En un libro reciente, el investigador Martín Hadis rescata las memorias de la mujer que lo acompañó y hasta le dio ideas. Y da claves de la Historia argentina vivida como un asunto familiar.
Por Patricia Kolesnicov
14 de Junio de 2022
Hacia fines del año pasado, Martín Hadis apareció con un libro llamativo: Memorias de Leonor Acevedo de Borges. Unas memorias escritas, en realidad, a partir de lo que la propia de Leonor -por supuesto, la madre de Jorge Luis Borges- le fue contando a Alicia Jurado en charlas informales durante los primeros años 70. Jurado, también escritora, fue redactando lo que Leonor le contaba.
Era una memoria personal, familiar e histórica: Leonor había nacido en 1876, se acercaba a los 100 años de vida, y su familia había sido parte de la construcción de este país. En sus recuerdos aparecen sus padres y sus abuelos y entonces ya estamos hablando de gente que vivió la época de la Independencia y de Rosas.
Por ejemplo, cuenta Leonor que cuando era chica “iba a visitar a mis tías, tres viejitas que me adoraban y me llenaban de golosinas. Dos eran viudas, Rosas había hecho cortar las cabezas de sus respectivos maridos”. La Historia y los cuentos de familia son uno en este libro.
“Sorprende cómo los rasgos que le conocimos a Borges de adulto estaban ya presentes en su más tierna infancia”. Martín Hadis
¿Qué hizo Hadis? Reunió y organizó el material y, como un detective, buscó dar precisión a lo que era una mención al pasar. ¿Quién era tal persona mencionada sólo por su primer nombre? ¿Cuándo ocurrió tal hecho narrado al descuido? ¿Cómo se llamaba tal calle? Para saber: La Avenida Sarmiento, en Palermo, era Avenida de las Palmeras. Pueyrredón era Centro América. Viamonte tenía el nombre de Temple y Carlos Pellegrini era la calle Artes.
En el relato de Leonor aparece una ciudad que es otra y una forma de comer (mucho) que sorprende: “El almuerzo: caldo con arroz y garbanzos, siempre se comía puchero con todas las legumbres (y choclos en verano); los domingos y fiestas se agregaba una gallina. En el caldo se ponía arroz y garbanzos. A veces una cabecita de cordero. Tomate, pimiento, cebolla; se hacía salsa con aceite y vinagre para acompañar. Después, bifes a caballo, un plato de pescado (por ejemplo, filet de pejerrey con papas fritas) o cualquier frito, dos o tres postres y el café que mamá hacía exquisito en la mesa, en una máquina de Christofle de metal y cristal, con recipiente de alcohol”.
También se cuentan costumbres, relaciones y por supuesto mucho de la niñez de Jorge Luis Borges, ese enorme escritor de cuya muerte hoy se cumplen 36 años.
No es la primera vez que Martín Hadis se ocupa de Borges. Aunque por su formación es Licenciado en sistemas, lingüista y antropólogo, ya había publicado Borges profesor; Literatos y excéntricos. Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges o Siete guerreros nortumbrios, sobre los secretos de la tumba del gran escritor.
Aqui, Hadis contesta cuatro preguntas sobre Leonor, su libro y una incógnita: ¿ella escribía con Borges?
Cuatro preguntas sobre la mamá de Borges
-¿Qué es lo más sorprendente de las memorias de la mamá de Borges?
-Hay tres facetas que me parecen las más interesantes:
1) Estas Memorias de Leonor Acevedo de Borges describen la cultura familiar en la que Borges se crió, y la manera estrecha en que esa historia familiar estaba entretejida con la historia argentina. Entre los antepasados de Borges, y sus respectivos cónyuges y amistades, hay próceres y figuras fundamentales de nuestra historia. Impresiona encontrar en estas memorias, como parientes y amigos, a personajes de la talla de Cornelio Saavedra, Vicente López y Planes, Leandro N. Alem, etc. También me impresionó el hecho de que la madre de Borges no solo cuenta sus propias vivencias sino también los recuerdos que recibió de sus padres y abuelos, con lo cual hay anécdotas que se remontan a la Revolución de Mayo de 1810, e incluso algunas anteriores, de fines de 1700.
2) La segunda faceta sorprendente es que nos brindan una visión única, y desconocida hasta ahora, de Borges de niño. La manera en que su madre lo describe da mucha ternura, pero además sorprende cómo los rasgos que le conocimos a Borges de adulto estaban ya presentes en su más tierna infancia. Leonor relata unas bromas que Borges hace a la edad de 3 o 4 años que realmente asombran: en esas bromas del pequeño Borges están ya presente la inteligencia y la ironía feroz que luego desplegaría con tanta efectividad en su literatura, y también en diálogos, entrevistas e intervenciones públicas. Su madre tambien relata como ya desde muy chico despliega su amor por los libros, por los tigres, por las palabras y las etimologías. Resulta notable comprobar que Borges fuese tan enfáticamente Borges ya desde su más temprana infancia. Y hay varios otros rasgos más, muy peculiares, de su juventud y su adultez, que ignorábamos y que figuran por primera vez en estas Memorias. Están llenas de detalles reveladores e inesperados.
3) Por último, no solo lo que nos era desconocido es fascinante. También lo que ya conocíamos: los hechos que ya figuraban en varias biografías, figuran en las Memorias contados desde el punto de vista de su madre. Por ejemplo: ya sabíamos que cuando Borges era chico, solían venir a visitar a su padre numerosos escritores y poetas de la época. Ahora son grandes figuras literarias, algunos de ellos, casi próceres de nuestra cultura. Ahora bien: para la madre de Borges, eran solo los invitados de su marido. Y no a todos los soportaba. De manera que los describe de un modo irreverente, y en ciertos casos, con evidente fastidio. Así, dice que tanto su hijo (Borges) como su marido “tenían la chifladura de que [Macedonio] era un genio”, pero para ella no era más que “un loco de verano.” Luego comenta: “Xul Solar solía entrar en trance después de hacer unas morisquetas muy raras, entonces le dije que se dejara de pavadas porque asustaba a Norah y se normalizó”. Todos esos diálogos, esos comentarios totalmente irreverentes y cercanos sobre estos grandes escritores, resultan sumamente cómicos. Aunque sin duda reconocía su talento, para ella eran nada más y nada menos que los amigos de la familia, a quienes solía recibir. Y así los presenta.
-¿Qué ciudad muestra más allá de la propia historia?
-Recordemos que la madre de Borges fue muy longeva: nació en 1876, y murió en 1975. De manera que el relato de Leonor Acevedo retrata de un modo muy vívido la vida cotidiana en Buenos Aires durante su infancia y juventud, es decir, aproximadamente entre 1880 y 1900. Ella tenía una memoria muy precisa y además se explaya acerca de tantos aspectos, que uno siente que está ahí con ella, presenciando la revolución del parque o la caída de Juárez Célman en 1890. En este sentido, el libro funciona como una máquina del tiempo. Hay descripciones de las comidas diarias y los postres, de los desfiles y las fiestas, de los (pocos) restaurantes que había entonces en la ciudad, de las confiterías (que entonces eran lugares donde la gente se encontraba a conversar), de los distintos clubes y asociaciones y los bailes que tenían lugar en ellos, y también hay conversaciones con figuras que ahora son próceres, narrados como lo que eran: amigos de la familia. Hay asimismo un recorrido casi cinematográfico de las calles y los paseos de la ciudad. Uno siente, al leer a la madre de Borges, que está recorriendo esa ciudad del siglo XIX a su lado.
Es una ciudad que se parece a la Buenos Aires que conocemos, pero mucho más familiar, más pequeña, más tranquila y más despoblada. El barrio de Palermo tenía portones, por ejemplo; había arroyos que hoy han sido entubados, y las calles tenían otros nombres. Desde entonces a esta época la ciudad ha cambiado tanto que la misma Leonor Acevedo dice, ya anciana, a sus noventa y tantos años, en la década de 1970: “Cuando comparo aquel mundo de mi infancia con este tumulto actual pienso si este mundo es el mismo y si yo soy la misma, ¡claro que buena parte de un siglo ha transcurrido!”
-¿Apareció algún dato llamativo de Borges? ¿Del vínculo?
-Está lleno de datos llamativos sobre Borges. Quizá el más curioso, y que tiene que ver con vínculos, es que Leonor Acevedo subraya que la figura más importante en la educación intelectual de su hijo no fue ella sino el padre. Esto ya lo habían señalado los biógrafos y yo mismo lo analizo en libros anteriores. Acerca de Borges, Leonor Acevedo afirma: “Su inteligencia, su manera de escribir… todo eso Georgie (sobrenombre familiar de Borges) lo ha heredado de su padre.” Y luego: “Georgie tiene la misma inteligencia que su padre, el mismo tipo de sensibilidad, el amor por la filosofía, el mismo deseo de saber el origen de las palabras.”
-¿Es cierto que algunos textos de Borges los escribieron juntos?
-Borges solía situar sus cuentos de cuchilleros y compadritos en las últimas décadas del siglo XIX, una época que el jamás presenció, dado que había nacido en 1899. Por eso, para retratar con fidelidad los paisajes y escenas de esa época que él desconocía, recurría a la memoria de su madre. Dice Borges, por ejemplo: “cuando mi madre vivía yo le solicitaba detalles circunstanciales... Vamos a suponer que en un cuento describía un conventillo y alguien debía atravesar el patio. Podía haber flores. Entonces le preguntaba a mi madre qué tipo de flores podían existir en un conventillo. Y mi madre me las mostraba y yo las ponía, porque no me detengo en esas cosas”.
Esto era así para las calles, las esquinas, las paredes y la forma de andar y hablar de la gente. Toda esa atmósfera y esas imágenes provienen de la memoria de la madre de Borges, que, como se comprueba en este libro, era extremadamente vívida y detallada. Por eso digo que en cierto modo, Leonor Acevedo fue la escenógrafa de los cuentos “porteños” de Borges. Pero además, esta “colaboración” llegó al punto en el que Leonor intervino directamente en la redacción de los cuentos de su hijo.
El mismo Borges lo cuenta así: “Mi madre inventó el final de uno de mis cuentos más conocidos: La intrusa. Es un cuento en el que una mujer ha sido querida por dos hermanos que se celan entre sí. Yo le estaba dictando ese cuento a mi madre (yo ya había perdido la vista) y cuando llegamos al final, el hermano mayor tenía que decir una frase que resumiera todo lo ocurrido y que cerrara el cuento. Entonces, le dije a mi madre: ‘¿cómo hago yo ahora para que el mayor le diga al menor que él ha matado a la mujer; y al mismo tiempo hacerlo cómplice para enterrarla?´ Entonces, mi madre me miró; y luego, al cabo de un rato, me dijo —con una voz del todo distinta—: ‘Ya sé lo que le dijo’. Ya sé lo que le dijo, como si aquel relato mío hubiera realmente ocurrido y ella hubiera estado allí presente. Ella no me dijo: ´Ya sé qué podría decirle él´. No; dijo: ´Ya sé lo que le dijo´; es decir, en aquel momento ella aceptó la realidad de ese vago sueño mío. ´Bueno, entonces escribilo, le dije yo´. Entonces lo escribió y yo le dije ´Léemelo´; y ella me leyó la frase en voz alta: ´A trabajar hermano, esta mañana la maté.´ Y esa frase es perfecta, ya que al decirle eso, el asesino une al otro al crimen que ha cometido y además le hace notar que él es el mayor y que tiene que obedecerlo. Y todo eso en una sola frase. Con una economía verbal que ha sido elogiada como un efecto de Kipling o las sagas escandinavas. Pero que en realidad se le ocurrió a mi madre. Ella me dio el final de ese cuento mío. Yo no sabía cómo terminarlo y no hubiera dado con un final tan acertado.”
Fuente: Infobae
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