Cartas, primeras
ediciones, fotos y recuerdos familiares; más de 300 piezas se exhiben en Madrid
Martín Rodríguez
Yebra
La noche de Halloween de 1983 sorprendió a Jorge
Luis Borges en Wisconsin, a donde había viajado a dar unas conferencias. Por no
ser descortés aceptó la invitación a una fiesta de disfraces, se gastó dos dólares
en una máscara de lobo, se la puso y al llegar le contaron que Raúl Alfonsín
había derrotado al peronismo.
Entró a la sala aullando y gritó: "El hombre es un lobo
para el hombre". La máscara volvió con él a Buenos Aires como el recuerdo
de "un suceso extraordinario". Pocos días después, Claudio Pérez
Míguez, un muchacho que había fundado un círculo borgeano en su escuela, lo
visitó en el departamento de Maipú al 900, se enteró de la anécdota y le
preguntó a Borges si podía tomarle una foto con el disfraz. La imagen -de un
humor innegable- cuelga de una de las paredes de la exposición "El
infinito Borges", en la Casa América de Madrid y que tiene como uno de sus
comisarios a Pérez Míguez, encargado en la capital española del Museo del
Escritor.
Pasear por sus salas es un viaje a la intimidad del autor de
Ficciones, de cuya muerte se cumplen 30 años en junio. Cartas, primeras
ediciones, fotos, artículos de prensa, videos de sus conferencias, recuerdos
familiares: más de 300 piezas, muchas de ellas nunca antes expuestas, que
cuentan la vida, la trayectoria literaria y hasta pequeños secretos de un
personaje siempre inabarcable.
"Intentamos dar una imagen lo más completa posible de
su carrera. Una visión cabal, documentada, que permita entender las distintas,
infinitas, facetas de Borges", explica Pérez Míguez. "Lo hicimos a la
antigua: con objetos originales, expuestos tal cual son", añade Raúl
Manrique, el otro responsable de la muestra.
Al visitante lo reciben las páginas inmensas y amarillentas
de un suplemento literario de LA NACION de fines de los 40 con textos de Borges
en la tapa. En la pared de enfrente, un retrato que Hermenegildo Sábat pintó
para la exposición. Los tesoros se suceden. Se exhibe el tomo original de la
primera enciclopedia que contiene una entrada con su apellido: la Espasa Calpe
de 1931. El artículo lleva una pequeña foto del autor, emergente a los 31 años
con pelo oscuro y bigote.
Para ese entonces había editado tres libros de poesía y
cuatro de ensayos. Se pueden ver todas las ediciones originales de esas obras
de los años 20, de las que Borges renegaría el resto de su vida.
La faceta familiar incluye rarezas como el ejemplar de un
manual de derecho que prologó el padre del escritor y el único libro que
escribió, El caudillo, más un retrato que le hizo su otra hija, Norah. Se puede
ver una foto de Fanny Haslam, la abuela inglesa del autor, con una dedicatoria
manuscrita de 1915.
No falta una sola de las ediciones originales de Borges. Se
luce la primera traducción de una de sus obras -Ficciones, en francés-, está El
Aleph que tenía Julio Cortázar en su biblioteca, un tomo de su narrativa
completa con las páginas despegadas de tanto uso que perteneció a Juan Carlos
Onetti y la edición hebrea de El libro de arena, el único ejemplar de su
autoría que Borges tenía en su casa.
Hay traducciones hechas por él (William Faulkner, Virginia
Woolf) y libros que prologó, como El paso de los libres (1933), de Arturo
Jauretche, mucho antes de que el peronismo los separara. La letra de Borges
aparece aquí y allá. Solía poner en la primera página de los libros que leía su
nombre, el año y el lugar donde se encontraba. En las vitrinas de la exposición
se puede distinguir cómo el trazo se hace más errático con el paso de los años
y la pérdida de la vista.
Ricardo Piglia solía decir que lo mejor de Borges estaba en
sus conferencias. Una pantalla reproduce una de sus célebres Siete noches del
teatro Coliseo, en 1977. Hay espacio para su participación en el cine,
pinceladas de su relación con la política, coqueteos con el tango. Sorprende
una página de un suplemento de Clarín en la que Borges afirma que a Gardel no
le gustaba el tango. "Es una muestra de que Borges decía lo que pensaba
siempre", cuenta Pérez Míguez. "Solía decir que Gardel había
amariconado el tango."
Pueden verse los ejemplares de la revista Destiempo, que
fundó con Bioy Casares en 1936. Salieron sólo tres números; en la tapa figuraba
como "secretario" un tal Ernesto Pissavini, el portero del edificio
de Bioy.
La muestra se cierra con memorabilia póstuma -estampillas,
monedas- y unos tesoros personales de Pérez Míguez de cuando consiguió en los
80 que Borges fuera a su escuela de Quilmes a hablar con los alumnos: el vaso
en el que le sirvieron agua y una birome Sylvapen azul con que firmó aquel día
decenas de libros.
Fuente : La Nacion
Fuente Foto : Clarin
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