miércoles, 12 de junio de 2024

Un ciego mirando al sol. Borges y el Mundial 78

Matías Bauso

 

Jul 24, 2017

Borges: ¿Has oído en estos días la palabra seleccionado? El seleccionado argentino de fútbol… Linda selección de brutos.

Bioy: Una culpa del fútbol es desalojar de deporte su mayor virtud: la de enseñar a la gente a ser buena perdedora. El fútbol ha impuesto la pasión de sus multitudes de espectadores, que no entiende de generosidades, y la venalidad de sus héroes; desató con fuerza huracanada el espíritu faccioso.

BORGES, de Adolfo Bioy Casares

Apenas a unos pocos meses de terminado el Mundial 78, a un editor periodístico se le ocurrió juntar a los dos personajes de mayor celebridad y prestigio del país. No parecía una mala idea. Que el más joven entreviste al anciano, debe haber pensado. La charla fue publicada y tuvo la repercusión esperada. Pero la que haya sido quizá la mejor frase de aquel encuentro quedó inédita por varios años. Al finalizar la conversación, Jorge Luis Borges dijo sobre César Luis Menotti: “Qué raro ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo”.

La de Borges fue una de las pocas voces que se escucharon públicamente en el país en contra del Mundial. Los otros que se expresaron con firmeza contra la realización del campeonato fueron Dante Panzeri y Juan Alemann. Pero eso fue meses antes. Para la época del Mundial se había quedado solo. El fervor popular y las presiones militares habían apaciguado al Secretario de Hacienda (sus críticas eran, a su vez, parte de una interna de poder). A Panzeri lo hizo callar un inexorable cáncer de pulmón 45 días antes del inicio del torneo. Pocos se animaban a expresar su molestia o desagrado. O a ejercer su opción a no participar de lo pretendidamente unánime. Uno de ellos fue el Mono Villegas: “Mire, a mí no me importa en absoluto ningún partido ni el Mundial, ni todas estas imbecibilidades. A mí me importa la inteligencia y no me interesan las cosas que se resuelven tocando un pito”.

Más allá de los analistas y de los diversos actores políticos que no quisieron quedar alejados del fervor popular provocado por el fútbol, sorprende la cantidad de gente de la cultura (escritores, ensayistas, gente de teatro, cineastas) que, sin tener el menor pasado futbolístico, se entusiasmaron con el Mundial y las manifestaciones populares. El festejo popular los enfervorizó y los encegueció. Ernesto Sábato que, a principios del 78, había criticado el dinero destinado a las obras del campeonato mostró una emoción y una alegría raras de ver en él (en cualquier circunstancia: tal vez eligió mal el momento para abandonar su depresión perpetua). Alfredo Alcón, Alejandra Boero, Marco Denevi o Abelardo Castillo (en su rol de columnista de La Opinión) fueron algunos de los muchos que prefirieron celebrar la alegría popular y creer que en ese común objetivo que tenía la sociedad argentina (aunque, es probable, que lo más correcto sería decir: anhelo) se vislumbraba algo más profundo y enriquecedor que el festejo de un logro deportivo.

Periodista: ¿Qué opina del Mundial?

Borges: Lo nimio me disgusta.

El mayor provocador de esa sociedad argentina circa 1978 era un señor de casi ochenta años. Borges se alejó de las actitudes condescendientes con el fenómeno del Mundial. Ya convertido en un personaje público insoslayable era buscado permanentemente para que diera su opinión de los más diversos asuntos, la mayoría de los cuales desconocía absolutamente. Sin embargo, siempre sus opiniones tenían las dosis necesarias de sabiduría, provocación y acidez que los (cautos) medios de la época perseguían.

Respecto al lugar de Borges en la sociedad vale la pena fijarse en dos datos. Entre mayo y junio del 78 todas las revistas de actualidad o de interés general que se publicaban en el país, lo entrevistaron. Somos, Gente, La Semana, Confirmado y Siete Días. Durante los años setenta cada escritor o corresponsal extranjero que acudía al país, iba en peregrinación hacia el departamento de Maipú 994 en el que escritor vivía con su gato Beppo y al cuidado de su madre, Doña Leonor (hasta su muerte) y después de la fiel Fanny. V.S Naipaul, Paul Theroux, Bruce Chatwin o el corresponsal del New Yorker durante el Mundial, el poeta Alastair Reid, son algunos de los que al dar cuenta de cómo era la vida en Buenos Aires en los setenta relatan su encuentro con el ciego escritor. Casi establecieron un género: la visita a Borges, el paseo por la ciudad, ver Buenos Aires a través de los recuerdos de rincones idos (una ciudad que ya no está, una ciudad casi imaginada) que el escritor recrea mientras camina despacio tomado del brazo del periodista. Naipaul lo explicó con su habitual cínica lucidez: “Borges concede numerosas entrevistas. Y cada una de ellas se parece a todas las demás. Diríase que Borges hace que las preguntas sean irrelevantes; pasa sus discos, como dijo una señora argentina; representa su papel”.

En medio de la crónica del Mundial 78 en el New Yorker, Reid (que fue uno de los traductores de la obra poética de Borges al inglés) rotula a Borges como “el genio que preside Buenos Aires”. El futuro Premio Nobel Naipaul, unos pocos años antes (y en el New York Review of Books), escribió que Borges era “el hombre más grande de la Argentina”.

Y este hombre decidió no sumarse a la fiesta colectiva. Vislumbró lo que se avecinaba y unos meses antes del Mundial amenazó: “Mientras dure el campeonato me iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una calamidad que por suerte pasará”. Ya se ha dicho que no cumplió con su promesa y que siguió recibiendo periodistas. También continuó con una de sus actividades principales por esos años, las conferencias.

El viernes 2 de junio a las 19.30 horas dio una conferencia sobre la inmortalidad: “Yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma. (…) (A la inmortalidad personal) Yo, personalmente, no la deseo y la temo; para mí sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso”. La conferencia –“clase” la llamaría Borges al año siguiente cuando publicó la transcripción en el libro Borges Oral- había generado interés. El auditorio de la Universidad de Belgrano estaba lleno. Gran parte del público estaba integrado por señoras mayores, bien vestidas que sacaron sus joyas de las cajas fuertes para salir a pasear ese frío viernes por la tarde. Su público habitual. La mesa desde la que Borges hablaba estaba al frente y era de madera sólida. A un costado, sobre un alto estrado rectangular, algo inusual: un televisor. En su pantalla estaban las imágenes del debut de la Selección Argentina en el Mundial. Sin volumen. Difícil determinar si Borges conocía de la existencia de la televisión al iniciar su conferencia. Si lo suyo fue ignorancia de la situación, indulgencia u otra broma borgeana.

Mientras el país vibraba con el partido contra Hungría y festejaba el veloz empate de Luque, Borges iniciaba su charla citando a William James (la conferencia comenzó 15 minutos después que el partido). En un país suspendido, pendiente del fútbol, Borges decidió continuar con lo suyo y reflexionar (y bromear) sobre la inmortalidad personal.

Ante la queja de varios de los asistentes, dos empleados de la Universidad retiraron el aparato al promediar la conferencia. Alegaban que se trataba de una falta de respeto hacia el maestro. Borges continuó hablando, inmutable.

Las críticas abiertas de Borges al Mundial y al fútbol en general y estos pequeños actos de irónico desprecio, también se convirtieron en un tema de conversación. De ahí a que algún comedido periodista fuera a consultar a José María Muñoz hubo un solo (y breve) paso: “Yo sé que Borges es un gran escritor. No lo leí nunca porque no tuve tiempo. Pero no puede ser tan tonto como para negar el Mundial Él tiene su mundo y lo respeto. A mí me gusta más el mío.

No entendía el fútbol. No sólo no le gustaba. Lo despreciaba (El fútbol es popular porque la estupidez es popular. Es un juego totalmente convencional. La gente lo ha tomado de un modo increíble. Es como si pensara de una manera irreal y se haya olvidado que ellos pagaron la entrada para convertirse en meros espectadores. Pero a la luz de las declaraciones se sienten como si hubieran jugado el partido. Y aunque lo hubieran hecho, eso no sería tan importante. Es que la idea de que alguien pierda o alguien gane me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía de poder, que me parece horrible). Y el Mundial –y su condición de reporteado serial- le dieron la posibilidad de desplegar todo su arsenal de frases llenas de desdén hacia el fútbol. La mayoría ya las había pronunciado en otras oportunidades pero él las decía como si fueran una novedad (pasaba sus discos).

Apuntaba a los ingleses: “Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el futbol. El futbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra

En este afán por denostar al fútbol no dudó en apelar a la cita algo turbia, intrascendentemente venal. Puso de su lado a Shakespeare y al Rey Lear: “Se está gastando la plata en hoteles y canchas de fútbol. Los viles (o plebeyos) jugadores de fútbol dice el Rey Lear. Hasta Kipling habla desdeñosamente de los jugadores del fútbol”.

Su experiencia como espectador del deporte fue escasa: “He visto en mi vida como medio partido de fútbol. Una vez fuimos con Amorim a ver un enfrentamiento de selecciones. Jugaban Argentina y Uruguay y yo sentía íntimamente que él –que era uruguayo- deseaba que gane nuestra selección y a mí me pasaba a la inversa. Tal vez por la amistad y el respeto por el amigo, que ambos profesábamos”. “Jamás he visto un partido entero de fútbol. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio”.

Donde los intelectuales, periodistas y demás celebridades veían una posibilidad nacional, la gran oportunidad histórica, él veía los peligros del nacionalismo y su íntima relación con el deporte. No era una novedad. Seguramente había leído el famoso ensayo de Orwell de los años treinta sobre este tema: “El fútbol despierta las peores pasiones, despierta lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte. Porque la gente cree que va a ver un espectáculo pero no es así. La gente va a ver quién va a ganar. Porque si les interesara el fútbol, el hecho de ganar o perder sería irrelevante, no importaría el resultado, sino que el partido fuera interesante”. Ante la insistencia del periodismo, Borges no cedía. Ni en el momento de mayor fragor, en los que los gritos de la calle llegaban seguramente hasta su departamento, en los que nadie ni siquiera un ciego podía estar ajeno a la alegría colectiva, su opinión se alejaba radicalmente de la condescendencia: “Me piden una explicación a este fenómeno popular del fútbol. La pasión por los deportes, la idolatría deportiva, pertenece a los defectos argentinos. Creo la gente vive frágilmente y, ayudada por la prensa, la radio y la televisión, quedó como alucinada”.

Y mientras el país celebraba la obtención del campeonato mundial, Borges se sentía aliviado por la finalización del torneo (“Por fin concluyó esta fiesta canalla”) y deslizaba un sarcástico desagrado con el unánime estado de felicidad: “Me suena rarísimo escuchar de la gente frases como: “Hemos vencido a Holanda”. No hemos tomado Rotterdam ni Ámsterdam, ninguna cosa patrimonio de ellos. Simplemente, once jugadores, de los cuales uno fue traído expresamente de España, les ganaron a otros once. Entonces pienso: ¿qué importancia puede tener eso? Ya Aristóteles decía que era una metáfora decir que Grecia había vencido a Persia”.

Fuente: Medium.com

https://medium.com/@matiasbauso/un-ciego-mirando-al-sol-borges-y-el-mundial-78-6d8627d0464b

 


 

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