Jorge Luis Borges y Beatriz Sarlo, por Ombú
Fernando García
COMO EN las obras de Ignacio Iturria, los muebles adquieren
una proporción exagerada aquí. La mesa cubierta de libros a la que Beatriz
Sarlo se sienta subraya su cuerpo menudo. Hace cincuenta años Beatriz era una
chica de los 60 y de la izquierda que, ajena al recoleto mundo borgeano, eligió
una cátedra que no era la de Jorge Luis Borges para estudiar literatura
inglesa. Ahora estamos frente a la reedición de su libro Borges, un escritor en
las orillas (Siglo XXI). Contiene la edición en español de cuatro conferencias
que la crítica y ensayista argentina dio en 1992 en el Centre for Latinamerican
Studies de Cambridge. Sarlo intenta reponer ante un auditorio universalista las
particularidades rioplatenses de Borges. Repasando aquel viaje a Cambridge en
su estudio del centro de Buenos Aires, Sarlo recordará haber vivido entonces
una "experiencia inesperada".
Huyendo del criollismo.
—El libro tiene un toque borgeano. Las conferencias fueron
hechas en inglés para resaltar el carácter rioplatense de Borges…
—Cuando me invitan a Cambridge me pareció lógico hablar
sobre Borges que además en Inglaterra está enteramente traducido. Luego me doy
cuenta de que mi diálogo con Cambridge es sobre el Borges de los espejos, los
dobles, los laberintos y demás, y nunca de este otro que fue tan importante
para nosotros y para él mismo. El Borges criollista allá no está, no existe.
Sería entonces la versión que una crítica argentina tenía de Borges. De ahí que
esas conferencias tengan esa paradoja: dichas y publicadas en inglés para
hablar del lado criollo de Borges. Él era muy conocido en Cambridge porque
había hecho una visita legendaria. Hay una escena memorable, típicamente
borgeana, de esa visita.
—Por favor…
—Para comer a la noche con los profesores vos tenés que
ponerte toga. Nosotros no tenemos toga y por eso en los college hay armarios
con togas que uno puede usar y luego devolver. La cosa es que a Borges le
dieron un Honoris Causa de gran celebración con toga. Cuando terminaron alguien
le dijo "Borges, llevo la toga al armario", y Borges responde
"No, me la voy a quedar". Esa persona era Stephen Boldy (autor de un
libro sobre Cortázar) y le responde, "Pero Borges, ¿para qué quiere la
toga?" Y Borges dice "Para empeñarla". Típico de él, jugando con
el absurdo.
—La universalización de Borges desdibujó su identidad
rioplatense. ¿Borges era consciente de eso?
—Borges hace una primera gran operación de instalación en la
literatura argentina con su década criollista o porteña. Esa instalación es
necesaria porque es su forma de separarse de Leopoldo Lugones: cómo romper con
el modernismo, sin hacer una poesía sencillista. Es la poesía que conocemos en
los libros Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín.
Después viene Historia Universal de la Infamia y ahí incluye un texto que no
pertenece al mismo sistema de los otros y que es "Hombre de la esquina
rosada". El impacto de ese cuento, que es un texto típicamente criollista,
es una señal para Borges. Es allí cuando empieza la escritura de sus grandes
libros de cuentos: El Aleph y El jardín de los senderos que se bifurcan. El
Borges clásico…
—¿For export?
—De ningún modo. Una vez que él ha dominado la prosa del
castellano rioplatense, que es la que él usa para escribir, y que la traslada a
esos grandes cuentos, él pasa a otra dimensión de su literatura. Esos cuentos
se van publicando en la revista Sur y es lo que va a constituir el Borges
clásico que está terminado ya en los años 50.
—¿Esa universalización fue entonces una operación suya antes
que de los demás?
—Si uno se guía por algunas declaraciones de Borges —siempre
es peligroso guiarse por sus declaraciones— uno diría que él evita reforzar la
idea del Borges criollista sin separarse nunca del todo, ya que después vuelve
a eso. Ser fijado como criollista le produce un cierto malestar.
Desconocer a Onetti.
—¿En qué otros artistas rioplatenses se puede verificar este
proceso de universalización?
—En Onetti. Un escritor que Borges se resistió a leer o a
confesar al menos que había leído. El que hace una universalización de una
materia ficcional rioplatense es Onetti. Recuerdo una entrevista en Marcha, sería
en los 60, y a Borges le preguntan por Onetti. Dice desconocerlo, no solo como
escritor sino como persona. Lo que marca que no ha sido un escritor
hospitalario con sus contemporáneos, en absoluto. Onetti convierte algo que
pareciera ser regional en gran literatura. Es un escritor regional no
regionalista que nunca tuvo centralidad en el boom latinoamericano, aún
publicando libros antes y durante el apogeo. Se trata de una literatura que
defrauda las expectativas europeas y norteamericanas. Las del gran público,
pero también las expectativas de la Academia que busca esas marcas borgeanas en
los escritores latinoamericanos.
—En el libro usted dice: "No hay escritor más argentino
que Borges". ¿"Argentino" está por rioplatense?
—Yo creo que es un escritor argentino absoluto del Río de la
Plata que no tiene nada que ver con la zona andina. Héctor Tizón, por ejemplo,
no decía que era un escritor argentino sino altoperuano. Y es así: el
castellano de Tizón no tiene nada que ver con el del Río de la Plata. Borges es
un escritor del Río de la Plata completo: no en vano, varios de sus cuentos
transcurren en el Uruguay. El tiene sus primos uruguayos que va mencionando,
las visitas que les hace…
—¿Qué lugar tiene Montevideo en su imaginería?
—Yo diría que no tiene. Más bien se refiere a ciudades
chicas como Salto o parajes rurales que él ha visitado de más joven. En un
nivel bien profundo lo que digo cuando lo llamo "escritor
rioplatense" es que se expresa en un español del Río de la Plata. Cierto
tipo de respiración, sintaxis literaria y una fonética propia de una zona
integrada por las dos capitales y la provincia de Buenos Aires, que es
básicamente la misma.
El diario Crítica y Botana.
—Usted también aborda la inserción que Borges tuvo en el
diario Crítica. ¿Cuánto de Borges hay en el uruguayo Botana, fundador de la
publicación?
—Yo diría que nada. Ni siquiera podemos saber si Borges
conoció el famoso despacho de Botana donde se jugaba póker y Botana le ganaba
el sueldo a sus periodistas. No hay constancia de que se hayan tomado ni un
café. La capacidad de Botana fue inventar ese suplemento cultural que uno lo
mira y dice ¿Pero quién va a leer estos cuentos de Historia Universal de la
Infamia? ¡Con argumentos tan difíciles! Botana apostó a la independencia de ese
suplemento, que nada tenía que ver con el público de Crítica. No creo que hayan
siquiera intercambiado un saludo.
—Usted hace el paralelo entre ellos al mostrar cómo se
ocupaban de géneros llamados menores…
—Crítica inventó toda una serie de géneros periodísticos que
puso en circulación de manera contemporánea a los diarios populares
norteamericanos. Borges, también, hace una lectura de ciertos géneros
considerados plebeyos que continúa después en la revista El Hogar. El misterio
sigue siendo si los cuentos de Historia Universal de la Infamia eran leídos por
los lectores de Crítica. Lo dudo. La recepción de Borges por el público de
Crítica no fue estudiada y difícilmente pueda hacerse hoy (ver pág. 8 de este
suplemento). El mismo problema se plantea con la recepción de sus textos en la
revista El Hogar. O quizás la pregunta sea al revés: cuánta simplicidad
deberíamos introducir en los textos periodísticos de hoy.
—Siendo Borges un autor que trabajaba sobre citas y
reversiones de textos ajenos, ¿cómo se explica que ahora se persiga al escritor
Pablo Katchadjian por su versión "engordada" de El Aleph?
—Se lo persigue porque no se lo entiende. Yo tendría que
explicar por qué no se entiende eso que es una operación que Borges anuncia en
el relato "Pierre Menard, autor del Quijote", como sátira. Si esto de
El Aleph abre un problema de propiedad es porque no se entiende qué hace la
literatura con otras literaturas. Qué hizo durante la baja latinidad; que
hacían los poetas con los versos de Virgilio cuando rehacían y mezclaban los
centones virgilianos. A mi me parece que estamos en sociedades capitalistas y
que la herencia de la propiedad sobre el usufructuo —el 10% que va a sus
herederos— no se puede discutir salvo que se plantee otro tipo de sociedad. Sí
creo que hay que hacer una nueva ley que determine si los herederos tienen
además poder absoluto sobre el uso intelectual de los textos. Circulaba una
anécdota: cuando muere el escritor argentino Benito Lynch, los derechos pasan a
dos tías que eran beatas. Y el cura que las confesaba les prohibió autorizar la
reedición de las novelas por "impías". Entonces los herederos no son
una garantía de la buena edición de aquello sobre lo cual tienen derechos
materiales. Borges tiene ediciones que nunca sabemos a qué primera edición
corresponden. Seguimos sin una edición filológica de Borges: el más grande
escritor argentino tiene ediciones que no sabés qué texto estás leyendo, si tuvo
o no tuvo correcciones. Hay que revisar todos los textos atribuidos. Hay que
ver cómo se editan los textos de un autor que no quiso reeditarlos en vida.
Esas cuestiones no las puede resolver un heredero, por eso los más sensatos
entregan ese poder a los críticos literarios.
Martín Fierro de lejos.
—Como parte de su iniciación criollista, usted relata que
Borges leía el Martín Fierro a escondidas de su familia. ¿Era una lectura
maldita para la alta burguesía?
—No hay registros o documentos que te marquen eso para nada.
Lo que sucede es que el unitarismo de la familia de Leonor Acevedo de Borges
era extremadamente fuerte. Creo que ella hacía objeto vanguardista en decir que
ese libro no había que leerlo, y que Borges lo leía como si fuera el Marqués de
Sade a los ocho años.
—¿Cree que cuando Borges reescribe el final del Martín
Fierro ("El fin", 1944) pone en juego la ideología unitaria del XIX,
esa tendencia liberal que buscaba evitar a tradicionalistas y conservadores?
—No. Yo creo que es la operación de darle un final a un
poema que deliberadamente no lo había querido tener. Borges le dio un final
novelístico: como en Dickens, el personaje que hemos seguido muere o sobrevive;
en este caso muere. No creo que haya sido deliberada, no creo que Borges se haya
propuesto hacerlo.
—¿Es Borges el último escritor gauchesco o el primer
post-gauchesco?
—Post, definitivamente. Además si uno mira ese duelo que
agrega Borges no es del universo de Hernández sino del universo de "Hombre
de la esquina rosada". En la gauchesca tanto oriental como de este lado,
los duelos salían porque alguien se emborrachaba y aparecía un cuchillo. Si
alguien espera al otro siete años es porque ya forma parte de otro universo.
—Después de leer sus conferencias uno no sabe si pensar en Borges
como anti-moderno o ultra-moderno. ¿Está más allá de todos o contra todos?
—Creo que Borges impide esa pregunta. Si bien una tiene la
tendencia de creer que era un lector a campo traviesa, viendo cómo anotaba
algunos libros que están en la Biblioteca Nacional aparece cierta
sistematicidad. Borges no era alguien que fuera a demostrar qué tipo de lector
era. No hacía la cita que te conduce al texto sino al merodeo o un desvío. Es
difícil ver si Borges es un moderno o alguien que se considera fuera de la
modernidad. Sin duda ha leído toda una tradición pre-moderna pero la lectura de
Schopenhauer lo ha marcado mucho. Me resulta muy difícil ubicarlo en ese
esquema…
—A la vez detectamos en él estrategias de lo que llamamos
pos-modernismo, y no solo en lo literario…
—Uno podría decir que Joyce ya lo había hecho veinte años
antes. Un teórico americano lo llamó "posmoderno", por cierto…
—Y están los que dicen que en El Aleph ya está la idea de
Internet…
—¡Pobre Borges! En cualquier momento sus aforismos van a ser
vendidos como la invención de twitter y ahí lo enterramos para siempre. No
estamos en la época de Homero, estos hombres no tienen que cargar con la
responsabilidad de haber inventado cuanta estupidez estemos haciendo. Homero,
las Sagradas Escrituras y el Talmud quizás hayan inventado toda la cultura
mediterránea pero ponerlos ahí a Borges y Joyce me parece muy pesado.
Transparencia engañosa.
—¿Por qué cree que Borges tuvo que explicitar su
prescindencia política en en el prólogo de El Informe de Brodie en 1970?
—Quizás porque había tenido esos gestos hacia la política
que no le habían acarreado demasiada simpatía. Como en el 56, de ir y afiliarse
al Partido Conservador. Es probable que él quisiera recuperar un espacio menos
politizado dado que cualquier cosa que Borges dijera podía tener un uso
político. Los años que conducen a 1970 son los de la gloria cortazariana, el
campo intelectual había virado mucho y por lo tanto es probable que Borges se
sintiera extranjero si quedaba pegado al Partido Conservador. Pero es pura
especulación esto.
—Finalmente define a Borges como un escritor de
"desquiciante serenidad". ¿Por qué?
—Por su dificultad, en una escritura que aparenta
transparencia y que parece alejada de las dificultades que plantean otros grandes
del siglo XX. No son las frases interminables de Proust, por ejemplo, que en el
momento en que la mirás ya es compleja. Pero su transparencia es engañosa pues
los argumentos son difíciles. Cuando empecé a enseñar Borges en la Universidad
en 1984 me di cuenta de esto, sobre todo cuando tenía que corregir exámenes. De
allí viene lo de "desquiciante".
—¿Conoció a Borges?
—Nunca lo vi en mi vida. Cuando yo era estudiante en
Filosofía y Letras él era profesor pero elegí cursar literatura inglesa con su
adjunto, un extraordinario crítico llamado Jaime Rest. Hay que ver que en esa
facultad había varios estilos de personas. El mío era completamente ajeno al
mundo de las alumnas que seguían a Borges. Yo, de algún modo, era hippie,
pertenecía a ese mundo que iba a ser la liberación de los 60, y estaba ese otro
mundo que era más formal, el que rodeaba a Borges. Por otra parte, en esos
años, que van del 63 al 65, desde el punto de vista de la izquierda y del
nacionalismo Borges era un autor resistido. En los juicios sobre Borges se
unían estilos personales con una partición ideológica vigente.
—¿Se arrepiente de no haber cursado con él?
—Para nada. Yo no vine al mundo a conocer celebridades.
Nunca pensé en ir a París y hacer lo imposible por conocer a Roland Barthes.
Fuente : El País – Uruguay
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