Franco María Ricci ha
levantado en Italia el mayor dédalo vegetal del mundo en memoria de su amigo
Jorge Luis Borges
BORJA OLAIZOLA
Franco María Ricci (Parma, 1937) es un hombre polifacético.
Diseñador descendiente de un linaje de aristócratas, fue geólogo y piloto de
automovilismo en su juventud, tiene una fabulosa colección de arte y es un
consumado esteta. Pero lo que le catapultó a la popularidad fue su faceta de
editor de la más exquisita revista de arte que haya visto nunca la luz, FMR. La
publicación, que hacía un juego en su título con las iniciales de su promotor y
su significado cuando se deletreaban en francés -ephémerè (efímero)-, nació en
1982 en Italia y un año después era presentada en Nueva York de la mano de
Jackie Kennedy.
Franco María Ricci es un mito en el mundo editorial por su
osadía a la hora de llevar adelante sus proyectos. Tachado de quijotesco por
sus colegas, se ha embarcado en aventuras como editar todos los volúmenes de la
Enciclopedia de Diderot y d’ Alembert. Su seña de identidad es una camelia en
el ojal.
El laberinto vegetal que ha levantado arropa un edificio que
acoge parte de su espectacular colección de arte. Hay también ejemplares de
algunas de las joyas que publicó antes de tener que desprenderse de su
editorial.
FMR era al papel lo que un vestido de Balenciaga a la moda,
alta costura en un formato que respiraba exclusividad. El editor se rodeó de un
equipo de colaboradores único: Federico Fellini, José Saramago, Umberto Eco,
Italo Calvino, Leonardo Sciascia, Julio Cortázar... La publicación, con
ediciones también en inglés, francés, castellano y alemán, llegó a tener
125.000 suscriptores que recibían con periodicidad bimensual un solemne
embalaje negro cubierto de tréboles grises que encerraba en su interior la
revista.
A la par que se encargaba de la publicación, Ricci
desarrollaba una tarea editorial en el mundo del libro que le llevó a
embarcarse en iniciativas como la reproducción de los 18 volúmenes de la
Enciclopedia de Diderot y d’Alembert, una empresa titánica que consumió buena
parte de sus energías y también de sus fondos. El editor aprovechó además su
amistad con Jorge Luis Borges, uno de sus colaboradores más cercanos, para
ponerle al frente de otro de sus proyectos, la Biblioteca de Babel, una
colección de treinta tomos de literatura fantástica seleccionados y prologados
por el propio escritor argentino.
Tras desprenderse en 2002 de la revista y la editorial
porque no había forma de que cuadrasen las cuentas, Ricci se embarcó en otra
aventura que parecía aún más quijotesca: levantar cerca de su ciudad natal el
mayor laberinto vegetal del mundo. El proyecto tenía mucho que ver con su amigo
Borges, fascinado siempre por el significado y la simbología de los laberintos.
El hasta entonces editor acondicionó unos terrenos en Fontanellato, cerca de
Parma, y se dispuso a hacer realidad el sueño que había concebido de la mano
del autor de ‘El Aleph’.
Diez años le ha llevado sacar adelante el Laberinto de la
Masone, que es como ha bautizado la empresa. Se trata de un parque cultural que
busca atraer al público a su fundación. El edificio de ladrillo que surge en
medio de la construcción vegetal acoge un museo que exhibe una colección de
quinientas piezas de arte datadas entre los siglos XVI al XX, además de una
biblioteca especializada en tipografía y diseño gráfico. Pero lo que dota de
sentido al proyecto es el propio laberinto, que se extiende sobre una
superficie de ocho hectáreas y contiene tres kilómetros de recorridos. Su
perímetro recrea una estrella de ocho puntas formada por cuadrados vegetales
que se interconectan y se cierran.
Los laberintos vegetales suelen estar hechos con especies
como el boj o el tejo, que a su ventaja de ser perennes unen la de tener un
follaje muy tupido. Ricci, que siempre ha seguido su propio camino, se ha
desmarcado también en este terreno de las tendencias de la jardinería clásica y
ha optado por el bambú, una planta que ofrece la ventaja de tener un
crecimiento más rápido. La velocidad a la que se desarrolla es precisamente la
principal responsable de que el laberinto haya podido abrirse al público solo
diez años después de haber sido concebido.
El dédalo está formado por 200.000 plantas de varias
especies de bambú, algunas de gran envergadura para los pasadizos y otras tan
diminutas que se confunden con el césped. El editor se muestra entusiasmado con
el bambú, que descubrió gracias a un jardinero japonés al que conoció en Milán.
"Es una planta magnífica y muy generosa que además ‘habla’ cuando cimbrea
ante las ráfagas de viento". Tan convencido está de sus virtudes que se
propone encabezar una suerte de cruzada ante las autoridades transalpinas para
colocar ‘paredes’ de bambú que camuflen los edificios y pabellones industriales
que afean muchas comarcas del norte de Italia. "Sería una forma barata y
rápida de mejorar la estética de nuestro entorno".
Fuente : Las Provincias
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