sábado, 23 de junio de 2018

El outsider. Argentina-Islandia con María Kodama: de Borges a Jagger, de Odín al McPollo




Pablo Plotkin

En ocho décadas de vida, María Kodama no vio ningún partido de fútbol. Hasta hoy.

Estamos con la viuda y heredera universal de Jorge Luis Borges en Conquer, un petit restaurante del barrio de Palermo. El local está cerrado al público, en penumbras, pero la persiana metálica filtra los restos de una calma tensa: mañana mundialista en Buenos Aires. Tenemos delante un desayuno nórdico servido en honor al rival, con pan de semillas, huevos duros, pickles, queso, leberwurst, rolls de canela y café. Kodama lleva su peinado icónico -plateado con una veta chocolatosa- con el aire de un personaje de animé. Durmió sus cinco horas de rigor y ahora se somete amablemente a nuestro experimento: mirar juntos el debut de Argentina y conversar de cualquier otra cosa.

La conexión de Kodama con Islandia es tan profunda como la de Borges: en el origen de la relación está el estudio compartido del anglosajón y el islandés, y fue durante su primer viaje juntos a Islandia, en 1971, donde "se materializó" el amor. La distancia que mantiene Kodama respecto del fútbol, por otra parte, es tan grande como la que profesaba su difunto, aunque menos activista. La aversión de Borges era militante, y se verifica en el archivo que circuló en la última semana, en notas que también trataron su fascinación por la isla que para él era la cumbre de la cultura occidental.

Georgie asistió a un único partido de fútbol y le " bastó para siempre", un Argentina-Uruguay en cancha de River al que fue con el poeta uruguayo Enrique Amorim. Borges recordó en una entrevista que, al comenzar el encuentro, los escritores se pusieron a hablar de otra cosa, "seguramente de literatura". En un momento creyeron que el juego había terminado y se levantaron. Camino a la salida alguien les dijo que faltaba el segundo tiempo, pero ellos se fueron de todos modos. "Nunca nos enteramos del resultado", recordaría Borges. A Kodama, ver un partido le llevó el mismo tiempo que le llevó a Islandia jugar un Mundial.

En la pared se proyectan los himnos y Kodama observa la escena con curiosidad, como invocando la ironía borgeana sobre la victoria futbolística ( "Así que derrotamos a Holanda -dijo él después del 78-. Caramba, ¿anexamos Amsterdam?"). Su experiencia deportiva se limita a la infancia, cuando practicaba natación y equitación. "Debe ser porque son deportes individuales -dice-, en los que no hay que someterse a la disciplina de un equipo. En ese sentido siempre fui muy libertaria". No tiene televisor, y el único recuerdo que comparte con Borges como televidente es la transmisión de la llegada del hombre a la Luna: "Fue la única vez que me pidió que le describiera lo que pasaba en la pantalla".

Kodama es hija de un matrimonio roto. Su padre era japonés, su madre de sangre suizo-alemana, española e inglesa. "Una mezcla muy complicada", dice mientras Mascherano sale del fondo con pelota dominada. " Mi padre era shintoísta, y mi abuela materna en cambio era Dios, Patria y Hogar. Había querido ser monja, entonces para ella yo era el infierno. Fue muy difícil, porque no podía hablarlo con nadie. Y como para mi abuela yo estaba condenada al infierno, opté por tomar los principios éticos de mi padre. Él me decía: 'Mientras usted no mate, no robe, no mienta. Hay 8 millones de dioses, y uno siempre va a protegerla'".

Esa moral politeísta se relaciona con el origen de su vínculo con Borges. En los comienzos de esa amistad asimétrica, la madre de Kodama -que por entonces era una adolescente- la interpelaba: "¿Qué quiere ese hombre de vos? ¡Podría ser tu abuelo!". María le decía "no, mamá, solo estudiamos juntos". Tiempo después, Borges le preguntó a Kodama: "¿Sabe cuándo me enamoré de usted? El día que discutimos sobre la traición".

Mientras estudiaban anglosajón, Kodama le dijo a Borges que Europa había traicionado su esencia, que debería haberse quedado con la Razón y con el Panteón griego, con esos dioses que amaban, odiaban y se mezclaban con los mortales. "Eso era Occidente, y no el cristianismo, la parábola y su primer mandamiento: 'No tendrás otro Dios más que a mí'", dice Kodama mientras Messi choca contra los defensores. "Ahí se produce la unión Iglesia-Estado y tenemos las tiranías que tenemos. Y entonces Borges me dice: 'Pues usted acaba de decirme, en contadas y precisas palabras, lo que Nietzsche necesita un volumen para explicar'. Yo, con 16 años, no tenía idea quién era Nietzsche. Pero mi madre tenía razón: ese hombre podía ser mi abuelo y se había enamorado de mí, aunque yo no lo supe hasta mucho después".

Las camisetas blancas se acumulan atrás y Kodama menciona el temple "viking" (como Borges, se niega a decir "vikingo"). Recuerda sus tres viajes a Islandia con el escritor, y su proyecto para construir allí un laberinto borgeano. En una de esas visitas en pareja, un extravagante sacerdote pagano los casó según el antiguo rito de Odín, junto a un lago profundo y helado, entre huesos de animales. Por esos mismos años, en la segunda mitad de los 70, Borges y Kodama tradujeron en colaboración el Gylfaginning, el primer libro de la Edda Menor del mítico poeta Snorri Sturluson.

Dos versos en islandés de la Völsunga Saga, la lectura que a Borges le cambió la vida, se leen en su lápida en Ginebra: "Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos". Es el epígrafe de "Ulrica", el cuento de amor de Borges inspirado en Kodama, donde el autor asume la identidad de Javier Otálora. Kodama le devuelve a Borges esas palabras en el reverso de su tumba, grabadas sobre una nave vikinga que mira al este. Para Kodama era el final de una historia que había comenzado a sus diez años, cuando se topó con la primera línea de "Las ruinas circulares": "Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche...". Ese comienzo le produjo una emoción estética que le duró para siempre, aun cuando no entendiera lo que estaba leyendo. "Si de pronto apareciera una ley que me obligara a quemar todas las obras literarias del mundo excepto una, salvaría 'Las ruinas circulares'", dice Kodama con el partido ya 1 a 1.

La protección del legado de Borges es su misión irrenunciable, y ese rigor de valkiria le valió también muchos oponentes. En el contacto directo, Kodama es una mujer afable, liviana y extrañamente juvenil a sus 81 años. Los goles nos pasan en silencio, como incidentes de un trámite peculiar. Cuando falta poco para el final, me pregunta cuántos hombres juegan de cada lado, y la charla deriva a otros asuntos: la danza (le encanta bailar sola en su departamento), su gusto por el rock (recuerda el encuentro entre Borges y Mick Jagger en el Palace de Madrid) y su vida social. Sale todas las noches, no cocina nunca y se alimenta a base de McPollo. Dice que el entorno juvenil del local de Callao y Santa Fe le recuerda sus días de estudiante.

En la mirada pública prevalece la imagen de "la Yakuza literaria, la Yoko Ono argentina; es un lugar común de la progresía literaria detestarla", como escribió Pola Oloixarac en 2015. Con todo eso, Kodama logró algo muy difícil: representar no solo los derechos jurídicos y gananciales de Borges, sino también su peso simbólico. "No sé cómo hace, pero en cualquier parte del mundo ella entra y es como si entrara Borges", dice alguien cercano.

Es el ejército de una sola mujer vigilando a un tótem, y asegura que por sus antiguos detractores siempre sintió "piedad y gratitud". "Piedad porque no son capaces de amar -explica Kodama-, y gratitud porque uno nunca sabe si es capaz de matar, no lo sabe hasta que no se ve en la situación de matar o morir. Ellos me permitieron saber que dentro de mí hay un centro, un centro que no es mérito mío, sino que está hecho con el amor de mis padres, de mis amigos, de Borges, y que nada ni nadie puede mover. Nada ni nadie. Si ellos no me hubieran atacado, yo nunca lo hubiera sabido".

Fuente: La Nación  -  18 de junio de 2018


viernes, 22 de junio de 2018

Documento: Borges habla de la revolución rusa, del cine soviético y el futbol - 1981



Archivo Histórico RTA S.E.

Este registro producido en los últimos meses del año 1980 contiene una entrevista sin editar al escritor argentinos Jorge Luis Borges, realizada por Augusto Bonardo para el programa "La gente". El reportaje, sin guion establecido, comienza con un tema político de actualidad propuesto por el periodista: la situación política en Polonia. La conversación deriva inmediatamente en una crítica al cristianismo y la Iglesia, institución que impulsa, a través de la figura de Juan Pablo II, la oposición al gobierno comunista de Polonia. Borges realiza una comparación entre la revolución rusa, de la que se declara simpatizante en sus comienzos, y el cristianismo: ambos se convierten en su reverso, la revolución en una reedición del imperio zarista y el cristianismo en el papado, las cruzadas y la inquisición. Luego, el escritor, al explayarse sobre su crítica de la revolución rusa, pone al cine en el centro de su respuesta haciendo referencia al director ruso Sergei Eisenstein y sus filmes "El acorazado de Potemkin" (1925), "Octubre" (1928), "Alejandro Nevski" (1938) e "Ivan el Terrible" (1944). Posteriormente, Borges alude a los Estados Unidos, diagnostica respecto de la Argentina y Occidente (“vamos barranca abajo, eso es indudable”) y opina sobre la inmigración, los argentinos y el fútbol, citando, para este último tema, una frase de William Shakespeare de la tragedia "El Rey Lear".

Fuente: You Tuve
https://www.youtube.com/watch?v=qH73p0alkMQ

CURIOSIDAD: COLEGIO JORGE LUIS BORGES – MIRAFLORES, AREQUIPA, PERÚ




El colegio Jorge Luis Borges de Miraflores, Arequipa- Perú , desfila con motivo de las fiestas patrias 2016, encabezado por su Rector.

Fuente: You Tube

jueves, 21 de junio de 2018

Jorge Luis Borges, evocación materna, por Leonor Acevedo de Borges




Era un niño tímido, muy reservado. Adoraba a su hermana Norah y los dos juntos imaginaban un número infinito de juegos extraordinarios. Nunca se peleaban y siempre estaban juntos, aún antes de que Georgie encontrara amigos en el colegio de Suiza.

Su primer trabajo impreso fue la traducción de una novela corta de Oscar Wilde, El príncipe feliz, que hizo en Buenos Aires cuando tenía nueve años. Álvaro Melián Lafinur encontró “perfecto” ese trabajo y lo publicó en el diario El País.  El segundo texto fue una carta que escribió a uno de sus amigos, abogado en Ginebra;  éste la publicó en un diario de esa ciudad en el original francés.

Dio su primera conferencia a los 23 o 24 años; se trataba de “El idioma de los argentinos”. No la leyó, pretextando su mala vista. Rojas Silveyra tuvo que reemplazarlo, Georgie estuvo a punto de no concurrir por miedo, pero a último momento aceptó encantado para darme el gusto, como me lo dijo luego.

Muy temprano supe que iba a ser escritor. A los seis años había compuesto un cuentito en castellano antiguo, titulado El río fatal; tendría cuatro o cinco páginas. Cuando era muy niño tenía un lenguaje extraordinario. Quizá escuchaba mal. Desfiguraba por completo las palabras.

Sentía pasión por los animales, sobre todo por las bestias feroces. Cuando íbamos al Jardín Zoológico era difícil sacarlo de allí. Y yo, muy pequeña, sentía miedo por él, que era grande y fuerte. Temía que se enojara y me golpeara. Sin embargo, era muy bueno. Cuando no quería obedecer le quitaba sus libros; santo remedio.

La lectura fue de inmediato su gran pasión. Pero a él le gustaba mucho salir, a la calle o al jardín; en el jardín había una gran palmera de la cual muchas veces Georgie se acordó en sus versos llamándola “pequeño convento de los pájaros”. Bajo esta palmera, junto con su hermana inventaba juegos, sueños, proyectos, y creaban personajes con los que jugaban; era su isla.

Al principio, a Georgie no le gustaban las visitas de los amigos de mi marido; luego se habituó a ellas. Y más tarde, por ejemplo, cuando venía Evaristo Carriego, le gustaba quedarse abajo con las personas grandes para escuchar al poeta recitar sus propios versos o bien El misionero de Almafuerte. Entonces se quedaba ahí con los ojos enormes.

Al regresar de nuestro primer viaje a Europa se hizo de grandes amigos. Así, le resultó muy penoso cuando tuvimos que partir de nuevo a Londres, donde mi marido debía tratarse los ojos. Georgie estaba enamorado de una muchacha que había conocido en casa de unos amigos y a quien dedicó algunos versos de Fervor de Buenos Aires. Hubo un tiempo en que no le gustaban en absoluto los niños. Pero cuando su hermana Norah los tuvo, los quiso apasionadamente.

Yo le leo todo a Georgie desde los siete años. Y cuando escribe, me dicta. Hay algunas cosas que no me las ha leído, como el poema Los dones, tan triste, donde habla de sus ojos. Pero yo lo leí cuando estuvo impreso. “¿Cómo lo hiciste?”, le pregunté, y él me contestó: ‘Sí, se lo dicté a alguien en la biblioteca porque pensé que te causaría pena’”. En efecto, disimula todo lo relacionado con su mala vista, lo disimula mucho. Siempre está de buen humor, pero yo sé bien que en el fondo hay otra cosa…

Tengo que contarle cómo conoció a Victoria Ocampo. Fue luego de esa famosa conferencia sobre “El idioma de los argentinos” que La Prensa publicó al día siguiente; esa misma noche, Victoria le escribió una carta: “Usted supo decir lo que yo siempre he pensado de la lengua española y que no he podido decir. Lo quiero hablar”. Quedó espantado: él, un jovencito: “¿Qué voy a poder decirle a Victoria? ¡A Victoria Ocampo!”. Lo tranquilicé: “Pero ella te dice ahí de qué vas a hablarle”. La carta llegó el sábado y ella lo invitaba a Georgie a almorzar al día siguiente. Fue. Y, naturalmente, hablaron mucho. Luego Victoria vino a casa. Georgie siempre tuvo por ella al mismo tiempo que un gran afecto, mucho respeto. Georgie también es gran amigo de Silvina Ocampo y de su marido Adolfo Bioy Casares, a quien conoció antes de casarse.

Cuando era chico, dibujaba animales, boca abajo. Siempre comenzaba al revés, por las patas. Dibujaba sobre todo tigres, que eran sus animales favoritos. Luego de los tigres y de otros animales salvajes pasó a los animales prehistóricos de los que leía, durante dos años lo que era posible leer. Más tarde se apasionó por las cosas egipcias y entonces leyó todo lo que pudo hasta el momento en que se abalanzó sobre la literatura china; tiene una gran cantidad de libros sobre ese tema. En suma, le gusta todo lo que es misterioso. Así fue como escribió muchas conferencias sobre la Cábala; aun los israelitas le han preguntado cómo sabía tantas cosas sobre la Cábala. Después de eso vino la época de Dante, sobre el cual escribió mucho; creo que con ello se podría hacer un libro. Profundizó el tema enormemente  y afirma que La Divina Comedia es la obra más extraordinaria de la literatura. ¡Se la tuve que leer en italiano!

Cuando estaba en el colegio, Georgie se aplicaba a sus deberes y a sus lecciones. Pero las matemáticas le costaron. En cambio le gustaba la historia y, naturalmente, la literatura, así como la gramática y la filosofía. Solía leer con avidez los libros de esta última disciplina, y hablaba sobre ellos con su padre, dado que mi marido, aunque era abogado, seguía un curso sobre psicología inglesa en el Instituto de Lenguas Vivas. Comenzaron a hablar de filosofía cuando Georgie tenía diez años. Mi marido, que murió en 1938, estaba muy orgulloso de su hijo; también él había escrito poemas y la primera traducción española en verso del Rubayat de Omar Khayam. Trasladó a su hijo todo su interés por este dominio.

Goergie tuvo dos accidentes graves, uno de ellos cuando era niño. Se cayó del primer coche de un tranvía y las ruedas del segundo le pasaron a solo algunos centímetros de la cabeza; le cortaron algo de pelo, a los anteojos no le pasaron nada, pero se había golpeado la nariz. Tuvo otro accidente horrible, luego de lo cual comenzó a escribir cuentos fantásticos; creo que algo entonces cambió en su cerebro. En todo caso, estuvo cierto tiempo entre la vida y la muerte.

Eran vísperas de Navidad, y Georgie había ido a buscar a una invitada que debía venir a cenar. ¡Y Georgie no llegaba! Yo estaba loca, hasta el momento en que nos telefonearon de la Asistencia Pública. Mi marido y yo partimos inmediatamente. Ocurrió que, al no andar el ascensor, él había subido por la escalera muy rápido y no había visto una ventana abierta cuyo vidrio se le incrustó en la cabeza. Todavía se le ven las cicatrices. Como la herida no fue bien desinfectada, se agravó y al día siguiente tenía 40 grados de fiebre. La fiebre continuó y hubo finalmente que operarlo, en plena noche. Estuvo entre la vida y la muerte, durante dos semanas, con 40 y 42 grados de fiebre; al final de la primera me dijo: “Léeme una página”. Había delirado, veía entrar animales y monstruos por la puerta.

Le leí una página y entonces me dijo:

–Ya está.

–¿Cómo ya está?

–Sí, ya sé que no me voy a volver loco. Comprendí todo perfectamente.

Cuando volvió a casa se puso a escribir un cuento fantástico, el primero. Era en 1938, tenía 39 años. El libro que yo le había leído en la clínica era las Crónicas marcianas de Bradbury (que él prologó más tarde). Y luego, solo, escribió cuentos fantásticos que me dan un poco de miedo porque no los comprendo muy bien. Un día le dije: ¿Por qué no escribes las mismas cosas de antes?”  Me contestó: “Dejá, dejá”. Y tenía razón.

Leonor Acevedo de Borges

Buenos Aires, 1964
Fuente: Diario La Opinión Cultural, domingo 15 de septiembre de 1974, pág. 3.

Fuente: El Historiador


miércoles, 20 de junio de 2018

Borges y Xul Solar: entre el misticismo, la magia y la razón



                                “Panjuego”, de Xul Solar

El escritor y el artista plástico desconfiaban del saber humano y en cualquier orden inventado por el pensamiento. Un recorrido por sus principales influencias

Julio Crivelli, presidente de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes y coleccionista de arte contemporáneo, realizó una conferencia sobre Borges y Xul Solar, llamada  Entre el lenguaje escrito y el lenguaje visual. A continuación los momentos más destacados:

Es cierto que en apariencia hay dos lenguajes, uno visual y otro escrito, uno formado por imágenes y otro formado por conceptos.

Los griegos se referían a los seres humanos como "animales que hablan" o sea animales dotados de lenguaje, que es lo que nos distingue de los demás animales. Es cierto que también definieron al hombre como "animal racional", pero, ¿es posible distinguir al lenguaje de la razón? ¿Podemos válidamente sostener que lenguaje y razón son entes diferentes o son en realidad nada más que nombres?

También se lo preguntaron los griegos, y nos lo seguimos preguntando nosotros. El lenguaje permite cumplir las dos funciones del habla: comunicarnos y designar el Cosmos.

Comunicarnos y designar el Cosmos son los actos vitales que nos permiten existir, alejar el terror a la muerte, a lo imprevisible, al ataque de la naturaleza o de los otros, el miedo a la Noche, cuando no sabíamos si volvería la Luz.

Estos dos "lenguajes", tanto el de las imágenes, como el de los conceptos, tienen en común la representación, o sea que no contienen al objeto sino que solamente lo refieren, solamente reflejan el contenido, como si fuesen espejos.

Desde Heráclito el Oscuro sabemos que "todo cambia", "panta rei", refieren que él decía, y que la representación de la realidad es solamente una vaga referencia lejana, un mero código que designa, una arbitrariedad que nos permite existir.

Sabemos que la realidad marcha y cambia vertiginosamente, y deja atrás a nuestras imágenes y nuestros conceptos, que torpes y estáticos quedan como estructuras vacías y arcaicas, puras ilusiones y espejismos.
Todo lenguaje es falso, precisamente porque sólo puede construirse con la representación de algo que ya fue.

Inexorables, el misterio y la eternidad corren vertiginosamente delante de nuestras pobres categorías, que quedan como remedos, como imitaciones, como ídolos.

Pero esta calamidad, el lenguaje de la representación, no fue siempre así.
Porque al Principio, en el Paraíso, antes de la Caída, antes de comer el Fruto Prohibido, poseíamos la lengua adánica, la lengua de los ángeles, el habla que nada representa, sino que posee ella misma los contenidos.
Y así como los lenguajes de la representación son la falsedad, el lenguaje adánico perdido, es la verdad.

Una vez más Borges es quién explica con inigualable claridad y belleza aquel lenguaje perdido que compartieron Adán y los ángeles.

Dice en El Gólem:
"Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron. (…)."

Los dos hijos de la representación, la imagen y el concepto, son nada más que búsquedas, son los consuelos mezquinos que nos dejó Yahvé, puros espejismos ajenos a la verdad.

Desde la Caída hemos perdido el acceso a la verdad. Es nuestro deber, consignar la tarea inmensa que hemos emprendido desde los albores, tratando inútilmente de recuperar esa verdad.

En vano hemos inventado y recorrido los distintos anaqueles del conocimiento; la religión, la metafísica, la geometría y su hermana las matemáticas, la lógica formal; las ciencias particulares, todos esos lenguajes del encanto, sirenas que sólo producen una verdad de mentiras, sólo sustentable entre postulados indemostrables, según la severa condena de Kant.

Kant fue el último que nos advirtió, por enésima vez desde aquella Expulsión, que sólo podíamos conocer la apariencia, los fenómenos, y que jamás conoceríamos la verdad, los noúmenos. Y que como dijo Borges en Tlön, la metafísica es una rama de la literatura fantástica.

Sin embargo, Yahvé no es tan cruel y siempre que nos castiga, nos deja algún consuelo, alguna esperanza, como les sucedió a los Hombres después de la torpeza de Pandora. Y así nos permitió, que la imagen y el concepto puedan producir algo más que la mera representación.

Sabemos que es posible un "mensaje atrás del mensaje", la metáfora, que nos enseñan Hermes, el mensajero de los Dioses, y los Ángeles, los mensajeros de Yahvé.

Es cierto que estos mensajes herméticos o angélicos son siempre un enigma, siempre nos confunden porque están "cifrados", como diría Borges, porque aunque eluden la falsedad de la Razón, usan sus instrumentos, la imagen y el concepto.

Pero también es cierto que, oculta entre imágenes y conceptos, brilla en esas metáforas la única Luz que nos quedó, una luz tenue, cansada, que apenas ilumina, la única y gloriosa luz que tenemos.

Y así, con nuestras imágenes rudimentarias y nuestras vacías palabras, podemos construir metáforas, mensajes angélicos, enigmas herméticos que nos aproximan al Misterio, y que lejos de avivar el entendimiento, despiertan el espíritu.

En esos instantes tan fugaces, todo nuestro ser parece flotar, o más bien flota en el espacio interminable, en el tiempo infinito, cerca de la eternidad.
Pero este don no es de todos. Algunos, solamente algunos, pueden tejer estos mensajes que están atrás de los mensajes. Los llamamos poetas y artistas. Los veneramos, desde Orfeo y desde Altamira.

Borges y Xul, nos acercan a ese lenguaje de metáforas que a ellos les fue dado.

Xul Solar

La figura de Borges es tan conocida que no requiere referencias. Distinto es el caso de Xul Solar.

Oscar Agustín Alejandro Schultz Solari nació en San Fernando, un pueblo al borde de Buenos Aires, 12 años antes que Borges, en 1887. San Fernando está junto al Delta del río Paraná, una zona rodeada de juncales y pantanos. Sus padres fueron Emilio Schulz y Agustina Solari.

Emilio Schulz era un alemán nacido en Letonia, en la ciudad de Riga, bajo ocupación rusa. Había llegado a la Argentina en 1873, con 20 años, y en Buenos Aires completó sus estudios de ingeniería. Cuando terminó la carrera se asoció con Agustín Solari, un emigrado de la Riviera italiana, descendiente de una familia de licoreros. Con él puso una fábrica de cerveza "Schulz & Solari". Solari tenía dos hijas, Clorinda y Agustina, que serían inseparables durante toda su vida. Schulz se casó con Agustina y de ese matrimonio nació el pintor.

En San Fernando se vivía en un mundo cosmopolita en constante transformación, un mundo en que los inmigrantes estaban "haciendo" la Argentina. Se hablaban muchos idiomas europeos, italiano, francés, alemán y por supuesto el español.

Xul hablaba como idiomas familiares el alemán y el italiano, también el español y en la escuela aprendió francés e inglés.

Cuando Xul comienza la escuela secundaria, la familia se muda a la ciudad de Bueos Aires. Allí Xul comenzará la carrera de Arquitectura, de la que sólo cursó dos años. También comenzó a estudiar violín, pero un accidente en un brazo lo obligó a abandonar el aprendizaje.

En 1905 el padre de Xul comenzó a trabajar como ingeniero en la Penitenciaría Nacional y la familia Schultz se mudó a vivir allí.

La Penitenciaría de la ciudad de Buenos Aires fue un edificio muy celebrado, construido en 1870 según el modelo de la penitenciaría de Filadelfia, ubicado en la periferia de la ciudad de aquel entonces. Y ese edificio, la Penitenciaría es la misma en que Borges y Bioy alojarán a Isidro Parodi, el preso que resolvía todos los crímenes desde su celda.

Las torres, los muros estrechos, elevados, las almenas, las murallas, las banderas que aparecen en las acuarelas de Xul, lo mismo que los edificios cónicos, por donde se mueven simples espectros, bien podrían estar inspiradas en las impresiones de Xul de esos años en la Penitenciaría.

En 1912, con 22 años y dinero ahorrado para vivir un mes, Xul se embarca rumbo a Europa, donde permanecerá durante doce años.

El triángulo mágico

Los biógrafos de Xul creen que tres de las ciudades en las que vivió, Florencia, Munich y Londres, marcan un verdadero triángulo mágico que determinó su evolución.

Florencia, le acercó al esoterismo del Dante, a aquel camino místico de la Comedia, que se inicia en la "selva oscura" de la cual Dante no puede salir, y que conducido por Virgilio, (la Razón), recorre el Infierno y el Purgatorio, hasta que finalmente puede ver la Luz en el Paraíso.

Allí no puede entrar Virgilio, que simboliza la Razón, y su guía será entonces Bernardo de Claraval, que simboliza el misticismo, único camino hacia la Luz.

Pero además en Florencia Xul recibió los ecos de las polémicas futuristas y conoció y trabó intensa amistad con Pettoruti, un gran artista argentino.

Es junto con Pettoruti, en Florencia, cuando Xul de alguna manera tuvo un nacimiento simbólico, pues fue ahí que dejó su nombre original, Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari, para empezar a llamarse Xul Solar, (Luz Solar).

La segunda es Londres. En Londres estuvo pocos meses, solo, sin dinero, y su estadía no está completamente develada. La Londres de los años 20 es una ciudad rebosante de magia, espiritismo, teosofía.

Dos son los objetos principales de interés de Xul: el Museo Británico y su biblioteca, donde estudió el Malleus Maleficarum, o "Martillo de las Brujas" y la Al Khem, alquimia, y la escritura visionaria, sobrenatural y bíblica de Blake y sus acuarelas.

La tercera ciudad es Munich, la capital de Baviera y cuna del nazismo, la Alemania romana, de los castillos y los bosques de la mitología germánica. Ahí pasó los tres últimos años en Europa, años de gran plenitud creativa, y se interiorizó en el Der Blaue Reiter, el Jinete Azul, célebre movimiento de la pintura alemana del siglo XX, en el pensamiento de Carl Jung y de Rudolf Steiner, a quien conoció personalmente.

En Munich conoció Xul la obra de Paul Klee, con quien coincide en una determinada forma, visionaria, romántica, de encarar la representación de lo real. En ese momento era muy importante en Munich la presencia de Kandinsky, quien estaba intentando ligar la práctica pictórica con posiciones teosóficas de Helena Blavatsky y del esoterismo.

Pero fue quizás Goethe el impacto más fuerte de Munich. Fausto es la poderosa advertencia de Goethe frente a la Ilustración, frente a la "Diosa Razón", cuyos mandatos intelectuales y materialistas sólo pueden cumplirse con un pacto con el Diablo, que termina con la muerte.
Goethe en la campiña romana (1786), cuadro de Johann Heinrich Wilhelm Tischbein
Goethe en la campiña romana (1786), cuadro de Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

El camino para Goethe y para el Romanticismo es la búsqueda en el alma, lejos del sistema científico y cerca de la metáfora y la poesía. Y ese será también el camino de Xul.

Es el Misticismo y no la Razón, el salvoconducto del Hombre hacia la Luz. De esto Xul ya no tiene dudas.

En su obra empieza a consolidarse el simbolismo, el interés por el pasado precolombino y los mitos. También el erotismo y lo lúdico.

Pero si bien este triángulo es el que constituye a Xul como un místico, todavía le falta un alma. Y esto lo consigue en una ciudad que está afuera del triángulo mágico, en París.

En París se encuentra con Aleister Crowley, el Mago, un extraordinario personaje de la época. Alistair Crowley era un "mago" con una sorprendente conducta contradictoria, que incluía la contemplación, las visiones, las estafas y una vida enloquecida de crueldad amorosa, irresponsabilidad y quiebras comerciales.

Crowley fascinó a Pessoa, lo mismo que a Marcel Schwob y a Xul Solar y a tantos otros intelectuales y artistas.

Durante un mes febril, Aleister Crowley transmitió a Xul Solar un método para obtener visiones de manera sistemática, basado en la autohipnosis por medio de un símbolo. Los símbolos podían variar (los hexagramas del I Ching, las cartas del Tarot), pero siempre habrá una relación directa entre el símbolo invocado y la visión experimentada.

Crowley también inició a Xul en el registro cuidadoso de todo lo visto y sentido. Esos registros serán el origen del carácter visionario que Xul dará a sus pinturas. Xul pinta sus visiones.

Tenemos ahora caracterizado a este personaje que pertenece a un romanticismo tardío, a ese momento en el que aparecen Carl Jung, Thomas Mann, Herman Hesse, Paul Klee, creyentes en un orden oculto, en un "cosmos anticientífico", "antintelectual", que sólo puede descubrirse por caminos espirituales.

Como dijimos, Xul tendrá visiones y pintará esas visiones. Es importante señalar que Xul dijo muchas veces que pintaba las imágenes que veía en esas visiones místicas.

Breves comentarios acerca de Borges

Y Borges. Que como todos saben nace en Buenos Aires pero a los 9 años se va a Ginebra, y él cree que su nacimiento espiritual es en Ginebra, a punto tal que cuando siente que va a morir, decide morir en su patria espiritual, en Ginebra, la ciudad de "Los Conjurados", aquel poema emocionante dedicado a una Conspiración de la Razón, y no del Misterio.

Pero Borges también siente con la humildad propia de los sabios, siente que el Cosmos no nos ha sido dado aquí, que todo lo que nosotros pensamos que es un orden, es en realidad ilusión. Y participa del escepticismo, de la desilusión Kantiana, tiene una absoluta desconfianza de nuestros juicios, tanto de nuestros juicios científicos que son juicios de probabilidad solamente, como de nuestros juicios metafísicos o lógicos o matemáticos de los cuales piensa en definitiva que son tautológicos, un mero tejer y destejer vanos ovillos, como los de Cloto o los de Penélope .

Sentimos a Borges vibrar junto con Anaximandro frente a lo que no conocemos, frente a ese caos señalado por el Griego, ese caos que tiene esas calificaciones tan duras y a la vez tan emocionantes como lo desmesurado, el abismo, el precipicio, con las cuáles denuncia lo provisorio de nuestra conciencia, cuyas "verdades" flotan entre postulados indemostrables, como el cero y el infinito.

La verdad existencial de ese caos esencial es el temor a la muerte, al cesar de la vida, a la absoluta ignorancia de lo que está más allá.

Cada vez que puede, Borges nos lleva hasta el borde de ese abismo, hasta el precipicio, hasta "el lugar hondo en que no se oye la voz de Dios". Y nos deja allí, perplejos, sin posibilidad ninguna de abordar el entendimiento, fascinados y horrorizados por el Misterio.

Borges es una especie de seguidor de Maimónides, que escribió la Guía para Perplejos. Los perplejos de Maimónides recorren caminos científicos, a diferencia de los caminos poéticos que recorren los perplejos de Borges. Pero el final, el límite de estos caminos es el mismo, el Misterio, frente al cual no cabe otra emoción que la perplejidad. (¿Es la perplejidad una emoción?)

Borges y también Maimónides, nos muestran todo el tiempo que los sistemas de nuestro pensamiento, que ni la razón, ni el intelecto, nos permiten entender el universo, si es que hay uno que no sea mera ilusión.
Lo único que hay es Misterio. Y Borges nunca, salvo alguna vez que veremos, propone que pueda haber un camino hacia ese misterio, solamente la quietud de la perplejidad.

Borges, igual que un Gnóstico, se burla de los Dioses inventados, nos dice en el poema Ajedrez, que hay un "Dios detrás de Dios," o sea que el infinito orden causal, también afecta a este ídolo que hemos inventado y que llamamos Dios.

Xul y Borges tienen plena coincidencia en una desconfianza radical en el saber humano y en cualquier Cosmos, en cualquier orden o universo inventado por la razón.

Para Borges, frente al abismo hay solamente misterio y perplejidad.
Pero en cambio, según Xul, nosotros podemos avanzar, podemos aproximarnos a la Verdad por un camino místico como Bernardo de Claraval, como Meister Ekhart o como San Juan de La Cruz y asomarnos aunque más no sea, y ver muy desde lejos, como Dante, la luz del misterio.

En un plano menor, hay más coincidencias entre ellos: su amor por el idioma alemán, su amor por lo cíclico, la fascinación con Blake, un amor por las mitologías en general, por la magia, por los heresiarcas, y los sabios árabes, por el I Ching y por el Tarot, por la Alquimia. Ustedes saben que alquimia viene de Al Khem, tierra oscura en árabe.

*Conferencia pronunciada por Julio César Crivelli en Brown University, Rhode Island, Estados Unidos, el 27 de abril de 2017.

Fuente: Infobae