Una antología recopila los cuentos que se publicaban en la
Revista Multicolor de los Sábados del diario Crítica, una ecléctica mezcla de
autores y tendencias que seleccionaban Borges y Ulyses Petit de Murat.
Por Federico Reggiani
El paso del siglo XIX al siglo XX fue una época de gloria
para la cultura letrada marcada por el encuentro entre la alfabetización
masiva, la revolución en la industria gráfica y el uso de la palabra impresa
como el modo dominante para la transmisión de saberes y entretenimiento.
Crítica, fundado en 1913 por Natalio Botana, fue para la prensa argentina una
explosión de modernidad. Se trataba de uno de aquellos medios que ya empezaban
a conocerse como “prensa amarilla” desde que una disputa por Yellow Kid, uno de
los primeros personajes de historieta, convirtió en “the yellow kid journals” a
los diarios de los magnates Hearst y Pulitzer. Como sus modelos, Crítica podía
combinar las más escabrosas noticias policiales con la mejor escritura que
fuera posible comprar. Fruto de esos cruces, y de un deseo de llegar a públicos
muy diversos, fue la Revista Multicolor de los Sábados, que comenzó a
entregarse con el diario en 1933. “Nuestra costumbre es innovar”, decía el
aviso promocional de la revista, que mostraba a una dama joven, un elegante
señor engominado y un niño sonriente. De eso se trató: una revista miscelánea,
con cuentos, ensayos, noticias sobre crímenes, viajes y prodigios científicos,
reseñas de cine, música y literatura, palabras cruzadas, historietas,
curiosidades. Quizás la curiosidad mayor, es que semejante producto haya estado
recorrido por las firmas de escritores y artístas plásticos, miembros de una
“alta cultura”que no temía las contaminaciones con el periodismo y el
escándalo, como Raúl González Tuñón, Néstor Ibarra, Julio César Dabove,
González Lanuza, David Alfaro Siqueiros, Xul Solar y, sobre todo, sus
directores: Ulyses Petit de Murat y Jorge Luis Borges. Este Cuentos para leer
los sábados, que se edita con un prólogo de Alvaro Abós –biógrafo de Botana– es
una selección de los cuentos que Borges y Petit de Murat eligieron para el
entretenimiento y la sorpresa de aquellos lectores.
Los cuentos publicados por la Revista dan cuenta de
intereses diversos y hasta contradictorios. Ofrecen respetabilidad y
espectáculo, exotismo y actualidad. Un programa que tiene mucho que ver con el
que dirigía la construcción de la obra del propio Borges, que publicó en esas
mismas páginas unas mezclas entre reseña bibliográfica, cuento y noticia
periodística: el “irresponsable juego de un tímido” que se compilaría en
Historia universal de la infamia. El resultado final es una antología
agradable, con unos pocos cuentos realmente magníficos –que suelen ser los
canónicos: el de Kipling, el de Schwob, el de Onetti, el de Hemingway, por lo que
no hay grandes descubrimientos para hacer– y una cantidad de curiosidades
entretenidas y un tanto olvidables.
Es cierto que, con honestidad, el prólogo anuncia que los
cuentos nos permiten “leer ingenuamente, o sea sabiamente, lo que leyó un
lector hace casi cien años”. Pero también es cierto que el atractivo principal
es su carácter de reedición. No sólo se recopilan algunos cuentos del pasado,
sino que se apela a los prestigios de una mirada: la de Crítica, la de Petit de
Murat y, obviamente, la de Borges. Sobre todo porque el papel de los directores
no era sólo la selección del material, sino que también oficiaban como
redactores, correctores e inclusive liberales editores de los textos.
El carácter creativo de la tarea editorial se muestra
especialmente en los títulos de los cuentos, alterados con una lógica que debe
más a la espectacularidad del titular periodístico que a la fidelidad de la
traducción. Baste, por ejemplo, notar cómo la “vida imaginaria” que Marcel
Schwob tituló, austero, “Séptima, incantatrice”, se convierte en “La muerta que
escuchó la queja de la hermana enamorada”. Es una pena que la edición no
identifique los títulos originales y permita a los lectores entregarse al juego
delicioso de las comparaciones. Es que, en la medida en que se apeló al
prestigio del soporte original y sus directores, habría sido deseable algo más
de información que las escuetas notas biográficas del final, casi siempre
desligadas de la relación del autor con la Revista Multicolor. No están los
datos de publicación de los cuentos; no hay restos, salvo por lo que puede
espiarse en las retiraciones de tapa y contratapa, de la riqueza gráfica de las
ilustraciones y el diseño del original.
Cuentos para leer los sábados. Prólogo de Alvaro Abós
Alfaguara 336 páginas
Las reediciones son apuestas en el presente. Salvo por el
estado de la lengua, y para eso sirven las nuevas traducciones, es posible
pensar el pasado de la literatura como una fuente tan rica como lo nuevo a la
hora de incidir en los debates actuales o, sencillamente, vender algunos
libros. ¿Qué parte del pasado nos apela todavía? Esta antología permite
recuperar cierta “literatura popular de calidad” y entender su atractivo y sus
límites. Son textos suficientemente cercanos, pero aún no transitados por las
vanguardias: Borges dijo que Chesterton, uno de los autores de la antología,
“se defendió de ser Franz Kafka”. Son cuentos seleccionados en buena medida por
su exotismo y sus posibilidades visuales, lo que no es raro en una publicación
ilustrada: el cuento de H. G. Wells, por ejemplo, es poco más que un recorrido
por una fundición en la noche. Se trata, finalmente, de textos que apuestan
sobre todo a una completa legibilidad. Todo se entiende, incluso, o sobre todo,
las intenciones con que fueron escritos. En eso se parecen al libro que los
alberga.
Fuente : Pagina 12
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