13 de febrero de 2023
Antonio Boggiano
Oírlo trascender la realidad del ser; sus ficciones, colores, cuentos, laberintos y la poesía. La filosofía de Schopenhauer, que tenía por mayor que ninguna. También debería verse a Borges desde Schopenhauer. Porque sus cuentos, ficciones, sueños y laberintos parecen vinculados a la verdadera cosa en sí, la verdad última y razón suficiente; la voluntad en Schopenhauer y en Borges, unión irreductible del ser y la representación como imagen del mundo, de las tantas patrias de Borges que atisbaban la única patria de un después ignorado y perseguido. La pluralidad de las apariencias hasta aquella misteriosa unidad imaginada tan sólo poéticamente, como las ideas de Platón que Borges oía en diálogo con Sócrates. Una eternidad en el continuo devenir de Heráclito, a quien Borges nombraba con admiración. Hoy no soy el Borges de ayer, repetía como oración filosófica.
Cuántas horas de reflexión iban desde Heráclito y Platón hasta Schopenhauer, traducidas, si se puede usar esta palabra, a su literatura siempre en busca de un sentido estético y, al fin, metafísico. Borges, al contemplar las ideas de Platón, iba curándose de a poco del rigor de la voluntad, en su persecución insatisfecha y renegada de lo perdurable. La voluntad de su Schopenhauer, fuente de todo el mal doliente, al querer vivir, solo apaciguado por el sueño, el cuento, el laberinto. Y cuánta filosofía más inspiraría a Borges en sus infinitas lecturas y lecciones que apenas leemos y oímos.
Sí, el metafísico Borges, máximo filósofo argentino tal vez, sacaba conocimientos ocultos de aquellas lecturas cuyo sólo recuento se nos haría imposible. Con sus letras nos comunicaba el ser. En su dolor de vivir hallaba su propia curación, en la aventura de atrapar las ideas con geniales letras. Como un místico sin Dios. Llega el arte a la contemplación, cuya misteriosa realidad podía acaso endiosar con estilo pagano. El arte revela las ideas eternas que Borges vio de tantas formas con las que nos colmó de riquezas, posiblemente aun ocultas a los más sabios.
Ese ir y venir de Spinoza a Schopenhauer unió la realidad divina de Spinoza al mundo como voluntad de Schopenhauer, que dio a nuestro Borges el sentido irrenunciable por el bien moral, que siempre quiso realizar en su propia vida y obra. He aquí otro rasgo existencial de la unión de su vitae et operum. Del Sócrates platónico al río de Heráclito, vio el bien escondido de Spinoza y la poderosa voluntad de Schopenhauer. Admiraba a San Agustín más que a Santo Tomás. Nadie como Borges hizo dialogar a cuchilleros con Platón. ¿Quién se pregunta hoy dónde quedó perdido el Nobel de Borges? El Nobel que lo privó del oropel le reservó la gloria.
Parecería que el desmayo nos lleva a una extraña patria que no hemos de habitar jamás, cuando de un solo golpe nos parece que él, Borges, nos abriera un camino que no transitaremos, y nos parece que él ya había alcanzado esa cima sobrehumana en la que habitan todos sus escritores vecinos, a los que se acercaba con devoción ante sus dioses, o a quienes jerarquizaba en lugares diferentes, sin miramiento alguno, con naturalidad y con aquella inocencia del niño en la biblioteca de su padre.
Me gusta recordar los diálogos de Borges con el hombre culto. Me parecía asistir a sus diálogos con Platón. Se les veía el alma. El locuente ha de tener en cuenta el carácter, la disposición y el estado del oyente. Mucho dependerá de su relación con el que habla. Este debe presentar su estado anímico. Y oír atado por su atención. El discurso será idóneo cuando pueda remover pasiones y creencias del que oye. Esta remoción puede ser suave y persuasiva o brusca, llevando el argumento hasta cierto límite, devolviéndolo rápidamente al “nuevo orden”. He aquí la catarsis verbal aristotélica que algunos, no todos, padecen por Borges.
Los griegos vieron el buen orden del alma vinculado a la curación de las enfermedades. Aquella haría óptima la intervención médica. Del discurso a la curación. Falta aún una palabra de cautela. Sería ilusorio pretender que sabios discursos pudieran convertir a “hombres malvados”. También Aristóteles en su Ética a Nicómaco, advierte que los discursos no pueden traer a lo bueno y lo bello. Sería necesaria la ley coactiva. Muchos son los que no cumplen la regla moral. Por ello es ineludible la ley justa con “fuerza coactiva y a la vez un discurso que procede del entendimiento práctico y de la mente” (1180, a 22-23). La belleza del discurso y la coacción de la ley moral, que Borges seguía como prosa cotidiana. Como un beato laico.
Expresidente de la Corte Suprema
Fuente: La Nación
https://www.lanacion.com.ar/opinion/borges-metafisico-nid13022023/
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