Textos. Enrique Madeo
En 1965, tras infatigables gestiones e inmerso en un clima
adverso al cual ya estaba adiestrado, Astor Piazzolla logró concretar una de
sus ideas más desafiantes: la de incorporar su música a la pluma de Jorge Luis
Borges utilizando para ello, como nexo causal, al tango.
El proyecto no había generado mayores expectativas, ya que
si bien por aquellos años, en el universo cultural los dos gozaban de un
indiscutido reconocimiento, entre los argentinos, el mismo siempre se había
visto cuestionado.
Borges escribía difícil, Piazzolla no interpretaba tango, y
entre calificaciones sin sustento y críticas infundadas, pocos eran los que
mantenían expectativas en disfrutar de la unión de dos talentos
inconmensurables. Y si bien Borges no era el nombre más apropiado a la hora de
pensar en letristas de tango, la dimensión del desafío pudo una vez más con el
gran maestro.
Aquel continuo deseo de acceder a lo inaccesible, aquel
íntimo placer de transitar por la vereda de enfrente, aquel obstinado intento
de abordar la transgresión, resultaron finalmente factores centrales en aquella
decisión.
Obsesivo en su afán, Piazzolla dedicó íntegras jornadas de
trabajo a la creación de una obra que conforme a sus convicciones, debería ser
tan rica desde su música como desde sus palabras. Así es que incorporó a
Edmundo Rivero y Luis Medina Castro, para que junto a su quinteto pudieran
transformar aquel desafío en realidad.
Las exigentes jornadas de ensayo se fueron acentuando en la
medida que la prosa “borgiana” se hilvanaba mágicamente entre los acordes del
quinteto y las voces de Luis Medina Castro y Edmundo Rivero, generándose toda
una simbiosis entre texto-música-música-texto entre un grupo instrumental que
estaba en su momento más explosivo, un cantante con rudeza elegante y sobria
que lo hacía diferente y un compositor que pasaba por una suerte de fiebre
creativa.
Desbordante de orgullo Piazzola declaró: “Esta grabación ha
sido realizada exclusivamente por mi quinteto, lo que equivale a decir que los
ruidos que se escuchan han sido logrados sólo con los instrumentos del mismo.
El violín produce distintos efectos percusivos golpeando con el anillo sobre la
punta de su mango, pizzicatos con glissé, imita a una sirena mediante el glissé
sobre las cuerdas, imita a la lija con la punta del arco (comienzo) detrás del
puente, y a un tambor con pizzicati sobre la uña entre dos cuerdas. La guitarra
eléctrica imita al bongó, a sirenas con efectos de glissé, agrega segundas
menores y extraños efectos con las seis cuerdas al aire detrás del puente. El
pianista golpea con las palmas de las manos sobre las notas agudas y graves del
piano y con el puño las notas más graves. El contrabajista golpea con la palma
de la mano la parte trasera del instrumento, efectúa glissé sobre las cuerdas
graves y agudas y golpea con el arco sobre las cuatro cuerdas. El bandoneón
imita al bongó mediante golpes sobre la caja con el dedo mayor izquierdo. Además
presenta sobre un lateral una especie de güiro metálico especialmente dispuesto
que se raspa con la uña”.
Desde el comienzo, el clima generado por el quinteto resulta
más que apropiado, y sumando la voz de Luis Medina Castro, se escucha la interpretación
de “El tango”. Toda una síntesis desbordante de embates piazzollescos y
punzantes pinceladas borgianas, lo que genera aún en el oyente más
desprevenido, la idea de predecir que el disco a escuchar será como mínimo,
atrapante.
Avalando la predicción, a continuación la guitarra de Oscar
López Ruiz da pie a la expresión vocal de Edmundo Rivero en la versión de
Jacinto Chiclana imponiendo desde un perfil retratista a una época junto a sus
personajes, resaltando valores propios a más de una geografía urbana descripta
desde la inconfundible narrativa de Borges.
El Títere, toda una milonga tangueada, tiene el típico ritmo
ligero, jocoso y compadrón, propio de comienzos del siglo XX. En ella el
quinteto genera un sobrio despliegue instrumental, mientras que Rivero cantando
parece contestarle, jugando desde un diálogo entre lo académico y lo popular.
En cuanto a El hombre de la Esquina Rosada, su música fue
compuesta al amparo de una idea de la coreógrafa Ana Itelman, quien adaptó
frases del cuento de Jorge Luis Borges a una partitura para recitante, canto y
doce instrumentos.
Y estas son solo descripciones parciales de un disco que no
da tregua al oyente, este queda capturado y, cuando lo termina de escuchar, en
su interior el deseo de reincidir aflora.
Sin embargo, El Tango -como algunas de esas obras de cuya
existencia solo se tienen noticias a partir de testimonios- lamentablemente
ocupa el lugar del disco perdido de Piazzolla. Por eso, sin temor a exagerar,
podemos decir que así como Don Quijote de la Mancha es el libro del cual todos
hablan pero muy pocos han leído, El Tango es el disco del que muchos hablan
pero muy pocos han escuchado.
Resulta toda una “injusticia cultural”, pero quienes hemos
logrado incorporar a nuestra discoteca el vinilo, o un ejemplar de la escasa
remesa de CD oficial, o de la más que acertada publicación de Página 12,
atesoramos con orgullo un trabajo brillante, que debió ser popular y que solo
ha logrado sobrevivir entre algunos pocos que aún levantamos nuestra voz con la
sola intención de que esta obra siga viva y se siga escuchando.
Ficha Técnica
El Tango fue grabado en Buenos Aires en 1965.
Astor Piazzolla: bandoneón.
Jaime Gocis: piano.
Oscar López Ruiz: guitarra.
Antonio Agri: violín.
Quicho Díaz: contrabajo.
Fuente :Nosotros – El Litoral
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