Andrés Lasso Ruales
Evaristo Carriego tuvo una vida breve pero intensa de la que Borges dio cuenta: “Descubrió las posibilidades literarias de los decaídos y miserables suburbios de la ciudad”.
Evaristo Carriego murió el 13 de octubre de 1912 en la ciudad de Buenos Aires con apenas 29 años de edad, estadía breve, vida de poeta inmortal. Nunca imaginó su función en la historia de la literatura argentina, su corto deambular, y su poesía marcó al escritor más importante de la lengua castellana, Jorge Luis Borges (1899-1986).
El ensayo Evaristo Carriego, que publicó el autor de “El Aleph”, es un procedimiento literario audaz y delicado. En Clases de literatura argentina (Siglo Veintiuno, 2022, editado por Sylvia Saítta), Beatriz Sarlo dice que para entender la intención de Borges en su análisis de la vida y obra de Carriego hay que comprender el concepto de comienzo o inicio, y para esa maniobra cita al crítico literario palestino Edward Said (1935-2003) y su libro Beginnings (1975), “en el que desarrolla la teoría de que hay una zona de significación particular en los comienzos de una obra, desde el punto de vista histórico o cronológico”.
Borges con este ensayo comienza a forjar su estilo, la brevedad, el fragmento como características principales de lo que de vendrá en su obra. Antes de contar la vida de Evaristo Carriego realiza una descripción del barrio de Palermo, en Buenos Aires, con tintes dantescos; parece La divina comedia pero argentina, muy argentina, construye una geografía espacial y antropológica del arrabal que viene a ser un sincretismo entre el gaucho, el guapo y el inmigrante: “Hará unos cincuenta años, después de ese irregular zanjón o muerte, empezaba el cielo: un cielo de relinchos y crines y pasto dulce, un cielo caballar, los happy hunting grounds haraganes de las caballadas eméritas de la policía. Hacia el Maldonado raleaba el malevaje nativo y lo sustituía el calabrés, gente con quien nadie quería meterse, por la peligrosa buena memoria de su rencor, por sus puñaladas traicioneras a largo plazo. Ahí se entristecía Palermo, pues las vías de hierro del Pacífico bordeaban el arroyo, descargando esa peculiar tristeza de las cosas esclavizadas y grandes, de las barreras altas como pértigo de carreta en descanso, de los derechos terraplenes y andenes. Una frontera de humo trabajador, una frontera de vagones brutos en movimientos, cerraba ese costado; atrás, crecía o se emperraba el arroyo”.
Para Said todo comienzo es una ruptura de una tradición literaria. Esta referencia le sirvió a Sarlo para explicar a sus estudiantes que este texto mostró la primera etapa de la obra de Borges, el modernismo y el realismo argentino, como lo demuestra el segundo texto del ensayo, titulado “Una vida de Evaristo Carriego”: “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja es la inocente voluntad de toda biografía. Creo también que el haberlo conocido a Carriego no rectifica en este caso particular la dificultad del propósito. Poseo recuerdos de Carriego: recuerdos de recuerdos de otros recuerdos, cuyas mínimas desviaciones originales habrán oscuramente crecido, en cada nuevo ensayo”.
El Martín Fierro moderno
Evaristo Carriego le sirvió a Borges para romper la tradición literaria argentina, o mejor dicho, transformarla bajo su mirada y estilo: universalizó el arrabal, la identidad barrial y la realidad de la nación, aprovechó el fenómeno de la migración, sobre todo de la italiana que tuvo Buenos Aires, y la Argentina, entre 1880 y 1930, año en que se publicó este ensayo. Utiliza este fenómeno para construir esa cruza. Carriego es el Martín Fierro (1872) moderno, es la conversión del gaucho a guapo, del criollo rural al criollo del suburbio: “Sombra, porteño, conoció los derechos rumbos de la llanura, el arreo de las haciendas y un duelo ocasional a cuchillo; oriental, habría conocido también la carga de caballería de las patriadas, el duro arreo de hombres, el contrabando… Carriego sabía, por tradición, ese criollismo romántico y lo misturó con el criollismo resentido de los suburbios. A las razones evidentes de su criollismo –linaje provinciano y vivir en las orillas de Buenos Aires– debemos agregar una razón paradójica: la de su alguna sangre italiana, articulada en el apellido materno Giorello”.
Sarlo aclara a sus estudiantes que Borges toma el concepto de lo criollo y lo transforma en literario, lo saca del lugar común que sería la realidad para convertirlo en cuentos y en poemas. Para la intelectual, la técnica o el arte de Borges en su obra está en la alusión y en la elusión, es decir, en la referencia y en el soslayo o la evasión de algún elemento real o incluso ficticio.
La crítica literaria también indica a sus pupilos que los idiomas extranjeros que llegaron a Buenos Aires comenzaron a tener más relevancia que el castellano criollo, y esta lengua se volvió forastera en su país.
Borges analiza esos conceptos dentro del ensayo con otras obras argentinas sobre el género gauchesco. Por ejemplo, en el acápite “Las misas herejes”, escribe: “En la calle, la buena gente derrocha sus guarangos decires más lisonjeros, porque al compás de un tango, que es ‘La morocha’, lucen ágiles cortes dos orilleros. Sigue una página de misterioso renombre, ‘La viejecita’, festejada cuando se publicó, porque su liviana dosis de realidad, indistinta ahora, era infinitesimalmente más fuerte que la de las rapsodias coetáneas. La crítica, por la misma facilidad de servir elogios, corre el albur de profetizar. Los encomios que se aplicaron a ‘La viejecita’ son los que merecería ‘El guapo’ después; los dedicados en 1862 a ‘Los mellizos de la Flor’ de Ascasubi son una profecía escrupulosa de Martín Fierro”.
El prisma de la tradición europea
Otra arista del ensayo de Borges es el análisis de la literatura argentina a través de la europea, es decir, el cruce de semejanzas y diferencias, así como un científico en su laboratorio o un hechicero en busca de una pócima, a Evaristo Carriego lo utiliza para traer el conocimiento de esas tradiciones literarias y fundar una nueva.
Evaristo Carriego.
Según Sarlo, Borges ejecuta dos operaciones en esta obra: una de apropiación y otra de intervención. En la primera muestra el costumbrismo de Buenos Aires y de la Argentina, y en la segunda inserta todo su conocimiento literario europeo, principalmente el anglosajón: “Tampoco lo distrae a Carriego la perfección del mal, la precisión y como inspiración del destino en sus persecuciones, el arrebato escénico de la desgracia. Es la reacción de Shakespeare: All strange and terrible events are welcome / But comforts we despise our size of sorrow / Proportion’d to our cause / must be as great as that which makes it. Carriego apela solamente a nuestra piedad. Aquí es inevitable una discusión”.
Otra variable de este texto es la ficción. No se sabe si todo lo que cuenta Borges de Carriego es cierto. Sarlo cita a Sylvia Molloy (1938-2022), que en su ensayo Las letras de Borges (1999) dice que este libro de Borges sobre Carriego es una biografía insidiosa: “Porque es una biografía disparatada respecto de los modelos clásicos. Borges inventa otra forma basado en los detalles laterales, poco importantes en una vida, con la idea (que después retoma en los relatos de Historia universal de la infamia y en muchos cuentos posteriores) de que en la vida de una persona siempre hay un momento que, aunque no parezca importante, es decisivo, porque condesa la significación de un destino”.
Entonces, podemos decir que Borges después de regresar de Europa analiza y prepara su futura obra de manera programática y Evaristo Carriego fue su inmediata posesión de la literatura argentina, la piedra angular de sus ficciones.
Fuente: Caras y Caretas
https://carasycaretas.org.ar/2025/10/15/la-inmediata-posesion-de-borges/