sábado, 29 de agosto de 2015

Hace 60 años Crónicas marcianas y Minotauro mostraron el futuro



Foto: Vicente Martí

La editorial que fundó Paco Porrúa se inauguró con el clásico de Ray Bradbury y un prólogo de Borges que lo presentaba; empezaba la tradición de un sello que es sinónimo de ciencia ficción en castellano

Por Martín De Ambrosio    

Era ciencia ficción, era literatura de calidad y era muy popular. No siempre -por no decir casi nunca- una colección de libros puede reunir estas tres características. A las que se les puede sumar la idea del escritor y traductor Marcial Souto: creó, hace décadas, el mundo en que vivimos hoy, algo que, a su vez, también explicaría cierto melancólico repliegue del género en el siglo XXI.

Minotauro fue un suceso singular en la historia de la edición en español. Y el volumen elegido para ese debut, del que se cumplen este mes 60 años, no pudo ser más ajustado. El extraordinario Crónicas marcianas, de un escritor norteamericano que tenía entonces 35 y no era aún una celebridad mundial, un tal Ray Bradbury, que a partir de entonces tuvo miles de seguidores en español que esperaban y agotaban con rapidez las ediciones de sus cuentos. Fue una veneración que el mismo Bradbury pudo comprobar en la histórica visita que hizo en 1997 a la Feria del Libro de Buenos Aires, donde se sorprendió por el cariño de "mis amantes", como dijo en tono de broma en un almuerzo con Adolfo Bioy Casares y la prensa.

Pero el personaje clave en esta historia de Minotauro, quien seleccionaba autores, elegía prologuistas y traducía los textos (sin poner su nombre: usó siete pseudónimos), era Francisco "Paco" Porrúa, un verdadero genio de la edición al que, por otro lado, también se le reconoce un papel fundamental en ese otro éxito de taquilla conocido como boom latinoamericano (aceptó el manuscrito de cierto colombiano de Aracataca y continuó publicando a un argentino-belga cuyo primer libro, Bestiario, había sido un fracaso comercial, por ejemplo).

"Paco se enteró de los nuevos autores por una revista francesa, y fue a una librería de las que había en Buenos Aires con obras en inglés, encontró cuatro o cinco, las leyó y decidió crear una editorial para publicarlas. Paco pidió la traducción a alguien, no le gustó y tradujo él mismo las Martian Chronicles con el pseudónimo de Francisco Abelenda", recuerda Souto.

Porrúa, fallecido en diciembre pasado, a los 92 años, también tuvo la astucia de pedirle un prólogo a Jorge Luis Borges, que entonces sí era una figura camino a la consagración absoluta. "¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?", se preguntaba el autor de Ficciones antes de que Bradbury se subiera a la nave espacial. En esas líneas introductorias Borges colocaba a la ciencia ficción en línea con las mejores obras literarias sin restricción de género.

Para Souto, lo que hizo Porrúa en esa época y esas condiciones "fue extraordinario, sobre todo por la calidad de los resultados. Paco fue el editor más talentoso y brillante que conocí. Era mejor traductor y editor y lector que nadie. Exploró el mundo literario para encontrar los libros justos, que nadie asociaba con la ciencia ficción, como por ejemplo los de Olaf Stapledon", cuenta Souto, que por su parte tuvo gran protagonismo: tradujo para la colección, entre otros, al propio Bradbury, a James Graham Ballard y a Brian Aldiss.

CREAR A LOS QUE ESCRIBEN

La ciencia ficción de Minotauro no solo creó este futuro, sino que creó nuevos autores. La rosarina por adopción Angélica Gorodischer confiesa que descubrió el género -del que se transformó en una de las autoras centrales- gracias al temprano hallazgo de un ejemplar de Crónicas marcianas. "Lo vi en la casa de una amiga y dije ¿esto qué es?", cuenta la autora de Kalpa imperial. "Con mucho entusiasmo le escribí a Paco Porrúa, le mandé un cuento que parece que le gustó y me preguntó si tenía más material. Le mentí, porque no tenía nada, pero me puse a escribir entusiasmada y así salió Opus 2." Gorodischer dice: "Resultaba raro escribir ciencia ficción entonces, en una Argentina en la que los teléfonos funcionaban mal, por ahí te levantabas y no tenías gas o agua. Por eso salían cosas más metafísicas, sobre el tiempo o los universos paralelos". De Bradbury cuenta que pese a que no es uno de los amores de su vida ("por blandito, romanticón y un poco moralizante", se atreve), con Crónicas marcianas quedó deslumbrada. "Me sigue pareciendo un libro estupendo, lo mismo que El hombre ilustrado."

Carlos Gardini -otro argentino que publicó en la colección- cree que "Minotauro fue una colección muy importante. Publicó a los mejores autores del siglo XXI. Uno piensa en libros como Las ciudades invisibles, de Italo Calvino; los de Lem; William Goldin; Ursula Le Guin. Es realmente apabullante", dice el autor de Mi cerebro animal.

Otro escritor del género y periodista especializado, Alejandro Alonso, menciona: "La colección, al igual que en su momento lo fue Séptimo Círculo en materia de policial clásico, era garantía de calidad, y por lo tanto formadora de un canon que hoy persiste. Podías no conocer al autor, pero la colección era garantía suficiente". Desde entonces, "la ciencia ficción se volvió parte de la vida y el imaginario popular. Está ahí, en publicidades, en el cine, en las metáforas que usamos para comunicarnos o entender la realidad", completa.

¿Qué más queda hoy de Minotauro en la cultura? A Gorodischer la sorprende que no permanezca nada parecido en lo editorial: "Fue muy acotado, personal en cierto sentido, y pasó rápidamente". Para Souto, la marca es más profunda: "El mundo en que vivimos es una mezcla de Philip Dick, Ballard y los medios de comunicación. Clarke decía que en una sociedad tecnológicamente avanzada sus productos no se podrían diferenciar de la magia. Eso pasa ahora y estamos sumergidos, ahogados diría, en esa realidad".

Fuente : La Nacion



Con Borges en Austin, entrevista inédita. 1976



Recuerdo: Hoy 24 de agosto Jorge Luis Borges cumpliría un año más. Lo recordamos con esta entrevista inédita en español.

Un día de primavera de 1976 se vio en Austin, Texas, a un hombre que se parecía a Jorge Luis Borges caminando por la calle. Cuando los más observadores comprobaron que el personaje del bastón, guiado por algún profesor de la Universidad de Texas era, efectivamente, Borges, corrieron la voz. Dos estudiantes, Janis Palma y quien esto escribe, solicitamos presurosas una entrevista para el Daily Texan, el diario local. Esta es, casi 40 años después, su versión en español. Se dio en el comedor de su hotel. Nos contó que había estado antes en Austin con su madre, Leonor Acevedo. Ella murió el año anterior tras un lento deterioro, y Borges la echaba de menos. Nos dijo que aquella vez salieron juntos a caminar por la ciudad y se divirtieron como dos niños. Con nostalgia, había ido entonces a tocar las paredes del edificio donde vivieron y que ya no podía ver. Con 77 años seguía muy activo, aunque le aburría hablar de política o de la situación mundial. Su mundo se concentraba en las muchas páginas que recordaba de memoria.

¿Existe la inspiración, o una obra es un esfuerzo consciente de creación?

Desde luego que existe. ¿Cómo no va a existir? ¡No se puede escribir sin ella! La inspiración es necesaria para darle sentido al esfuerzo. Es cuando uno siente que no está escribiendo sino que es el Espíritu Santo el que lo hace, o algo más allá del yo. Algo que puede ser el mismo yo, no sabemos.

Cuando usted escribe, ¿siente algo como una energía en el ambiente, algo como una densidad?

Bueno, cuando me salen bien las cosas sí, pero para llegar a ese estado tengo que escribir de un modo mecánico durante un buen tiempo, ¿no? Y luego hay un punto en el cual comienza a ocurrir algo…

¿Y comienza a entrar algo en usted?

Sí, y entonces ya mejora lo que escribo y
generalmente tengo que modificar lo que he escrito antes. Pero yo tengo que darme cuerda, digamos, si usted me permite esa metáfora un poco grosera. Tengo que hacerlo de todas maneras. En realidad, yo no puedo sentarme a escribir y decir “bueno, estoy inspirado”. No sucede así. Es necesaria cierta inercia.

Hablemos de poesía. Rubén Darío hablaba del “ritmo interno de las palabras”. Robert Frost decía cosas muy simples: ponía doce palabras, digamos, y había algo mágico en ellas…

Es que no es fácil realmente. Frost no es un autor simple, es uno muy complejo. Lo que pasa es que tiene una superficie simple. Cuando uno no conoce a Frost (que es un gran poeta americano), puede leerlo sin paráfrasis y preguntarse “¿y esto es poesía?”. Pero la segunda vez, uno se da cuenta de que todo eso está cargado, que está lleno de connotaciones, que esas líneas sencillas tienen una magia.

¿Cuál sería su descripción de poesía?

Frost dio una, pero claro que no es suficiente. Dijo que poesía es lo que no puede traducirse. No basta. Hay cosas que no pueden traducirse y que son muy malas. Ahora, si se refería al hecho de que en toda poesía hay algo misterioso que no puede explicarse y que puede estar parcialmente en la imagen, en la prosodia, si acaso, sí, es cierto. Hay versos que a mí me parecen muy lindos y que yo no podría explicar. Por ejemplo este de [Edward] Fitzgerald que tiene un aire muy  persa: “Dreaming while dawn’s left hand is in the sky” (“Soñando mientras la mano izquierda del alba está en el cielo”). Eso es un ejemplo de poesía. Yo creo que posiblemente la palabra clave sea “izquierda”. “Soñando mientras la mano derecha del alba está en el cielo” no tendría sentido. En cambio “mano izquierda” agrega algo misterioso. Hay una fase en que uno piensa que él está soñando y la mano izquierda del alba, esa luz que se ve oriental del alba, está iluminando el cielo y él no la ve porque está soñando. También está el hecho de una luz no vista. Me doy cuenta en este momento de que eso también está insinuado. Es difícil y, sin embargo, podemos decir que es eficaz. Explicarla sería muy complicado.

¿Qué aconsejaría a los jóvenes autores?

Lo que voy a decir es muy antipático… yo creo que es necesario leer a los clásicos. Un error que se comete es el de leer demasiado a los contemporáneos. Los contemporáneos pueden enseñarnos muy poco; se parecen demasiado a nosotros. Todos somos contemporáneos. En cambio obras de otros tiempos, de otros países… allí uno encuentra continuamente cosas extrañas. Además, ¿por qué negarse esa felicidad que se llama Virgilio, Shakespeare, Cervantes? Me parece que es empobrecerse, el que pierde es uno. Para mí uno de los escritores esenciales es Robert Louis Stevenson,y él dijo: “Yo comencé imitando a De Quincey,Lambe, Coleridge, Baudelaire, Hazlett, Henry James, George Meredith”; es decir, empezó imitando. Uno debe empezar imitando, haciendo ejercicios. Lugones dijo que nadie podía empezar siendo un revolucionario, “es una cuestión de probidad”, decía. Yo, para modificar algo, tengo que conocerlo. Él dijo en su libro Lunario sentimental —que fue un experimento—: “Yo hago esto porque he demostrado ya que puedo manejar el verso clásico, entonces tengo derecho a innovar”. Generalmente, la gente cree que se empieza innovando, y es por ignorancia. Si me obligaran a ser un músico o un pintor, ¿qué cosa me quedaría si no innovar, ya que no sé nada? ¡Sería un revolucionario!

¿Qué lo llevó a empezar a escribir con dedicación?

Bueno, yo creo que el hecho de haberme criado en una biblioteca, la de mi padre, y de que en esa casa había un ambiente propicio: se hablaba todo el tiempo de literatura. Mi padre me hizo sentir, yo creo que conscientemente, que el mío sería un destino literario, y efectivamente lo fue.

¿Cuándo empezó a tomarse en serio como escritor? Habrá escrito cosas previas a sus primeras publicaciones.

Sí, pero como dijo Alfonso Reyes: “Realmente uno publica para no pasarse la vida corrigiendo los manuscritos” [risas]. Uno publica para librarse de ello. Claro que suena raro, pero un escritor argentino que yo no admiro ciertamente, Enrique Larreta, publicó una novela y puso “edición definitiva”. ¿Cómo puede saber un autor que una edición es definitiva? Lo más probable es que al día siguiente de haber salido la edición recorra las páginas y encuentre cosas: “Caramba, este adjetivo es un poco absurdo”, o “Aquí quedaría mejor suprimir esta línea”. ¿Cómo puede haber una ‘edición definitiva’? Eso se hace después de muerto el autor. Pero que un autor crea que lo que ha hecho es definitivo, muestra, yo no sé, una extraña vanidad o una extraña indiferencia. Yo he alterado muchos poemas, y recuerdo que William Butler Yeats hizo lo mismo y le dijeron que no tenía derecho a modificar su obra pasada. Entonces él escribió un poema que concluye con esta línea: “It is myself that I remake” (“Es a mí mismo al cual rehago”). Cuando él estaba corrigiendo algo, estaba modificando su pasado. Yo creo que tenía pleno derecho. Si no, ¿cuándo pierde uno su derecho? Si yo escribo un poema hoy y lo corrijo dentro de diez días, ¿por qué no dentro de diez años?, ¿en qué momento dejo de tener derecho? Pero mucha gente dice que no.

En "El hacedor" hay un argumento ornitológico de la existencia de Dios…

Ese argumento a favor de Dios es una especie de broma. Como hay el argumento ontológico y teológico, yo hice un argumento ornitológico, que es una forma de juego lógico, nada más.

¿Cuál es entonces su idea de Dios?

Yo digo lo que Bernard Shaw: “God is in the making” (“Dios está en pleno proceso de creación”). Dios no es algo anterior al universo. Todos nosotros estamos creando a Dios. Cuando pensamos, cuando escribimos, cuando sentimos, estamos sencillamente creando a ese ser. Pero no creo que haya existido un Señor anterior al mundo que haya creado todo. Si lo hizo, lo hizo bastante mal, ¿no?

¿Usted ha tenido alguna vez una experiencia mística?

Sí, dos veces en Buenos Aires, en años diferentes, pero hace mucho tiempo ya. Yo estaba cruzando un puente las dos veces, pero puentes distintos. Y de pronto me salí del tiempo como lo conocemos. Fue algo muy extraño.

¿Cuál es su idea del tiempo?

Repito lo de santo Tomás de Aquino: “El tiempo es algo que, si no me lo preguntan, sé qué es; pero si me lo preguntan, no lo sé”.

Una última curiosidad: en su poema “Elogio de la sombra” hay una línea que dice “...pronto sabré quién soy”. ¿Qué quiso decir con esto?

[Risas]. Yo me estoy quedando ciego. De pronto me he visto obligado a estar más conmigo mismo, dentro de mí mismo. Las cosas externas van perdiendo importancia y creo que gracias a esto estoy llegando hacia el centro de mí mismo: a lo que es Jorge Luis Borges.

Fuente : El Dominical  -  El Comercio – Perú
24 de agosto de 2015


jueves, 27 de agosto de 2015

El Golem




El nombre es arquetipo de la cosa
                              
I de II

Sucesivos y numerosos lectores, ocultos en las catacumbas de la recalentada aldea global (y de distintos idiomas), acceden por primera vez a El Golem (“en hebreo significa terrón de tierra, así como Adán quiere decir arcilla”) —legendaria novela del vienés Gustav Meyrink (1868-1932) escrita en alemán y editada en 1915, en Leipzig, por Kurt Wolff, en un libro ilustrado con ocho litografías de Hugo Steiner-Prag— inducidos por las breves y dispersas alusiones que de tal obra hace el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) y al unísono sobre la antigua y epónima leyenda popular judeocabalística.
     
Por ejemplo, en uno de los textos breves del célebre Manual de zoología fantástica (FCE, México, 1957), urdido con la inasible y evanescente Margot: Margarita Guerrero; en su poema “El Golem”, fechado en 1958 e incluido en El otro, el mismo (Emecé, Buenos Aires, 1964); en su conferencia “La cábala”, de Siete noches (FCE, México, 1980), en cuya transcripción y corrección participó el periodista y diplomático argentino Roy Bartholomew; en su prólogo a El cardenal Napellus, narraciones de Gustav Meyrink (La Biblioteca de Babel núm. 3, Siruela, Madrid, 1984); en dos brevísimas notas publicadas en la revista de señoras elegantes El Hogar, es decir, en un par de los llamados Textos cautivos (Tusquets, Barcelona, 1986) por Emir Rodríguez Monegal y Enrique Sacerio-Garí: la reseña, del “16 de octubre de 1936”, sobre El ángel de la ventana occidental, novela de Gustav Meyrink, de 1920, que Borges leyó en alemán, y la biografía sintética que le dedicó el “29 de abril de 1938”. Y en un minúsculo comentario dicho por Borges que se puede oír en todo el globo terráqueo en YouTube y en Borges por él mismo, disco compacto editado con un libro en 1999, en Madrid, con el número 128 de la Colección Visor de Poesía, Serie El poeta en Su Voz; grabación hecha originalmente a través de “un convenio entre la Universidad Autónoma de México y AMB Discográfica de Buenos Aires”, que cierta élite asentada en la capital mexicana otrora pudo escuchar, pues en 1968 el Departamento de Voz Viva, de Difusión Cultural de la UNAM, la publicó con el número 13 de la serie Voz Viva de América Latina —la segunda y última edición data de 1982—, cuyo elepé incluye un cuaderno adjunto con los comentarios, prosas y versos que el poeta ciego de Buenos Aires dijo de memoria, más un prólogo que Salvador Elizondo firmó en “Oberengadin, Suiza, 15 de febrero, 1968”.
           
Tal comentario de Borges, al parecer improvisado, precede a su recitación de “El Golem” y dice a la letra: “El primer libro que leí en alemán, que descifré en alemán, mejor dicho, fue la novela Der Golem de Gustav Meyrink. El tema, el tema de un hombre fabricado por los cabalistas, me impresionó. Después leí el libro de [Gershom] Scholem, al cual hago alusión en el texto y el libro de Frachtenberg [Abraham von Franckenberg]  sobre supersticiones judías. Mi amigo Adolfo Bioy Casares dice que este poema es el mejor de los muchos, de los demasiados poemas que he perpetrado. Creo que tiene razón, ya que este poema, si no me engaña la vanidad, se aúnan lo patético y lo humorístico. El Golem es al rabino que lo creó, lo que el hombre es a Dios y es también lo que el poema es al poeta.”
      
Esto remite al hecho (esbozado por todos los biógrafos habidos y por haber) de que los Borges vivieron en Ginebra entre 1914 y 1918 (los aciagos años de la Gran Guerra), y que durante tal período, en 1916, el joven Georgie empezó a enseñarse a sí mismo el germano con el auxilio de un diccionario alemán-inglés y “los primeros poemas de Heine, el Lyrisches Intermezzo”. Esto también lo menciona el propio Borges en su parcial y polémico Autobiographical Essay, escrito en inglés con el norteamericano Norman Thomas di Giovanni de amanuense, publicado el 19 de septiembre de 1970 en la revista The New Yorker, e incluido en el libro antológico The Aleph and other stories, 1933-1969 (Dutton, New York, 1970); Ensayo autobiográfico póstumamente prologado y traducido al español por Aníbal González, precisamente para la edición conmemorativa del centenario del nacimiento del argentino, impresa en España, en 1999, por Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores y Emecé, con un epílogo de María Kodama y numerosas fotos en blanco y negro. Allí, en la página 40 dice Borges: “Poco a poco, y dado el sencillo vocabulario de Heine, descubrí que podría prescindir del diccionario. Pronto me abrí camino entre los encantos de ese idioma. También conseguí leer El Golem, la novela de Meyrink. (En 1969, estando yo en Israel, hablé sobre la leyenda bohemia del Golem con Gershom Scholem, destacado erudito del misticismo judío, cuyo apellido utilicé dos veces como única rima adecuada en mi poema sobre el Golem.)” Vale recordar, entre paréntesis, que en Israel, el 19 de abril de 1971, Borges recibió la cuarta entrega del “Premio Jerusalén, dotado de 2.000 dólares”.

        
Curiosamente, en la página 174 de La cábala y su simbolismo (impreso en alemán en 1960, traducido al español por Juan Antonio Pardo y desde 1978 sucesivamente reeditado en México por Siglo XXI), Gershom Scholem —cuyo libro más célebre es Las grandes corrientes de la mística judía (FCE, México, 1993), cuya primera edición en inglés data de 1941— transcribe una versión tardía de la antigua leyenda judaica, “tal como la describió con visión penetrante Jakob Grimm [uno de los celebérrimos Hermanos Grimm] en el romántico Periódico para eremitas, del año 1808 [‘Según Rosenfeld’].”
  
       
“Los judíos polacos modelan, después de recitar ciertas oraciones y de guardar unos días de ayuno, la figura de un hombre de arcilla y cola, y una vez pronunciado el šem hameforáš [‘el nombre divino’] maravilloso sobre él, éste ha de cobrar vida. Cierto que no puede hablar, pero entiende bastante lo que se habla o se le ordena. Le dan el nombre de Gólem, y lo emplean como una especie de doméstico para ejecutar toda clase de trabajos caseros. Sin embargo, no debe salir nunca de casa. En su frente se encuentra escrito emet [‘verdad’], va engordando de día en día y se hace enseguida más grande y fuerte que todos los demás habitantes de la casa, a pesar de lo pequeño que era al principio. De ahí que, por miedo de él, éstos borren la primera letra, de forma que queda sólo met [‘está muerto’], y entonces el muñeco se deshace y se convierte en arcilla. Pero hubo una vez uno que, por un descuido, dejó crecer tanto a su Gólem que ya no podía llegarle a su frente. Movido por un gran miedo, ordenó a su criado que le quitase las botas, pensando que, al doblarse, le podría llegar a la frente. Ocurrió tal como pensaba el dueño, y éste pudo felizmente borrar la primera letra, pero toda la carga de arcilla cayó sobre el judío y lo aplastó.”

         
La argentina María Esther Vázquez, colaboradora de Borges en Introducción a la literatura inglesa (Columba, Buenos Aires, 1965) y en Literaturas germánicas medievales (Falbo, Buenos Aires, 1965) y autora de la biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996) y, entre otros libros, de las entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, Madrid, 2001), colaboró con él en La Biblioteca di Babele, serie de 33 libros de literatura fantástica que Borges dirigió y prologó (en su mayoría) a petición de Franco Maria Ricci, adinerado y exquisito editor europeo que la publicó en italiano, en Parma y Milán, entre 1975 y 1985; la cual, entre 1983 y 1988 apareció en español editada en Madrid por Ediciones Siruela —la editorial fundada por el adinerado y exquisito Conde de Siruela—, precedida por los seis títulos de la colección editados en Buenos Aires, entre 1978 y 1979, por Ediciones Librería de la Ciudad. En el citado prefacio a El cardenal Napellus —número 3 en Siruela (Madrid, 1984) y número 4 en Ediciones Librería de la Ciudad (Buenos Aires, 1979)—, que además del relato que le da título al librito incluye los cuentos “J.H. Obereit visita el país de los devoradores del tiempo” y “Los cuatro hermanos de la luna. Un documento” (trilogía traducida del germano por María Esther Vázquez), Borges, al inicio, vuelve a recordar su aprendizaje del alemán en Ginebra, en 1916, y su descubrimiento de El Golem, y más adelante dice: “Hacia 1929 yo vertí al español el primer texto de este volumen, que procede del libro de relatos Fledermäuse, y lo publiqué en un diario de Buenos Aires, que envié a Meyrink. Éste me contestó con una carta en la que, a través del desconocimiento de nuestro idioma, ponderaba mi traducción. Me envió a sí mismo su retrato. No olvidaré los finos rasgos del rostro envejecido y doliente, el bigote caído y el vago parecido con nuestro Macedonio Fernández. En Austria, su patria, los muchos acontecimientos de la literatura y de la política casi han borrado su memoria.”
    
        
Y bueno, otra indeleble referencia que Borges hizo sobre el Golem y la novela homónima de Gustav Meyrink, es el prólogo que escribió (dictando y corrigiendo de oído) cuando incluyó a ésta en el número 41 de la serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que él pergeñó y codirigió con María Kodama (quien era su secretaria, lazarilla y amanuense), libro impreso por Hyspamérica Ediciones, en 1985, en Madrid. (Vale observar que tal colección de 75 números, tres de ellos sin prólogo de Borges, editados por Hyspamérica entre 1985 y 1986, tuvo la particularidad de que se distribuyó a través de estanquillos de periódicos de España y América Latina). En tal prólogo dice Borges:
         
“Los discípulos de Paracelso acometieron la creación de un homúnculo por obra de la alquimia; los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro. Ese hijo de una palabra recibió el apodo de Golem, que vale por el polvo, que es la materia de que Adán fue creado. Arnim y Hoffmann conocieron esa leyenda. En el año 1915, el austríaco Gustav Meyrink la renovó para la escritura de esta novela. Harta de sonoras noticias militares, Alemania acogió con gratitud sus fabulosas páginas, que le permiten olvidar el presente. Meyrink hizo del Golem una figura que aparece cada treinta y tres años en la inaccesible ventana de un cuarto circular que no tiene puertas, en el ghetto de Praga. Esa figura es a la vez el otro yo del narrador y un símbolo incorpóreo de las generaciones de la secular judería. Todo en este libro es extraño, hasta los monosílabos del índice: Prag, Punsch, Nacht, Spuk, Licht. Como en el caso de Lewis Caroll, la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños. Hacia esa fecha, Meyrink había dejado la fe cristiana por la doctrina del Buddha.
       
“Antes de ser un buen terrorista de la literatura fantástica, Meyrink fue un buen poeta satírico. Su Cornucopia del burgués alemán data de 1904. En 1916 Meyrink publicó El rostro verde, cuyo protagonista es el Judío Errante, que en alemán se llama Judío Eterno; en 1917 La noche de Walpurgis; en 1920 una novela que hermosamente se titula El ángel de la ventana occidental. La acción ocurre en Inglaterra, los personajes son alquimistas. Gustav Meyrink, cuyo prosaico nombre era Meyer, nació en Viena en 1868 y murió en Starnberg, Baviera, en 1932.”

II de II

Pero si seducido e inducido por las fragmentarias referencias borgeseanas (no exentas de crítica y de algún yerro), el novicio lector de las catacumbas de la recalentada aldea global piensa que en la novela de Gustav Meyrink accederá a los desvelos y afanes de un erudito rabino empeñado en dar vida a un Golem de barro mediante el dominio de los secretos de la supuesta mística judía, es decir, de la cábala; y más aún: que será testigo del destino del Golem, de sus torpezas en la sinagoga al ejecutar las rudas labores domésticas para las que fue creado, de su incapacidad para hablar y comprender más allá de su frente y nariz (quizá a imagen y semejanza del Herman Monster televisivo o del Frankenstein cinematográfico corporificado por Boris Karloff), de su constante y descomunal crecimiento, y de algunos otros meollos que según la antigua tradición suscita, como aplastar y despanzurrar al rabino en el instante en que éste determine su fin, hay que decirle que el asunto no va por allí, y que ante el trazo, reescritura y transformación que hizo Gustav Meyrink, Gershom Scholem, en el citado libro La cábala y su simbolismo (Siglo XXI, México, 1978), antes de iniciar el análisis de “La idea del Gólem en sus relaciones telúricas y mágicas”, dice, entre otras cosas, que en El Gólem de Meyrink “queda poco de la tradición judía”; que en su “cabalística hipotética [...] se presentan unas ideas de salvación más de corte hindú que judaico”; y que pese a “su desordenada y caótica confusión”, los “elementos de una profundidad —e incluso grandeza— incontrolable se confunden con una extraña facilidad para la charlatanería mística y para el épater le bourgeis”, lo cual, dado que en la lengua de Cervantes significa “espantar al burgués”, quizá pudo haber regocijado al joven Georgie, en Ginebra, quien en tanto alumno del Colegio Calvino (el Collège de Gèneve fundado por Juan Calvino en 1559), donde estuvo inscrito entre 1914 y 1917 (“su última experiencia académica como alumno”), con su condiscípulo y amigo judío Simon Jichlinski hacía largas caminatas y excursiones, mientras que con Maurice Abramowicz, su otro amigo judío, a quien  al parecer conoció en 1917 —el año en que Borges empezó a escribir sonetos en francés e inglés, pero no en español—, compartía también el descubrimiento filosófico y literario (los simbolistas franceses, el expresionismo alemán, Henri Barbusse, Romain Rolland, Johannes Becher, Walt Whitman, Gustav Meyrink, etc.), andanzas nocturnas y tabernarias, y recitaciones de poemas frente al Ródano (Les fleurs du mal de Baudelaire y Le bateau ivre de Rimbaud, etc.), e incluso se tiraban clavados y nadaban a brazo batiente, más una óptica antibelicista, antimilitar, anticapitalista, revolucionaria, maximalista y pro bolchevique.

          
En la novela de Gustav Meyrink —cuya primera edición por entregas apareció en diciembre de 1913, en Leipzig, en Die Weissen Blätter, revista del expresionismo alemán, donde en octubre de 1915 se editó La metamorfosis de Franz Kafka (que Kurt Wolff llamaba la historia de la chinche)—, Zwakh, un viejo marionetista y cuentero ambulante, narra pormenores de la leyenda oral del Golem, la cual, según él, se gestó en el siglo XVI en la calle de la Antigua Escuela del añejo gueto de Praga, sitio donde viven y dialogan los personajes en un tiempo onírico ubicado a fines del siglo XIX o a principios del XX. Desde entonces, cada 33 años (la edad de Cristo) aparece el Golem, homúnculo que súbitamente se suele ver en las callejas del gueto o en un alto cuarto de la Antigua Escuela: aquel cuyo único acceso es una ventana enrejada que da a la calle.
        
Así, las premoniciones oníricas y los presagios en la vida cotidiana se suceden y anuncian la inminente aparición del Golem. Por ejemplo, Zwakh, quien habla con otros tres alrededor del ponche (Prokob, músico; Vrieslander, pintor; y Pernath, tallador de piedras preciosas), dice que supo del Golem hace 66 años, en su infancia, cuando sus rasgos faciales aparecieron al fundir plomo; y hace 33, cuando inesperadamente tropezó con él en una calle del gueto.
         
En este sentido, en el ojo del huracán de la cabalística fecha y de tal atmósfera premonitoria y propiciatoria, casi al concluir la charla, Pernath y Zwakh ven que los rasgos del Golem se esbozan por sí mismos en la cabeza de la marioneta que Vrieslander talla en madera, los cuales Zwakh había reconocido en los rasgos de un tipo que Pernath vio en un sueño, ámbito donde al parecer le entregó el libro de Ibbur que, oh paradoja, posee en la supuesta realidad.
         
Athanasius Pernath, el protagonista, sujeto de señales y presagios que anuncian la aparición del Golem, se introduce, desde su cuarto y sin proponérselo, en un oscuro laberinto subterráneo bajo el gueto que lo conduce a la alta habitación que sólo tiene una ventana enrejada, donde halla la túnica medieval que identifica al Golem y un juego del tarot (que dentro de la superstición de la novela significa lo mismo que la Torá, la ley judaica), cuyos 22 arcanos mayores son el mismo número de las letras del alfabeto hebreo; es decir, según la novela se trata de una especie de libro donde está cifrada la cábala, la mística judía para concebir al Golem. Pero Pernath —quien habla alemán, ignora el hebreo y el significado de los arcanos del tarot— sólo extrae y guarda en su bolsillo la carta del fou (el loco), tras sufrir una pesadillesca y recíproca magnetización ante tal imagen; la cual se enfatiza aún más si se piensa que el fou representa su alter ego y a sí mismo, puesto que estuvo en el manicomio, no recuerda su pasado ni cómo aprendió su oficio de tallista de piedras preciosas; y en el gueto, pese a su fama de hacedor de rutilantes gemas, lo tildan de loco.
         
En tales circunstancias, dos veces encarna el fantasma del Golem, dos posibles vaticinios de su verdadera aparición en el gueto de Praga: cuando unas ancianas lo oyen y lo ven gritar encerrado en lo alto del cuarto sin acceso; y cuando en la calle, todavía ataviado con la túnica medieval, suscita pánico entre quienes creen ver al auténtico, horrorosísimo y espeluznante Golem.
        
Shemajah Hillel, archivero en el ayuntamiento y en la sinagoga Altneus (cercana a la Antigua Escuela) donde se guarda la “figura de barro de la época del emperador Rodolfo” (los restos de un Golem, dicen algunos), es un individuo bondadoso y desprendido que inspira respeto y que mediante la hipnosis conjura la catalepsia que ataca al angustiado, fóbico y amnésico de Pernath. Por sus conocimientos del hebreo, del tarot, de la cábala y por ende del Libro del Esplendor o Zohar—la obra central de la mística judía o tradición de las cosas divinas, urdida en el siglo XIII por Moisés de León (quien se la atribuye a Shimon bar Yojai)—, pese a que no es un rabino (de hecho en la novela no actúa ninguno), podría ser el que ante un montón de arcilla moldeada con la figura de un hombre convocara el surgimiento del Golem tras escribir en su frente la palabra emet (verdad) y al pronunciar la cifra divina: “el Nombre que es la Clave” (concebido al combinar y permutar “las letras de los inefables nombres de Dios”); es decir, el que día a día, mientras el Golem engorda y crece, lo activara colocándole detrás de los dientes la secreta inscripción que atrae “las libres fuerzas siderales del universo”; y el que pudiera dictar su necesario e irremediable fin tras borrar la primera letra de la citada palabra, de modo que quedaría met (muerto).
         
Sin embargo, el Golem nunca aparece corporificado en una figura de barro, sino sólo aludido como un terrorífico fantasma acuñado por la tradición y el inconsciente colectivo, ante el cual, cuando alguien se encontrara con él, según rezan las anécdotas sin que ocurra ningún caso que lo compruebe, sentiría el vértigo y la certeza de hallarse frente a sí mismo, ante su propia alma, frente a un doble que es él y todos los individuos a la vez.

         
En su citado prólogo a El Golem, Borges dice que se trata de una novela onírica: “Como en el caso de Lewis Carroll, la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños”. Es cierto. La obra inicia con una serie de sueños y pesadillas que pertenecen a Athanasius Pernath (imágenes repletas de símbolos que denotan la pagana y abigarrada afición del vienés Gustav Meyrink por la fantasía hermética y esotérica, por las antiguas religiones, por la videncia onírica, y por la moda del subconsciente, del psicoanálisis y de la interpretación de los sueños).
         
Pero sólo al término se sabe que el total de lo soñado y vivido por el bueno de Athanasius Pernath (incluidas las videncias y confluencias oníricas y lo evocado, vivido, leído, escrito y soñado por los otros personajes) en realidad ha sido soñado en el lapso de una hora por un hombre que por equivocación tomó, en la catedral de Hadschrim, el sombrero de Pernath, el cual suscitó tooooooodo el sueño (que es todos los sueños) y le reveló las pistas que lo guían para devolvérselo a éste, quien aún vive, pese a que el viejo gueto del sueño ya no existe como tal.
        
Ahora que si el sombrero de Athanasius Pernath es una especie de objeto mágico, sosias o doble del protagonista, cabe añadir que la novela de Gustav Meyrink es, además, una apología y deificación de las supuestas virtudes trascendentales y cósmicas del amor, dado que Pernath y Miriam (quien en su pobreza esperaba milagros) encarnan la fusión místico-erótica de la dualidad (el retorno a la dualidad primigenia), la rosa sin por qué que para ellos —“espejos de Dios”, “profetas”— es representada por la imagen de un semidiós hermafrodita, dizque del antiguo culto egipcio a Osiris, no como “una meta final”, sino “como principio de un nuevo camino, eterno... sin fin”.
        
De ahí que los detalles de tal culto se encuentren plasmados a lo largo de los mosaicos azul turquesa con frascos dorados que cubren toda la muralla del jardín de la casona de ambos, y que la gran puerta de ésta, como si fuera el grueso y alto portón de un antiguo templo sagrado, esté adornada con el regio y barroco hermafrodita: una hoja es la figura femenina y la otra es la masculina.

***

Nota bene: Recién he leído la edición de El gólem (Letras Populares núm. 11, Ediciones Cátedra, Madrid, 2013), traducida del alemán, anotada y prologada por Isabel Hernández (quizá la mejor entre las distintas versiones que circulan en el mercado del idioma español), donde, entre las previsibles variantes de la traducción, descuella el hecho de que cuando Athanasius Pernath se introduce en el cuarto (sin puertas y con una sola ventana enrejada) donde la leyenda reza que aparece el gólem cada 33 años, la primera carta del tarot que observa y que al salir de allí guarda en su bolsillo, no es la del fou (el loco), como sucesivamente se lee en la traducción de Celia y Alfonso Ungría, sino la del mago, lo cual implica otro sentido y las subsiguientes repeticiones, acepciones y consonancias.

Fuente : Las mil notas y una nota





Jorge Luis Borges recitando El Poema EL GOLEM




Fuente :  You Tube

El Golem (1920) Película Sub. Español



El Golem (Der Golem, wie er in die Welt kam) es una película alemana de cine mudo, de 1920; dirigida por Carl Boese y Paul Wegener, que cuenta la leyenda de una estatua: el Golem.

En el siglo XVI, en el gueto de Praga, vivía el Rabino Löw, mago y maestro en el arte de la nigromancia. Para evitar la expulsión de los judíos, ordenada por el emperador Rodolfo II, modeló la figura de arcilla del Golem e invocó al espíritu de Astaharot para que le otorgará la vida. Sin embargo, cuando los judíos consiguen quedarse en la ciudad, y el Golem salva la vida del emperador, el rabino trata de invalidar su conjuro y quitarle la vida porque ya ha realizado su cometido. Pero cuando un sirviente, cegado de amor, se la devuelve, la figura de arcilla escapa de la influencia humana y se convierte en una amenaza. Esta obra maestra del expresionismo, claro precedente del mito de Frankenstein es, seguramente, la primera gran película sobre monstruos de la historia del cine, porque otras dos versiones, también de Paul Wegener con el Golem como protagonista, desgraciadamente se han perdido para siempre.

Fuente : You Tube

sábado, 22 de agosto de 2015

Borges y la mecánica cuántica





Parque Explora Medellín  -  Colombia

El físico argentino Alberto Rojo  afirma que el arte y la ciencia no son alternativas antagónicas en la búsqueda de la verdad, sino que tienen un territorio común. En particular, señala la gravitación de la literatura de Jorge Luis Borges en la ciencia, no sólo a través de metáforas magistrales, que luego fueron captadas por científicos, sino con su sorprendente anticipo de teorías de la física cuántica en sus ficciones.

Invitado: Alberto Rojo, doctor en física, músico, escritor.
Fecha: Miércoles 18 de septiembre de 2013.
Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.

Fuente : You Tube





Las conferencias de Borges en la Universidad de Harvard




"He pasado mi vida leyendo, analizando, escribiendo... y disfrutando -dijo Jorge Luis Borges durante las conferencias que dio en la Universidad de Harvard entre 1967 y 1968-. Y finalmente me di cuenta de que lo más importante era esto último."



Jorge Luis Borges’ 1967 Norton Lectures On Poetry (And Everything Else Literary) Harvard


Ir a las conferencias de Jorge Luis Borges en Harvard en ingles:

Mar del Plata 1984 : Aquella increíble entrevista con Jorge Luis Borges




Marcelo Pasetti

Hoy, 24 de agosto, se cumple el 112º aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, sin dudas, uno de los más grandes escritores del mundo. Buena ocasión para recuperar aquella entrevista que tuve la enorme fortuna de poder hacerle hace 27 años, cuando Borges vino a Mar del Plata y un audaz pro-secretario de redacción del diario LA CAPITAL me dio la orden de ir a hacerle algunas preguntas.

Sólo recuerdo que temblaba como un papel cuando lo tuve a menos de un metro. Tenía yo 20 años y sabía del cambiante humor del genial escritor. Sin embargo, Borges lo percibió y mágicamente se prestó a una entrevista increíble, donde respondió una y cada una de las preguntas. Hoy, en 2011, me río cuando algunos escritores o periodistas se niegan a dar una entrevista a un diario del interior, buscando excusas que a veces irritan. ¡Borges hablaba con todos! dan ganas de gritarles...

Comparto entonces en este blog aquella entrevista completa.

_ ¿Más o menos cuánto va a durar esto?

_ Diez minutos aproximadamente...

_ ¿Y cuántas preguntas serán?

_ Diez.

_ ¿Diez? Bueno. Está bien.


Eran poco más de las once de la mañana del 7 de setiembre de 1984 y las preguntas, sorpresivamente, comenzó a hacerlas él. Jorge Luis Borges volvía a Mar del Plata para ofrecer esa noche una charla en el Teatro Auditorium y en la casa de Susana López Merino -ex titular de Cultura de la municipalidad- se disponía a conceder un reportaje a LA CAPITAL. El periodista y el reportero gráfico Néstor Alfonso, esperaban ansiosos que se cristalizara lo pactado. En los comienzos de esa primavera democrática que se vivía en la Argentina, mientras se juzgaba a los militares tras el triunfo electoral de Raúl Alfonsín y se hablaba ya del arbitraje por el conflicto con Chile por el canal de Beagle, el escritor argentino se seguía caracterizando por sus polémicas declaraciones y los periodistas podían llegar a vivir momentos difíciles si el autor de "El Aleph" no tenía un buen día a la hora de responder. 

Aquella mañana Borges tuvo "compasión" por el joven periodista y aceptó que aquellos diez minutos pactados para la charla se multiplicaran por cuatro para ir de un tema a otro sin ningún tipo de reparos. Pidió un té en medio de la charla, se rió con ganas en más de una oportunidad y regaló un reportaje que muchos años después, revive tras haber sido encontrado el casete -que soportó estoicamente mudanzas y "limpieza de papeles" a las que se acostumbra a recomendar a los periodistas- en el interior de un viejo bolso, entre recortes de diarios y agendas gastadas.

Al cumplirse hoy un nuevo aniversario del nacimiento del genial escritor, se reproduce el reportaje íntegro ya que en aquella oportunidad -edición de LA CAPITAL del 8 de setiembre de 1984, página 11- sólo se editó un pequeño tramo.

"Cuando era joven yo trataba de ser desdichado. Quería ser el príncipe Hamlet, o Byron o algún personaje de novela rusa del siglo XIX, y en cambio ahora no. Ahora sé que no es necesario buscar la desdicha ya que la desdicha lo encuentra a uno".


_ En primer lugar sería bueno conocer su opinión sobre la situación que está viviendo el país.

_ Creo que estamos convaleciendo de una larga enfermedad, luego de tantos años. Pero quizás logremos la salud. Tenemos que tener esperanzas y no ser impacientes. Es casi una resurrección lo que se necesita y sobre todo desde el punto de vista ético. Éticamente... Hay que enseñar esa ciencia olvidada en este país. Pero creo que cada uno de nosotros le debe algo a la Patria. Ustedes los jóvenes pueden hacer algo. Yo sólo puedo profesar ese acto de fe. No puedo hacer ninguna otra cosa ya que políticamente no cuento, no estoy afiliado a ningún partido, no conozco a los políticos...

_ ¿Este resurgir democrático puede producir algún tiempo de cambio en la literatura argentina?

_ No, no creo que tenga nada que ver una cosa con la otra. La literatura siempre es libre.


"Peronistas torpes y chambones"

"Cada texto mío, por casual que parezca, presupone muchos borradores, ahora borradores mentales ya que he perdido la vista".
  

_ Usted dijo recientemente que tenía la convicción de que el peronismo era un mal perdedor y que si era necesario se iba a aliar con los militares para dar un golpe...

_ Espero haberme equivocado, pero siempre existe ese temor. Sin embargo, los militares han logrado desacreditarse de un modo tan universal y los peronistas felizmente están tan peleados entre ellos... Han hecho una campaña tan torpe y esperemos que sigan siendo torpes. Torpes y chambones.

_ ¿Por qué torpes?

_ Porque hubieran podido ganar las elecciones. Mucha gente estaba lista para votar por ellos, pero cuando volvieron a aturdir a todos con "Perón, Perón, que grande sos / mi general, cuanto valés" se dieron cuenta de que eran unos imbéciles. No pudieron ganar las elecciones por eso, porque aturdieron a la gente con boberías. Y además todo el mundo sabía que eligieron mal a los candidatos, a ese malevaje que todos conocemos.

_ ¿Qué piensa usted de de las Madres de Plaza de Mayo?

_ Creo que algunas son sinceras. No sé si todas los son, pero yo he recibido en mi casa a personas que han llorado sinceramente. Ahora, desde luego, habrá muchas que obedecen a fines políticos. Pero no importa. Con que haya una sola madre sincera, una sola persona que haya perdido a un hijo que no era un terrorista, está bien. Las apruebo desde luego.

_ ¿Y con respecto a la justicia militar que quieren imponer por estas horas?

_ Esa justicia es un simulacro. Si yo fuera militar pediría ser juzgado por civiles, ya que no sé si su honor queda limpio. Los militares no han exigido hasta ahora jueces civiles y deberían haberlo hecho. No hay ninguna razón para que una persona tenga jueces especiales. Un dentista no tiene por qué ser juzgado por otros dentistas, un escritor por otros escritores, un buzo por otros buzos, un militar por otros militares... Es evidentemente absurdo.


"A mí no me gusta lo que escribo"

"Estamos continuamente recordando un pasado brevísimo y un pasado doloroso con las dos dictaduras, la de Rosas y la otra de cuyo nombre no quiero acordarme".


_ ¿Cuál cree que es el camino, la solución como para que Argentina definitivamente salga adelante?

_ Soy el único argentino que no tiene una solución prevista. Es una situación muy difícil. Y creo que sólo podemos ayudar mediante un acto de fe. Pero creo también que si somos hombres éticos o si tratamos de ser éticos terminaremos ayudando a salvar a la Patria y por ende al mundo. Pero no tengo ninguna solución. Si me ofrecieran la suma del poder público como a mi pariente Rosas, yo renunciaría inmediatamente. No entiendo de política. Entiendo, quizás, algo de literatura, no estoy muy seguro tampoco...

_ ¿Así que usted no entiende de literatura...?

_ No. no estoy muy seguro. A mi personalmente no me gusta lo que escribo. Yo me he resignado a lo que yo escribo. Pero eso no quiere decir que yo lo apruebe. Cuando era joven quería ser Lugones, como toda la gente de mi generación, y ahora he renunciado a esa misión y me he resignado a ser Borges, algo menor desde luego, pero soy yo.

_ Otro tema del cual mucho se ha hablado es de la censura en las manifestaciones artísticas. ¿Puede decirse que toda censura es repudiable?

_ Bueno, hay un caso en el cual fue útil. Cuando prohibieron un filme absurdo que se llama "La intrusa". Pero fuera de ese caso particular que me benefició a mi y a Christiansen, me parece absurda. Además, cada uno debe juzgar lo que quiere ver o lo que no quiere ver. Ahora, en este caso particular de "La intrusa", introdujeron elementos del todo ajenos a mí. Por ejemplo la homosexualidad y el incesto. Además, ese filme está lleno de gente nada friolenta, continuamente están desnudos y no se sabe por qué.

_ ¿Cuáles fueron las personas que forjaron el Borges de hoy? ¿De dónde toma ese ímpetu, esa fuerza para escribir?

_ Yo no sé si tengo fuerza para escribir. Yo corrijo mucho. Cada texto mío, por casual que parezca, presupone muchos borradores, ahora borradores mentales ya que he perdido la vista. Pero estoy continuamente planeando y revisando y limando borradores mentales.

_ Usted escribió alguna vez que toda obra intelectual es finalmente inútil...

_ Sí, pero no me queda otro destino que mi destino de escritor. Aunque no me gusta lo que escribo. ¿Pero qué otra cosa puedo hacer sino seguir escribiendo? Trato desde luego de olvidar el pasado, de mirar hacia el porvenir, de pensar en mis próximos libros... Por lo pronto me he comprometido a escribir cien prólogos, tarea que me obliga a seguir viviendo algunos años más. Aunque he abusado ya de la longevidad. Hace pocos días cumplí 85 años y me avergoncé, desde luego. Mi madre cumplió 99 años y cuando cumplió 95 me dijo" caramba, se me fue la mano" ¡Estaba tan avergonzada! Sin embargo murió a los 99 años con el temor de llegar a los 100, pero felizmente para ella no llegó, porque murió unos meses antes.

_ ¿Por qué está usted avergonzado?

_ Porque me parece que es abusar del tiempo.


"¿Qué me costaba simular la felicidad?"

"Cuando mi madre murió sentí mucho remordimiento. Remordimiento por no haber sido feliz. No por mí. Uno debe ser feliz, no por uno mismo sino por las personas que lo quieren. ¿Qué me costaba simular la felicidad? No, más bien yo la abrumaba con quejas y malhumores..."


_ En la poesía "Remordimiento" usted dice: "he cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz"...

_ Bueno, pero ese poema yo lo escribí a la semana de la muerte de mi madre. Yo pensé que me hubiera sido más fácil ser más bueno con ella. De modo que convendría que pensáramos en interlocutores mortales y que conviene ser buenos con ellos. Pero siempre nos olvidamos de eso. Cuando mi madre murió sentí mucho remordimiento. Remordimiento de no haber sido feliz. No por mí. Uno debe ser feliz no por uno mismo sino por las personas que lo quieren. ¿Qué me costaba simular la felicidad? No, más bien yo la abrumaba con quejas y malhumores...

_ Y en cuanto a la felicidad ¿qué balance puede hacer de su vida?

_ Increíblemente me siento más feliz ahora que cuando era joven. Cuando era joven yo trataba de ser desdichado. Quería ser el príncipe Hamlet o Byron o algún personaje de novela rusa del siglo XIX y en cambio ahora no. Ahora sé que no es necesario buscar la desdicha ya que la desdicha lo encuentra a uno. Pero uno puede lograr la serenidad que es quizás más importante que la felicidad. He cumplido 85 años, soy ciego, pero me siento fácilmente sereno. Cuando era joven no, me sentía muy inquieto. Pero es natural porque un joven no sabe quién es, no conoce sus límites, cree que puede elegir su destino y ahora el destino ya me ha elegido. Mi destino es ser un hombre de letras. Un hombre de letras mediocre, pero un hombre de letras ¿y por qué no aceptar ese destino que no es menos rico que otros? Yo sigo proyectando y escribiendo y eventualmente publicando.

Entre el Martín Fierro y Facundo

"Creo que si hubiéramos elegido el Facundo como nuestro libro y no el Martín Fierro, quizás nuestra historia hubiese sido otra. Otra y sin dudas mejor".


_ Abusando de su amabilidad y a propósito de las críticas que ha usted realizado al Martín Fierro en varios artículos me gustaría saber...

_ No, yo no he criticado al Martín Fierro, he criticado el hecho que se lo lea como una epopeya, que se crea que el Martín Fierro es un ejemplo. Hernández quiso mostrar cómo la leva, el Ejército, convertían a los paisanos y en el caso de Martín Fierro en desertores que se pasan al enemigo, en asesinos, en borrachos... Lugones en el año 1915 dijo que el Martín Fierro era una epopeya, que el personaje era ejemplar y quizás muchos males de nuestra historia procedan de esa curiosa interpretación de Lugones. Creo que si hubiéramos elegido el Facundo como nuestro libro, quizás nuestra historia hubiese dio otra. Otra y sin dudas mejor.

_ ¿Por qué le gustan tanto las novelas policiales?

_ Me parece que la idea de un enigma que se resuelve intelectualmente es una idea interesante. Además, creo que un género que fue inventado por Poe y que fue cultivado por Dickens, por Chesterton y por tantos otros no tiene por qué ser censurado.

_ ¿Y dónde nace ese amor por el mundo violento de este tipo de obras?

_ Y--- quizás por el hecho de que mi vida sea todo lo contrario. Sin embargo no sé: he sido contemporáneo de dos guerras atroces y actualmente la violencia se multiplica. Antes había un asesinato por año o cada dos años. Ahora todos los días hay crímenes atroces, de modo que la violencia está creciendo. Desde luego me desagrada.

_ ¿Se puede contar en qué está trabajando en estos momentos?

_ Muchos trabajos. En primer término un libro Atlas que publicará Editorial Sudamericana. Ese libro será de collage, de fotografías tomadas por María Kodama y textos míos escritos en diversas partes del mundo. Habrá textos del Japón, de Egipto, de Inglaterra, de Colombia, de Texas, de Francia, de Sevilla... Y ese libro será un Atlas deliberadamente heterogéneo. Y además de esoi, tengo en preparación un libro de cuentos fantásticos titulado "La memoria de Shakespeare" y el tema me fue dado por un sueño, que soñé hace muchos años en Michigan, Estados Unidos. Un sueño muy intrincado del cual saqué, pude salvar una frase. La frase era" te vendo la memoria de Shakespeare" y luego resolví que aquello de vender no estaba bien ya que no soy comerciante, así que puse "te otorgo" no porque era demasiado pomposo, "te daré la memoria de Shakespeare" y es la historia de un profesor alemán devoto de Shakespeare, como tantos alemanes y a quien mediante una operación mágica le dan la memoria personal de Shakespeare, la memoria que él tuvo pocos días antes de su muerte en el año 1616. Y ese fue el punto de partida del cuento.

_ ¿Ya lo terminó?

_ Ya está escrito. No voy a contárselo porque espero que usted compre un ejemplar del libro. Además sería muy aburrido contar el cuento. Quizás lo defraude. Bueno y luego hay un libro de poemas también. Creo que serán publicados por Escalenas Editorial, en Madrid.


"De algún modo, todos somos europeos"


_ Sus libros tienen un éxito espectacular en Europa. ¿Por qué cree que se produce este fenómeno?
_ Es lo que yo no sé. Estoy asombrado, atónito. Y sin embargo esos libros han sido traducidos a muchos idiomas. Por ejemplo, fui invitado por la Japan Foundation a Japón. Cuando llegué me revelaron que seis libros míos habían sido traducidos al japonés, incluso uno que escribí con Alicia Jurado sobre el budismo, tema que ellos conocen mucho mejor que nosotros. El emperador tiene que ser budista y sintoísta y además si quiere puede ser anglicano, luterano, mormón, en fin, católico o lo que quiera.

_ Debe haber sido especial ese recibimiento en Japón...

_ Desde luego. ¡Tengo un recuerdo tan grato del Japón! Y eso que me he educado en Suiza. Por primera vez en mi vida estuve en un país del todo civilizado. Usted puede dormir con la puerta abierta porque ladrones no hay. Discusiones tampoco. Se entiende que el interlocutor tiene razón, siempre. Al mismo tiempo, eso los hace un poco secretos y uno sabe qué piensan o qué sienten realmente. Esa corrección viene a ser como una máscara.

_ Algunos lo acusan de extranjerizante. ¿Cuál es su reflexión al respecto?

_ ¿Pero qué otra cosa podemos ser sino extranjerizantes en América? Y al decir América pienso en Norteamérica y en Sudamérica también. Una prueba de ello es que estamos conversando en castellano que es un ilustre dialecto del latín y ciertamente no fue inventado por los pampas o los quichuas. Y en EE.UU. el idioma es el inglés y tampoco son ingleses los americanos. Creo que de algún modo todos somos europeos, pero europeos en el destierro. Pero ese destierro puede ser feliz ya que a un europeo le es difícil sentirse europeo porque le han enseñado que debe sentirse alemán o inglés o noruego o irlandés o lo que sea. En cambio nosotros podemos recibir sin ningún perjuicio toda la cultura occidental y lo que podamos de la cultura oriental también.

_ ¿Usted cree que se podrá llegar a lograr alguna vez la integración latinoamericana?

_ Y no solamente la integración latinoamericana sino del planeta entero. Usted es cosmopolita, es ciudadano del mundo. Sintámonos como querían los estoicos ingleses. Sintámonos ciudadanos del mundo. Yo me siento ciudadano del mundo.


"Estoy listo para recibir la muerte"

"A veces me siento un poco desdichado y pienso ¿pero por qué me siento desdichado? No puede estar muy lejos la máxima aventura de la vida: la muerte".

: ¿Le teme a la muerte?

_ No. A veces me siento un poco desdichado y pienso "¿Pero por qué me siento desdichado"? No puede estar muy lejos la máxima aventura de la vida: la muerte. Y eso espero, que la muerte me borre totalmente, pero si me equivoco y no me borra, bueno, emprenderé otra vida que no tiene porque ser menos interesante que ésta, menos grata que ésta. Yo estoy listo para recibir la muerte, la anulación de la muerte, pero también una plenitud de la muerte, una continuación de esa aventura que en suma, es una aventura feliz.

_ ¿Cómo es un día en su vida?

_ Por la mañana suele venir gente a verme. Luego suelo almorzar en casa y a la tarde trabajo, generalmente con María Kodama. Me acuesto temprano. Espero estar a las diez y media durmiendo y como no puedo leer, por razones obvias, y no puedo escribir tampoco ya que se me enciman las letras, por lo que no puedo leer lo que escribo, estoy todo el día planeando cuentos, sonetos, poemas en verso libre, ensayos, lo que fuere. De modo que pueblo mi soledad con proyectos literarios. A mi edad, la muerte puede esperarme en cada esquina. Pero me he comprometido a escribir increíblemente cien prólogos, por lo que tengo que seguir viviendo algún tiempo para cumplir con ese compromiso. Por ejemplo, hoy tengo que vivir hasta esta noche en que voy a hablar ante ustedes, de modo que este día de vida me está asegurado.

_ Pero qué mejor que tener esos compromisos...

_ ¿Qué otra cosa? Pensar en el pasado es enfermizo y entonces prefiero pensar en el porvenir, aunque en mi caso el porvenir, bah, en el caso de todos, el porvenir es dudoso. Es mejor vivir hacia adelante. Uno de los defectos de este país es que tenemos una de las más breves historias del mundo. Nuestra historia cuenta apenas dos siglos y sin embargo cada día es un aniversario, uno no puede caminar porque hay tantas estatuas (risas). Está lleno de estatuas ecuestres, cada día es un aniversario y estamos continuamente recordando un pasado brevísimo y un pasado doloroso con las dos dictaduras, la de Rosas y la otra de cuyo nombre no quiero acordarme, y lo que ocurrió después y quizás lo que esté ocurriendo ahora todavía. Pero en fin, tenemos que tratar de convalecer de nuestro pasado.

_ Es un pasado oscuro ¿no?

_ Creo que si. Recuerdo una frase que dice que "la historia es una serie de crónicas policiales". Y es verdad.

_ Cuando entré a esta casa para la entrevista alguien me sugirió que no le preguntara nada sobre la juventud ¡Por qué?

_ Porque es demasiado abstracto. Soy incapaz del pensamiento abstracto. Me ha gustado mucho leer libros de filosofía pero no sé si he pensado algo por cuenta propia. Creo que no. He imaginado, he soñado, pero pensar, razonar, es algo muy difícil para mí.

_ Muchas gracias por su tiempo y su amabilidad.

_ Muchas gracias a usted.

 Fuente : Marcelo Pasetti.blogspot


jueves, 20 de agosto de 2015

Documento : Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo 1979 en Canal 11






Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo en un reportaje en Canal 11 en 1979, recordado por el programa siglo 20.

Fuente : You Tube

martes, 18 de agosto de 2015

Documento : Edmundo Ribero canta la "Milonga de don Nicanor Paredes" en presencia de Borges




Fuente : You Tube



PALPITANTE TRAVESÍA POR LA INTERIORIDAD DE JORGE LUIS BORGES



por Tomás Barna

Hoy, al encontrarme -una vez más- con la voz de Jorge Luis Borges fluyendo de la cinta donde grabara aquel diálogo que sostuviéramos en su departamento de la calle Maipú en una tarde gris del invierno porteño de 1980, me estremezco con creciente emoción. Y queda confirmado el sentido de la eternidad, en lo que concierne al ser humano, gracias a lo perenne de la imagen cuando se estampa en una fotografía o adquiere movimiento merced al cine, o bien… mediante la palabra escrita o -en este caso- la voz grabada.

Así es como -conmovido “hasta el hueso” (como diría Julián Centeya)- comienzo, ya mismo, a transcribir aquella conversación sostenida con ese maestro impar de la literatura y del pensamiento: JORGE LUIS BORGES.

Tomás Barna: Borges, si lo que rige la creación y la destrucción es un movi­miento perpetuo, si todo es una constante modificación, ¿es posible que exista la Nada?

Jorge Luis Borges: La palabra Nada parece contradecirse. Si existe…ya es algo, ¿no? La palabra Nada parece aplicarse a algo imposible. (Yo no había pensado en eso). En francés sería “Le Néant”. La palabra Nada ha sido creada como un reverso de la palabra Todo. Pero no sé si puede corresponder a algo. Si correspondiera a algo, dejaría de ser la Nada. Creo que es un reverso creado por la lógica. Y además cuando uno piensa en la Nada…uno piensa en el espacio astronómico o en un espacio vacío. Y eso ya es Algo. El espacio infinito es Algo bastante concreto.

Tomás Barna: ¿Qué significan Dios y el Diablo para usted, Borges? ¿Dónde los sitúa: en lo fantástico, en lo sobrenatural, en el sueño, o en esa realidad que palpamos de una manera absolutamente concreta?

Jorge Luis Borges: Yo no puedo creer en un Dios personal, ni como Elliot que dice que cree en un Demonio personal. De lo que estoy seguro es ser un hombre ético, o por lo menos tratar de serlo. Creo en el Bien y en el Mal. Pero no creo que haya en este momento alguien que se diga Dios o alguien que sea el Diablo. Pero sé que todos los días tengo que tomar decisiones, y sé que he obrado bien o he obrado mal. Recuerdo una frase muy linda de no sé qué comedia de Bernard Shaw en la que un personaje dice: “He dejado atrás el soborno del cielo”. Cielo vendría a ser un soborno. El infierno, una amenaza. Ese personaje quiere decir que ha obrado bien, y que no lo ha hecho urgido por la esperanza de un premio o por temor a un castigo. Ha dejado atrás ese soborno que es el cielo.¡Es una frase muy linda! Lo que quiero decir es que el Infierno no se refiere a ideas éticas sino a ideas inmorales.

Tomás Barna: Además de la eternidad, el tiempo, el destino, el héroe, el juego, el cuchillo, los espejos, el sueño, y dejo el laberinto…

Jorge Luis Borges: ¿Pero eso son muchas cosas, no?

Tomás Barna: Es que todo eso es su mundo y nuestro mundo.

Jorge Luis Borges: Claro, sí, pero yo trato de simplificarlo. Estoy escribiendo un libro de poemas, y me he prohibido el uso de las palabras laberinto, cuchillo, espejo, porque sé que el lector ya las está prohibiendo y temiendo. (Sonríe irónicamente.)

Tomás Barna: ¿Y la palabra”tigre”?

Jorge Luis Borges: Bueno, eso me ha costado algo más. No es fácil desprenderme de la palabra”tigre”. Aunque también tengo que prohibírmelo. Todo eso no es más que una mala costumbre. (Ríe, ahora, abiertamente.)  Teóricamente no me costaría nada decir “leopardo” o “jaguar” en lugar de “tigre”. Y, sin embrago, no; yo necesito un “tigre”.

Tomás Barna: Hay algo en usted que exige un “tigre”.

Jorge Luis Borges:  Sí, sí. Quizás sea que más que las manchas del leopardo me gus­tan las rayas del “tigre”. ¡Además… que los tigres son lindísimos! Ya que hablamos de tigres creo recordar a dos tigres de la lite­ratura, famosos: uno, el de William Blake: “Tigre, tigre, ardiendo y resplandeciendo en las selvas de la noche”. Comparar el tigre con una hoguera. ¡Qué lindo,¿no?! También en el Tasso hay una her­mosa idea: algo así como que “mellaba el tigre”. Y una frase de Chesterton muy linda sobre el tigre, que dice: “El tigre es un símbolo de terrible elegancia”, ¡Qué bien está! Porque el tigre es elegante y al mismo tiempo es terrible.

Tomás Barna: Y lo importante es también el símbolo.

Jorge Luis Borges: ¡Claro que sí: el símbolo! Chesterton -comentando un libro de Blake- acuña esa imagen: el tigre, como un símbolo de una terrible elegancia; como una especie de dandy.                                                                      

Tomás Barna: ¿El hombre, Borges, no tendrá un destino poético si consideramos que la poesía es el principio activo de la evolución creadora? Es decir: ¿el hombre no estará en la Tierra para cantar -mediante su acción- la dialéctica de las alegrías y las desdichas?

Jorge Luis Borges: Creo que encontramos una idea parecida en “La Odisea”. Yo no sé griego. Pero hay dos versiones hermosas: una, la de Lawrence de Arabia, y otra versión francesa de Leconte de L’Isle. En algún lugar de “La Odisea” -y Homero la escribió después de “La Ilíada”- se dice que “los Dioses tejen desdichas para que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. Y hay una frase de Mallarmé: “Tout aboutit à un livre” (“Todo acaba en un libro”). Claro que es más bella la idea de Homero: “generaciones que canten”, y no la idea de un libro, que al fin de cuentas no es más que un objeto, una cosa. Aunque la idea es la misma: que las cosas existen en función de la literatura. O que un artista -en todo caso- o un escritor…debe pensar en eso. O tratar de pensar en eso. Yo he llegado a pensar que todo lo que me sucede es una especie de ar­cilla que debo modelar. O que todo lo que le dan a uno es como un instrumento. Incluso -y sobre todo- la desventura personal que es la arcilla, la materia más rica. O sea que la felicidad es un fin en sí mismo.

Tomás Barna: Borges: yo he descubierto, a través de lo que he leído de su obra, que usted es un ser sumamente vital.

Jorge Luis Borges: ¡Claro que sí!

Tomás Barna: Y por eso lo emparento con Walt Whitman. Me refiero, por supuesto exclusivamente a la vitalidad, dado que la expresión literaria es muy distinta.

Jorge Luis Borges: Es cierto. Fíjese que mi memoria está llena de versos de Walt Whitman, y yo recuerdo muy pocos versos míos; además, Whitman es un gran poeta, y yo soy -digamos- un aprendiz.                                                 

Tomás Barna: No. Eso es modestia. Usted es un gran escritor.

Jorge Luis Borges: No, no. No es para tanto. De todos modos me siento muy halagado por su captación de lo vital que me habita.

Tomás Barna: Yo, por lo menos, lo siento así.

Jorge Luis Borges: Me halaga de verdad eso que me dice. Y supongo que algo de vital habrá en mí ya que he cometido la imprudencia de llegar a los 80 años. Eso significa que habrá algo que me mantiene. Y el hecho, además, de que yo haya aceptado la ceguera como parte de mi destino, que no me haya quejado nunca, que haya pensado que -bueno- ser ciego es un modo distinto de ser; y yo debo ver eso como un hecho. Y hasta tengo un libro titulado (claro que no del todo sincera­mente) “Elogio de la Sombra”, que se refiere, precisamente, a la ceguera.

Tomás Barna: Para mí… ha existido un gran soñador que supo transfigurar sus sueños en palabras dotadas de una inefable poesía. Y a la vez ha sido una suerte de alquimista de la metafísica. Me refiero a Gaston Bachelard; lo considero, también, un poco hermano espiritual de Jorge Luis Borges.

Jorge Luis Borges: ¿Sabe que no lo conozco? Usted, Barna, acaba de revelármelo. ¿De qué época es?

Tomás Barna: Digamos que es relativamente contemporáneo. Falleció hace unos veinte años.                                                                               

Jorge Luis Borges: Todos somos relativamente contemporáneos. Estamos pasando en el tiempo. Pero dese cuenta: yo perdí la vista como lector en el año 1955, y recordé una frase de Schopenhauer -que para mí sería el filósofo por excelencia-. Schopenhauer dice: “No debemos leer ningún libro que no haya cumplido cien años, porque no sabemos si es bueno o malo. En cambio si un libro ha sobrevivido cien años, quiere decir que por lo menos habrá algo en ese libro”. Entonces aventurarse a leer a los contemporáneos es exponerse a leer trivia­lidades. De modo que yo he preferido releer o hacerme leer a los autores que ya conocía.

Tomás Barna: ¿En cuanto a la literatura francesa, cuáles son los escritores, para usted, de mayor riqueza creadora?

Jorge Luis Borges: Una prueba de la riqueza de la literatura francesa es que otras literaturas tienden a cifrarse erróneamente en un autor. Por ejemplo si usted dice Inglaterra, piensa de inmediato en Shakespeare. Si usted dice Italia, piensa inmediatamente en Dante. Esto es injusto puesto que hay muchos otros escritores de valía ingleses o italia­nos. Pero si usted dice Francia… ahí no hay un nombre. Ahí se siente que hay varias tradiciones francesas y que no podemos pronunciar un solo nombre, o si pronunciamos varios nombres resultan en cierto modo incompatibles. Por ejemplo, voy a dejarme llevar por lo que primero se me ocurre: yo pensaría inmediatamente en Montaigne o en Voltaire, en Victor Hugo, en Verlaine.

Tomás Barna: ¿Qué me puede decir -Borges- sobre la imagen del escritor y su obra?

Jorge Luis Borges: Tomemos, como ejemplo, a Baudelaire, con quien se da lo mismo que con Byron: con ambos ha quedado una imagen superior a su obra. Y con Poe también. Cuando pensamos en ellos -que se parecen bastante- pensamos en tres individuos más que en sus páginas. Si yo tuviera que hacer una antología me resultaría difícil elegir un cuento de Poe que me agrade del todo, salvo que sea el relato “Gordon Pym”. Pero, en cambio, me doy cuenta de que la suma de lo que él escribió corresponde a un hombre de genio, aunque ese genio esté desparrama­do por toda su obra. Y yo creo que la mejor prosa castellana -de este o del otro lado del Atlántico, de este o de otro siglo- ha sido escrita por Alfonso Reyes, pero al mismo tiempo Alfonso Reyes está disperso en toda su obra, y quizá para la fama del escritor convenga poder pensar inmediatamente en un libro. Por ejemplo… si digo Shakespeare pienso -sin duda- en Macbeth o en Hamlet, pero si digo Alfonso Reyes… está desparramado. 

Tomás Barna: ¿Qué importancia le da, en las letras argentinas, a esos dos grupos literarios que fueron el de Florida y el de Boedo?                                                                           

Jorge Luis Borges: Sí, yo recuerdo muy bien. Eso fue una broma. Fue tramado por Roberto Mariani y por Ernesto Palacio, que dijeron: “En París hay cenáculos, hay polémicas; eso hace que la vida literaria se haga más interesante. Aquí necesitamos eso”. Entonces me avisaron a mí, y dije: “Bueno, yo no conozco la calle Boedo. Pero yo preferiría estar en el Grupo de Boedo porque la calle Florida no tiene nada de particular”. Ellos -que ya habían creado ambos Grupos querían contar conmigo. Y don Ernesto me dijo: “Ya te hemos puesto en Flo­rida, y como es una broma…no importa. Y, luego, eso ha sido toma­do en serio por las universidades. Pero nosotros no lo tomamos en serio. Recuerdo que Nicolás Olivari era de Boedo y Florida. Ricardo Güiraldes era de Florida porque le habían dicho que tenía que ser de Florida. Roberto Arlt era de Boedo y era secretario de Güiraldes que -como dije- pertenecía a Florida. Y ya ve: a mí me pusieron en el Grupo de Florida sin que lo quisiera. Si yo estaba escribiendo poemas sobre las orillas de Buenos Aires. Jamás se me hubiera ocu­rrido escribir sobre el centro, aunque he nacido en el centro. Quizá por eso me interesan las orillas, porque las veo como un poco extrañas.                                                                  

Tomás Barna: ¿Qué es más enriquecedor para el espíritu: la escritura o la lectura?

Jorge Luis Borges: La escritura enriquece, pero desde luego enriquece menos que la lectura, aunque en general corren parejas las dos. Yo no sé si soy un buen escritor, pero creo ser un buen lector y de muchas litera­turas. Tuve la suerte de que en casa se hablara indistintamente en castellano y en inglés. Mi abuela materna -que se casó con el coronel Borges- era inglesa.La cultura, en aquel tiempo, era francesa. Ahora hemos pasado del francés al inglés. Pero es un error, porque el francés se estudiaba en función de la literatura francesa, y el inglés no se estudia en función -por ejemplo- de Marlowe o de Shakespeare o de Shaw. No. Se estudia con fines comerciales. En cambio el francés se estudiaba para gozar del idioma y de la lite­ratura francesa. La gente hablaría muy mal francés, con un pésimo acento como el mío, pero todo el mundo podía gozar de la literatura francesa. En cambio ahora la gente estudia inglés y no lo hace para gozar de la casi infinita literatura inglesa sino por cuestión de negocios, sobre todo con gente de Nueva York. 

Tomás Barna: Algunos de sus últimos cuentos -Borges- tienden hacia una lite­ratura de tipo oral, conversacional; parecen -me atrevería a decir- un poco menos “escritos”.

Jorge Luis Borges: Le agradezco mucho esto que me dice. Sí. Mi generación sufrió el influjo de Lugones. Y Lugones -a quien se llamó el poeta del diccio­nario- tendía a usar todas las palabras. Y creo que es un error. Creo que uno debe escribir sólo con aquellas palabras que tienen un impulso vital. Palabras que correspondan a nuestra experiencia. En cambio…Lugones tenía esa idea española de que un escritor debe tener un vocabulario rico. Y todos lo imitábamos. Ahora yo trato de eliminar toda palabra que pueda hacer que el lector consulte el diccionario, salvo en el caso de palabras que son inevitables; por ejemplo si yo digo “silogismo” o “metáfora” o “hipérbaton”, esas palabras pueden parecer pedantescas pero no hay otro modo de expresar los conceptos que mediante esos vocablos. Pero yo trato de escribir de un modo sencillo. Y además trataría de que en mis cuentos, ahora, se notaran menos las líneas que las páginas, y menos las páginas que el conjunto. Intento escribir de un modo que no moleste al lector. De un modo lo menos vanidoso posible.

Tomás Barna: ¿Ser argentino es un acto de fe?

Jorge Luis Borges: Sí. Creo que yo he dicho eso alguna vez. ¿Y qué otra cosa puede ser? Ser argentino, ser chileno, ser holandés… ¿qué otra cosa puede ser? Yo no creo que corresponda a los colores de un mapa. Ni étnicamente, sobre todo, no tiene ningun sentido. En ningún país ser de un país tiene un sentido étnico. ¿Qué sangre tiene usted?

Tomás Barna: Mi origen es húngaro.

Jorge Luis Borges: ¡Caramba, quien lo hubiera dicho!

Tomás Barna: ¡Pero qué importancia tiene eso, si me siento profundamente argentino y -a la vez- un fragmento pensante de nuestro planeta!

Jorge Luis Borges: Me gusta eso porque quiere decir, Barna, que usted se siente habitado por un sentimiento de universalidad. Dígame, ¿cómo se dice: Árpad o Arpad?

Tomás Barna: Árpad.

Jorge Luis Borges: Bueno, entonces usted es un hijo de Árpad. Es decir que es lejanamente asiático, y -sin embargo- usted es tan argentino como yo. Y yo tengo una mayoría de sangre española, una cuarta parte de sangre inglesa, una parte de mis bisabuelos son de sangre portu­guesa, una lejana parte de sangre francesa (normanda), y creo que algo de sangre belga, y -sin duda- sangre judía… ya que mi apellido materno (Acevedo) es judío portugués; y, por supuesto, sangre árabe como casi todos los españoles. De modo que no creo que poda­mos definir lo argentino por la sangre. Sin embargo sabemos que somos inexplicablemente, irreparablemente argentinos, más allá de las vicisitudes políticas o por los gobiernos… que no son muy importantes.

Tomás Barna: Ahora, en vez de hacerle una pregunta, Borges, hábleme de algo que usted tenga ganas de expresarme en este momento. Dejemos que el azar le sugiera un tema.

Jorge Luis Borges: Bueno… veamos, por ejemplo, la etimología de la palabra “Náusea”.

Tomás Barna: ¿Náusea? ¡Qué interesante conocer el origen de ese vocablo!

Jorge Luis Borges.- “La “nausée” (en francés). Y en latín es la palabra “nauis” o “navis”. Náusea es lo que uno siente, a veces, cuando está a bordo de una nave. De modo que la palabra “navis” -latina- dio “naval”, “náutico” y “náusea”. Así que la raíz está en “navis” latina.

Tomás Barna: Creo que ni a Sartre, que se ocupó a fondo de la náusea, se le ocurrió esto.

Jorge Luis Borges: Así parece. Además, se pronunciaba “nauis”, que suena casi igual que náusea. Como en español… “mareo” viene de mar. Ya ve, es una linda etimología. Tan evidente que a nadie se le ocurre. Y yo creo que Sartre habrá usado la palabra “nausée” para levantarla, ya que no deja de ser un poco infame. Aunque si un escritor de la talla de Sartre elige un vocablo como título, es natural que le interese la etimología. Pero, en fin, eso no importa.

Tomás Barna: Claro, él se ocupó, pienso, mucho más de la sensación que pro­vocaba un estado de ánimo poblado de angustia.

Jorge Luis Borges: Sí, con toda seguridad. Por otra parte, nadie piensa que Centro Naval -por ejemplo- y náusea se parezcan, ¿no? (Y vuelve a sonreír con ironía.)

Tomás Barna: Con respecto a todo lo que tiene vida ¿el progreso y la civili­zación han obrado positiva o negativamente? ¿No se contradicen? El progreso, muchas veces, atenta contra la naturaleza, y como el hombre es naturaleza… ¿por lo tanto no atenta contra el hombre, contra la vida y hasta contra la armonía universal?

Jorge Luis Borges: Sin duda alguna. Y esto me lleva a recordar una frase muy linda de un tocayo suyo en nombre y apellido: Sir Thomas Brown (porque Browm es Braun en alemán y Barna en húngaro; es decir…marrón o moreno, lo que equivale al apellido Moreno en español). Sir Thomas Brown dijo, en el siglo XVII: “Todo es artificial, pero la natura­leza es el arte de Dios”. Si uno cree en Dios, un árbol es tan ar­tificial como un instrumento de música. Y si uno cree en un Dios personal, todo es artificial; salvo que lo natural es mucho más complejo. Un hombre es más complejo que un muñeco.

Tomás Barna: ¿Qué piensa, Borges, de la íntima correlación entre el amor, la vida y la muerte?

Jorge Luis Borges: Yo no sé si soy capaz de pensamientos tan abstractos como ésos. Yo tiendo a pensar por medio de fábulas o de metáforas. Usted usa palabras tan abstractas como amor, vida y muerte, que no puedo contestarle.

Tomás Barna: Pero su respuesta puede ser una hermosa metáfora.

Jorge Luis Borges: Sí, quizá. Pero no se me ocurre en este momento. (Un corto silencio.) Desde luego… yo no creo en la inmortalidad personal. Eso me da una gran tranquilidad: pensar que voy a cesar. Porque la gente que cree en la inmortalidad póstuma está aterrada. Piensan que serán juzgados. Oyen, algunos, la voz de un ángel que les anuncia la muerte y que se los juzgará. Me parece un poco ridículo, ¿no? Yo no tengo una idea tan pueril de Dios. Es una idea jurídica de Dios que me parece absurda.

Tomás Barna: ¿Qué nos puede decir de los cuatro grandes períodos de la existencia humana: la infancia, la juventud, la madurez y la vejez?

Jorge Luis Borges: Mi deber es contestar que el más propicio, el que puede acercar­nos más a la felicidad, es la vejez, ya que evidentemente uno es viejo; pero no sé si eso es verdad. Posiblemente no. Lo más po­sible es que sea la infancia el período más feliz, cuando uno está descubriendo todo. La juventud… bueno, los jóvenes son muy vanidosos. Si son gente educada todos quieren ser Hamlet o Baudelaire o un personaje de la novela rusa. Ya la madurez puede ser mejor. Y la vejez tiene, por lo pronto, esta ventaja: uno conoce sus límites; uno sabe qué puede hacer, y sobre todo qué no puede hacer. Por ejemplo, yo sé que puedo intentar, con mayor o menor felicidad -digamos con menor felicidad- un cuento o un poema; que no debo intentar una pieza de teatro o una novela, por ejemplo. Y sé que no puedo contar con muchos amigos, sino sólo con a, b y c; posible­mente con d y e…menos. Y uno se acostumbra a todo. Bueno, la vida es una mala costumbre. Es más fácil resignarse cuando uno es viejo, aunque no siempre es fácil.

Tomás Barna: ¿Y qué es ser feliz?

Jorge Luis Borges:  Yo hablaba de eso con Silvina Ocampo, noches pasadas. “No hay personas felices” -me dijo ella-. Yo le dije: “Sí, son felices las personas que uno no conoce; en cuanto uno conoce a alguien, uno se da cuenta de que tiene sobrados motivos de desdicha”. Pero quizá al cabo de un día habrá habido instantes de cielo e instantes de infierno. Sé que ambos instantes son efímeros y quizá no sean muy importantes. Schopenhauer dijo que “los paraísos de la literatura no satisfacen”. Vamos a empezar por el más ilustre: el “paradiso” dantesco. En cambio los infiernos, sí. La razón es muy fácil. El hecho es que el paraíso es una vaga esperanza. Y contra el infierno no se puede: no hay ninguna dificultad en crear infiernos litera­rios, puesto que ya estamos allí.

Tomás Barna: Si tuviera que nacer de nuevo, Borges, ¿en qué mundo le gustaría vivir?

Jorge Luis Borges: Yo creo que he elegido bien la fecha: 1899. Siento que este mundo está declinando. Si pienso en el siglo XX me parece inferior al XIX. El XIX inferior al XVIII. En fin, tengo la impresión de que todo está declinando, pero es posible que el que esté declinando sea yo simplemente, y yo no sé acomodarme a un mundo distinto. Desde luego…nos ha tocado una época triste, salvo que el presente quizá sea siempre triste. La gente tiende a situar la felicidad en una época anterior. Por ejemplo.. .Mujica Láinez habla continuamente de “la belle époque”. A nosotros nos parece bella porque estamos lejos de esa época, pero a quienes les tocó vivir en ella no la vie­ron “belle”. Fue la época de los primeros atentados anarquistas debido a la miseria y a las desigualdades sociales. La “belle époque” es una simple ilusión. Y ahora se tiende a suponer que la felicidad está en  el porvenir. Pensamos en utopías futuras y no en paraísos perdidos.

Buenos Aires, Julio de 1980.  

Fuente : Epanadiplosis