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sábado, 7 de diciembre de 2024

Borges, Mitchell’s y yo: cuando me enteré de que tenía una librería, pero no era mía


La historia de una librería de inicios del siglo XX, un padre librero y el máximo exponente de la literatura argentina en busca de obras en inglés

 

Por Susana Mitchell

03 Dic, 2024

 

“(...) En lo que se refiere a libros (Borges) tenía una naturaleza adquisitiva. Se sentaba en el suelo y empezaba a retirar libros de los estantes más bajos. Los examinaba y los leía con la página casi tocándole la nariz. Le vi hacer esto en casa de los Bioy, en la biblioteca pública en donde era un modesto empleado y en Mitchell’s, la librería inglesa, donde era conocido y se le permitía revolver todo lo que quisiera.” La que escribe es Estela Canto, de quien Jorge Luis Borges estuvo perdidamente enamorado y le dedicó El Aleph. Ella tenía 28, él 45. Pero esa es otra historia. De la que vengo a hablarles hoy es de la librería que llevaba mi apellido, pero no era mía, y de la relación de Borges con ese lugar, que, a partir de ahora, tendrá en mi existencia una filiación imaginaria para siempre. Gracias Juan.

¿Y de dónde salió todo esto? Tal descubrimiento, epifanía, si me permiten, vino de la mano de un gran escritor, al cual conocí, por casualidad, hace poco, en el Malba. Era una tarde preciosa y el motivo de la convocatoria, más lindo todavía: la entrega del Premio Clarín de Novela. Porque para los que amamos los libros, el reconocimiento a los que escriben, siempre es una fiesta.

Como sea, el gran escritor en cuestión es Juan Mendoza, autor de la Interpretación de las pesadillas y de Los archivos: Papeles de la Nación. ¡Imagínate lo que fue ese encuentro! En una charla casual, con alguien que me acababan de presentar, me entero de que tenía una librería, que no era mía y que además Borges tenía mucho que ver con ella. Más tarde también sabría qué Mendoza tenía en su poder un libro inédito, el cual hablaba del “asunto” y también de que mi papá iba a nuestra librería (que no era nuestra), con mi abuela, a comprar libros en inglés que le pedían en la escuela. O al menos algo así fue lo que me respondió cuando le consulté acerca del lugar que llevaba nuestro apellido y que el dueño se llamaba igual que él. Como fuera, para una sola tarde era un montón. Pero fue solo el comienzo.

El diálogo y después

Luego de esta experiencia reveladora donde me enteré de que tuve una librería, que no era mía, le propuse al escritor y ensayista argentino, que interpretáramos esta “partitura” a dos voces. Que lo contáramos. Con la humildad que lo caracteriza respondió que la nota correspondía que la escribiera yo y que en todo caso me haría llegar su colaboración a la causa. Y así fue. Transcribo textualmente lo que me hizo llegar:

 Escribe Mendoza sobre esa noche en el Malba: “Cuando los presentaron, tras el acto de decir sus nombres, él enseguida exclamó: ‘Encantado de conocer a una verdadera Mitchell. Mitchell, como la librería’. –añadió–. Ella atinó a escrutar aún más con la mirada al caballero. Todo eso sucedió en el hall del Malba una noche, a instancias de un evento privado. Entre las pistas que se permitió dar el autor, agregó las siguientes señas: Borges se refiere al asunto. Hay un libro de María Esther Vázquez. Y otro de Estela Canto. De pronto, el mozo se acercó para darles a ambos una copa de champagne”.

Y vuelvo sobre aquello que les comenté más arriba: Juan Mendoza es el autor de un libro inédito, justamente sobre este tema que reúne a Borges con la librería Mitchell, cuyo título no revelaré dado que aún no ha sido entregado a la imprenta. Sin embargo y muy generosamente, Mendoza me compartió un pedacito de esa obra, en exclusiva para Infobae Cultura y para mí, claro. Y dice así. “Borges no distinguía con demasiada rigurosidad entre libros públicos y privados, de su propiedad o pertenecientes a los fondos de la Biblioteca. Hacía el mismo uso de los libros de la biblioteca pública que hacía de sus libros particulares. (…) Al punto de llevar a la Biblioteca volúmenes pertenecientes a su biblioteca personal. Sólo así se comprende el hallazgo de ejemplares que, lo sabemos, Borges leyó y anotó muchos años antes de ser el Director de la Biblioteca. Borges tomaba notas y subrayaba volúmenes. Dejaba su pequeña ‘letra de insecto’ de color negro en los retiros de tapa o en las hojas de guarda. Este hecho nos ha obsequiado el fondo de notas más importantes que la Biblioteca conserva. (…) Los libros subrayados por Borges, que se hallan entre los fondos de la Biblioteca Nacional, se incrementan. Pasan de ser setenta en el listado que confecciona Paula Ruggeri en los años 90 a ser trescientos entre los años 2002 y 2003 –durante la provisoria dirección de Silvio Maresca–. Más tarde pasan a ser setecientos en el trabajo que Laura Rosato y Germán Álvarez inician entre 2003 y 2004 y llegan a ser mil volúmenes al momento de la edición de Borges, libros y lectura en 2010. (…) Teníamos que individualizar los ejemplares de Borges, esos ejemplares tenían cierta característica dentro del fondo de un millón de libros de la Biblioteca Nacional, y eso era que estaban comprados en librerías. La etiqueta de cada una de ellas indicaba que podía haber pertenecido a Borges. Dentro de esas librerías en inglés, una de las principales fue Mitchell’s Book Store, fundada por Edward Mitchell en 1907, a la que acudían personalidades como Joaquín V. González, Julio A. Roca y Enrique Larreta, y que quedaba en Cangallo (hoy Perón) 570. Y no se asume como el gran comprador de libros que en efecto fue. Sabemos de su afición por los estantes de la librería Mitchell’s –Cangallo 580–, donde de tan asiduo era a menudo confundido con un vendedor. En un libro, con la letra de Borges, encontramos una inscripción de amor: “Jueves 2 de agosto, lugar y hora habitual. Te siento intensamente, igualmente te quiero.” En un libro de Duckworth:Browning. Background and Conflict. 1st. ed., London, Ernest Benn Limited. En retiro de tapa: etiqueta de Mitchell’s Book Store, Cangallo 580, Buenos Aires. Asiento 121 de la Biblioteca Nacional.”

Y la cosa sigue y sigue, pero la dejo aquí para generar más suspenso y que luego vayan y compren el libro cuyo título es aún un misterio, pero que más temprano que tarde conoceremos. Tranquilos. Todo a su debido tiempo.

 

Lo más cerca que estuve de Borges

 Entonces llego a una conclusión: la librería Mitchell’s fue lo más cerca que pude estar de Jorge Luis Borges. Y pienso: peor es nada. Soy una privilegiada. ¿Quién puede decir que tuvo una librería (que no era de ella), donde nada más ni nada menos que Borges era uno de sus clientes más frecuentes? En fin.

Como sea, la librería Mitchell o Mitchell´s English Bookstore fue fundada en 1907, por Edwuard Mitchell (Londres,1867). Antes de continuar quiero decirles que mi bisabuelo también nació en ese año, pero se llamaba William. Sigo. Primitivamente, la librería ocupó un local en la calle Cuyo, hoy Sarmiento, al 600, de donde se mudó a Cangallo 580, local vecino de la famosa tienda Gath y Chaves. Cuenta la historia que un día Mitchell (el de la librería que no era mía) se ganó la lotería y decidió trabajar por cuenta propia, y así comenzó su labor librera. La famosa casa de libros habría de conquistar al público como el centro más completo y surtido en obras clásicas y modernas de literatura en lengua inglesa.

Mitchell´s , además de libros, ofrecía papelería fina, útiles de escritorio, fantasías y anexos. Fue la primera casa que tuvo la iniciativa de importar a Buenos Aires las famosas lapiceras-fuente (plumas estilográficas) y creó un servicio especial de reparaciones a cargo del hijo homónimo, el cual se había especializado en la misma fábrica extranjera. Mitchell trajo al país los primeros libros de texto para la enseñanza del idioma inglés y difundió en Londres y Buenos Aires, una variada serie de tarjetas postales en colores que reproducían escenas de costumbres, edificios y paisajes de la capital del Río de la Plata, todos ellos extraídos de láminas de los primeros pintores y litógrafos argentinos.

La librería contó con una amplia clientela porteña, además de la de origen británico y estadounidense, quienes consideraron a Mitchell’s como la preferida de la ciudad. La frecuentaron, en distintos períodos, Joaquín V. González, el general Julio A. Roca, al igual que su hijo. También Enrique Larreta, Mariano de Vedia y Mitre, Rafael Alberto Arrieta, Fernando Pozzo, el general Agustín P. Justo, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges. Además de algunos ilustres visitantes extranjeros, de paso por Buenos Aires, como Rabindranath Tagore y Franklin D. Roosevelt entre otros.

El recuerdo de Mitchell’s aún perdura, especialmente por una edición que hizo de dos álbumes históricos de vistas y escenas de la antigua ciudad de Buenos Aires. Y en 1910 encargó a Londres una reproducción fotográfica de Recuerdos del Río de la Plata (la encontré en un negocio de antigüedades luego de hablar con Mendoza y ahora la tengo en casa).

Final que en 1941 falleció Miguel Regan, el encargado de la librería, y más o menos por la misma fecha se retiró don Eduardo Mitchell (que no era mi papá, era el dueño y fundador de la librería que no era mía). Estos hechos fueron el principio del fin. En 1955, luego de una etapa crítica, la librería se declaró en quiebra. Y mi padre y yo nos quedamos sin la librería de filiación imaginaria. Igual, fue lindo mientras duró. ¡Ah! y gracias Juan por esta bellísima historia. Única.

Fotos: Gentileza de la autora.

 

Fuente: Infobae

https://www.infobae.com/cultura/2024/12/03/borges-mitchells-y-yo-cuando-me-entere-de-que-tenia-una-libreria-pero-no-era-mia/

domingo, 14 de agosto de 2022

La librería más hermosa del mundo está en Chongqing en China


Abdeel Yanez

Mar 6, 2022

 

Decía el escritor argentino Jorge Luis Borges que si el paraíso existiera sería una biblioteca y en China crearon una donde las escaleras son infinitas, donde todo es una ilusión con espejos y la hace una de las más hermosas del mundo

 

La librería más bonita del mundo

Algunos se quedan pasmados con su belleza. Todo parece sacado de una pintura surrealista en la vida real. Se llama la librería Zhongshuge de Chongqing, China cuenta con escaleras al estilo de las obras de M.C. Escher y techos con espejos, creando una experiencia alucinante

 

En un mundo dominado por lo digital, los nuevos lectores prefieren comprar libros en línea que hojearlos en un espacio físico, sin embargo, la experiencia que dan las librerías no puede reproducirse en el mercado online.

 

Se encuentra en Chongqing, en la tercera y cuarta planta de Zodi Plaza, Yangjiaping, en la ciudad de Chongqing, China, una de las ciudades más grandes del mundo que tiene una rica historia literaria.

 


Una librería con ilusiones visuales

En 3,300 metros cuadrados, los libros están esparcidos por todo el espacio desde el suelo hasta el techo y lo más genial es que la biblioteca tiene unas escaleras laberínticas que parecen irreales.

 

Es sin duda, una librería diferente a las librerías tradicionales por la forma en que se presentan los libros, en escenarios que parecen de ciencia ficción y que crean un mundo surrealista.

 

 

Escaleras infinitas, paisajes llenos de libros

 

Diseñada por el estudio  X+Living, los libros no están colocados en los clásicos anaqueles, sino en escenarios como sacados de una película animada.

 

La fachada de vidrio del edificio está cubierta de texto y al interior, los visitantes son recibidos con estanterías en forma de lámpara que están dispersas por todo el vestíbulo que es de color marrón oscuro. Las estanterías se reflejan en el suelo, formando un túnel infinito de libros.

 

La sala de lectura para niños está inspirada en los paisajes, edificios y el transporte de la ciudad de Chongqing. Los estantes en esta sala son de colores y el espacio está pensado para que los pequeños echen a volar su imaginación al sentirse en un ambiente como de cuento.

 

 

Un laberinto te espera

La sala principal de la biblioteca es impresionante. Sus múltiples escaleras se entrecruzan y se mezclan con las estanterías en distintos niveles para crear un  laberinto que se refleja en el techo dando la sensación de un espacio sin fin. Los visitantes pueden descansar en los escalones y sumergirse en los libros.

 

En el cuarto nivel de la librería se encuentra la sala de ocio donde los visitantes pueden tomar un aromático café o un té, mientras su imaginación vuela con la lectura de sus libros favoritos.

 

En esta sala, las estanterías tienen forma de lámpara y hay cabinas para que las personas puedan reunirse con sus acompañantes a charlar sobre los libros y compartir ideas sobre las lecturas.

 

La zona de ocio se conecta con una amplia sala de lectura, donde se encuentran las obras de grandes escritores que enriquecen el conocimiento de quienes visitan este salón. Es un espacio dedicado a las grandes mentes de la literatura.

 

 

Y aunque mucha gente le gusten los libros digitales, nada se compara con visitar una librería, al olor del papel y sumergirte en un lugar único acompañado de tus pensamientos. Sin duda  la librería de Chongqing es un lugar mágico, que ofrece educación, relajación, tranquilidad, así como un espacio para conectar con amigos, en un ambiente realmente fantástico.

 


 

Fuente: Viajero Peligro

https://viajeropeligro.com/2022/03/06/libreria-zhongshuge/

jueves, 5 de julio de 2018

Las librerías de Borges: el laberinto de un lector único


 Un 24 de agosto de 1899 nació Jorge Luis Borges. En conmemoración al gran escritor argentino, se declaró esta fecha como "Día del Lector". Un repaso por las góndolas repletas de libros nacionales y extranjeros que recorría a mediados del siglo XX con el entusiasmo y la voracidad lectora que tanto lo caracterizaron

Por Gonzalo León

Hace poco se reeditó Borges, libros y lecturas (Ediciones Biblioteca Nacional), la exhaustiva investigación que llevaron a cabo durante varios años Laura Rosato y Germán Álvarez, y que dejó al descubierto los setecientos títulos que el autor del Aleph anotó o simplemente dedicó, entregando de este modo una valiosa colección que ahora se encuentra catalogada en la Sala del Tesoro de la institución que preside el escritor Alberto Manguel. Borges fue director de la Biblioteca Nacional desde 1955 hasta 1973 y durante su gestión, mientras su ceguera fue aumentando, su reconocimiento nacional y mundial lo hizo en igual medida. En 1961 recibió junto a Samuel Beckett lo que en esos años iba a ser el Premio Nobel alternativo de Literatura, el Formentor, que entregaban los editores. En esa década también se le tradujo al francés y fue leído con rigurosidad por intelectuales y escritores franceses; del otro lado del Océano Atlántico los académicos estadounidenses ya venían haciendo lo suyo. Como precisan Álvarez y Rosato, por esos años Borges era mejor leído por esas tradiciones que por la argentina. Y en la década siguiente no le fue mucho mejor, ya que le llegó la fama. De este modo, como observa Laura Rosato, se saltó una etapa, la de ser leído. Una etapa que aún no se completa. Es estudiado, sobre todo por la academia, y también explicado e interpretado, pero le faltan buenos lectores. Y aunque en 1971 un empleado de la Biblioteca lo acusó de "sustraer libros" de ahí, esta investigación —propiciada durante la dirección de Horacio González— vino a demostrar lo contrario: era Borges quien compraba libros para la Biblioteca.

Un destacado lector políglota

Si algo hay que salta a la vista en estas anotaciones es que estamos ante un lector que, como dijo Ricardo Piglia, cambió la manera de leer no solamente en Argentina. Esta colección de títulos es singular y, para los que conocen su obra, no es extraño encontrar una mayoría de libros en inglés, alemán y francés, y muy pocos en castellano, de ellos unas cuantas traducciones. Tampoco se trata de títulos contemporáneos ni libros únicamente de ficción, hay de filosofía, budismo y de todos sus intereses: desde los escritores Stephen Crane, Joseph Conrad, James Boswell, Dante Alighieri y John Donne, hasta filósofos como Schopenhauer. Esta colección viene a completar los mil quinientos libros que, según el testimonio de Félix della Paolera que lo visitó durante cuarenta años, estaban entre su dormitorio y su living. Es decir que pese a ser un gran lector conservaba una acotada biblioteca. La ceguera y el hecho de trabajar casi veinte años en la Biblioteca pudieron haber influido en eso.

Pero si bien no era fetichista, los investigadores Rosato y Álvarez revelan que eso "no se contrapone con el modo hedónico en la elección de ejemplares". Borges prefería las ediciones antiguas o primeras ediciones en idioma original, tipografía gótica, estudios, traducciones o introducciones realizadas por intelectuales de renombre, de ahí por ejemplo que tuviera ediciones comentadas de La Divina Comedia y en italiano, por supuesto. Hay algo notable en estas anotaciones y es que en general están hechas en el idioma en que las leyó. Pese a que desde 1955 su médico le había prohibido la lectura, fue su madre, Leonor Acevedo, quien la ejerció para él. "Por eso las notas manuscritas por Borges en los libros de este catálogo", escriben los autores, "cesan abruptamente en el año de 1954", y más tarde con puño tembloroso las continúa la madre.

Además de la peripecia de haber encontrado estos libros y haber establecido la biblioteca de Borges, dentro y fuera de su casa, esta investigación señala los lugares donde fue adquiriendo los ejemplares, que básicamente estaban también en un circuito acotado, entre su casa y la misma Biblioteca. Un circuito que ya no existe y en el que estaban librerías como Mackern's, fundada en 1849 por los hermanos de ese apellido, que primero estuvo en San Martín 66 y luego en Sarmiento 525; Mitchell's Book Store, fundada por Edward Mitchell en 1907, hasta la que acudían personalidades como Joaquín V. González, Julio A. Roca y Enrique Larreta, y que quedaba en Cangallo (hoy Perón) 570; la librería Goethe, la única que subsiste en la actualidad, en Avenida Corrientes 360; Barna, ubicada en Maipú 441; Beutelspacher, en Sarmiento 815; Messerer, en Cangallo 338; Herder, en Carlos Pellegrini 1179; Viau y Cía., tradicional librería ubicada en Florida 530, dedicada a ediciones de lujo y libros de arte, "que fue uno de los primeros sellos editoriales de Borges"; la de Eusebio Rodríguez, que para la época de Borges se había trasladado a Galerías Pacífico; Verbum, ubicada frente a la antigua sede de Filosofía y Letras de calle Viamonte 411, donde se reunía la intelectualidad antiperonista cercana a Borges y donde funcionaba el sello Brújula de Eduardo Stilman; y Pigmalión, en Corrientes 515, en la que trabajó un joven Alberto Manguel, actual director de la Biblioteca Nacional.

Caminando entre libreros

Manguel escribió parte de su experiencia en Pigmalión en los libros Una historia de la lectura y Con Borges. En ellos relata cómo era la actitud de Borges como comprador y cómo fue que de la librería un día terminó siendo uno de sus lectores en el departamento de la calle Maipú. Manguel en 1964 era un adolescente, por lo que leerle a Borges lo impresionó bastante. Hoy recuerda su experiencia como vendedor de la siguiente manera: "Borges venía a Pigmalión acompañado de su madre. Era la época en la que estaba estudiando anglosajón, así que venía a pedirnos manuales y diccionarios de esa lengua. También se detenía ante las estanterías, y pasaba la mano derecha sobre los lomos y a veces sacaba un libro y preguntaba: '¿Esto es la correspondencia de Stevenson?' o '¿Éste es el Portrait of a Lady de James?'. Rara vez se equivocaba. Yo no sé si su piel recordaba la superficie específica de los libros que había leído, era como uno de esos faquires hindúes que ven por medio de las yemas de los dedos. Era milagroso".

Cincuenta años después, Alberto Manguel encuentra que su experiencia como librero en Pigmalión no sólo propició su trato con Borges, sino que además hizo que de una manera imprevista fuera parte de este trabajo de investigación que deja al descubierto su biblioteca y el modo de leer que tenía. Para él, es imposible saber si le vendió uno de estos ejemplares, pero "me siento un poco como uno de esos extras anónimos cuyas caras aparecen entre las grandes multitudes de películas célebres. En el admirable libro de Álvarez y Rosato estoy quizás presente sólo en ese sentido: que tal vez fui yo quien, adolescente, le habré vendido a Borges alguno de esos libros que luego fueron anotados. Algunas veces, recorriendo las librerías de viejos de Buenos Aires, encuentro en un libro la etiqueta azul con el nombre de Pigmalión pegada en la página de guarda y me pregunto si ese ejemplar no habrá pasado por mis manos".

Al circuito de librerías que habituaba Borges habría que agregar La Ciudad, de propiedad de Luis Alfonso, inaugurada en 1969, y que frecuentó a diario en los locales de la Galería del Este. De aquella librería Borges escribió una carta que los hijos del librero atesoran, y que dice: "No olvidaré su alegría discreta y su gran generosidad. No me dejaba comprar un libro, me los regalaba diciendo: obsequio de La Ciudad, para que así el don fuera impersonal. Era harto menos un librero que un bibliófilo". Sin embargo, una de las últimas fotos de Borges en Argentina, unos días antes de irse a Suiza en noviembre de 1985, corresponde a la librería Casares, que en ese entonces quedaba en Arenales 1723 (hoy está en Suipacha 521), propiedad de Alberto Casares; ahí precisamente aparece saliendo del brazo de su dueño.

Más allá del Río de la Plata

El trabajo que hicieron Rosato y Álvarez sobre las librerías se explica porque, como dice este último, "nosotros teníamos que individualizar los ejemplares de Borges, esos ejemplares tenían cierta característica dentro del fondo de un millón de libros de la Biblioteca Nacional, y eso era que estaba comprado en librerías. La etiqueta de cada una de ellas indicaba que podía haber pertenecido a Borges. Dentro de esas librerías en inglés las principales eran Mitchell's y Pigmalión; luego en alemán estaban Goethe y Beutelspacher; Verbum proveyó más libros en francés aunque también algunos en inglés". No fue fácil identificar los libros que Borges donó a la Biblioteca, pero esas simples etiquetas daban un indicio.



Por otro parte, el rico mundo de librerías en otras lenguas, al que Borges tuvo acceso ya no existe más, y eso, según Laura Rosato, "es el gran diferencial del que hablamos siempre: el acceso a otras literaturas a través de otros idiomas". Y desde luego también el aprendizaje de idiomas le abrió la puerta a estas literaturas. Germán Álvarez recuerda que el alemán que le enseñaron tempranamente en Suiza le dio la "llave a textos raros de encontrar en el Río de la Plata y que no todos manejaban, como leer a Schopenhauer o a Kant en su idioma original", a lo que se le sumó toda la literatura orientalista que llegó a ella a través de los mismos alemanes. De este modo, y gracias a las virtudes de Borges pero también a la oferta libresca de la Buenos Aires de esos años, hicieron que Borges fuera mucho más allá del lector promedio del Río de la Plata. A ambos investigadores les llama la atención que hoy, habiendo más lectores que puedan acceder a textos en inglés, francés y alemán, este circuito de librerías ya no esté. "El libro digital está muy pauteado por el mercado", agrega Rosato, "entonces me parece que la idea de los libros y las librerías era más democrática, porque llegaba más variedad, ahora la oferta está más controlada. Hay un tipo de literatura y te encontrás al final con menos oferta que antes".

El hecho de que Manguel hubiera sido librero de Borges y esté hoy como director de la Biblioteca Nacional no es algo que puedan pasar por alto. "Es cerrar todo un ciclo", dice Álvarez. En esta reedición tuvieron la oportunidad de enmendar y acrecentar "lo que uno puede llevarle al lector, que es el dossier de imágenes que ahora se le hizo justicia con el tipo de material y la ambición crítico-genética que nosotros tuvimos. Antes las reproducciones de las notas eran muy pobres, cosa que se había criticado en ciertos ambientes, y con razón". Pero además de lo material hay un aspecto simbólico, y es que "un lector de Borges como Manguel, que probablemente tuvo entre sus manos uno de estos libros que hoy conforman esta colección, que lo visitó y que le leyó en esa sala que queremos iniciar este Centro Borges, la verdad es que opera como un cierre con broche de oro". Rosato aclara que la nota donde se hace referencia a Una historia de la lectura de Manguel ya estaba en la anterior edición, porque "cuando uno trata de reconstruir cómo lee alguien busca todos los que leyeron con ese alguien y Manguel era un lugar obligado".

Si bien en la introducción el espacio dedicado a las librerías es breve, resultó importantísimo para que la investigación avanzara. Si la mayoría de las librerías no hubieran cerrado quizá Rosato y Álvarez hubieran avanzado más rápido. Y si otros escritores se hubieran dedicado en esos años al digno oficio de librero también, como fue el caso de Luis Gusmán, que pese a haberlo tratado (hay una antigua foto de Borges, Germán García y él que lo atestigua), no le tocó atenderlo como librero. Más allá de esto la oferta y la variedad de librerías que había hasta hace unos años permitieron no sólo la construcción de la biblioteca de Borges, sino la construcción de un lector privilegiado.


El carro de compras de Borges

– Edición inglesa del volumen cuatro de la correspondencia de Robert Louis Stevenson la compró en Mitchell's Book Store.
– Edición inglesa de "Hamlet", de Shakespeare, comprado en Mitchell's y anotó en la cara exterior de la contratapa lo siguiente: "Amleth, || Amlodi, || last || Skjöl- || dunga Saga. || Saxo, || libros || III y IV".
– Edición inglesa de "Kalevala: the land of the heroes", de Franz Kafka, en Mackern's.
– "Human Knowledge: Its Scope and Limits, de Bertrand Russell, en Pigmalión.
– "India e Buddhismo antico, de Giuseppe de Lorenzo, en librería Sarmiento (Libertad 1214).
– "Die Abenteuer der Sylvesternacht, de E.T.A. Hoffmann, en Beutelspacher.
– "Die Morgenlandfahrt", de Hermann Hesse, en Barna.
– La edición inglesa de "Gargantúa y Pantagruel", de Rabelais, en Viau & Cía.
– Edición inglesa de "Los cantos", de Ezra Pound, en Pigmalión.
– Edición inglesa de los ensayos de Plutarco, en librería Norteamericana (Corrientes 455).
– Edición inglesa de los ensayos de Montaigne, en Mitchell's.
– "Steps: Stories, Talks, Essays, Poems, Studies in History", de Robert Graves, en Pigmalión.

Fuente: Infobae


martes, 6 de marzo de 2018

Las librerías de Borges: el laberinto de un lector único





Un 24 de agosto de 1899 nació Jorge Luis Borges. En conmemoración al gran escritor argentino, se declaró esta fecha como "Día del Lector". Un repaso por las góndolas repletas de libros nacionales y extranjeros que recorría a mediados del siglo XX con el entusiasmo y la voracidad lectora que tanto lo caracterizaron

Por Gonzalo León

Hace poco se reeditó Borges, libros y lecturas (Ediciones Biblioteca Nacional), la exhaustiva investigación que llevaron a cabo durante varios años Laura Rosato y Germán Álvarez, y que dejó al descubierto los setecientos títulos que el autor del Aleph anotó o simplemente dedicó, entregando de este modo una valiosa colección que ahora se encuentra catalogada en la Sala del Tesoro de la institución que preside el escritor Alberto Manguel. Borges fue director de la Biblioteca Nacional desde 1955 hasta 1973 y durante su gestión, mientras su ceguera fue aumentando, su reconocimiento nacional y mundial lo hizo en igual medida. En 1961 recibió junto a Samuel Beckett lo que en esos años iba a ser el Premio Nobel alternativo de Literatura, el Formentor, que entregaban los editores. En esa década también se le tradujo al francés y fue leído con rigurosidad por intelectuales y escritores franceses; del otro lado del Océano Atlántico los académicos estadounidenses ya venían haciendo lo suyo. Como precisan Álvarez y Rosato, por esos años Borges era mejor leído por esas tradiciones que por la argentina. Y en la década siguiente no le fue mucho mejor, ya que le llegó la fama. De este modo, como observa Laura Rosato, se saltó una etapa, la de ser leído. Una etapa que aún no se completa. Es estudiado, sobre todo por la academia, y también explicado e interpretado, pero le faltan buenos lectores. Y aunque en 1971 un empleado de la Biblioteca lo acusó de "sustraer libros" de ahí, esta investigación —propiciada durante la dirección de Horacio González— vino a demostrar lo contrario: era Borges quien compraba libros para la Biblioteca.

Un destacado lector políglota

Si algo hay que salta a la vista en estas anotaciones es que estamos ante un lector que, como dijo Ricardo Piglia, cambió la manera de leer no solamente en Argentina. Esta colección de títulos es singular y, para los que conocen su obra, no es extraño encontrar una mayoría de libros en inglés, alemán y francés, y muy pocos en castellano, de ellos unas cuantas traducciones. Tampoco se trata de títulos contemporáneos ni libros únicamente de ficción, hay de filosofía, budismo y de todos sus intereses: desde los escritores Stephen Crane, Joseph Conrad, James Boswell, Dante Alighieri y John Donne, hasta filósofos como Schopenhauer. Esta colección viene a completar los mil quinientos libros que, según el testimonio de Félix della Paolera que lo visitó durante cuarenta años, estaban entre su dormitorio y su living. Es decir que pese a ser un gran lector conservaba una acotada biblioteca. La ceguera y el hecho de trabajar casi veinte años en la Biblioteca pudieron haber influido en eso.

Pero si bien no era fetichista, los investigadores Rosato y Álvarez revelan que eso "no se contrapone con el modo hedónico en la elección de ejemplares". Borges prefería las ediciones antiguas o primeras ediciones en idioma original, tipografía gótica, estudios, traducciones o introducciones realizadas por intelectuales de renombre, de ahí por ejemplo que tuviera ediciones comentadas de La Divina Comedia y en italiano, por supuesto. Hay algo notable en estas anotaciones y es que en general están hechas en el idioma en que las leyó. Pese a que desde 1955 su médico le había prohibido la lectura, fue su madre, Leonor Acevedo, quien la ejerció para él. "Por eso las notas manuscritas por Borges en los libros de este catálogo", escriben los autores, "cesan abruptamente en el año de 1954", y más tarde con puño tembloroso las continúa la madre.

Además de la peripecia de haber encontrado estos libros y haber establecido la biblioteca de Borges, dentro y fuera de su casa, esta investigación señala los lugares donde fue adquiriendo los ejemplares, que básicamente estaban también en un circuito acotado, entre su casa y la misma Biblioteca. Un circuito que ya no existe y en el que estaban librerías como Mackern's, fundada en 1849 por los hermanos de ese apellido, que primero estuvo en San Martín 66 y luego en Sarmiento 525; Mitchell's Book Store, fundada por Edward Mitchell en 1907, hasta la que acudían personalidades como Joaquín V. González, Julio A. Roca y Enrique Larreta, y que quedaba en Cangallo (hoy Perón) 570; la librería Goethe, la única que subsiste en la actualidad, en Avenida Corrientes 360; Barna, ubicada en Maipú 441; Beutelspacher, en Sarmiento 815; Messerer, en Cangallo 338; Herder, en Carlos Pellegrini 1179; Viau y Cía., tradicional librería ubicada en Florida 530, dedicada a ediciones de lujo y libros de arte, "que fue uno de los primeros sellos editoriales de Borges"; la de Eusebio Rodríguez, que para la época de Borges se había trasladado a Galerías Pacífico; Verbum, ubicada frente a la antigua sede de Filosofía y Letras de calle Viamonte 411, donde se reunía la intelectualidad antiperonista cercana a Borges y donde funcionaba el sello Brújula de Eduardo Stilman; y Pigmalión, en Corrientes 515, en la que trabajó un joven Alberto Manguel, actual director de la Biblioteca Nacional.

Caminando entre libreros

Manguel escribió parte de su experiencia en Pigmalión en los libros Una historia de la lectura y Con Borges. En ellos relata cómo era la actitud de Borges como comprador y cómo fue que de la librería un día terminó siendo uno de sus lectores en el departamento de la calle Maipú. Manguel en 1964 era un adolescente, por lo que leerle a Borges lo impresionó bastante. Hoy recuerda su experiencia como vendedor de la siguiente manera: "Borges venía a Pigmalión acompañado de su madre. Era la época en la que estaba estudiando anglosajón, así que venía a pedirnos manuales y diccionarios de esa lengua. También se detenía ante las estanterías, y pasaba la mano derecha sobre los lomos y a veces sacaba un libro y preguntaba: '¿Esto es la correspondencia de Stevenson?' o '¿Éste es el Portrait of a Lady de James?'. Rara vez se equivocaba. Yo no sé si su piel recordaba la superficie específica de los libros que había leído, era como uno de esos faquires hindúes que ven por medio de las yemas de los dedos. Era milagroso".

Cincuenta años después, Alberto Manguel encuentra que su experiencia como librero en Pigmalión no sólo propició su trato con Borges, sino que además hizo que de una manera imprevista fuera parte de este trabajo de investigación que deja al descubierto su biblioteca y el modo de leer que tenía. Para él, es imposible saber si le vendió uno de estos ejemplares, pero "me siento un poco como uno de esos extras anónimos cuyas caras aparecen entre las grandes multitudes de películas célebres. En el admirable libro de Álvarez y Rosato estoy quizás presente sólo en ese sentido: que tal vez fui yo quien, adolescente, le habré vendido a Borges alguno de esos libros que luego fueron anotados. Algunas veces, recorriendo las librerías de viejos de Buenos Aires, encuentro en un libro la etiqueta azul con el nombre de Pigmalión pegada en la página de guarda y me pregunto si ese ejemplar no habrá pasado por mis manos".

Al circuito de librerías que habituaba Borges habría que agregar La Ciudad, de propiedad de Luis Alfonso, inaugurada en 1969, y que frecuentó a diario en los locales de la Galería del Este. De aquella librería Borges escribió una carta que los hijos del librero atesoran, y que dice: "No olvidaré su alegría discreta y su gran generosidad. No me dejaba comprar un libro, me los regalaba diciendo: obsequio de La Ciudad, para que así el don fuera impersonal. Era harto menos un librero que un bibliófilo". Sin embargo, una de las últimas fotos de Borges en Argentina, unos días antes de irse a Suiza en noviembre de 1985, corresponde a la librería Casares, que en ese entonces quedaba en Arenales 1723 (hoy está en Suipacha 521), propiedad de Alberto Casares; ahí precisamente aparece saliendo del brazo de su dueño.

Más allá del Río de la Plata

El trabajo que hicieron Rosato y Álvarez sobre las librerías se explica porque, como dice este último, "nosotros teníamos que individualizar los ejemplares de Borges, esos ejemplares tenían cierta característica dentro del fondo de un millón de libros de la Biblioteca Nacional, y eso era que estaba comprado en librerías. La etiqueta de cada una de ellas indicaba que podía haber pertenecido a Borges. Dentro de esas librerías en inglés las principales eran Mitchell's y Pigmalión; luego en alemán estaban Goethe y Beutelspacher; Verbum proveyó más libros en francés aunque también algunos en inglés". No fue fácil identificar los libros que Borges donó a la Biblioteca, pero esas simples etiquetas daban un indicio.


Por otro parte, el rico mundo de librerías en otras lenguas, al que Borges tuvo acceso ya no existe más, y eso, según Laura Rosato, "es el gran diferencial del que hablamos siempre: el acceso a otras literaturas a través de otros idiomas". Y desde luego también el aprendizaje de idiomas le abrió la puerta a estas literaturas. Germán Álvarez recuerda que el alemán que le enseñaron tempranamente en Suiza le dio la "llave a textos raros de encontrar en el Río de la Plata y que no todos manejaban, como leer a Schopenhauer o a Kant en su idioma original", a lo que se le sumó toda la literatura orientalista que llegó a ella a través de los mismos alemanes. De este modo, y gracias a las virtudes de Borges pero también a la oferta libresca de la Buenos Aires de esos años, hicieron que Borges fuera mucho más allá del lector promedio del Río de la Plata. A ambos investigadores les llama la atención que hoy, habiendo más lectores que puedan acceder a textos en inglés, francés y alemán, este circuito de librerías ya no esté. "El libro digital está muy pauteado por el mercado", agrega Rosato, "entonces me parece que la idea de los libros y las librerías era más democrática, porque llegaba más variedad, ahora la oferta está más controlada. Hay un tipo de literatura y te encontrás al final con menos oferta que antes".

El hecho de que Manguel hubiera sido librero de Borges y esté hoy como director de la Biblioteca Nacional no es algo que puedan pasar por alto. "Es cerrar todo un ciclo", dice Álvarez. En esta reedición tuvieron la oportunidad de enmendar y acrecentar "lo que uno puede llevarle al lector, que es el dossier de imágenes que ahora se le hizo justicia con el tipo de material y la ambición crítico-genética que nosotros tuvimos. Antes las reproducciones de las notas eran muy pobres, cosa que se había criticado en ciertos ambientes, y con razón". Pero además de lo material hay un aspecto simbólico, y es que "un lector de Borges como Manguel, que probablemente tuvo entre sus manos uno de estos libros que hoy conforman esta colección, que lo visitó y que le leyó en esa sala que queremos iniciar este Centro Borges, la verdad es que opera como un cierre con broche de oro". Rosato aclara que la nota donde se hace referencia a Una historia de la lectura de Manguel ya estaba en la anterior edición, porque "cuando uno trata de reconstruir cómo lee alguien busca todos los que leyeron con ese alguien y Manguel era un lugar obligado".

Si bien en la introducción el espacio dedicado a las librerías es breve, resultó importantísimo para que la investigación avanzara. Si la mayoría de las librerías no hubieran cerrado quizá Rosato y Álvarez hubieran avanzado más rápido. Y si otros escritores se hubieran dedicado en esos años al digno oficio de librero también, como fue el caso de Luis Gusmán, que pese a haberlo tratado (hay una antigua foto de Borges, Germán García y él que lo atestigua), no le tocó atenderlo como librero. Más allá de esto la oferta y la variedad de librerías que había hasta hace unos años permitieron no sólo la construcción de la biblioteca de Borges, sino la construcción de un lector privilegiado.


El carro de compras de Borges

– Edición inglesa del volumen cuatro de la correspondencia de Robert Louis Stevenson la compró en Mitchell's Book Store.
– Edición inglesa de "Hamlet", de Shakespeare, comprado en Mitchell's y anotó en la cara exterior de la contratapa lo siguiente: "Amleth, || Amlodi, || last || Skjöl- || dunga Saga. || Saxo, || libros || III y IV".
– Edición inglesa de "Kalevala: the land of the heroes", de Franz Kafka, en Mackern's.
– "Human Knowledge: Its Scope and Limits, de Bertrand Russell, en Pigmalión.
– "India e Buddhismo antico, de Giuseppe de Lorenzo, en librería Sarmiento (Libertad 1214).
– "Die Abenteuer der Sylvesternacht, de E.T.A. Hoffmann, en Beutelspacher.
– "Die Morgenlandfahrt", de Hermann Hesse, en Barna.
– La edición inglesa de "Gargantúa y Pantagruel", de Rabelais, en Viau & Cía.
– Edición inglesa de "Los cantos", de Ezra Pound, en Pigmalión.
– Edición inglesa de los ensayos de Plutarco, en librería Norteamericana (Corrientes 455).
– Edición inglesa de los ensayos de Montaigne, en Mitchell's.
– "Steps: Stories, Talks, Essays, Poems, Studies in History", de Robert Graves, en Pigmalión.

Fuente: Infobae  -  24 de agosto de 2017