Sylvia Saítta
Antes de comenzar, quisiera aclarar que mi exposición,
además de ser una lectura de la obra de Roberto Arlt en relación a la formación
de la lengua literaria, es también el desarrollo de una hipótesis cuyo
desarrollo está en sus comienzos. La hipótesis, o el punto de partida, es
pensar a Borges como uno de los primeros lectores de Arlt en considerarlo parte
constitutiva de la formación de la lengua literaria nacional.
Como no podía ser de otro modo en una mesa sobre el tema que
nos convoca, quiero comenzar haciendo referencia a la nota de Roberto Arlt
titulada «El idioma de los argentinos», publicada en el diario El Mundo el 17
de enero de 1930. Sé que se trata de una nota que ya ha sido muy citada por la
crítica porque en esa nota Arlt enuncia cuál es su concepción sobre la lengua
de los argentinos, y lo hace bajo la forma de una polémica. En esa nota, en la
que polemiza con el académico José María Monner Sans, Arlt sostiene la
productividad literaria de la lengua «del pueblo» y vincula los nuevos modos del
decir con una sociedad que está atravesando profundos cambios sociales y
culturales. Una vinculación entre los modos del decir y los modos del vivir que
Arlt ya había desarrollado en varias notas previas en las cuales había
sostenido la hipótesis de que es posible deducir el estado mental de una época
a través de ciertos giros del idioma. Había dicho, por ejemplo, en una
aguafuerte de agosto de 1928:
«Sí, nuestra actual generación es esencialmente agresiva.
Tan agresiva que para designar la palabra trompada, tiene los siguientes
sinónimos: "castañazo", "biaba", "fastrai",
"torta", "bollo", "ñoquie", "galleta",
"piña", "bisquete", "bife" y la antigua "miqueta",
riqueza de léxico que demuestra el matiz de vocabulario agresivo en todas las
fases del tortazo. [...] El idioma lo demuestra. Catorce sinónimos para un solo
acto. Catorce sinónimos para sellar violentamente "la bronca" racial
de la gente de esta ciudad romboidal»1.
Los académicos pretenderían entonces, e inútilmente,
"«enchalecar en una gramática canónica las ideas siempre cambiantes y
nuevas de los pueblos»". Después de reproducir las palabras de Monner Sans
en su nota «El idioma de los argentinos», exclama Arlt: "«¿Quiere usted
dejarse de macanear? ¡Cómo son ustedes los gramáticos! Cuando yo he llegado al
final de su reportaje, es decir, a esa frasecita: 'Felizmente se realiza una
obra depuradora en la que se hallan empeñados altos valores intelectuales
argentinos', me he echado a reír de buenísima gana, porque me acordé que a esos
'valores' ni la familia los lee, tan aburridores son»".
En su nota, Arlt fundamenta su posición a través del mismo
sistema metafórico que un año después retomaría en su prólogo a Los
lanzallamas. Así como la literatura encierra la violencia de un "«cross a
la mandíbula»" que se impone por "«prepotencia de trabajo»", el
hablante es, a diferencia del académico, quien saca "«palabras de todos
los ángulos»", y que lejos de respetar las reglas de la gramática, impone
su idioma «por prepotencia». Como señala Adolfo Prieto, la pertenencia de Arlt
a una franja social y cultural sacudida por códigos fuertemente
contradictorios, le impone un escenario en el que debe representar una
inacabable batalla con fantasmas2.
Como antes señalé, en notas anteriores a «El idioma de los
argentinos» de enero de 1930, Arlt ya había abordado la cuestión del idioma y,
sobre todo, había reivindicado la productividad narrativa del uso de un
lenguaje popular y plebeyo. El uso de este lenguaje no era nuevo en el
periodismo pues una larga tradición de escritores costumbristas lo precedía -
Fray Mocho, Last Reason, Félix Lima, entre otros-, pero provocaba cierta
incomodidad en un diario como El Mundo que pretendía disputar lectores a los
diarios serios como La Nación y La Prensa, y no a los diarios populares y
sensacionalistas como Crítica o Última Hora. De hecho, la aparición de la
primera persona en las Aguafuertes Porteñas -cuando todavía no eran firmadas
con el nombre propio y cuyo sujeto de enunciación era "«el cronista de la
nota»"-, se produce cuando Arlt tiene que justificar el uso de una palabra
popular:
«Mi director me ha pedido que no emplee la palabra berretín
porque el diario va a las familias y la palabra berretín puede sonarles mal,
pero yo pido respetuosamente licencia a las señoras familias para usar hoy esta
dulce y meliflua palabra berretín»3.
En sus notas, Arlt recurre a la mezcla desprolija y siempre
cambiante de las voces de la calle, a las que, sin embargo, sistematiza en
Diccionarios de filología lunfarda. En la definición de nuevas palabras
-squenun, tongo, chamuyar, pechazo, berretín, furbo, garrón- o de nuevas
expresiones -tirar la manga, tirarse a muerto, el manya orejas- Arlt ordena,
clasifica, registra y organiza la caótica proliferación de términos
coloquiales. Si bien las definiciones de su singular diccionario son altamente
paródicas, sobre todo porque buscan reproducir el rigor científico en la
definición de términos lunfardos (origen de la palabra, cambios semánticos,
recurrencia del término), los microrrelatos que ejemplifican el uso de cada
palabra, exhiben tanto los materiales con los cuales Arlt escribe como la
inmensa productividad narrativa de la lengua plebeya. Como señala Carlos
Correas, Arlt impone un lenguaje plebeyo en oposición al lenguaje culto y
correcto: "«súbito, emotivo o apasionado, en la injuria y en la erótica,
el lenguaje plebeyo no tiene más que una única meta, loable e incluso valiosa:
la comunicación, la solidaridad entre los hombres; puro producto del
resentimiento, el lenguaje plebeyo es socavación del énfasis noble, no crea
sino apariencias que perturban y despojan a las palabras cultas de su sentido
propio»". Arlt usa el lunfardo y los términos coloquiales como broma
dirigida a la seriedad del periódico, tomando su uso en desafío y medición de
fuerzas4. Arlt eleva el idioma de la calle, la lengua plebeya, a idioma
nacional consolidando simultáneamente un lugar de enunciación dentro de las
páginas de un diario y un lugar de enunciación, una entonación, dentro de la
literatura argentina.
«No es, sin embargo, en lo que Arlt «dice» sobre el idioma
en la mencionada aguafuerte "El idioma de los argentinos" donde
quisiera detenerme en mi exposición, sino en el carácter altamente polémico de
su intervención. Porque su intervención está muy lejos de ser la intervención
de "un advenedizo o improvisado de la literatura", como él mismo se
definía en una Autobiografía de 19275. Por el contrario, se trata de la
intervención de quien se sabe parte constitutiva de la formación de la lengua
literaria argentina».
Porque en esta nota, y en primer lugar, Arlt se apropia
-roba- un título ajeno, ya que «El idioma de los argentinos» es el título del
ensayo de Jorge Luis Borges que, a su vez, le da título al libro El idioma de
los argentinos, publicado en 1928.
En segundo lugar, Arlt se incorpora decididamente en una
polémica sobre el idioma de los argentinos que también le era ajena: la
polémica que desde la publicación de El idioma de los argentinos venían
sosteniendo Borges y Monner Sans. En efecto, en 1929, y después de la
publicación del libro de Borges -que fue primero una conferencia dictada en el
Instituto Popular de Conferencias de La Prensa el 23 de setiembre de 1927-,
Monner Sans agrega una nota a su «Algunas observaciones sobre la enseñanza del
idioma» de 1928, para responderle ásperamente a Borges. Decía Monner Sans en
esa nota:
«La suficiencia de algunos bullangueros periodistas de corta
edad -que organizan su minúscula fama en derredor de cualquier mesa de café- ha
urdido ahora, por mano de un señor Jorge Luis Borges una segunda concepción de
'El idioma de los argentinos' (Buenos Aires, 1928); allí, entre otras inepcias
redactadas en un estilo sibilino y embaucador, se niega la riqueza del habla
castellana, puesto que -dice- una gran literatura poética o filosófica no se
domicilió nunca en España. Si el periodista a que aludo entendiese mejor a don
Pablo Groussac -autor que cita en dicho engendro- no estamparía tamaño
desatino, pues con él demuestra, o afán de pasmar a los catecúmenos que lo
rodean o, simplemente, ignorancia»6.
El gesto de incorporación de Arlt, a través de su
aguafuerte, es explícito: Arlt se apropia del título de Borges para exponer su
propia concepción sobre el idioma de los argentinos y para polemizar con Monner
Sans, para darle la respuesta a Monner Sans que Borges eligió no dar.
Con su respuesta, Arlt «ocupa» el lugar que Borges dejó
vacante. La pregunta que me hice fue por cuáles eran las condiciones de
posibilidad para que esta operación arltiana fuese posible.
Hasta los años setenta, esto es, hasta que las operaciones
críticas principalmente de Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo colocaran en el
centro del sistema literario argentino a Borges y a Arlt, la crítica literaria
sostenía la disyunción: era o Borges -por ejemplo, en la lectura de Sur- o Arlt
-en la propuesta de Contorno-. Sin embargo, en los años veinte y treinta,
Borges y Arlt se consideraban parte de una misma militancia en pos de la
formación de la lengua literaria argentina. Porque es Borges quien muy
rápidamente desmiente la reiterada idea de que Arlt "«escribía mal»",
y lo hace antes de la reivindicación política de izquierda que realizan, tanto
Raúl Larra como los jóvenes de Contorno en los años cincuenta y las lecturas
académicas de los años setenta. El centro de la valoración que Borges hace de
la obra de Arlt está puesto, como se verá, en la construcción de un referente y
de una lengua para la literatura argentina, dos de las problemáticas
principales que recorren los ensayos del joven Borges.
El comienzo de la lectura que Borges hace de la obra de Arlt
coincide con el comienzo mismo de la obra de Arlt. En realidad, es previa a los
comienzos de esa obra. Porque las primeras referencias a la literatura de Arlt
aparecen en dos ensayos que Borges publica en 1926, antes de la publicación de
El juguete rabioso, cuando Arlt sólo había publicado dos capítulos de su novela
-«El Rengo» y «El poeta parroquial», en marzo y mayo de 1925- en Proa, revista
de la cual Borges era director.
En efecto, en enero de 1926, Borges publica el ensayo «La
pampa y el suburbio son dioses» en la revista Proa, en junio de ese mismo año,
«Invectiva contra el arrabalero» en el diario La Prensa. Ambos ensayos se
incorporan a El tamaño de mi esperanza, libro que la editorial Proa publica ese
mismo año. Los dos ensayos pertenecen a un momento en que, como sostiene
Beatriz Sarlo, Borges está reflexionando sobre la cultura argentina con la
hipótesis de la falta, ya que la define por lo que tuvo en el pasado -la poesía
gauchesca-, o por lo que no tiene -"«No hay leyendas en esta tierra y ni
un solo fantasma camina por nuestras calles»"7, dice Borges en «El tamaño
de mi esperanza»8. Borges reflexiona sobre una cultura argentina acosada por la
herencia del modernismo, los embates de un academicismo castizo y el
malentendido lingüístico del pintoresquismo gaucho o arrabalero, para definir
lo argentino y definir el tono de la literatura argentina. En esos primeros
ensayos, como en sus poemas, Borges funda las bases de su poética y sienta
posiciones con respecto a cómo debe escribirse una literatura nacional. Para
ello, rearma la topología de la literatura argentina haciendo de las orillas,
ese límite impreciso entre la ciudad y el campo, un territorio y un espacio
literario.
Es en la fundación de ese espacio literario, donde aparece
la primera mención a la literatura de Arlt. Dice Borges: "«Fray Mocho y su
continuador Félix Lima son la cotidianidá conversada del arrabal; Evaristo
Carriego, la tristeza de su desgano y de su fracaso. Después vine yo [...] y dije
antes que nadie, no los destinos, sino el paisaje de las afueras: el almacén
rosado como una nube, los callejones. Roberto Arlt y José S. Tallón son el
descaro del arrabal, su bravura. Cada uno de nosotros ha dicho su retacido del
suburbio: nadie lo ha dicho enteramente»"9.
La segunda mención, en cambio, aparece cuando Borges está
pensando el tono de la literatura argentina y por lo tanto, el tono de su
propia literatura, un tono que, como dice el prólogo de Luna de enfrente (1925)
"«no es gauchesco ni arrabalero, sino heterogénea lengua vernácula», un
tono, entonces, que establece sus límites frente a la herencia gauchesca, el
casticismo y el arrabalero. En «Invectiva contra el arrabalero»" (La
Prensa, 6 de junio de 1926), como adelanta su título, Borges define al
arrabalero como la «simulación» del lunfardo, al que describe como "«jerga
artificiosa de ladrones»" y "«vocabulario gremial»". Ya en este
ensayo, como terminará de proponer en «El idioma de los argentinos» de
setiembre de 1927, Borges opone "«la honesta habla criolla de los
mayores»" a la "«infame jerigonza»" del arrabalero "«donde
las repulsiones de muchos dialectos conviven y las palabras se insolentan como
empujones y son tramposas como naipe raspado»". Aun en el marco de esta
invectiva, la inclusión de la literatura de Arlt es favorable pues sostiene que
a esta "«infame jerigonza»", "«hay escritores y casi escritores
y nada escritores que la practican. Algunos lo hacen bien, como el montevideano
Last Reason y Roberto Arlt»".
Después de publicar El idioma de los argentinos, Borges
obtiene, en junio de 1929, el segundo premio de prosa en el Concurso Municipal
correspondiente al año 1928. La revista La Literatura Argentina le realiza un
reportaje en el que le preguntan a quiénes lee de entre sus contemporáneos.
Borges responde: "«Y de los muchachos leo a los poetas Nicolás Olivari,
Carlos Mastronardi, Francisco Luis Bernárdez, Nora Lange y Leopoldo Marechal. Y
de prosa es notable Roberto Arlt. También Eduardo Mallea. No veo otros»".
Borges se está refiriendo al Arlt anterior a Los siete
locos, ya que la novela se publica en noviembre de 1929; es el Arlt,
nuevamente, de El juguete rabioso.
Esta idea se reitera en 1936, en el marco de una encuesta
sobre la novela organizada por Gaceta de Buenos Aires, momento en que Borges
reitera su juicio favorable hacia la primera novela de Arlt. La mención es
significativa ya que Borges, después de considerar al Martín Fierro como
nuestra gran novela nacional, responde a la pregunta "«¿qué otros inolvidables
nombres?»" con una muy breve genealogía: Guillermo Hudson, Eduardo
Gutiérrez, José Mármol, Ricardo Güiraldes, para terminar en Arlt: "«Pienso
que El juguete rabioso de Roberto Arlt: libro que me hace perdonar a su autor
el haber publicado Los lanzallamas»"10. Borges menciona a sólo dos
escritores contemporáneos, Arlt y Güiraldes. Sobre ambos volverá Borges en
1970, aunque de diferente manera.
Porque sorpresivamente, en el Prólogo a El informe de
Brodie, firmado el 19 de abril de 1970, esto es, después del rescate crítico
realizado por los jóvenes de Contorno, Borges vuelve a Arlt. Vuelve a Arlt y
vuelve, sin nombrarla, a la polémica sobre el idioma de los argentinos que
mantuvo con Monner Sans, y en la que se incorporó Arlt con su propio «El idioma
de los argentinos». Y vuelve rescribiendo, de alguna manera, los mismos
argumentos que Arlt había sostenido en «El idioma de los argentinos» de 1930.
De allí, el aire de anacronismo que sobrevuela ese prólogo: plantear una
discusión con la Real Academia en 1970; de allí, la mención, casi banal, de
Paul Groussac, escritor mencionado por Monner Sans en su réplica a El idioma de
los argentinos ("«Si el periodista a que aludo entendiese mejor a don
Pablo Groussac -autor que cita en dicho engendro- no estamparía tamaño desatino,
pues con él demuestra, o afán de pasmar a los catecúmenos que lo rodean o,
simplemente, ignorancia»"); de allí, el recuerdo de una anécdota sobre
Arlt y el uso de la lengua:
«Imparcialmente me tienen sin cuidado el Diccionario de la
Real Academia, dont chaqué édition fait regretter la précédence, (cada una de
cuyas ediciones hace añorar la precedente) según el melancólico dictamen de
Paul Groussac, y los gravosos diccionarios de argentinismos. Todos, los de este
y los del otro lado del mar, propenden a acentuar las diferencias y a
desintegrar el idioma. Recuerdo a este propósito que a Roberto Arlt le echaron
en cara su desconocimiento del lunfardo y que replicó: "Me he criado en
Villa Luro, entre gente pobre y malevos, y realmente no he tenido tiempo de
estudiar esas cosas"».
En 1970, Borges vuelve entonces a 1926, año que, como la
crítica ha sostenido en más de una oportunidad, es clave en la formación de la
novela argentina. Vuelve al joven Borges preocupado por el idioma de los
argentinos, vuelve a la discusión sobre el lunfardo en la literatura argentina,
y vuelve, sobre todo, a las dos novelas que hacen de 1926 el año
"«decisivo para la narrativa argentina»", para citar el título de un
artículo de Noé Jitrik publicado en el diario El Mundo, entre el 4 de julio y
el 1 de agosto de 1965. Vuelve a los dos narradores mencionados en su reportaje
de 1929. Vuelve a Don Segundo Sombra en «El Evangelio según Marcos» y vuelve a
El juguete rabioso en «El indigno», dos de los cuentos que integran El informe
de Brodie. Pero no vuelve de la misma manera.
Beatriz Sarlo ha estudiado la ambigua defensa que Borges
realiza de Don Segundo Sombra en su ensayo «El escritor argentino y la
tradición». Don Segundo Sombra, dice Sarlo, "«es una novela demasiado
evidentemente criolla para Borges [...] Hay demasiados caballos en Don Segundo
para considerar seriamente su pretensión de texto nacional»"11. Y también
ha señalado que Don Segundo es el sustento de una ironía con la que Borges
ficcionaliza la proposición teórica de Güiraldes en «El Evangelio según
Marcos», ya que los Gutres, peones y troperos como los personajes de Don
Segundo Sombra, no encuentran placer en la lectura de una novela en la que no
pueden percibir ninguna diferencia.
En cambio, en «El indigno» Borges rescribe el final de El
juguete rabioso realizando una serie de operaciones de apropiación de esa
literatura ajena. La historia es la misma ya que ambos textos -el de Arlt y el
de Borges- narran la historia de una traición a la amistad y a la confianza
entre jóvenes marginales. Ambos narran también la historia de un aprendizaje
que, a diferencia del aprendizaje de Fabio Carrizo en Don Segundo Sombra, se
basa en la traición a valores constitutivos del universo moral en el que se
mueven los personajes. Y en el caso de Arlt, es también la historia del
aprendizaje de una lengua. Una lengua cuyo aprendizaje, como describe Josefina
Ludmer en El cuerpo del delito, comienza con la iniciación del zapatero «cojo»
y se cierra con la delación al «rengo»; comienza entonces con el vocablo
castizo -que a su vez señala, siguiendo la hipótesis de Piglia, la lectura de
las malas traducciones españolas- y culmina con la adquisición del vocablo
argentino.
Sin embargo, y como Borges hizo con el Martín Fierro,
desplazando al gaucho de la pampa a las orillas urbanas, Borges desplaza al
traidor de Arlt de Flores a sus propias orillas -las orillas del Maldonado-; en
segundo lugar, convierte al lumpen de Arlt -un cuidador de carros de la feria
de Flores, ese habitante de la vida puerca- en un compadrito.
Con estas operaciones, y como dice Ricardo Piglia a través
de su personaje Emilio Renzi, Borges escribe en términos de ficción sus
lecturas de la literatura argentina y su homenaje a Roberto Arlt. «El indigno»
cierra, en términos Acciónales, una valoración de la obra de Roberto Arlt
-aunque, para ser más precisos, una valoración de El juguete rabioso de Roberto
Arlt- que comenzó en 1926, antes que se publicara la novela en formato libro.
Creo que con su elección Borges no sólo ratifica su gusto por el relato popular
-y esto habla más de Borges que de Arlt- sino que señala que Arlt supo
encontrar un tono para la literatura argentina. Así como la gauchesca descubre
una entonación, y a través de esa entonación descubre un modo de narrar, Arlt
descubre en El juguete rabioso una nueva entonación y un nuevo modo de narrar.
Porque si "«saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir
una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un
destino»"12, Arlt, con su Silvio Astier, encontró una voz y una lengua
para la literatura argentina.
Fuente: Biblioteca Virtual Cervantes
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