Por Hinde Pomeraniec
Borges era Borges y estaba ahí. Lo había visto una vez
firmando ejemplares en la Galería del Este, yo era chica, él ya era quien era
pero no lo era aún para mí. Por entonces Borges era un nombre ajeno, un
personaje de la revista Gente, una suerte de estatua viviente y, por lo que
podía escuchar, el mayor escritor argentino, aunque algunos insistían en
ponerlo a competir con Ernesto Sabato. (No competía con Cortázar, no sé por
qué).
Pero volvamos al Borges que ya era Borges para mí y estaba
ahí. Entiendo que tiene que haber sido en 1984, con una democracia de regreso y
flamante. El artífice de la visita de Borges a la facultad de Filosofía y
Letras, por entonces en la calle Marcelo T. de Alvear, fue Enrique Pezzoni
(1926-1989), quien junto con Jorge Panesi estaba a la cabeza de la materia
“Teoría y Análisis literario” y era una celebridad en el mundo de las letras
argentinas, tanto por su obra como traductor como por su labor como editor de
la editorial Sudamericana (lo sucedió el mejor heredero posible, Luis
Chitarroni, estamos hablando de glorias de la industria editorial argentina,
eh, creéme).Pezzoni también fue secretario de Victoria Ocampo en Sur, cuando se
fue Pepe Bianco. En el maravilloso Epistolario de Bianco curado por Daniel
Balderston y María Julia Rossi que publicó hace unos meses Eudeba faltan las
cartas a Pezzoni, con quien mantuvo una intensa relación afectiva. Es sabido
que las cartas fueron quemadas: ¿habrá sido algún familiar pudoroso?
Decir Pezzoni es decir inmediatamente Moby Dick en dos
tomos, en una entrañable edición del Fondo Nacional de las Artes y es, también,
decir un secreto a voces porque el Enrique Tejedor que tradujo el escandaloso
por entonces Lolita de Nabokov era en realidad Pezzoni. Y sus Graham Greene y
T.S. Eliot y J. P. Donleavy (su traducción de la gran novela Cuentos de hadas
en Nueva York se reeditó dos años atrás en Cia. Naviera Ilimitada), Anthony
Burgess, Gore Vidal y tantos otros. Publicó un único libro propio que es El
texto y sus voces, que tuvo una reedición de Eterna Cadencia hace unos 10 años
y es una suerte de libro fundacional de la lectura profesional en Argentina.
Me sigo yendo por las ramas y es que me pongo a hablar o a
escribir de ese momento y de personas como Pezzoni y aparecen montones de
imágenes, una más estimulante que la otra. Lo que extrañamos nunca es una
época, lo que siempre extrañamos es a nosotros mismos en ese tiempo.Pero te
contaba que Borges llegó y caminó por un pasillo entre las butacas del
auditorio llevado de la mano por alguien, un asistente, el mismo Pezzoni, no lo
sé. Ya era un hombre grande entonces y muchos de los que lo escuchábamos con
deleite habíamos aprendido a entenderlo pese a algunas ausencias en sus frases.
Borges tenía ausencias en sus frases, sí. Hablaba y, mientras hablaba, había
palabras que no eran pronunciadas aunque seguramente él creía que sí. Es como
cuando hoy se nos corta un llamado de whatsapp o cuando se congela por momentos
un zoom. El hablaba y daba cátedra, claro, pero ahí faltaban términos que
seguramente tenía en su cabeza pero no llegaban a nuestros oídos y era su
audiencia la que reponía esas palabras fantasma. Para nosotros, su público, eso
se había convertido en una forma más de la literatura, en un juego borgiano. No
me acuerdo mucho más de aquella tarde, creo que era en invierno. Era el
crepúsculo de la vida de un grande y volvía a uno de sus escenarios naturales,
donde enseñó por años.
Sí tengo el vago recuerdo de muchos aspirantes a autores que
se acercaban a su paso para entregarle sus escritos al tótem, páginas y libros
que quien lo acompañaba iba guardando gentilmente pero que, hoy, ahora, pienso,
se me hace difícil imaginar que le hayan despertado alguna curiosidad más
tarde, como para pedir que se los leyeran. ¿Qué haría con esos materiales que
le acercaban? ¿Los mandaba a tirar? ¿Los guardaba?
Días atrás publicamos la charla con Sylvia Iparraguirre,
quien fue discípula de Borges en la facultad, y ella contaba que en los 60
todos y todas querían tener a Borges en casa. “Era una época en la que todas
las señoras que tenían una tertulia, un salón, una cosa culturosa, lo querían
agarrar a Borges y sentarlo en una silla. El pobre Borges hacía esas
concesiones. Yo lo conocí bastante y te digo que estaba indefenso”, contaba la
autora de La vida invisible.
“Come en casa Borges” se convirtió con los años en una
consigna entre lectores, un motivo de complicidad e ironía que proviene del
Borges de Bioy, un diario en el cual el autor de La invención de Morel produjo
una biografía de una amistad, con el registro más fenomenal que se recuerde
sobre la oralidad de una persona pública. Un libro que, naturalmente, Bioy dejó
indicado que se publicara tras su muerte.
El otro día Pedro Mairal me comentaba algo sobre esto,
justamente, la maravillosa capacidad de Bioy Casares para reproducir la lengua
argentina en sus ficciones y cuya mayor expresión es su Borges. Ese día volví a
pensar en Bioy grabando cada una de las charlas con su amigo histórico,
reteniendo cada palabra y cada interjección para ponerla luego por escrito, una
vez terminada la comida, con Borges ya del otro lado de la puerta. ¿Habrá sido
así? Tal vez, el hombre que fue uno solo con Borges a la hora de escribir los
cuentos de Bustos Domecq ya llevaba inscripto en su cerebro el modo de hablar y
de expresarse de JLB.
En el fin de semana se publicó la noticia de un nuevo libro
de Vargas Llosa, precisamente dedicado al autor de El Aleph. Conferencias,
artículos y también entrevistas integran Medio siglo con Borges, su libro
homenaje a un autor al que considera el más importante en lengua española,
según dijo en una entrevista. En esa misma entrevista, el Nobel se dedicó a
fustigar el libro de Bioy. El monumental Borges de Bioy es una suerte de Biblia
para muchos, pero ha recibido tantos elogios como producto de la fascinación
como críticas por parte de aquellos que lo consideran una traición.
Pues bien,Vargas Llosa integra el grupo de lectores de
Borges indignados por ese libro. “El libro de Bioy Casares me produjo una gran
repugnancia desde que lo vi publicado y no lo he leído ni lo haré. Me parece
inmoral que todas las conversaciones privadas que tenía Borges con Bioy
Casares, este las grabara o reprodujera posteriormente, pensando en un libro
póstumo”, dijo en la misma charla con El Cultural, el suplemento cultural del
diario El Mundo. Tanta repugnancia le produjo que tal vez por eso el autor de
Conversación en la catedral pensó que había llegado la hora de tener su propio
“Borges”.
El domingo se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de
nuestro Homero. Fue una sorpresa ver que en el homenaje a Borges -bastante más
modesto que el que dedicaron a un nuevo aniversario del nacimiento del Che
Guevara- el Ministerio de Cultura eligió justamente el libro de Bioy para
recordarlo.Una de las entrevistas que figuran en el libro de Vargas Llosa que
sale estos días fue realizada en 1981 en el departamento de la calle Maipú en
el que Borges vivía. Vargas Llosa estaba sorprendido por la modestia de la
vivienda y por la austeridad de su habitante y lo señaló en un par de
oportunidades. Cuentan que después de ese encuentro, Borges comentó que había
recibido “la visita de un peruano con intereses inmobiliarios”.
Las anécdotas con Borges y sobre Borges también se
convirtieron con el tiempo en un género literario. Una que me gusta mucho
justamente tiene que ver con Pezzoni. Cuentan una noche fueron a cenar y cuando
le trajeron su plato Pezzoni comentó algo así como: “Qué maravilla estos
colores”. Y que Borges respondió: “Ay, Enrique, usted siempre tan provocador”.
Fuente: Infobae 16 de junio de 2020
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