por Carlos Alberto
Colodro
Erudito, autocrítico, cosmopolita, Jorge Luis Borges
demostró en su obra el gran respeto que sentía por el ajedrez. Dentro de sus
mundos circulares, abrió campo para las sesenta y cuatro casillas, las piezas
que las ocupan y los agentes que les dan vida.
Nacido en Buenos Aires, parte de una familia con ascendencia
inglesa, Borges sintió desde pequeño que sus allegados asumían que
eventualmente se convertiría en escritor. Humilde, aceptó el designio y
recorrió sus 86 años de vida rodeado de libros: Stevenson, Kipling, James,
Conrad, Poe, Chesterton y Las mil y una noches se convirtieron en sus
compañeros de viaje.
Aunque siempre insistió en que prefería ser reconocido como
un buen lector antes que como escritor, concibió trabajos que ahora se
consideran clásicos de la literatura del siglo XX. Detractor de la novela,
cultivó los géneros del ensayo, la poesía y el cuento, enfocando sus esfuerzos
en temáticas de carácter universal. Para presentar los mundos que poblaban su mente,
vio necesario valerse de la fantasía y, dentro de este marco literario,
encontró en el ajedrez una útil herramienta metafórica.
El juego como
representación de lo fantástico
La similitud entre las matemáticas, el ajedrez y la
literatura —al menos la interpretación que hizo Borges de la literatura— es su
carácter completamente abstracto. El argentino, al igual que otros grandes
escritores, como Nabokov o Pushkin, consideraba que el valor inextricable y
necesario de cualquier obra literaria es su valor estético. El estudio de su
obra y sus declaraciones evidencian su deseo de alejarse de cualquier corriente
que considere que el arte debería cumplir una función práctica. Por ejemplo, en
una de las conferencias publicadas en Arte poética, Borges reafirma que la
poesía no tiene por qué ser comprensible:
"...si tomamos los versos de Jaimes Freyre, que suelo
recordar siempre: 'Peregrina paloma imaginaria / que enardece entre los últimos
amores / alma de luz de música y de flores / peregrina paloma imaginaria'
[...], nos preguntamos qué quieren decir y no sabemos, pero eso es lo de menos,
notamos que hay un enigma y ese enigma nos encanta".
En su artículo Filosofía y lingüística en los cuentos
fantásticos de Jorge Luis Borges, Sergio Cordero expone dos características del
juego que coinciden con la concepción que manejaba el argentino del arte
literario: la creación de un mundo cerrado, con características arbitrarias, y
la transgresión de los supuestos de la realidad. Partiendo únicamente de estos
supuestos, Borges podría haber elegido cualquier juego como metáfora de su
interpretación del arte; su elección del ajedrez, sin embargo, no es fortuita.
En una entrevista de 1981, declaró:
"El ajedrez es uno de los medios que tenemos para
salvar la cultura, como el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de
los clásicos, las leyes de la versificación, la ética. El ajedrez es hoy
reemplazado por el fútbol, el boxeo o el tenis, que son juegos de insensatos,
no de intelectuales".
Conservador declarado, el autor de El Aleph encontró en los
escaques el otro elemento que consideraba imprescindible en el arte: la
belleza.
Laberintos infinitos
El epígrafe de uno de los cuentos más representativos de
Borges, Las ruinas circulares, cita un pensamiento extraído de A través del
espejo de Lewis Carroll: "and if he left off dreaming about you..."
("y si dejara de soñar contigo..."). En la novela del inglés —la
segunda entrega de las aventuras de Alicia—, la trama gira alrededor del
ajedrez, en consecuencia con la gran afición de Carroll. Además de que la
protagonista ingresa en un mundo fantástico, lo que justifica el epígrafe de
Borges es la metáfora del espejo y, más precisamente, la posibilidad implícita
de una recursividad infinita: si existe una realidad dentro de otra, ¿acaso no
se podría encontrar otra realidad dentro de la que ahora se considera fantasía?
Es fácil imaginar a una persona parada entre dos espejos, mirando su reflejo
cada vez más pequeño, consciente de que la imagen, aunque imperceptible, debe
repetirse inexorablemente ad infinitum.
Las ruinas circulares explora el tema de la recurrencia
infinita de forma aún más explícita. Un forastero decide que su única misión en
la vida es soñar a un hombre ("...quería soñarlo con integridad minuciosa
e imponerlo a la realidad"). Después de conseguirlo, fatalmente se da
cuenta —al saberse inmune al fuego, al igual que su creación— de que él también
había sido soñado.
Es en este contexto que vale la pena mencionar el tributo
más importante que Borges le hizo al juego-ciencia. Los últimos versos de su
poema Ajedrez, publicado en El hacedor, reflejan precisamente este rasgo
característico de su obra, su atracción por lo universal y lo infinito:
"Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?"
Finalmente, en El milagro secreto, otra de las célebres
Ficciones publicadas en 1943, una vez más se hacen presentes el tiempo, la
literatura y los sueños —además, por supuesto, del ajedrez—. Un hombre es
sentenciado a muerte y, poco antes de dirigirse a la ejecución, le pide a Dios
que le dé tiempo para terminar su obra literaria más importante. El deseo es
concedido: cuando las balas escapan los fusiles, el tiempo se detiene y el
hombre preserva su conciencia hasta culminar la obra (lo hace mentalmente; al
ser un trabajo versificado, le es más fácil manipularlo en la memoria). En la
introducción del cuento, Borges una vez más recurre al ajedrez:
"[Jaromir Hladík] soñó con un largo ajedrez. No lo
disputaban dos individuos sino dos familias ilustres; la partida había sido
entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado premio,
pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las piezas y el tablero
estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una
de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable
jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba
recordar las figuras ni las leyes del ajedrez".
Cualquiera que se acerque a los trabajos del argentino
notará, en poco tiempo, que no era un autor que se tomaba la literatura a la
ligera. Por lo tanto, que alguien así de cuidadoso haya elegido al ajedrez como
símil en más de una ocasión no puede ser pasado por alto.
Y, quién sabe, quizás ahora mismo, parado entre dos espejos,
Borges esté soñando tableros y figuras, círculos y laberintos, eternidades
minuciosas.
Bibliografía
Borges, J. L.
(1960). El hacedor. Buenos Aires: Emecé.
Borges, J. L.
(1973). Ficciones. Buenos Aires: Emecé
Borges, J. L.,
Navarro, J., Gimferrer, P., & Mihailescu, C. (2015). Arte poética: Seis
conferencias. Barcelona: Austral.
Cordero, Sergio.
"Filosofía y lingüística en los cuentos fantásticos de Jorge Luis
Borges", La Palabra y el Hombre: Revista de la Universidad Veracruzana, 74
(1990)
Fuente: Chessbase.com
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