viernes, 17 de febrero de 2017

James Joyce y el Ulises: la causa por la cual Saer conoció a Borges



 El 15 de junio de 1966 Jorge Luis Borges brindó una conferencia sobre la obra de James Joyce en una sala del Museo Municipal de Santa Fe. Un par de horas antes tuvo lugar el primer -y quizás único- encuentro entre el poeta de “Fervor de Buenos Aires” y un joven y casi desconocido Juan José Saer, que registró el diálogo en un grabador.

Por Germán Ulrich

Lo curioso es que posteriormente Saer situó esa charla en 1967 (al citarla en su artículo “El destino en español del Ulises”, publicado en El País de Madrid en junio de 2004), y también la fecha fue esquiva para Jorge Conti, que la transcribió en 1988 en la revista “Crisis” como ocurrida en 1968.

Como fuere, Saer era un joven de 28 años que solo había publicado hasta entonces los cuentos de “En la zona” (1960) y “Palo y hueso” (1965), y la novela “Responso” (1964), y su nombre había llegado a Buenos Aires menos por esos libros que por una iracunda intervención en el Congreso de Escritores que la SADE realizó en Paraná en noviembre de 1964, cuando atacó a Silvina Bullrich (“'Los burgueses' no pasa de ser un best-seller") y a Manuel Mujica Láinez ("'Bomarzo' podría estar fechada en 1870").

El diálogo con un Borges ya ciego, célebre y casi mítico, derivó hacia inquietudes que Saer parecía tener a flor de piel por esa época: cercano a publicar “La vuelta completa”, su segunda novela, le pidió una reflexión sobre la estructura de la novela moderna luego de endilgarle a su interlocutor ser “un gran traductor de Faulkner, que conoce tan a fondo el 'Ulises' de Joyce, Proust y toda la narrativa moderna...".

Borges plagió a Shaw “cuando dijo de O'Neill que no había nada nuevo en él salvo sus novedades”, y mencionó a Faulkner y a Proust como representantes del género novela para decir que "esos artificios acabarán por cansar".

“Creo que volveremos a 'En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...'”, sentenció Borges, y luego pareció aconsejar a Saer al decir que “un joven escritor debiera empezar por la sencillez y no por la complejidad”.

Otra curiosidad, a la distancia, se revela en la alusión al “Ulises”: mientras en la charla le atribuye a Borges conocer esa obra “tan a fondo”, en el artículo de El País (publicado luego en “Trabajos”, de 2005), Saer sospecha que el autor de “El Aleph” “nunca la había leído” a la traducción, y va más lejos al decir “como probablemente tampoco el original”.

Sobre la conferencia de Borges en el Museo Municipal de Santa Fe, el vespertino “El Litoral” consigna dos días después, el 17 de junio de 1966: “La apagada y monótona voz de Jorge Luis Borges fue ayer un desafío para la atención de los numerosos oyentes que, por falta de micrófono, en vano pugnaban por oír las disquisiciones de este calmo autor sobre la obra del irlandés James Joyce”.

“Un vaso de agua bebido al final y un reloj eran los únicos objetos sobre la mesa en que se apoyaba Borges, envuelto en su propio mundo de resonancias verbales del que poco a poco fue surgiendo el retrato de Joyce”, sigue.

Luego de referirse a “Retrato del artista adolescente” y los deliberadamente grises cuentos reunidos en “Dublineses”, la crónica destaca “el profuso, complicado, irónico orbe del 'Ulises', esa obra calificada como laberíntica que inspirándose lejanamente en 'La Odisea' traza la novela de un día, un simple, habitual día de un sencillo y común hombre de Dublín”.

A los efectos de su encuentro con Saer, vale detenerse en su reflexión siguiente, cuando señaló que “el talento de Joyce, como el de Góngora, como el de Lugones, es esencialmente verbal, hecho de articulaciones nuevas, de palabras intraducibles a idiomas como el castellano o el francés, hostiles a las palabras compuestas”.

“Para Borges, Joyce, más que un novelista, es un poeta ligado esencialmente al ámbito del idioma inglés. El 'Ulises', en toda su vasta complejidad, en sus aciertos y valores, poco importa como novela en sentido estricto. Pero Joyce perdurará sobre todo por su enorme poder de invención y renovación, por su intento de violenta originalidad de recorrer nuevos caminos que, a su manera, justifican a todos los que se sintieron tentados de nuevas experiencias literarias".

En su artículo de El País, Saer recuerda a Borges en aquella tarde de 1966 charlando con un grupito de jóvenes escritores que iban a hacerle un reportaje, entre los que él mismo se encontraba, “cuando de pronto se acordó de que en los años cuarenta lo habían invitado a integrar una comisión que se proponía traducir colectivamente Ulises”.

Luego de casi un año de discusiones semanales, “uno de los miembros de la comisión llegó blandiendo un enorme libro y gritó: '¡Acaba de aparecer una traducción de Ulises!'”.

El periodista Roberto Maurer, amigo por décadas de Saer, contó en diálogo con Télam que fue Max Dickmann, en nombre de Santiago Rueda Editor, quien se contactó con el sorpresivo traductor: J. Salas Subirat.

Salas Subirat era un vendedor de seguros absolutamente anónimo al oído de los entendidos en literatura de la época; por cuenta propia resolvió traducir una página por día hasta acumular las 815 páginas de lo que luego sería la primera traducción del “Ulises” al español.

En la charla con los jóvenes escritores de Santa Fe, unas horas antes de dictar su conferencia sobre Joyce, Borges recordó la historia y riéndose dijo: - “Y la traducción era muy mala”.

Según Saer, ante esa afirmación, “uno de los jóvenes que lo estaba escuchando replicó: 'Puede ser, pero si es así, entonces el señor Salas Subirat es el más grande escritor de la lengua española”.

A cincuenta años de aquella visita de Borges a Santa Fe, Maurer también recuerda la anécdota y sobre todo la frase. Y no duda: el escritor que le respondió a Borges, con tono algo socarrón y sonrisita dibujada en su cara de turco ladino, fue el joven Juan José Saer.

Fuente : Telam

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