Por Alberto Rojo
Pocas nociones son tan obvias como el paso irrevocable del
tiempo. Sabemos (o sentimos) que el pasado es inalterable, que el futuro está
abierto y que el tiempo es como un río que corre en una sola dirección. Sin
embargo, diría Borges, a la realidad le gustan las simetrías. Para las leyes de
la física, el pasado y el futuro son indistinguibles. El origen de su asimetría
está en el azar, en nuestra ignorancia de “la infinita operación incesante de
millares de causas entreveradas” que ocurren en la intimidad del universo
microscópico, donde pasado y futuro son indistinguibles. “El tiempo [dice Carlo
Rovelli] es nuestra ignorancia”. Si conociéramos cada estado microscópico del
mundo, como el Ireneo Funes del cuento de Borges, no habría flecha del tiempo.
Cuando era niño, mi madre, que era especialista en didáctica
de las ciencias, me mostró la irreversibilidad del tiempo con un experimento
casero. Tiró una gota de tinta en una botella de agua. La tinta se fue
esparciendo hasta que, al cabo de un rato, el agua adoptó un tinte uniforme,
levemente azulado. Y así permaneció todo el día. Imaginen que filmo la botella
durante el experimento y les paso la película al revés. Verán una mancha de
tinta que se forma espontáneamente en la parte superior de la botella. Nunca
vimos algo así. Hay una clara asimetría entre el experimento tal como lo hice
con mi madre y su versión con el tiempo al revés. Ahora imaginen que hago zoom
sobre una parte cualquiera del interior de la botella. El zoom nos lleva hasta
el nivel microscópico. Somos testigos del choque entre cada molécula de agua y
cada molécula de tinta, como si fueran bolas de billar de distinto tamaño. En
ese nivel microscópico, somos incapaces de distinguir entre la película real y
la película invertida. Cada choque individual entre esas bolas de billar es
reversible: si lo paso al revés, no veo nada raro. Del mismo modo, si les
muestro la filmación de un planeta girando alrededor del Sol y luego proyecto
la misma filmación de atrás para adelante, el planeta invierte el sentido de
giro y, en esa inversión, no habrá nada sorprendente. La trayectoria de un
planeta alrededor del Sol y el choque microscópico entre moléculas de agua y
moléculas de tinta están de acuerdo con las leyes de Newton, que no distinguen
el pasado del futuro. El origen de la asimetría en la mancha que se expande
está en nuestra inaccesibilidad a cada estado individual, microscópico, del
agua con tinta.
A cada estado macroscópico que observamos le corresponde una
infinidad de estados microscópicos a los que no tenemos acceso y que
sintetizamos con un número limitado de frases: “mancha de tinta en la parte
superior”, “mancha semiesparcida” o “agua uniformemente azulada”. La clave de
la asimetría está en la distinta multiplicidad de los estados microscópicos que
se corresponden con cada una de esas frases: hay muchos más estados
microscópicos compatibles con “agua uniformemente azulada” que con “mancha de
tinta en la parte superior”. Es frecuente el uso del término “desorden” para
designar mayor multiplicidad, aunque la valoración estética de orden o desorden
no sea aplicable a la idea de multiplicidad. La analogía con el mazo de naipes
que se mezclan es apropiada. Hay muchísimas configuraciones (estados) del mazo,
y sólo les damos nombre a algunas, las más ordenadas: “naipes puestos de mayor
a menor” o “naipes acomodadas por palos”. Si empezamos con una de esas
configuraciones ordenadas y mezclamos las cartas, lo más probable es que
terminemos en una de las tantas configuraciones anónimas que llamamos,
genéricamente, desordenadas. La mezcla de cartas es análoga al choque de
moléculas que pasan de un estado a otro. A medida que transcurre el tiempo, las
moléculas van visitando todas las posibles configuraciones microscópicas, del
mismo modo que un planeta, al girar alrededor del Sol, visita todos los puntos
de su órbita, y que el mazo de naipes va pasando de una configuración a otra.
En esa visita por la infinidad de posibles estados del agua con tinta, cada una
de las configuraciones microscópicas, como en el mazo de naipes, tiene la misma
probabilidad. Pero desde un punto de vista macroscópico, es mucho (muchísimo)
más probable el pasaje entre configuraciones de menor a mayor multiplicidad que
al revés: es mucho más probable pasar de “mancha de tinta en la parte superior”
a “agua uniformemente azulada” que al revés, y es mucho más probable pasar de “naipes
acomodados por palos” a “baraja desordenada” que al revés.
La asimetría del tiempo está en la síntesis macroscópica que
hacemos de la multiplicidad del mundo microscópico. Pero esa multiplicidad es,
al fin y al cabo, una limitación de nuestro lenguaje y de nuestra accesibilidad
a cada estado íntimo de la naturaleza. Si pudiéramos darle un nombre distinto a
cada orden de la baraja, no habría motivo para preferir un orden sobre otro y
no tendría sentido decir que al mezclar desordenamos. La mezcla sería
simplemente un pasaje simétrico entre configuraciones. Para un ser con infinita
memoria, que no sintetizara la enorme multiplicidad de estados microscópicos de
la naturaleza en un número reducido de conceptos, la asimetría entre pasado y
futuro no existiría. En Funes el memorioso, Borges habla de un orillero de Fray
Bentos que fue maldecido con esa virtud luego de que lo volteara un redomón en
la estancia de San Francisco: “Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo
recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido”.
El “cronométrico Funes” era incapaz de sintetizar: “No sólo
le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos
dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las
tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las
tres y cuarto (visto de frente)”. Su memoria era descomunal: “no sólo recordaba
cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había
percibido o imaginado”, y su descripción de las cosas adolecía de un detalle
extremo: “Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado
nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero”. Lo más
llamativo de Funes en relación con la asimetría del tiempo, es el carácter
instantáneo de su percepción: “ Era el solitario y lúcido espectador de un
mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”.
Si el tiempo es nuestra ignorancia, la asimetría que
observamos, el flujo irrevocable del pasado al futuro se debe a que el universo
empezó en un estado de baja multiplicidad, o bajo “desorden”; no empezó con la
tinta azulada distribuida uniformemente sobre la botella sino como una “mancha”
que fue, y está, expandiéndose hacia estados más “ordenados”. Por qué empezó en
ese estado no lo sabemos. Pero sí sabemos que si hubiera empezado en otro
estado no estaríamos aquí para hacernos esa pregunta. En su libro La nueva
mente del emperador (1989), Roger Penrose dibuja a Dios eligiendo el estado
inicial del universo como una aguja en un pajar de estados posibles. Y elije
uno con baja multiplicidad. De algún modo, somos fragmentos de una mancha de
tinta que va expandiéndose hacia un desorden final y siempre será extraño que
podamos mirar indefinidamente hacia atrás, pero no hacia adelante.
Fuente : Parque
Explora – Medellín
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