domingo, 6 de mayo de 2012

BORGES ME TOMA EL PELO


Stuttgart, octubre 1982

Ricardo Bada

En el principio era el verbo, y el verbo se hizo Borges y moró entre nosotros.
Por una serie de circunstancias que sería muy largo de detallar, y de la que no saldrían bien librados los estamentos culturales oficiales alemanes, me tocó un lejano día la grandísima suerte de poder entrevistar al verbo, quiero decir: a Jorge Luis Borges, en el hotel donde se alojaba en Stuttgart.
A Borges, por esas calendas, en octubre del 82, ya le habían hecho todas las entrevistas,
de manera que el viejo se sabía todas, todas, las respuestas. Avanzada nuestra charla,
me di cuenta de que me estaba toreando a su manera digamos aristocrática. María Kodama desesperaba, porque mi media hora iba camino de la hora y media, pero Borges, cuando ella quería cerrar el diálogo, le decía que le pidiese al resto de los periodistas un poco de paciencia.
Y sin embargo, y a pesar de que la mucha cancha que me concedía, yo no lograba extraer nada más que clichés de esa portentosa mina, exceptuando quizás cuando le pregunté a bocajarro:
–Si le tocase ir al Infierno del Dante, ¿qué círculo preferiría, Borges?
Se me quedó como mirando (sin verme, claro), y al cabo de unos segundos dijo:
–¿Hay alguno para los perezosos?
Decidí in extremis un último asalto, y transcribo lo que sucedió:
–Borges, usted sabe que Borges es una divisoria de aguas en el idioma castellano, hay una literatura en él antes y después de Borges...
–Ah, no, no, –me interrumpió:– yo sólo he escrito algún que otro texto quizás memorable,
pero nada más.
–Bueno, no sea tan modesto, lo cierto es que al menos yo, y no sólo yo, somos muchos los que pensamos que usted es esa divisoria de aguas...
–O sea, que por democracia, yo soy un gran escritor.
–¿Cómo por democracia, Borges?
–Claro, usted dice que usted, y no sólo usted, son muchos, piensan que yo soy un gran escritor; y como yo no lo creo, y sólo soy uno, entonces estoy en minoría y ustedes ganan.
–Borges, de veras, usted me está tomando el pelo, usted sabe muy bien que yo no he dicho eso...
–Pero es lo que se desprende de lo que usted dice.
–Borges, usted me está tomando el pelo, y además, yo no quería hacerle ninguna pregunta de carácter político y usted casi me está provocando a hacérselas.
–¿Y por qué no?
–¿Puedo hacerle preguntas de carácter político?
–Claro que sí, pregunte.
(Recuerden ahora que estamos en octubre del 82, recién concluida la guerra de las Malvinas, todavía hay dictadura en la Argentina. Y aquí sigue la transcripción del diálogo, empezando por mi pregunta:)

–Bueno, ¿qué opina usted de lo que está pasando en su país?
–Mire, usted sabe que los militares son estúpidos...
–Perdone, Borges, no comparto su opinión. Usted dice que los militares son estúpidos, pero yo pienso en Julio César, en Napoleón, en Kemal Atatürk...
–Ahora es usted quien me quiere tomar el pelo a mí. Usted sabe que lo que yo quiero decir es que los militares argentinos son estúpidos...
Conservo de ese día con Borges un recuerdo imborrable. Poco después de este diálogo pusimos fin a la entrevista y me preguntó qué es lo que iba a hacer ahora. Almorzar, le dije. Bueno,
me contestó, pues vaya encargándome un plato de arroz hervido, que almorzaremos juntos.
Y así fue: menos de un cuarto de hora después llegó al comedor del hotel, del brazo de María Kodama, se sentó frente a su plato de arroz hervido y seguimos charlando de todo lo divino
y de todo lo humano (perdón por el pleonasmo); hasta chistes nos contamos. En menos de un cuarto de hora había despachado a tres periodistas alemanes, sólo para continuar la charla con alguien que no le aceptaba las respuestas, ésas que se sabía, a todas las preguntas.
Se lo agradecí en el alma. Y creo que también él disfrutó ese rato.



Fuente : Revista Ámsterdam Sur
5 de diciembre de 2010
http://www.amsterdamsur.nl/Ricardo%20Bada.html

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