Por: Márcia Batista Ramos
El río me arrebata y soy ese río. / De una materia
deleznable fui hecho, de misterioso tiempo. / Acaso el manantial está en mí. /
Acaso de mi sombra / surgen, fatales e ilusorios, los días.
Jorge Luis Borges, Elogio de la sombra
Vivir en este planeta es un arte temporal que transcurre entre lo profano y lo divino, la mayor parte de las veces, de manera profanamente divina.
Es cierto que muchos piensan que es así, o por lo menos viven como si así lo fuera: de manera profanamente divina, mismo a sabiendas que el tiempo todo lo cambia o con el tiempo todo se extingue.
En Séneca aparece el tiempo dividiendo la vida y la muerte, con su tremenda brevedad. De ahí que Séneca permanece siempre con el presente, ya que sobre el presente gravita la vida con toda intensidad.
El pasado, entonces, es ya el rostro mismo de la muerte, porque la vida va dejando un lastre muerto, y el tiempo ineludible la empuja, forzosamente, a la muerte final y definitiva, cumpliendo así con una ley natural.
La temporalidad de la vida, en el planeta, parece necesaria. Si no es necesaria, sabemos que es inevitable. Por lo tanto, el tiempo se torna un tema eterno en la poesía.
¿Qué poeta no cantó la angustia que causa la temporalidad tan efímera de la existencia?
Los conocedores de la obra poética de Jorge Luis Borges, saben que su nombre debe incluirse entre los pocos poetas latinoamericanos, que escribieron su pensamiento también a través de la poesía y dejaron una intensa y profunda impresión sobre la temporalidad, entre otros temas, asumiendo que el verso es forma temporal de la expresión artística.
Borges, consignatario de una poesía más tributaria de la prosodia clásica, escribió de forma muy disciplinada circunscrita a una preceptiva canónica, sin alejarse de las temáticas que angustian al hombre por el simpe hecho de existir.
La profunda e intensa impresión del tiempo en la poesía de Borges permite reflexionar sobre la existencia mortal, finita, inevitablemente temporal, de las personas que habitamos en el planeta en este preciso instante, ya que después no estaremos; ya seremos historia, memoria, pasado…
La fugacidad del tiempo fue uno de los orígenes de la angustia manifestada en las letras de Borges, ya que escribió muchos textos en alusión a este tema.
En el poema “Heráclito”, la angustia que produce la fugacidad del tiempo está relacionada con el devenir incesante y el cambio de la realidad que nos rodea. Pero Borges identifica que nosotros, los humanos, también somos una realidad en eterno devenir; entonces para él estamos hechos de esa “materia deleznable”, de “misterioso tiempo”, reconociendo que somos seres hechos de tiempo, lo cual acentúa la conciencia de nuestra fragilidad.
Borges escribió: “Yo diría que siempre sentimos esa antigua perplejidad, esa que sintió mortalmente Heráclito en aquel tiempo al que vuelvo siempre: nadie baja dos veces al mismo río. ¿Por qué nadie baja dos veces al mismo río? En primer término, porque las aguas del río fluyen. En segundo término —esto es algo que ya nos toca metafísicamente, que nos da como un principio de horror sagrado—, porque nosotros mismos somos también un río, nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ése. El problema de lo fugitivo: el tiempo pasa” (“El tiempo”, en Borges oral).
En otro poema con el mismo título, Borges agrega algo novedoso al análisis del tema de la fugacidad, de nuevo inspirado en la filosofía de Heráclito:
“Se mira en el espejo fugitivo / y descubre y trabaja la sentencia / que las generaciones de los hombres no dejarán caer. Su voz declara: / Nadie baja dos veces a las aguas / del mismo río. Se detiene. Siente / con el asombro de un horror sagrado que él también es un río y una fuga”.
Además de reconocer que siempre habrá otro río a pasar, Borges reconoce que ya no somos los mismos cada vez que retornamos al río. Empero, posteriormente, siguiendo la lectura del poema, el lector comprueba que el verdadero protagonista del mismo no es Heráclito, sino un “hombre gris” que ha soñado con Heráclito y que “entreteje endecasílabos para no pensar tanto en Buenos Aires y en los rostros queridos”, lo que hace pensar en Borges eternizado en uno de sus poemas; tal vez para no sentirse finito, mortal.
Jorge Luis Borges escribe versos adamantinos que resisten el desgaste del tiempo, versos perdurables que sobrevivan al autor y a su recuerdo, comprobando que la simpleza técnica conduce a la grandeza intrínseca y escribe:
“Pido a mis dioses o a la suma del tiempo \Que mis días merezcan el olvido, \Que mi nombre sea Nadie como el de Ulises, \Pero que algún verso perdure \En la noche propicia a la memoria\O en la memoria de los hombres” (Obra poética: 247).
Así como Píndaro, al declarar que el ser humano es el “sueño de una sombra”, Shakespeare dijo que “estamos hechos de la madera de los sueños”, o Calderón de la Barca en su libro La vida es sueño. Borges, introduce este recurso en su obra. En el caso, la figura del sueño en el que aparece Heráclito aumenta la sensación de la imperdonable brevedad que conlleva el paso del tiempo.
Borges, en sus relatos, también muestra su preocupación por el tema del doble, que desarrolla en “El otro” (El libro de arena), donde reconoce la capacidad de ser distinto, esa alteridad, imaginario espejo del que permanentemente se sintió acompañado, incluso en su ceguera.
“El Otro” sería uno mismo visto a través del tiempo con todos los cambios consecuentes del transcurrir en el tiempo. “El Otro” fue interpretado como una consecuencia de esta inquietud: ¿Cómo sería un encuentro con nosotros mismos, pero mucho más jóvenes de lo que somos ahora, cuando el paso del tiempo nos ha convertido en “otras” personas? ¿Seguimos siendo “el mismo” o, por el contrario, podemos desconocernos en este espejo deformado por el tiempo? A esas interrogantes Borges responde en este relato, que es un desafío a la lógica y al tiempo, a través de un viaje al pasado y al futuro de sí mismo o la conversación con el “alter ego”.
Para Borges, la vida es una especie de camino de la muerte y escribe: “Morir es perder el ámbito de la costumbre. Morir es sentir que el mundo se le hace cada vez más ajeno y ver que se queda como una litografía” (Sucre: 93).
Muy probablemente, Borges retoma el concepto de Séneca de que la vida va dejando un lastre muerto a su paso. Entonces asume la muerte como el desprendimiento de algo propio, de vivencias, de recuerdos que, de alguna manera, son dejados en el pasado y que ya no regresarán.
Por ende, cada acto de su vida le parece definitivo e irrevocable, puertas que se cierran a su paso, en un camino ya recorrido y sin regreso.
Por eso cavila y se pregunta: ¿Cómo soy y quién es el otro, él que fui yo, cuando joven?, en un ejercicio cíclico que caracteriza su poesía y su pensamiento circular y tautológico.
Borges escribe sobre el tiempo que “es irreversible y de hierro”, reconociendo siempre que es la sustancia de que está hecho el hombre, que radica en el hombre mismo. A pesar de, su fuerza, el tiempo marcha de ascenso a descenso; y es este tiempo el que finalmente destruye al hombre cuando llega al punto cero de su trayectoria, de la muerte. No obstante que el tiempo “es ciega sucesión, pero se vuelve lucidez en la conciencia del hombre” (Sucre: 43). Ya que el hombre reconoce lo que ha vivido y sabe que ya no puede volver a vivir lo mismo otra vez.
Borges lo registra en “Laberinto”:
No habrá nunca una puerta. Estás adentro \Y el alcázar abarca el universo \Y no tiene anverso ni reverso \Ni externo ni secreto centro” (Elogio de la sombra: 326).
Borges sabe que, a través de la palabra, él puede contrariar la divinidad y eternizar el hombre o eternizarse a través de la palabra hecha poesía, pero también sabe que la vida llega a su fin; que para el fin que es la muerte no existe escapatoria ni salida. Entonces escribe: “Es de hierro tu destino/ Como tú juez. No existe. Nada. Ni siquiera/ En el negro crepúsculo la fiera.” (Elogio de la sombra: 326).
No hay más tiempo, el acto de la muerte no es reversible. No hay esperanza. La condenación es aniquilante, al final todo termina. Se cierra la última puerta, que Borges menciona constantemente para mostrar que no hay salida posible, y registra: “Todo lo arrastra y pierde este incansable \Hilo sutil de arena numerosa. \No he de salvarme yo, fortuita cosa \De tiempo, que es materia deleznable” (El Hacedor: 117).
Borges sabe que el tiempo termina, que ya no vuelve, que el último movimiento del río de Heráclito pasará para siempre y la memoria será olvido.
Ya que el tiempo es una ley que lo rige todo, manifestando un esquema establecido y completa un círculo que termina invariablemente.
Fuente: Consultario
No hay comentarios:
Publicar un comentario