De cómo la proximidad
de la independencia del Perú habría propiciado el botín pirata peruano más
buscado. Leyendas de la piratología y uno de sus cultores locales, Eduardo
García Montero
Mary Read, mujer pirata del
siglo XVIII. La inglesa, mencionada por el escritor Jorge Luis Borges, era
abuela de William Read, sospechoso de haber robado el Tesoro de Lima.
Jaime Bedoya
La piratología es una ciencia improbable que le debe al Perú
uno de sus tratados fundamentales: “El código de los piratas”. Se trata de dos
tomos publicados en 1951.
El volumen en mis manos, con un sombrío navío de velas
eternamente desplegadas en la portada, tiene una dedicatoria a mano del autor
fechada en marzo de 1965. Está dirigida a don Clímaco Basombrío, probable
antepasado del joven del Santa María que entregó su destino a un martillo.
El autor de esta obra dedicó diez años de su vida a la
exploración y excavación de los arenales de Ancón, obsesionado con una ciencia
desconocida hasta entonces. Brújula, pala y lampas cargadas al hombro por el
leal y silencioso Pancho, ujier en estos menesteres junto a una imaginación
generosa, hacían posible el espejismo: rastros en la arena hechos por una
lagartija eran en realidad una senda. Sombras aleatorias sobre el desierto
configuraban un lenguaje móvil. Y así sucesivamente hasta estructurar la
enajenación perfecta propia de una teoría imaginaria.
Nunca encontró otro tesoro aparte de su propia creación: un
manual para hacerse rico aún pendiente de confirmación tangible, pero con
aventura asegurada.
Este piratólogo peruano, don Eduardo García Montero, tío
abuelo de quien esto escribe, eligió como epígrafe una oportuna cita de Emerson
para su obra cumbre:
“No hay nadie fracasado […] ¡No existe el fracaso para el
que nunca se declara vencido!”.
García Montero era un excéntrico bendecido por una verdad
indemostrable, feliz y persistente en ejercer su excentricidad. Hay que ser
prudente al pretender calificar a alguien cercano de chiflado. La sangre no
miente.
—El nieto de la
pirata Mary Read—
Lo más sólido que tenía García Montero para apuntalar su
teoría fueron dos muros que halló semienterrados en una playa indeterminada de
Ancón. Tenían orientación magnética y guardaban entre sí medidas del sistema
métrico decimal. Los incas nunca lo conocieron. Tampoco los españoles, que
usaban la vara como medición. El nombre de esta última medida quedó como
referencia para designar certeramente en el Perú al poder de influencia que
supera todo obstáculo.
García
Montero llegó a los escritos y mapas del pirata inglés William Read, quien
asolara las costas peruanas entre los años 1820 y 1822. Este, según García
Montero, era nieto de la legendaria pirata Mary Read, mencionada por Borges en
su relato “La viuda Ching, pirata”, texto incluido en “Historia universal de la
infamia” (1935), más de diez años antes de la aparición del “Código de los
piratas”. Según Borges, Mary decía que la profesión de pirata no era para
cualquiera, y que para ejercerla con dignidad, como ella, era preferible ser un
hombre de coraje, como ella.
García Montero atribuía a William Read la autoría de las
señales secretas en Ancón.
La embarcación de Read se llamaba Mary Dear, anagrama del
nombre de su abuela. Y este, sostenía el piratólogo, había sido el navío a
bordo del cual había sido capturado el botín pirata peruano más grande del
mundo mundial: el Tesoro de Lima.
—La gloria del Tesoro
de Lima—
Corría el año 1818 y el avance del ejército libertador al
sur tenía a los realistas en alerta en la capital del Virreinato. Tras los
triunfos de San Martín en Maipú, Argentina, y en Chacabuco, Chile, el virrey
del Perú, Joaquín de la Pezuela, noble y militar, disponía tropas hacia el Alto
Perú a fin de contener a los insurrectos. Ante los ojos de un pirata
oportunista, y todos lo son, esto suponía costas desguarnecidas. Sigiloso, Read
merodeaba la costa peruana.
García Montero le atribuye a De la Pezuela el haber ordenado
entonces que se embarcase a bordo del viejo y carcomido barco mercante San
Antonio todo lo que de valor debiera ser salvado ante una posible caída de
Lima. En las memorias del susodicho virrey, dijo haber encontrado el registro
de la salida del Callao, el 27 de diciembre de 1818, de un convoy rumbo a
Guayaquil. Este comprendía tres fragatas armadas, Piedad, Especulación y
Alción, y el bergantín desarmado San Antonio. ¿Tenía sentido escoltar un barco
vacío que zarpara del Callao en esos días?
El 28 de diciembre de 1818, Día de los Inocentes, el San
Antonio es interceptado en aguas no determinadas entre Ancón y Chancay por el
barco pirata Mary Dear, dice el autor. Read degolló a los marinos, capturó a
los civiles, ‘crème de la crème’ de la aristocracia realista de Lima, y se hizo
dueño del cargamento. Esto es lo que según diversas versiones el pirata tomó
como suyo:
–144 barriles de oro y plata.
–200 cofres de joyas
–273 espadas con incrustaciones preciosas
–1.000 diamantes
–150 cálices religiosos
–113 estatuas de oro.
La más impresionante de ellas era de una Virgen María de
siete pies de altura que lleva en brazos al Niño Jesús. Estaba hecha de oro
puro, con un pectoral de esmeraldas y topacios en la corona. Read en sus
escritos menciona el navío pirateado como el Antonio, a secas. Según el
piratólogo, enterró más de cien barriles en el desierto de Ancón. Al mes, enero
de 1819, lord Thomas Cochrane, marino inglés a favor de la causa de la
independencia, zarpaba de Chile rumbo a bloquear las costas peruanas. García
Montero alega que Cochrane lo que en realidad quería era quitarle el botín peruano
a Read.
Read partió con su robo y prisioneros recorriendo la costa
hacia el norte, donde según García Montero el pirata escondió el Tesoro de Lima
bajo arena peruana.
Otras versiones posteriores dicen que esto no fue así. Estas
afirman que el perpetrador del acto de piratería, un comerciante inglés llamado
Walter Thompson, habría continuado rumbo con su preciosa carga hasta llegar a
Centroamérica. En tierra firme asesinó a sus rehenes y enterró el Tesoro de
Lima. El lugar donde buscarlo se llama isla Cocos.
Fuente : El Comercio
- Lima - Perú
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