El poeta Claudio Rodríguez Fer es un profundo conocedor de
la obra borgeana. Da fe de ello su último libro, Borges y todo (Del Centro
Editores), que reúne cuatro poliédricos ensayos escritos a lo largo de más de
tres décadas.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Jorge Luis Borges
Resulta difícil retratar a Claudio Rodríguez Fer (Lugo,
1956) en una entradilla, pues sus actividades creativas y científicas, que no
son pocas, se entreveran constantemente con su vida. Padre de la lírica erótica
galaica (Tigres de ternura, A boca violeta [La boca violeta], Cebra…) y galán
dulce pero voluptuoso. Insaciable viajero y especialista en la obra del más
universal de los vates gallegos (dirige la Cátedra de Poesía y Estética José Ángel Valente).
Hombre comprometido con las víctimas del fascismo y autor de una trilogía
poética sobre la memoria histórica (Lugo Blues, Amóte vermella [Te amo roja] y
A loita continúa [La lucha continúa]). Fiel amante del cine y autor de textos
(poemas, narraciones, artículos, ensayos) que ahondan en los universos de Orson
Welles, de Woody Allen o de Jean-Luc Godard…
Rodríguez Fer
ha publicado recientemente Borges y todo (Escepticismo y otros laberintos) (Del
Centro Editores); en este poliédrico libro, el lucense ha reunido cuatro
ensayos sobre las cuestiones que más ha investigado en el genial Jorge Luis
Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) a lo largo de más de tres décadas:
“Su concepción de la literatura fantástica, su relación con Galicia y con la
cultura gallega, sus encuentros con Valente y su capacidad caleidoscópica para
disfrutar del universo en toda su diversidad, de ahí que se titule Borges y
todo”.
P.- En el primero de los ensayos reunidos en Borges y todo,
explicas que la enjundia literaria del argentino nace en su radical
escepticismo.
R.- El propio Borges dejó claro en Otras inquisiciones que
su tendencia “a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor
estético y aun por lo que encierran de singular y maravilloso” es indicio de su
“escepticismo esencial”. Por eso toda clase de manifestación del pensamiento
humano se muestra relativa y meramente conjetural en su obra, pues, como él
mismo declaró, “yo no tengo ninguna certidumbre, ni siquiera la certidumbre de
la incertidumbre”.
P.- En Borges, como también explicas, casan perfectamente
escepticismo y fantasía…
R.- Desde luego, porque lo fantástico, a diferencia de lo
extraño —que es lo aparentemente imposible de explicar— y de lo maravilloso
—que es lo fehacientemente imposible de explicar—, no implica confianza en la
razón ni requiere fe en lo sobrenatural, sino que es al mismo tiempo extraño y
maravilloso, porque no se explica ni se deja de explicar por la razón ni por la
fe, como postula el escepticismo.
P.- En sintonía con ese radical escepticismo, recoges una
cita de Borges que me parece muy reveladora por su mezcla de desmitificación y
asombro: Dios es “la máxima creación de la literatura fantástica”. Dicho lo
cual, conviene recordar que el argentino siempre se sintió atraído por la
teología.
R.- La teología le parecía a Borges una fuente inagotable de
fantasía y consideraba que sus creaciones superaban en imaginación a las de los
propios escritores fantásticos: el dios creador y todopoderoso de los monoteísmos,
los multiplicadores de Budhas de la tradición Mahayana, la infinita sustancia
de infinitos atributos postulada por Spinoza, etc.
P.- Entre los grandes autores que cultivaron la fantasía,
¿Borges, debido a su radical escepticismo, es quizás el que más se interesó por
el misterio, en detrimento de la solución?
R.- Puede ser, porque, para Borges, el misterio es abierta e
inaprensiblemente rico, complejo y fascinante, y la solución resulta a menudo
empobrecedora, simple y decepcionante. Como escribió en “Abenjacán el Bojarí,
muerto en su laberinto”: “El misterio participa de lo sobrenatural y aun de lo
divino; la solución, del juego de manos”.
P.- La actitud de Borges es estética no sólo hacia la
teología, la metafísica, la fantasía…, sino también hacia otras realidades,
digamos, más tangibles (la política, la Historia…). En ese sentido, me parece muy
oportuno un ejemplo que traes a colación en tu libro: el creador americano, en
el cuento “Deutsches Requiem”, llega a homenajear al nazismo, una ideología que
él tenía por enemiga.
R.- Borges fue comprometidamente antinazi durante la Segunda Guerra
Mundial y, de hecho, suscribió varios manifiestos antifascistas publicados en
la revista argentina inequívocamente llamada Antinazi. Pero, al mismo tiempo,
era muy amante de la gran cultura alemana, lo que contribuyó a que en
“Deutsches Requiem” llegase a homenajear con nobleza la estética del enemigo en
el momento de su derrota.
“Deutsches Requiem” (“Réquiem alemán”, en la lengua de
Nietzsche) es uno de los memorables relatos de El Aleph. Difícilmente el lector
sensible no caerá rendido ante líneas tan expresivas como éstas: “Poco diré de
mis años de aprendizaje. Fueron más duros para mí que para muchos otros, ya que
a pesar de no carecer de valor, me falta toda vocación de violencia. Comprendí,
sin embargo, que estábamos al borde de un tiempo nuevo y que ese tiempo,
comparable a las épocas iniciales del islam o del Cristianismo, exigía hombres
nuevos. Individualmente, mis camaradas me eran odiosos; en vano procuré razonar
que para el alto fin que nos congregaba, no éramos individuos”. Conviene
recordar que el narrador del cuento, personaje verdaderamente complejo e
incluso paradójico (exsubdirector de un campo de concentración, amante de la
poesía, de la filosofía y de la música clásica…), está a un día de ser fusilado
“por torturador y asesino”.
P.- Aun sabiendo de la mirada poliédrica de Borges,
considero que Enrique Anderson Imbert exagera al decir del autor de El Aleph:
“(…) cree en la belleza de todas las teorías”. (La cita la extraigo de tu
ensayo.) Considero exagerada esa tesis, pues, como tú mismo recuerdas con tino
en otro pasaje del mismo ensayo, para el genio era horrendo y disparatado el
dogma de la
Santísima Trinidad.
R.- Supongo que Enrique Anderson Imbert se refería a las
grandes teorías en general y no a fenómenos concretos como el de la Santísima Trinidad,
que, en efecto, a Borges le parecía un engendro de pesadilla, tal como escribió
en Historia de la eternidad: “Imaginada de golpe, su concepción de un padre, un
hijo y un espectro, articulados en un solo organismo, parece un caso de
teratología intelectual”.
P.- Hablemos ahora de la relación del fantástico escritor
con Galicia y con la literatura galaica, tema del que te ocupas en el segundo
de los ensayos reunidos en Borges y todo. Además de su tendencia a actitudes
escépticas y al cultivo del género fantástico —explicas—, existe otro trazo que
parece aproximar el universal arte de Borges al trazo atribuido frecuentemente
a Galicia y al ser gallego: “simbólicamente, la concepción de la vida y del
mundo como laberinto”. Esa atinada observación, unida a la ascendencia
portuguesa del propio Borges, es fundamental, creo yo, para acercarnos a la
pasión que el maestro sentía por Galicia.
R.- El símbolo más emblemático de la obra de Borges es, sin
duda, el del laberinto y, de hecho, Labyrinths fue el título escogido para
presentarla en inglés cuando en 1962 se tradujo en Estados Unidos una selección
de cuentos de Ficciones y El Aleph. Pero aunque la base del símbolo asiente en
el mito griego, que Borges recreó en el relato “La casa de Asterión”, el mismo
autor lo buscó en muchas otras culturas y lo llevó a muchos otros lugares, por
ejemplo a Babilonia y a Arabia en “Los dos reyes y los dos laberintos” o al
Nilo en “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”. Pero algunos de los más
importantes cuentos de Borges, como el enciclopédico “Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius” o los policíacos “El jardín de los senderos que se bifurcan” y “La
muerte y la brújula” son también desarrollos del mito del laberinto, aparte de
que su poesía está también absolutamente llena de recreaciones del dédalo. El
propio Borges aludió con admiración a los angustiosos laberintos contemporáneos
de Kafka, pero creo que su propia concepción del laberinto está más próxima a
la lúdica de Poe en “El escarabajo de oro” o en general a la del escocés
Stevenson y a la del irlandés Joyce, tres de sus maestros narrativos, los dos
últimos de raíces celtas. Análogamente, podríamos conectar el dédalo borgeano
con el laberinto más cósmico que caótico y, por tanto, más bien consolador y
esperanzador, que encontramos en Galicia, desde los petroglifos rupestres de la Antigüedad hasta el
pensamiento, la literatura y el arte contemporáneos.
P.- Borges incluía a Santiago de Compostela entre las
ciudades inolvidables en donde había estado.
R.- En efecto, Borges incluyó, en Un ensayo autobiográfico,
a Santiago de Compostela entre las ciudades más inolvidables que había
visitado, junto a otras cuatro europeas, Ginebra, Edimburgo, Estocolmo y
Copenhague, y dos norteamericanas, San Francisco y Nueva York. La razón de esta
inclusión la ofreció él mismo cuando explicó que, frente a urbes tan recientes
como su natal Buenos Aires, ciudades históricas tan antiguas como la escocesa
Edimburgo, la inglesa York o la gallega Santiago de Compostela “pueden mentir
eternidad”.
Rodríguez Fer me confiesa que desde muy joven siente
predilección por “autores universales” como Verne o Borges. De hecho,crdrgz se
especializó en la literatura del ourensano José Ángel Valente porque éste, como
los autores citados, “también estableció en su obra un diálogo con materias y
culturas de todas las épocas y de todos los continentes, Borges incluido”.
Precisamente en su último libro, Rodríguez Fer —que dirige la Cátedra de Poesía y
Estética José Ángel Valente en la Universidad de Santiago, donde además ejerce la
docencia y está al frente del anuario filológico Moenia. Revista Lucense de
Lingüística & Literatura— ha incluido un ensayo dedicado a los encuentros
físicos y literarios que el autor de Fragmentos de un libro futuro mantuvo con
su maestro argentino. “Valente, que trató y admiró mucho a Borges, escribió
sobre él a la manera borgeana, concretamente en ‘El otro Borges’ y en ‘Borges y
yo’, escritos que tienen al mismo tiempo elementos ensayísticos, narrativos y
hasta poéticos, como ocurre en numerosos textos del escritor argentino, sobre
todo de El hacedor, libro que, desde luego, dinamita la homogeneidad del género
literario. Valente siguió este mismo camino en El fin de la edad de plata,
Interior con figuras, Nueve enunciaciones y otros muchos lugares”.
Efectivamente, la prosa “El otro Borges” refleja a la
perfección ese estilo borgeano (es decir, sinuoso, proteico, pleno de
paradójicas imágenes) con que Valente homenajeó al propio genio argentino. Como
explica Rodríguez Fer en su ensayo, Valente incluyó en un libro de crítica (Las
palabras de la tribu) el citado texto, y, sin dejar de aportar las claves de la
literatura del argentino, utilizó procedimientos absolutamente creativos, como
el uso de la segunda persona del singular, que, efectivamente, le sirvió para
dialogar con el autor de Ficciones: “¿quién es, en efecto, Borges? Sí, Borges,
díganos: ¿Quién es usted? ¿Una invención del ya difunto Roger Caillois, como
usted ha supuesto? ¿Un bibliotecario bisoño en barrio extremo de la ciudad de
Buenos Aires, cuyo nombre coincidía ya, luengos años hace y por curioso azar,
con el de un escritor argentino relacionado en el Espasa? ¿O, simplemente, como
para la patricia sociedad porteña de otra época, el hijo de Leonorita Acevedo?
¿Será usted la ilustración perfecta de lo que Hegel llama, aunque usted tan
poco hegeliano sea, la identidad en la diferencia? ¿Borges y contra-Borges a un
tiempo, para cumplirse así en sí mismo como los libros de Tlön, que no eran
libros propiamente, sino encerraban a la vez su contralibro? ¿O sería usted
anónimo, en rigor? Pues cierto es que no muy útil resultaría en este trance
decir que Borges es Borges, si creemos, como quiere un viejo saber, que el
nombre que puede ser nombrado no es el verdadero nombre”.
Por supuesto, el homenajeado Borges jugó con el
desdoblamiento de forma exquisita, como prueban estas líneas que extraigo de El
hacedor: “Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me
reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo
de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías
del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son
de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo
lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta
página”.
P-. Borges creía que el germen de la narración estaba en el
cuento. Para él, una novela incluía, dada su longitud, elementos superfluos,
ajenos a la trama: “Yo creo que es imposible escribir una novela sin ripio,
pero un buen cuento —de Kipling por ejemplo— puede no contener ningún ripio,
que yo sepa. No he escrito novelas porque no soy lector de novelas”. ¿Desmonta
esta tesis la vieja creencia popular de que, para ser un buen narrador, hace
falta haber leído muchas novelas?
R.- A Valéry le resultaba aburrido leer y más aún escribir
trivialidades habituales en las novelas como “La marquesa salió a las cinco”,
según recogió Breton en su “Manifiesto del surrealismo” de 1924, y lo mismo le
ocurría a Borges. En cambio, en el cuento suele predominar la exigente
motivación compositiva de la que hablaba Chejov: si aparece un clavo al
principio, alguien se colgará de él al final, porque nada debe ser superfluo
nunca. Esta economía de lo imprescindible es la que encontramos en Borges y en
sus maestros Poe, Stevenson y Kipling, o en sus verdaderos discípulos, como
Julio Cortázar, todos ellos virtuosos del relato breve. En la literatura
española se encuentra ese ejemplo en la borgeana narrativa breve de Valente,
por cierto lamentablemente oscurecida por la mucho más reconocida producción
poética de su autor.
P.- En 2010, se supo de la existencia de un manuscrito
borgeano de 4 páginas acerca de los nietos desheredados de un héroe de la Guerra de la Independencia. El
relato, identificado como Los Rivero, está inacabado, y su descubridor, Julio
Ortega (crítico y profesor de la
Universidad de Brown), cree que ésa fue la novela que Borges
no quiso escribir. Según Ortega, el autor de Libro de arena abortó la empresa
de Los Rivero precisamente porque se dio cuenta de que el texto se trataba de
una novela y de que, por tanto, necesitaría extenderse. Pero ésa es sólo una
hipótesis… ¿Sería descabellado imaginar cómo se movería Borges en la distancia
larga?
R.- Borges pensó en más de una ocasión en hacer una novela,
por ejemplo cuando proyectó “El congreso”, que luego fue un cuento largo
incluido en El libro de arena, pero, en cualquier caso, su novelística nunca
abusaría del tedio o de la trivialidad de los detalles, sino que seguramente se
parecería a la de su admirado Kafka. Prueba de ello es la kafkiana película de
largometraje titulada Invasión, de la que hizo el guión junto a su amigo Adolfo
Bioy Casares y al director Hugo Santiago Muchnick.
P.- Destacaré una similitud que Borges encontraba entre el
cuento y el poema corto: uno y otro —decía— pueden darnos “una sensación de
plenitud continuamente”, porque, al contrario que la novela, son ideales para
leerse de una sola sentada. Tratándose de algún otro literato, yo probablemente
te preguntaría: ¿en qué medida está el poeta presente en sus cuentos, y en qué
medida el narrador está presente en su lírica? Pero el americano es un creador
integral y rebasa los cánones…
R.- Desde luego, hay muchos temas, como el del laberinto
cósmico, y muchas técnicas, como la de la enumeración caótica, que se
encuentran por igual en la poesía y en la prosa e Borges, y, dentro de esta,
tanto en el cuento como en el ensayo. Toda obra, incluso si es científica, como
toda vida, tiende a la plenitud y por tanto a la poesía, tal como explicó el
propio Borges: “Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy
seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como
veremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier
momento”. Pues bien, a mi ver, en su obra, la poesía y la vida surgen
continuamente.
P.- Al hilo de esa condición de escritor integral, en el
último de los ensayos reunidos en Borges y todo, dado a conocer electrónicamente
el pasado año en la revista Jot Down, escribes algo que también apreció Valente
y que yo, desde luego, suscribo: el creador de El oro de los tigres derrocha
genialidad no sólo en el cuerpo central de sus libros, sino también en los
prólogos, en los epílogos ¡e, incluso, en las dedicatorias! Difícilmente se
puede ser más integral…
R.- En efecto, el escritor, el poeta, el genio, lo es por
igual en sus obras mayores y en los paratextos de las mismas, así que se pueden
hacer excelentes antologías de prólogos, epílogos o dedicatorias de Borges. De
hecho, ya existen volúmenes compilatorios como los titulados Prólogos con un
prólogo de prólogos, Biblioteca personal o Prólogos de La Biblioteca de Babel,
que contienen auténticas delicias.
Son muchos los paratextos borgeanos que ejemplifican la
tesis de Rodríguez Fer. Destacaré estas visionarias líneas extraídas del
epílogo de El hacedor: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo
largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de
montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de
instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir,
descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
P.- Hablábamos antes de tus ensayos dedicados a Borges. Pero
en tu obra creativa, también has homenajeado (de forma directa u oblicua) al
autor de La rosa profunda. De hecho, este mago ya aparece citado en tu primer
libro, Poemas de amor sen morte (Poemas de amor sin muerte), publicado en 1979.
Y uno de tus Meta-relatos se titula significativamente “A biblioteca de Borges”
(“La biblioteca de Borges”). Pondré otro ejemplo más reciente: en Viaxes a ti
(Viajes a ti), este micropoema tuyo (se titula “Borges”) es casi una traducción
de una frase de El Aleph: “Eu tamén vin / en Inverness / unha muller / que non
esquecerei” (“Yo también vi / en Inverness / una mujer / que no olvidaré”).
R.- En efecto, Borges es uno de esos autores con los que
establecí contacto desde mi primer libro y con los que he mantenido diálogo
permanente. De hecho, la primera cita del primer poema de mi primera obra es
precisamente de Borges: “Yo, que tantos hombres he sido…”. El más reciente
poema “Borges” surgió, como epifanía erótica y borgeana a un tiempo, cuando
visité las Tierras Altas de Escocia, pues allí sentí el maravilloso abismo de
estar viviendo la frase alusiva a Inverness de la enumeración caótica de El
Aleph.
P.- Amor, humor, teología, literatura, ciencia, filosofía,
política, arte, geografía, historia, astronomía… En las páginas de Borges,
laten prácticamente todas las inquietudes del hombre (de ahí que el título de
tu último libro sea tan oportuno), pero ahora que hablas de tu “epifanía
erótica y borgeana”, sería injusto obviar que el erotismo es un tema apenas
cultivado por el autor de La cifra…
R.- En la poesía y en la narrativa de Borges aparece muchas
veces el amor, pero muy pocas su manifestación erótica explícita, entre otras
razones porque este autor fue formado como una especie de pudoroso caballero
victoriano y le desagradaba mostrar abiertamente tal dimensión. No obstante, el
erotismo aparece en la obra de Borges de una manera sutil y simbólica no exenta
tampoco de sensualidad. Por ejemplo, en el precioso cuento “Ulrica”, que sucede
en la histórica ciudad de York, los enamorados, un maduro colombiano y una
feminista noruega, se acuestan juntos en un cuarto con las paredes empapeladas
de un rojo muy profundo, a la manera del diseñador utopista William Morris,
lleno de frutos y pájaros entrelazados. Y, en este contexto tan estéticamente
erótico, desaparece la espada simbólica de la Saga nórdica de la que habían hablado y que
invisiblemente había entre los dos, sugiriéndose a continuación bella y
fluidamente la aliteración que brota de la unión sexual: “Secular en la sombra
fluyó el amor”.
P.- Volvamos a las enseñanzas que recibiste de Borges. En
una ocasión, me dijiste que debes al mago “la apertura sin límites a los más
variados temas, mundos y autores”. Ciertamente, en tus creaciones no es difícil
percibir el gusto por el exotismo borgeano. Verbigracia: el universo imaginario
del argentino está poblado de tigres, y tú titulas significativamente tu
segundo poemario Tigres de ternura (Premio Nacional de la Crítica de 1982), tomando
como fuente de inspiración a Cansinos Assens (“Yo seré como un tigre de
ternura”), quien a su vez era un maestro para el propio Borges. Un hermoso
triángulo…
R.- Cuenta Borges que cuando iba de pequeño a contemplar el
tigre al zoo, a todos los niños les parecía sanguinario y hermoso, pero a su
inocente hermana Norah le parecía que estaba hecho para el amor. Luego Borges
asoció esta observación al verso de su maestro judío-español Rafael Cansinos
Assens, quien en efecto había escrito “Yo seré como un tigre de ternura”. Por
todo esto, yo mismo, admirador desde niño de los tigres y lector desde muy
joven de Borges y, gracias a Borges, también de los tigréfilos Blake,
Chesterton, Kipling y Cansinos, no podía sino titular Tigres de ternura aquel
libro lleno de referencias al tigre. Además, al reunir dos elementos aparentemente
antagónicos, este título reflejaba muy bien la pasión amorosa, que me parecía
que debía reunir la fiereza de lo felino y la dulzura de lo tierno. En este
sentido, tanto en el libro como en el título había una dimensión
reivindicativa, porque, como es obvio, en la tradición patriarcal de la época
en la que yo fui formado, la ternura era vista como un sentimiento más bien
femenino e impropio del varón, que se entendía más acorde, en cambio, con la
agresiva fortaleza del tigre o del león, cuando no con la del gorila. Y yo
pensaba entonces, como por supuesto sigo pensando ahora, que el hombre no es
menos ni más hombre por sentir o manifestar ternura, solo, eso sí, es más
persona, o sea, es un ser humano más completo y no mutilado o amputado de una
dimensión tan necesaria para dar y recibir lo más importante que puede darse y
recibirse en la vida, que, naturalmente, es el amor.
P.- ¿Fabulaste alguna vez con la posibilidad de conocer en
persona al fabuloso Borges, fallecido en 1986?
R.- Después de leer y releer a un autor muy admirado o
simplemente muy próximo aunque no se haya conocido en persona, Borges decía que
uno acababa considerándolo como a un amigo. Así lo dijo de Oscar Wilde, por
ejemplo: “Pensar en él es pensar en un amigo íntimo, que no hemos visto nunca
pero cuya voz conocemos, y que extrañamos cada día”. Al final de “Borges y los
regalos del universo”, sin desdecir de mi admiración por muchos grandes
escritores, yo digo que a lo largo de mi vida sentí, incluso desde niño o desde
adolescente, algo parecido con respecto a narradores como Verne, Cervantes y
Tolstoi, o a poetas como Whitman, Rosalía y Dickinson, para concluir que desde
muy joven lo sentí siempre respecto a Borges. Ahora bien, en este caso, como en
el de otros autores coetáneos, no podemos decir que no los hayamos visto u oído
nunca, porque seguramente los hemos visionado y escuchado muchas veces a través
de grabaciones audiovisuales, que dan una proximidad todavía mayor, más
directa, más personal y más íntima. Así que, en realidad, yo tengo la misma o
mayor sensación de haber conocido a Borges o a Cortázar, de quienes leí, vi y
oí casi todo, que a otros autores que conocí o que incluso traté personalmente.
Como decía Quevedo, otro gran maestro de Borges, a propósito de la lectura, al
menos en estos dos casos: “vivo en conversación con los difuntos / y escucho
con mis ojos a los muertos”.
Fuente : Revista Universitaria La Huella Digital.com
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