domingo, 18 de diciembre de 2016
El día que Borges y Sabato se sentaron a conversar
sábado, 30 de abril de 2011
Sábato y Borges, las dos mitades de Argentina

Tras «Diálogos Borges-Sábato», el libro de Barone, está claro que la suma de sus visiones define a Argentina

No hay dos escritores que difieran tanto y, justamente, tal divergencia los aproxima. Borges, neoclásico, labra su escritura, economiza, especula con un vocabulario cuidadosamente escogido, huye de la novela y prospera en poemas, ficciones y breves ensayos. Sábato hereda al Romanticismo. Su lenguaje obedece a su afectividad y busca ser expresivo de sus amores, sus horrores, sus miedos, sus vértigos. Se manifiesta privilegiadamente en la novela, también entendida en plan romántico: un discurso donde todo cabe y que carece de formalidades previas, apuntando al infinito y al fragmento. Al desgarro, diría él.
Comunista de simpatías libertarias, Sábato dejó al PC en los años treinta, haciendo la crítica del socialismo real y totalitario. Coincidió con Borges en apoyar a la República Española y a los Aliados, en sendas guerras. El peronismo los privó de sus trabajos y consiguió reunirlos en la desdicha. Pero cuando en 1955 Perón fue derrocado por sus colegas militares, Borges se encarnizó en demonizarlo, en tanto Sábato trató de entenderlo históricamente. El peronismo era malo mas los peronistas eran y siempre fueron sus compatriotas y merecían su respeto ciudadano. Denunció torturas a lo largo de penosas décadas que remataron con la Junta de 1976 a 1983. También le tocó, en 1962, ser nuevamente destituido de su cargo en la cancillería argentina, por un golpe de Estado contra el presidente Frondizi.
Vale la pena releer sus textos en paralelo. No sólo por aquella disidencia estética en cuanto a la calidad del lenguaje literario, a su naturaleza. ¿Es una artesanía cuya materia prima es la palabra convertida en un precipitado químico, una destilación o una alquimia? Por el contrario ¿es el lugar donde la única verdad humana, que es el sentimiento, se abre paso entre las convenciones de la lengua? Si Borges llega a ser pesadillesco en sus relatos y a diluir toda certeza en sus ensayos, Sábato hace lo opuesto: parte de la pesadilla y la declara dueña y señora de su tarea, en tanto busca un lugar para su fe perdida, acaso sin hallarlo pero confiado en que existe. La muerte borgiana es una conjetura. La muerte sabatiana es una realidad existencial. El infinito de Borges es una manera de seducción lógica de un decir paradójico. Para Sábato, una vertiginosa constatación. Los sueños son, en Borges, motivo de duda acerca de la realidad de lo real. En Sábato ocupan el lugar de la verdadera realidad, a la que llegamos a rachas y con intermitencias.
A veces, estas dos mitades del imaginario argentino se conciliaron como si hubiesen buscado juntarse al decidir separarse. Solía ocurrir en torno a una mesilla del café El Querandí, en el barrio Sur de Buenos Aires, con unas copas de caña quemada como excusa. Para Borges, el Sur era el paisaje de los heroicos cuchilleros decimonónicos. Para Sábato, lo era de barracas y naves industriales también decimonónicas, un suburbio obrero. En esas dos claves, estos viejos letrados intentaban descifrar el enigma que es, para cualquier ser humano, su país natal. Hoy podemos reabrir ese diálogo, cerrar el quiebre, pensar la Argentina por enésima vez.
Fuente ABC – España
Blas Matamoro
01/05/2011
Borges y Sábato: Diálogos (Fragmentos)

Dialogos: Borges/Sabato” es un libro que reúne las conversaciones entre Ernesto Sabato y Jorge Luis Borges, quizás, los dos escritores más importantes de la literatura argentina. Esos encuentros se realizaron entre 14 de diciembre de 1974 y el 15 de marzo de 1975. A instancias de Orlando Barone se produjo el reencuentro de los dos escritores, en bares y en el departamento de una amiga en común. “…En esas largas y lúcidas conversaciones Borges y Sabato dejaron en claro sus raras coincidencias y sus numerosas diferencias acerca de los temas que atarearon su quehacer literario. La realidad y los sueños, la idea de Dios, el amor, el arte de traducir, el tango, el teatro y el cine; entre personas y personajes, ideas y obsesiones…”.
(Fragmentos)
14 de diciembre de 1974
Creo que se tocaron las manos. Y un brazo o el hombro tal vez. Suelo imaginar más que lo que veo.
Se deben de haber dicho, no obstante, esas cosas comunes y triviales de todos: Hola, Borges; Qué dice, Sabato…
Mi obligación de testigo es registrar las palabras exactas. Pero ese momento cualquiera puede haberlo soñado siempre (cualquier escritor, cualquier artista) y es mejor hacer compartir las sensaciones, no las palabras.
Sé que venían por el pasillo de la casa, tomados del brazo, lentamente. El bastón era un péndulo en las manos de Borges.
Entreví dos sombras y detrás a dos hombres y, dentro de las sombras y los hombres, entreví el amor y la muerte, la lucha y el arte, es decir: la vida.
No me importó que apenas me saludaran (puedo soportar la idea de que por ese rato, de haberme ido, no se hubiesen dado cuenta).
La cinta empezó a girar.
Capítulo 1
Borges: ¿Cuándo nos conocimos? A ver… Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo que fue en casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el Universo.
Sábato: No, Borges. Ese libro salió en 1945. Nos conocimos en lo de Bioy, pero unos años antes, creo que hacia 1940.
Borges: (Pensativo) Sí, aquellas reuniones… Podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía… Era un mundo diferente… Ahora me dicen, sé, que se habla mucho de política. En mi opinión les interesan los políticos. La política abstracta, no. A nosotros nos preocupaban otras cosas.
Sábato: Yo diría, más bien, que en aquellas reuniones hablábamos de lo que nos apasionaba en común a usted, a Bioy, a Silvina, a mí. Es decir, de la literatura, de la música. No porque no nos preocupara la política. A mí, al menos.
Borges: Quiero decir, Sábato, que no se hacía ninguna referencia a las noticias cotidianas, fugaces.
Sábato: Sí, eso es verdad. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente.
Borges: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.
Sábato: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo. O cuando sucede algo verdaderamente importante: “El señor Cristóbal Colon acaba de descubrir América”. Título a ocho columnas.
Borges: (Sonriendo) Sí… creo que sí.
Sábato: ¿Cómo puede haber hechos transcendentes cada día?
Borges: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Por eso yo jamás he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson.
Sábato: ¿Quién?
Borges: Emerson, que recomendaba leer libros, no diarios.
Barone: Si me permiten… aquel tiempo en que se encontraban en lo de Bioy…
Borges: Caramba, usted se refiere a aquel tiempo como si fueran épocas muy lejanas. (Pareciera evocarlas). Sí, claro, cronológicamente son lejanas. Sin embargo siento, pienso en aquello como si fuera contemporáneo. Además, nos reuníamos pocas veces.
Sábato: El tiempo no existe, ¿no?
Borges: Quiero decir… Como yo sigo mentalmente en esa época… y además la ceguera me ayuda.
Se produce una larga pausa.
Borges: Recuerdo la polémica Boedo-Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Y sin embargo fue una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio.
Sábato: Bueno, Borges, pero aquel tiempo no fue el mío.
Lo dice con sarcasmo.
Borges: Sí, lo sé, pero recordaba esa broma de Florida y Boedo. A mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución (Sábato se divierte) y yo, desde luego, no pude hacer nada, me resigné. Hubo otros, como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio. Si todo fue un invento para justificar la polémica. Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, acá había que hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en programa de la literatura argentina.
Sábato: ¿Recuerda, Borges, que, aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy sentían una gran curiosidad por las matemáticas? La cuarta dimensión, el tiempo… aquellas discusiones sobre Dunne y el Universo Serial…
Borges: (Aprieta el bastón con las dos manos, se yergue un tanto, casi con entusiasmo) ¡Caramba! Claro… los números transfinitos, Kantor…
Sábato: El Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui…
Borges: Y, siglos antes, ¡los pitagóricos, o los estoicos!
Sábato: Las aporías, Aquiles y la tortuga… Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando Bioy leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina no le gustaban, permanecía muy seria.
Borges: Bueno, Silvina solía leer esos textos con indulgencia y gesto maternal. A mí, sin embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia.
Sábato: Recuerdo que también hablábamos mucho de Stevenson, de sus silencios. Lo que calla, a veces más significativo que lo que expresa.
Borges: Claro, los silencios de Stevenson… y también Chesterton, Henry James… no, creo que de James se hablaba menos.
Sábato: Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.
Borges: Sí, él había traducido The Turn of the Screw. Mejoró el título, es cierto. Otra vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca ¿no?
Sábato: Representa con más claridad la idea de la obra. Al revés que con ese libro de Saint-Exupéry llamado Terre des Homme que aparece traducido como Tierra de hombres. Como quien dice “Tierra de machos”. Si hasta parece un título para Quiroga o Jack London. Cuando lo que en realidad quiere significar (además lo dice literalmente) es Tierra de los Hombres, la tierra de estos pobres diablos que viven en este planeta. No sólo ese traductor no sabe francés sino que no entendió nada de Saint-Exupéry ni de su obra entera. Pero a propósito, Borges, recuerdo algo que me llamó la atención hace un tiempo en su traducción del Orlando, de Virginia Woolf…
Borges: (Melancólico) Bueno, la hizo mi madre… yo la ayudé.
Sábato: Pero está su nombre. Además, lo que quiero decirle es que encontré dos frases que me hicieron gracia porque eran borgeanas, o así me parecieron. Una cuando dice, más o menos, que el padre de Orlando había cercenado la cabeza de los hombres de “un vasto infiel”. Y la otra, cuando aquel escritor que volvió hacia Orlando y “le infirió un borrador”. Me sonaba tanto a Borges que busqué el original y vi que decía, si no recuerdo mal, algo así como presented her a rough draft.
Borges: (Riéndose) Bueno, sí, caramba…
Sábato: No tiene nada de malo. Sólo muestra que casi es preferible que un autor sea traducido por un escritor medio borroso e impersonal ¿no? Recuerdo que hace mucho tiempo vi una representación de Macbeth. La traducción era tan mala como los actores y la pintarrajeada escenografía. Pero salí a la calle deshecho de pasión trágica. Shakespeare había logrado vencer a su traductor.
Borges: Es que hay ciertas traducciones espantosas… Hay un film inglés cuyo título original The Imperfect Lady lo tradujeron aquí como La cortesana o La ramera. Perdió toda la gracia. Precisamente alterar de esa forma el título, que es donde más ha trabajado el autor. Cuando eligió uno es porque lo ha pensado mucho. Nadie, ni el traductor, debe creerse con derecho a cambiarlo.
Sábato: ¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? Del título podría decirse lo que se ha afirmado de los sistemas filosóficos, que casi siempre son desarrollo de una metáfora central: El Río de Heráclito, La Esfera de Parménides…
Borges: Claro, suponiendo que los títulos no sean casuales. Bueno, y que los libros tampoco ¿no?
Borges parece buscar algo en el pasado. Sábato debe intuir esa búsqueda de la evocación y también el inminente monólogo. Quedan muchas horas, mucho tiempo delante.
Borges: Hablando de libros, los primeros que se ocuparon aquí de “promover” sus libros fueron José Hernández y Enrique Larreta. Después, Girondo. De él todos recuerdan cuando se publicó El espantapájaros y desfiló en un coche con uno de esos muñecos por la calle Florida… En cambio, en un tiempo anterior, el de Lugones y de Groussac, cuando editaban sus libros sólo trascendían en el ámbito de las librerías. Mi propia experiencia no fue distinta. Con trescientos pesos que me dio mi padre hice imprimir trescientos ejemplares de mi primer libro. ¿Qué otra cosa pude hacer que repartirlos y regalarlos a los amigos? ¿A quién le importaba alguien que escribía poemas y se llamaba Borges?
Sábato: El editor le publica al escritor que todos se disputan. Eso hace difícil cualquier comienzo. Sin embargo, es extraño, uno ve ahora los estantes de las librerías y es como una invasión de títulos. Debe haber más autores que lectores. Y otro fenómeno: el de los kioscos. Antes, por el año 35, solamente Arlt se vendía en la calle.
Borges: (Lleno de asombro) ¿Libros en los kioscos?
Sábato: (Sonriendo) Sí, también los suyos: El Aleph, Ficciones y los clásicos.
Borges alza aún más la cabeza como para asombrarse de cerca, inquiere más con un gesto.
Sábato: Sí, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, al paso de cada lector.
Borges: Pero… es que antes no era así, claro…
Sábato: Sin embargo, hubo un tiempo en que en los almacenes de campo, cuando hacían sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y aperos, pedían ejemplares del Martín Fierro.
Borges: Esa noticia ha sido divulgada o imaginada por el propio Hernández. La población rural era analfabeta.
Hay un silencio apenas fastidiado por el ruido de los vasos. Hace calor, pero creo que todos lo hemos olvidado. Queda flotando la última palabra.
Borges: Martín Fierro… Un personaje que no es un ejemplo. Es admirable el poema como arte, pero no el personaje.
Los ojos de Sábato, ahora escudriñan el rostro de Borges. Se le nota la ansiedad por hablar, pero espera.
Borges: Fierro es un desertor que paradójicamente deleita a los militares. Pero si usted le dice eso a un hombre de armas, se indigna. Hasta Ricardo Rojas en la Historia de la Literatura Argentina lo defiende con argumentos inexistentes. Alega que en el libro se ve la conquista del desierto, la fundación de ciudades. Francamente nadie ha leído una sola palabra de eso.
Sábato: Creo que Fierro es un iracundo, un rebelde ante el tratamiento de frontera, y ante muchas de las injusticias de su tiempo.
Borges cierra y abre los ojos, se mueve un poco sin perder esa posición arrogante, pero no agresiva.
Borges: No, no pienso así, Martín Fierro no fue un rebelde. Desertó porque no le pagaban sus haberes y se pasó al enemigo, no sin esperanza de participar fructuosamente en algún malón. Pero tampoco el autor fue rebelde. José Hernández Pueyrredón pertenecía a la alta clase de los estancieros, era pariente de los Lynch y los Udaondo. Si le hubieran dicho “gaucho” se habría indignado. Un gaucho era algo común, pero Martín Fierro es una excepción en la llanura. Porque un matrero lo es y por eso recordamos a unos pocos: Hormiga Negra, que murió por 1905 tal vez. Es que el gaucho matrero es una excepción como lo es el guapo entre los compadritos. Mi abuela en el 72 ó 73 vio a los soldados en el cepo. Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó mucho en el libro de su amigo Mansilla. Y por eso no acepto que Martín Fierro sea un mensaje de protesta social; es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra como le llamaban entonces. No creo que Hernández ansiara un nuevo orden social, Sábato.
Sábato: Que Hernández perteneciera a la clase alta, no es un argumento. También fueron aristócratas o burgueses Saint-Simon, Marx, Owen, Kropotkin. No sabía que Hernández era pariente de los Lynch. Lo mismo que Guevara. En cuanto al Martín Fierro, pienso que describe el exilio de los gauchos en su propia patria. Es un canto para los pobres. No sé cual habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo y eso no importa. Usted sabe que los propósitos siempre son superados por la obra, cuando se trata del arte. Quién recuerda en qué acceso de patriotismo Dostoievsky se propuso escribir un librito titulado Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia: le salió Crimen y castigo.
Borges: Claro, si el Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería no sería el Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada.
Sábato: Tal vez los propósitos sirvan como trampolín para lanzarse después a aguas más profundas. Allí empiezan a trabajar otras fuerzas inconscientes, poderosas y más sabias que las conscientes. Las que en definitiva revelan las grandes verdades. Pero volviendo al Martín Fierro, lo que usted dijo antes lo comparto en algo: no se lo debe valorar como testimonio de protesta. O diría, mejor, por el solo hecho de ser un libro de protesta. Porque en este caso, cualesquiera fueran sus valores morales, no alcanzaría a ser una obra de arte. Pienso que si Martín Fierro vale es porque a partir de esa rebeldía accede a esos altos niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier hombre y en cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el tiempo.
Borges: (Que ha escuchado con atención. La cara orientada hacia el exacto lugar donde está Sábato.) Reconozco que Fierro es un personaje viviente, que como pasa con las personas reales puede ser juzgado muy diversamente, según se lo mire.
Sábato: De allí las muchas interpretaciones que permite: sociológicas, políticas, metafísicas.
Borges: (Como disculpándose) Pero yo no he dicho una sola palabra en contra de la obra…
Sábato: Es que ha habido reportajes donde usted aparece diciendo ciertas cosas… Me parece útil que se aclare.
Borges: He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico ¿no? Como tragedia me parece admirable, como personaje de valores morales, no lo es.
Sábato: Lo que prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas. Ni Raskolnikov ni Julien Sorel, por citar algunos, pueden juzgarse como buenas personas. Casi nadie en la gran literatura.
Borges: Qué extraño. Ahora recuerdo que Macedonio Fernández tenía una teoría que yo creo errónea. él decía que todo personaje de novela tenía que ser moralmente perfecto. Desde esa perspectiva, sin conflictos, resultaría difícil escribir algo… él se basaba en el concepto: “El arquetipo ideal de la épica”.
Sábato: Parecería un chiste.
Borges: No. Era en serio. Bueno, sería como anular la novela ¿no?
Sábato: Basta considerar los grandes protagonistas de novelas. Siempre marginados, tipos casi siempre fuera de la ley outsiders.
Borges: Hay una frase de Kipling que escribió al final de su vida: “A un escritor puede estarle permitido inventar una fábula pero no la moraleja”. El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Swift, que intentó un alegato contra el género humano y ahora ha quedado Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito del autor.
Sábato: Es lo bastante complejo para ser un espantoso alegato y a la vez un libro de aventuras para chicos. Esa ambigüedad es frecuente en la novela.
Borges: Se me ocurre algo. Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablan como hombrecitos que las moralejas. Esas moralejas se agregaron después.
Sábato: Es que ninguna obra de arte es moralizadora en el sentido edificante de la palabra. Si sirven al hombre es en un sentido más profundo, como sirven los sueños, que casi siempre son terribles. O las tragedias. Usted habló de Macbeth: es espantoso, pero sirve. Y no sé si lo justo no sería suprimir ese “pero”, o en su lugar poner “y por eso mismo.
Borges: Sin duda. Uno de los libros que leí es Le Feu, de Barbusse. Lo escribió contra la guerra y el resultado es casi una exaltación de la guerra.
Sábato: Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un libro bárbaro. Porque Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento: un bárbaro. El álter ego del Sarmiento de jacket.
Borges: Sí, es… el libro más montonero de nuestra literatura, según Groussac.
Sábato: Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de defectos sociológicos e históricos, es un libro mentiroso, pero es una gran novela.
Borges: Solamente cuando una obra no vale es cuando cumple los propósitos del autor…
Sábato: En tiempos de la revolución francesa había libros que se llamaban cosas como Virgen y republicana, con moraleja desde el título. Ya podemos imaginar lo que valdrían. Pero todas las revoluciones son moralistas y puritanas. En Rusia se han escrito obras de teatro con títulos como La tractorista ejemplar… Las revoluciones son conservadoras en el arte. La revolución francesa no tomó como paradigma a Delacroix, el de la pintura pasional y rebelde, sino el académico David, el de los pompiers.
Borges: Cuando Bernard Shaw estuvo en Rusia les aconsejó que cerraran el museo de la Revolución. Claro, no había que influir con el mal ejemplo…
Sábato: Es que el artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca les va bien.
Borges: Recuerdo que en Rusia hicieron dos films sobre Iván el Terrible: uno, al comienzo (el bueno) contra el zarismo; el otro, cuando Stalin se había convertido en un nuevo zar, en favor del zarismo…
Sábato: Sabemos que sólo puede hacerse arte grande en absoluta libertad. Lo otro es sometimiento, arte convencional y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre. Los sueños son útiles porque son libres
Barone: A propósito de esa libertad… ¿Es un obstáculo la fama? ¿La entorpece? Me refiero al caso de un escritor reconocido por sus contemporáneos. . . Pienso que Van Gogh y Kafka, que no fueron famosos, pudieron hacer su obra en total libertad… Ustedes son famosos.
Borges: Lugones y Darío fueron famosos…
Sábato: Si un artista tiene algo importante que decir, lo dirá igual. No lo va a atrapar nada. Ni la fama, ni la policía secreta, ni el Estado. Además la historia lo prueba: Dostoievsky era muy famoso cuando escribió Los Karamazov y nadie se atrevería a decir que con ese libro está coartado. Y también fueron famosos Tolstoi, Chejov, Hemingway, Faulkner..
Borges: Y Mark Twain, y Bernard Shaw.
Sábato: Y el caso inverso: gente que jamás logró trascendencia sin que por eso su obra necesariamente deba ser importante.
Borges: Conozco a alguien que se consuela pensando que también fueron ignorados los artistas A, B y C, que ahora son famosos. No piensa que también fueron ignorado escritores pésimos.
Sábato: Kafka no fue conocido por la simple razón de que no quiso publicar. Tomemos el caso de Borges que es un escritor bastante hermético, y sin embargo es famoso.
Borges: (Tímidamente) ¿Yo?.
Sábato: (Irónico) Vamos, Borges. Piense también en la fama que tuvieron artistas tan herméticos como Mallarmé y Rimbaud. Para no hablar de Joyce.
Borges: Y Víctor Hugo y Byron…
Sábato: Byron quizá debió su fama a la vida que hizo.
Borges: Sí, Byron dejó un personaje vivido por él… ¡Ah! y famosos también fueron los filósofos franceses: Voltaire y Rousseau.
Sábato: A propósito, ¿conoce la traducción alemana del Neveu de Rameau? Borges niega con la cabeza.
Sábato: Usted sabe que lo tradujo Goethe, ¿no?
Borges: Sí, sí, claro.
Sábato: Pero, ¿sabía que la versión francesa es traducción de esa traducción alemana?
Borges: (Con profunda sorpresa) ¿Cómo? No, no lo sabía realmente. . .
Sábato: Sí, creo que la versión original se perdió y no sé si luego se recuperó. Pero durante mucho tiempo, al menos, la versión francesa que circuló fue la retraducida desde el alemán. Dicho sea de paso, esa obra de Diderot es otro ejemplo de lo que decíamos antes, sobre la pluralidad de las interpretaciones. Lo admiraron a la vez Goethe y Marx, aunque no por los mismos motivos.
Borges: El siglo XVIII francés tuvo la mejor prosa de la historia de la literatura de Francia. Voltaire es admirable.
Sábato: Tenían una gran precisión.
Borges: Y también una gran pasión. Es un siglo estupendo. Yo ahora estoy leyendo bastante literatura francesa de esa época: los cuentos de Voltaire por ejemplo. Leí con entusiasmo Carlos XII, un libro épico.
Sábato: Es curioso lo que pasa con esos enciclopedistas. De nuevo la duplicidad del escritor, entre lo que se proponen y lo que les sale. Diderot, nada menos. Sus obras de ficción son terribles. Es decir, que los demonios, esos demonios que la ilustración proscribe o ridiculiza aparecen en las novelas como una especie de venganza inconsciente de las furias. Cuando más racional se volvía el pensamiento, más se cobraban venganza.
Borges: Ahí está, sin ir más lejos, la Revolución Francesa.
Sábato: Sí. Decapitan a media Francia en nombre de la Razón. Cada vez que los teóricos invocan al hombre con H mayúscula hay que ponerse a temblar: o guillotinan a miles de hombres con minúscula o los torturan en campos de concentración.
Borges: No sé qué escritor dijo: Les idées naissent douces et vieillisent féroces. “Las ideas nacen dulces y envejecen feroces.”
Sábato: Hermosa frase! Además son siempre los pensadores los que mueven la historia.
Borges: Pienso que toda la historia de la Humanidad puede haber comenzado en forma intranscendente, en charlas de café, en cosas así ¿no?
Sábato: Perdone pero me quedé tocado por esa frase que usted citó. Recordemos las cosas feroces que se hicieron en nombre del Evangelio. Y las atrocidades que hizo Stalin en nombre del Manifiesto Comunista.
Borges: ¡Qué extraño! Nada de eso ha ocurrido con el Budismo.
Sábato: (Con tono escéptico) Pero dígame, Borges, ¿a usted le interesa el budismo en serio? Quiero decir como religión. ¿0 sólo le importa como fenómeno literario?
Borges: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno, quizá crea en el Karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.
Sábato: En todo caso, si existen, deben ser dos establecimientos con una población muy inesperada. Por un instante las risas se confunden con las palabras. Los dos se divierten.
Barone: ¿Y que opina de Dios, Borges?
Borges: (Solemnemente irónico) ¿Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.
Sábato: Sí, pero podría ser un Dios imperfecto. Un Dios que no pueda manejar bien el asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un Dios que se duerme y tiene pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes..
Borges: O nosotros. (Se ríen.) No sé si fue Bernard Shaw que dijo: God is in the making, es decir: “Dios está haciéndose”.
Sábato: Es un poco la idea de Strindberg, la idea de un Dios histórico. De todas maneras las cosas malas no prueban la inexistencia de Dios, ni siquiera la de un Dios perfecto. Usted acaba de insinuar que cree más bien en los budistas. Si un niño muere, de modo aparentemente injusto, puede ser que esté pagando la culpa de una vida anterior. También es posible que no entendamos los designios divinos, (que pertenecen a un mundo transfinito), mediante nuestra mentalidad hecha para un universo finito.
Borges: Eso coincide con los últimos capítulos del libro de Job.
Sábato: Pero dígame, Borges, si no cree en Dios ¿por qué escribe tantas historias teológicas?
Borges: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género.
Sábato: Entonces, suponiendo que fuera el Gran Bibliotecario Universal, ese bibliotecario que toda la vida soñó ser, Borges pondría en el primer lugar la Biblia ¿no?
Borges: Y sobre todo un libro como la Summa Teologica. Es una obra fantástica muy superior a las de Wells. (Sonríe.)
Sábato: Claro, Wells es demasiado mecanizado. Un poco la literatura fantástica de la Revolución Industrial.
Borges: Sí, tengo discusiones con Bioy Casares sobre eso. Yo le digo que es más fácil creer en talismanes que en máquinas.
Sábato: Tiene razón. La invención de Morel es una obra magnífica Pero personalmente la habría preferido sin maquinarias ni explicaciones.
Borges: Habría sido mejor que eso ocurriera. Uno acepta un talismán, digamos un anillo que hace invisibles a los hombres; en cambio Wells tiene que recurrir a experimentos químicos, y eso es menos creíble. El anillo sólo exige un acto de fe, lo otro, todo un proceso.
Sábato: Por otra parte la ciencia progresa. Einstein es superior a Newton, de algún modo refuta a Newton. Un talismán siempre es el mismo, siempre sigue valiendo. Wells era en el fondo un positivista de la literatura fantástica. Suena el teléfono. Alguien pregunta por Sábato. Hay una breve pausa y retomamos la charla.
Barone: Les voy a proponer saltar a otro tema, si el salto no les molesta.
Borges: He venido saltando desde hace setenta y cinco años.
Sábato: Todos. ¿Qué le parece como salto eso del despertar cada mañana? “Recuérdenme a las nueve”. Así se decía antes, en el campo, cuando yo era chico. “Recordarlo”, como quien se ha olvidado de la existencia. Cuando dormimos el alma viaja fuera del espacio y del tiempo. Borges se ha quedado pensativo. Inmóvil, parece evocar algo. Hay un silencio en Sábato, esperando.
Borges: Todas las mañanas cuando me despierto, pienso: “Soy Borges, estoy viviendo en la calle Maipú, mi madre está en la pieza contigua, muy enferma, y vuelvo…”
Sábato: De los dos Borges, seguramente el que sueña es el más auténtico. Porque lo que escribe debe representar más ese mundo de la noche. Además, recuerdo que usted comenzó a escribir los cuentos fantásticos después de ese golpe en la cabeza… La mano de Borges señala en la cabeza un rastro. Me hace que lo toque para que compruebe que existe. Explica que fue contra una persiana de “fierro”.
Borges: Recuerdo que en el sanatorio no podía dormir, porque si lo hacía tenía alucinaciones. Cuando estuve mejor y me dijeron que había estado a punto de morir, me puse a llorar. Todo esto fue allá por 1945 creo. O antes. Estaba empleado en la Biblioteca de Almagro.
Sábato: Sí, antes de que lo ascendieran a inspector de gallinas.
Borges: Fíjese que me dieron ese puesto para humillarme y renuncié el mismo día. Recuerdo que a un amigo mío le pregunté, por qué habiendo cuarenta empleados en la Biblioteca me echaban a mí, que era escritor. Me preguntó si yo no había estado con los aliados durante la guerra. Le respondí que sí. Y entonces ¿qué quiere?, me dijo. Me di cuenta de que esa lógica era irrefutable.
Barone: Creo que hay un tema que les interesa a los dos. El del lenguaje. Usted, Sábato, dijo en una oportunidad que uno de los grandes peligros que corremos nosotros, los escritores de lengua castellana, es el verbalismo. Y citó a Borges en favor de su tesis.
Sábato: Sí, dije que cierta pompa estilística, que fue combatida por hombres como Borges, parecía entrar ahora en algunas formas de la vanguardia. Siempre recuerdo aquella parte tan graciosa de Machado. Juan de Mairena hace pasar al pizarrón al mejor alumno y le hace escribir: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Luego le pide que ponga eso en forma poética, el chico piensa un momento y luego escribe: “Las cosas que pasan en la calle.” Mairena lo felicitó. Claro, se podrá decir que una frase como “Las cosas que pasan en la calle” no es poesía. Pero la otra variante tampoco es poética: sólo es abominable.
Borges: La otra es vanidad. El error de Lugones.
Sábato: ¿No le parece que La guerra gaucha es absolutamente ilegible?
Borges: Desde luego. Pienso que lo hizo un poco para probar que él también podía jugar a ese juego.
Sábato: Yo pienso que lo hizo de veras, quizá movido por un oscuro sentimiento de inferioridad. El deseo de probar que el podía escribir como ciertos clásicos. Y aun peor. Pero claro, Lugones tiene también versos hermosos y austeros.
Borges: Aunque a veces le ocurren cosas espantosas, como aquel soneto que termina así: Poblóse de murciélagos el combo cielo, a manera de chinescos biombos… Su voz parece deleitarse en la repetición irónica grandilocuente de estos versos. Poblóse de murciélagos el combo cielo, a manera de chinescos biombos…
Sábato: Parece una letra de tango de la época modernista. Pero Lugones tiene poemas muy lindos. ¿tPor qué no recita alguno, usted que tiene tanta memoria?
Borges: (No titubea, se abstrae un momento y luego recita) Nuestra tierra quiera salvarnos del olvido por estos cuatro siglos que en ella hemos servido Y este otro: Yo que soy montañés sé lo que vale la amistad de la piedra para el alma Y también éste: Al promediar la tarde de aquel día, cuando iba mi habitual adiós a darte, fue una vaga congoja de dejarte… lo que me hizo saber que te quería. La voz de Borges, la mirada vaga, los poemas, me han emocionado. Veo que Sábato quiere acompañar ese silencio con un poco de whisky Borges se ha quedado callado.
Barone: Sábato, usted acaba de decir que los vanguardistas entraban por la ventana con su verbalismo. ¿Por qué no lo explica?
Sábato: Dije “ciertas” formas de vanguardismo. Por el momento sólo quiero recordar que en aquellas reuniones de que hablábamos al comienzo, uno de los temas que nos apasionaban era ese del lenguaje. La necesidad de un lenguaje preciso. Bioy Casares era partidario de un idioma desnudo, que él maneja admirablemente bien.
Borges: Adolfo decía que yo soy propenso a lo sentencioso. Lo cual es cierto.
Sábato: No sé qué alcance le quiere dar a esa calificación. Quizá se refiera más bien a frases pretenciosas. Porque los aforismos son sentenciosos y tienen una enorme fuerza, reúnen eficacia y belleza. Creo, no confío demasiado en mi memoria, que Wilde dijo algo como: “Todos los hombres nacen reyes y mueren en el destierro”. Extraordinaria frase.
Borges: Es que Wilde era ciertamente ingenioso, pero no todos nacen reyes.
Sábato: O esa frase de La Rochefoucauld: “Todos tenemos bastante fuerza para soportar los males ajenos”. Ese assez de force es lo más perversamente exacto de todo ¿no? Por eso no se puede rechazar lo sentencioso en si: hay que negarlo cuando es malo. Y porque es malo, no porque sea sentencioso.
Borges: (Asintiendo) Una vez le pregunté a Henríquez Ureña si le gustaban las fábulas. Y me contestó: “No soy enemigo de los géneros”. Fue una respuesta muy sabia. Algo marcha mal en el grabador. Nunca confié en el mecanismo. En este momento reniego. Sábato y Borges siguen conversando indiferentes a mis denodados esfuerzos por reparar lo que no entiendo. Al fin un golpe seco lo hace andar. Han pasado tres o cuatro minutos. Retomo la charla sobre la voz de Borges, quien parece haber percibido mi combate mecánico.
Borges: Enrique Amorim, que era oriental, cuando algo andaba mal decía: “Uruguayo y basta”. Y aquí cuando chico se solía decir: “Más criollo que el olor feo”. Ahora no se diría eso ¿no? En aquel tiempo parece que el país era más sensato… Había un negocio en la Avenida de Mayo con un cartelito que aseguraba: “Argentino, pero bueno”. (Sonríe)
Barone: Cuando estaba preocupado por el grabador alcancé a oír algo sobre el lenguaje francés y las traducciones. Escuché un nombre: Federico el Grande.
Sábato: Le estuve diciendo a Borges que el prestigio de Francia en los siglos XVII y XVIII fue tan grande que Federico II leyó la metafísica de Christian Wolff en francés, no en alemán, su lengua de origen.
Borges: Es que Federico II tenía un conocimiento rudimentario del alemán. Lo consideraba una lengua bárbara.
Sábato: Sí, el alemán no tenía aún suficiente prestigio como lengua culta. Pero hubo algo más impresionante todavía. El romanticismo alemán se impuso gracias al impulso desde Francia y sin embargo es un movimiento esencialmente germánico. Es la dialéctica de ciertos procesos espirituales: nos conocemos a través de otros. Aquí Echeverría introdujo los románticos europeos y así Alberdi pudo darse cuenta de la belleza del ceibo. Nada menos.
Barone: Disculpen, me perdí esa parte cuando hablaban de Baudelaire y Poe.
Borges: Decía que si Baudelaire no traduce a Poe, quizá mucha gente en América no habría leído sus poesías.
Sábato: Hay que reconocer que lo mejoró.
Borges: Sí, es cierto, El cuervo es sencillamente espantoso.
Borges: Parece extraño, Borges, pero ¿por qué, entonces, ese poema pasó a ser tan conocido?
Borges: Poe dice que quiso hacer un poema que fuera popular. Explica que se propuso cierto número de líneas… también debe haber influido el hecho de que el cuervo es un animal prestigioso… Con un loro no habría podido, ¿no? De todas maneras sé que en Estados Unidos lo consideran un mal poeta. Los cuentos en cambio son muy buenos. Tampoco Omar Kahyyam es considerado buen poeta en Persia, pero su traductor inglés lo hizo famoso.
Barone: Siempre me pregunté como será eso de traducir a otros idiomas como el chino por ejemplo.
Sábato: Eso nunca se podrá comprobar (risas). Si ya con lenguas indoeuropeas es imposible la traducción, podemos suponer lo que será el pasar a lenguas como el chino. En rigor, cualquier traducción es falsa, no hay equivalentes exactos.
Borges: Eso es culpa de los diccionarios, que han hecho creer que hay equivalentes y no los hay. Y también de los traductores que no comprenden que no es lo mismo traducir una obra de la que han transcurrido centenares de años y otra contemporánea. Cuando Poe o Lawrence tradujeron La Odisea pudieron recrearla con plena libertad porque era una lengua muerta. En cambio cuando se trata de un idioma contemporáneo, como por ejemplo el de Whitman, no veo otra posibilidad que la de una versión como la mía, un tanto personal y a la vez con un rigor resignado.
Sábato: “Amar” en castellano no es lo mismo que en francés. En francés “se ama” un bife o el arroz. Creo, Borges, que ni siquiera podría decirse que se puede pasar del castellano al castellano: desde el momento en que el primer conquistador pisó América la palabra “llanura” tuvo otro significado que en España.
Borges: Por supuesto, es lo mismo que pasa con el inglés y el americano.
Sábato: Bernard Shaw dijo: “Una lengua común nos separa”. Un aforismo casi hegeliano.
Ahora reímos. Es el final de la charla. Ha llegado Anneliese a buscar a Borges. Y Renée Noetinger, la dueña de casa, insiste en la última vuelta de whisky, que Sábato y yo aceptamos. Borges, contento, recuerda que en la escuela había aprendido algunas nociones de “lunfardo básico”. ¿Cuáles? pregunta Sábato. “Biaba” y “Biaba con caldo” cuando venia con sangre contesta Borges levantándose lentamente. Se han ido por el pasillo. Me quedo un momento solo en la sala. Solo no. En mi mano, la cinta grabada es un símbolo.
Fuente : El Taller Literario – Blog para escritores
http://eltallerliterario.com.ar/libros/borges-y-sabato-dialogos-fragme
El no de Sábato a Borges

Aquel 4 de noviembre de 1971 un mensajero salía desde la casa de Sábato en Santos Lugares con destino a la antigua Biblioteca Nacional de la calle México. Llevaba un sobre dirigido al director.
«Estimado Borges: -se lee al comienzo- que el más notable prosista de nuestro idioma quiera proponerme para integrar el cuerpo que, teóricamente, constituye la mayor autoridad lingüística de nuestra patria, es para mi el más alto honor que he recibido en este cuarto de siglo que llevo intentado escribir algo. Por ese gesto suyo le ruego acepte mi más grande reconocimiento. No obstante -agrega en otro párrafo- me siento obligado a declinar el ofrecimiento.» Sábato funda su actitud con varios argumentos. Parecidos o iguales a los que inspiran la reacción de los artistas frente a las fronteras académicas, la ortodoxia y los dogmas.
El debate es tan crucial como actualísimo. Se trata de saber si el idioma requiere que sea legitimado por la ciencia. Si como una planta cultivada exige un tutor o si ,como la hiedra del bosque, hay que dejarla extenderse sin medida. O, también, si responde a un movimiento natural y perpetuo del libre albedrío, o debe ser controlado por expertos para que no acabe siendo el fantasma de la lengua de origen. La línea de la transgresión o de la herejía es la que impulsó García Márquez con su idea de abolir las reglas ortográficas. «El terror del ser humano desde la cuna», dijo. Y proclamó su consigna antiesclavista: «Hay que liberar a la lengua de sus fierros normativos». Su provocación sacudió a Zaratecas en 1997, la ciudad de México donde cientos de sabios del idioma asistieron a la inauguración de la primera versión del encuentro.
En aquella carta, Sábato se anticipaba en el concepto. Escribía: «Se sabe que los grandes escritores siempre fueron rebeldes. Importantísimas obras de la literatura europea se levantaron aparte, cuando no francamente en contra, de las ilustres recomendaciones».
Y cita las epopeyas de Boyardo y Ariosto, el teatro de Shakespeare y Marlowe, Lope de Vega y Calderón. Y toda la novela: desde el Lazarillo y el Quijote, hasta Gulliver y el Candide.
Tal vez haya un lugar de la encrucijada donde se pueda producir un encuentro sabio. Que apruebe la desobediencia de los genios para que sobre la libre creación de la lengua no penda la amenaza del cautiverio.
«El idioma -escribía Sábato- lo hace la comunidad lingüística toda, de modo misterioso e irracional, disparatado pero significativo y viviente. Y los grandes creadores son los que interpretan y dan culminación a los hallazgos de todo su pueblo. Son ellos los únicos ejemplos o paradigmas que debemos tener presente, incluso para parcialmente negarlos. Lo demás es inútil, cuando no pernicioso.»
Fuente : La Ventana
Casa de las Américas
20 de Septiembre del 2004
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Encuentro Borges Sabato en el Bar Plaza Dorrego

La lección de dos grandes
En el verano del 75, GENTE reunió, más que a dos enormes escritores, a dos ídolos de la literatura argentina. No fue fácil. Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, amigos alguna vez, llevaban dos décadas no sólo sin hablarse: dos décadas de franca enemistad por razones políticas. Sin embargo, ante la posibilidad de aportar algo de su talento a miles de lectores, olvidaron rencores y polémicas, y protagonizaron, a lo largo de una mañana inolvidable, este diálogo y estas imágenes que hoy son un clásico del periodismo nativo. Acaso por esas simetrías que, según Borges, le gustan al Destino, el encuentro sucedió apenas unos mese s antes de la primera Feria del Libro. Recrear aquella charla y aquella reconciliación es más que un placer intelectual: es también una lección para la clase política, casi siempre separada por mezquindades y casi siempre alejada del bien supremo: el país y su gente.
OTOÑO DE 1973:
MEMORIA IMPRESCINDIBLE. Por aquellos días, alguien reunió a Jorge Luis Borges, Luis Federico Leloir y Juan Manuel Fangio. Una fotografía de ese instante llegó poco después a una casa con jardín de Santos Lugares, y se instaló en el escritorio de Ernesto Sabato. El hombre la miró largamente, se quitó los anteojos oscuros, se apretó la frente con los dedos. Entonces escribió:
"…Y en fin, a su lado, ¿mirando hacia qué?, está Jorge Luis Borges. Nací y al poco tiempo empecé a escribir sobre él. ¿Qué más puedo agregar? Tal vez podría decir aquí algunas de las cosas que puse como dedicatoria en mi ensayo sobre el tango: 'Las vueltas que da el mundo, Borges: cuando yo era un muchacho, en años que me parecen pertenecer a una suerte de sueño, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires: en viejas calles de barrio, en rejas y aljibes, hasta en la modesta magia que a la tardecita puede contemplarse en un charco de las afueras.' Luego, cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de esos temas porteños, ya directamente, con el pretexto de Schopenhauer o Heráclito de Efeso. Luego, años más tarde, el rencor político nos alejó, y así como Aristóteles dice que las cosas se diferencian en lo que se parecen, quizá podríamos decir que los hombres se separan por lo mismo que quieren. Y ahora, alejados como estamos (fíjese lo que son las cosas) quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Créamelo. Sí, nos separaron crueles ideas sobre el destino de nuestra patria común. Por eso, me quedo mirándolo con tristeza. Pensando en el Borges que querría rescatar: el poeta que cantó a cosas modestas y fugaces pero humanas: un crepúsculo, un patio de infancia, una calle de suburbio. El Borges que después de su periplo por filosofías y teologías en las que no cree vuelve a este mundo menos brillante pero en el que cree: este mundo en el que nacemos, amamos, sufrimos y finalmente morimos. No esa ciudad X cualquiera en que un Red Scharlach simbólico comete crímenes simétricos, sino esta Buenos Aires real y concreta, sucia y turbulenta, aborrecible y querida, en que él y nosotros vivimos y padecemos. Sí, ahí lo tienen: parece mirar hacia adentro, quizá se piense que está contemplando laberintos en Creta o bibliotecas en Alejandría. Pero no: como todos, al final, está viendo su infancia. Su infancia en Buenos Aires."
VERANO DE 1975: EL ENCUENTRO.
El autor de esas líneas y su destinatario estuvieron separados durante casi veinte años después de una dura y áspera polémica. "Inevitablemente (recordaría Sabato), tanto uno como otro dijimos palabras quizá injustas." El alejamiento se mantuvo hasta que una circunstancia casual produjo algo nuevo. En una ocasión, Borges firmaba libros en una librería del centro. Sabato pasó por allí. Entonces, algunos de los que esperaban la firma de Borges se acercaron a Sabato y le pidieron que también firmara. Así, en libros de Borges, pueden encontrarse dedicatorias de Sabato: un símbolo de lo que pasaría después. El escritor se acercó a Borges y lo saludó. Borges lo abrazó. Acaso ninguno de los dos había olvidado la polémica, las palabras ásperas, los casi veinte años de silencio. Pero el fervor, la devoción, algunas preocupaciones comunes y ciertas inevitables coincidencias volvieron a acercarlos. Al fin de cuentas, los dos estaban en el centro de una Buenos Aires que aman y aborrecen, que contaron como pocos, que guarda para siempre su gloria (sus libros) y que algún día guardará sus huesos.
Hablaron mucho. Los primeros testigos de ese diálogo (Anneliese von der Lippen, amiga de Borges y traductora de la obra de Sabato al alemán, y Orlando Barone, un escritor joven, autor de Debajo del ombligo) pensaron que esa conversación debía prolongarse. Sintieron que las palabras de esos dos hombres merecían otro destino que el olvido. Muy pronto hubo un grabador entre ellos. Muy pronto habrá un libro con sus conversaciones, que tienen -ya se verá-, algo de testamento, de balance, de eternidad.
La tentación fue demasiado grande. Y una mañana, a comienzos de febrero, muy temprano (yo había leído que el hombre de Santos Lugares madruga y contempla las plantas), marqué los siete números que encierran fantásticas cábalas. Tuve miedo al decir "Buenos días". Tengo miedo ahora, cuando ya todo ha sucedido. Porque le pedí a Sabato que se encontrara con Borges. Que salieran juntos. Que recorrieran umbrales dormidos del sur, rejas oxidadas, almacenes tibios, plazas apenas reales. Y Sabato me dijo que sí.
Las cosas sucedieron un martes. Poco importa, pero Sabato tenía zapatos anchos, pantalones grises, saco azul, camisa colorada, y Borges interrumpía el azul profundo de su traje con una corbata verde y amarilla.
Borges: -La vida es soportable porque ocurre en tajadas. Uno se levanta, se afeita, desayuna. Va haciendo las cosas lentamente. Por eso la vida es menos espantosa...
Sabato: -Claro. Imagínese un hombre que se pasara toda la vida afeitándose. O diciendo "Buenos días". Mucha gente supone que los hombres famosos nunca dicen "buenos días" o toman café con leche, como cualquiera. Si los ven tomar café con leche ya no creen en su fama. La gente parece ignorar que el hombre no siempre escribe El Quijote. A veces paga impuestos.
B.: -Es cierto. Lo mismo que esos que dicen: "A fulano lo conocí cuando era de este alto". Bueno, ¿qué pretenden? ¿Que naciera siendo gigantesco?...
S.: -Muchas señoras de la época habrán dicho algo similar de Proust: "¿Quién iba a decir que Marcelito escribiría una obra maestra?". Los famosos no pueden vivir a la vuelta. Tienen que vivir en el país de ninguna parte...
B.: -Sí, en Utopía. Las palabras tienen trampas. Uno dice: "Ese lugar es estupendo". Y "estupendo" parece provenir de estúpido...
S.: -Yo inventé la palabra "afroidisíaco", que es una combinación de Freud y "afrodisíaco".
B.: -Yo conocí una orquesta de zíngaros. Pero en realidad no eran tan zíngaros. Eran apenas "gríngaros"...
S.: -El portugués es un idioma deshuesado. Las consonantes fuertes han ido desapareciendo, y parece que le faltaran huesos. En cambio, el alemán es fuerte. Los carteles de prohibición, en los trenes, gritan: "¡Verboten!". Así, entre signos de admiración, como diciendo: "Cuidado que aquí atrás está el gobierno!". Los italianos son más ceremoniosos, más explicativos...
B.: -¿Estamos en Parque Lezama?
S.: -Sí. Me gustaba más antes, cuando no estaba tan endurecido por las veredas, cuando los caminos eran de tierra...
B.: -El Parque Lezama me trae muchos recuerdos... ¿Hay escalones ahora?
S.: -Los peores. Hay escalones que no parecen escalones...
B.: -Es lo que sucede en la oscuridad...
S.: -¿Cuál es la mejor traducción que usted conoce, Borges? La mejor traducción de cualquier cosa...
B.: -Es difícil...
S.: -Dicen que la Biblia es una gran traducción. Y Proust al inglés, también...
B.: -Es posible. Sin embargo, el traductor de Proust empezó mal. En busca del tiempo perdido no responde al original. Es una cita de Shakespeare.
S.: -Es cierto. Suena un poco absurdo.
B.: -Hace un instante alguien me recordó que yo escribí en un prólogo que la única cifra que recordaba del catálogo de Bruselas (un catálogo para bibliotecarios) es el número 213, que corresponde a Dios. Ya había olvidado ese número, en realidad...
S.: -Doscientos trece. Es un número bastante cabalístico, sin embargo. La suma es seis. Está formada por los tres primeros números (uno, dos, tres). Empieza por el par, que es la dualidad del mundo. Termina con el tres, que es la Trinidad. En fin, la cosa no está tan mal. Para principiante de bibliotecario le fue bastante bien, Borges.
B.: -Hablamos el otro día de sabiduría popular. De adagios...
S.: -Los adagios aciertan siempre. Uno dice: "Al que madruga Dios lo ayuda". Y otro: "No por mucho madrugar amanece más temprano". Claro, así es fácil. Si no acierta por un lado, acierta por el otro.
B.: -Es el caso de "Más vale pájaro en mano que ciento volando" y "Más vale buena esperanza que ruin posesión", que es lo contrario.
S.: -Claro, adagio y contraadagio. La sabiduría de los adagios es una especie de perogrullada. Además, algunos son siniestros, canallescos. Por ejemplo: "La caridad bien entendida empieza por casa". Hablar de sabiduría de un pueblo sobre bases semejantes es una iniquidad...
B.: -Me acuerdo de una frase feliz de Paul Groussac. Decía que Sarmiento sabía el latín y sospechaba el griego...
S.: -Suele decirse: "Fulano domina varias lenguas". Generalmente, uno no domina ni la de uno.
B.: -Más bien está dominado por ellas...
S.: -Además, entre las lenguas hermanas hay pequeñas sutilezas devastadoras. El tiempo hace que las palabras deriven hacia significados opuestos: "nimio" era "grande"; ahora es "pequeño".
B.: -"Cold" (frío, en inglés) quería decir antiguamente lo contrario: "calor". Pasó el tiempo y se olvidaron de su significado. Sabían que tenía algo que ver con la temperatura, pero no si era "frío" o "caliente".
S.: -Claro. "Cold" se parece mucho a "caldo", que es "caliente". La raíz común es el sánscrito. ¿Usted sabe sánscrito, Borges?
B.: -No...
S.: -Pero lo sospecha.
B.: -Tampoco.
S.: -Es que hay lenguas insospechables. Algunos lectores, aunque no se conozca el idioma, pueden sospecharse. Pero en Hungría, por ejemplo, uno nunca sabe si el cartel dice: "Caballeros" o "Prohibida la entrada". El húngaro es terrible...
B.: -Podríamos tomar una caña...
S.: -Bueno. Enfrente hay un almacén.
B.: -¿En qué esquina?
S.: -Defensa y Humberto Primo.
B.: -¡Ah! Muy cerca. Recuerdo que hay una iglesia danesa que parece de juguete. Y también una iglesia rusa.
S.: -Recién, cuando estuvimos sentados en el Plaza Dorrego, Serra dijo que ese momento le parecía histórico...
B.: -Bueno, todos los hechos son históricos.
S.: -¿Le parece? Yo creo que si un hombre se acerca y dice: "Buenos días, caballeros. ¿Me permiten venderles unos tapices?", no está protagonizando un hecho histórico...
B.: -Es posible. ¿Tomamos esa caña, entonces?
S.: -Sí. Yo recuerdo que la primera vez que usted dio una conferencia estaba tan aterrado que fuimos a tomar una caña al Fénix.
B.: -Lo había olvidado. Es raro ese terror. En una conferencia uno tiene todo a favor. La tarima, la silla, el vaso de agua. Nadie lo interrumpe.
S.: -Claro. Es una agresión unidireccional...
B.: -¿Usted sabe que el primer texto que escribió Robert Louis Stevenson fue un trabajo sobre las lámparas de los faros? Fíjese qué curioso. Los mayores de Stevenson eran constructores de faros. El escribió La isla del tesoro a fuerza de mirar un mapa. También fue pintor en Francia. Una vez llegó a un hotel con su hermano. En el hall había una señora con otra mujer mucho más joven. Stevenson miró a la más joven un largo rato y le dijo a su hermano: "¿Ves esa mujer? Yo voy a casarme con ella". Al cabo de muchos años, viajó a los Estados Unidos. Recorrió el país en tren, que en aquella época debió de haber sido un viaje espantoso. Finalmente, llegó a San Francisco, encontró a la mujer y le dijo: "Aquí estoy". Y se casaron. Qué curioso...
S.: -Realmente.
B.: -Stevenson murió mientras preparaba una ensalada. El jamás había comido una ensalada. Las aborrecía. Cuando alguien le contó el episodio a Chesterton, éste respondió: "Ahora creo que Stevenson ha muerto. Era un hombre que siempre siempre estaba haciendo cosas inesperadas...".
S.: -Es gracioso. Claro, el mejor indicio de su muerte era que estuviera preparando una ensalada...
B.: -Sabato, no me gusta eso de Hemingway. Que cazara leones. ¿Se arrepintió alguna vez?
S.: -No sé. Se suicidó con un tiro de escopeta. Está probado.
B.: -No lo sabía.
S.: -Esa muerte está de acuerdo con su temperamento. Con su concepto de la vida y de la muerte. El no quería ser un incapacitado y sabía que estaba gravemente enfermo.
B.: -No me gusta la matanza de animales...
S.: -Cazar animales es una expresión de cobardía. Excepto el torero, que es una lucha terrible.
B.: -Pero el toro lleva la peor parte...
S.: -No crea, Borges, no crea. ¿Los españoles lo tomaron de Creta, no?
B.: -Aquí desapareció porque era tan común que lo hiciera un solo hombre con un lazo y un cuchillo... Me contaron que Hemingway dibujó una cruz svástica en la casa de Waldo Frank. Alguien lo vio, y Hemingway dijo que era una broma. Yo creo que no podía hacer una broma con eso, ¿no?
S.: -No parece cierto. Si es cierto es un horror.
B.: -Parece que Hemingway era un hombre muy valiente. Que liberó a su barrio a punta de pistola, solo, antes de que llegaran las tropas.
S.: -La crueldad y la valentía tienen mucha relación.
B.: -¿Por dónde estamos?
S.: -Por el Obelisco.
B.: -¿Y cuándo nos conocimos nosotros? A ver... Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo que fue en la casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el universo, ¿no?
S.: -No, ese libro es de 1945. Creo que nos conocimos antes. Sí, en casa de Bioy, pero un poco antes, a raíz de un trabajo que publiqué en Sur sobre La invención de Morel. O sea... debe de haber sido por el 40. ¡Qué barbaridad! Entonces hace treinta y cinco años.
B.: -Esas reuniones... Recuerdo que podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía. Era un mundo diferente. Ahora, me dicen, se habla mucho de política. Pero a la gente le interesan los políticos. La política abstracta no. Nuestras preocupaciones eran otras...
S.: -Yo más bien diría que en aquellos encuentros hablábamos de nuestra pasión: la literatura, la vida... Pero no porque no nos preocupara la política; a mí, al menos.
B.: -Es que no se hacía ninguna referencia a los diarios, a las noticias cotidianas, fugaces...
S.: -Sí. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y es lo más viejo al día siguiente.
B.: -Claro, eso está escrito para ser olvidado. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Ellos mismos se encargan de borrarlo al día siguiente. Eso no puede ser muy importante, ¿no? Un diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.
S.: -Dígame si no sería mejor publicar un diario cada año, cada siglo tal vez. Quiero decir: cuando sucede algo verdaderamente importante, nuevo... ¿Cómo se puede pensar que haya hechos trascendentes todos los días...?
B.: -Es que no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió.
S.: -Imaginemos un título a toda página: "EL SEÑOR CRISTOBAL COLON ACABA DE DESCUBRIR AMERICA".
B.: -Como yo nunca he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson...
S.: -¿Quién? Ah... Emerson. Yo casi no los leo. Apenas cuando considero que algo es importante.
B.: -Ese tiempo parece muy lejano. Sí, claro, cronológicamente es lejano. Sin embargo, pienso en aquello como si fuera contemporáneo...
S.: -El tiempo no existe, claro.
B.: -Quiero decir: yo sigo viviendo mentalmente en esa época, y además la ceguera me ayuda. Recuerdo la polémica Boedo y Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Fue sólo una broma tramada por Mariani y Ernesto Palacio...
S.: -Bueno, Borges, ya sé que para usted el tiempo no existe, pero "aquel entonces" no era el mío...
B.: -Sí, lo sé. Pero recordaba esa broma: Florida-Boedo. A mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución, y yo desde luego no pude hacer nada. Hubo otros como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos sabíamos que era una broma. En cambio, ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio. Si todo fue un invento para justificar la polémica... Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, había que hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en un programa de la literatura argentina...
S.: -Entonces yo tenía diez años, más o menos, y todavía no me preocupaban las escuelas literarias...
B.: -Fíjese que Arlt, en ese entonces, era partidario de Uriburu; bueno, un poco después. Pero cuando se produjo la revolución, él apoyó a Uriburu y yo era radical. Sin embargo, ahora se lo muestra a Arlt como todo lo contrario...
S.: -Roberto Arlt era más bien un anarquista. ¿Pero se acuerda, Borges, que aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy sentían una gran curiosidad por las matemáticas? La Cuarta Dimensión, el Tiempo... aquellas discusiones sobre Dunne y el Universo Serial...
B.: -¡Caramba! Claro... Los números transfinitos, Kantor...
S.: -Y el Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui...
B.: -¡Y los pitagóricos!
S.: -Las aporías, Aquiles y la Tortuga... Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando Adolfito leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina Ocampo no le gustaban, permanecía muy seria, ¿no?
B.: -Silvina solía leer esos textos con indulgencia, casi con gesto maternal...
S.: -¿Le parece? Yo creo que sentía fastidio. A veces se iba a otra parte a escuchar a Brahms...
B.: -A mí, sin embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia, a pesar de que esa gracia después no fuera compartida por nadie.
S.: -Vamos, Borges, no embrome. Y también se hablaba mucho de Stevenson. Eso de los silencios de Stevenson. Lo que calla, a veces es más significativo que lo que expresa.
B.: -Claro, los silencios de Stevenson... Y también Chesterton, Henry James... Se hablaba menos...
S.: -Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.
B.: -Sí. El había traducido The Turn of the Screw. Mejoró el título, es cierto. ¿Otra vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca, no?
S.: -Representa con más calidad la idea de la obra. Al revés que con ese libro de Saint-Exupéry llamado Terre des homes, traducido como Tierra de hombres. Como quien dice Tierra de machos, cuando lo que en realidad quiere significar (además lo dice literalmente) es Tierra de los hombres, la tierra de estos pobres diablos que viven en este planeta. No sólo ese traductor no sabe francés sino que no entendió nada de Saint-Exupéry.
B.: -La enormidad de las traducciones... Hay un filme inglés cuyo título original, The Imperfect Lady, lo tradujeron aquí como La cortesana. Perdió toda la gracia, naturalmente...
S.: -¿Y qué me dice de La mujerzuela respetuosa? ¡A lo que puede llegar la cursilería!
B.: -Mujerzuela... una palabra que ya nadie usa.
S.: -La misma mojigatería con la obra de John Ford: Lástima que sea una perdida. ¿Se imagina? Nada menos que un autor como Ford, un tipo de esa época de piratas.
B.: -¡Sí! Precisamente altera el título, que es donde más ha trabajado el autor. Cuando eligió uno es porque lo ha pensado mucho. Nadie, ni el traductor, debe creerse con derecho a cambiarlo.
S.: -¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? Del título podría decirse lo que se ha afirmado de los sistemas filosóficos, que casi siempre son desarrollo de una metáfora central: El río de Heráclito, La esfera de Parménides...
B.: -Claro, suponiendo que los títulos no sean causales... Bien, se supone que los libros no son causales...
S.: -Con optimismo a veces...
(Un testigo pregunta si esas cuestiones -la cultura, el arte, los libros- tenían trascendencia fuera de casas como las de Bioy o de algunos reductos).
B.: -No. Creo que no. Por ejemplo, no se presentaban libros. No era pretexto de cocteles o invitaciones para que los invitados se sintieran obligados a comprar ejemplares.
S.: -Sin embargo, creo haber oído que en tiempos del grupo Martín Fierro también se hacían esas cosas. ¿No las organizaba Oliverio Girondo?
B.: -Sí, es cierto, pero el primero que se ocupó de promover sus propios libros fue Enrique Larreta. Claro, Girondo también. Todos recuerdan cuando se publicó El espantapájaros y él hizo desfilar un coche con uno de esos muñecos por la calle Florida... Pero yo me refería a un tiempo anterior, el de Lugones. El y Groussac, cuando editaban sus libros, sólo trascendían en el ámbito de las librerías. Mi propia experiencia no fue mejor en cuanto al hecho público. Con trescientos pesos que me dio mi padre hice imprimir 300 ejemplares de mi primer libro. ¿Qué otra cosa pude hacer que repartirlos y regalarlos a mis amigos? ¿A quién le importaba alguien que escribía poemas y se llamaba Borges? Ahora, la salida de un libro cualquiera es un acto público. Es cierto, el editor arriesga más dinero. Pero no sé, todos ganan con los libros y al final queda ese diez por ciento para el escritor. Claro, si solamente ha escrito el libro, ¿no?
S.: -A propósito, pienso en las editoriales y las comparo con los bancos. Son instituciones paradójicas. El banco le presta dinero al señor que no lo necesita. El editor le publica al escritor que todos se disputan. Eso hace difícil cualquier comienzo. Sin embargo, es extraño, uno ve los estantes de las librerías y es como una invasión de títulos. Debe de haber más autores que lectores, creo. Y otro fenómeno: el de los quioscos. Desbordan libros. Antes, por el año 35, solamente Arlt se vendía en los quioscos...
B.: -¿Libros en los quioscos...?
S.: -Sí, El Aleph, Ficciones y también los clásicos. Sí, Borges, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, casi al paso de cada lector. Se han multiplicado las posibilidades de acercarnos...
B.: -Pero... Es que antes no era así, claro...
S.: -Pero mucho antes, ¿recuerda que los almacenes de campo, cuando hacían sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y a los aperos, pedían algún ejemplar del Martín Fierro?
B.: -Martín Fierro no es precisamente un personaje admirable, sino admirable el poema como arte. No, Martín Fierro no es un ejemplo, claro...
S.: -Para usted es una especie de antihéroe, creo...
B.: -Un desertor que deleita a los militares. Porque el Martín Fierro es la historia de un desertor. Pero si usted le dice eso a un hombre de armas, se indigna. Hasta Ricardo Rojas, en la Historia de la literatira argentina, lo defiende con argumentos inexistentes. Alega que en el libro se ve la conquista del desierto, la fundación de ciudades. Francamente no he leído una sola palabra de eso, ¿no?
S.: -Es que Fierro es un iracundo, un rebelde ante muchas de las injusticias de su tiempo...
B.: -Mi abuela, en 1872, vio a los soldados en el cepo. Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó mucho en el libro de su amigo Mansilla. Pero no aceptó que Martín Fierro fuera un mensaje de protesta social; es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra, como lo llamaban entonces. No creo, no, que Hernández ansiara un nuevo orden social... Además era rosista, y jordanista después...
S.: -Importa sí el significado del canto. Pienso que el poema es el exilio de los gauchos, un canto para los pobres en su propia patria. No sé cuál habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo, y eso no importa. Usted sabe que los propósitos siempre son superados por la obra cuando se trata del arte. ¿Quién recuerda en qué acceso de patriotismo Dostoievski se propuso escribir un libro titulado Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia? Le salió Crimen y castigo...
B.: -Si El Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería, no sería El Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada.
S.: -Volviendo a lo de Martín Fierro, lo que usted dijo antes lo comparto en algo: no se lo debe valorar como testimonio de protesta. O diría, mejor, por el solo hecho de ser un libro de protesta, porque en este caso, cualesquiera que sean sus valores morales, no alcanzaría a ser una obra de arte. Pienso que si Martín Fierro vale es porque a partir de esa rebeldía accede a esos altos niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier hombre y en cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el tiempo.
B.: -Además, Fierro es un personaje viviente, que, como pasa con las personas reales, puede ser juzgado muy diversamente, según se lo mire...
S.: -De allí las interpretaciones que permite. Sociológicas, metafísicas...
B.: -Yo no he dicho una palabra contra el Martín Fierro...
S.: -Es que ha habido reportajes, no siempre responsables, donde usted aparece diciendo otras cosas... Me parece útil que se aclare.
B.: -He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico, ¿no? Como tragedia me parece admirable; como personaje de valores morales no lo es...
S.: -Prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas.
B.: -Qué extraño. Ahora recuerdo que Macedonio Fernández tenía una teoria que yo creo errónea. El decía que todo personaje de novela tenía que ser moralmente perfecto. Desde esa perspectiva, sin conflictos, resultaría difícil escribir algo...
S.: -Parecería un chiste de Macedonio, realmente...
B.: -No, no. Era en serio. Bueno, sería como anular la novela, ¿no?
S.: -Basta mirar los grandes protagonistas de las novelas. Siempre marginados, tipos casi siempre fuera de la ley...
B.: -Hay una frase que Kipling escribió al final de su vida. Dice: "A un gran escritor puede estarle permitido inventar una fábula, pero no la moraleja". El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Swift, que intentó hacer un alegato para el género humano y terminó haciendo Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito del autor.
S.: -Es lo bastante complejo para ser un espantoso alegato y un libro de aventuras para chicos. Esa ambigüedad es frecuente en el arte.
B.: -Se me ocurre algo. Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablaban como hombrecitos, que las moralejas, ¿no? Esas moralejas se agregaron después.
S.: -Ninguna obra de arte es moralizadora en el sentido edificante de la palabra. Sirven al hombre en un sentido más profundo, como sirven los sueños, que casi siempre son terribles... Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un libro bárbaro. Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento: un bárbaro.
B.: -Sí, sí. Es verdad.
S.: -Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de afectos sociológicos e históricos. Es un libro mentiroso. Y una gran novela...
B.: -Sólo cuando una obra no vale, cumple los propósitos del autor.
S.: -El artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca le va bien, y mucho menos a los novelistas.
B.: -En Rusia, hicieron dos filmes de Iván el Terrible: uno, al comienzo, era contra el zarismo; el otro, cuando Stalin se había convertido en un nuevo zar, en favor del zarismo...
S.: -El artista sólo puede hacer arte grande en absoluta libertad. Lo otro es el sometimiento, arte convencional, y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre. Los sueños son útiles porque son libres.
VERANO DE 1975: EPILOGO, ¿O PROLOGO? Dejaron atrás las rejas, los adoquines antiguos, la certeza del río cercano. Como diría Borges, salieron del territorio de los arrabales y la desdicha y entraron en la mañana del centro y la serenidad. Se despidieron con pocas palabras. Borges cerró la puerta del ascensor. Sabato se metió rápidamente en un auto. Una hora más tarde, estaría otra vez en su jardín de Santos Lugares.
En un café casi vacío escuché la grabación. Al llegar al final, entendí que no se habían propuesto urdir una charla memorable, ávida del mármol o del bronce. Simplemente, se habían dejado arrastrar por palabras amistosas, por recuerdos, por sucesos desordenados, por algunos nombres propios. Sin embargo, casi sin testigos, junto a un aljibe silencioso en la mesa de un almacén, habían hablado de la vida y la muerte, de la eternidad, de Dios, de reyes y de poetas, de lenguas remotas y de noticias urgentes. En la larga cinta marrón, dentro de un grabador parecido a todos los grabadores, quedaba un cosmos. Y ahora, al final de la nota, la tentación también es grande. Yo podría armar un final con laberintos, espejos, senderos que se bifurcan, ángeles exterminadores, Alejandras, ciegos. Mezclar la matemática y el caos. Pero no: callar exactamente aquí es rendir un homenaje a Borges, a Sabato. Es pedir con fervor que este epílogo sea apenas un prólogo. Es esperar que estos dos hombres hablen hasta el fin de los tiempos.
Fuente Revista Gente Online
Alfredo Serra
http://www.gente.com.ar/nota.php?ID=7022