jueves, 2 de enero de 2014

Borges para Rodríguez Fer: sin fronteras




El poeta Claudio Rodríguez Fer es un profundo conocedor de la obra borgeana. Da fe de ello su último libro, Borges y todo (Del Centro Editores), que reúne cuatro poliédricos ensayos escritos a lo largo de más de tres décadas.

No sé cuál de los dos escribe esta página.

Jorge Luis Borges


Resulta difícil retratar a Claudio Rodríguez Fer (Lugo, 1956) en una entradilla, pues sus actividades creativas y científicas, que no son pocas, se entreveran constantemente con su vida. Padre de la lírica erótica galaica (Tigres de ternura, A boca violeta [La boca violeta], Cebra…) y galán dulce pero voluptuoso. Insaciable viajero y especialista en la obra del más universal de los vates gallegos (dirige la Cátedra de Poesía y Estética José Ángel Valente). Hombre comprometido con las víctimas del fascismo y autor de una trilogía poética sobre la memoria histórica (Lugo Blues, Amóte vermella [Te amo roja] y A loita continúa [La lucha continúa]). Fiel amante del cine y autor de textos (poemas, narraciones, artículos, ensayos) que ahondan en los universos de Orson Welles, de Woody Allen o de Jean-Luc Godard…

  
 Rodríguez Fer ha publicado recientemente Borges y todo (Escepticismo y otros laberintos) (Del Centro Editores); en este poliédrico libro, el lucense ha reunido cuatro ensayos sobre las cuestiones que más ha investigado en el genial Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) a lo largo de más de tres décadas: “Su concepción de la literatura fantástica, su relación con Galicia y con la cultura gallega, sus encuentros con Valente y su capacidad caleidoscópica para disfrutar del universo en toda su diversidad, de ahí que se titule Borges y todo”.

P.- En el primero de los ensayos reunidos en Borges y todo, explicas que la enjundia literaria del argentino nace en su radical escepticismo.

R.- El propio Borges dejó claro en Otras inquisiciones que su tendencia “a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran de singular y maravilloso” es indicio de su “escepticismo esencial”. Por eso toda clase de manifestación del pensamiento humano se muestra relativa y meramente conjetural en su obra, pues, como él mismo declaró, “yo no tengo ninguna certidumbre, ni siquiera la certidumbre de la incertidumbre”.
  
P.- En Borges, como también explicas, casan perfectamente escepticismo y fantasía…

R.- Desde luego, porque lo fantástico, a diferencia de lo extraño —que es lo aparentemente imposible de explicar— y de lo maravilloso —que es lo fehacientemente imposible de explicar—, no implica confianza en la razón ni requiere fe en lo sobrenatural, sino que es al mismo tiempo extraño y maravilloso, porque no se explica ni se deja de explicar por la razón ni por la fe, como postula el escepticismo.


P.- En sintonía con ese radical escepticismo, recoges una cita de Borges que me parece muy reveladora por su mezcla de desmitificación y asombro: Dios es “la máxima creación de la literatura fantástica”. Dicho lo cual, conviene recordar que el argentino siempre se sintió atraído por la teología.

R.- La teología le parecía a Borges una fuente inagotable de fantasía y consideraba que sus creaciones superaban en imaginación a las de los propios escritores fantásticos: el dios creador y todopoderoso de los monoteísmos, los multiplicadores de Budhas de la tradición Mahayana, la infinita sustancia de infinitos atributos postulada por Spinoza, etc.

 
P.- Entre los grandes autores que cultivaron la fantasía, ¿Borges, debido a su radical escepticismo, es quizás el que más se interesó por el misterio, en detrimento de la solución?

R.- Puede ser, porque, para Borges, el misterio es abierta e inaprensiblemente rico, complejo y fascinante, y la solución resulta a menudo empobrecedora, simple y decepcionante. Como escribió en “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”: “El misterio participa de lo sobrenatural y aun de lo divino; la solución, del juego de manos”.

 
P.- La actitud de Borges es estética no sólo hacia la teología, la metafísica, la fantasía…, sino también hacia otras realidades, digamos, más tangibles (la política, la Historia…). En ese sentido, me parece muy oportuno un ejemplo que traes a colación en tu libro: el creador americano, en el cuento “Deutsches Requiem”, llega a homenajear al nazismo, una ideología que él tenía por enemiga.

R.- Borges fue comprometidamente antinazi durante la Segunda Guerra Mundial y, de hecho, suscribió varios manifiestos antifascistas publicados en la revista argentina inequívocamente llamada Antinazi. Pero, al mismo tiempo, era muy amante de la gran cultura alemana, lo que contribuyó a que en “Deutsches Requiem” llegase a homenajear con nobleza la estética del enemigo en el momento de su derrota.

 
“Deutsches Requiem” (“Réquiem alemán”, en la lengua de Nietzsche) es uno de los memorables relatos de El Aleph. Difícilmente el lector sensible no caerá rendido ante líneas tan expresivas como éstas: “Poco diré de mis años de aprendizaje. Fueron más duros para mí que para muchos otros, ya que a pesar de no carecer de valor, me falta toda vocación de violencia. Comprendí, sin embargo, que estábamos al borde de un tiempo nuevo y que ese tiempo, comparable a las épocas iniciales del islam o del Cristianismo, exigía hombres nuevos. Individualmente, mis camaradas me eran odiosos; en vano procuré razonar que para el alto fin que nos congregaba, no éramos individuos”. Conviene recordar que el narrador del cuento, personaje verdaderamente complejo e incluso paradójico (exsubdirector de un campo de concentración, amante de la poesía, de la filosofía y de la música clásica…), está a un día de ser fusilado “por torturador y asesino”.

 
P.- Aun sabiendo de la mirada poliédrica de Borges, considero que Enrique Anderson Imbert exagera al decir del autor de El Aleph: “(…) cree en la belleza de todas las teorías”. (La cita la extraigo de tu ensayo.) Considero exagerada esa tesis, pues, como tú mismo recuerdas con tino en otro pasaje del mismo ensayo, para el genio era horrendo y disparatado el dogma de la Santísima Trinidad.

R.- Supongo que Enrique Anderson Imbert se refería a las grandes teorías en general y no a fenómenos concretos como el de la Santísima Trinidad, que, en efecto, a Borges le parecía un engendro de pesadilla, tal como escribió en Historia de la eternidad: “Imaginada de golpe, su concepción de un padre, un hijo y un espectro, articulados en un solo organismo, parece un caso de teratología intelectual”.

  
P.- Hablemos ahora de la relación del fantástico escritor con Galicia y con la literatura galaica, tema del que te ocupas en el segundo de los ensayos reunidos en Borges y todo. Además de su tendencia a actitudes escépticas y al cultivo del género fantástico —explicas—, existe otro trazo que parece aproximar el universal arte de Borges al trazo atribuido frecuentemente a Galicia y al ser gallego: “simbólicamente, la concepción de la vida y del mundo como laberinto”. Esa atinada observación, unida a la ascendencia portuguesa del propio Borges, es fundamental, creo yo, para acercarnos a la pasión que el maestro sentía por Galicia.

R.- El símbolo más emblemático de la obra de Borges es, sin duda, el del laberinto y, de hecho, Labyrinths fue el título escogido para presentarla en inglés cuando en 1962 se tradujo en Estados Unidos una selección de cuentos de Ficciones y El Aleph. Pero aunque la base del símbolo asiente en el mito griego, que Borges recreó en el relato “La casa de Asterión”, el mismo autor lo buscó en muchas otras culturas y lo llevó a muchos otros lugares, por ejemplo a Babilonia y a Arabia en “Los dos reyes y los dos laberintos” o al Nilo en “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”. Pero algunos de los más importantes cuentos de Borges, como el enciclopédico “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” o los policíacos “El jardín de los senderos que se bifurcan” y “La muerte y la brújula” son también desarrollos del mito del laberinto, aparte de que su poesía está también absolutamente llena de recreaciones del dédalo. El propio Borges aludió con admiración a los angustiosos laberintos contemporáneos de Kafka, pero creo que su propia concepción del laberinto está más próxima a la lúdica de Poe en “El escarabajo de oro” o en general a la del escocés Stevenson y a la del irlandés Joyce, tres de sus maestros narrativos, los dos últimos de raíces celtas. Análogamente, podríamos conectar el dédalo borgeano con el laberinto más cósmico que caótico y, por tanto, más bien consolador y esperanzador, que encontramos en Galicia, desde los petroglifos rupestres de la Antigüedad hasta el pensamiento, la literatura y el arte contemporáneos.

  
P.- Borges incluía a Santiago de Compostela entre las ciudades inolvidables en donde había estado.

R.- En efecto, Borges incluyó, en Un ensayo autobiográfico, a Santiago de Compostela entre las ciudades más inolvidables que había visitado, junto a otras cuatro europeas, Ginebra, Edimburgo, Estocolmo y Copenhague, y dos norteamericanas, San Francisco y Nueva York. La razón de esta inclusión la ofreció él mismo cuando explicó que, frente a urbes tan recientes como su natal Buenos Aires, ciudades históricas tan antiguas como la escocesa Edimburgo, la inglesa York o la gallega Santiago de Compostela “pueden mentir eternidad”.


Rodríguez Fer me confiesa que desde muy joven siente predilección por “autores universales” como Verne o Borges. De hecho,crdrgz se especializó en la literatura del ourensano José Ángel Valente porque éste, como los autores citados, “también estableció en su obra un diálogo con materias y culturas de todas las épocas y de todos los continentes, Borges incluido”. Precisamente en su último libro, Rodríguez Fer —que dirige la Cátedra de Poesía y Estética José Ángel Valente en la Universidad de Santiago, donde además ejerce la docencia y está al frente del anuario filológico Moenia. Revista Lucense de Lingüística & Literatura— ha incluido un ensayo dedicado a los encuentros físicos y literarios que el autor de Fragmentos de un libro futuro mantuvo con su maestro argentino. “Valente, que trató y admiró mucho a Borges, escribió sobre él a la manera borgeana, concretamente en ‘El otro Borges’ y en ‘Borges y yo’, escritos que tienen al mismo tiempo elementos ensayísticos, narrativos y hasta poéticos, como ocurre en numerosos textos del escritor argentino, sobre todo de El hacedor, libro que, desde luego, dinamita la homogeneidad del género literario. Valente siguió este mismo camino en El fin de la edad de plata, Interior con figuras, Nueve enunciaciones y otros muchos lugares”.

Efectivamente, la prosa “El otro Borges” refleja a la perfección ese estilo borgeano (es decir, sinuoso, proteico, pleno de paradójicas imágenes) con que Valente homenajeó al propio genio argentino. Como explica Rodríguez Fer en su ensayo, Valente incluyó en un libro de crítica (Las palabras de la tribu) el citado texto, y, sin dejar de aportar las claves de la literatura del argentino, utilizó procedimientos absolutamente creativos, como el uso de la segunda persona del singular, que, efectivamente, le sirvió para dialogar con el autor de Ficciones: “¿quién es, en efecto, Borges? Sí, Borges, díganos: ¿Quién es usted? ¿Una invención del ya difunto Roger Caillois, como usted ha supuesto? ¿Un bibliotecario bisoño en barrio extremo de la ciudad de Buenos Aires, cuyo nombre coincidía ya, luengos años hace y por curioso azar, con el de un escritor argentino relacionado en el Espasa? ¿O, simplemente, como para la patricia sociedad porteña de otra época, el hijo de Leonorita Acevedo? ¿Será usted la ilustración perfecta de lo que Hegel llama, aunque usted tan poco hegeliano sea, la identidad en la diferencia? ¿Borges y contra-Borges a un tiempo, para cumplirse así en sí mismo como los libros de Tlön, que no eran libros propiamente, sino encerraban a la vez su contralibro? ¿O sería usted anónimo, en rigor? Pues cierto es que no muy útil resultaría en este trance decir que Borges es Borges, si creemos, como quiere un viejo saber, que el nombre que puede ser nombrado no es el verdadero nombre”.

Por supuesto, el homenajeado Borges jugó con el desdoblamiento de forma exquisita, como prueban estas líneas que extraigo de El hacedor: “Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página”.

 
P-. Borges creía que el germen de la narración estaba en el cuento. Para él, una novela incluía, dada su longitud, elementos superfluos, ajenos a la trama: “Yo creo que es imposible escribir una novela sin ripio, pero un buen cuento —de Kipling por ejemplo— puede no contener ningún ripio, que yo sepa. No he escrito novelas porque no soy lector de novelas”. ¿Desmonta esta tesis la vieja creencia popular de que, para ser un buen narrador, hace falta haber leído muchas novelas?

R.- A Valéry le resultaba aburrido leer y más aún escribir trivialidades habituales en las novelas como “La marquesa salió a las cinco”, según recogió Breton en su “Manifiesto del surrealismo” de 1924, y lo mismo le ocurría a Borges. En cambio, en el cuento suele predominar la exigente motivación compositiva de la que hablaba Chejov: si aparece un clavo al principio, alguien se colgará de él al final, porque nada debe ser superfluo nunca. Esta economía de lo imprescindible es la que encontramos en Borges y en sus maestros Poe, Stevenson y Kipling, o en sus verdaderos discípulos, como Julio Cortázar, todos ellos virtuosos del relato breve. En la literatura española se encuentra ese ejemplo en la borgeana narrativa breve de Valente, por cierto lamentablemente oscurecida por la mucho más reconocida producción poética de su autor.

 
P.- En 2010, se supo de la existencia de un manuscrito borgeano de 4 páginas acerca de los nietos desheredados de un héroe de la Guerra de la Independencia. El relato, identificado como Los Rivero, está inacabado, y su descubridor, Julio Ortega (crítico y profesor de la Universidad de Brown), cree que ésa fue la novela que Borges no quiso escribir. Según Ortega, el autor de Libro de arena abortó la empresa de Los Rivero precisamente porque se dio cuenta de que el texto se trataba de una novela y de que, por tanto, necesitaría extenderse. Pero ésa es sólo una hipótesis… ¿Sería descabellado imaginar cómo se movería Borges en la distancia larga?

R.- Borges pensó en más de una ocasión en hacer una novela, por ejemplo cuando proyectó “El congreso”, que luego fue un cuento largo incluido en El libro de arena, pero, en cualquier caso, su novelística nunca abusaría del tedio o de la trivialidad de los detalles, sino que seguramente se parecería a la de su admirado Kafka. Prueba de ello es la kafkiana película de largometraje titulada Invasión, de la que hizo el guión junto a su amigo Adolfo Bioy Casares y al director Hugo Santiago Muchnick.

 
P.- Destacaré una similitud que Borges encontraba entre el cuento y el poema corto: uno y otro —decía— pueden darnos “una sensación de plenitud continuamente”, porque, al contrario que la novela, son ideales para leerse de una sola sentada. Tratándose de algún otro literato, yo probablemente te preguntaría: ¿en qué medida está el poeta presente en sus cuentos, y en qué medida el narrador está presente en su lírica? Pero el americano es un creador integral y rebasa los cánones…

R.- Desde luego, hay muchos temas, como el del laberinto cósmico, y muchas técnicas, como la de la enumeración caótica, que se encuentran por igual en la poesía y en la prosa e Borges, y, dentro de esta, tanto en el cuento como en el ensayo. Toda obra, incluso si es científica, como toda vida, tiende a la plenitud y por tanto a la poesía, tal como explicó el propio Borges: “Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como veremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier momento”. Pues bien, a mi ver, en su obra, la poesía y la vida surgen continuamente.


P.- Al hilo de esa condición de escritor integral, en el último de los ensayos reunidos en Borges y todo, dado a conocer electrónicamente el pasado año en la revista Jot Down, escribes algo que también apreció Valente y que yo, desde luego, suscribo: el creador de El oro de los tigres derrocha genialidad no sólo en el cuerpo central de sus libros, sino también en los prólogos, en los epílogos ¡e, incluso, en las dedicatorias! Difícilmente se puede ser más integral…

R.- En efecto, el escritor, el poeta, el genio, lo es por igual en sus obras mayores y en los paratextos de las mismas, así que se pueden hacer excelentes antologías de prólogos, epílogos o dedicatorias de Borges. De hecho, ya existen volúmenes compilatorios como los titulados Prólogos con un prólogo de prólogos, Biblioteca personal o Prólogos de La Biblioteca de Babel, que contienen auténticas delicias.

 
Son muchos los paratextos borgeanos que ejemplifican la tesis de Rodríguez Fer. Destacaré estas visionarias líneas extraídas del epílogo de El hacedor: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.

  
P.- Hablábamos antes de tus ensayos dedicados a Borges. Pero en tu obra creativa, también has homenajeado (de forma directa u oblicua) al autor de La rosa profunda. De hecho, este mago ya aparece citado en tu primer libro, Poemas de amor sen morte (Poemas de amor sin muerte), publicado en 1979. Y uno de tus Meta-relatos se titula significativamente “A biblioteca de Borges” (“La biblioteca de Borges”). Pondré otro ejemplo más reciente: en Viaxes a ti (Viajes a ti), este micropoema tuyo (se titula “Borges”) es casi una traducción de una frase de El Aleph: “Eu tamén vin / en Inverness / unha muller / que non esquecerei” (“Yo también vi / en Inverness / una mujer / que no olvidaré”).

R.- En efecto, Borges es uno de esos autores con los que establecí contacto desde mi primer libro y con los que he mantenido diálogo permanente. De hecho, la primera cita del primer poema de mi primera obra es precisamente de Borges: “Yo, que tantos hombres he sido…”. El más reciente poema “Borges” surgió, como epifanía erótica y borgeana a un tiempo, cuando visité las Tierras Altas de Escocia, pues allí sentí el maravilloso abismo de estar viviendo la frase alusiva a Inverness de la enumeración caótica de El Aleph.


P.- Amor, humor, teología, literatura, ciencia, filosofía, política, arte, geografía, historia, astronomía… En las páginas de Borges, laten prácticamente todas las inquietudes del hombre (de ahí que el título de tu último libro sea tan oportuno), pero ahora que hablas de tu “epifanía erótica y borgeana”, sería injusto obviar que el erotismo es un tema apenas cultivado por el autor de La cifra…

R.- En la poesía y en la narrativa de Borges aparece muchas veces el amor, pero muy pocas su manifestación erótica explícita, entre otras razones porque este autor fue formado como una especie de pudoroso caballero victoriano y le desagradaba mostrar abiertamente tal dimensión. No obstante, el erotismo aparece en la obra de Borges de una manera sutil y simbólica no exenta tampoco de sensualidad. Por ejemplo, en el precioso cuento “Ulrica”, que sucede en la histórica ciudad de York, los enamorados, un maduro colombiano y una feminista noruega, se acuestan juntos en un cuarto con las paredes empapeladas de un rojo muy profundo, a la manera del diseñador utopista William Morris, lleno de frutos y pájaros entrelazados. Y, en este contexto tan estéticamente erótico, desaparece la espada simbólica de la Saga nórdica de la que habían hablado y que invisiblemente había entre los dos, sugiriéndose a continuación bella y fluidamente la aliteración que brota de la unión sexual: “Secular en la sombra fluyó el amor”.

  
P.- Volvamos a las enseñanzas que recibiste de Borges. En una ocasión, me dijiste que debes al mago “la apertura sin límites a los más variados temas, mundos y autores”. Ciertamente, en tus creaciones no es difícil percibir el gusto por el exotismo borgeano. Verbigracia: el universo imaginario del argentino está poblado de tigres, y tú titulas significativamente tu segundo poemario Tigres de ternura (Premio Nacional de la Crítica de 1982), tomando como fuente de inspiración a Cansinos Assens (“Yo seré como un tigre de ternura”), quien a su vez era un maestro para el propio Borges. Un hermoso triángulo…

R.- Cuenta Borges que cuando iba de pequeño a contemplar el tigre al zoo, a todos los niños les parecía sanguinario y hermoso, pero a su inocente hermana Norah le parecía que estaba hecho para el amor. Luego Borges asoció esta observación al verso de su maestro judío-español Rafael Cansinos Assens, quien en efecto había escrito “Yo seré como un tigre de ternura”. Por todo esto, yo mismo, admirador desde niño de los tigres y lector desde muy joven de Borges y, gracias a Borges, también de los tigréfilos Blake, Chesterton, Kipling y Cansinos, no podía sino titular Tigres de ternura aquel libro lleno de referencias al tigre. Además, al reunir dos elementos aparentemente antagónicos, este título reflejaba muy bien la pasión amorosa, que me parecía que debía reunir la fiereza de lo felino y la dulzura de lo tierno. En este sentido, tanto en el libro como en el título había una dimensión reivindicativa, porque, como es obvio, en la tradición patriarcal de la época en la que yo fui formado, la ternura era vista como un sentimiento más bien femenino e impropio del varón, que se entendía más acorde, en cambio, con la agresiva fortaleza del tigre o del león, cuando no con la del gorila. Y yo pensaba entonces, como por supuesto sigo pensando ahora, que el hombre no es menos ni más hombre por sentir o manifestar ternura, solo, eso sí, es más persona, o sea, es un ser humano más completo y no mutilado o amputado de una dimensión tan necesaria para dar y recibir lo más importante que puede darse y recibirse en la vida, que, naturalmente, es el amor.


P.- ¿Fabulaste alguna vez con la posibilidad de conocer en persona al fabuloso Borges, fallecido en 1986?

R.- Después de leer y releer a un autor muy admirado o simplemente muy próximo aunque no se haya conocido en persona, Borges decía que uno acababa considerándolo como a un amigo. Así lo dijo de Oscar Wilde, por ejemplo: “Pensar en él es pensar en un amigo íntimo, que no hemos visto nunca pero cuya voz conocemos, y que extrañamos cada día”. Al final de “Borges y los regalos del universo”, sin desdecir de mi admiración por muchos grandes escritores, yo digo que a lo largo de mi vida sentí, incluso desde niño o desde adolescente, algo parecido con respecto a narradores como Verne, Cervantes y Tolstoi, o a poetas como Whitman, Rosalía y Dickinson, para concluir que desde muy joven lo sentí siempre respecto a Borges. Ahora bien, en este caso, como en el de otros autores coetáneos, no podemos decir que no los hayamos visto u oído nunca, porque seguramente los hemos visionado y escuchado muchas veces a través de grabaciones audiovisuales, que dan una proximidad todavía mayor, más directa, más personal y más íntima. Así que, en realidad, yo tengo la misma o mayor sensación de haber conocido a Borges o a Cortázar, de quienes leí, vi y oí casi todo, que a otros autores que conocí o que incluso traté personalmente. Como decía Quevedo, otro gran maestro de Borges, a propósito de la lectura, al menos en estos dos casos: “vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”.

Fuente : Revista Universitaria La Huella Digital.com

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