Carme García Gomila
En este artículo, como ya se apunta en el título, se hablará
del Secreto. Recomiendo a quienes no hayan leído el relato de Borges (1992) La
Secta del Fénix o habiéndolo leído desconozcan el enigma que contiene, que
tienen la opción de leerlo o releerlo ahora mismo disfrutando de la intriga y
el desconcierto que produce el encuentro con este texto, ya que advierto que a
partir del siguiente párrafo desvelaré la clave que permite una segunda lectura
más interesante, rica y divertida del relato, pues a fin de cuentas todos
ustedes, como yo misma, somos Hombres del Secreto. Pueden encontrarlo en
En el prólogo de Artificios (1944), donde está recogido el
relato del que tratamos, Borges declara: “En la alegoría del Fénix me impuse el
problema de sugerir un hecho común -el Secreto- de una manera vacilante y
gradual que resultara, al fin, inequívoca; no sé hasta dónde la fortuna me ha
acompañado.” Realmente es tal el talento en ocultar el Secreto que esa manera
que él llamaba inequívoca resultó equívoca o al menos esquiva para todos,
aunque quizá la poca fortuna que le acompañó para que fuera inequívoca
constituye, a mi parecer, uno de los valores del relato, al dotarlo de un
enigma que crea cierta inquietud y despierta la curiosidad. En mi caso, en la
primera lectura me pasó casi desapercibido el cuento entre las soberbias
propuestas de los otros relatos contenidos en Artificios y por la voracidad
lectora de la juventud, y atribuí a mi ignorancia no saber desvelar entre las
pistas propuestas la clave para dar sentido al texto. Muchos años después, mi
profesor de taller literario, Gustavo Crespo, argentino como Borges, me hizo
partícipe de la clave para entender, y desde luego para disfrutar de nuevo, La
Secta del Fénix. Pero no me pregunté cómo era que él la sabía, cómo era que
estaba en el Secreto. Sencillamente le creí y con la relectura del texto vi que
encajaba perfectamente con el enigma que se proponía el autor. Sin más
dilación, desvelo la clave: el Secreto a que alude Borges no es ni más ni menos
que la sexualidad humana.
Hace poco, tuve la ocasión de asistir a una excelente clase
magistral de Mariela Michelena, en la que divulgaba con gran claridad, amenidad
y pedagogía su trabajo publicado en el libro Saber y no saber. Curiosidad
Sexual Infantil (2006), cuya lectura recomiendo no sólo a aquellos que nos
dedicamos al noble arte de reparar la salud mental, sino a todos aquellos a
quienes les interesa la vida humana.
Pues bien, en el descanso de la conferencia hablé con ella, y le comenté
que me había hecho pensar en el relato de Borges La Secta del Fénix. A lo cual
respondió entusiasmada: “¡hablo de él en el libro!”. Y así, al leerlo me enteré
de que la manera inequívoca a la que aludía Borges no era inequívoca, sino
totalmente hermética, ya que no se había podido dilucidar el Secreto a partir
del texto. Dice Michelena: “Los estudiosos de la obra de Borges se preguntaron
durante años sobre la misteriosa Secta del Fénix y su Secreto. Proliferaron
diferentes versiones. La más difundida supone que La Secta del Fénix es una
metáfora de la ‘literatura misma que a pesar de los muchos pronósticos sobre su
muerte, se niega a desaparecer’ (De Costa, 1999). Sin embargo, un periodista
curioso y deseoso de descubrir la verdad de El Secreto, se atrevió a preguntar
directamente a Borges en qué consistía el rito de la secta y éste le respondió,
al oído, que se trataba de ‘lo que el marido sabe, gracias al acto de
engendrar’”. Es cierto que Borges había dado en el texto alguna pista para
dilucidarlo: “Los materiales son el corcho, la cera o la goma arábiga”, en
clara referencia a antiguos métodos anticonceptivos, pero ello debió pasar
desapercibido a los estudiosos que quizá como los niños querían a la vez saber
y no saber.
Vamos a suponer que un hombre de tan vasta cultura como
Borges conocía la obra de Freud. Vamos a suponer que de forma consciente o
inconsciente tomara como punto de partida algunos de los conocimientos
psicoanalíticos para inspirarse en la escritura del relato que nos ocupa. Pero
también podemos suponer que por ser un Hombre del Secreto podía saber de qué
iba la cosa. Pero cuando acaba el relato concluyendo con la frase: “Alguien no
ha vacilado en afirmar que ya es instintivo”. ¿Se refería con ese “alguien”
quizá a Freud? A mí me gusta pensar que sí, aunque también pudiera ser que no,
y que la imaginación juguetona de Borges junto con su erudición inmensa le
hubieran permitido un acercamiento tan acertado al tema de la sexualidad
humana. Lo que sí sabemos es que Freud no pudo leer a Borges, pero me gusta
imaginar que, juntos, hubieran pasado buenos ratos hablando del Secreto. Pero,
¿y Freud? Su actitud frente a la sexualidad humana fue totalmente contraria a
la de Borges. Freud no quiso ser sugerente, vacilante y gradual, ni usar
alegorías ni subterfugios; por contra, se dedicó al estudio de la sexualidad
humana y a su divulgación, con prudencia y valentía a la vez, intentando que el
Secreto dejara de serlo, en tiempos donde precisamente esta tarea no era fácil.
Esa es sencillamente la diferencia entre este literato y este científico.
En los Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905), sobre
todo en el segundo, cuando habla de la sexualidad infantil podemos entrever el
origen del Secreto. Cada uno descubre a través de las sensaciones en el propio
cuerpo la sexualidad y cada uno la inventa en su mente, es decir da significado
a esta experiencia y la guarda como un secreto. Más adelante, a pesar de, o
gracias a la amnesia infantil, los conocimientos que pueda adquirir con
posterioridad el sujeto sobre el tema, el secreto descubrimiento a la vez que
invento de cada uno, matizará o determinará la expresión de su sexualidad
adulta. Borges dice, “… se transmite de generación en generación, pero el uso
no quiere que las madres lo enseñen a los hijos, ni tampoco los sacerdotes; la
iniciación en el misterio es tarea de los individuos más bajos. Un esclavo, un
leproso o un pordiosero hacen de mistagogos. También un niño puede instruir a
otro niño”. Aquí bien pudiera decirse que Borges conocía los descubrimientos de
Freud sobre sexualidad infantil. Freud,
en su Prólogo a la cuarta edición de Los tres ensayos de teoría sexual nos
dice: “Si los hombres supieran aprender de la observación directa de los niños,
estos tres ensayos podrían no haberse escrito”. Dice Freud más adelante en el
mismo prólogo: “…una parte del contenido de este trabajo, a saber, su
insistencia en la importancia de la vida sexual para todas las actividades
humanas y su intento de ampliar el concepto de sexualidad, constituyó desde
siempre el motivo más fuerte de resistencia al psicoanálisis.” Lo curioso es el
acierto de Borges sobre la transmisión del Secreto, ya que a pesar de que tanto
Freud como pionero, y muchos otros científicos después siguen divulgando seriamente
detalles cada vez más finos del Secreto, la enseñanza y divulgación sigue en
manos de niños, esclavos, leprosos o pordioseros. Al decir de Borges, “es tarea
de los individuos más bajos”. La divulgación del Secreto no admite expertos. Me
explicaré. En mi opinión, a pesar de los esfuerzos en llevar a las aulas la
formación sentimental y sexual, a pesar de la mayor confianza en las familias
en hablar del tema, hoy internet con sus redes sociales y sus webs y las
televisiones con sus supuestos programas de divulgación y entretenimiento son
los auténticos mistagogos de la educación emocional y sexual de las nuevas
generaciones. ¿No será que esas formas
vulgares conectan mejor con los descubrimientos de los pequeños perversos
polimorfos de los que nos hablaba Freud? Pienso que sí. Freud hablaría hoy de
las mismas resistencias al psicoanálisis. Michelena lo describe bien ya en el
título de su libro: saber y no saber. Y no podemos negar que las formas más
vulgares, casi obscenas de formación son más adecuadas para confirmar las
teorías sexuales infantiles, para poder permanecer en las propias fantasías
sexuales de cada uno, en la propia invención. La diferencia fundamental entre
otras épocas de la historia y la actual es, a mi parecer, que esta situación
crea una paradoja. Con la divulgación masiva, casi diría que obligatoria de
temas sexuales, parece que ha desaparecido la sensación de secreto, incluso la
necesidad de privacidad, pero en realidad sencillamente se ha banalizado, por
no decir que se ha profanado perdiendo la sensación de misterio y ocultando, de
tanto hablar de él, la posibilidad de explorar de verdad la complejidad de la
sexualidad humana y establecer un diálogo con los propios sentimientos. Ahora
parece que ya todo se sabe y que además lo sabe todo el mundo, y que debe
proclamarse la práctica del Secreto, siendo esta proclamación un nuevo dogma
que oculta en vez de mostrar.
Freud pensaba que la liberación de la intensa represión
sexual de la era victoriana contribuiría a una mejora en la salud mental de los
individuos. Pero el ser humano es complejo y esquivo, y ahora nos hemos ido al
otro extremo. La sexualidad ha pasado de estar prohibida a ser casi
obligatoria, lo que genera otro tipo de malestares que a menudo contemplamos en
nuestras consultas. Y si bien antes era el lascivo o el concupiscente el que
estaba mal visto, ahora lo es el cauto, austero o selectivo en cuanto a la
calidad de la práctica del Rito el que se ve ridiculizado o criticado. ¿Y cómo
puede ser de otra manera? Borges y Freud lo dicen: la sexualidad humana está
mechada de amor y de odio, de generosidad y violencia y de esto no nos
libramos. Cambian las formas pero la esencia permanece. Y quizá así debe ser,
pues sin el placer que proporciona la práctica del Rito la especie se habría
extinguido y una de las cosas más placenteras que hay es sentirse partícipe de
un Secreto y a la vez sentirse inventor del mismo, hasta el punto de negar que
ya había sido inventado antes de nuestro nacimiento, hasta el punto de negar
incluso que este nacimiento es precisamente una prueba irrefutable de que la
invención del Secreto nos precedió. Por ello, larga vida a La Secta del Fénix,
que con sus múltiples formas y maneras asegura nuestra permanencia en la
Tierra.
Referencias bibliográficas
Borges, J.L. (1944),
La Secta del Fénix, en Artificios, Obras completas, II, Barcelona, Círculo de Lectores, 1992, pp.
114-116.
Freud, S. (1905), Tres ensayos de teoría sexual, en Obras
completas, VII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996.
Michelena, M. (2006), Saber y no saber. Curiosidad Sexual
Infantil, Madrid, Editorial Síntesis.
Carme García Gomila
Médico. Psicoanalista SEP-IPA
Fuente: Temas de Psicoanálisis
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