Una reflexión sobre el valor, a
propósito de Jünger y Borges
Por José Luis Merino
Jorge Luis Borges viajó hasta el
retiro del escritor alemán Ernst Jünger, en Wilflingen, para testimoniarle su
admiración y poder estrechar su mano. No hay viaje sin retorno ni puntada sin
hilacha. La admiración borgiana no solo se inclinaba por lo literario. Iba
dirigida hasta la médula del valor guerrero de Jünger, considerado como uno de
los grandes héroes de la Primera Guerra Mundial (con pruebas documentales).
En no pocos de los relatos de Borges,
el valor se alza por encima de los demás atributos personales. La sangre
caliente de los malevos, “con pechos dilatados de hombría”, define sus
preferencias.
Mientras el escritor argentino pone
su máxima capacidad fabuladora para describir el valor en la ficción, sabe que
el valor personal de Jünger estaba cifrado en hechos reales. Frente a la
ficción, se halla la marca de la estricta realidad.
Nada cuesta imaginar a Borges
recitándole al alemán aquel pasaje de la Primera Guerra Mundial, referido por
el propio Ernst Jünger en sus memorias: “la guerra nos arrebató como una
borrachera; nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado
sobre floridas praderas en que la sangre era el rocío”.
Luego vendría el apretón de manos de
dos hombres maduros, sintiéndose jóvenes en su imaginación guerrera. Mas el
paso del tiempo no ha dudado en considerar valientes a quienes salvan vidas
humanas, no a quienes se encargan de abatirlas.
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