Roberto Bolaños Godoy
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Jorge Luis Borges (1899-1986) fue un escritor de
extraordinaria cercanía con la historia del pensamiento. Muy pocos autores han
tenido una relación tan estrecha con la filosofía. Incluso parecería que, para
aproximarse a sus textos, es necesaria una profunda formación en este campo que
permita comprender los numerosos referentes y alusiones. La naturaleza
intertextual de los textos borgesianos es múltiple (puede estar presente la
historia, la religión, las matemáticas y, por supuesto, la literatura), y la filosofía
tiene un lugar preponderante en su obra. Aunque intentar sostener que Jorge
Luis Borges haya sido un filósofo sería un despropósito, no sería del todo
descabellado entenderlo como un autor ciertamente filosófico en dos sentidos
concretos: primero, porque le interesa discutir temas filosóficos con
propósitos literarios y, segundo, porque la poética de su escritura ensayística
es una suerte de filosofía de lo marginal.
En una biografía sintética sobre el filósofo Oswald
Spengler, escrita en 1936 para la revista El hogar, escribe Borges que, para
los pensadores alemanes, el universo es apenas un pretexto que justifica la
confección de “enormes edificios dialécticos: siempre infundados, pero siempre
grandiosos”. Aquí ya está presente, aunque de modo un tanto lateral, una de las
ideas más citadas del escritor argentino: el que los sistemas filosóficos son
más interesantes estéticamente por sí mismos que por su relación real con el
mundo o con el conocimiento. En Tlön, Uqbar, Orbis tertius (texto de 1940), al
estudiar el idealismo del mundo imaginario de Tlön, menciona que “los
metafísicos de Tlön no buscan la verdad, ni siquiera la verosimilitud: buscan
el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica”.
El arco que remata esta idea sostenida desde los años treinta aparecería en el
epílogo a Otras inquisiciones (1952), en el cual Borges reconoce que en sus
ensayos suele “estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético
y aun por lo que encierran de singular y maravilloso”. A este gesto o rasgo en
Borges, Liliana Weinberg, experta mundial en ensayo latinoamericano, lo ha
descrito como una tendencia a la “solución estética de dilemas filosóficos”.
Como si Borges leyera la filosofía a través de la literatura y, a la vez, este
mismo dispositivo le permitiera desarrollar una lectura filosófica de la
literatura, en un flujo de dos direcciones encontradas pero complementarias. Un
escritor para el cual el pensamiento es una cuestión estética y viceversa.
Sostener que Borges haya sido un filósofo sería un despropósito,
pero le interesa discutir temas filosóficos con propósitos literarios y la
poética de su escritura ensayística es una suerte de filosofía de lo marginal
De este modo, la presencia constante de la tradición
filosófica en los textos borgesianos suele ser objeto de curiosidad estética. Y
la sucesión, a veces caótica y abrumadora, de nombres de filósofos célebres de
todas las épocas, de títulos tanto clásicos como conocidos, de citas, a veces
reales, a veces atribuidas de forma errónea con plena intención, suele
funcionar como la arquitectura del complejo entramado literario de su obra.
La densidad conceptual de sus textos ensayísticos consigue
un convincente tono filosófico, por más que los asuntos que aborda estén fuera
de la órbita convencional de los grandes temas del pensamiento occidental. Esta
vindicación deliberada por los temas de los cuales la filosofía no se ocupa es
común en las tradiciones del ensayismo literario, desde Montaigne y, sobre
todo, en el ensayo inglés del cual Borges indudablemente procede, y es además,
consecuencia de lo que Beatriz Sarlo ha reconocido en Borges como el hacer “del
margen una estética”. Esta voluntad permitiría ubicar de modo provisional a
Borges como un filósofo de lo marginal, de lo asombroso, de lo anómalo, de las
asociaciones inusitadas, del hallazgo menor, del pormenor microscópico o del
detalle circunstancial del que se sirve para elevar un tema, en apariencia de
naturaleza ínfima o menor, hacia el plano de la universalidad. Textos como La
muralla y los libros, Quevedo, El idioma analítico de John Wilkins, Kafka y sus
precursores o Historia de los ecos de un nombre (Otras inquisiciones) operan
bajo este principio.
No es casual que el infinito sea una de las más persistentes
obsesiones de la escritura borgesiana
Hay otro sentido más desde el cual Borges puede ser
entendido como un autor filosófico. En numerosos textos, sobre todo aquellos
donde se desplaza la prosa de ideas a la de ficción, Borges interpreta el
papel, como lo hiciera Cervantes, de apenas un lector que glosa, resume o
interpreta un texto ajeno. Un modesto exegeta que escribe sobre lo que lee y
sobre el que recae el peso de continuar la obra con el propio comentario. La
lectura supone entonces un acto de escritura, reescritura, difusión, interpretación,
circulación, polémica. La postura y los materiales de Borges parecen ser los
del humilde historiador o enciclopedista que, sin embargo, es la piedra angular
de la cultura. Borges tiene consciencia plena del papel central de la crítica,
del comentario, del metatexto. La escritura misma como posibilidad infinita. Y
no es casual que el infinito sea una de las más persistentes obsesiones de la
escritura borgesiana. El texto infinito, la biblioteca total, la insistencia
por el orden, el tiempo o la totalidad, son cuestiones que hoy más que nunca
están presentes en nuestra era digital que parece estar contenida y anunciada
de forma metafórica en los textos de Borges. Un precursor de nuestro horizonte
epocal, posmoderno, escéptico, frecuentemente apocalíptico.
Borges, fabulador de brevísimos tratados de literatura
potencial que son, a la vez, de filosofía especulativa, es quizá, como pensaba
Ricardo Piglia, un escritor del siglo XIX en el siglo XX que, al mismo tiempo
fue también, en su propia época, un escritor del siglo XXI.
Fuente: Filosofía&cop.
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