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domingo, 10 de marzo de 2024

Borges conurbano

 

Por Guillermo David

10 de marzo de 2024

 

No hay mapa inocente. El accionar humano lo vuelve territorio y como tal rubrica regiones con alta condensación simbólica. Sus puntos cardinales señalan universos conceptuales complejos: buscamos el norte de nuestro destino, nos desorientamos y hacemos del occidente el polo civilizatorio dominante. El Sur, por su parte, es una metáfora de una potencia que no cesa.

 

Para la geopolítica es la Patagonia imaginaria y aventurera, los bravíos mares australes, la utopía antártica, el fin del mundo. Que, para las corrientes emancipatorias, será el recomienzo. La flecha hacia abajo que fue la marca de la revista Sur de Victoria Ocampo señaló un rumbo que centraba en un aquí perentorio el punto de mira con que se entablaba el diálogo con todas las culturas. Es decir, un programa soberano, que Borges tematizó en El escritor argentino y la tradición. En los cuarenta Joaquín Torres García dio vuelta el mapa del continente en su obra América Invertida. Con esa imagen disruptiva postulaba un movimiento artístico autárquico, emancipado de patrones culturales provenientes de los países centrales. “Nuestro Norte es el Sur” -tal su consigna-, significó un llamado a la creación heroica de los pueblos que habrían de transitar un sendero de búsquedas estéticas autóctonas.

 

Pero para un habitante de la ciudad de Buenos Aires como Jorge Luis Borges el Sur indicaba apenas el suburbio más allá de la avenida Rivadavia y la zona por entonces semi-rural emplazada sobre el Ferrocarril Roca. Aunque se trataba de un territorio cercano, su distancia social y cultural lo proponía como ámbito de experiencias singulares que le suscitaban una curiosidad casi etnográfica. Recorrer el sur de la ciudad era ir hacia lo otro y hacia el otro. La geografía era metáfora de su busqueda de la alteridad sustancial. Ser el otro es, en definitiva ser el mismo. Ese confín dialéctico que linda con la pampa mitológica era tierra de malevos, gauchos y compadritos, es decir, la zona donde la épica aún perduraba y que, ciertamente, alimentaría no pocas de sus ficciones. Adrogué es uno de esos puntos cruciales.

 

Situada a 23 km al sur de la Capital, sobre la línea del Roca, fue fundada por Esteban Adrogué, propietario del Hotel La Delicia del que los Borges serían huéspedes asiduos. Años antes, durante la infancia del escritor, su padre alquilaba la quinta La Rosalinda donde pasaban los veranos. “De regreso de Europa mi madre edificó una casita frente a la plaza Almirante Brown, que tuvimos que vender. Me acordaré siempre de las cadenas y de las anclas y de la estatua”. Hoy funciona allí el museo Casa Borges.

 

En su conferencia Adrogué en mis libros, de 1977, recordó: “Aquí aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas”. Como en una reminiscencia proustiana, narró un episodio de memoria involuntaria sucedido durante su adolescencia suiza: “En 1918, hacia el fin de la Guerra, Europa fue asolada por la peste española. La municipalidad de Ginebra hizo quemar eucaliptos en grandes calderos en las plazas de la ciudad. De pronto sentí estar en Adrogué, estaba de nuevo en Adrogué, había vuelto. O mejor dicho: no me había alejado nunca, porque de algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno”. En el poema Adrogué, de El hacedor, escribe: “Su olor medicinal dan a la sombra / Los eucaliptos: ese olor antiguo / Que, más allá del tiempo y del ambiguo / Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra”. (…) “Pero todo esto ocurre en esta suerte/ De cuarta dimensión, que es la memoria. // Y en ella y sólo en ella están ahora/ Los patios y jardines”.

 

El Hotel La Delicia fue el sitio donde tuvo ciertas vivencias cruciales que inspiraron algunos de sus textos más conocidos. Una de ellas fue su intento de suicidio. Un amor contrariado, de los tantos que padecería, le indujo la idea, demasiado literaria, con la que coqueteaba en los textos de Schopenhauer. El verano del ‘35 Borges compró un revolver y una botella de ginebra Bols, sacó un pasaje de ida a Adrogué en Constitución y se alojó, irónico, en el cuarto n.º 48 (il morto qui parla). Tendido en el lecho apuró el trago hasta vaciar la botella, se llevó el caño a la sien y gatilló. La bala rozó sus cabellos. Se quedó dormido. En 25 de Agosto de 1983, texto en el que sueña un encuentro con su doble joven y suicida -el revólver sustituido por un frasco de píldoras, el hotel por la quinta- concluye: “Huí de la pieza. Afuera no estaba el patio ni las escaleras de mármol, ni la gran casa silenciosa ni los eucaliptus, ni las estatuas ni la glorieta ni las fuentes, ni el portón de la verja de la quinta en el pueblo de Adrogué”.

 

En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, uno de sus personajes es Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del sur, cuyo “recuerdo limitado y menguante persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos ”. Ese inglés “alto y desganado” que, “en vida, como tantos ingleses, padeció de irrealidad y muerto no es siquiera el fantasma que ya era entonces”, está basado en Mr. William Foy, un habitante espectral y lacónico de La Delicia al que recordaba con un libro de matemáticas bajo el brazo, que solía jugar ajedrez con el padre de Borges,.

 

Se dice que Funes, el memorioso nació de una noche de insomnio en el hotel. Pero donde mayor presencia cobra hasta ser una de las claves del cuento, es en La muerte y la brújula, cuya quinta Triste Le-Roy no es otro que La Delicia. “Entre el interminable olor de los eucaliptus” el detective Lönnrot va descubriendo la clave teológica de una sucesión de crímenes que lo tendrán, inesperadamente, como la última víctima -sobre todo, de su propia perspicacia. En el relato espiga aquí y allá imágenes de rombos -en algún momento dice losanges, en otros menciona arlequines-, que le inducirán el mapa triangular que une los tres primeros asesinatos. Estos requieren -postulan- un cuarto para completar el Tetragramaton, el nombre tácito de Dios, cuyo enigma Lönnrot había intentado descifrar en los libros cabalísticos que, sugestivos, acompañaban al primer muerto. Un compás y una brújula le indicaron el sitio de la cita final, a la que acudirá para cerrar el rombo previsto, “donde una exacta muerte lo espera”. “Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: una Diana glacial en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana; un balcón se reflejaba en otro balcón; dobles escalinatas se abrían en doble balaustrada. (…) Lönnrot exploró la casa. Por antecomedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. (…) Por una escalera subió al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los losanges de las ventanas. Lo detuvo un recuerdo asombrado y vertiginoso”. Una fotografía clásica muestra al ya anciano Borges, durante una visita a Adrogué, junto a la Diana Cazadora.

 

En largas caminatas con su padre y con su amigo Félix Della Paolera el joven Borges llegaba hasta Turdera, en uno de cuyos almacenes de ramos generales ambienta el cuento El Sur. “Una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí”. En Turdera oyó alguna vez la historia de los hermanos Iberra, que según la leyenda disputaban guapeza y una misma mujer. Es el argumento de La intrusa y de la Milonga de los hermanos, que reza: “Traiga cuentos la guitarra / De cuando el fierro brillaba, / Cuentos de truco y de taba, / De cuadreras y de copas, / Cuentos de la Costa Brava / Y el Camino de las Tropas” (Alude al rancho donde vivían, cerca del Puente Viejo, hoy Avenida Frías). “Cuando Juan Iberra vio / Que el menor lo aventajaba / La paciencia se le acaba / Y le armó no sé qué lazo / Le dio muerte de un balazo / Allá por la Costa Brava. // Sin demora y sin apuro / Lo fue tendiendo en la vía / Para que el tren lo pisara / El tren lo dejó sin cara / Que es lo que el mayor quería.”

 

En la apertura de La intrusa Borges advierte que se trata de una versión desplazada, corregida y aumentada por el rumor, la memoria y el olvido. “En Turdera los llamaban los Nilsen”. “El barrio los temía a los colorados: no es imposible que debieran alguna muerte. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte”. La historia es conocida: acaban por compartir mujer y sórdidos recelos; la venden a un prostíbulo de Morón, pero deciden recuperarla. Fue peor. Un domingo la cargaron en un carro, tomaron por el Camino de las Tropas y junto a un pajonal, uno de ellos dijo: “A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos”.

 

Jorge Luis Borges alguna vez fantaseó con un destino más modesto, pero no menos entrañable, del que le cupo en suerte. En un reportaje había dicho: “Yo le tengo cariño al Sur: me gustaría ser Director de la Biblioteca de Lomas de Zamora”. Otra Biblioteca, infinita y eterna, junto con la noche, lo estaban esperando.

 

Fuente: Pagina12

https://www.pagina12.com.ar/719371-borges-conurbano

sábado, 24 de julio de 2021

1981Adrogué: Un viaje y una charla con Jorge Luis Borges


 Por Ramón César Suárez

Al haberse cumplido recientemente un nuevo aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, recordamos hoy una nota de nuestro Fundador, Ramón César Suárez, en la que describe un viaje de Buenos Aires hasta Adrogué junto al inolvidable autor, que nos hizo el gran honor de escribir tres veces en el suplemento cultural de Mi Ciudad.

La relación de Mi Ciudad –y de Suárez- con Borges nació en la amistad que el escritor tenía con el profesor Roy Bartholomew, quien estaba a cargo del suplemento cultural de nuestro diario así como su similar de Tribuna, de Almirante Brown, medio que también dirigía el fundador de Mi Ciudad. Bartholomew, colaborador de La Nación y otros diarios, fue una figura relevante de las letras argentinas, y fue coautor con Borges de varios escritos.

Esta es la nota, que constituye una de las grandes páginas de nuestra historia:

Junto al escritor Prof. Roy Bartholomew me dirijo a la metrópoli en pos de quien si aún no alcanzó el Premio Nobel de Literatura, es simplemente porque su verbo acorde a sus independientes sentimientos, no es motivo de trueque alguno.

En la calle Maipú, a metros de Charcas, detuvimos el vehículo a mano derecha del tránsito pero un un lugar vedado para todos, menos para Jorge Luis Borges y quienes van en su busca o lo retornan al departamento donde maúlla su hermoso gato que obviamente no es de porcelana, pero brilla como si lo fuera.

Despaciosamente Roy viene con el Maestro del brazo. Su semblanza de gentleman es indiscutible. Si no fuera Borges, igual- como está ocurriendo en estos momentos- se detendrían los circunstanciales transeúntes . Su silencio es toda una reverencia, cuando no se quiebra esta actitud con un apretón de manos o un adiós emocionado que Jorge Luis agradece sonriendo, guiándose por la voz y apretando el ya histórico bastón.

Decide ubicarse al lado junto al volante. Frente al camino parece querer inquirirlo todo, nada menos que él, que tiene todas las respuestas.

Iniciamos la marcha en forma rauda. No le molesta la velocidad, dialoga con Bartholomew que le va leyendo el trabajo premiado de José Vicente Nuñez titulado “Kappa”. Aunque pareciera imposible, tiene todos los sentidos, pues la falta de visual no es óbice para que presienta peligro, antes de que mi pie se apoye por primera vez en el freno.

Un coche más se nos pone a la par, pero en vez de escapar como otros en plena Avenida 9 de Julio, aminora su andar y observo que dos jóvenes que identificaron a Borges, saludan y envían con claro gesto, besos. Le transmito lo que ocurre, obligando una pausa de Roy en la lectura. El episodio se repetirá una y otra vez. Distintas caras y un mismo sentimiento de admiración y orgullo.

Cuando cruzamos el Riachuelo, alerto a Borges del pasaje. Le llama la atención y agrega uno de sus jugosos bocados del ayer.

Nos narra entre otras cosas: “Cuando mi padre fue por última vez al Hotel Las Delicias de Adrogue  en 1938- murió en ese año Lugones, agrega- el viaje en automóvil le costó 10 pesos, desde la quinta que ocupábamos entonces en Pueyrredón y Corrientes, incluido un peso de propina por la espera”.

Ya estamos en la Avenida Hipólito Yrigoyen. La corriente de vehículos en inmensa, el apuro el signo de todos, bueno, excepto los que ubican al gran escritor que continúan manifestándose favorablemente.

Son cerca de las 17.15 y en el área de Lomas de Zamora, varios alumnos de ambos sexos, detenido el tránsito por el semáforo en rojo, se olvidan de cruzar pero no de vivar a Borges como un auténtico ídolo.

En verdad, si no lo veo no lo creo, como decía Santo Tomás.

Reanudamos nuestra marcha. Borges va seguro. Bartholomew no hace comentarios sobre mi manera de conducir. Luego tendré presente al retornar a Buenos Aires, con esa riqueza material y espirtual que es Borges, el porqué de su silencio. Roy no viajó…

Le informo a Jorge Luis –no le gusta que lo llamen Señor- que estamos a la altura de Turdera, la zona de los cuchilleros que ganaron la eternidad con su pluma. Me refiero a los Ibarra…Nuestro ilustre acompañante suma otra información. No hace mucho estuvo con uno de sus descendientes. También nos comenta de su última estada en Coronel Suárez, de quien es descendiente. Vinieron a caballo desde Lima junto a Necochea, Pedernera, Olavarría. Borges todo es historia y sencillez. Tiene la riqueza que nadie adquiere, porque no hay dinero para ello. Suma conceptos de esa heroica travesía, trajeron el agua en bolsones de cuero. ¿Y los caminos? ¿Existirían?.

Estamos en Adrogué, cruzamos las vías del F.C. Gral Roca. Amenedo, arbolada y renovada, pero con la fragancia de otrora, merced a la presencia de algunas casas que conservan las plantas del Adrogué romántico. Tomamos por la Avenida Espora y Roy Bartholomew le habla de los señoriales árboles que aún se imponen al deseo de algunos hombres de hacerlos leña y que conforman un túnel verde.

Son aquellos que sobrevivieron al insólito tornado del 29 de setiembre de 1976 y que aún en lo alto se dan la mano, uniendo anteveredas y anocheciendo en plena tarde. Nos detenemos en la casa de Roy. Allí el Maestro hace un alto. Bebe agua. No es por cierto el líquido que antaño embriagara de frescura especialmente a los porteños que se llegaban a este oasis, donde los eucaliptus suplantaban a las palmeras.

Llega la hora rápidamente. Hay que dirigirse hacia donde Jorge Luis Borges le entregará en inolvidable jornada, el premio a José Vicente Nuñez y donde habrá de disertar. Allí todo es espera y entre los que están a la expectativa se encuentra nuestro colega y vecino Luis Alberto Di Cecco.

Cabe acotar que antes de partir de la casa de Bartholomew le prometo citarle a Borges donde está ubicada “La Rosalía”, la inolvidable casa que habitara con los suyos en la calle Macías y cuya hermana dibujara hace algunos años para ilustrar su libro “Adrogué”.

Borges pregunta entonces: “¿Es bueno eso de recordar donde viví?”. Le contesto que si pensara lo contrario no se lo hubiera propuesto.

Rumbo a la Estación Adrogué, para tomar por Somellera, Nother y por último Pinedo, le informamos en el momento preciso que pasamos por donde estaba su casona. El levanta la cabeza apoyándose sobre el bastón y recuerda el Adrogue Tennis Club.

Las calles adoquinadas sin dudas le darán la sensación cabal de ese ayer que no olvida y vive en él. Nos cita entonces el pasaje Las Casuarinas. Allí de tarde había enamorados y de noche también algún asalto. Eran tiempos que Adrogué céntrico tenía muchas rejas, glicinas, eucaliptus y enredaderas de jazmines olorosos.

Vuelve el ayer. Tiene presente ahora a su madre. “Ella solía venir a Adrogué. Siempre al Hotel Las Delicias” y se internaba en su parque. En los últimos años de su vida me confesó: creía que iba a encontrar a mi padre. No me lo había dicho antes, pues temía preocuparme con esos pensamientos. Una tarde, cuando caía el sol, comprendió que ya no había lugar allí para el reencuentro”.

Estamos ya frente al lugar destinado a recibir a Borges. Son numerosas las personas que nos esperan. Le decimos a este antes de trasponer el umbral del cálido y señorial salón, digno marco para Jorge Luis, que estamos frente al mismo lugar que ocupaba el Hotel que mandara construir Esteban Adrogué. Antes de descender del auto le narramos lo que queda en el Pasaje, la estatua de Diana y el espíritu de un tiempo que no habrá tornado que renueve.

Comienza la ceremonia con un prólogo unánime y espontáneo, el aplauso a Borges. La palabra oral y escrita está de fiesta. Nuevamente en Adrogué uno de sus ciudadanos dilectos. Lo que prosigue ya fue motivo de la crónica imaginable.

El retorno fue singular. Borges, previa estada nuevamente en la casa del Profesor Roy Bartholomew, decide recorre el trayecto -15 cuadras-caminando… La decisión está tomada. Y comienza a hacer “camino al andar”. El grupo crece con la presencia de jóvenes que se suman y se sienten atraídos por la figura que Roy lleva del brazo.

Es una peregrinación silenciosa que despierta aún más calladas adhesiones, a medida que Adrogué céntrico descubre a Borges en carne y hueso, cuando sólo creía en una visión.

Tras la pausa referida reiniciamos el retorno a Buenos Aires. Junto a Borges ahora están Luis Di Cecco, Mabel Pagano y Yelma Baldi, estas figuras que lucieron en el certamen de poesías que organizáramos. La vuelta se hace más rápida aún. Claro que a esa hora el camino está libre y los semáforos saludan con su intermitencia amarilla a quien no los observa, pues no puede, aunque ve mucho más allá que otros que tienen intacto el poder visual pero atascada la mente.

Borges tararea tangos. Está muy contento. Cambia impresiones con todos y festeja los besos que le dedicaron jóvenes que se los negaban cuando él era joven. Cerciorado de nuestra presencia y solidaridad, sintiéndose libre, puede permitirse decir lo que otros callan y no porque no vean ni sientan.

En Lanús, Mabel Pagano desciende y besa al Maestro. “Hoy besé dos veces al verdadero Premio Nobel de Literatura”, exclama. Otro tanto dirá luego en Buenos Aires Yelma Baldi. Allí, otra vez en Charcas y Maipú estrechamos su mano. Lo acompaño hasta el sexto piso y lo dejo en la puerta de su departamento. Una voz le responde. El gato está oculto tal vez junto a los libros. Agradece Jorge Luis Borges la compañía. No se cansa de agradecer quien realmente debería ser el receptáculo de todo nuestro agradecimiento.

En tanto en Adrogué, el artista Alejandro Barletta, que tocó para Borges en casa de Roy Bartholomew en íntima reunión con su bandoneón universal, música de Bach y de su propia inspiración, confesó que encontró a Jorge Luis en Madrid, paseando por la calle y no tomó contacto con él, a quien personalmente desconocía, para no molestarlo.

 

Ramón César Suárez.

(Noviembre de 1981)

 

Fuente: Mi Ciudad en Línea -  Historias de Mi Ciudad

https://www.miciudadenlinea.com.ar/nota/20201001-un-viaje-y-una-charla-con-jorge-luis-borges

domingo, 26 de noviembre de 2017

Atesora recuerdos del Borges más sencillo




Por Juan Carlos Diez

Por el gran ventanal desde donde se ve una estatua de lo que fue el Hotel La Delicia, Coca se asoma a sus recuerdos. Por sus lozanos 87 años se suceden los paisajes de Adrogué cuando era un pueblo de quintas y calmas noches estivales. Por esas calles caminaba un hombre de mirada perdida que amaba este lugar y sus eucaliptos, tanto como los libros y los poemas que escribía con caligrafía minúscula. Ese hombre era Borges.

María Magdalena Carmen Pilar Pagés, “Coca” para todos y abuela de los actores Dolores y Tomás Fonzi, conoció al escritor cuando ella era una adolescente de catorce años. Y mantuvo con él una amistad que duró toda la vida. “Leonor Acevedo, la madre de Borges, era íntima amiga de mi mamá, Dolores Isern, concertista de piano. Ellos vivían todo el verano en el Hotel La Delicia, así lo llamábamos todos, antes de comprar el chalet de ladrillos rojos y tejas coloradas. Cuando caminábamos siempre me decía: '¡Este Adrogué que quiero tanto!'. Si lo habré acompañado a pasear por acá...”, sonríe.

El Hotel La Delicia, que abarcaba una manzana, fue luego la quinta La Rosalinda de la calle Macías y el chalet aún se conserva en Diagonal Brown 301. “Así es mi recuerdo de Adrogué: las quintas, los coches en la plaza, las largas verjas, lo fácil que era perderse. Mis padres salían a caminar de noche y se perdían, lo que era fácil dado el trazado irregular de las calles, calles que convergen y divergen en el silencio del pueblo. Todas las quintas oscuras, dormidas y luego, quizá, en alguna esquina, el rasguido de una guitarra”, relataba Borges. En cuentos como “La forma de la espada”, “La muerte yla brújula” y en “25 de agosto de 1983”, el escritor evocaba el lugar. Lo mismo ocurre con segmentos de “El jardín de los senderos que se bifurcan”, de su libro “Ficciones”.  Y en 1977 publicó su libro “Adrogué” con ilustraciones de su hermana Norah.  

Coca, elegante y de voz profunda, tiene en su casa de frente a la Municipalidad, una gran biblioteca en tres paredes. “Desayuno con mis amados libros. A Borges me gustaba leerlo aunque le confieso que me costaba entenderlo. A veces me daba a leer dos páginas. Yo era muy amiga de Norah, que era bonita y encantadora y hablaba muy suave. Un día me llevó a su atelier y me dijo: ‘Elegí el cuadro que quieras’. Y me lo regaló en prueba de nuestra amistad. Es el cuadro que usted ve ahí, arriba del piano”.

–¿Cómo era Borges?

–Era muy sencillo, ameno. Nunca hacía alarde. Nos decía que tenía que viajar a distintos lugares del mundo para recibir un premio, pero naturalmente. A veces parecía ausente: era porque no escuchaba bien. Era apegado a su madre.

–Su amistad con ellos perduró.

-Siempre. El ya de grande venía a veranear a acá con Leonor. Yo también los iba avisitar a su departamento de la calle Maipú, en Capital. Me acuerdo de una vez que me hizo elegirle una corbata para que le combinara con el traje. Era un hombre llano, aunque había que despabilarse bastante para seguirlo. Mi marido, Enrique Cárrega, que era juez, lo llamaba siempre a su amigo, el escritor Enrique Peltzer, cuando Borges venía a almorzar a mi casa de Adrogué.

–¿Y cómo era Leonor, su madre?

–Era un encanto, en todo sentido. Mi madre era la única amiga a la que ella recibía cuando estaba enferma. Los Borges eran una familia más de las que veraneaban en Las Delicias, hasta que nos hicimos amigos.

A Coca le gusta caminar por el barrio y tomar el te todas las tardes con sus cuatro amigas en la confitería Lola. “En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptus, estoy en Adrogué”, escribió Borges. Coca vuelve a sus recuerdos al ver las fotos del escritor con el que caminaba por estas calles. Y en su sonrisa se adivina el perfume de aquel pueblo de quintas donde era fácil perderse.

Fuente : Clarin



viernes, 30 de diciembre de 2016

El Adrogué de Borges: una visita a los paisajes literarios de la memoria


Desde chico, el autor de El Aleph pasó varias temporadas en esa localidad y sus recuerdos dejaron huella en su obra; los eucaliptos, los suburbios y la sombra del hotel Las Delicias.

Marcela Ayora

Borges y el laberinto. La multiplicación. El otro. Los espejos. Más que temas, son obsesiones a las que el escritor volvió una y otra vez. El Sur también dejó huella en él. En sus cuentos y poemas están los detalles en los que se detuvo, la relación entre mirada y espacio, la memoria. Dentro de todos los Borges, hay un Borges de Adrogué. Llegó a Adrogué de pequeño, con su familia: "Aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas", dijo en una conferencia que llamó "Adrogué en mis libros", de 1977, que forma parte del volumen Jorge Luis Borges en Almirante Brown. La familia alquiló una quinta, La Rosalinda, que ya no existe. Salir a caminar con su padre era algo recurrente. Después vendría el tiempo en el hotel La Delicia, el de los espejos. "Sobre el portón decía La Delicia, salvo que nadie utilizaba el singular, sino el plural, que es mejor. Hay cuentos míos que parten de ese lugar o regresan a él." Cuando su padre murió, la madre, Leonor Acevedo, compró el terreno y levantó una casa a la que irían durante los veranos con su hermana Norah. Pero en 1953 la vendieron. Hoy funciona allí el museo Casa Borges. Además de las historias, el Sur le da un amigo, el poeta y periodista Félix Della Paolera, quien gestionó el doctorado honoris causa a Borges por la Universidad de Cuyo. Con su amigo Grillo -así le decían a Della Paolera por su costado insomne- almorzará muchos sábados de su vida y compartirá las caminatas por esos rincones del Sur.

Un recorrido posible

1-Viejo puente de ferrocarril y altura Camino de las Tropas.
Aparece en el cuento "La intrusa" el rancho de los Iberra, en Turdera. Sobre cómo construyó este cuento, Borges escribió: "Había empezado la historia de dos hombres, dos hermanos que se disputan la misma mujer. [?]Me acordé entonces de los hermanos Iberra, de quienes muchos de ustedes tendrán noticias. ¿Por qué no ocurrirlo en Turdera? Pensé: si sitúo un cuento mío en Turdera en mil ochocientos noventa y tantos, ¿quién puede saber cómo eran los hombres de aquellas orillas del Sur? Prefiero situar mis cuentos en las orillas de Palermo o en las orillas de Adrogué, a fines del siglo pasado". Con su amigo Grillo Della Paolera caminaban por Turdera, lindero a Adrogué.




Foto: LA NACION

2-Monumento representativo para recordar el hotel La Delicia. (Pasaje Las Delicias.)

Se lo menciona en "Adrogué", poema del libro El hacedor. "Lo que he tratado de decir sobre Adrogué, sobre el Sur, sobre el hotel Las Delicias, todo lo he dicho mejor, creo, en un poema". Del hotel Las Delicias, de enorme influencia en el imaginario borgeano, hoy apenas se conserva esa escultura. Y una vez más están los eucaliptos. "Su olor medicinal dan a la sombra/ Los eucaliptos: ese olor antiguo/ Que, más allá del tiempo y del ambiguo/ Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra." Y al fin de otra estrofa: "Pero todo esto ocurre en esta suerte/ De cuarta dimensión, que es la memoria [?] En ella y sólo en ella están ahora/ Los patios y jardines". El cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" también alude al hotel. La primera oración es así: "Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar". Y los trenes, el punto cardinal de tres letras, la vida en las plantas, la ficción en los espejos. Aparece, como él lo llamaba, en plural, "Las Delicias", a medida que avanza la acción, así: "Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos".


 Foto: LA NACION

3. Su casa (Diagonal Brown 301).
Es el chalet en el que pasó los veranos con su madre y su hermana Norah. "De regreso de Europa, mi madre edificó una casita frente a la plaza Almirante Brown, que tuvimos que vender. Me acordaré siempre de las cadenas y de las anclas y de la estatua." La que era su habitación daba a la plaza principal, a las copas de los árboles de los que siempre habló: la conocida referencia al olor de los eucaliptos. "En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué." Hoy funciona allí la Casa Borges, inaugurada en 2014 como un proyecto municipal con el apoyo de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama. Fue Kodama la que elogió una de las intervenciones, el mural de Fernanda González Latrecchiana, artista plástica especializada en murales que apelan a la identidad de las ciudades. El que hizo muestra a Borges de espaldas, acompañado por un tigre, animal que era su pasión. También hay obras de Lili Esses, Jorge Aranda, Andrea Bravo y Elena González. Para hacer la recorrida, está la palabra de Teresa López, licencia en Letras y Bibliotecología, que conoce muy de cerca la obra de Borges. Los eucaliptos aparecen también en "La muerte y la brújula". El cuento empieza así: "De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos".



Foto: LA NACION

4. Biblioteca Esteban Adrogué (La Rosa 974).
Circulaba el rumor sobre las ganas de Borges de dirigir la biblioteca de Adrogué fundada en 1918. En Jorge Luis Borges en Almirante Brown, se reconstruye esta versión. "En 1955, en momentos en que, según el testimonio de María E. Vázquez, aspiraba a dirigir la Biblioteca de Adrogué, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, máximo honor para quien la concebía como «un sinónimo del Paraíso Terrenal»."



Foto: LA NACION

5. Esquina de Quintana 407. Hay mucho Adrogué en el cuento "El Sur".
Transcurre en una pulpería, hoy Almacén de Ramos Generales Santa Rita, un restaurante. Narra Borges en el cuento: "Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí".



Foto: LA NACION

6. Calle de casas como quintas.
 En su cuento "El Aleph", aquel que habla del lugar de todos los lugares, se lee: "Vi una zona de quintas". De lo que Borges registró en esas caminatas con su padre, más tarde diría en la Conferencia de 1977: "Me acompaña -mis fechas son inciertas, pero qué importan las fechas, que son lo más vago que puede haber-, todo eso me acompaña desde mi niñez en Adrogué. Porque Adrogué era eso entonces (no sé si ahora lo es): es un largo laberinto tranquilo, de quintas, un laberinto de vastas noches quietas".


Foto: LA NACION


Fuente : La Nación -



domingo, 7 de diciembre de 2014

Museo Casa Borges - Adrogue - Primera Parte



Primer programa del especial de Estilo Brown de la Casa Borges. Un programa que nos cuenta la historia de Jorge Luis Borges y su paso por Almirante Brown.

Fuente You Tube

https://www.youtube.com/watch?v=Pu4Ru39QuM0

 

Museo Casa Borges - Adrogue - Segunda Parte



Segundo programa del especial de Estilo Brown de la Casa Borges. Un programa que nos cuenta la historia de Jorge Luis Borges y su paso por Almirante Brown.

Fuente : You Tube





lunes, 24 de noviembre de 2014

Borges ‘"vuelve"’ a su hogar de Adrogué, que ahora será un museo



Se inauguró "Casa Borges", la residencia habitada por el autor junto a su madre Leonor Acevedo, ya viuda, y a su hermana Norah, que abrirá sus puertas al público. La casa ofrece muestras permanentes, visitas guiadas, talleres y un centro de estudios literarios. Para su apertura como museo fue intervenida por destacados artistas plásticos como Jorge Aranda, Fernanda González Latrecchiana, Lilí Esses, Gloria Cruz, Magdalena Bravo y Elisa Menéndez.

"Durante los años de mi infancia pasábamos los veranos en Adrogué, a unos 15 o 20 kilómetros al sur de Buenos Aires. Allí teníamos residencia propia: una vasta construcción de una planta, con terrenos, dos cabañas, un molino de viento y un peludo ovejero marrón. Adrogué era entonces un remoto y apacible laberinto de casas de veraneo rodeadas por verjas de hierro, con parques y calles que irradiaban de las muchas plazas. Impregnado por el ubicuo aroma de los eucaliptos".

Esa casa de verano que describía Jorge Luis Borges se acaba de convertir en un museo y también en la primera residencia habitada por el escritor que abre sus puertas al público. "Casa Borges", ubicada en Plaza Brown 301 de la ciudad de Adrogué, hoy ofrece muestras permanentes, visitas guiadas, talleres y un centro de estudios literarios.

La casa, de estilo austero, fue habitada por Borges, junto a su madre Leonor Acevedo, ya viuda, y a su hermana Norah. Es una casa de ladrillos rojos a la vista, rejas verdes y tejas coloradas, de tres dormitorios y 100 metros cuadrados de parque. Para su apertura como museo, fue intervenida por destacados artistas plásticos como Jorge Aranda, Fernanda González Latrecchiana, Lilí Esses, Gloria Cruz, Magdalena Bravo y Elisa Menéndez. En uno de los cuartos hay una muestra permanente incluye poemas inspirados en Burzaco, Glew y Adrogué, y retratos de la infancia y adultez del autor, muchos tomados en la zona. En otro, hay una sala audiovisual con entrevistas a Borges en las que se destaca su vínculo con el lugar. Y en el tercer dormitorio, una biblioteca con la colección de libros borgeanos comprados por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que preside María Kodama, viuda del escritor. Entre otros tesoros, la casa alberga el poemario Adrogué, que se publicó en 1977 por suscripción.
Kodama, quien preside la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, y el Gobierno Municipal de Almirante Brown, suscribieron un convenio de cooperación e intercambio institucional, por el que "Casa Borges" funcionará como un museo vivo abierto al público. "Borges siempre me hablaba de Adrogué. Lo recordaba con mucho cariño y mucha alegría. Para él era una especie de paraíso", expresó Kodama durante la inauguración de la casa museo.

"Casa Borges nos ofrece la posibilidad de recorrer a través de una experiencia inédita, los ámbitos de inspiración y creación en los que Jorge Luis Borges concibió, con soberbia exquisitez, parte de su espléndida obra", detalló el secretario de Educación, Cultura y DD.HH., Jorge Herrero Pons.

Borges pasó gran parte de sus vacaciones durante la década del ‘40 en Adrogué. Primero en el hotel "Las Delicias" y luego, a partir de 1944, en la casa que adquirió su madre. La propiedad también fue habitada por Norah Borges, seudónimo con que se conocía a Leonor Fanny Borges Acevedo, hermana del escritor y destacada pintora. El resto del año, vivía en un departamento en el sexto piso de un edificio ubicado en centro porteño, en la calle Maipú.

La vivienda de Adrogué –en el corazón del casco histórico de la ciudad– pasó por varios dueños hasta que en 2011 el municipio de Almirante Brown la expropió ante una inminente demolición y la restauró con el estilo de la época.

Durante su primera semana de apertura, en octubre pasado, más de mil personas pasaron por la Casa Borges, entre vecinos y turistas, académicos y curiosos. Las autoridades del municipio, además, están buscando que los comercios y bares de la zona se integren a la propuesta cultural con referencias a alguno de los libros de Borges.

"En cualquier parte del mundo en que me encuentre cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué. Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo de calles arboladas, de verjas y de quintas; un laberinto de vastas noches quietas que mis padres gustaban recorrer. Quintas en las que uno adivinaba la vida detrás de las quintas", escribió alguna vez Borges. Ahora, todos sus lectores tendrán la posibilidad de entrar por un rato en ese mundo.

Fuente : Cronista-com