismo se funda en el libre albedrío-. La contradicción desaparece cuando notamos que dicha división no tiene en cuenta el contenido de las doctrinas en cuestión sino lo que William James llamó temperamentos y Borges “maneras de intuir la realidad.”[9]

Asimismo, el hecho de que el subtítulo de Pragmatismo sea “Un nuevo nombre para algunas viejas maneras de pensar” coincide plenamente con el hecho de que, para Borges, todos los filósofos parecen pertenecer a uno u otro grupo: “A través de las latitudes y de las épocas, los dos antagonistas inmortales cambian de dialecto y de nombre: uno es Parménides, Platón, Spinoza, Kant, Francis Bradley; el otro, Heráclito, Aristóteles, Locke, Hume, William James.”[10]

         En el fondo de estas afirmaciones podemos constatar una preeminencia de lo psicológico sobre lo lógico. Esta preeminencia sólo puede surgir de la profunda convicción de que la fuerza de la razón es limitada. Lo que nos hace sospechar que, frente a estas dos intuiciones de la realidad, que Coleridge, James y Borges proponen, hay una tercera posición, de raíz escéptica, que trata de distanciarse de las dos primeras. James afirma que la mayoría de los hombres aspira a las buenas cosas de uno y otro lado, de ahí que el pragmatismo se presente como “un sistema que combine ambas cosas.”[11]  

         Por esta razón considero que, aunque Borges finalice la enumeración de los aristotélicos con el nombre del autor de Pragmatismo, lo cierto es que el mismo James se desmarca de dicha filiación temperamental, siendo su sistema, como su nombre indica, pragmático. Una respuesta constructiva, mitigadora, de un escepticismo esencial para el que todas las verdades no son más que “construcciones verbales que se almacenan y se hallan disponibles para todos”[12], idea que parece compartir Borges al afirmar que “es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) pueda parecerse al universo.”[13]

         No deberíamos precipitarnos, pues, en emparentar a James y a Borges con el espíritu rudo o el delicado sino con un tercer espíritu que, después de conocido el subtítulo de Pragmatismo, no puede ser considerado creación personal de James sino eslabón de una tradición milenaria que bautizaremos provisionalmente con el nombre de escéptica. Borges sugiere esta tríada de temperamentos o espíritus en el cierre mismo de la “Nota preliminar” a Pragmatismo: “El universo de los materialistas sugiere una infinita fábrica insomne; el de los hegelianos, un laberinto circular de vanos espejos, cárcel de una persona que cree ser muchas, o de muchas que creen ser una; el de James, un río. El incesante e irrecuperable río de Heráclito.”[14]

          En esta cita los “materialistas” son los “aristotélicos” de Coleridge o los “espíritus rudos” de James, los “hegelianos” son los “platónicos” del primero o los “espíritus delicados” del segundo y la tercera opción es la del “espíritu escéptico”, que no trata de simplificar el universo y se resigna a no conocerlo.  Esta tercera vía defiende “hipótesis tranquilas”[15], “soluciones medias”[16], no busca la simetría perfecta de los sistemas filosóficos, los epigramas o los relatos policiales sino que “más bien recuerda a la populosa novela o al multánime Shakespeare.”[17]

         Borges apuesta por la tolerancia a la pluralidad, a la ambigüedad y su consiguiente falta de certeza. Claro está que la simpatía filosófica que Borges siente por la obra de James es el resultado de que el pragmatismo sea la sistematización de ese escepticismo mitigado que recorre toda la tradición inglesa y que responde a uno de esos tres espíritus o temperamentos que, a su vez, recorren toda la historia del pensamiento. No se trata, pues, de una simpatía personal sino espiritual, temperamental, de modo que no debemos detenernos en William James sino ir más allá.

         Antes de pasar al siguiente apartado veré qué influencia tuvo en el quehacer literario de Borges el método pragmático. Es importante tener en cuenta que Borges elogia la “tercera vía” filosófica de James no por su superioridad estética sino ética: “Para un criterio estético, los universos de otras filosofías pueden ser superiores (el mismo James, en la cuarta conferencia de este volumen, habla de la “música del monismo”); éticamente, es superior el de William James.”[18]

         El hecho de que Borges afirme que los universos resultantes de los sistemas “radicales” son estéticamente superiores al de William James es muy significativo porque, por un lado, nos permite sospechar que la relación que establece Borges entre filosofía y estética puede no ser gratuita y puede ser vindicada desde otro lugar que el del nihilismo esteticista y, por otro lado, nos indica que ese otro lugar, si bien no puede identificarse plenamente con el pragmatismo de James, sí puede ser desenhebrado a partir de él.

Para James el pragmatismo “no tiene dogmas ni doctrinas, excepto su método”[19], un método consistente en extraer las consecuencias últimas tanto de “las recetas racionalistas”[20] como de las del mecanicismo materialista. Vemos, pues, que el método pragmatista no es más que la extracción de inferencias de ciertas premisas abstractas hasta dar con un absurdo, es decir, hasta poner de manifiesto una carencia de acuerdo y nexo entre nuestras nociones, fijadas por simples palabras, y nuestro conocimiento real, derivado de la percepción. Apreciamos, pues, que en su momento gnoseológico el pragmatismo trata de deshacer ese “tejido de absurdas suposiciones”[21] utilizando la milenaria prueba indirecta o reductio ad absurdum que William James hereda de un Hume que desarrolló “hasta el fin la línea de pensamiento iniciada por Locke.”[22]

Borges parece tomar el relevo aceptando que toda función de la filosofía debería consistir en hallar qué diferencias existirían, en determinados instantes de nuestra vida, si fuera cierta esta o aquella fórmula acerca del mundo.[23] Teniendo esto en cuenta, podemos entender gran parte de la obra de Borges –tanto narrativa como ensayística- como la creación de esos universos imposibles que surgen de las recetas ya racionalistas ya materialistas. Borges colaboraría en un milenario trabajo colectivo de desbrozamiento filosófico que utiliza como principal herramienta la reducción al absurdo puesto que esos universos –resultado o conclusión de ciertas premisas- son distintos del nuestro, es decir, falsos, ya que la definición intuitiva de verdad es la correspondencia entre el contenido de una proposición y la realidad. Resulta que algunos de los relatos de Borges son argumentos, del mismo modo que ciertos argumentos filosóficos ya son cuentos o vectores de cuentos. Notemos cómo ya Schopenhauer afirmaba que el filósofo, “esclavo del principio de la razón suficiente, se ve forzado, en vez de lograr su objetivo, a narrar cuentos.”[24]

Dichos cuentos podrían ser denominados “demiúrgicos”, puesto que el autor crea un mundo. Jaime Alazraki afirma, a su vez, que cuentos como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “La casa de Asterión” son “metáforas epistemológicas”[25], ya que ilustran las posibilidades epistemológicas del hombre en relación con el mundo.  Lo cierto es que el hombre acaba habitando el mundo que él mismo crea al investigar el mundo y así muchos de los relatos de Borges acaban mostrando a hombres viviendo en los mundos que ellos mismos han construido o heredado de su tradición. Tal es el Asterión, filósofo escéptico, tal y como afirma Alazraki[26], que vive en un laberinto, es decir, en un mundo concebido como un laberinto, como algo indescifrable; tales son los bibliotecarios de “La biblioteca de Babel”, filósofos dogmáticos que creen poder descifrar el universo que han concebido como un cosmos, es decir, como un todo ordenado. La unión de las tres interpretaciones –el cuento como refutación, como metáfora epistemológica y como narrativización de las cosmovisiones humanas- enriquece la obra de Borges.

         Regresando a la relación de Borges con el método pragmático, no debería extrañarnos que Borges afirme que cierta filosofía es literatura fantástica ni debemos interpretar sus palabras como resultado de un nihilismo esteticista o como una boutade sino, más bien, como una adscripción a una tradición refutadora, a un “temperamento” o “espíritu escéptico”, que parece compartir con William James.

         Para concluir este apartado recordemos que para Borges los platónicos son “Parménides, Platón, Anselmo, Leibnitz, Kant, Francis Bradley[27]” mientras que los aristotélicos son “Heráclito, Aristóteles, Roscelín, Locke, Hume, William James.[28]” Me parece muy significativo que los tres últimos de los aristotélicos sean ingleses –considero la filosofía norteamericana de finales del XIX y principios del XX como idéntica a la inglesa en espíritu y tradición- mientras que sólo el último de los platónicos lo sea. Creemos que este hecho no se debe ni a casualidades de la memoria ni a afinidades personales sino que corresponde a una realidad: la tradición filosófica inglesa es de espíritu escéptico. Podemos dar, tanto para Locke como para Hume, las mismas razones que más arriba dimos para suponer a William James y a Borges como pertenecientes a esa tercera posición filosófica o temperamental que dimos en llamar escéptica.

         Creemos que bastará con decir que los más importantes filósofos ingleses, si bien han tenido un primer momento –no hablo tanto en términos cronológicos como lógicos- materialista, aristotélico, siempre acaban sus reflexiones con una palinodia final de talante escéptico. Éste es el caso de Locke cuando afirma que, aunque “Dios ha hecho algunas cosas a la plena luz del día[29]”, tanto en la ciencia de la naturaleza como en muchas otras cuestiones tenemos sólo “el crepúsculo de la probabilidad[30]”; y el caso de Hume quien tras diagnosticar las causas de su propio fracaso en el tercer volumen de su Treatise renuncia a todas sus pretensiones iniciales: “En cuanto a mí, me reservo el privilegio del escéptico y confieso que esta dificultad es demasiado grande para mi entendimiento.”  



2.- LA TRADICIÓN INGLESA


Decíamos en el apartado anterior que la simpatía filosófica y estilística que Borges sentía por William James no se detenía en él sino que, a través de ella, veíamos una relación profunda entre Borges y la filosofía inglesa. James y Borges son dos puntos que nos sugieren una línea que se prolonga hasta Bacon, pasando por Occam, Francis Bacon, Locke, Berkeley y Hume. No deberíamos olvidar, sin embargo, que la tradición filosófica de un país no puede desgajarse de la tradición literaria sino que ambas se complementan y reverberan, de modo que muchos de los escritores ingleses y norteamericanos que Borges admiró compartían esa simpatía con un espíritu humanístico, escéptico, liberal que no fue en absoluto monopolio de los filósofos.

Borges no sólo recuerda con especial agrado “la biblioteca inglesa de su padre”[31] sino también el hecho de que en su juventud la mayor parte de sus lecturas privadas “las hacía en inglés.”[32] Durante su estancia en Suiza leyó, entre otros, a Thomas de Quincey, a Chesterton, a Stevenson, a Kipling y a Whitman. Dice Borges que la poesía le llegó “en inglés, a través de Shelley, Keats, Fitzgerald y Swinburne”[33] y llegará a afirmar que Inglaterra es “el más literario de los países.”[34]

La discusión de Marina Martín acerca de la mayor importancia de Hume o Berkeley sobre Borges –oponiéndose a la tendencia de Ana María Barrenechea, Martin Stabb y Ronald Christ que parecen concedérsela a Berkeley- no es relevante si una vez admitida “la familiaridad de Borges con la tradición filosófica británica”[35], admitimos también la existencia de un temperamento común a toda la tradición filosófica y literaria en lengua inglesa. No me parece acertado que Marina Martín hable de filosofía británica puesto que la filosofía irlandesa, escocesa o norteamericana pertenecen a esta misma tradición.

La tradición anglosajona, que contiene a William James, posee el espíritu o temperamento escéptico del que hablamos en el apartado anterior. Dicho escepticismo va íntimamente ligado a otras actitudes o características que también hallamos en Borges y que a continuación intentaré analizar.



a.- Actitud anti-metafísica


Los paralelismos de situación entre Borges y la tradición inglesa son abundantes. Del mismo modo que Bacon se encontró “con una escolástica ridiculizada y en plena decadencia”[36], Borges se encontrará, por un lado, con los rescoldos de esa misma tradición y, por el otro, con una metafísica moribunda que, después de los esfuerzos de Kant por instaurar una filosofía crítica y contenida, había intentado volver a alzar el vuelo de la filosofía especulativa.

La escolástica con la que se enfrentó Bacon creía, con Tomás de Aquino, que la filosofía era esclava de la teología -philosophia ancilla theologiae-, lo que significa que los primeros principios son dogmas intangibles, de modo que la filosofía no puede planteárselos de una forma radical puesto que, para pensar una tesis, incluso para demostrarla, hay que tener presente la antítesis, es decir, negar el dogma. Eso no era posible, con lo que el método filosófico que aplicaban a su estudio era una especie de entretenimiento mental, búsqueda de razones para algo que se consideraba previamente fuera de toda duda.

Este hecho debe hacernos pensar que ya en la época medieval la filosofía especulativa -no existía otra- fue vista si no como género fantástico, sí como mero “entretenimiento mental”[37], de modo que el uso esteticista que Borges hace de la filosofía especulativa no puede ser sólo el fruto de la débacle de la filosofía moderna ni de su consiguiente nihilismo, sino también, y más bien, la recuperación de una tradición filosófica pre-moderna y en estrecha relación con el escepticismo de la teología negativa.

Si los primeros principios son dogmas intangibles, la filosofía es superflua, esclava, puesto que no tiene la libertad de repensar, es decir, de dudar los fundamentos de la realidad. De ahí la importancia religiosa, léase también política, de introducir una duda real, poniendo así el dogma al alcance de la filosofía. Y es justamente en esta polémica donde “los espíritus más notablemente despiertos y divergentes que notamos en la escolástica son precisamente de origen inglés.”[38]

Vemos, pues, que, desde un principio, la filosofía inglesa se constituye como una reacción contra la especulación metafísica y teológica. Este punto de partida va a marcar toda su trayectoria y llegará hasta Borges quien, en una de las entrevistas concedidas a Osvaldo Ferrari, ridiculizará a Santo Tomás como muy bien pudieron hacerlo siglos antes Scoto, Occam o Bacon: “Sí (la Summa es laberíntica, confusa), y lo que es extraordinario es que esto no está hecho para ser laberíntico, sino para ser explicativo.”[39]

         La reacción contra las oscuridades escolásticas y metafísicas hará que la tradición inglesa se manifieste contraria a un intelectualismo en el que todo parece previsto y ordenado. Ya Duns Scoto en el siglo XIV iniciará una tradición anti-intelectualista al introducir la voluntad como factor decisivo en toda operación mental. Esta tradición llegará hasta el temperamento de William James, pasando por Hume, quien afirmó que “la razón es esclava de las pasiones.” Esto nos indica que la importancia que la tradición anglosajona le confiere a lo irracional tiene también una explicación ideológica: la secular reacción de los pensadores ingleses contra el determinismo escolástico (Duns Scoto) o racionalista (David Hume) o positivista (William James). El objetivo es, pues, defender la libertad individual, otra de las obsesiones de la tradición inglesa que Borges heredará.

  
     
b.- Librepensamiento


La total libertad y autonomía de pensamiento regresa –desde la filosofía griega- con Hume y marca el inicio de una tradición librepensadora sin la cual no es posible comprender a Borges. Los freethinkers no quieren ser ni generadores de superestructuras ni apologetas ni esclavos de la inercia espiritual ni de la ley del menor esfuerzo mental. Es en este contexto que debemos comprender el elogio de Borges a Flaubert y a Swift por haber luchado contra el prejuicio y la estupidez: “Ambos odiaron con ferocidad minuciosa la estupidez humana; ambos documentaron ese odio, compilando a lo largo de los años frases triviales y opiniones idiotas.”[40]

         Junto a este odio compartido contra el prejuicio, está el odio contra el pensamiento apologético, que Borges ridiculizará en su relato “Los teólogos”. Este odio por el prejuicio no es, claro está, monopolio de la tradición inglesa pero sí es cierto que ha sido uno de los rasgos más característicos e influyentes de dicha tradición. Recordemos, a modo de ejemplo, que es la defensa apasionada de la libertad de pensamiento realizada por Locke la que inspirará a los Ilustrados franceses y que el mismo Kant reconocerá que fue Hume quien lo despertó de su sueño dogmático.

Una filosofía sin compromiso exige determinadas condiciones políticas para poder ser realmente ejercida, condiciones que, a raíz de un turbulento siglo XVII, se dieron en Inglaterra mucho antes que en el resto de Europa. La libertad, sin embargo, es tanto una cuestión política como espiritual y es por eso que el hombre libre también necesita ciertas condiciones metafísicas. Importa constatar que los ingleses siempre estuvieron del lado de la libertad individual: Scoto y su preeminencia de la voluntad sobre la razón; Locke y su defensa de la libertad como ley básica que debe gobernar al hombre; Berkeley y su fundamentación metafísica del libre albedrío; Hume y su libertad hipotética; Stuart Mill y su derecho individual de protección contra dirigentes y gobernantes políticos; William James y su defensa pragmática del libre albedrío.

Cabe recordar que, en el nacimiento del liberalismo inglés, contribuyeron las luchas intelectuales y políticas que los puritanos se vieron obligados a sostener para lograr su reconocimiento y así aunque, en un principio, su finalidad era esencialmente religiosa, “al librar al hombre de las imposiciones en el orden íntimo espiritual, lo prepararon para extender esta modalidad a lo político y filosófico.”[41] Podríamos añadir que todo hereje, al menos en su primer momento, se ve obligado a defender la libertad de pensamiento y expresión, y que todo defensor de la libertad de pensamiento y expresión debe, a su vez, sentirse obligado a defender a todo hereje, quizás no en el contenido de sus afirmaciones, pero sí en su derecho a expresarlas.

Este hecho es una posible explicación de la simpatía que tanto Borges como la tradición inglesa sienten por los heterodoxos, los marginales y los periféricos, lo que puede comprobarse tanto en ensayos como “Una vindicación de la cábala”[42], “Una vindicación del Falso Basílides”[43], en relatos como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”[44], “Tres versiones de Judas”[45] como en su defensa de los judíos en una época de profundo antisemitismo y su interés por culturas no hegemónicas como la escandinava o budista.

No es aventurado afirmar que esta defensa o vindicación de la minoría tiene su contrapartida y complemento en un ataque o inquisición de las doctrinas mayoritarias que Borges llevará a cabo no sólo en la reducción al absurdo de grandes sistemas filosóficos que realiza en cuentos como “La biblioteca de Babel” o “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, sino también en los ensayos de Discusión, Historia de la eternidad y Otras inquisiciones. Parece que hay una cohesión articulada entre los diversos hábitos del pensamiento borgeano -vindicación de las ideas minoritarias, inquisición de las mayoritarias- y una relación de dichos hábitos con la defensa de la libertad de pensamiento y expresión heredados, en parte, de la tradición inglesa.


c.- Nominalismo


Borges cita frecuentemente a Guillermo de Occam, considerado como perteneciente a la tradición inglesa a pesar de que todavía escribió en latín, considerado culminador del nominalismo medieval de Roscelino y Pedro Abelardo. Esta fidelidad referencial le ha valido a Borges ganarse el título de nominalista. Efectivamente, Jaime Rest afirma que Borges se adscribió a la tradición nominalista que va desde Aristóteles hasta el idealismo nominalista, pasando por el nominalismo medieval.[46] Zulma Mateos coincide con Rest al afirmar que si a una doctrina filosófica tradicional puede acercarse a Borges “es al nominalismo y en menor medida al idealismo de George Berkeley.”[47]

Deberíamos tener en cuenta, sin embargo, que el mismo Borges negaría su nominalismo con un argumento nominalista parecido al que utilizó para criticar el modo francés de hacer historia de la literatura inglesa y que consistía en afirmar que tanto la filosofía como la literatura inglesa “es menos un debate de escuelas que una vasta multitud de individuos.”[48] También puede esgrimirse contra la afirmación de Zulma Mateos el hecho de que el mismo Borges conceda una continuidad esencial entre Occam y Berkeley: “El nominalismo inglés del siglo XIV resurge en el escrupuloso idealismo inglés del siglo XVIII; la economía de la fórmula de Occam, entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, permite o prefigura el no menos taxativo esse est percipi.”[49]

Lo que nos interesa, sin embargo, es ver ese flujo continuo de ideas que, siguiendo el lecho de la tradición inglesa llega hasta Borges. La característica esencial del nominalismo inglés es un apego a lo individual que “le impide traficar en abstracciones, como los alemanes.”[50] Este impedimento influirá en la literatura en lengua inglesa desde muy temprana fecha. En “De la alegoría a las novelas” Borges verá en Geoffrey Chaucer el inicio del importantísimo cambio mental que supone, en literatura, “el pasaje de alegoría a novela, de especies a individuos, de realismo a nominalismo.”[51]

El inglés “rechaza lo genérico porque siente que lo individual es irreductible, inasimilable e impar.”[52] Este rechazo le impedirá al pensador de espíritu inglés comprender el poema Oda a un ruiseñor en el que Keats habla del ruiseñor genérico, haciendo abstracción de los ruiseñores particulares, en el más puro estilo platónico. Borges considera esa incomprensión no como una carencia sino como un don; recordemos cómo el autor de Ficciones afirma que al “inglés” “esa valiosa incomprensión le permite ser Locke[53], ser Berkeley y ser Hume.”[54]  Borges, sin embargo, parece sentir una auténtica pasión por las ideas abstractas. Este hecho ha llevado a Juan Nuño a ver en Borges un tributario del platonismo[55]. Creo más acertada la opinión de Jaime Alazraki, que afirma que Borges ilumina en casi todos sus cuentos lo concreto con la perspectiva de lo genérico, confiriéndole así “una intensidad que no tiene como ente individual.”[56] Nuño inscribe a Borges en una doctrina filosófica dogmática siendo Borges, como él mismo afirma, escéptico; Alazraki ve cómo Borges utiliza la tendencia generalizadora de dicha doctrina para usos literarios: elevar a símbolo una anécdota o personaje logrando de este modo “una intensidad desacostumbrada”[57]. Sin embargo, Borges no quiere que lo individual se deshaga en símbolo porque “el arte, siempre, opta por lo individual, lo concreto; el arte no es platónico.”[58]

No deberíamos ver como un anacronismo el interés de Borges por el nominalismo puesto que, para el mismo Borges, Wells es “buen heredero de los nominalistas británicos”[59] -juicio que repetirá al hablar de Aldous Huxley[60]-. En la actualidad el problema no se trata en los mismos términos medievales de Occam sino en los de Bertrand Russell o el segundo Wittgenstein. Hay, sin embargo, un nexo común y es la crisis de confianza en la capacidad de representación del lenguaje, tema esencial en la obra de Jorge Luis Borges.

En Ficciones de una crisis, Cuesta Abad ve en dicha crisis la causa de que la poética de Borges sea “neobarroca”. Este término implica para Cuesta Abad un repliegue reflexivo del lenguaje sobre sí mismo, un “ensimismamiento del texto dentro del flujo constante de la textualidad literaria.”[61] Efectivamente, cuando el filósofo o el escritor pierde la confianza en su capacidad para describir el mundo, se ve obligado a tomar como objeto de su discurso su propia tradición o la invención de nuevos mundos. Asimismo, Jaime Alazraki afirma que la tendencia a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético, que Borges expresa en el “Epílogo” a Otras inquisiciones, es el síntoma de que “las limitaciones cognoscitivas han hecho del hombre no un descubridor, sino un inventor; no un percibidor de realidades, sino un creador de mitos.”[62]



d.- Anti-sistematismo


La filosofía anglosajona se desmarca de la filosofía moderna –francesa y alemana- en su resistencia a elaborar sistemas. Como la tradición moderna, no podía renunciar a filósofos tan importantes como Locke, Berkeley y Hume, los historiadores los han modernizado, es decir, adaptado, traducido, traicionado, a la tradición moderna. Recordemos cómo W. R. Sorley acusa a los historiadores “modernos” de la filosofía de no respetar el espíritu de los filósofos ingleses “cuando a la fuerza sistematizan las ideas de los demás y las describen mediante algún término general.”[63]

Lo cierto es que la mayoría de los grandes pensadores ingleses se caracterizan por la vastedad de sus intereses y no tuvieron un concepto estrecho, o rígidamente profesional, de los límites de la filosofía.[64] Borges es consciente de este espíritu antisistemático –en estrecha relación con el nominalismo (cfr. 2.2.3) así como con la reacción contra la metafísica (cfr. 2.2.1)-  y lo opone a la filosofía alemana, sistemática, constructora de enormes edificios dialécticos en los que “la buena simetría de los sistemas constituye su afán, no su eventual correspondencia con el universo impuro y desordenado.”[65]

La filosofía inglesa no buscará simplificar el universo sino recorrerlo en inevitable desorden. De esta actitud se seguirá una variedad de intereses que Borges   aprecia y practica.



e.- Legibilidad   


Otra de las características más apreciadas por Borges de la tradición inglesa es la legibilidad, la accesibilidad, de sus textos. Recordemos cómo Borges elogia en la Nota preliminar a Pragmatismo de William James no sólo su tolerancia hacia lo múltiple y lo no sistemático sino también su legibilidad (“...mucho más legible [que los hegelianos Bradley y Royce].”[66]) y su calidad literaria (“James fue un escritor admirable”[67]). Hablará también de las “muy legibles páginas”[68] de H. G. Wells. Al recordar a su predecesor al frente de la Biblioteca Nacional, elogiará  la virtud de la legibilidad con la tradición inglesa: “la continua legibilidad de Groussac, la condición que se llama readableness en inglés.”[69] Asimismo, en una de sus reseñas publicadas en la revista “El Hogar”, Borges habló de la “excelencia del oral style o estilo conversado de los prosistas de habla inglesa.”[70]

Borges tiene fama de escritor difícil, pero lo cierto es que si bien su lectura puede ser laboriosa, nunca será oscura –Alazraki llegará a hablar de “voluntad de “anti-estilo””[71]-. La economía de la prosa borgeana no llega a ser conceptista. Toda dificultad proviene de la profundidad de la idea, no de la insuficiencia de su expresión, así como  toda facilidad en la lectura no implica simplicidad de lo representado sino la existencia de un límite en lo mentalmente representable.

Este prurito de claridad no proviene únicamente de la tradición inglesa sino que es también fruto de la reacción que, según Alazraki[72], Borges encabezó en Hispanoamérica contra la estética del modernismo y que le hizo excluir de sus obras completas los “olvidables y olvidados” Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos.



f.- Humor


Si bien es cierto que el humor no es patrimonio de ninguna cultura, nadie puede negar que cada cultura parece presentar ciertas particularidades. Resulta lógico afirmar que si Borges recibió una influencia estructural de la filosofía y la literatura inglesa, también la recibiese a la hora de conformar su tono humorístico. El autor de “La esfera de Pascal” afirma que “Inglaterra es la patria del understatement, de la reticencia bien educada”[73] así como de los epigramas de de Quincey, Shaw o Wilde y en “El arte de injuriar” constatamos que la mayoría de sus estrategias denigrativas son oblicuas, indirectas, irónicas, apenas perceptibles[74]. Como indica René de Costa dichas características son típicas del humor inglés. Si recordamos las técnicas descritas en “El arte de injuriar” veremos que la mayoría no corresponden ni al humor escatológico mediterránea ni al ingenio francés ni siquiera a la “ruptura de sistema” común a todos los chistes sino más bien a las finas ironías de sociedad propias de Wilde:

1.- “El título señor, de omisión imprudente o irregular en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo estampan.”[75];

2.- usar verbos burocráticos para hablar de obras literarias: “despachar, dar curso, expender”[76] un soneto o un libro;

3.-“la inversión incondicional de los términos”[77];

4.- “las exageraciones burlescas, las falsas caridades, las concesiones traicioneras y el paciente desdén”[78];

5.- “reírse de los pocos interesados que puede congregar un escrito y de su pausada elaboración.”[79].

Es tan innegable como poco estudiado el componente humorístico en la obra de Borges. Confirma René de Costa que el lado humorístico de Borges recorre toda su obra “sin que por el momento la crítica le haya prestado mucha



atención”[80] y nos ofrece en 1999  una monografía sobre El humor en Borges en la que se describen los métodos y sujetos contra los que se ejerce dicho humor, pero no se habla de las influencias que Borges pudo haber recibido a la hora de formar su idiosincrasia humorística.

Si bien es cierto que el humor de Borges recibirá también otras influencias –él mismo hablará de “la sonriente mística de Macedonio Fernández”[81] y de Costa insistirá en la familiaridad humorística de Borges y Kafka[82]-, el tono es típicamente inglés y está, como veremos más adelante, en íntima relación con el escepticismo que recorre su tradición filosófica y literaria.



3.- LA TRADICIÓN INGLESA Y EL HUMANISMO


Las características señaladas forman un sistema temperamental común a la gran mayoría de los filósofos y literatos en lengua inglesa así como a un Borges que parece ser un pensador inglés en lengua española. Sin embargo, dicho espíritu escéptico –asistemático, librepensador, misceláneo, nominalista, humorístico- parece no ser tanto idiosincrasia nacional como herencia humanística.

Recordemos que para W. R. Sorley la filosofía inglesa es uno de los resultados de ese despertar del espíritu europeo conocido con el nombre de Renacimiento.[83] A lo que añade Luis Farré –que por la fecha, lugar y tema de esta publicación seguramente fue leído por Borges- que “la cultura humanística ha marcado la formación y el desarrollo de una filosofía con caracteres que se destacan como propios.”[84] Tanto es así que, después de un primer influjo cartesiano, siguió un curso independiente: Spinoza y Leibniz apenas despertaron su interés[85]. Aunque esa indiferencia hacia estos grandes pensadores pudo significar en un primer momento una pérdida lo cierto es que acabó dando “libre curso a los trabajos originales”[86] y convirtió la tradición inglesa en refugio de un espíritu humanista, pluralista y escéptico, que la modernidad eliminó.

El conocido filósofo de la ciencia, Stephen Toulmin, narra en su libro Cosmópolis. El Trasfondo de la Modernidad, el proceso de agotamiento del espíritu humanístico por parte de la Filosofía moderna. Es en cuatro aspectos fundamentales que los filósofos del siglo XVII arramblaron con las viejas preocupaciones del humanismo renacentista:

1.- De lo oral a lo escrito: “la retórica deja paso a la lógica formal.”[87]

2.- De lo particular a lo universal: se produjo un cambio en el alcance de la filosofía. “Los casos concretos dejaron paso a los principios generales”[88]. Se proscribió de la filosofía la casuística y la pragmática.

3.- De lo local a lo general: así como los humanistas del siglo XVI encontraban una importante fuente de material en la etnografía, la geografía y la historia, disciplinas en las que el método de análisis geométrico no tiene demasiado predicamento y así “la diversidad concreta dejó paso a axiomas abstractos.”[89]

4.-De lo temporal a lo atemporal: el ideal humanístico de sabiduría era práctico, sus modelos eran la medicina y el derecho. Para estas disciplinas el tiempo es esencial  para el estudio de cada caso que debe ser dilucidado, como decía Aristóteles, pros ton kairon, es decir, según lo exija la ocasión. Sin embargo “a partir de la época de Descartes, la atención se centra en principios atemporales que rigen para todas las épocas por igual, de manera que lo transitorio deja paso a lo permanente.”[90]



Así pues, se abandonaron las características más destacables del humanismo renacentista: la tolerancia a la pluralidad, ambigüedad y falta de certeza resultantes. Justamente este respeto de los humanistas a la complejidad y diversidad había llevado a muchos de estos “filósofos” a adoptar actitudes de puro escepticismo. El ejemplo paradigmático de dicha actitud es el Montaigne de la Apología de Raimundo Sabunde. No deberíamos, sin embargo, intentar reducir a una sola fórmula el escepticismo humanístico del siglo XVI ya que éstos nunca pretendieron rechazar posturas filosóficas rivales, pues, según ellos, éstas no se dejaban ni probar ni refutar: “Se trataba, más bien, de ofrecer una nueva manera de comprender la vida y los motivos humanos: al igual que Sócrates mucho tiempo atrás, y que Wittgenstein en nuestra época, enseñaron a los lectores la lección de que las teorías filosóficas superan los límites de la racionalidad humana.”[91]

Lo cierto es que la tradición filosófica inglesa conservó, de algún modo, dicho espíritu humanístico mientras que la tradición, llamémosla, continental se hizo racionalista, propiamente moderna. Borges es, a través de su herencia inglesa, uno de los eslabones ocultos de la tradición humanística y escéptica a la que, según Toulmin, pretende regresar la posmodernidad.

Son muchos los estudios que relacionan a Borges con la posmodernidad pero no hay ninguno que trate de explicar de dónde hereda Borges esas características que le son tan atractivas a la posmodernidad. En Ficciones de una crisis, José M. Cuesta Abad ve la obra de Borges como la expresión de una crisis lingüístico-filosófica que parece haber tenido lugar sólo en el siglo XX. En el capítulo “Genealogía premoderna de la posmodernidad” no se hallan, como era de esperar, las raíces de la posmodernidad borgeana en la famosa crisis lingüístico-filosófica del siglo XVI conocida como la “crisis pirrónica”[92] sino en las doctrinas herméticas, esotéricas, judeo-cristianas, barrocas “o en las formas renacentistas y hasta ilustradas de pensamiento hermético underground”[93]

         Me parece más acertado decir que Borges pertenece a una milenaria tradición escéptica que renació en el humanismo del XVI y que, tras ser arrinconada en el continente por la modernidad, perduró en el espíritu de una filosofía inglesa que él siente como suya. Siendo la posmodernidad una reacción contra ciertos excesos del racionalismo matematizante moderno resulta evidente que sus armas hayan de ser escépticas: duda, paradoja, deconstrucción[94] etc. Borges les ofrece a los escritores posmodernos todo un arsenal de argumentos escépticos que lo van a convertir en centro de referencia tal y como le sucedió a Montaigne con los pirrónicos del XVII y a Sexto Empírico con los pirrónicos del XVI.



BIBLIOGRAFÍA



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[1] María Esther Vázquez, Borges. Esplendor y derrota, Barcelona, Tusquets, 1996, pág. 30

[2] Marcos-Ricardo Barnatán, Biografía total, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1995, pág. 130

[3] Jorge Luis Borges, “Las “nuevas generaciones” literarias”, en Textos cautivos, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1999, t. IV, pág. 263

[4] Jorge Luis Borges, “De las alegorías a las novelas”, en Otras inquisiciones (1952), en íbid., t. II, pág. 123

[5] Jorge Luis Borges, “Nota preliminar”, en Textos recobrados (1931-1955), Barcelona, Emecé, 2001, pág. 219

[6] La edición que prologó Borges es la de Emecé Editores (Buenos Aires, 1945), la que nosotros consultaremos es la de Ediciones Folio, Barcelona, 2000

[7] Zulma Mateos, La filosofía en la obra de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Biblos, 1998, pág. 44

[8] William James, Pragmatismo, Barcelona, Ediciones Folio, 2000 [orig. 1907], pág. 27

[9] Jorge Luis Borges, “De las alegorías a las novelas”, en Otras inquisiciones (1945), en op. cit., 1999, T. II, pág. 124

[10] Ibíd., T. II, pág. 123

[11] William James, op. cit., pág. 31

[12] Ibíd., pág. 138

[13] Jorge Luis Borges, “Avatares de la tortuga”, en Discusión (1932), en op. cit., 1999, T. I, pág. 258

[14] Jorge Luis Borges, op. cit., 2001, pág. 221

[15] Ibíd., pág. 220

[16] Ibíd., pág. 220

[17] Ibíd., pág. 221

[18] Ibíd., pág. 221

[19] William James, op. cit., pág. 50

[20] Ibíd., pág. 36

[21] Ibíd., pág. 154

[22] W. R. Sorley, Historia de la filosofía inglesa, Buenos Aires, Losada, 1951, pág. 192

[23] William James, op. cit., pág. 48

[24] Ibíd., pág. 83

[25] Jaime Alazraki, La prosa narrativa de Jorge Luis Borges, Gredos, Madrid, 1983 [orig. 1968], pág. 284

[26] Ibíd., pág. 300

[27] Ibíd., pág. 219

[28] Ibíd., pág. 219


[29] John Locke, Essay concerning Human Understanding, IV, xii, 1

[30] Ibíd., IV, xii, 1

[31] Marcos-Ricardo Barnatán, Biografía total, Madrid, Temas de Hoy, 1995, pág. 82

[32] Ibíd., pág. 74

[33] Ibíd., pág. 98

[34] Jorge Luis Borges, “Los escritores argentinos y Buenos Aires”, en Textos cautivos (1986), op. cit., 1999, T. IV, pág. 255

[35] Marina Martín, “J. L. Borges y D. Hume: hacia un agnosticismo heterodoxo”, Anthropos, n. 142-143, 1993, pág. 148

[36] Luis Farré, Espíritu de la filosofía inglesa, Buenos Aires, Losada, 1952, pág. 14

[37] Ibíd., pág. 14

[38] Ibíd., pág. 15

[39] Jorge Luis Borges, Osvaldo Ferrari, Reencuentro. Buenos Aires, ed. Sudamericana Señales, 1999, pág. 75

[40] Jorge Luis Borges, “Vindicación de Bouvard et Pécuchet”, en Discusión (1932), en op. cit., 1999, T. I, pág. 261

[41] Luis Farré, op. cit., pág. 35

[42] Jorge Luis Borges, “Una vindicación de la cábala”, en Discusión (1932), en op. cit., 1999, T. I, págs. 209-212

[43] Jorge Luis Borges, “Una vindicación del falso Basílides”, en Discusión (1932), en op. cit., 1999, T. I, págs. 213-216

[44] Jorge Luis Borges, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en Ficciones (1944), en op. cit., 1999, T. I, págs. 431-443

[45] Jorge Luis Borges, “Tres versiones de Judas”, en Ficciones (1944), en op. cit., 1999, T. I, págs. 514-517

[46] Jaime Rest, El laberinto del universo, Borges y el pensamiento nominalista, Buenos Aires, Librerías Fausto, 1976, pág. 55

[47] Zulma Mateos, op. cit., pág. 43

[48] Jorge Luis Borges, “The Georgian Literary Scene, de Frank Swinnerton”, en Textos cautivos (1986), op, cit., 1999, T. IV, pág. 389

[49] Jorge Luis Borges, “El ruiseñor de Keats”, en Otras inquisiciones (1952), op. cit., 1999, T. II, pág. 97

[50] Íbid., T. II, pág. 97

[51] Jorge Luis Borges, “De las alegorías a las novelas”, en Otras inquisiciones, op. cit., 1999, T. II, pág. 124

[52] Íbid., T. II, pág. 97

[53] Con el Advancement of Learning (1605) de Francis Bacon el idioma inglés se convierte en vehículo de literatura filosófica.

[54] id. T. II, pág. 97

[55] Juan Nuño, La filosofía de Borges, México, FCE, 1985, pág. 52

[56] Jaime Alazraki, op. cit., pág. 29

[57] Íbid., pág. 31                                                                         

[58] Jorge Luis Borges, “La poesía gauchesca”, en Discusión (1932), op. cit., 1999, T. I, pág. 180

[59] Jorge Luis Borges, “El primer Wells”, en Otras inquisiciones, íbid., T. II, pág. 76

[60] Jorge Luis Borges, “El tiempo y J. W. Dunne”, en Otras inquisiciones, íbid., 1999, T. II, pág. 25

[61] José Cuesta Abad, Ficciones de una crisis, Gredos, Madrid, 1995, pág. 247

[62]  Jaime Alazraki, op. cit., pág. 284

[63] W, R. Sorley, op. cit., pág. 326

[64] Íbid., pág. 327

[65] Jorge Luis Borges, “Oswald Spengler”, en Textos cautivos (1986), op. cit., 1999, T. IV, pág. 237

[66] Jorge Luis Borges, op. cit., 2001, pág. 220

[67] Íbid., pág. 220

[68] Jorge Luis Borges, “Dos libros”, en Otras inquisiciones (1952), op. cit., 1999, T. II, pág. 101

[69] Jorge Luis Borges, “Paul Groussac”, en Discusión (1932), íbid., T. I, pág. 233

[70] Jorge Luis Borges, “Private Opinion, de Alan Pryce-Jones”, en Textos cautivos (1986), íbid., T. IV, pág. 221

[71] Jaime Alazraki, op. cit., pág. 163

[72] Íbid., pág. 151

[73] Jorge Luis Borges, “William Shakespeare. Macbeth.”, en Prólogos con un prólogo de prólogos (1975), op. cit., 1999, T. IV, pág. 136

[74] René de Costa, El humor en Borges, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 16

[75] Jorge Luis Borges, “Arte de injuriar”, en Historia de la eternidad (1936), op. cit., 1999, T. I, pág. 419

[76] Íbid, T. I, pág. 420

[77] Íbid., T. I, pág. 420

[78] Íbid., T. I, pág. 420

[79] Íbid, T. I, pág. 421

[80] René de Costa, op. cit., pág. 27

[81] Jorge Luis Borges, “Prólogo de prólogos”, en Prólogos con un prólogo de prólogos (1975), op. cit., 1999, T. IV, pág. 13

[82] René de Costa, op. cit., pág. 9

[83] W. R. Sorley, op. cit., pág. 324

[84] Luis Farré, op. cit., pág. 132

[85]W. R. Sorley, op. cit., pág. 325

[86] Íbid., pág. 325

[87] Stephen Toulmin, Cosmópolis, Barcelona, Península, 2001, pág. 61

[88] Íbid., pág. 62

[89] Íbid., pág. 63

[90] Íbid., pág. 65

[91] Íbid., p.59

[92] Richard H. Popkins, La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza,  FCE, México D. F., 1983

[93] José M Cuesta Abad, op. cit.,  pág. 236

[94] La deconstrucción recuerda a la “prueba indirecta” o “reducción al absurdo”, tan usada por Borges, consistente en extraer inferencias de una de las afirmaciones de una afirmación o texto hasta llegar a una contradicción interna del texto.

Fuente:REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS