sábado, 15 de febrero de 2025

Borges y la traición. Un homenaje secreto a Roberto Arlt

 

Tanto el autor de El juguete rabioso como el de El Aleph abordaron el tema de la delación; uno lo enmarcó en el conflicto de clases; el otro privilegió lo existencial

 

15 de febrero de 2025

 

Marcelo Gioffré

 

Por mucho tiempo se consideró que Borges no había leído ni tomado en cuenta a Roberto Arlt. Nacido en el año 1900, es decir, un año menor que Borges, Arlt fue el primer novelista moderno y urbano argentino, rompió con la tradición de una literatura rural y decimonónica que giraba en torno al Martín Fierro. Vivió solo 42 años. Su vida fue turbulenta y estuvo signada por la severidad y el sadismo de su padre inmigrante, la pobreza, la muerte por tuberculosis de sus dos hermanas, la expulsión de varias escuelas y la huida de su casa cuando era un adolescente.

 

El “Grupo de Boedo”, al cual la crítica lo adscribió, aludiendo a la calle periférica de la editorial Claridad, en la que sus miembros publicaban, y del café El Japonés, donde se juntaban, se caracterizaba por su temática social, sus ideas de izquierda y su acercamiento al movimiento obrero. El antagonista era el “Grupo de Florida”, que integraba Borges, nucleado alrededor de la revista Martín Fierro, cuya sede quedaba en pleno centro de la ciudad, Florida y Tucumán, y del Bar Richmond, que también estaba en la calle Florida, una zona por aquella época muy refinada. Este segundo grupo se centraba en la elegancia estilística, el europeísmo y la aparente despreocupación por los temas sociales.

 

Sin embargo, en 1970, cuando tenía 71 años, Borges publicó un cuento en el libro El informe de Brodie cuyo título es “El indigno”. Relata la historia de un librero judío, Santiago Fischbein, hombre culto y sensato, huérfano de padre, que de adolescente había trabado amistad con un compadrito llamado Francisco Ferrari, que solía hacerse respetar aun en los barrios bajos y bravos. Ferrari urdió un robo a una fábrica textil donde trabajaba una parienta y designó a Fischbein para que hiciera de campana. El asalto estaba previsto para un viernes a la noche. Dos días antes Fischbein fue a la policía y contó lo que Ferrari estaba tramando. El que lo atendió, un tal “Alt”, le dijo que cumpliera la misión que Ferrari le había encargado pero que, cuando viera llegar a la policía, no avisara. Así sucedió: la policía entró a la fábrica cuando los ladrones estaban adentro y, aunque Ferrari no opuso resistencia porque andaba sin revólver, lo mataron sin piedad.

 

Recién en 1981 el escritor Ricardo Piglia, un especialista borgiano, reveló en su novela Respiración artificial que este cuento escondía una secreta relación con Roberto Arlt. No por nada en el prólogo del libro, como al pasar, Borges cita a Arlt y luego, en la trama del mismo cuento, el empleado que recibe a Fischbein en el departamento de policía, cuando va a delatar a Ferrari, se llama “Alt”. Son pistas que Borges va soltando, migas que deja caer, como un hilo de Ariadna.

 

En 1926, cuando Arlt tenía 26 años, escribió la novela El juguete rabioso, cuyo personaje central, Silvio Astier –que era corredor de papel, es decir que vendía la materia prima del libro–, otro huérfano de padre, es invitado por el Rengo –un cuidador de carros en la feria de Flores, trabajo de las capas bajas de la sociedad–, a realizar un robo en la casa del Ingeniero Vitri, el patrón de su novia, que trabajaba allí de mucama. Astier se presenta en la casa de Vitri y le cuenta todo. El Rengo y su novia intentan el robo y terminan presos.

 

Las similitudes son evidentes. El tema más obvio es la traición, pero hay un interrogante que circula por detrás de las delaciones: ¿por qué el librero Fischbein y Silvio Astier delatan? Lo primero que salta a la vista es que ambos, que vienen de una clase media baja, quieren progresar dentro de la sociedad, no quieren atacar el derecho de propiedad sino incorporarse al flujo de bienes que la sociedad trafica. Para Fischbein el mundo pintoresco pero lumpen de Ferrari es atractivo pero, a la vez, no representa lo que él quiere en la vida: su utopía es ser un intelectual, manipular libros, compilar una antología de Baruch Spinoza y ser amigo de Borges. En paralelo, Astier ve en el Rengo todo lo que no quiere ser. Del mismo modo que los dueños de la tejeduría, el Ingeniero Vitri y la policía representan para ambos el mundo pequeñoburgués al que aspiran y la legalidad que custodia ese mundo.

 

Pero tanto Fischbein como Astier podrían haber rechazado las ofertas de Ferrari y del Rengo, sin necesidad de incurrir en el acto canallesco de la delación. El problema es que, en ciertas sociedades y en ciertos momentos, muchos sienten que progresar requiere sobreactuar los rasgos perversos, mostrar a los que uno quiere seducir que se está dispuesto a traicionar a sus pares para congraciarse con los que tienen dinero y poder. Las delaciones no serían, a la luz de este análisis, actos gratuitos, meramente canallescos, sino el precio que los que no nacieron en cuna de oro tienen que pagar para acceder a la integración social. O se es chorro –y se elige atacar a la sociedad– o se es buchón –y se elige mandar al muere a sus compañeros de clase para confraternizar con los de la clase más alta.

 

Adviértase que en las dos historias los que reciben la delación, el policía Alt en el caso de Fischbein y el Ingeniero Vitri en el caso de Astier, sienten la incomodidad de estar frente a batidores, que es una de las escalas más detestables incluso para las capas medias y altas. El policía Alt y el Ingeniero Vitri, en un enroque de valores, cuestionan los actos de Fischbein y Astier, pero eso no impide que en un caso Alt mande a matar a Ferrari y su pandilla y en el otro Vitri mande presos al Rengo y a su novia; es decir, que la burguesía se queda con un doble botín: con una reapropiación ética y con los bienes que le querían arrebatar.

 

La legalidad del mundo honrado tiene un doble estándar pero, como ha señalado con agudeza Carlos Gamerro, ambas plusvalías –tanto la ética como la económica– se las quedan los burgueses. Los colaboracionistas son despreciados por pobres y por colaboracionistas.

 

Sin embargo, me parece pertinente hacer una distinción. El cuento “El indigno” de Borges es un homenaje cifrado, una compensación simbólica a El juguete rabioso y a Roberto Arlt, a quien no se privó de criticar en entrevistas públicas. Así como algunas veces Borges inventaba autores para hacer citas imaginarias, otras veces oscurecía, taponaba, disfrazaba obras reales para sembrar pistas que pudieran ser descubiertas en otros tiempos, como esas cartas que se dejan para ser abiertas dentro de 200 años.

 

En la obra de Arlt no hay duda de que está presente el conflicto de clase: él tenía ciertas ideas revolucionarias, como parece probarlo su novela Los siete locos. Tal vez con la historia de El juguete rabioso les está diciendo a los Silvio Astier que no vale la pena rebajarse tanto, que igualmente los burgueses no los van a querer. En el caso de Borges y “El indigno”, el conflicto de clase también está, pero en tanto citación, en clave de homenaje a Arlt, no en cuanto concierne a sus propias ideas políticas, que por lo demás nunca fueron del todo claras.

 

No olvidemos que, solo seis años después de este relato, Borges recibió en Chile una condecoración “honoris causa” de manos del dictador Augusto Pinochet y, en esa ocasión, pronunció un discurso comparando la forma geográfica de Chile con una espada justiciera que ponía fin al desatino interno desatado por el comunismo. No solo ya habían pasado tres años del golpe de Estado, no solo se sabía de los arrestos masivos y de los asesinatos perpetrados por el propio Estado, como el de la militante “Lumi” Videla en 1974 –cuando tiraron el cadáver dentro de la Embajada de Italia, en represalia porque aceptaban refugiados–, sino que ese mismo día 21 de septiembre del 76 en el que Borges recibía la distinción, en Washington, en un atentado de carácter político del cual es muy difícil desmarcar a Pinochet, resultaron asesinados el excanciller Orlando Letelier y su asistente, Ronni Moffitt.

 

¿Qué significa entonces en Borges la actitud de Fischbein, además de ser un críptico homenaje a quien había renovado la forma de escribir en la Argentina? Si prestamos atención a la trama de “La intrusa”, otro cuento de El informe de Brodie, encontramos a dos hermanos inseparables, los Nilsen. Uno de los dos, Cristian, el mayor, se llevó a vivir con él a una mujer, “la Juliana”. Al poco tiempo los hermanos empezaron a compartirla, lo que trajo problemas entre ellos que redundaban en que no pudieran trabajar bien y progresar. Otra vez la idea del progreso social. Entonces fueron y la vendieron en un prostíbulo. Pero la extrañaban y alternativamente visitaban ese prostíbulo para tener relaciones con Juliana. Borges señala: “Los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa”. Para tenerla más a mano, la recompraron. Pero, como volvieron a las andadas, la borraron. Con gran poder de síntesis, un hermano le dice al otro: “A trabajar hermano… Hoy la maté”.

 

Me parece interesante la comparación: vender a Juliana en un lupanar no bastó, era una solución imperfecta, defectuosa, necesitaban que no estuviera más, que desapareciera completamente, para que esa pasión malsana que los pervertía no tuviera el objeto pasivo donde prender y desarrollarse. Del mismo modo, a Fischbein rechazar la oferta de participar en el robo que le había propuesto Ferrari no le bastaba, porque él quería ser un librero y un intelectual, pero llevaba un compadrito adentro al que tenía que liquidar. Y para matar a su propio compadrito interior necesitó delatar y que la policía “ardiera a balazos” a Ferrari y sus pandilleros.

 

De modo tal que en Borges poner en circulación la delación de Fischbein, como un vicario secreto de Astier, más que un conflicto entre clases sociales es una solución existencial. Los emplastos no sirven, los problemas se resuelven de modo definitivo. Si solo se tapan y remiendan, vuelven, porque lo oculto, eso que los franceses llaman cache para referirse a Argelia, pugna siempre desde lo subterráneo, como una infección. Tal vez por eso a Borges no le pareció del todo mal que Pinochet resolviera el problema de Chile del modo en que lo hizo, con la espada justiciera.

 

Durante muchos años no me traté con María Kodama, porque yo era amigo de María Esther Vázquez, su archienemiga. Ya muerta María Esther, tropecé con Kodama en algunas reuniones sociales: primero en la Embajada de Francia, luego en la casa de unos amigos en común. Y así fue que el viejo recelo se disipó y entablamos una buena relación. Una de las últimas veces que la vi fuimos juntos del departamento donde habíamos compartido una comida. Recuerdo que me pidió permiso para tomarme del brazo, mientras caminábamos hasta el garaje. En el último año de vida, ella había dejado su casa de la calle Rodríguez Peña y se había ido a vivir a un hotel en Recoleta, según decía porque le resultaba más fácil estudiar donde no sonaban constantemente el teléfono y el timbre. Sospecho, sin embargo, que ya sabía de su enfermedad y temía morir sola y ser descubierta varios días después; en un hotel, en cambio, si el personal golpea para limpiar y nadie responde, entran y revisan. Una suerte de precaución póstuma.

 

La llevé aquel día en mi auto, paré en la dársena de acceso del Loi Suites y, como por suerte nadie me apuró, nos quedamos allí charlando una media hora más. Me contó una anécdota que pretendía pintar a Bioy Casares, el amigo de toda la vida de Borges, como un canalla, aunque a ella le molestaba no tanto el presunto rasgo de traidor sino el de donjuán (esa fue la palabra que usó). En una oportunidad, en el departamento de Posadas de Bioy y Silvina, en un momento en que Borges fue al baño y Silvina a la cocina, Bioy le habría pedido a Kodama su número de teléfono, con el pretexto de que su cara era perfecta para ser fotografiada; como se sabe, a Bioy le gustaba sacar fotos. Siguió: “Esperé un poco, hasta que Borges volviera del baño, y le dije que no necesitaba mi teléfono, que cuando quisiera le dijera a Borges y él me avisaba”.

 

No sé si la anécdota fue o no real, ella me la contó con esa voz pausada y casi imperceptible en aquella noche de Buenos Aires, en la intimidad de ese tiempo suspendido que nos confería la cápsula blindada del automóvil. Es verdad que Bioy era un picaflor irredimible, pero no imagino a Borges y Bioy compartiendo a Kodama como los Nilsen a “la Juliana”, ni siquiera a Bioy traicionándolo, como Fischbein a su amigo. Prefiero quedarme con aquella frase que Bioy Casares larga en la entrada del 14 de junio de 1986, en el monumental Borges de Bioy, cuando va a pedir algo a un diariero cerca del café La Biela y recibe la noticia de la muerte lejana, en Suiza: “Fui a otro kiosco de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges”.

 

Este texto es una síntesis de la conferencia que el autor ofreció el 6 de febrero en la Feria del Libro de Nueva Delhi, India, en un evento dedicado a Borges y organizado por el Instituto Cervantes del que también participó Osvaldo Ferrari.

Por Marcelo Gioffré

 

Fuente: La Nación

https://www.lanacion.com.ar/ideas/borges-y-la-traicion-un-homenaje-secreto-del-maestro-a-roberto-arlt-nid15022025/


De la biblioteca de “El Brutalista” a la de Borges

 

Una reflexión sobre la cultura y la defensa de derechos a partir del film candidato al Oscar que llega hoy a las salas

 

 6 de febrero de 2025

 

Fernando Flores Maio

 

Con el “eterno retorno de lo mismo” (que tanto interesó a Borges) cada tanto vuelven problemas que ya parecían en gran medida superados, como los referidos a derechos humanos, diversidad, equidad de género, inmigración y otros. Son cuestiones que, como se sabe, siguen siendo de gran actualidad y tienen que ver principalmente con la cultura de las sociedades.

Por eso continúan siendo tema central de películas y es el caso de El Brutalista, que se estrena hoy en la Argentina, que ya recibió premios y puede ser ganadora en la próxima entrega de los Oscar.

Es una coproducción internacional entre Estados Unidos, Reino Unido y Hungría, protagonizada por Adrien Brody como László Tóth, un arquitecto judío nacido en Hungría que sobrevive al Holocausto y emigra a Estados Unidos, donde lucha por alcanzar el sueño americano hasta que un cliente rico cambia su vida.

En el genial film de Brady Corbet, con un guion que coescribió con Mona Fastvold, en los primeros minutos aparece la frase del Fausto de Johannn Wolfgang von Goethe: “Nadie es más esclavo que quien falsamente cree ser libre”.

Esas palabras bien pueden aplicarse a ese personaje central, el hombre rico, para quien luego de serias dificultades, una pesadilla más que un sueño, el inmigrante arquitecto hace una novedosa biblioteca. Curiosamente ese millonario dice que leyó sobre una “biblioteca infinita”, quizá refiriéndose a “La biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges.

En la película se destaca todo lo que es arquitectónico, porque se refiere al estilo brutalista, de moda en el Reino Unido en los años 50, con construcciones minimalistas que muestran elementos desnudos como el concreto o ladrillo a la vista, que enfatiza elementos estructurales más que decorativos.

En cierta forma hay similitud con la biblioteca del cuento de Borges, que se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores. En el texto quien narra se refiere a epidemias, discordias heréticas, peregrinaciones, suicidios, y sospecha que la especie humana está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta. Insinúa que la biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden).

O sea que podemos imaginar que existe un orden y un cierto eterno retorno. Pero la cultura está para salvarnos.

Además, el mito de Babel cuenta la historia de hombres soberbios que comenzaron a construir una torre para llegar al cielo sin consultar a Dios, y el Eterno Padre los castigó con la confusión de lenguas para que no pudieran entenderse.

Es lo que sucede en la película; el magnate no logra entender al arquitecto, un inmigrante que no puede comprender al hombre rico y todo lo que esa sociedad quería representar.

Hoy continúan esas mismas dificultades y eso se nota en los discursos y reacciones, una confusión de lenguas, mientras se discuten derechos.

Entonces ¿seguimos igual que al comienzo de los tiempos? Borges dijo que no, que creía en el progreso, aunque advirtió que sus palabras eran más una expresión de la esperanza que de la lógica. Al considerar la historia universal, creía que existe un progreso moral inevitable. Ilustró: “No sé si la gente ahora es menos cruel que anteriormente...Pero en el presente observo que incluso si las gentes son crueles, incluso si a menudo son despiadadas, tratan de justificar su crueldad, mientras que existió una época en la que un rey, por ejemplo, podía ser inocentemente cruel sin tener necesidad de justificarse”.

Podemos decir que se cuestionan programas que defienden la diversidad, la equidad, la inclusión y el medio ambiente, las acciones sociales, la sustentabilidad, pero existen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (de la ONU), para los que muchas grandes corporaciones quieren avanzar en su cumplimiento.

Y existe la cultura, que es la que va a salvar la humanidad. Como en la obra de Borges “De la salvación por las obras”.

En ese texto, que está en Atlas, escrito por Borges en colaboración fotográfica con María Kodama, se cuenta que las divinidades del shinto estaban tristes. Una de ellas señaló que le habían dado de todo a los seres humanos: las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, el día plural y la noche una, y el don de ensayar algunas variaciones. Y que el hombre imaginó variados instrumentos y un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Entonces propuso que antes que ocurra ese hecho insensato, borren a los hombres. Pero otra divinidad dijo que es verdad que han imaginado “esa cosa atroz”, pero también hay otra, que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas: entonó un haiku y la divinidad mayor sentenció: Que los hombres perduren.

La biblioteca es infinita y la salvación vendrá por las obras de la cultura.

 

El autor es sociólogo, periodista, escritor, vicepresidente de la Fundación Borges y director del Foro Ecuménico Social

 

Fuente: La Nacion

https://www.lanacion.com.ar/cultura/de-la-biblioteca-de-el-brutalista-a-la-de-borges-nid06022025/

 


“Cuentos originales”: el Instituto Cervantes publica el libro del profe Bergoglio con prólogo de Borges

Hace sesenta años, el actual Papa invitó al autor de “El Aleph” a dar una charla en su clase de Literatura en una escuela de Santa Fe y de ese encuentro surgió un volumen que reúne los relatos de los alumnos; la obra está en la biblioteca personal de Francisco en el Vaticano y será reeditada este año

 

12 de enero de 2025

 

Fernando Flores Maio

 

En 1965, Jorge Luis Borges fue invitado por el profesor de Literatura Jorge Bergoglio SJ, a una escuela de la provincia de Santa Fe, para estimular a los jóvenes a que escriban. Fruto de esa actividad es el libro Cuentos originales, que reúne las narraciones que hicieron los alumnos y tiene prólogo del autor de “El aleph”. La obra está en la biblioteca personal del Papa Francisco, que escribió un prólogo para la segunda edición.

Esa primera edición la hizo el colegio en el que trabajaba Bergoglio en noviembre de 1965. En el prólogo, Borges escribió: “Al cabo de los siglos, la letra de molde, desdeñada al principio por los calígrafos, tiene un prestigio casi mágico y de algún modo da una mayor realidad a los textos... Excelente me parece la idea de reunir e imprimir los 14 relatos que conocerá enseguida el lector. Su publicación será un estímulo para los jóvenes que los escribieron y un placer, no exento de sorpresas y de emoción, para quienes los lean. Este libro trasciende su originario propósito pedagógico y llega, íntimamente, a la literatura”.

Bergoglio quiso que se hiciera una segunda edición en octubre de 2006, cuando él era Cardenal Primado de la República Argentina y Arzobispo de Buenos Aires. Se la encomendó a un ex alumno, Jorge Milia, quien en la presentación contó con respecto a esos relatos que “fue afán de Borges imaginarlos como un libro”, y que “una causalidad manifiesta, y no escenarios de un destino caprichoso, hicieron que el huésped y magíster excepcional de entonces descubriera una obra digna de publicarse en esos escritos adolescentes”. Ya él pensaba en una tercera edición, que se concretó con el nuevo Papa.

Esos cuentos se incorporaron a la Biblioteca del Papa Francisco, editados en italiano por La Civilta Cattolica y el Corriere della sera, en agosto de 2014, con un prólogo en el cual el Pontífice rememora que les pidió a sus alumnos que escribieran relatos y quedó “impresionado por su capacidad narrativa”, y recuerda que Borges recomendó su publicación y decidió escribir el prólogo.

Dos meses después de que Bergoglio asumiera como Pontífice, fui con María Kodama al Vaticano y ella le entregó en mano las Obras completas del autor de “El aleph”, ya que sabía que era un gran admirador del escritor. Nos recibió el Cardenal Gianfranco Ravasi, Prefecto del Consejo Pontificio de la Cultura, quien nos saludó recitando poemas de Borges, y propuso que la Fundación Borges y el Foro Ecuménico Social organizaran un espacio de encuentro y de diálogo entre creyentes y no creyentes, ideado por el anterior Papa, Benedicto XVI, y continuado por Francisco 1°, denominado “Atrio de los Gentiles”, en referencia al antiguo Templo de Jerusalén, que tenía un espacio en el que podían entrar los que no eran judíos. Uno de los temas centrales era “Borges, misticismo y agnosticismo”. El Papa envió un mensaje para abrir las actividades.

A partir de entonces, hicimos muchos encuentros, conferencias y seminarios en la Argentina, España e Italia. En uno de ellos nos acompañó el embajador de la Argentina en la Santa Sede, Rogelio Pfirter (h); él había sido alumno de Bergoglio en Santa Fe y había escrito un relato para el libro que hizo con Borges; entonces le propuse reeditarlo y él me puso en contacto con quien había sido su compañero, Milia, quien dio los textos originales.

Con María Kodama queríamos publicarlo como parte de un proyecto que veníamos realizando desde 2017, “Borges seres imaginarios”, en el marco de Mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires, para que las nuevas generaciones se acerquen a las creaciones de Borges desde un lado mucho más fácil y lúdico.

Con esa iniciativa, con el aval de la Fundación Borges, publicamos siete libros, hicimos más de 80 videos, con relatos del escritor, que están en el sitio web seresfantasticos.com leídos por Kodama, Marita Ballesteros, Nacha Guevara, Verónica Cangemi, y otros, ilustrados por Mariana Bendersky y geniales artistas. Incluimos propuestas de actividades para trabajar con estudiantes, ideadas por Gabriela Cittadini, Silvina Politi y Lucas Adur. A los estudiantes les pedimos que hacieran narraciones o dibujos, como propuso Borges cuando escribió el prólogo de El libro de los seres imaginarios (junto con Margarita Guerrero). Convocamos a muchos estudiantes, que realizaron fabulosas actividades, junto con docentes, de zonas de altos y de muy bajos recursos, y también con responsables de bibliotecas.

En ese sentido, es bueno realizar y apoyar proyectos que faciliten el acceso a las creaciones, con experiencias concretas, como la que protagonizó el propio Borges con Bergoglio. Y por eso queríamos publicar el libro que hicieron ambos. Pero no encontramos a quien quisiera hacer una buena edición, que tuviera amplia difusión.

El azar hizo que hace pocos meses visite la Fundación Borges el director del Instituto Cervantes de España, el genial poeta y catedrático Luis García Montero, recibido por sus autoridades, Victoria y Mariana Kodama, y Lucas Adur, y hablara de ese libro de Bergoglio. Entonces, le comenté la idea que teníamos con María y esa institución decidió publicarlo pronto, con un nuevo texto del Papa. Aunque, parafraseando a Borges, el azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad.

 

El autor es sociólogo, escritor, periodista y vicepresidente de la Fundación Borges

Fuente: La Nación

https://www.lanacion.com.ar/cultura/cuentos-originales-el-instituto-cervantes-publica-el-libro-del-profe-bergoglio-con-prologo-de-borges-nid12012025/

 

El papa Francisco publica la primera parte de su autobiografía: el naufragio que le salvó la vida y el recuerdo de Borges


Julio Algañaraz

El papa Francisco escribió su autobiografía durante seis años y “Esperanza” es la primera parte, que relata su infancia y adolescencia. Desde mañana estará en venta en Italia y después en otros 80 países. Allí cuenta que su padre, Mario, y su abuelo tuvieron que devolver los pasajes para embarcarse el 11 de octubre de 1927 en el puerto de Génova en la nave que iba a Buenos Aires porque no habían logrado ubicar todas sus pertenencias y debieron postergar su partida.

Fue providencial. La nave se hundió como le ocurrió al Titanic en 1912. ”Por eso estoy ahora aquí”, comenta Jorge Bergoglio. Y agrega: "No se imaginan la de veces que he agradecido a la Divina Providencia”. El Papa escribió “Esperanza” (Plaza y Janes) con la colaboración del periodista italiano Carlo Musso.

Algunos diarios italianos publican partes de la autobiografía, que abarca hasta la adolescencia. Interesante su recuerdo del gran escritor argentino Jorge Luis Borges. “A los 23 años años me convertí en enseñante de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Dicté un curso de escritura y se me ocurrió enviarle a través de su secretaria, que había sido mi profesora de piano, dos trabajos escritos por los muchachos. Parecía más joven que mi edad y por eso los estudiantes me llamaban “Carucha”. Borges era ya uno de los más celebrados autores del Novecientos. Se hizo leer los artículos porque era ya prácticamente ciego y le gustaron”.

El Papa cuenta que “lo invité a dar algunas lecciones sobre el tema de los gauchos en la literatura y aceptó. A 66 años subió a un pullman en Buenos Aires y viajó ocho horas de noche para llegar a Santa Fe. Cuando llegué al hotel donde se alojaba , me preguntó si podía ayudarlo a afeitarse. Era un agnóstico que cada noche recitaba el Padre Nuestro porque se lo había prometido a la madre y murió confortado por religiosos”.

 “No puede que ser un hombre de espiritualidad el que escribe palabras como: ‘Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban en el desierto y se reconocieron, porque ambos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en tierra accedieron un fuego y comieron. Callaban como hace la gente cansada cuando declina el día. En el cielo despuntaba alguna estrella que no había recibido aún su nombre. A la luz de las llamas Caín notó sobre la frente de Abel el signo de la piedra y dejando caer el pan que estaba por llevar a la boca pidió que le fuera perdonado su delito. Abel respondió: “¿Tú me has matado o yo te he asesinado? No recuerdo más, estamos aquí, juntos como antes. Abel respondió: “¿Tu me has matado y yo te he matado? No recuerdo más, estamos aquí para olvidar y perdonar. También yo trataré de perdonar...”

Fuente: Clarin

https://www.clarin.com/mundo/papa-francisco-publica-primera-parte-autobiografia-naufragio-salvo-vida-recuerdo-borges_0_OD6fexg1JE.html

 

domingo, 12 de enero de 2025

La risa de Borges

 

Por Luisa Valenzuela

"A este texto que estoy ahora escribiendo me habría gustado ponerle de título Borges y Yo, pero me temo que la ironía podría pasarse por alto", escribe la escritora Luisa Valenzuela en esta nota que da cuenta de un Borges que ríe, que se anima a cuartetas disparatadas, como aquellas que ideaba con Luisa Mercedes Levinson y que decían: “En la plaza de Belgrano/ pero un poco más abajo/ hay un letrero que dice/ mierda la puta carajo". Estampas personales de una mujer que lo conoció en la época en que aún era Georgie. 

Hay unos versos de Borges que muchos suelen repetir como si lo pintaran de cuerpo entero, como si no hubiese sido, como todo, el reflejo de un sentimiento que habría de diluirse con los años:

He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/
feliz. (…) 
para concluir “Me legaron valor. No fui valiente./ No me abandona. Siempre está a mi lado/ La sombra de haber sido un desdichado”.

Soneto éste, “El Remordimiento”, que me temo inspiró aquél burdo poema apócrifo que en distintas versiones tantos lectores tomaron por cierto, quizá porque el genio se lamentaba de no haber hecho lo que hacemos los simples mortales sin talento. Comer más dulce de leche, por ejemplo, frase que me recuerda cierta pequeña reunión cuando, hablando de los placeres del paladar, Borges preguntó si realmente el dulce de leche era rico, “pero rico rico, como el arroz blanco” y todos reímos, y él también.

Como reían ellos dos, Lisa y Georgie, al regresar de unos paseos estrambóticos y nocturnos por los puentes de Constitución, lugar que le fascinaba a aquel Borges aún medianamente vidente y siempre muy sensible a su entorno.  Y volvían, ellos dos, no describiendo los sórdidos lugares que habían recorrido, sino riendo por las cuartetas idiotas que se les habían ido ocurriendo en el camino. 

A este texto que estoy ahora escribiendo, rememorando, me habría gustado ponerle de título "Borges y Yo", pero me temo que la ironía podría pasarse por alto.

Son sin embargo estampas personales.

¡Tantísimos años transcurridos, tantas memorias!

La imagen que conservo de aquél a quien solíamos llamar Georgie es la del pícaro que se divierte con sus dichos, no siempre del todo inofensivos pero siempre brillantes y queribles.

La impresión me viene de lejos, puedo hoy contarla sin fatuidad y sin censuras. Porque el tal Georgie frecuentaba mi casa de infancia cuando sus colegas más elocuentes creían que él nunca sería reconocido por el  público en general, que era un “escritor para escritores”. Se sentían privilegiados de apreciar su genio, los colegas, y lo acompañaban a sus escasas conferencias y temblaban –fui testigo—cuando Borges caía en un largo silencio. Ellos temían que, en su pánico de hablar en público, el amigo había quedado con la mente en blanco cuando en realidad estaba buscando la palabra exacta, la misma que al ser por fin pronunciada deslumbraba a todos.

Testigo de tanta cosas, fui. Y a veces víctima. Más de una vez mi madre, Luisa Mercedes Levinson, que todos conocían ya por Lisa, me reprochó que Borges opinaba que yo era capaz de matar a mi madre por un juego de palabras. Borges no lo habría dicho de envidia, todo lo contrario, porque nunca fueron juegos de palabras lo que le faltaron, aunque eso de meterse con la madre…

En fin, especulaciones actuales al correr del teclado. Eso sí, reíamos mucho.

Como reían ellos dos, Lisa y Georgie, al regresar de unos paseos estrambóticos y nocturnos por los puentes de Constitución, lugar que le fascinaba a aquel Borges aún medianamente vidente y siempre muy sensible a su entorno.  Y volvían, ellos dos, no describiendo los sórdidos lugares que habían recorrido, sino riendo por las cuartetas idiotas que se les habían ido ocurriendo en el camino:

En la plaza de Belgrano/ pero un poco más abajo/ hay un letrero que dice/ mierda la puta carajo.”  Por ejemplo.

O bien:

“En el medio de la plaza/del pueblo de Pehuajó/ hay un letrero que dice/ la puta que te parió.”

La preadolescente que era yo en aquel entonces se sentía abochornada por tamaño infantilismo. Mi propia madre y el admirable “escritor de escritores”, ¡por favor!

Georgie y Lisa emprendieron la aventura de escribir un cuento en colaboración. Esas tardes se aislaban en el comedor de nuestra casa en Belgrano y yo sólo podía oír las carcajadas. Cuando emergían, muy circunspectos, consultaban a la adolescente sabihonda que andaba rondando por ahí cuando podía.  ¿Los apellidos Zunino y Zungri te parecen lo suficientemente ridículos?, me preguntaban.  

Pasaron años antes que yo pudiera retrucar con una cuarteta a la altura, nada apreciado por el Escritor:

En el barrio de San Telmo/ Biblioteca Nacional/ hay un letrero que dice/ hacete un lavaje anal”.

Es cierto que admiraba la biblioteca, pero no me resultaba fácil rimar con Nacional. Vicente Varela y otros colegas me felicitaron, sin embargo, y yo me sentía en la gloria.

Las cosas eran así y de otra maneras, por fortuna.

Alrededor de 1952 Georgie y Lisa emprendieron la aventura de escribir un cuento en colaboración. Esas tardes se aislaban en el comedor de nuestra casa en Belgrano y yo sólo podía oír las carcajadas. Cuando emergían, muy circunspectos, consultaban a la adolescente sabihonda que andaba rondando por ahí cuando podía.  ¿Los apellidos Zunino y Zungri te parecen lo suficientemente ridículos?, me preguntaban.  Y yo no sabía qué decir, Zunino y Zungri eran los dueños de la destapadora de cloacas a la que estábamos abonados –ésas eran las épocas—benemérita empresa que tenía el poético nombre de "La Flor de la Primavera".

Peor era cuando me consultaban, por ejemplo, si no resultaba demasiado exagerado que el pretencioso arquitecto protagonista del cuento, para hacerlo gastar, le propusiese a su cliente “un jardín con bustos ecuestres”. Ante tamaños disparates, que los ahogaban de risa, yo no podía menos que recalcar lo ridículo de la idea. Cedieron, no ante mi crítica sino ante un dejo de razón, y por fin optaron por poner “cabezas yacentes de emperadores”.

La temprana adolescente de entonces solía ser muy puntillosa. Pero igual me llenaba de orgullo cuando Borges me hablaba de igual a igual, y me decía muy orondo que ese día habían trabajado mucho: habían completado toda una línea.

El cuento, titulado “La hermana de Eloísa”, apareció por fin en 1955 publicado por la Editorial ENE, en un delgado volumen con otros dos cuentos de cada uno de los autores.

Borges y Luisa Valenzuela en Nueva York, 1969. 

De mi anécdota favorita de aquella época ya no quedan rastros, por suerte, sólo el recuerdo que tiene del asunto María Esther Vázquez. Porque a los pocos años de haber sido nombrado, en 1955, director de la Biblioteca Nacional, quien casi ya no era Georgie, apelativo cariñoso que iría cayendo en desuso hasta para los íntimos, ideó un estupendo y memorable ciclo de conferencias los sábados, invitando a escritores y escritoras de la época a hablar sobre el tema siempre vigente, “Por qué y cómo escribo”.

Hoy corresponde reconocer que Borges fue un precursor en el uso de la Biblioteca Nacional como espacio para la difusión de la cultura.

Los periodistas de entonces eran asiduos a esas manifestaciones, la gente de letras eran considerados referentes importantes del quehacer nacional. No así los propios periodistas, al menos a los ojos de Borges, razón por la cual me contrató a mí –ad horem, claro—para que entrevistara a los/las conferenciantes antes de entrar. Durante la exposición, con cuatro dedos y muchos carbónicos, debía tipear el resumen de las conferencias, cosa de entregárselo a los nobles representares de la prensa, que según Borges sospechaba acudían a los bellos salones de la calle México a echarse un sueñito. Y los diarios de la época, me temo, publicaban mi resumen y no quiero ni saber qué habría resumido yo allí, a mis escasos 17 años.

Pero una se va formando a los golpes. Y con todo descaro.

Así pasaron años y años y más años, encuentros y desencuentros con el Maestro. Indignaciones de mi parte al enterarme de que había comentado por ahí que mi primera novela era una novela pornográfica, años de tragar saliva hasta que me despabilé y supe que una de las definiciones de pornografía es “lo que atañe a la vida de las prostitutas” y entonces sí, Hay que sonreír que este año cumple temibles 50, es una novela pornográfica, si bien expresamente cándida.

Años también de alegrías festejando los retruécanos que el maestro repartía a troche y moche, siempre dejando traslucir su faz lúdica, su a veces punzante sentido del humor.

Y años más sólo frecuentando a Borges en la reiterada y siempre reveladora lectura de su obra, hasta cierto mediodía de primavera neoyorquina de 1985. Las marcas de ese día, imborrables para mí, se resumen en una imagen y una frase.

La imagen: dos figuras vestidas de blanco marfilino, nimbadas por la luz del sol.

La frase: “isn’t it a pity?”.

Fue en un restaurante italiano del West Village neoyorquino, una especie de bodegón cuya único atractivo era un jardín al fondo más allá de las cocinas, con lindas mesas bajo los árboles. Estábamos allí almorzando con un amigo cuando contra la puerta de las cocinas se dibujaron esas dos figuras más que fantasmales, feéricas. ¡Borges y María Kodama!, me sorprendí. No puede ser. Pero eran. Y los invitamos a nuestra mesa y Borges contó que María tenía un olfato especial para los lugares y los temas más insólitos y maravillosos, que acababan de llegar,  dichosos, de su viaje en globo sobre el valle de Napa en California, que se iban al día siguiente de regreso a Buenos Aires, y isn’t it a pity?. Así, en inglés en medio de la charla en nuestro idioma. Isn’t it a pity?, reiteró más de una vez, esto de tener que dejar New York… tras o cual corrí al teléfono, llamé al Instituto de Humanidades al que yo pertenecía, volví con una invitación para ambos el semestre siguiente. Lo que Borges quisiera. Por supuesto. Ya no era más, en absoluto, un escritor sólo para escritores. Era el escritor de todos.

No era nada sencillo sostener lo que Borges proponía en esos tiempos: armar la presentación con forma de entrevista, ya que se negaba a dar una conferencia de corrido. Hacerle preguntas públicas a Borges era casi suicida, bien lo sabía yo que había asistido a muchos sufrimientos ajenos. Imposible salir airosa ante esa mente lucidísima, de un brillo casi ultraterreno. Irónica por demás.

Y volvió, Borges acompañado por María Kodama. Y yo tuve que pagar mi arranque siendo la interlocutora en su presentación multitudinaria en NYU, la Universidad de Nueva York, la misma que había tenido la osadía de contratarme como profesora.

No era nada sencillo sostener lo que Borges proponía en esos tiempos: armar la presentación con forma de entrevista, ya que se negaba a dar una conferencia de corrido. Hacerle preguntas públicas a Borges era casi suicida, bien lo sabía yo que había asistido a muchos sufrimientos ajenos. Imposible salir airosa ante esa mente lucidísima, de un brillo casi ultraterreno. Irónica por demás. Porque si una le hacía una pregunta tonta o sencilla, queda al descubierto. Y si la pregunta era compleja, o molesta, él le contestaría –como me respondió a mí- en aquella conferencia sobre La Metáfora. Ya un poco cansada del juego pero haciendo todo tipo de circunloquios a manera de disculpa, improvisando le pregunté si tenía en cuenta la simbología freudiana del falo cuando escribía sobre cuchillos y cuchilleros.

“Usted es una joven escritora moderna”, me contesto sin contestar, “y yo soy un pobre viejo ciego”.

Y ahí me dejó. Boqueando en el vacío.

Hasta la mañana siguiente, cuando desde el Village atravesábamos todo Manhattan en el coche del poeta Daniel Halpern para llegar a la Universidad de Columbia donde seguirán sus charlas y mis preguntas, pero sólo para estudiantes, menos mal.

Esa mañana Borges se giró levemente la cabeza y me enfrentó:

“ Usted anoche mencionó el falo…”

“ Sí, Borges, pero hablando de los cuchillos, como metáfora”, intenté disculparme.  “Conozco una metáfora mejor”, me contestó; “El dedo de Dios”.

“¿No le parece un tanto pretenciosa?”, me asombré.

“Y sí”, reconoció Borges muy a su pesar; “Creo que es de Victor Hugo”.

En aquel memorable último viaje a Nueva York de Borges y María Kodama  pasamos toda la semana juntos con él, y a lo largo de esos días y después de los encuentros matinales en la Universidad de Columbia, el supuestamente frágil Escritor de escritores pedía más: una vuelta por Central Park en mateo, escuchar jazz en algún sitio emblemático del Village. Todo mientras iba desgranando sus hilarantes aventura de viaje con María, al punto que propuse hacerle una nota al respecto para la revista Vogue norteamericana, que apareció en el número de marzo de 1986, poco antes de su fallecimiento en Suiza.

Dicha nota es un canto a la felicidad de esa pareja tan despareja y a la vez tan absolutamente solidaria y armoniosa que formaban María Kodama y Jorge Luis Borges.

“Estoy cerca de él desde hace más de veinte años. Si me piden que defina nuestra relación”, aclaró ella, aún no se habían casado, “diré que somos como compañeros de colegio, cómplices” .

Y Borges: “María no pudo hacerme mejor regalo que este gusto por los viajes. Hasta estamos pensando en ir a vivir al Japón. ¿No está mal, no, para un hombre que abordó su primer avión a los 50 años? Pero había un recién nacido que lloró todo el tiempo y le quitó la dimensión épica al vuelo”.

Acababa de aparecer Atlas, el libro de Borges con fotos de María, pero muchas anécdotas compartidas habían quedado en el tintero. Como la de la dama que le cantó a Borges sus milongas al oído:

“Qué raro”, contó él que le había comentado a María, “mientras ella cantaba yo sentía telarañas en la cara…” “Es que la señora era muy elegante”, rió María, “¡lo que usted sintió eran las largas plumas aigrettes de su sombrero!”

Y fue así como, dispuesta a hacerles la entrevista, compré un pequeño grabador y me dirigí al hotel Uptown donde estaban hospedados. Nos reunimos en la gran habitación del maestro, y mi imagen favorita es la de nosotros tres, Borges, María y yo, cómodamente instalados en la gigantesca cama mientras ellos desgraban sus insólitas historias de viajes y reíamos a carcajadas. Carcajadas discretas, sí, pero no menos felices. Pero esa es otra historia, para citar a uno de los autores favoritos del Maestro.

Fuente: Revista Haroldo

https://revistaharoldo.com.ar/nota.php?id=148