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lunes, 20 de marzo de 2017

El misterioso mate de Durero



   
Por Javier Arguindegui

En el año 1514 el artista alemán Alberto Durero (1471-1528) realizó un singular grabado en el que se ven, entre otros elementos, un mate y una calabaza. La obra, llamada San Jerónimo en su gabinete (Der heilige Hieronymus im Gehäusete) forma parte de una trilogía repleta de simbolismos digna de escudriñarse lupa en mano.

Nada tendría de extraño la aparición en este grabado de ambos elementos conocidos en Alemania (cuna de Durero) hacia la mitad del siglo XVI salvo por cierto anacronismo, pues lo llamativo es que en ese temprano año de 1514 (si bien Colón ya había muerto) aún no se habían concretado las aventuras de Magallanes, Solís, Gaboto y Pedro de Mendoza a estas regiones meridionales donde abundaban las "exóticas" calabazas, la yerba, y la autóctona costumbre del mate y la bombilla.

Por otra parte si Durero quiso rendir homenaje al santo (a quien se atribuye la traducción de la biblia al latín, llamada desde entonces Vulgata) debió ambientar seguramente su silencioso gabinete con elementos de los lejanos tiempos de Jerónimo, y sucede que Jerónimo vivió mil años antes (murió en el 420) del descubrimiento de América lo que aleja aún más a esta misteriosa incorporación.

El grabado de Durero es pequeño: mide poco más de 20 centímetros por lado, y grosso modo, representa el momento en que un inspirado San Jerónimo, pluma en mano, se encuentra en plena misión de trasladar por primera vez en la historia cada versículo bíblico, del griego al latín, lo que es considerado como bisagra para la difusión universal del cristianismo. El santo trabaja sobre una mesa de estilo renacentista bajo la claridad que penetra por las ventanas, y a sus pies descansan un león y un perro.

Con más atención se descubre que el cielorraso del gabinete es de madera, con gruesas vigas apoyadas en sólidas columnas pétreas y en una de esas vigas se ha clavado un gancho, y de él cuelga, atada con una fina soga, una calabaza (inconfundible) en la que se aprecian detalles del fruto, las hojas y los tallos enrulados. La viga central apoya en una columna ubicada entre las ventanas bajo cuyo antepecho interior pueden verse una calavera y un libro. En el muro de fondo, detrás de Jerónimo, Durero incorporó un reloj de arena, un sombrero con cintas, papeles con anotaciones y una tijera. Debajo de la repisa cuelga un rosario y un cepillo de mano con forma de escobilla, y sobre ella reposan algunos frascos y un candelabro. En la mesa sobre la que trabaja el traductor escribiendo en un atril, Durero dibujó un tintero y un crucifijo con base circular, alineado con la mirada del santo y la calavera.

Al lado de la mesa se ha instalado una silla con almohadones, y a poca altura del piso, debajo de la ventana, se han colocado unas tablas como estantes. En una de ellas se apoyan tres libros y otros dos almohadones, y aún debajo se ven un cofre con cerradura y un par de pantuflas. Completan el marco inferior del grabado el perro y el león, que según cuenta la leyenda, fue socorrido por Jerónimo y desde entonces expresa su lealtad acompañándolo. Detrás del león puede verse el mosaico en el que el autor grabó sus iníciales A.D y la fecha alusiva de 1514.

El mate de Durero

En la columna central se cavó un hueco, un nicho rectangular, y allí reposa un misterioso objeto cuya forma se asemeja a la del típico mate con bombilla. San Jerónimo en su gabinete puede compararse con El caballero, la muerte y el diablo; y Melancolía, del mismo autor y de la misma época, en las que también abundan simbolismos dignos de análisis seguido de asombro. Muchos de ellos se repiten en otras obras hermanadas.

No deberían estar

Desde hace cuatro siglos, cuando Hamlet se plantea el interrogante esencial de ser o no ser, se lo representa con una calavera en la mano. Sin embargo, no se menciona ninguna calavera en la obra de Shakespeare, y se supone fue incorporada por un actor que, sirviéndose de ella, logró imprimirle a la escena un sugerente valor metafísico.

En otra obra famosa sucede algo parecido: José Hernández publicó La vuelta de Martín Fierro en 1879, el primer libro argentino con ilustraciones, y se han intercalado entre los versos diez láminas del artista Carlos Clerici, que se suponen consensuadas con el poeta ya que muchas reflejan la sustancia de una imagen versificada y otras "adicionan" algún elemento nuevo, por lo que pueden ser consideradas como sextinas no escritas. Resalta entre ellas, la última, en la que se ve al gaucho payando con el moreno, bajo la atenta mirada de sus hijos y el de Cruz, en el interior de una pulpería que no se menciona en ningún momento en el poema.

Esta lámina constituyó la fuente inspiradora de un relato de Borges (El fin, 1956) y los personajes y elementos que en ella se ven le sirvieron al escritor de marco escenográfico para describir la muerte de Martín Fierro. A manera de prólogo Borges confidencia: "Nada o casi nada es invención mía en el decurso breve de El fin; todo lo que hay en él está implícito en un libro famoso y yo he sido el primero en desentrañarlo o, por lo menos, en declararlo". Se refiere, sin duda, a la citada lámina de Clerici.

Fuente : El Territorio


De la imagen a la palabra




 Uno de los grandes enigmas de la creación literaria es el paso de la imagen a la palabra. Aunque la palabra imaginar implica tener una imagen visual anterior a las palabras, es difícil saber si todos los creadores tienen que pasar primero por la imagen y de alguna manera misteriosa transmutar la sensación visual en palabras. Albert Einstein pensó que para él primero era la imagen y después podían venir las palabras y los símbolos matemáticos. “La imaginación es más importante que el conocimiento”, dijo Einstein en un aforismo que pocos han discutido o entendido. Los dos poemas que Borges escribiera sobre el grabado de Alberto Durero Ritter, Tod und Teufel son notables en primer lugar porque los publicó al mismo tiempo, en un momento de emoción creativa, muchos años después de haber visto el cuadro por última vez, y sobre todo porque son los únicos poemas de Borges, hasta donde tengo conocimiento, sobre un cuadro o una imagen.

Existen innumerables textos de Borges que hablan sobre libros, autores, frases, poemas, novelas, cuentos y ensayos en variados idiomas y países; algunos poemas y textos de Borges se refieren a objetos reales o imaginarios, pero parecería que la pintura y la escultura no tenían gran importancia para él. Existen poemas dobles sobre algunos temas como, por ejemplo, sobre Baruch Spinoza, pero no existen otros poemas o cuentos donde hable de un cuadro y menos desde un sensualismo visual que exprese su visión del mundo. La hermana de Borges, Norah, fue pintora y dibujante y él la admiró y quiso mucho. Hay que aceptar que la imaginación del autor, sin embargo, tenía un componente visual que le permitió dar una atmósfera muy clara y a veces extraña a la mayoría de sus textos narrativos y poéticos. Se podría argüir que la ceguera de Borges le impidió ver demasiados cuadros a lo largo de su vida, pero es muy posible que el impedimento visual grave se volviera incapacitante hacia principios de los cincuenta, cuando Borges asumió la dirección de la Biblioteca Nacional. Tampoco se interesó, por lo que sabemos, por otros grabados de Durero, considerados como obras maestras, como La melancolía, San Jerónimo o Adán y Eva; así que los poemas sobre El caballero, la muerte y el diablo no fueron generados propiamente por un interés general en la obra pictórica de Durero sino en particular sobre este grabado.

Las “Dos versiones de Ritter, Tod und Teufel” fueron publicadas en el volumen Elogio de la sombra de 1969 y Borges, ostensiblemente, preservó el nombre en alemán del grabado. Borges tenía setenta años cuando publicó estos poemas. En ese mismo libro se encuentran los “Fragmentos de un Evangelio apócrifo” y dos poemas con hermosos nombres ingleses: “The unending gift” y “His end and his beginning”. Aunque ya había escrito numerosos poemas con títulos en inglés, había publicado pocos con título en alemán. El más interesante y que tiene, a mi parecer, una relación con el poema que nos ocupa es “Ewigkeit” (“La eternidad”), que apareció en El otro, el mismo de 1964. La razón de conservar el título original no es evidente, aunque creo que lo más probable es que haya querido mantener el idioma alemán porque así fue como conoció el grabado en su niñez y porque tuvo para él resonancia emocional. Circunstancialmente, tenemos evidencia de que, en su niñez en Buenos Aires o en su adolescencia en Ginebra, Borges vio el “perdurable sueño de Durero”. El poema donde relata su experiencia visual es uno intensamente nostálgico, con título en inglés, “Yesterdays”, publicado en el volumen La cifra de 1981, cuando Borges tenía cerca de 82 años:



    Soy cada instante de mi largo tiempo,

    cada noche de insomnio escrupuloso,

    cada separación y cada víspera.

    Soy la errónea memoria de un grabado

    que hay en la habitación y que mis

                                             [ojos,

    hoy apagados, vieron claramente:

    El Jinete, la Muerte y el Demonio.



Es obvio que la visión del grabado tuvo un gran impacto en el Borges niño o adolescente. El impacto tuvo, sin duda, un componente estético, pero el mayor fue emocional. ¿Qué caracteriza al impávido caballero, rodeado de la turba infame? El valor, el coraje, la capacidad de pasar por la vida con valentía era una de las obsesiones de Borges. Ello explica su admiración por los compadritos cuchilleros, la escritura de “El hombre de la esquina rosada”, su predilección por el cuento “El Sur”, su reiterada reflexión sobre la valentía como uno de los grandes valores humanos. Nietzsche habla sobre el caballero de Durero como un “imperturbable sin esperanza”. Borges no comparte esta idea. La cosmovisión de Borges, expresada en muchos poemas, es que todo se acabará y nada durará y que en realidad sólo existe el instante, el momento presente: “El hoy fugaz es tenue y es eterno; otro Cielo no esperes ni otro Infierno.” “El Tiempo es el más apremiante problema de la metafísica, la eternidad un juego o una fatigada esperanza.” En ocasiones esta visión del mundo la sentía desconsoladora o insoportable. En el poema “Ewigkeit” –citado antes– se rebeló contra esta entrópica Weltanschauung que tantas veces había postulado. El nombre alemán del poema parece indicar que Borges no quería que se supiera del todo el tema del poema, en el que postula la existencia de la eternidad en los hechos de nuestra existencia terrena:



    Torne a cantar la pálida ceniza,

    los fastos de la muerte y la victoria

    de esa reina retórica que pisa

    los estandartes de la vanagloria.

    No así. Lo que mi barro ha

                                                   [bendecido

    no lo voy a negar como un cobarde.

    Sé que una cosa no hay. Es el olvido;

    sé que en la eternidad perdura

                                                          [y arde

    lo mucho y lo precioso que he

                                                     [perdido:

    esa fragua, esa luna y esa tarde.



Utiliza la palabra “fragua” como elemento constructor creativo. Uno de los triunfos de Durero fue lograr que la figura del caballero quede suspendida en el tiempo: “Imperturbable, imaginario, eterno.” De esa frágil eternidad en el arte habla Borges en este esforzado poema. Me emociona y me recuerda la frase de Spinoza según la cual la sabiduría del hombre libre consiste “no en una meditación sobre la muerte sino en una meditación sobre la vida”.

Fuente : Letras Libres  -  México