En la única entrevista fílmica que se conoce del poeta argentino, Juan Rodolfo Wilcock habla, entre otras cosas, de su admiración por el autor de “Ficciones”.
"La locura tiene mucho que ver conmigo, ciertamente. No sé si lo ha observado; pasamos la vida considerando que casi todo lo que hacen los demás son locuras, y al mismo tiempo, los otros piensan que lo que hacemos nosotros son locuras", así comienza Juan Rodolfo Wilcock a conversar en la única entrevista fílmica que se conoce de él.
En 1973, Wilcock llevaba quince años viviendo en Roma y consolidaba su activa inserción en el campo cultural local como un raro inmigrante que, sin ser de ascendencia italiana, escribía cuentos en un perfecto –sutil e irónico– italiano y colaboraba con reseñas literarias y crítica teatral en las principales revistas.
El periodista Gastone Favero lo entrevistó entonces para su ciclo Incontro y le dedicó una hora; de hecho, la producción peregrinó hasta su casa, en Velletri, al sur de la ciudad, y lo retrató en ese espacio rústico, semi rural, y en su singular parquedad, hecha de timidez y al mismo tiempo de soberbia.
De ese diálogo, en el que el autor argentino no mencionó a ningún contemporáneo con la salvedad de Borges, ofrecemos algunos momentos reflexivos y otros cercanos a la propia mistificación y al absurdo, tan propio de su narrativa. Wilcock acababa de publicar Los dos indios alegres, pero en su charla fue por otros caminos.
"Bueno, como todo joven yo fui a la escuela, hice mis estudios, y continué en la universidad, nada extraordinario, ¿no? Me gradué y ya no era más … todavía era joven, pero ya era un hombre. Nosotros éramos muy pobres, diría pobrísimos, pero comparado con el modo de vida italiano no sabría decirlo. Mi padre era operario. Y yo fui operario mientras hacía la universidad (ingeniería). Pero ahí ya ve la diferencia, ser operario mientras se estudia, aquí parece un poco raro, ¿no?", cuenta Wilcock, fumando en cada fotograma.
"Al principio escribía a veces para ver qué me salía. Pero a los 19 años tuve… Leyendo el suplemento literario del periódico, veía siempre cosas tan inferiores a lo que yo podía hacer, que me dije: 'Bueno, en fin, ser mejor que esto es facilísimo'. Y entonces escribí un libro en un mes, aprovechando las vacaciones. Entre un examen y el otro… En seguida me dieron un premio para libro inédito; después me lo publicaron, me dieron el premio Ciudad de Buenos Aires. Era mucha plata, tanto que dejé de ser operario e hice otras cosas".
"Leyendo el suplemento literario del periódico, veía siempre cosas tan inferiores a lo que yo podía hacer, que me dije: 'Bueno, en fin, ser mejor que esto es facilísimo'", dice Wilcock.
"Leyendo el suplemento literario del periódico, veía siempre cosas tan inferiores a lo que yo podía hacer, que me dije: 'Bueno, en fin, ser mejor que esto es facilísimo'", dice Wilcock.
–¿Cuáles han sido los autores que lo influenciaron en su formación de escritor?
–Todos los buenos me ayudaron a entender cosas. Pero si digo que debo muchísimo a Virgilio, no puedo decir en una sóla palabra mía dónde está la deuda a Virgilio.
Y naturalmente, cuando a los once o doce años leí a Dante, quedé marcado para siempre por él. Y eso a veces en algunos poemas míos se puede reconocer, para ser precisos, la influencia conjunta de Dante y de la interpretación que el poeta T. S. Eliot hacía de Dante. El primer libro que leí, a los cinco años, fue la Biblia.
¿Ahora, se puede decir que alguien tenga influencia de la Biblia? Me parece que, salvo Guido Ceronetti, nadie tiene influencia de la Biblia.
–Viviendo en Buenos Aires, habrá conocido a Jorge L. Borges; ¿lo frecuentaba, lo admiraba?
–Sí. A Borges lo admiraba mucho antes de conocerlo, cuando yo tenía 18 ó 19 años, porque un amigo me lo reveló, me lo hizo leer. Me dijo: “El es el mejor que hay, tal vez en el mundo”.
Y efectivamente. Entonces yo tenía por él una especie de admiración, casi como si fuera un Dios. Una vez lo llamé por teléfono para invitarlo a dar una conferencia, cuando tenía 20 años.
Y él declinó porque, me dijo, no sabía hablar; de hecho, en esa época todavía no hablaba en público. Y después lo conocí personalmente, no sé, a los 20 años, en circunstancias un poco desastrosas para mí, porque me presentó el hijo de un escritor que él admiraba mucho, pero que era filonazi.
Entonces como presentación para Borges era inconveniente; es decir, yo quedé así, un poco a la distancia. Pero después, por fuerza, nos tuvimos que tolerar.
Yo era un estúpido, como casi todos los jóvenes son estúpidos, incluso cuando son inteligentes. Los jóvenes tienen una explosión de estupidez, cosas que deberían entender y no entienden…
Entre el origen de la literatura, la ciencia ficción y el amor
–¿Qué habrá sido la primera cosa que se escribió… Se han descubierto listas de ovejas… Es decir, los registros más antiguos son listas de ovejas, porque las primeras civilizaciones, las más evolucionadas, comenzaron en en sitios que se dedicaban mucho a la cría de la oveja y la cabra.
Al leer esas tablitas que quedan, que dicen 4 ovejas en la casa de tal..., 24 cabras macho, uno piensa que así comenzó la literatura, pero puede ser una impresión muy equivocada…
Tal vez ya había poemas orales y los anotaban; no podemos saberlo porque lo que ha quedado son las tablas que lograron conservarse a pesar de los incendios, pero parece que las bibliotecas familiares consistían sobre todo en esto: listas de animales, cantidad de trípodes y bacinillas.
Pero es imposible de reconstruir… Sin embargo, mi duda permanece; la literatura comenzó con una lista comercial, o como la voluntad de anotar lo que se enviaba a otro...
Pero tal vez ni una cosa ni la otra. Ciertamente la manía más antigua del hombre es escribir su nombre por todos lados. Y la primera cosa que habrá escrito un escritor habrá sido su nombre. Digo, el primer libro quizá fue firmado antes de haber sido escrito.
–Háblenos de la ciencia ficción.
–Mmm, no existen esas palabras en italiano y además, me parecen palabras tontas. No puedo usarlas porque parece una marca de zapatos, no existe... Quiere decir literatura de imaginación con algunos elementos científicos ha estado siempre allí. Pensemos, en Italia, han inventado el género, ¿no? O casi. La ciudad del sol, las teorías de Giordano Bruno, etcétera; eran obras de imaginación con elementos científicos.
¿Y por qué se debe esperar que usemos una palabra para remedar a personas que viven en Estados Unidos, en una parte estrecha de América y con otra mentalidad. (...) En los cuentos de La sinagoga de los iconoclastas, particularmente, yo estaba obligado a (meterme con la ciencia) porque se trata de una colección de científicos falsos. Entonces no se puede esperar que me los tomase en serio.
Pero por otra parte, me los he tomado bastante en serio. Es decir, no me burlé de ninguno, aunque tenían las teorías más absurdas imaginables. Pero pensé que todas las teorías se pueden perdonar, porque el hombre vive así, haciendo teorías, tantas están equivocadas; y a otras, durante cierto tiempo, se las considera no equivocadas. Eso es muy característico de las teorías bufas.
Quien lea una historia de la ciencia verá que, uno después del otro, los más grandes filósofos han propuesto teorías que están siempre al borde del ridículo. Y los de hoy en día también. Entonces la ciencia también es un repertorio de locuras; eso es el repertorio del conocimiento humano...
Los hombres siempre han buscado el conocimiento o algo que representara el conocimiento, que está hecho de hipótesis y teorías que cada uno defiende con los dientes. Todas ellas tienen la característica de no alcanzar la realidad. La realidad sigue siendo la que es. Y entonces, bueno, vamos a teorías totalmente locas para que los cálculos den bien (...).
–Por último, háblenos del amor.
–Sobre el amor se han dicho tantas cosas. Ahora recuerdo algo que escribí hace poco en una carta… La diferencia entre el amor y la amistad es que a los amores, a los objetos del amor, los pensamos de un extremo al otro, podemos cambiar de un polo al otro, y, en cambio, de los amigos pensamos siempre lo mismo.
Esto es algo de lo que me di cuenta hace poco. Porque característico del amor es estar siempre cambiando de idea sobre la persona que es el objeto amoroso. Y en cambio la amistad se caracteriza, repito, por el hecho de que tenemos siempre la misma idea, una especie de terquedad interna que nos hace ser amigos de una persona y sobre todo pensar siempre lo mismo, no querer modificar esta opinión.
Fuente: Clarín
https://www.clarin.com/cultura/wilcock-mati_0_cW9CEDyM7.html
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