Recordaba el escritor: “Ahora me parece que (ese relato)
pronostica y hasta fija la pauta de otros cuentos que de alguna manera me
estaban esperando y en los que se basó mi reputación como cuentista”.
José de la Colina
En 1936 Jorge Luis Borges incluyó en su libro de ensayos
titulado Historia de la eternidad una reseña crítica de The approach to
Al-Mu’tasim. En 10 páginas reseñaba esa novela de un tal Mir Bahadur Alí
publicada en 1932, elogiada particularmente por los severos críticos Philip
Guedalla y Cecil Roberts, republicada en 1934 con el sello de la prestigiada
editorial londinense de Victor Gollancz y prefaciada por la célebre autora de
novelas policiales Dorothy L. Sayers.
¿De qué trataba la novela del tal Mir Bahadur Alí? Borges
sinoptizaba el argumento:
A lo largo de una febril trama (que, inscrita en el
trasfondo de una vasta conspiración, abarcaba noches, plazas, azoteas, torres,
jardines, pueblos, ciudades, multitudes de la India y se desplegaba a través de
conflictos raciales, reyertas, espionajes y crímenes entre musulmanes, hindúes,
policías, criminales y mendigos), el protagonista, un estudiante de Derecho y
militante de un grupo revolucionario, huía a la vez del enemigo y de la Ley e
iba conociendo una multitud de personajes en los que percibía gestos o tonos
que sugerían una superior condición humana no propia de esos bajos seres, sino
acaso de alguien con un espíritu más complejo y refinado. Al final el personaje
llegaba a una galería, a una cortina de cuentas y finalmente a un último o
primero vasto resplandor, detrás del cual “la increíble voz de Almotásim” hacía
presentir a un ser único, acaso a una divinidad.
¿Quién es o sería Almotásim? Los lectores solo intuimos que,
a medida que miles de hombres han coincidido en un momento en el que Almotásim
pasaba entre ellos, la cuota espiritual y acaso divina de cada uno resultaba
acrecentada, y que tal vez todos esos individuos eran partículas de Almotásim,
de la misma manera que en una fábula oriental (acaso refundida ¡o inventada?
por el mismo Borges en su Manual de zoología fantástica, de 1957) hay una
inumerable bandada de pájaros que sobrevuela miles de paisajes buscando al
mítico simurg y al final solo algunos lo contemplan y sienten “que ellos son el
simurg, y que el simurg es todos ellos”.
El fascinante asunto tenía que interesar a los buenos
lectores e incitarlos a buscar el libro: el entonces joven narrador Adolfo Bioy
Casares escribió a la editorial de Gollancz solicitando el envío de la novela,
y el crítico literario Emir Rodríguez Monegal la registró en su fichero
bibliográfico y la buscó en librerías y bibliotecas de varios países. Pero fue
en vano: el libro no era sino un fantasma literario suscitado por su
“comentarista”, el astuto jugador literario Jorge Luis Borges. Y cuando éste, años
después, incluyó la falsa “nota crítica” en un libro de cuentos: El jardín de
los senderos que se bifurcan, los buscadores del libro fantasma quedarían más
encantados que desengañados de la feliz artimaña borgesiana.
En el Autobiographical Essay, dictado por Borges a Norman
Thomas di Giovanni, hallarían la historia del feliz fraude:
“El acercamiento a Almotásim, escrito en 1935, es a la vez
un invento y un seudoensayo. Fingía ser la reseña de un libro publicado por
primera vez en Bombay, tres años antes. Doté a su segunda y apócrifa edición
con un editor real, Victor Gollancz, y con un prefacio de una escritora real,
Dorothy L. Sayers. Pero autor y libro son enteramente de mi invención. Aporté
el argumento y ciertos detalles de algunos capítulos pidiendo cosas prestadas a
Kipling e introduciendo a un mítico persa del siglo XII, Farid ud-Din Attar.
Ahora me parece que (ese relato) pronostica y hasta fija la pauta de otros
cuentos que de alguna manera me estaban esperando y en los que se basó mi
reputación como cuentista.”
El gozable truco de Borges consistía, escribió él mismo, en
“simular que un libro ya existe y ofrecer un resumen y un comentario; así
procedió Carlyle en Sartor Resartus, así Butler en The Fair haven...” Y,
podríamos añadir, así hacía Lovecraft en sus cuentos de espanto en los que
inventó varios libros de erudición esotérica, sobre todo el Necronomicon, del
que existen fichas bibliográficas en serias bibliotecas y al que aún buscan
algunos lectores no resignados a la incredulidad.
Hoy se sabe que para Borges, la literatura era ante todo un
juego entre él y los lectores. ¿Y acaso autores y lectores no son fantasmas
situados enfrente y detrás de ese espejo de doble faz que es la página escrita,
impresa, visible, de la cual, a final de cuentas, resultan coautores?
Fuente : Milenio.com – Firmas
"¿Y acaso autores y lectores no son fantasmas situados enfrente y detrás de ese espejo de doble faz que es la página escrita, impresa, visible, de la cual, a final de cuentas, resultan coautores?".¡Qué agradable ver esa idea escrita! Siempre tuve esa imágen.Bueno, supongo que la habrán tenido muchos, pero es la primera vez que la leo. El espejo aplicado al acto de la escritura-lectura. En el plano del espejo el libro, de un lado el escritor, del otro el lector, ambos construyendo la obra. Los distintos lectores a través de las distintas épocas generando una obra nueva. Borges postula así el libro infinito , que no es el libro de arena ni el libro que todos buscan en la biblioteca de Babel: es cualquier libro.
ResponderEliminarBorges siempre tuvo eso en mente y los plasmá en muchos de sus cuentos. Espejo, laberinto, reloj de arena, juegos de tiempo, dualiedad del ser. Y bueno, así como tenías esa imagen, Borges también la tuvo.
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