En 1985, Borges dio una entrevista en la universidad de
Córdoba. Venía de asistir a los juicios a los comandantes de la dictadura.
Habla de cuáles fueron sus sentimientos frente a aquel horror, pero también de
la muerte, del amor, de las mujeres, de Dios y, claro, de la literatura y sus
autores favoritos.
La escena reúne a un escritor con sus lectores. Allí Borges
se mostró elegante, reticente, dispuesta a contestarlo todo pero no a
condescender con ningún lugar común ni con ninguna comodidad del pensamiento.
—Todos los que estamos aquí reunidos en la universidad somos
o hemos sido alumnos. Muchos somos o hemos sido profesores. Esto es cierto al
menos en el aspecto formal. ¿Qué condiciones piensa usted como necesarias para
que haya un maestro o un discípulo?
—Creo que uno sólo puede enseñar el amor de algo. Yo he enseñado
no literatura inglesa, sino el amor a esa literatura. O, mejor dicho, ya que la
literatura es virtualmente infinita, el amor a ciertos libros, a ciertas
páginas, quizá a ciertos versos. Yo dicté esa cátedra durante veinte años en la
Facultad de Filosofía y Letras. Disponía de cincuenta a cuarenta alumnos y
cuatro meses. Lo menos importante eran las fechas y los nombres propios, pero
logré enseñarles el amor de algunos autores y de algunos libros. Y hay autores,
bueno, de los cuales yo soy indigno, entonces no hablo de ellos. Porque si uno
habla de un autor debe ser para revelarlo a otro. Es decir, lo que hace un
profesor es buscar amigos para los estudiantes. El hecho de que sean
contemporáneos, de que hayan muerto hace siglos, de que pertenezcan a tal o
cual región, eso es lo de menos. Lo importante es revelar belleza y sólo se
puede revelar belleza que uno ha sentido.
—Borges, ya que estamos en el tema maestro-discípulo,
siempre ha considerado —al menos lo ha reconocido en muchas oportunidades— que
su gran maestro de juventud fue Macedonio Fernández…
—Macedonio Fernández, Rafael Cansinos Assens… en fin, yo
creo que le debo algo a todos los libros que he leído y sin duda a muchos que
no he leído pero me han llegado a través de otros. Esto se llama tradición.
¿Sí? Yo lo he interrumpido a usted, discúlpeme…
—Quisiera que nos contara algo de su relación con Macedonio.
—Yo creo que Macedonio fue menos escritor que un maestro
oral. Era un hombre tenue con una voz aún más baja que la mía. Nosotros nos reuníamos
todos los sábados en una confitería de la Plaza del Once, en Buenos Aires. Yo
hubiera podido verlo más seguido, ya que era amigo de mi padre, pero pensé que
no debía abusar del privilegio de ser contemporáneo de Macedonio. Era un hombre
de una exquisita cortesía, que siempre atribuía sus opiniones al interlocutor;
siempre comenzaba diciendo: “Habrás observado, sin duda…”, y luego decía algo
que ninguno de nosotros había observado. Creo que el talento de Macedonio fue
más bien un talento oral. Sé que quienes no lo han conocido no han podido
satisfacerse con sus libros. Él me dijo que escribía para ayudarse a pensar y
que no quería publicar. Sin embargo, unos amigos le robamos textos suyos y
aparecieron en la Colección Cuadernos del Plata, de Alfonso Reyes. Pero él no
tenía ningún interés. Vivía pensando y podía haber dicho como Bernard Shaw
cuando le preguntaron qué deporte, qué diversión había en su vida, él contestó:
“Pensar”. Yo creo que Macedonio había leído poco pero había pensado esas
perplejidades que llamamos, no sin ambición, la metafísica, la filosofía, la
psicología… lo que fuere.
Y todos nosotros sentíamos esa felicidad de haber nacido en
la misma época, en la ciudad de él, en el ambiente de él. Tengo el mejor
recuerdo de Macedonio.
A mí me dijeron, me avisó Mujica Láinez, que Macedonio había
muerto, entonces yo fui a la Recoleta y hablé. Ahora, Macedonio pensaba que la
muerte corporal no tiene ninguna importancia. Yo conté algunas anécdotas de él,
la gente se rio. Y cuando salimos, Mujica Láinez me dijo: “haz hecho algo que
nadie ha hecho antes”. ¿Qué he hecho?, le dije. “Bueno, has hecho que la gente
se ría en la Recoleta”. Y vuelvo otra vez al Japón (parece que no puedo dejarlo
al Japón): cuando estuve en templos de la enseñanza del Buda noté algo que no
había notado en ningún país: que la gente en los templos se ríe; hacen bromas,
se sienten felices, no hay un silencio reverencial; eso me pareció muy grato,
el hecho de que la religión alegrara.
Bueno, creo que Macedonio Fernández es uno de los hombres de
genio que ha dado este país. Y si tuviera que mencionar a otro pensaría en
aquel poeta tan desparejo que ha escrito… bueno (los peores versos de la lengua
castellana, pero también los mejores) pensaría en Almafuerte, ¿y los demás?,
quizá Sarmiento fuera una excepción, los demás fueron hombres de talento pero
no hombres de genio, pero también tendría que mencionar aquí al grabador
Alejandro Xul Solar, en fin, y me es muy grato oír el nombre de Macedonio aquí,
ya que no pasa un día sin que yo lo recuerde.
—Usted mencionó el amor. ¿Qué es el amor para Borges?
—Es algo tan esencial que yo no podría definirlo sin
diluirlo en palabras. Yo creo que siempre estuve enamorado; parece ridículo que
a mi edad yo diga eso, pero la verdad es que el amor me acompaña. El amor y la
amistad. Y compruebo —y esto me alegra— que no he sentido odio en mi vida.
Cuando yo era chico me enseñaron el odio de mi lejano pariente Juan Manuel de
Rosas, y creí odiarlo. (…).
Hay cosas, desde luego, que pueden dolerme pero trato de
olvidarlas. Bergson dijo que la memoria es selectiva. Posiblemente mi memoria
sea falsa ya que mi padre, profesor de psicología, me dijo que cada vez que
recordamos algo lo modificamos siquiera ligeramente. (…)
Decía que si yo quería recordar algo lo mejor era olvidarlo
y de pronto nos llega. Cuando uno piensa mucho en las cosas, va modificándolas
en la memoria, que está hecha, supongo, de olvido en buena parte.
En este momento me siento lleno de amistad, de amor, y
espero seguir así hasta el momento —espero no muy lejano— en que yo muera, ya
que he cometido la indiscreción de cumplir ochenta y seis años.
Y la muerte, que también es una esperanza, puede tener sus
sorpresas. Yo creo que no, espero ser borrado por la muerte, pero si hay otra
vida después, la aceptaré como he aceptado a ésta… (aplausos) Uno se va
acostumbrando a todo, a la vida, a la muerte, al dolor físico incluso…
(aplausos)
—Borges, usted habló de Macedonio diciendo que él creía en
la inmortalidad y después habló de la muerte. ¿Qué piensa usted de la
inmortalidad?
—Yo la aceptaría a condición de olvidarme de esta vida.
Olvidarme sobre todo de un escritor sudamericano llamado, creo, Jorge Luis
Borges. Veo la muerte como una esperanza, o de anulación de otras aventuras
quizá no menos extrañas que ésta.
Qué raro estar en un cuerpo, qué raro vivir sucesivamente en
el tiempo. Bueno, toda la vida de uno es rara y todo eso parte (como decía
Aristóteles, creo), la filosofía parte del asombro de ser. Simplemente de ser,
no sólo de ser en tal condición o en tal época, o en tal región del planeta.
Simplemente el asombro de ser y de saber que uno es. Supongo que los animales,
por ejemplo, son pero quizá no sepan que son. Pero en nosotros se da ese hecho
raro de ser y de saber que somos. Y de esa dualidad sale toda la filosofía,
supongo.
—El sonido de las palabras, ¿nos ayuda o nos desvía de su
contenido?
—Yo no sé si puede hacerse esa separación. Yo diría que cada
palabra es un ser, es una entidad y posiblemente no haya sinónimos. No estoy
seguro; voy a elegir un ejemplo muy simple: no estoy seguro de que la palabra
luna sea exactamente equivalente a la palabra moon en inglés, o lune en
francés. Pero quizá “moon” y “lune” estén más cerca porque son monosílabas,
pero quizá… cada palabra sea un ser. Por eso creo que es imposible de traducir
la poesía. En cuanto a mí, cada vez que yo leo una versión mía en cualquier
idioma digo, ¡caramba!, qué buenos versos, ojalá yo los hubiera escrito.
—Entre el verso y la prosa, ¿cuál de esas dos formas de
escritura es la más diferenciada y mejor vehículo para la palabra?
—Yo creo que ambas, pero eso no depende del escritor, yo
creo que cada tema le dice al escritor si quiere ser expresado por medio del
verso libre, de las formas clásicas, de la estructura italiana, del soneto, o
de la prosa. Ahora, Stevenson pensaba que la prosa viene a ser la forma más
compleja del verso. Mallarmé dijo: desde el momento en que cuidamos lo que
escribimos, versificamos. El argumento de Stevenson era éste: si uno tiene una
unidad métrica (por ejemplo, el verso octosílabo del romancero y de los
payadores) basta repetir esa unidad para tener el poema; ahora, esa unidad
puede ser el verso alejandrino, o puede ser el hexámetro —un sistema de sílabas
largas y breves—, pero… si uno tiene esa unidad basta repetirla. En cambio, en
la prosa uno tiene que variarla continuamente, de un modo que sea grato (…).
Cuando yo empecé a escribir cometí el error que cometen casi todos los
escritores jóvenes: pensar que el verso libre es la forma más fácil. De hecho,
no lo es. Ahora, en apoyo de ese parecer de Stevenson que la prosa es la forma
más compleja del verso, tenemos un dicho de que no hay literatura sin verso,
pero hay literaturas que no han alcanzado nunca la prosa.
—La magia de las palabras, ¿está en la grafía, en el
sonido…?
—No, porque uno puede prescindir de la grafía. La grafía
viene mucho después. Yo diría que en el sonido y en las connotaciones de las
palabras, en el ambiente de las palabras (…). Yo diría que la poesía es, ante
todo, cadencia. Cuando yo empecé a escribir todos estábamos bajo el influjo de
Lugones. Él creía que la metáfora es un elemento esencial de la poesía. Y
Emerson dijo que el lenguaje es poesía fósil. Y él creía que el poeta tenía que
descubrir nuevas metáforas. Yo creo que no; hay ciertas metáforas esenciales
dichas con distintas sintaxis, con distintas entonaciones; con eso basta para
la poesía. Sin embargo, a veces se encuentran metáforas nuevas; entonces, todo
se viene abajo.
—Borges, ¿por qué hasta ahora no ha escrito novela?
—Porque para escribir novelas es preciso ser un lector de
novelas y yo he leído pocas novelas en mi vida. Además, creo que es imposible
escribir una novela sin ripio. Sin embargo,
he leído el Quijote. Y luego, si tuviera que nombrar un novelista sería
Conrad; en sus novelas hay algo épico que no encontré en otros autores. Y luego
Dickens. He fracaso en muchas novelas famosas; he tratado de leer La guerra y
la paz, Crimen y castigo que me han emocionado, pero he fracasado con Flaubert,
Sartre, en fin, tantos. En cambio, creo que el cuento puede ser esencial, puede
ser legislado por el autor. Un autor puede tener en su mente todo un cuento
pero no una novela, porque ésta se escribe y se lee sucesivamente. La novela es
algo que apenas podemos divisar de lejos. Por eso creo que es imposible una
novela sin ripio, pero un buen cuento —un cuento de Kipling por ejemplo—, puede
no contener ningún ripio, que yo sepa.
No he escrito novelas porque para mí —yo… yo soy un hombre
tímido— entrar en una novela es como entrar en una habitación con cien
personas; me siento un poco mareado, un poco perdido, y luego tengo que
conocerlas, tengo que averiguar quiénes son, tengo que saber los parentescos,
las relaciones que tienen… todo eso me da mucho trabajo. En cambio, el poema o
el cuento se ofrecen inmediatamente y no exigen esfuerzo.
—Borges, a Don Quijote, ¿podemos llamarlo literatura
psicológica?
—Bueno, yo creo que literatura ya es bastante algo, ¿por qué
agregarle un epíteto?
(…)
—Muchos autores, dentro de la literatura universal han
dejado expresados sus sueños y una interpretación de esos mismos sueños. ¿Hay
una manera unívoca de interpretar esos sueños? ¿O existe la posibilidad de que
la interpretación cambie?
—No, yo creo que no, felizmente. De igual modo que cada
texto es capaz de un modo indefinido de lecturas, cada texto se renueva cada
vez que lo leemos. Yo imaginé una literatura que constara de una sola palabra.
Y esa palabra sea interpretada de diverso modo por las generaciones, pero
claro, es simplemente una broma.
—Gershon Sholem explica la aparición del doble en los
hebreos como la certidumbre de haber alcanzado el estado profético…
—Ese tema del doble es capaz de varias interpretaciones. En
Escocia lo llaman el fetch, es decir, el que busca a un hombre para llevarlo a
la muerte, y es un tema que recorre la obra de Stevenson. Para los hebreos no;
si uno se encuentra consigo mismo, uno ha dado con la verdad. Esto vendría a
ser una idea parecida al poema del Simur que conocemos, ese poema persa en el
cual hay sesenta pájaros que buscan a su rey y cuando lo encuentran, en una
isla o en una montaña, el Simur es todos los pájaros. (…). Ahora, supongo que
la idea del alter ego, del otro yo, le fue sugerida a Pitágoras por los espejos
del agua o del cristal. La idea del doble tiene que tomar partida en esa imagen
física, pero tiene tantos valores ahora. (…) En alemán vendría a ser el doble
que camina a nuestro lado, lo cual es más terrible. En castellano es doble,
simplemente.
—En los escritos suyos se suele percibir dos aspectos, uno
que puede estar relacionado con Borges persona, y otro que se percibe que no es
suyo…
—Evidentemente, lo que no es mío no es mío, sino de los
autores que he leído, ¿sí?
—Lo que le pregunto es si usted distingue eso que trasciende
lo mero personal, esa segunda escritura que no es suya y que se percibe allí.
—Es que yo pienso que, si un escritor escribe lo que se ha
propuesto y nada más, no tiene ningún valor su escrito. Lo importante es lo que
el escritor escribe sin saber (…). Lo que el escritor se propone suele ser
mínimo; por ejemplo, Cervantes quiso hacer una parodia de las novelas de
caballería, y ahora si recordamos esas novelas recordamos el Quijote. El
propósito puede ser un estímulo ocasional, pero conviene que lo que se escriba
vaya más allá del propósito del escritor. Yo descreo de la literatura
comprometida. Pero esa literatura puede ir más allá de la intención del autor.
Por ejemplo, a mí personalmente no me interesa el concepto de democracia, pero
sin él Whitman no habría escrito sus Hojas de hierba, lo cual sería una
lástima, y ese estímulo puede ser ocasional y esa literatura comprometida puede
llegar a ser literatura, lo cual es más, desde luego. Yo descreo de la
mitología cristiana y de la mitología pagana de Dante, pero sin esa mitología
no tendríamos su obra y seríamos mucho más pobres. La teología y la mitología
fueron instrumentos necesarios para que Dante dejara su obra, que vive más allá
de sus opiniones teológicas o de sus creencias mitológicas.
—Yo pienso que se ha perdido, que hemos perdido la capacidad
del asombro…
—No, yo creo que no. En cuanto a mí, yo sigo asombrado a
cada instante. En Chesterton se trataba de eso, de seguir dice… dice… los
hombres envejecen para el amor, los hombres envejecen para la mentira, pero no
para asombrarse, y a mí —dice— sigue asombrándome ver surgir la enorme noche,
una nube mayor que el mundo y un monstruo hecho de ojos —no lleno de ojos, sino
hecho de ojos—. Bueno, era un hombre viejo y seguía asombrándose…
—¿Cómo se puede recuperar esa capacidad, Borges, que usted
dice que no, pero que yo creo haber perdido?
—Pero cómo… ¿usted no sigue asombrándose? A mí todas las
cosas me parecen raras, por ejemplo el hecho de que haya minerales, de que haya
plantas, de que haya animales, de que haya personas, de que exista más o menos
un pasado, de que exista el porvenir. Sobre todo, el momento presente. Todo eso
está interrogándome y yo estoy interrogándolo a usted también. Yo considero muy
triste el no asombrarse de que estén las cosas. Bueno, yo asistí a un juicio
oral hace poco, y lo más terrible era el hecho de que quienes estaban
declarando habían sufrido castigos corporales, se habían —digamos— acostumbrado
a ese infierno… hablaban de los tormentos, hablaban de la picana eléctrica y
sin asombro habían aceptado su infierno. Es decir, bueno… como aceptaban los
demonios de quienes lo infligían también. Es un hecho terrible que alguien no
se asombrara. Porque para mí el dolor físico es siempre un milagro; un milagro
atroz, pero un milagro. Y el placer también es un milagro. Luego, el diálogo es
un milagro, y los hábitos del tiempo, las estaciones, el hecho de que haya
alba, aurora, mediodía, anochecer, noche… todo eso sigue asombrándome y creo
que a todas las personas, porque es imposible que no ocurra eso.
—Borges, usted dijo que nunca sintió odio en su vida. ¿Qué
sentimiento lo invadió cuando presenció una de las audiencias del juicio
público a los ex comandantes?
—No ciertamente odio; no porque no creo en el libre albedrío.
Sentí lástima. Lástima por las víctimas y por los verdugos también. Es que los
vi igualmente perdidos a todos. Pero odio no; claro que esa es una pobreza de
la que sin duda el odio es una fuerza, pero yo por lo tanto a esta edad soy
incapaz de odio. De desagrado sí. (…)
—¿Qué es para usted la comunicación? ¿Piensa que es posible
la comunicación entre los hombres?
—Sí, creo además que es un hecho continuo, que nos
comunicamos no a través de las palabras, por medio de las palabras, sino a
pesar de ellas. Creo que uno siente continuamente la amistad, la bondad, la
indiferencia, la hostilidad y también la inteligencia o la estupidez de los
otros. Eso se siente inmediatamente, más allá de lo que digan. Continuamente
estamos comunicándonos. (…)
El hecho de estar en Córdoba es algo que yo siento como algo
distinto de estar en Edimburgo, en Egipto, o de estar en Francia. Entonces creo
que uno continuamente está recibiendo mensajes y está también emitiéndolos, más
allá de los sentidos. Creo que la idea de que el conocimiento nos llega a
través de los sentidos es un error; creo que nos llega de un modo más sutil y a
pesar de los sentidos. Desde luego es un hecho tan inexplicable como el mundo,
bueno… como el universo.
—¿Qué significan los niños en la vida de Borges?
—A partir de los cuatro o cinco años los niños empiezan a
ser mágicos. Voy a contar una anécdota que he contado muchas veces. Teníamos el
hábito en casa de contarnos los sueños. Yo estaba hablando con un sobrinito
mío, Miguel, en el pueblo de Adrogué, que queda al sur de Buenos Aires. Y yo le
dije que me contara qué había soñado, esa mañana. Entonces él me dijo: “Sí, yo
estaba perdido en un bosque pero vi una casita blanca de madera, llegué a la
casa, tenía un corredor que daba toda la vuelta, unos escalones. Yo subí, llamé
a la puerta y saliste vos que estabas con un libro en la mano”. Luego se
interrumpió y me dijo: “Decime, ¿qué estabas haciendo con ese libro?”. Entonces
yo le dije que había ido a la casa para buscar ese libro, y él siguió contándome;
no se dio cuenta de lo espléndido de ese hecho: la confusión de la vigilia y lo
que llamamos la realidad, siendo ambas este (…) sueño, siendo ambas reales.
Ahora, un ensayista, Ann Roland, decía que todos somos niños de genio más o
menos hasta los diez años, pero que ya después vamos a la escuela, perdemos
nuestra genialidad, queremos ser como todo el mundo, nos enseñan una serie de
opiniones…
—Acá hay otra pregunta, Borges: ¿Qué es el poder?
—Algo que no he ansiado nunca. Si me dieran la suma de los
poderes, renunciaría enseguida. Es algo terrible realmente, sólo un
irresponsable puede buscarlo. Si yo pienso que he gobernado mal mi propia vida
(estoy arrepentido de casi todo lo que he hecho), si tuviera que gobernar otras
vidas, bueno… sería el matete, si me permiten esa palabra criolla. (…). Me
parece raro que alguien pueda desearlo; me parece inconcebible. Es más raro un
político, bueno… que un centauro, digamos, ¿sí?
—¿Cómo definiría el arte?
—Mi hermana Norah, decía “el arte de dar alegría por medio
de formas y colores”. Claro, es una definición como otra cualquiera. Ahora, en
mi caso no sé si puedo dar alegría, pero puedo dar curiosidad, quizá cierta
ansiedad… que puede no ser ingrata. Pero no sé si las definiciones importan,
creo que lo elemental no puede definirse; es como si tuviéramos que definir el
sabor del café. (…) No podemos.
—¿Cree usted que el amor puede curar la locura?
—Y… esperemos que sí, pero… yo no sé si puedo hablar de la
locura. Ahora, es raro que personajes famosos de la literatura sean locos, como
“Alonso Quijano”, que se creía Don Quijote, o Hamlet… Es raro que esos
personajes sean locos, y no requieran reclusión. Es un hecho, una perplejidad
que siento en este momento. Y nada más. No sé nada de los poderes curativos del
amor.
—Apartándonos apenas de la temática, ¿Borges teme la locura?
—Sí, la he temido muchas veces. Me consuelo leyendo la
biografía de Johnson. Hay una plegaria de Johnson en la cual él pide a Dios no
enloquecerse, y creo que realmente yo no sé si soy un hombre cuerdo, pero…
espero no estar loco. (…) Quizá si un hombre llega a cierta edad —y yo he
llegado más allá de cierta edad— está condenado a estar loco, ya que uno va
acumulando manías, locuras, supersticiones… Me enseñaron una bastante terrible
en Japón. Voy a comunicárselas a ustedes a ver si puedo librarme de ella.
Nosotros pensamos que el número trece es terrible (pensamos, claro en La última
cena), pero en Japón el número cuatro es terrible, por eso los hoteles tienen
primer piso, segundo piso, tercer piso, quinto piso, o si no —lo cual es un
énfasis— primero, segundo, tercero, tercer piso y medio, quinto…
Mi padre decía que los malos augurios no producen las cosas,
simplemente las anuncian. Por ejemplo, si hay trece comensales, eso quiere
decir que uno de ellos va a morir muy pronto, pero no se gana nada agregando un
decimocuarto comensal, porque el anuncio ya ha sido dado. De igual modo, si yo
cometo un acto cuatro veces seguidas, ya he recibido el anuncio, y es inútil
que cometa cinco, o seis. Bueno, en fin… siento haberles dado esta mala noticia
del poder maléfico del cuatro, en la que no creo, o trato de no creer porque no
creo estar completamente loco.
—¿Cree en Dios? ¿Qué piensa de la religión, en general?
—Creo en Dios. No como un ser personal, pues eso me resulta
imposible; pero creo que hay un propósito ético en el mundo. Ético e
intelectual, estético. Stevenson —a quien vuelvo continuamente— creía que el
universo está regido por una ley moral y creía que, por ejemplo, un rufián, un
tigre, una hormiga, sabían que hay cosas que no deben hacer. Eso estaría de
acuerdo con el budismo, según el cual cada vida está determinada por la vida
anterior, la anterior por la anterior y así literalmente, de modo infinito
hacia atrás. Vendría a ser la telemoral. Hay budistas que creen que si hay, por
ejemplo, grandes desiertos en el mundo, esos desiertos corresponden a pecados
cometidos por los hombres, y si hay regiones hermosas, praderas, mares y ríos,
eso corresponde a la virtud. De modo que todo el universo sería obra de la
ética. No sólo de la conducta de un hombre, sino de la conducta de un zorro o
de un pez. Si alguna vez fuimos un zorro o un pez, según la teoría de la
migración.
—Borges, usted demuestra en sus obras un gran dominio, y un
conocimiento profundo del ocultismo…
—No, no…
—…y sobre el esoterismo en general. La pregunta es: ¿Qué
relación tiene o tuvo usted con estos temas, fue miembro o es de alguna secta
esotérica?
—La verdad es que no soy miembro de ninguna secta esotérica.
Perdóneme. Que yo sepa, a lo mejor soy un miembro secreto, claro. Hay una
superstición judía según la cual hay en el mundo en este momento treinta y seis
hombres justos. Esos treinta y seis son los que mantienen el mundo. Cuando uno
de ellos muere, es reemplazado por otro, y si piensa que él es uno de ellos, ya
pierde su poder. Es decir, esos treinta y seis son los pilares del mundo, y en
este momento existen y no sospechan que lo son, y justifican el mundo ante la
dignidad. Es una creencia de los cabalistas, creo.
—De alguna manera esos hombres a los cuales usted alude,
¿estarían conjurando?
—Estarían conjurando sin darse cuenta, desde luego. Serían
benévolos. Conjurados sí, salvadores, mesiánicos.
—¿Es posible que exista un pensamiento latinoamericano y, en
especial, un pensamiento argentino?
—Yo creo que es demasiado amplio eso. Puede existir un
pensamiento individual; desde luego, pero un pensamiento colectivo no sé si
puede existir, menos que abarquen un continente. Me parece muy difícil, pero
pensamiento individual, desde luego; yo mismo creo que pienso.
—¿Piensa que una vida alcanza para dilucidar la existencia
de Dios?
—No, por eso creo en la transmigración; se necesitan varias
vidas. Sería temerario llegar a una solución en esta vida. Mi padre era
agnóstico; cuando alguien le hablaba de otra vida o de Dios, él decía: “Bueno,
en otra vida hablaremos de este tema”.
—Borges, aquí hay una afirmación y una pregunta. En su obra
se observa mayor contacto con la literatura inglesa, no así con la literatura
francesa. ¿Hay una razón para esto?
—Hay la razón del hábito, pero yo creo que prescindir de la
literatura francesa sería peligroso. Además, esas dos literaturas se han
beneficiado mutuamente. Por ejemplo, Voltaire le debe mucho a Swift, y éste a
muchos franceses, sin duda. Ese comercio ha sido continuo. Yo no creo que a uno
deba gustarle una cosa contra la otra. Una vez escribí un poema a Francia y
alguien me dijo: “Yo creí que usted era amigo de Inglaterra”. Pero, desde
luego, de Inglaterra, y de Francia y ojalá de todos los países hasta donde
pueda alcanzar mi conocimiento… Pero, yo pienso en Francia, en Montaigne, basta
mencionar a Voltaire, y a Hugo, y a Verlaine… Uno solo de esos bastaría para
justificar una literatura. Es tan vasta la literatura francesa que por eso es
peligroso hacer listas, se notan las omisiones y no las inclusiones.
—¿Qué le diría Borges a la juventud argentina de hoy?
—Que el porvenir depende de ellos. Y “de ellos” es demasiado
vago. Más bien de cada uno de ustedes. En cada uno de ustedes está la salvación
no sólo de la patria, sino del mundo quizá. ¿Por qué no? Seamos infinitamente
responsables. (aplausos)
—¿Cree usted en el futuro de Occidente?
—Bueno, ante todo es tan vago eso de Occidente. Yo creo que
el Occidente está hecho de Grecia, pero ya en Grecia está el Oriente, ya que
Pitágoras debe mucho a los hindúes, por ejemplo. Y, además, si ahora decimos el
Occidente habría que pensar ante todo en dos países: en Grecia y en Israel,
desde luego, e Israel es el Oriente; no sé hasta dónde vale esa división. Creo que
todos, después de Grecia y después de la Biblia, y antes, a través de Herodoto
—cuando habla de Egipto—, Marco Polo, Las mil y una noches, la obra de Kipling.
Pero yo creo que es una lástima que Europa haya perdido la hegemonía en esas
dos guerras civiles que fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. (…).
Todos nosotros somos europeos en el destierro. Al decir esto pienso en Canadá,
en los Estados Unidos y en Sudamérica también, y una prueba de ello es que aquí
estamos hablando un ilustre dialecto del latín que se llama idioma castellano.
Y en los Estados Unidos hablan inglés que no es ciertamente un idioma
americano. Tenemos que ser dignos de todo ese influjo, de toda esa herencia que
es la cultural occidental que tiene, por lo menos, una mitad oriental.
—¿Qué consejo le daría a un joven que comienza a escribir?
—El consejo que me dio mi padre hace tantos años: que sólo
escribiera cuando sintiera necesidad íntima de hacerlo, y que no pensara en
publicar. Emily Dickinson pensaba que publicar no es parte esencial del destino
de un escritor; pero yo creo que si uno escribe cuando algo insiste en que uno
lo escriba, ese resultado puede no ser desdeñable. La idea de sentarse a
escribir algo me parece un error; querer buscar un tema también. Hay que dejar que
los temas nos busquen y nos encuentren, y hay que tratar de ser dignos de los
temas. Pero proponerse un tema, decir: “esta tarde voy a escribir un soneto”,
me parece absurdo.
—Borges, ¿qué opinión le merece la creciente liberación
femenina?
—Bueno, agradezco muchísimo que me haya preguntado eso. Yo
soy feminista, desde luego. Y creo —como toda persona que no está loca, o cree
no estarlo— (aplausos) que uno espera mucho de las mujeres. Creo que las
mujeres por lo general son mucho más sensatas que los hombres, y también, más
sensibles, (aplausos) pero sobre todo más sensatas (aplausos). Las mujeres son
sensatas, y también te aplauden, confirma la teoría.
—¿Qué piensa de la psicología, en un sentido amplio? ¿Y qué
de la terapia psicológica?
—Mi padre decía que la psicología era una ciencia futura.
Quién sabe si hemos llegado todavía… Claro, él descreía de la psicología
anterior, sí.
—¿Cuál es para usted el sentido mítico de la vida?
—Yo creo que el mito no es menos real que lo que llamamos
realidad. El mito es una fábula que leemos en cierto modo con cierta
reverencia, y el mito es necesario ya que no podemos sin mitos, o soñar sin
mitos. Pero es tan misteriosa la vida que todo es posible, hasta una
explicación mítica de la vida, que es la que han buscado los hombres en la
religión, por ejemplo, y en raciocinio también.
—¿Existe un tema sobre el cual no haya podido escribir? En
el cuento “El libro de arena”, ¿de dónde surge la idea del infinito?, ¿sólo de
su imaginación, ¿qué representa para usted?
—No, ese cuento pertenece a una serie de cuentos en los
cuales hay un objeto precioso que después resulta fatal. Por ejemplo, Funes
tiene una memoria infinita y muere abrumado por ella. En “Zahir” hay un objeto
inolvidable que mata a quien está pensando continuamente en él. En “El libro de
arena” hay un libro infinito que está a punto de enloquecer a su poseedor y él
lo pierde en la Biblioteca Nacional, pero es el mismo cuento, la idea de un
objeto precioso que finalmente resulta terrible, de algo que parece un don pero
que realmente es un castigo. (…) Son de hecho el mismo cuento. Diversas
versiones del mismo levemente disfrazado.
—Lo que expresa el lenguaje, ¿podría ser expresado por otro
medio?
—Quizá sea expresado por la música, ya que sabemos por Pehiteers
que todas las artes aspiran a la condición de la música. Yo soy un sordo
musical, desgraciadamente, aunque me gusta la música popular, sobre todo los
blues, los spirituals, la milonga… Pero creo que quizá el arte supremo sea la
música. (…).
—Borges, aquí se le pide que dé definiciones…
—No, no, no. No puedo dar definiciones. ¿De qué? Las cosas
se intuyen o no se intuyen. No creo en las definiciones. Definiciones pueden
darse de lo artificial. Podemos definir… no sé, qué es un Congreso, qué es una
Constitución, pero no podemos definir el amor, el sabor del té, una música…
—¿Usted considera que la etimología sea una forma de la
metafísica?
—Es… más bien una serie de aventuras de la palabra, pero
esas aventuras son interesantes. Yo recordaba hoy, la palabra Caribe. Ahora, de
caribe han salido dos palabras famosas en todo el mundo: caníbal, antropófago,
y Calibán el personaje. Hay otras etimologías raras. Tenemos la palabra blanco
en castellano —es obvio lo que significa— y la palabra black en inglés, que
curiosamente proceden de una misma raíz. Todos saben que black significa negro.
Pues bien, esa palabra al principio significó lo que no tiene color, y en
inglés se corrió para el lado de la sombra: black, negro. En castellano, y en
francés, y en italiano y en portugués se corrió para el lado de la claridad y
ahora quiere decir blanco. Una curiosa aventura de las palabras. (…). Hay una
palabra muy desagradable, la palabra náusea, y sin embargo esa palabra tiene un
origen noble; procede de navis, o nawis, porque uno siente náusea cuando está a
bordo, de igual modo que mareo tiene su origen en el mar. Navis, entonces dio
naval, en latín, náutico y la palabra que ningún escritor usaría nunca porque
es muy desagradable: náusea, pero este es el origen.
—¿Le hubiese gustado ser un hombre de arrabal…?
—No, no…
—¿O acaso menos instruido? ¿O tal vez un personaje
fantástico, ya que se arrepiente de todo lo que ha hecho?
—No. Creo que ya soy bastante bárbaro para desear serlo más
para enriquecer mi ignorancia; no. Cuanto más sepamos y más sintamos, mejor.
Ser un hombre de arrabal me parece triste. Pero esta época fomenta la barbarie.
Quizá seamos bárbaros todavía, pero debemos tratar de no serlo. Cuanto más
pensemos, cuanto más leamos, mejor. Pero buscar la barbarie, lo pintoresco, la
acción… buscar meramente eso me parece un error.
—Aquí le preguntan, ¿qué le falta a Borges para ser un
escritor popular?
—Yo creo que, desgraciadamente, soy un escritor popular.
Fuente: Plural
Revista Cultural de Excelsior
Fuente: Socompa
- Fotos: Rafael Calviño
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