Por Fernando García Ramírez
Sur se pensó y fue creada para difundir, mediante una
estricta selección de textos, la obra reciente de escritores argentinos y
extranjeros, textos de "ideas" y obras de ficción. Por ello, desde el
primer número, su directora Victoria Ocampo atrajo a las páginas de Sur a Jorge
Luis Borges, de 32 años, ya que contar con él "era tener en mano un as de
triunfo, un futuro pasaporte que nos daría acceso a la alta sociedad literaria
contemporánea", en palabras de Victoria. Borges colaboró en Sur 49 años,
de 1931 a
1980, con ensayos y notas, cuentos y reseñas, poemas y traducciones, con notas
sobre cine y valientes artículos sobre la guerra en Europa. En Sur Borges
publicó sus mejores cuentos, ensayos y poemas, es decir, varios de los mejores
textos literarios de este siglo en cualquier idioma. Este volumen reúne
únicamente los textos que Borges no recogió en sus libros, un total de 98. Un
auténtico banquete literario: 98 textos nuevos de Jorge Luis Borges.
Borges
desconfiaba, con razón, de la crítica literaria que se olvidaba del análisis de
los textos para destacar el "valor humano" de la literatura, esto es,
la literatura vista "como ejemplo de tal país, de tal fecha o de tales
enfermedades"; desconfiaba también de la crítica que reducía la obra a un
documento social: "La interpretación económica de la literatura (y de la
física) no es menos vana que una interpretación heráldica del marxismo o
culinaria de las ecuaciones cuadráticas..." Siguiendo a Schopenhauer,
desconfiaba de la historia; a Hume, del yo y sus naderías. Sin embargo, este
argentino escéptico se convirtió en el motor secreto de la literatura de su
tiempo, el nuestro.
Con los nazis en
París como telón de fondo, Borges escribió al final de una reseña de 1940:
"Cada mañana la realidad se parece más a una pesadilla. Sólo es posible la
lectura de páginas que no aludan siquiera a la realidad". Por eso, ese año
publicó —con Bioy y Silvina— la
Antología de la literatura fantástica y, en Sur, "Tlön,
Uqbar, Orbis Tertius"; de ese año es también el prólogo a La invención de
Morel, una llamada al orden en la invención. Para eludir la terrible realidad
de la guerra, optó por la fantasía, al caos opuso un orbe preciso de símbolos,
una literatura. Ese mismo año terrible, escribió al comienzo de otra reseña:
"Ignoro si la historia de la literatura inglesa es posible, ignoro si la
historia de la literatura es posible, ignoro si la historia es posible".
No la historia ni la guerra, lo único real era la literatura. Pero no la
literatura en general, sólo unos cuantos —intensos— momentos de ella. Para
Borges, "ese delicado juego de cambios, de buenas frustraciones, de
apoyos, agota para mí el hecho estético", ya que "la literatura es
fundamentalmente un hecho sintáctico". A Borges le interesaba la
intensidad literaria, lograda por medio de ese "delicado juego de
cambios", intensidad alcanzada por innumerables autores sólo en ciertas
piezas o momentos. Momentos más intensos que la realidad, "ya que están
obligados a ser más pobres", meros hechos sintácticos. Esa intensidad
buscaba Borges en la literatura, con esa vara medía a los autores que juzgaba.
No lo hacía a partir de una estética, porque desconfiaba de ellas, sino del
examen de sus mejores líneas. Para Borges, "la literatura es arte verbal,
es arte de palabras".
A pesar de esa
profesión de fe literaria ("no descubro otra pasión que la de las letras
ni casi otro ejercicio"), la historia, la guerra, seguía allí. Borges supo
enfrentarla: "Es posible que una derrota alemana —escribió en 1939— sea la
ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria sería la ruina y el
envilecimiento del orbe [...] Espero que los años nos traerán la venturosa
aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles". Al término del
conflicto, por su apoyo a la causa aliada, Borges fue orillado a dejar su
trabajo; la historia de nuevo se hacía presente, esta vez bajo la forma de la
tiranía: "las dictaduras fomentan la opresión —escribió en 1946—, el
servilismo, la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez
[...] Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del
escritor". Capaz del éxtasis ante un verso afortunado, persa o sajón,
Borges quiso pero no pudo cerrar los ojos ante las pesadillas del siglo.
Al lector de las
Obras completas publicadas por Emecé, ¿qué le ofrece este volumen? Generosos
ensayos sobre autores sajones (Chesterton, Shaw, Kipling, Twain, Whitman) y
latinos (Groussac, Reyes, Unamuno, Lugones, Macedonio), espléndidas
traducciones de Langston Hughes, Lee Masters, Delmore Schwartz y Ponge, un
poema ("Variación") no recogido antes en libro, sentencias y un
puñado de excelentes consejos literarios. Borges propendía a la sentencia
("No sólo dicha quiere el hombre sino también dureza y adversidad";
"Más revelador que sus actos puede ser el aire de un hombre"), pero,
según cuenta él mismo, el trato con Bioy Casares le fue quitando esa mala
costumbre. En cuanto a los consejos, son varios y muy valiosos, principalmente
dirigidos a los narradores. Uno de ellos refiere a la inverosimilitud
psicológica, otro a la descripción indirecta, otro más a la inverosimilitud por
exceso de detalles. Al aficionado le agradará encontrar anticipos de cuentos
futuros ("entre las obras que no he escrito ni escribiré —pero que de
alguna manera me justifican, siquiera misteriosa y rudimentariamente— hay un
relato de unas ocho o diez páginas cuyo profuso borrador se titula Funes el
memorioso") y tramas de cuentos nunca escritos ("otra de esas ficciones
constará de un diálogo tranquilo y abstracto; gradualmente se comprenderá que
los interlocutores son Judas y Jesús...") Al lector de Borges le agradará
encontrar, en fin, más allá de pruritos respecto a la difusión de la obra no
autorizada por él, de cuerpo entero, a Jorge Luis Borges. –
Fuente Letras Libres -
México
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