Fanny Haslam, entonces una viuda de 32 años, les dio alojamiento en Paraná a varias de las 61 educadoras que el autor de Facundo trajo desde Nueva York, según se cuenta en el flamante libro Las señoritas
Laura Ramos
Cuando me encontré, en el diario íntimo de una maestra de la helada Pensilvania, con el nombre de la abuela inglesa de Borges, supe que tenía que escribir esta historia. Mi investigación para Las señoritas, el libro sobre las maestras que trajo Sarmiento a la Argentina, empezó en la Universidad de Duke y casi por casualidad, mientras leía cientos de cartas y diarios de esas muchachas. Sarmiento había pedido que fueran “de aspecto atractivo, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia”. Aunque el proyecto contemplaba que viajaran dos mil estadounidenses, fueron solo 61 las que tomaron los transatlánticos desde Nueva York hasta Buenos Aires. Vivieron peligrosas aventuras, fundaron escuelas y también estirpes, viajaron en diligencias hacia La Rioja, Tucumán y Jujuy, resistieron a las montoneras de López Jordán, enfermaron de fiebre tifoidea, se enamoraron.
Encontré a “Mrs. Borges” en los papeles personales de Sarah Eccleston, una de las maestras destinadas a Paraná: “La señora de Borges, que invitó a Emmie a desayunar, es una dama inglesa que se casó con un sudamericano”, decía en su fina caligrafía algo borroneada por la tinta. Después de varias semanas de investigar en la Argentina, pude corroborar que la “dama inglesa” era Frances Ann Haslam de Borges, la abuela de nuestro escritor, la que le enseñó su idioma, su literatura y su cultura cuando él era un niño.
"Sarmiento había pedido que fueran “de aspecto atractivo” y “jóvenes pero con experiencia docente”"
Fanny había emigrado desde Inglaterra a la Argentina en el año 1869, a los 26 años, tras los pasos de su hermana, casada con un italiano. La familia se afincó en Paraná, donde Fanny vio llegar, desde la azotea de su casa, al joven coronel Borges al frente de sus tropas. Esa noche, en el baile de bienvenida a los soldados, Fanny Haslam y Francisco Borges se enamoraron. En sus fotografías, Fanny no parece tan hermosa como interesante, con un rostro afinado y ojos oscuros, inteligentes y profundos. La pareja se casó pronto y se fue a vivir a la guarnición militar de Junín. A punto de tener a su segundo hijo, luego de cuatro años emocionantes en el fortín, Fanny volvió a Paraná. En el momento de la heroica muerte de su esposo en la batalla de La Verde, en noviembre de 1874, Fanny tenía 32 años, aunque el día de su casamiento mintió cinco menos en el Registro Civil. Con un niño de dos años y un bebé de nueve meses, instalada en la casa de su hermana Caroline, necesitaba ganarse la subsistencia. El general Mitre había donado las regalías de sus Arengas a la madre del coronel, mientras que el Estado había otorgado a la viuda una pensión, que tardó en hacerse efectiva. En esa instancia precisa, entonces, el destino de Fanny se entroncó con el de las maestras sarmientinas. Les dio pensión en la casona de la Alameda de la Federación número 525, muy amplia y con unos jardines que unían la plaza San Miguel con el parque Urquiza y el puerto viejo .
A la hora en que los jóvenes Borges empezaran los estudios superiores –el mayor la carrera militar y Jorge Guillermo, el padre del escritor, el Colegio Nacional y después Derecho– la familia se mudó a Buenos Aires. En la casa de la calle Libertad 1346, Fanny volvió a dar alojamiento a las maestras, mientras su hermana Caroline enseñaba inglés y literatura en la Escuela Normal Lenguas Vivas y en el Colegio Americano, propiedad de Sarah Eccleston.
"Cuando se trasladó a Buenos Aires, Fanny volvió a dar alojamiento a las maestras en su casa de la calle Libertad"
El de Fanny Haslam no fue el único de los hallazgos de Las señoritas. Además de descubrir a dos maestras que se enamoraron en el viaje en barco, para vivir como pareja durante cincuenta y tres años en Mendoza, en otros archivos me crucé con el nombre de la profesora de piano de Victoria Ocampo. Miss Clara Armstrong, la gran docente de Catamarca, había adoptado a una niña irlandesa, Katie O’Keefe, a quien llevó a Buenos Aires para que estudiara piano con la dinamarquesa Berta Krauss. Con risueña ironía, Victoria Ocampo hizo célebre a Fräulein Krauss en sus Testimonios: la describió con “una esclavina de piel que parecía de carnero sucio” , y tan severa que en una ocasión la hizo caer del taburete de un brusco empujón, y en otra la pellizcó. No encontré documentos que testimoniaran las impresiones de la niña O’Keefe, pero me sorprendió que, si ninguna de las maestras se casó con un “nativo”, tampoco adoptara a un niño argentino.
Las deliciosas cartas y diarios de las hermanitas Atkinson, destinadas a San Juan, me revelaron que la sobrina de Sarmiento, Sofía Lenoir de Klappenbach, recibía una beca de veinte dólares del gobierno central para estudiar en la escuela normal, y su hija mayor otra semejante. Según me contó su sobrina bisnieta, cuando Sofía enviudó en 1884 recibió la visita de la extraordinaria maestra Mary Graham, quien la impulsó a terminar sus estudios de magisterio para trabajar y aportar recursos a su familia. De modo que Sofía asistía a clase envuelta en los crespones negros del luto, tan cubierta que no se le veía el rostro, una figura fantasmal entre sus alegres condiscípulas de catorce años. El salario mensual promedio de cien pesos oro, o cien dólares, que cobraban las maestras, dan una medida del valor de uso de los cuarenta dólares que recibían Sofía y su hija, en una familia de cinco personas. Sarmiento no pudo conseguir, sin embargo, una beca para su sobrino Clemente Gómez, hijo de Paula Sarmiento, la más pobre de sus hermanas.
Laura Ramos - Escritora y periodista; acaba de publicar Las señoritas (Lumen)
Fuente: La Nación
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