miércoles, 29 de diciembre de 2010

Encuentro Borges Sabato en el Bar Plaza Dorrego


La lección de dos grandes

En el verano del 75, GENTE reunió, más que a dos enormes escritores, a dos ídolos de la literatura argentina. No fue fácil. Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, amigos alguna vez, llevaban dos décadas no sólo sin hablarse: dos décadas de franca enemistad por razones políticas. Sin embargo, ante la posibilidad de aportar algo de su talento a miles de lectores, olvidaron rencores y polémicas, y protagonizaron, a lo largo de una mañana inolvidable, este diálogo y estas imágenes que hoy son un clásico del periodismo nativo. Acaso por esas simetrías que, según Borges, le gustan al Destino, el encuentro sucedió apenas unos mese s antes de la primera Feria del Libro. Recrear aquella charla y aquella reconciliación es más que un placer intelectual: es también una lección para la clase política, casi siempre separada por mezquindades y casi siempre alejada del bien supremo: el país y su gente.

OTOÑO DE 1973:

MEMORIA IMPRESCINDIBLE. Por aquellos días, alguien reunió a Jorge Luis Borges, Luis Federico Leloir y Juan Manuel Fangio. Una fotografía de ese instante llegó poco después a una casa con jardín de Santos Lugares, y se instaló en el escritorio de Ernesto Sabato. El hombre la miró largamente, se quitó los anteojos oscuros, se apretó la frente con los dedos. Entonces escribió:

"…Y en fin, a su lado, ¿mirando hacia qué?, está Jorge Luis Borges. Nací y al poco tiempo empecé a escribir sobre él. ¿Qué más puedo agregar? Tal vez podría decir aquí algunas de las cosas que puse como dedicatoria en mi ensayo sobre el tango: 'Las vueltas que da el mundo, Borges: cuando yo era un muchacho, en años que me parecen pertenecer a una suerte de sueño, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires: en viejas calles de barrio, en rejas y aljibes, hasta en la modesta magia que a la tardecita puede contemplarse en un charco de las afueras.' Luego, cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de esos temas porteños, ya directamente, con el pretexto de Schopenhauer o Heráclito de Efeso. Luego, años más tarde, el rencor político nos alejó, y así como Aristóteles dice que las cosas se diferencian en lo que se parecen, quizá podríamos decir que los hombres se separan por lo mismo que quieren. Y ahora, alejados como estamos (fíjese lo que son las cosas) quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Créamelo. Sí, nos separaron crueles ideas sobre el destino de nuestra patria común. Por eso, me quedo mirándolo con tristeza. Pensando en el Borges que querría rescatar: el poeta que cantó a cosas modestas y fugaces pero humanas: un crepúsculo, un patio de infancia, una calle de suburbio. El Borges que después de su periplo por filosofías y teologías en las que no cree vuelve a este mundo menos brillante pero en el que cree: este mundo en el que nacemos, amamos, sufrimos y finalmente morimos. No esa ciudad X cualquiera en que un Red Scharlach simbólico comete crímenes simétricos, sino esta Buenos Aires real y concreta, sucia y turbulenta, aborrecible y querida, en que él y nosotros vivimos y padecemos. Sí, ahí lo tienen: parece mirar hacia adentro, quizá se piense que está contemplando laberintos en Creta o bibliotecas en Alejandría. Pero no: como todos, al final, está viendo su infancia. Su infancia en Buenos Aires."

VERANO DE 1975: EL ENCUENTRO.





El autor de esas líneas y su destinatario estuvieron separados durante casi veinte años después de una dura y áspera polémica. "Inevitablemente (recordaría Sabato), tanto uno como otro dijimos palabras quizá injustas." El alejamiento se mantuvo hasta que una circunstancia casual produjo algo nuevo. En una ocasión, Borges firmaba libros en una librería del centro. Sabato pasó por allí. Entonces, algunos de los que esperaban la firma de Borges se acercaron a Sabato y le pidieron que también firmara. Así, en libros de Borges, pueden encontrarse dedicatorias de Sabato: un símbolo de lo que pasaría después. El escritor se acercó a Borges y lo saludó. Borges lo abrazó. Acaso ninguno de los dos había olvidado la polémica, las palabras ásperas, los casi veinte años de silencio. Pero el fervor, la devoción, algunas preocupaciones comunes y ciertas inevitables coincidencias volvieron a acercarlos. Al fin de cuentas, los dos estaban en el centro de una Buenos Aires que aman y aborrecen, que contaron como pocos, que guarda para siempre su gloria (sus libros) y que algún día guardará sus huesos.

Hablaron mucho. Los primeros testigos de ese diálogo (Anneliese von der Lippen, amiga de Borges y traductora de la obra de Sabato al alemán, y Orlando Barone, un escritor joven, autor de Debajo del ombligo) pensaron que esa conversación debía prolongarse. Sintieron que las palabras de esos dos hombres merecían otro destino que el olvido. Muy pronto hubo un grabador entre ellos. Muy pronto habrá un libro con sus conversaciones, que tienen -ya se verá-, algo de testamento, de balance, de eternidad.

La tentación fue demasiado grande. Y una mañana, a comienzos de febrero, muy temprano (yo había leído que el hombre de Santos Lugares madruga y contempla las plantas), marqué los siete números que encierran fantásticas cábalas. Tuve miedo al decir "Buenos días". Tengo miedo ahora, cuando ya todo ha sucedido. Porque le pedí a Sabato que se encontrara con Borges. Que salieran juntos. Que recorrieran umbrales dormidos del sur, rejas oxidadas, almacenes tibios, plazas apenas reales. Y Sabato me dijo que sí.

Las cosas sucedieron un martes. Poco importa, pero Sabato tenía zapatos anchos, pantalones grises, saco azul, camisa colorada, y Borges interrumpía el azul profundo de su traje con una corbata verde y amarilla.

Borges: -La vida es soportable porque ocurre en tajadas. Uno se levanta, se afeita, desayuna. Va haciendo las cosas lentamente. Por eso la vida es menos espantosa...

Sabato: -Claro. Imagínese un hombre que se pasara toda la vida afeitándose. O diciendo "Buenos días". Mucha gente supone que los hombres famosos nunca dicen "buenos días" o toman café con leche, como cualquiera. Si los ven tomar café con leche ya no creen en su fama. La gente parece ignorar que el hombre no siempre escribe El Quijote. A veces paga impuestos.

B.: -Es cierto. Lo mismo que esos que dicen: "A fulano lo conocí cuando era de este alto". Bueno, ¿qué pretenden? ¿Que naciera siendo gigantesco?...

S.: -Muchas señoras de la época habrán dicho algo similar de Proust: "¿Quién iba a decir que Marcelito escribiría una obra maestra?". Los famosos no pueden vivir a la vuelta. Tienen que vivir en el país de ninguna parte...

B.: -Sí, en Utopía. Las palabras tienen trampas. Uno dice: "Ese lugar es estupendo". Y "estupendo" parece provenir de estúpido...

S.: -Yo inventé la palabra "afroidisíaco", que es una combinación de Freud y "afrodisíaco".

B.: -Yo conocí una orquesta de zíngaros. Pero en realidad no eran tan zíngaros. Eran apenas "gríngaros"...

S.: -El portugués es un idioma deshuesado. Las consonantes fuertes han ido desapareciendo, y parece que le faltaran huesos. En cambio, el alemán es fuerte. Los carteles de prohibición, en los trenes, gritan: "¡Verboten!". Así, entre signos de admiración, como diciendo: "Cuidado que aquí atrás está el gobierno!". Los italianos son más ceremoniosos, más explicativos...

B.: -¿Estamos en Parque Lezama?

S.: -Sí. Me gustaba más antes, cuando no estaba tan endurecido por las veredas, cuando los caminos eran de tierra...

B.: -El Parque Lezama me trae muchos recuerdos... ¿Hay escalones ahora?

S.: -Los peores. Hay escalones que no parecen escalones...

B.: -Es lo que sucede en la oscuridad...

S.: -¿Cuál es la mejor traducción que usted conoce, Borges? La mejor traducción de cualquier cosa...

B.: -Es difícil...

S.: -Dicen que la Biblia es una gran traducción. Y Proust al inglés, también...

B.: -Es posible. Sin embargo, el traductor de Proust empezó mal. En busca del tiempo perdido no responde al original. Es una cita de Shakespeare.

S.: -Es cierto. Suena un poco absurdo.

B.: -Hace un instante alguien me recordó que yo escribí en un prólogo que la única cifra que recordaba del catálogo de Bruselas (un catálogo para bibliotecarios) es el número 213, que corresponde a Dios. Ya había olvidado ese número, en realidad...

S.: -Doscientos trece. Es un número bastante cabalístico, sin embargo. La suma es seis. Está formada por los tres primeros números (uno, dos, tres). Empieza por el par, que es la dualidad del mundo. Termina con el tres, que es la Trinidad. En fin, la cosa no está tan mal. Para principiante de bibliotecario le fue bastante bien, Borges.

B.: -Hablamos el otro día de sabiduría popular. De adagios...

S.: -Los adagios aciertan siempre. Uno dice: "Al que madruga Dios lo ayuda". Y otro: "No por mucho madrugar amanece más temprano". Claro, así es fácil. Si no acierta por un lado, acierta por el otro.

B.: -Es el caso de "Más vale pájaro en mano que ciento volando" y "Más vale buena esperanza que ruin posesión", que es lo contrario.

S.: -Claro, adagio y contraadagio. La sabiduría de los adagios es una especie de perogrullada. Además, algunos son siniestros, canallescos. Por ejemplo: "La caridad bien entendida empieza por casa". Hablar de sabiduría de un pueblo sobre bases semejantes es una iniquidad...

B.: -Me acuerdo de una frase feliz de Paul Groussac. Decía que Sarmiento sabía el latín y sospechaba el griego...

S.: -Suele decirse: "Fulano domina varias lenguas". Generalmente, uno no domina ni la de uno.

B.: -Más bien está dominado por ellas...

S.: -Además, entre las lenguas hermanas hay pequeñas sutilezas devastadoras. El tiempo hace que las palabras deriven hacia significados opuestos: "nimio" era "grande"; ahora es "pequeño".

B.: -"Cold" (frío, en inglés) quería decir antiguamente lo contrario: "calor". Pasó el tiempo y se olvidaron de su significado. Sabían que tenía algo que ver con la temperatura, pero no si era "frío" o "caliente".

S.: -Claro. "Cold" se parece mucho a "caldo", que es "caliente". La raíz común es el sánscrito. ¿Usted sabe sánscrito, Borges?

B.: -No...

S.: -Pero lo sospecha.

B.: -Tampoco.

S.: -Es que hay lenguas insospechables. Algunos lectores, aunque no se conozca el idioma, pueden sospecharse. Pero en Hungría, por ejemplo, uno nunca sabe si el cartel dice: "Caballeros" o "Prohibida la entrada". El húngaro es terrible...

B.: -Podríamos tomar una caña...

S.: -Bueno. Enfrente hay un almacén.

B.: -¿En qué esquina?

S.: -Defensa y Humberto Primo.

B.: -¡Ah! Muy cerca. Recuerdo que hay una iglesia danesa que parece de juguete. Y también una iglesia rusa.

S.: -Recién, cuando estuvimos sentados en el Plaza Dorrego, Serra dijo que ese momento le parecía histórico...

B.: -Bueno, todos los hechos son históricos.

S.: -¿Le parece? Yo creo que si un hombre se acerca y dice: "Buenos días, caballeros. ¿Me permiten venderles unos tapices?", no está protagonizando un hecho histórico...

B.: -Es posible. ¿Tomamos esa caña, entonces?

S.: -Sí. Yo recuerdo que la primera vez que usted dio una conferencia estaba tan aterrado que fuimos a tomar una caña al Fénix.

B.: -Lo había olvidado. Es raro ese terror. En una conferencia uno tiene todo a favor. La tarima, la silla, el vaso de agua. Nadie lo interrumpe.

S.: -Claro. Es una agresión unidireccional...

B.: -¿Usted sabe que el primer texto que escribió Robert Louis Stevenson fue un trabajo sobre las lámparas de los faros? Fíjese qué curioso. Los mayores de Stevenson eran constructores de faros. El escribió La isla del tesoro a fuerza de mirar un mapa. También fue pintor en Francia. Una vez llegó a un hotel con su hermano. En el hall había una señora con otra mujer mucho más joven. Stevenson miró a la más joven un largo rato y le dijo a su hermano: "¿Ves esa mujer? Yo voy a casarme con ella". Al cabo de muchos años, viajó a los Estados Unidos. Recorrió el país en tren, que en aquella época debió de haber sido un viaje espantoso. Finalmente, llegó a San Francisco, encontró a la mujer y le dijo: "Aquí estoy". Y se casaron. Qué curioso...

S.: -Realmente.

B.: -Stevenson murió mientras preparaba una ensalada. El jamás había comido una ensalada. Las aborrecía. Cuando alguien le contó el episodio a Chesterton, éste respondió: "Ahora creo que Stevenson ha muerto. Era un hombre que siempre siempre estaba haciendo cosas inesperadas...".

S.: -Es gracioso. Claro, el mejor indicio de su muerte era que estuviera preparando una ensalada...

B.: -Sabato, no me gusta eso de Hemingway. Que cazara leones. ¿Se arrepintió alguna vez?

S.: -No sé. Se suicidó con un tiro de escopeta. Está probado.

B.: -No lo sabía.

S.: -Esa muerte está de acuerdo con su temperamento. Con su concepto de la vida y de la muerte. El no quería ser un incapacitado y sabía que estaba gravemente enfermo.

B.: -No me gusta la matanza de animales...

S.: -Cazar animales es una expresión de cobardía. Excepto el torero, que es una lucha terrible.

B.: -Pero el toro lleva la peor parte...

S.: -No crea, Borges, no crea. ¿Los españoles lo tomaron de Creta, no?

B.: -Aquí desapareció porque era tan común que lo hiciera un solo hombre con un lazo y un cuchillo... Me contaron que Hemingway dibujó una cruz svástica en la casa de Waldo Frank. Alguien lo vio, y Hemingway dijo que era una broma. Yo creo que no podía hacer una broma con eso, ¿no?

S.: -No parece cierto. Si es cierto es un horror.

B.: -Parece que Hemingway era un hombre muy valiente. Que liberó a su barrio a punta de pistola, solo, antes de que llegaran las tropas.

S.: -La crueldad y la valentía tienen mucha relación.

B.: -¿Por dónde estamos?

S.: -Por el Obelisco.

B.: -¿Y cuándo nos conocimos nosotros? A ver... Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo que fue en la casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el universo, ¿no?

S.: -No, ese libro es de 1945. Creo que nos conocimos antes. Sí, en casa de Bioy, pero un poco antes, a raíz de un trabajo que publiqué en Sur sobre La invención de Morel. O sea... debe de haber sido por el 40. ¡Qué barbaridad! Entonces hace treinta y cinco años.

B.: -Esas reuniones... Recuerdo que podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía. Era un mundo diferente. Ahora, me dicen, se habla mucho de política. Pero a la gente le interesan los políticos. La política abstracta no. Nuestras preocupaciones eran otras...

S.: -Yo más bien diría que en aquellos encuentros hablábamos de nuestra pasión: la literatura, la vida... Pero no porque no nos preocupara la política; a mí, al menos.

B.: -Es que no se hacía ninguna referencia a los diarios, a las noticias cotidianas, fugaces...

S.: -Sí. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y es lo más viejo al día siguiente.

B.: -Claro, eso está escrito para ser olvidado. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Ellos mismos se encargan de borrarlo al día siguiente. Eso no puede ser muy importante, ¿no? Un diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.

S.: -Dígame si no sería mejor publicar un diario cada año, cada siglo tal vez. Quiero decir: cuando sucede algo verdaderamente importante, nuevo... ¿Cómo se puede pensar que haya hechos trascendentes todos los días...?

B.: -Es que no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió.

S.: -Imaginemos un título a toda página: "EL SEÑOR CRISTOBAL COLON ACABA DE DESCUBRIR AMERICA".

B.: -Como yo nunca he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson...

S.: -¿Quién? Ah... Emerson. Yo casi no los leo. Apenas cuando considero que algo es importante.

B.: -Ese tiempo parece muy lejano. Sí, claro, cronológicamente es lejano. Sin embargo, pienso en aquello como si fuera contemporáneo...

S.: -El tiempo no existe, claro.

B.: -Quiero decir: yo sigo viviendo mentalmente en esa época, y además la ceguera me ayuda. Recuerdo la polémica Boedo y Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Fue sólo una broma tramada por Mariani y Ernesto Palacio...

S.: -Bueno, Borges, ya sé que para usted el tiempo no existe, pero "aquel entonces" no era el mío...

B.: -Sí, lo sé. Pero recordaba esa broma: Florida-Boedo. A mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución, y yo desde luego no pude hacer nada. Hubo otros como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos sabíamos que era una broma. En cambio, ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio. Si todo fue un invento para justificar la polémica... Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, había que hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en un programa de la literatura argentina...

S.: -Entonces yo tenía diez años, más o menos, y todavía no me preocupaban las escuelas literarias...

B.: -Fíjese que Arlt, en ese entonces, era partidario de Uriburu; bueno, un poco después. Pero cuando se produjo la revolución, él apoyó a Uriburu y yo era radical. Sin embargo, ahora se lo muestra a Arlt como todo lo contrario...

S.: -Roberto Arlt era más bien un anarquista. ¿Pero se acuerda, Borges, que aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy sentían una gran curiosidad por las matemáticas? La Cuarta Dimensión, el Tiempo... aquellas discusiones sobre Dunne y el Universo Serial...

B.: -¡Caramba! Claro... Los números transfinitos, Kantor...

S.: -Y el Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui...

B.: -¡Y los pitagóricos!

S.: -Las aporías, Aquiles y la Tortuga... Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando Adolfito leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina Ocampo no le gustaban, permanecía muy seria, ¿no?

B.: -Silvina solía leer esos textos con indulgencia, casi con gesto maternal...

S.: -¿Le parece? Yo creo que sentía fastidio. A veces se iba a otra parte a escuchar a Brahms...

B.: -A mí, sin embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia, a pesar de que esa gracia después no fuera compartida por nadie.

S.: -Vamos, Borges, no embrome. Y también se hablaba mucho de Stevenson. Eso de los silencios de Stevenson. Lo que calla, a veces es más significativo que lo que expresa.

B.: -Claro, los silencios de Stevenson... Y también Chesterton, Henry James... Se hablaba menos...

S.: -Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.

B.: -Sí. El había traducido The Turn of the Screw. Mejoró el título, es cierto. ¿Otra vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca, no?

S.: -Representa con más calidad la idea de la obra. Al revés que con ese libro de Saint-Exupéry llamado Terre des homes, traducido como Tierra de hombres. Como quien dice Tierra de machos, cuando lo que en realidad quiere significar (además lo dice literalmente) es Tierra de los hombres, la tierra de estos pobres diablos que viven en este planeta. No sólo ese traductor no sabe francés sino que no entendió nada de Saint-Exupéry.

B.: -La enormidad de las traducciones... Hay un filme inglés cuyo título original, The Imperfect Lady, lo tradujeron aquí como La cortesana. Perdió toda la gracia, naturalmente...

S.: -¿Y qué me dice de La mujerzuela respetuosa? ¡A lo que puede llegar la cursilería!

B.: -Mujerzuela... una palabra que ya nadie usa.

S.: -La misma mojigatería con la obra de John Ford: Lástima que sea una perdida. ¿Se imagina? Nada menos que un autor como Ford, un tipo de esa época de piratas.

B.: -¡Sí! Precisamente altera el título, que es donde más ha trabajado el autor. Cuando eligió uno es porque lo ha pensado mucho. Nadie, ni el traductor, debe creerse con derecho a cambiarlo.

S.: -¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? Del título podría decirse lo que se ha afirmado de los sistemas filosóficos, que casi siempre son desarrollo de una metáfora central: El río de Heráclito, La esfera de Parménides...

B.: -Claro, suponiendo que los títulos no sean causales... Bien, se supone que los libros no son causales...

S.: -Con optimismo a veces...

(Un testigo pregunta si esas cuestiones -la cultura, el arte, los libros- tenían trascendencia fuera de casas como las de Bioy o de algunos reductos).

B.: -No. Creo que no. Por ejemplo, no se presentaban libros. No era pretexto de cocteles o invitaciones para que los invitados se sintieran obligados a comprar ejemplares.

S.: -Sin embargo, creo haber oído que en tiempos del grupo Martín Fierro también se hacían esas cosas. ¿No las organizaba Oliverio Girondo?

B.: -Sí, es cierto, pero el primero que se ocupó de promover sus propios libros fue Enrique Larreta. Claro, Girondo también. Todos recuerdan cuando se publicó El espantapájaros y él hizo desfilar un coche con uno de esos muñecos por la calle Florida... Pero yo me refería a un tiempo anterior, el de Lugones. El y Groussac, cuando editaban sus libros, sólo trascendían en el ámbito de las librerías. Mi propia experiencia no fue mejor en cuanto al hecho público. Con trescientos pesos que me dio mi padre hice imprimir 300 ejemplares de mi primer libro. ¿Qué otra cosa pude hacer que repartirlos y regalarlos a mis amigos? ¿A quién le importaba alguien que escribía poemas y se llamaba Borges? Ahora, la salida de un libro cualquiera es un acto público. Es cierto, el editor arriesga más dinero. Pero no sé, todos ganan con los libros y al final queda ese diez por ciento para el escritor. Claro, si solamente ha escrito el libro, ¿no?

S.: -A propósito, pienso en las editoriales y las comparo con los bancos. Son instituciones paradójicas. El banco le presta dinero al señor que no lo necesita. El editor le publica al escritor que todos se disputan. Eso hace difícil cualquier comienzo. Sin embargo, es extraño, uno ve los estantes de las librerías y es como una invasión de títulos. Debe de haber más autores que lectores, creo. Y otro fenómeno: el de los quioscos. Desbordan libros. Antes, por el año 35, solamente Arlt se vendía en los quioscos...

B.: -¿Libros en los quioscos...?

S.: -Sí, El Aleph, Ficciones y también los clásicos. Sí, Borges, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, casi al paso de cada lector. Se han multiplicado las posibilidades de acercarnos...

B.: -Pero... Es que antes no era así, claro...

S.: -Pero mucho antes, ¿recuerda que los almacenes de campo, cuando hacían sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y a los aperos, pedían algún ejemplar del Martín Fierro?

B.: -Martín Fierro no es precisamente un personaje admirable, sino admirable el poema como arte. No, Martín Fierro no es un ejemplo, claro...

S.: -Para usted es una especie de antihéroe, creo...

B.: -Un desertor que deleita a los militares. Porque el Martín Fierro es la historia de un desertor. Pero si usted le dice eso a un hombre de armas, se indigna. Hasta Ricardo Rojas, en la Historia de la literatira argentina, lo defiende con argumentos inexistentes. Alega que en el libro se ve la conquista del desierto, la fundación de ciudades. Francamente no he leído una sola palabra de eso, ¿no?

S.: -Es que Fierro es un iracundo, un rebelde ante muchas de las injusticias de su tiempo...

B.: -Mi abuela, en 1872, vio a los soldados en el cepo. Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó mucho en el libro de su amigo Mansilla. Pero no aceptó que Martín Fierro fuera un mensaje de protesta social; es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra, como lo llamaban entonces. No creo, no, que Hernández ansiara un nuevo orden social... Además era rosista, y jordanista después...

S.: -Importa sí el significado del canto. Pienso que el poema es el exilio de los gauchos, un canto para los pobres en su propia patria. No sé cuál habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo, y eso no importa. Usted sabe que los propósitos siempre son superados por la obra cuando se trata del arte. ¿Quién recuerda en qué acceso de patriotismo Dostoievski se propuso escribir un libro titulado Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia? Le salió Crimen y castigo...

B.: -Si El Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería, no sería El Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada.

S.: -Volviendo a lo de Martín Fierro, lo que usted dijo antes lo comparto en algo: no se lo debe valorar como testimonio de protesta. O diría, mejor, por el solo hecho de ser un libro de protesta, porque en este caso, cualesquiera que sean sus valores morales, no alcanzaría a ser una obra de arte. Pienso que si Martín Fierro vale es porque a partir de esa rebeldía accede a esos altos niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier hombre y en cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el tiempo.

B.: -Además, Fierro es un personaje viviente, que, como pasa con las personas reales, puede ser juzgado muy diversamente, según se lo mire...

S.: -De allí las interpretaciones que permite. Sociológicas, metafísicas...

B.: -Yo no he dicho una palabra contra el Martín Fierro...

S.: -Es que ha habido reportajes, no siempre responsables, donde usted aparece diciendo otras cosas... Me parece útil que se aclare.

B.: -He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico, ¿no? Como tragedia me parece admirable; como personaje de valores morales no lo es...

S.: -Prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas.

B.: -Qué extraño. Ahora recuerdo que Macedonio Fernández tenía una teoria que yo creo errónea. El decía que todo personaje de novela tenía que ser moralmente perfecto. Desde esa perspectiva, sin conflictos, resultaría difícil escribir algo...

S.: -Parecería un chiste de Macedonio, realmente...

B.: -No, no. Era en serio. Bueno, sería como anular la novela, ¿no?

S.: -Basta mirar los grandes protagonistas de las novelas. Siempre marginados, tipos casi siempre fuera de la ley...

B.: -Hay una frase que Kipling escribió al final de su vida. Dice: "A un gran escritor puede estarle permitido inventar una fábula, pero no la moraleja". El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Swift, que intentó hacer un alegato para el género humano y terminó haciendo Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito del autor.

S.: -Es lo bastante complejo para ser un espantoso alegato y un libro de aventuras para chicos. Esa ambigüedad es frecuente en el arte.

B.: -Se me ocurre algo. Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablaban como hombrecitos, que las moralejas, ¿no? Esas moralejas se agregaron después.

S.: -Ninguna obra de arte es moralizadora en el sentido edificante de la palabra. Sirven al hombre en un sentido más profundo, como sirven los sueños, que casi siempre son terribles... Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un libro bárbaro. Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento: un bárbaro.

B.: -Sí, sí. Es verdad.

S.: -Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de afectos sociológicos e históricos. Es un libro mentiroso. Y una gran novela...

B.: -Sólo cuando una obra no vale, cumple los propósitos del autor.

S.: -El artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca le va bien, y mucho menos a los novelistas.

B.: -En Rusia, hicieron dos filmes de Iván el Terrible: uno, al comienzo, era contra el zarismo; el otro, cuando Stalin se había convertido en un nuevo zar, en favor del zarismo...

S.: -El artista sólo puede hacer arte grande en absoluta libertad. Lo otro es el sometimiento, arte convencional, y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre. Los sueños son útiles porque son libres.

VERANO DE 1975: EPILOGO, ¿O PROLOGO? Dejaron atrás las rejas, los adoquines antiguos, la certeza del río cercano. Como diría Borges, salieron del territorio de los arrabales y la desdicha y entraron en la mañana del centro y la serenidad. Se despidieron con pocas palabras. Borges cerró la puerta del ascensor. Sabato se metió rápidamente en un auto. Una hora más tarde, estaría otra vez en su jardín de Santos Lugares.

En un café casi vacío escuché la grabación. Al llegar al final, entendí que no se habían propuesto urdir una charla memorable, ávida del mármol o del bronce. Simplemente, se habían dejado arrastrar por palabras amistosas, por recuerdos, por sucesos desordenados, por algunos nombres propios. Sin embargo, casi sin testigos, junto a un aljibe silencioso en la mesa de un almacén, habían hablado de la vida y la muerte, de la eternidad, de Dios, de reyes y de poetas, de lenguas remotas y de noticias urgentes. En la larga cinta marrón, dentro de un grabador parecido a todos los grabadores, quedaba un cosmos. Y ahora, al final de la nota, la tentación también es grande. Yo podría armar un final con laberintos, espejos, senderos que se bifurcan, ángeles exterminadores, Alejandras, ciegos. Mezclar la matemática y el caos. Pero no: callar exactamente aquí es rendir un homenaje a Borges, a Sabato. Es pedir con fervor que este epílogo sea apenas un prólogo. Es esperar que estos dos hombres hablen hasta el fin de los tiempos.


Fuente Revista Gente Online

Alfredo Serra

http://www.gente.com.ar/nota.php?ID=7022

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