Por Javier Arguindegui
En el año 1514 el artista alemán Alberto Durero (1471-1528)
realizó un singular grabado en el que se ven, entre otros elementos, un mate y
una calabaza. La obra, llamada San Jerónimo en su gabinete (Der heilige
Hieronymus im Gehäusete) forma parte de una trilogía repleta de simbolismos
digna de escudriñarse lupa en mano.
Nada tendría de extraño la aparición en este grabado de
ambos elementos conocidos en Alemania (cuna de Durero) hacia la mitad del siglo
XVI salvo por cierto anacronismo, pues lo llamativo es que en ese temprano año
de 1514 (si bien Colón ya había muerto) aún no se habían concretado las
aventuras de Magallanes, Solís, Gaboto y Pedro de Mendoza a estas regiones
meridionales donde abundaban las "exóticas" calabazas, la yerba, y la
autóctona costumbre del mate y la bombilla.
Por otra parte si Durero quiso rendir homenaje al santo (a
quien se atribuye la traducción de la biblia al latín, llamada desde entonces
Vulgata) debió ambientar seguramente su silencioso gabinete con elementos de
los lejanos tiempos de Jerónimo, y sucede que Jerónimo vivió mil años antes
(murió en el 420) del descubrimiento de América lo que aleja aún más a esta
misteriosa incorporación.
El grabado de Durero es pequeño: mide poco más de 20
centímetros por lado, y grosso modo, representa el momento en que un inspirado
San Jerónimo, pluma en mano, se encuentra en plena misión de trasladar por
primera vez en la historia cada versículo bíblico, del griego al latín, lo que
es considerado como bisagra para la difusión universal del cristianismo. El
santo trabaja sobre una mesa de estilo renacentista bajo la claridad que
penetra por las ventanas, y a sus pies descansan un león y un perro.
Con más atención se descubre que el cielorraso del gabinete
es de madera, con gruesas vigas apoyadas en sólidas columnas pétreas y en una
de esas vigas se ha clavado un gancho, y de él cuelga, atada con una fina soga,
una calabaza (inconfundible) en la que se aprecian detalles del fruto, las
hojas y los tallos enrulados. La viga central apoya en una columna ubicada
entre las ventanas bajo cuyo antepecho interior pueden verse una calavera y un
libro. En el muro de fondo, detrás de Jerónimo, Durero incorporó un reloj de
arena, un sombrero con cintas, papeles con anotaciones y una tijera. Debajo de
la repisa cuelga un rosario y un cepillo de mano con forma de escobilla, y
sobre ella reposan algunos frascos y un candelabro. En la mesa sobre la que
trabaja el traductor escribiendo en un atril, Durero dibujó un tintero y un
crucifijo con base circular, alineado con la mirada del santo y la calavera.
Al lado de la mesa se ha instalado una silla con
almohadones, y a poca altura del piso, debajo de la ventana, se han colocado
unas tablas como estantes. En una de ellas se apoyan tres libros y otros dos
almohadones, y aún debajo se ven un cofre con cerradura y un par de pantuflas.
Completan el marco inferior del grabado el perro y el león, que según cuenta la
leyenda, fue socorrido por Jerónimo y desde entonces expresa su lealtad
acompañándolo. Detrás del león puede verse el mosaico en el que el autor grabó
sus iníciales A.D y la fecha alusiva de 1514.
El mate de Durero
En la columna central se cavó un hueco, un nicho
rectangular, y allí reposa un misterioso objeto cuya forma se asemeja a la del
típico mate con bombilla. San Jerónimo en su gabinete puede compararse con El
caballero, la muerte y el diablo; y Melancolía, del mismo autor y de la misma
época, en las que también abundan simbolismos dignos de análisis seguido de
asombro. Muchos de ellos se repiten en otras obras hermanadas.
No deberían estar
Desde hace cuatro siglos, cuando Hamlet se plantea el
interrogante esencial de ser o no ser, se lo representa con una calavera en la
mano. Sin embargo, no se menciona ninguna calavera en la obra de Shakespeare, y
se supone fue incorporada por un actor que, sirviéndose de ella, logró
imprimirle a la escena un sugerente valor metafísico.
En otra obra famosa sucede algo parecido: José Hernández
publicó La vuelta de Martín Fierro en 1879, el primer libro argentino con
ilustraciones, y se han intercalado entre los versos diez láminas del artista
Carlos Clerici, que se suponen consensuadas con el poeta ya que muchas reflejan
la sustancia de una imagen versificada y otras "adicionan" algún
elemento nuevo, por lo que pueden ser consideradas como sextinas no escritas.
Resalta entre ellas, la última, en la que se ve al gaucho payando con el
moreno, bajo la atenta mirada de sus hijos y el de Cruz, en el interior de una
pulpería que no se menciona en ningún momento en el poema.
Esta lámina constituyó la fuente inspiradora de un relato de
Borges (El fin, 1956) y los personajes y elementos que en ella se ven le
sirvieron al escritor de marco escenográfico para describir la muerte de Martín
Fierro. A manera de prólogo Borges confidencia: "Nada o casi nada es invención
mía en el decurso breve de El fin; todo lo que hay en él está implícito en un
libro famoso y yo he sido el primero en desentrañarlo o, por lo menos, en
declararlo". Se refiere, sin duda, a la citada lámina de Clerici.
Fuente : El Territorio
No hay comentarios:
Publicar un comentario