Las numerosas y complejas conexiones de Borges con el
judaísmo.
Por Moshé Korin
Borges llegó a afirmar, parafraseando a Paul Valéry
(1871-1945), que la Historia
de la literatura podría escribirse sin mencionar a un solo autor; debería ser la Historia del Espíritu
como productor y consumidor de literatura. Lo creado disuelve al creador; el
gran Libro trasciende a los hombres. La escritura literaria es, ante todo,
Escritura; la creación es un hecho sagrado: acontece en una dimensión temporal
que no es la de los hechos sociales. La inteligibilidad que tiene Borges de la
literatura no puede ser más hebrea.
Las conexiones de Borges con el judaísmo son numerosas y
complejas. La presencia de motivos judíos o hebreos en los textos de Borges,
tanto en lo referente a su contenido como en lo que respecta a la estructura,
es bien conocida por sus lectores. No sucede lo mismo en cuanto a sus
vinculaciones personales y profesionales con instituciones de la comunidad
judía e incluso con el Gobierno de Israel, de quien fuera invitado en 1969:
Pasé diez días muy emocionantes en Tel Aviv y Jerusalem... Volví
con la convicción de haber estado en la más antigua y en la más joven de las
naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido
del mundo.
Durante la
Guerra de los Seis Días, Borges tomó partido por Israel, sin
duda porque lo fascinaba el carácter casi fabuloso y épico de la empresa
guerrera que había encarado la joven nación: ante los bríos de esa tierra que
germinaba en proyectos, se entiende que la suya propia se le apareciese como un
rincón adormecido.
El entusiasmo de Borges por la Israel guerrera lo llevó a
escribir dos poemas, uno al calor de la batalla:
¿Quién me dirá si estás en el perdido
Laberinto de ríos seculares
De mi sangre, Israel?
...
Salve, Israel, que guardas la muralla
De Dios, en la pasión de tu batalla.
(A Israel, 1967)
Escribe otro, una semana más tarde, coronando la victoria
israelí:
Un hombre condenado a ser el escarnio,
la abominación, el judío,
un hombre lapidado, incendiado
y ahogado en cámaras letales,
un hombre que se obstina en ser inmortal
y que ahora ha vuelto a su batalla,
a la violenta luz de la victoria,
hermoso como un león al mediodía.
(Israel, 1967)
Y en 1969, año en que visita Israel invitado y homenajeado
por el gobierno, nos regala aquellos versos que no pueden ser más justos, con
la pasión contenida tan propia del rigor borgeano:
Serás un israelí, serás un soldado,
Edificarás la patria con ciénagas; la levantarás con
desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.
Una sola cosa te prometemos:
tu puesto en la batalla.
(Israel, 1969)
Borges cultivó grandes amistades con judíos. Su relación con
Bernardo Ezequiel Koremblit hizo que acostumbrara trabajar durante casi dos
años en la sede de la
Sociedad Hebraica Argentina. Había culminado su ciclo como
director de la
Biblioteca Nacional, y el despacho de Koremblit lo aislaba
convenientemente de los importunos, de los ruidos y del trajín que a menudo
perturban el trabajo. Llegaba cerca de las tres de la tarde, a diario, para
dictar, escuchar lecturas, preparar conferencias, artículos, libros, y se
marchaba alrededor de las seis y media. Es conocida la implacable rutina de
Borges en sus tareas.
En una ocasión en que el escritor no pudo asistir a una
reunión a la que lo había invitado el Instituto de Intercambio Cultural y
Científico Argentino Israelí, envió estas líneas afectuosas:
Queridos amigos:
No me perdono mi inevitable ausencia. Quiero repetir que de
algún modo estoy con ustedes, íntimamente, esencialmente. Sólo nos alejan las
circunstancias, que son, según se sabe, ficciones.
Un perdurable abrazo.
Jorge Luis Borges.
Las circunstancias a que se refiere Borges en estas líneas
son las de un inevitable viaje. Sin embargo, hay otra lectura posible: que la
ficción a que alude sea su realidad no judía, una mera circunstancia actual que
él se va a encargar de refutar a lo largo de su vida y de su obra. Durante
mucho tiempo, Borges indagó en su genealogía la presencia de algún antepasado
judío. Estaba convencido de que a través de la línea materna, la de los
Acevedo, su sangre se encontraba con un pasado sefardita. Se amparaba en una
referencia de Ramos Mejía, quien en Rosas y su tiempo demuestra que todos, o
casi todos los apellidos principales de la ciudad, por aquel entonces,
procedían de cepa hebreo-portuguesa, y enumera entre ellos el de los Acevedo.
Si la línea materna lo filiaba al judaísmo, tal como
corresponde a la tradición, por el lado de la sangre, la línea paterna lo
filiaba por el lado de la letra:
Yo llegué muy pronto a venerar a la cultura hebrea porque
una de mis abuelas era inglesa y sabía la Biblia de memoria. Alguien citaba una sentencia
bíblica y ella daba inmediatamente el capítulo y el versículo... la Biblia entró en mí muy
tempranamente.
Borges nunca dejó de subrayar la deuda que la literatura
occidental tiene con la cultura hebrea. Reconocer esa deuda en su propia
literatura, lejos de pesarle lo enorgullecía. Según José Luis Najenson, Borges
no era judío ni cabalista, pero envidió ambas pesadas cargas con afán. La
mística judía ejerció en él fascinación; estudió con detenimiento a Guérshom
Schólem, a quien llamó maestro, y se jactaba de haber sido "el primero y
muy imperfecto traductor de la obra de Martín Búber". Es conocida la
relación de profundo respeto y admiración que Borges tenía con Rafael Cansinos Assens
(escribió el libro "El candelabro de los siete brazos"), a quien
consideraba otro de sus maestros.
La escritura: cifra del mundo.
La Cábala
constituye uno de los motivos centrales en la identificación de Borges con el
judaísmo. Como si fuera el Aleph de la propia obra del escritor, este motivo
irradia y justifica los otros, entre ellos, su admiración ante el culto hebreo
por el Libro. Leer un libro, hablar de un libro, recordar un libro, era para él
una experiencia fabulosa:
En un libro sagrado son sagradas no sólo sus palabras sino
las letras con las que fueron escritas. Ese concepto lo aplicaron los
cabalistas al estudio de la
Escritura... El Espíritu Santo condescendió a la literatura y
escribió un libro. En ese libro, nada puede ser casual. En toda escritura
humana hay algo casual... El curioso modus operandi de los cabalistas está
basado en una premisa lógica: la idea de que la Escritura es un texto
absoluto, y en un texto absoluto nada puede ser obra del azar.
(Conferencia sobre la Cábala)
Borges, como los cabalistas, consagró su obra a la tarea
infinita de develar el secreto cósmico de la Creación. Pero
justamente el carácter imposible de esa empresa era lo que lo fascinaba:
sostenía que los cabalistas no habían escrito para facilitar la verdad, sino
para insinuarla y estimular su búsqueda.
La
Escritura como cifra del mundo y la lectura como
desciframiento, son los ejes de la obra de Borges. Esos motivos reaparecen en
dos dimensiones a lo largo de su literatura. Por un lado, se podría decir que
la fundan, por cuanto en ellos el escritor – como los cabalistas, otros
escribas- encuentra la justificación de su oficio; por otro, constituyen las
temáticas predilectas con las que Borges imagina sus argumentos literarios.
En La
Biblioteca de Babel, encontramos un número infinito de libros
con el mismo formato: cada libro consta del mismo número de páginas, cada
página del mismo número de líneas y cada línea del mismo número de caracteres.
El significado de cada una de esas obras es impenetrable; la lengua,
desconocida.
El motivo reaparece en El milagro secreto. Jaromir Hládik,
erudito de Praga, sueña con la
Biblioteca del Clementinum. "¿Qué busca?", le
preguntan. "Busco a Dios... Dios está en una de las letras de una de las
páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum".
El tema retorna otra vez en "La muerte y la
brújula". Estamos ante el único relato de la literatura mundial basado en
los datos de la Cábala.
Tres asesinatos han sido cometidos. En cada ocasión aparece
en el lugar del crimen una hoja de papel con la sentencia: la primera, luego la
segunda, después la tercera "letra del Nombre ha sido articulada".
El detective Lönrot, instruido en la literatura cabalística,
intenta penetrar el misterio. Descubre que los lugares donde fueron cometidos
los crímenes forman los tres vértices de un triángulo equilátero. Infiere que
el cuarto crimen ha de corresponder a la cuarta letra del Nombre, y que tendrá
lugar en el cuarto punto del rombo virtual reconstituido. La deducción es
perfecta, pero Lönrot queda atrapado en el borde imposible de su razonamiento:
es él, en efecto, quien será asesinado.
Finalmente, en El Gólem, uno de los poemas más clásicos de
la lírica de Borges, el motivo de la creación asociado al carácter simbólico de
la escritura confluye en otro de sus tópicos predilectos, la figura del
regressus ad infinitum: el hombre que sueña y comprende con estupor que es a su
vez el sueño de otro (un dios); el jugador de ajedrez que es a su vez la pieza
de un juego Divino; la apertura en abismo que no tiene fin, como una galería
muda de espejos que se miran mirarse ... Borges elucubró así la imagen inútil,
inmóvil, incorruptible, secreta... de la eternidad.
El poema nos sitúa ante Judá León, el rabí de Praga, quien
se pregunta – para suscitar a su vez la pregunta de Borges sobre su propia
pregunta- al contemplar con estupor la criatura que acaba de crear:
¿Por qué di en agregar a la infinita
Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
Madeja que en lo eterno se devana
Di otra causa, otro efecto y otra cuita?
En la hora de angustia y de luz vaga,
En su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
Fuente : Delacole.com
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