Cinco décadas pasaron de aquel libro que reúne poemas como “El amenazado”, “El centinela” y “El advenimiento”. ¿Qué se oculta detrás de esos textos íntimos y a la vez universales? Opinan Aníbal Jarkowski, Valeria Sager y Daniel Mecca
Luciano Sáliche
11 de Febrero de 2022
1972 es un peldaño más en la larga escalera de 86 años que transitó Borges. Un año como tantos, seguramente mejor que algunos, peor que otros. Tiene 72 —el 24 de agosto cumple los 73—, viaja a Estados Unidos a recibir el doctorado honoris causa en Humanidades por la Universidad de Michigan State, se lo nombra miembro del Museo Judío de Buenos Aires, escribe el guion de la película francesa Les autres junto a Adolfo Bioy Casares y Hugo Santiago Muchnick —se estrenará en 1975— y El oro de los tigres. Pasaron cincuenta años ya de la publicación de este libro de poemas que, como explica Aníbal Jarkowski, tuvo cambios: la edición original contaba con un prólogo, una nota y 37 textos literarios, pero “después, como hace siempre Borges, quita poemas, agrega otros, y eso de alguna manera hace que el libro que hoy uno lee cuando abre El oro de los tigres sea un poco distinto al original. No es que cambie mucho. La primera edición es del 72 pero en el 74 ya Borges fue preparando lo que va a ser su tomo de sus Obras completas, ese volumen grande que todo el mundo conoce. De modo que él hace muchas operaciones de reorganizar sus libros. En El oro de los tigres había una milonga que después fue a otro libro, el de milongas, Para las seis cuerdas”.
Para este es profesor, lector agudo de Borges, autor de las novelas Rojo amor, Tres y El trabajo, y de ensayos sobre Juan José Saer y Roberto Arlt, entre tantos otros, “desde el punto de vista estética, es un libro menor en la obra de Borges. Es muy inferior a El hacedor, a El otro, el mismo o Elogio de la sombra, incluso Los conjurados, que es el último libro. Todos estos son de poesía, también incluyen algunas prosas. Pero El oro de los tigres no está de ninguna manera a la altura desde el punto de vista de la calidad. De hecho cuando el libro sale, hay algunas críticas favorables, pero la mayoría no: ven que es simplemente una repetición de lo que había hecho, incluso con una menor calidad. Se habla un poco del cansancio de Borges. Hay que tener en cuenta que es un hombre que tiene 72 años, es alguien que ya está más o menos juzgado con su literatura. Quizás es razonable que no trajera muchas novedades”. Efectivamente, la edad, el momento que atravesaba, el contexto, todo es fundamental. Se puede leer como una despedida. En el prólogo dice “descreo de las escuelas literarias” y habla de la necesidad de “recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus regionalismos (...) Un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”.
Valeria Sager es profesora y doctora en Letras, y autora del libro El punto en el tiempo: gran obra y realismo en Juan José Saer y César Aira. “Unos pocos años después de que saliera El oro de los tigres —cuenta—, Jaime Alazraki publicaba un artículo (”Borges o el difícil oficio de la intimidad: reflexiones sobre su poesía más reciente”, Revista Iberoamericana, diciembre de 1977) en el que leía en serie los cuatro libros de poemas de Borges que se habían publicado en pocos años entre 1969 y 1976: Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda y La moneda de hierro. De aquel ensayo que leí alguna vez para la facultad, recordé que hablaba de un cierto giro intimista, no una voltereta enorme sino más bien un coqueteo con la intimidad y de otro giro, que me interesa aun un poco más, que podría llamarse: genérico. Se trataba del paso de un tono y un conjunto de temas épico a uno elegíaco en el que se revisan los nombres, los tópicos, las ideas y hasta los textos propios con una perspectiva cercana a la de las últimas veces”.
Daniel Mecca es docente, poeta —Lírico, Haikus periodísticos y Música de incendios—, periodista y organizador del festival BorgesPalooza. “El Borges de la ceguera, que él pone como fecha tentativa definitiva hacia 1955-1956, trabaja sus poemas con estructuras más propicias a la memoria y la sonoridad. En este libro aborda una mayoría de poemas con versos endecasílabos sin rima y sonetos. Este concepto está ya desde los poemas homéricos. En aquel caso, el hexámetro en griego antiguo permitía a los aedos y rapsodas cantar de memoria La Ilíada y La Odisea y desplazarlo en el tiempo (e incluso ir escribiéndolo, si nos orientamos a la idea de un autor colectivo y no a un ‘Homero poeta’). Y la memoria da una sonoridad angular. Este Borges de El oro de los tigres es, entonces, memoria y sonoridad, pero también lirismo y recurrencia, ya que están los ‘temas borgeanos’ por antonomasia, empezando por el tigre, su animal mitológico. Más allá de que en algunos poemas pierda fuerza al extenderse en el verso libre, Borges deja aquí versos memorables. ‘Sólo pido las dos abstractas fechas y el olvido’; ‘La meta es el olvido. / Yo he llegado antes’. O ‘Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo’. Este Borges poeta gana en la concentración del verso”.
Distintas ediciones de “El oro de los tigres”, de Borges
Distintas ediciones de “El oro de los tigres”, de Borges
Cuando Jarkowski vuelve a abrir El oro de los tigres, se encuentra con un verso subrayado. Forma parte del poema “El pasado” y dice “Todo era fácil, nos parece ahora, / en el plástico ayer irrevocable”. Lo recita del otro lado del teléfono. “Me gusta mucho esa mirada sobre el pasado donde aquello que nos atormentó, nos dejó confundidos, desorientados, visto por el paso del tiempo todo resulta fácil, sencillo, hasta razonable, hasta explicable. Eso me parece que es una buena experiencia humana, captada en dos versos muy sencillos: cómo de alguna manera cuando miramos hacia el pasado aquello que fue una tragedia, aquello una fue angustia, de pronto se nos vuelve claro, prístino. Esto se puede plantear con este aniversario: después de cincuenta años podemos opinar sobre El oro de los tigres, podemos decir que no es un gran libro ni mucho menos, pero eso lo estamos haciendo ahora, cincuenta años después. Como diría Borges: todo eso nos parece fácil ahora. En ese momento es un hombre mayor que está gozando de una extraordinaria gloria que ya se había vuelto universal, que tiene que soportar algo que es conflictivo: él mismo y su hábito de la escritura, entonces vuelve a escribir, sigue escribiendo, y seguramente no era fácil para él, seguramente había algo trágico”.
Mecca destaca “Tankas”, “ese tipo de poema breve japonés” que cuenta con seis partes de cinco versos cada una. “Borges logra allí un momento lírico muy elevado. El sexto tanka funciona a la vez como una definición biográfica y poética”, dice y cita: “No haber caído, / como otros de mi sangre, / en la batalla. / Ser en la vana noche / el que cuenta las sílabas”. “Lo que parece una disminución provocada por la estatura de sus antepasados -sobre todo del glorioso coronel Isidoro Suárez, héroe de Junín- es la presentación de su batalla, de su sangre: la literatura. En cinco versos hace del pasado un arma futura”. Mecca elige otro, “El amenazado” y dice que “por supuesto está entre los poemas centrales del libro: la repetición whitmaniana, la retórica, el uso de versos paralelos, esa forma de exaltar el amor y sus contrarios”. A esta altura, ya es un clásico de la poesía romántica. Empieza así: “Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz”. Tiene versos desesperados como “estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo” o “es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el / horror de vivir en lo sucesivo”. Y cierra así: “El nombre de una mujer me delata. / Me duele una mujer en todo el cuerpo”.
Valeria Sager cita el epílogo: “A riesgo de cometer un anacronismo, delito no previsto por el código penal, pero condenado por el cálculo de probabilidades y por el uso, transcribiremos una nota de la Enciclopedia Sudamericana que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074″, y agrega: “Después de esa introducción ya de por sí fabulosa, viene lo que en la Enciclopedia futurista diría hipotéticamente de la biografía del escritor. Como texto autobiográfico, especie de lápida hiper escrita, es cómico y brillante”. También “Los cuatro ciclos”. “Allí, Borges vuelve sobre la idea que está en ‘La trama’, y en tantos otros, de que las historias para contar no son más que un puñado, esa idea que se combina con Vladimir Propp y que se constata cada vez que un gran escritor o un gran cineasta produce una obra maestra con los mismos elementos de La Odisea, de Shakespeare o de La Biblia”, dice y agrega que, “de los poemas, me gusta mucho ‘El advenimiento’, que ya es sonoro y promisorio desde el título. El advenimiento remite al origen de los nombres, al momento en el que alguien en la cueva de Altamira, por primera vez, nombró un bisonte de ese modo y nombró también la cueva, vio la estampida de animales y luego los inscribió para siempre en ese sitio que antes era mudo”.
Aníbal Jarkowski, Valeria Sager y Daniel Mecca
Aníbal Jarkowski, Valeria Sager y Daniel Mecca
A su lista agrega dos más. “La tentación”, porque “es una continuación de ‘El general Quiroga va en coche al muere’; me gusta por ese retorno a algo ya escrito”. Y “Cosas”, porque “está construido con uno de esos procedimientos que, como ha señalado Nora Avaro en uno de mis ensayos favoritos sobre el escritor, identificamos con lo borgiano: la enumeración. Allí la lista de objetos, de cosas se recorre sin descripciones ni detalles nimios pero aun así forma un catálogo que definido de otro modo y con más subordinadas podría entrar -Borges no lo hubiera querido- en una novela realista o en el mundo material que aparece en la poesía de los noventa″. Son varios textos para para leer, para releer, para detenerse. “Es de noche. No hay otros. Con el verso / debo labrar mi insípido universo”, escribe en “El ciego” con suma intimidad; también hay poemas cortos, como “Un poeta menor”, dos líneas: “La meta es el olvido. / Yo he llegado primero”. “Hay versos medidos, sonetos, prosa, métrica, otros son versos libre a la manera de los versículos del Evangelio. Hay que tener en cuenta que para entonces Borges trabajaba mediante el dictado. Eso le plantea limitaciones y lo va encerrando en su propia literatura. Hay algo entre crepuscular y un poco decadente en El oro de los tigres”, dice Aníbal Jarkowski.
Jarkowski destaca “El centinela”: “Es una repetición de ‘Borges y yo’, un texto muy, muy conocido de El hacedor. Acá vuelve a plantear el mismo tema, el doble, una especie de enfrentamiento de Borges con otro Borges. Creo que ‘El centinela’ es mejor que el otro, que es más famoso. Es un poema más íntimo, se ve mejor el enfrentamiento de Borges contra sí mismo, hay algunas líneas que son bastante violentas. A los lectores nos conmueve esa relación de Borges con el doble porque no se plantea como una cuestión de ingenio literario. Me parece que ahí toca algo que nos toca a todos: la idea de la distancia que hay entre una parte pública que tenemos, esa imagen que damos a quienes nos conocen, quienes nos rodean, y después una zona interior que no se lleva bien con esa imagen. Cuando se publica este poema, Bioy Casares en su diario sobre Borges lo toma en cuenta. Dice que en El oro de los tigres hay muchos textos donde parece que Borges se está parodiando a sí mismo. En cambio en ‘El centinela no’; él dice que es un poema más sentido, más eficaz, más potente. No es de ningún manera un poema ingenioso, sino que tiene una condición dramática que es muy interesante”.
También se refiere “1929″: “Es la vida anodina, aburrida, vacía de emociones de aventuras que un hombre tiene. Como el poema es narrativo, en un momento ese personaje llega a un lugar donde recuerda que ahí, en un edificio que ya no existe, se mantuvo una partida de truco donde alguien le hizo una trampa para ganarle. Entonces ese personaje acepta la derrota pero le dice al otro que tendrían que continuar en la calle. Tienen un duelo y este personaje de pronto adquiere como una emoción porque en ese duelo él se recuerda valiente, recuerda que mató a aquel que le había hecho trampa jugando al truco. Eso poema es muy interesante”. Y otro más, titulado “Tú”: “Tiene una idea, la idea de que en realidad solamente nació un solo hombre, que solamente murió un solo hombre. Aunque no sea muy original, me parece que es interesante pensarla hoy, en una época con la superstición del individualismo, el culto del yo, la diferenciación, tiempos tan narcisistas y vanidosos. Y este poema más bien nos dice lo contrario: nos ve como sucesivas manifestaciones de un ser humano. De esta manera nos igualamos, nos reconciliamos con los que nos antecedieron y también nos proyecta, nos hace pertenecer a la familia humana”.
Cuando se habla de Borges, se lo suele recordar y ponderar por sus cuentos, pero hay un Borges poeta que es increíblemente singular. “Empezaría por señalar que el Borges poeta —dice Daniel Mecca— no solo se encuentra en la poesía de Borges, sino en la escritura de la prosa como si fuera poesía. Así, la estética que Borges logra en sus cuentos tiene mucho que ver con el fraseo poético sea por su economicidad (una disciplina del lenguaje) o por sus modos más barrocos. Ahora bien, el Borges específicamente poeta tiene al menos dos etapas: la de los años 20 y su trilogía de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín y la poesía posterior a los años 60, en la que Borges empieza a trabajar por ejemplo con el soneto. No deja de ser un singular gesto de vanguardia que escribiera sonetos en aquella épocas en desuso. Curiosamente, cuando él se definía vanguardista en los años 20, sus poemas no lo eran (pensemos que Trilce, de César Vallejo, es 1922 y Fervor de 1923). Curioso destino de un vanguardista: Borges lo fue finalmente, pero sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.
“Lo que me fascina —ahora la que habla es Valeria Sager, se refiere al Borges poeta— son los momentos en los que las recurrencias y algunos procedimientos hacen obra, se conectan con otros de otros cuentos, poemas o ensayos para repetirse, reformularse o para chocar entre sí. El oro de los tigres está lleno de espadas, de menciones de espadas como en ‘El encuentro’, como la que causa la cicatriz de Vincent Moon, como las que se cambian por lanzas en ‘Poema conjetural’ o por una daga o un cuchillo en ‘El sur’ pero también está hecho de diálogos con los mismos nombres y las mismas ideas que vuelven una y otra vez: Whitman, Sarmiento, Las mil y una noches, el gaucho, Quiroga, Homero, Shakespeare… Muchos de sus poemas son una sucesión de ideas como si lo que busca allí con otro ritmo fuera seguir escribiendo ensayos y el ensayo de Borges o esos textos indefinibles que bordean el cuento y el ensayo son de lo que ha escrito, mis preferidos. Cuando los poemas cuentan una historia como lo hace especialmente, por ejemplo, ‘Poema conjetural’, leo atrapada en la fábula como si fuera un relato. Tal vez no sea lo que la mayoría de los lectores de poesía buscan encontrar pero el modo en el que esos textos narran una historia con precisión métrica y cálculo silábico hace para mí que la lectura se parezca a un viaje a tierras desconocidas”.
Fuente: Infobae
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