Lyrical interpretation of Borges' Asterion: Intertextuality and appropriation of minotaur myth
Virginia Isla García
Universidad de Valladolid. Valladolid, España
RESUMEN
Cuando Borges nos permitió conocer la humanidad del asesino
que vivía en su Casa de Asterión nuestra piedad inicial pronto se transmutó en
trágica identidad. Los trabajos que aquí analizamos nos muestran cómo los
poetas actuales son también conscientes de este hecho y comparten nuestro
terror, motivo quizá por el que en su poesía prefieren centrarse en los últimos
pensamientos del monstruo antes de su muerte. De este modo no sólo pagan su
tributo a Borges sino que nos recuerdan cómo nosotros, hombres modernos,
suplicaremos también por morir.
ABSTRACT
When Borges
let us know the humanity of the murderer who lived in his Casa de Asterión, our
initial sorrow became soon in tragic identity. The works we analyse here show
us how poets of nowadays are well conscious of this fact and share the same
fear as us. Perhaps this is the reason why in their poetry they prefer to focus
on the last monster's thoughts before his death. In this way, they not only pay
their tribute to Borges but also remind us how we, modern men, will beg for our
death too.
"La idea de una casa hecha para que la gente se pierda
es tal vez más rara que la de un hombre con cabeza de toro, pero las dos se
ayudan y la imagen del laberinto conviene a la imagen del Minotauro. Queda bien
que en el centro de una casa monstruosa haya un habitante monstruoso. El
Minotauro, medio toro y medio hombre, nació de los amores de Pasifae, reina de
Creta, con un toro blanco que Poseidón hizo salir del mar. Dédalo, autor del
artificio que permitió que se realizaran tales amores, construyó el laberinto
destinado a encerrar y a ocultar al hijo monstruoso. Este comía carne humana;
para su alimento, el rey de Creta exigió anualmente de Atenas el tributo de
siete mancebos y de siete doncellas. Teseo decidió salvar a su patria de aquel
gravamen y se ofreció voluntariamente. Ariadna, hija del rey, le dio un hilo
para que no se perdiera en los corredores; el héroe mató al Minotauro y pudo
salir del laberinto.
Ovidio, en un pentámetro que trata de ser ingenioso, habla
del "hombre mitad toro y toro mitad hombre"; Dante, que conocía las
palabras de los antiguos, pero no sus monedas y monumentos, imaginó al
Minotauro con cabeza de hombre y cuerpo de toro (Infierno, XII, 1-30). El culto
del toro y de la doble hacha (cuyo nombre era labrys, que luego pudo dar
"laberinto") era típico de las religiones prehelénicas, que
celebraban Tauromaquias sagradas. Formas humanas con cabeza de toro figuraron,
a juzgar por las pinturas murales, en la demonología cretense. Probablemente,
la fábula griega del Minotauro es una tardía y torpe versión de mitos
antiquísimos, la sombra de otros sueños aún más horribles (Borges, 1997: 664).
Pecaríamos de exceso de prudencia si nos resistiéramos a
afirmar que cuando Borges escribe el capítulo dedicado al
"Minotauro", una de las criaturas más fascinantes de los seres
imaginarios (1967) creados por el hombre y entre las que se incluye, tal vez,
el nombre "de cada uno de nosotros y de la divinidad" (Borges, 1997:
569) está remitiendo en realidad a su Aste-rión de El Aleph (1949), una relación
que en el infinito intertexto que es la obra de Borges parece ser necesaria y
evidente.
La entrada no es objetiva, ni por los datos que ofrece
(precisos aunque con ausencias conscientes) ni por su redacción. Borges habla
del laberinto cretense como si se tratara de un hogar con las connotaciones
positivas que tiene dicho término pero que en este caso es "una casa hecha
para que la gente se pierda", "una casa monstruosa" en cuyo
centro hay "un habitante monstruoso" para el que sí representa un
hogar, es decir, "La casa de Aste-rión", aunque aquí evite referirse
a esta casa-laberinto con esta denominación ya por estas fechas
indiscutiblemente suya. El laberinto borgesiano está siempre razonado, y por
eso es inquietante, más aún que el monstruo que describe y que en su universo
literario (y diríase que filosófico) es el hombre. El monstruo en el centro de
la casa, la casa dentro del monstruo, el hombre prisionero del mundo, prisión
de sí mismo.
La narración sintética del mito en El libro de los seres
imaginarios (1967) es acertada (qué es, origen y comportamiento del minotauro,
aparición del héroe, ayudante y fin), pero no deja de ser un engaño, sobre todo
tras la lectura de su reelaboración en El Aleph: la historia así contada parece
una sucesión de hechos casi previsibles, concretizaciones de las funciones de
Propp. "La casa de Asterión" rellena los huecos que Borges oculta en
el resumen de esta leyenda, que recuerda, al fin y al cabo, lo más visible,
reconocible y popular del mito.
El minotauro de Borges es complejo, es humano y, por tanto,
sufre las paradojas de éste ("Ovidio, en un pentámetro que trata de ser
ingenioso, habla del ‘hombre mitad toro y toro mitad hombre'"). La
confusión dantesca es el resultado del poder engañoso de las palabras y de los
estragos del paso del tiempo en ellas. No en vano, Asterión había dicho:
"pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura" (Borges,
1989: 569).
El culto al toro, el doble hacha y el laberinto tiene una
explicación histórica, aunque Borges sugiere otras antropológicas y
primigenias, "antiquísimas". Sea como sea, el tema del minotauro le
había servido años atrás para escribir uno de los mejores relatos de la Posmodernidad. En
"La casa de Asterión", Borges retoma un tema clásico (tradicional),
pero desde otro punto de vista, el del personaje marginado, dando voz
(narrativa) y voto al monstruo, cuya introspección y dudas corresponde a la
relatividad del mundo moderno: "Probablemente, la fábula griega del
minotauro es una tardía y torpe versión de mitos antiquísimos, la sombra de
otros sueños aún más horribles". Se trata, en otras palabras, del misterio
del ser humano, el laberinto, el espejo (el alter ego), los jardines que se
bifurcan, las ruinas circulares, la biblioteca de Babel, la lotería de Babilonia,
el Aleph, etc.
EL ASTERIÓN
BORGESIANO EN LA POESÍA
ACTUAL
Cuando se retoma el tema del minotauro en los poemas
escogidos de la poesía actual, la deuda con Borges es fácilmente reconocible
(por ejemplo, Ruiz Noguera lo cita al comienzo de su poema). Se toman los
elementos más destacados del poema de Borges, es decir, el punto de vista del
minotauro, la soledad (humana) de éste y la esperanza de la liberación tras la
muerte. Si Borges había intentado completar con su relato el hueco existente en
la fábula, es decir, todo lo que ocurría entre el encierro del minotauro y su
vida hasta que llega Teseo, los poetas actuales recrean parte de estos momentos
y sitúan el clímax lírico en la muerte del minotauro, reconstruyendo así el
silencio narrativo de aquellos instantes en los que Borges hacía enmudecer al
minotauro, recuperaba la omnisciencia y daba voz a Teseo, restando de todo
valor a su hazaña:
¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un
hombre? ¿Será
tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no
quedaba ni un
vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo–. El minotauro apenas se
defendió
(Borges, 1989: 570).
Los poetas continúan con el punto de vista del minotauro,
describen la llegada de Teseo y la liberación del minotauro ante la muerte.
Aunque previamente hacen referencia, como veremos, a la soledad de éste, para
entender la humanización del monstruo en toda su complejidad se remite a
Borges. Al fin y al cabo, estos poemas no dejan de ser una coda a "La casa
de Asterión", una manera de llenar el paréntesis temporal que Borges
necesitaba para hacer efectiva la adivinanza de su relato.
Avanza sin recelo
que el hilo del amor impide tu extravío.
Adelanta tu brazo,
cada herida es un paso hacia la gloria.
Mi dulce redentor, dame muerte.
Libre del laberinto,
por fin el cielo abierto ante mis ojos (Ruiz Noguera, 1980).
Porque he desistido de esta suerte fatigosa.
El hecho es reciente.
La daga aún conserva los rastros del dolor
en el punto letal de ateniense.
Siento el tajo en mi alma.
Por fin (Bernstein, 1998).
Despierto sobresaltado con su nombre en mi roja boca.
Y está ahí, mirándome,
con una espada en la mano
y algo que no logro descifrar
........................................en la otra (Pérez
Olivares, 1999).
El minotauro conoce y anhela la llegada de su redentor. En
Borges, uno de los atenienses sacrificados profetizó a este mesías diairético:
… pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su
muerte, que alguna vez llegaría mi redentor [ojo, el minotauro entiende que es
su redentor, y no el de la víctima ateniense, como hubiera sido lo esperable en
el mito]. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor
y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores
del mundo, yo percibiría sus pasos (Borges, 1989: 570).
El firme convencimiento del minotauro se encuentra también
en los poemas señalados: "Sé que aquí se me oculta…" (Ruiz Noguera,
1980), "Sé que mi última hora está llegando…" (Pérez Olivares, 1999).
El minotauro reaparece como un ser racional, aunque también dotado de una
emotividad e imaginación un tanto inocente e infantil, sobre todo en lo que
respecta a la llegada del héroe: "Presentí tu llegada/tu vigoroso paso, /
tu mano decidi-da…/ sólo serenidad hay en la tuya/ (…) Adelanta tu brazo, /cada
herida es un paso hacia la gloria [¿la de Teseo o la del minotauro?]/ Mi dulce
redentor, dame muerte" (Ruiz Noguera, 1980). La imagen es aún más acorde
al prototipo mesiánico en Pérez Olivares (1999): "Alguien vendrá desde el
mar, / mar espumoso como el vino, / encrespado como cabellera de adolescente. /
Aunque no lo haya llamado, aunque no sepa quién es/ vendrá por mí". La
espada del héroe quizá se vea despreciada, sobre todo en comparación con la
fuerza del minotauro, en Bernstein (1998): "La daga [que no la espada],
aún conserva los rastros del dolor".
Por otro lado, el encuentro entre el héroe y el minotauro se
plantea desde perspectivas diferentes en cada poema. Así, en el de Ruiz Noguera
(1980), el minotauro se dirige a Teseo como si fuera su interlocutor, al que,
por cierto, tutea "Presentí tu llegada", "mi dulce redentor,
dame la muerte". Bernstein (1998), por su parte, da voz a los dos protagonistas,
poemas "Asterión" y "Teseo" respectivamente, pero no
establece ninguna comunicación entre ellos: Asterión habla de "el puño
letal del ateniense"; Teseo se muestra como un egocéntrico (soy, soy…) y
hace referencia a "El minotauro yace muerto a mis pies". Por su parte,
Pérez Olivares (1999) se limita al punto de vista del minotauro y ni siquiera
da voz a Teseo desde su omnisciencia, como veíamos que hacía Borges. La
incomunicación entre la víctima y el verdugo (ambos personajes ambas facetas)
se produce incluso en el diálogo dramático de "Los reyes", de
Cortázar, publicado el mismo año que El Aleph. El héroe Teseo es
psicológicamente más simple que Ariadna y el minotauro (hermanos y enamorados
ambos), lo que refuerza su papel de prototipo y actante necesario. El caso de
Ariadna es aún más singular, ya que en la nueva revisión del mito del
minotauro, no tiene apenas relevancia (indirectamente Ruiz Noguera habla de
"Avanza sin recelo/que el hilo del amor impide tu extravío"), aún
menos que la del redentor Teseo. En este aspecto se prefiere también a Borges
sobre Cortázar, ya que en el drama de éste se intercambian los papeles y
Ariadna pretende que el minotauro, tras matar a Teseo y gracias a su hilo,
salga victorioso del laberinto porque arde en deseos de estar con él. Es un
"monstruo capaz de excederme hasta en la ausencia, de revestir con miedo
mi primera ternura" (Cortázar, 1970: 9). De hecho, cuando el minotauro
cree que le ha engañado con Teseo cuando éste se apropia de la frase,
"Ariana es el mar" (1970: 27) se deja matar y llega a decir:
"¿No comprendes que te estoy pidiendo que me mates y te estoy pidiendo la
vida?" (1970: 30). La petición es idéntica en los dos autores, pero la
motivación es muy diferente.
La humanización del minotauro y su descripción como un ser
racional y sensible al que se dota de palabra, supone también, en la mayoría de
los casos, la vulgarización de Teseo, que deja de ser el héroe para convertirse
en el asesino. En este aspecto, los poemas que siguen la línea borgesiana
suelen desmitificar al héroe: su hazaña no es tal, ya que el minotauro no opone
resistencia, hecho que explica su propia perplejidad. Así, en Ruiz Noguera
(1980), el minotauro le dice que "avanza sin recelo", en
"Teseo" de Berns-tein (1998), éste reconoce que "soy el
vencido", mientras que Pérez Olivares (1999) señala su cobardía,
aprovechando el sueño del minotauro para matarlo: "Despierto sobresaltado
con su nombre en mi roja boca, / y está ahí, mirándome, /con una espada en la
mano…". En todo caso, tal y como señaló Borges "el minotauro apenas
se defendió" (1989: 570). Este Teseo aparece como el instrumento necesario
para librar al minotauro de su prisión, tal y como lo había presentado Julio
Cortázar en "Los reyes": "Me obedezco sin preguntar mucho"
(1970: 19), "Mira, yo sé por qué debo matar al cabeza de toro. Me preocupa
su astucia" (1970: 16). Por otro lado, podemos relacionar este relato de
Cortázar con el poema "Laberinto", de Martínez Mesanza (1986), ya que
retoma el punto de vista de Minos, responsable último de la cadena de desastres
al despertar la cólera de Poseidón y que se servirá de Teseo para acallar su
propia conciencia: "cuando la espada hiera al monstruo infame, / mi
corazón conocerá el descanso".
Si en "La casa de Asterión", Borges jugaba a las
adivinanzas describiendo un laberinto sin nombrarlo y presentándolo como un
hogar, en los poemas el laberinto se hace explícito, y no sólo se nombra, sino
que el minotauro lo siente como tal. Ya no es su hogar, sino su prisión, y lo
sabe, así como conoce (o intuye) la razón de su encierro.
Sé que aquí se me oculta
porque soy despreciado.
Sólo el resentimiento
pudo urdir esta absurda arquitectura
donde la oscuridad tiene su reino (Ruiz Noguera, 1980).
Me llaman Minotauro, engendro del horror
con la belleza,
unión de la razón con la locura.
Avanzo por este húmedo y solitario laberinto
.....................al que he sido confinado.
Mis pasos resuenan en un insomnio de galerías,
se pierden en la maraña de pasadizos
donde espero la noche (Pérez Olivares, 1999).
Asterión decía "no salgo de mi casa" pero
"Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero",
"he meditado sobre la casa" donde "son catorce [son infinitos]
los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes" (Borges, 1989: 569 y 570). El
minotauro de Borges tiene conciencia de que es único (1989: 570), con un nombre
propio, Asterión, frente al genérico del "minotauro", el "me
llaman Minotauro" de Pérez Olivares (1999).
El minotauro, repetimos, tiene conciencia de su propia
identidad: se sabe único y se sabe humano. Sin embargo, su doble apariencia,
cabeza de toro y cuerpo de hombre, le hace dudar de su naturaleza. ¿Es una
bestia –irracio-nal– o es un ser humano? ¿Es quizá ambas cosas? ¿En qué grado
es un animal y en qué medida es humano? La aberración del monstruo es mayor aún
que la del centauro, pues en el caso del minotauro es su cabeza (el cerebro, la
inteligencia), el primer enigma al que nos enfrentamos hasta el punto de
podernos plantear esta dualidad en nosotros, los seres humanos.
A primera vista, el Asterión de Borges comparte rasgos del
animal y del animal evolucionado, es decir, del hombre. Se dice que juega,
"semejante a un carnero que va a embestir" (1989: 569), se tira desde
las azoteas, comportamientos que si bien parecen irracionales precisamente por
su falta de sentido, parecen más humanos. Dice que "jamás he retenido la
diferencia entre una letra y otra" (1989: 569), pero este síntoma de
inteligencia deficitaria se ve más adelante negada cuando afirma que "he
meditado sobre la casa" (reflexión racional) (1989: 570), e incluso se
plantea la posibilidad de ser un creador original, "quizá yo he creado las
estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo" (1989: 570).
Además de sufrir estos delirios de divinidad se cree un libertador de hombres,
y según el relato "oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de
piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos, uno
tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos" (1989: 570), lo que
no niega que los devore, por otro lado; no obstante, el hecho de que mantenga
sus manos limpias le hace superior incluso a Teseo, que por fuerza tuvo que
manchar de sangre las suyas mientras esgrimía su espada. En todo caso, Asterión
no sufre ningún tipo de conflicto emocional por su doble naturaleza, o al menos
eso podemos deducir de sus últimas palabras: "¿Cómo será mi redentor?, me
pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre?
¿O será como yo?"(1989: 570). Su problema, también muy humano, es el de la
soledad, lo que le lleva a crearse un alter ego, un doble con el que hablar, el
amigo invisible de los locos, de los niños y de nuestras fingidas discusiones
con nosotros mismos: "Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro
Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes
reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior (…). A veces me
equivoco y nos reímos buenamente los dos" (1989: 570). Tenemos por tanto a
un ser racional, único en su especie, que se siente al mismo tiempo solo y
posible creador del universo, casi diríase otro mesías que espera el sacrificio
ritual que le permita escapar de las galerías y de las puertas. La muerte le
llegará a manos de Teseo, en la oscuridad de la noche, desapareciendo entonces
el minotauro y continuando la vida bajo el sol, al que instantes antes se había
equiparado: "Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en
el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo,
Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol la enorme casa, pero ya no
me acuerdo" (1989: 570), "El sol de la mañana reverberó en la espada
de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre" (1989: 570).
En los poemas que analizamos, el minotauro anhela también la
libertad por parte de su redentor, aunque en estos casos, y a diferencia del
borgesia-no, sí se siente prisionero en un laberinto oscuro asociando la
liberación a la luz del sol. El minotauro en algunos casos dudará también de su
propia naturaleza y se acentuará su lado salvaje y los remordimientos que sufre
en consecuencia. En este sentido, el minotauro aparece como un ser adulto y no
como el juguetón borgesiano (inocencia, por otro lado, trágica) y quizá por la
brevedad propia del género, no reflexiona sobre su lugar en el universo ni
evoluciona en complejidad. Al fin y al cabo, esta complejidad se da por
conocida desde el momento en que estos autores no muestran pero tampoco ocultan
el referente borgesiano.
Sólo el resentimiento
pudo urdir esta absurda arquitectura
donde la oscuridad tiene su reino (…)
Esta es tu diferencia con aquellos,
su miedo los mató, no mi presencia (…)
Libre del laberinto,
por fin el cielo abierto ante mis ojos." (Ruiz Noguera,
1980).
He desandado tenebrosas galerías.
Sin cesar devoré a sus moradores.
Ya no hay dudas.
Mi soledad es invencible (…)
Siento el tajo en mi alma.
Por fin (Bernstein, 1998).
Me llaman Minotauro, engendro del horror
.................con la belleza,
unión de la razón con la locura.
Avanzo por este húmedo y solitario laberinto
.................al que he sido confinado (…)
Cada cierto tiempo, devoro a siete doncellas
.................y siete efebos
que vienen a visitarme.
Los persigo despacio y brutalmente por los rincones,
Rastreo sus huellas en la piedra, (…)
Luego huyo atemorizado. Me escondo en las tinieblas
.................aborreciéndome
Y gimiendo como un niño (…)
No sé bien lo que soy; si un toro con cuerpo de hombre,
.................o un hombre con cabeza de animal.
La única certeza, la única posible idea que tengo
son estas fauces,
estos dientes que muerden y desgarran
la tibia carne de la juventud (Pérez Olivares, 1999).
Si el tratamiento del minotauro, su comportamiento y las
razones que lo motivan varían en algunos matices de un autor a otro, la alusión
a los "otros", tanto los que viven fuera del laberinto (¿nosotros,
quizá?) y las víctimas atenienses es bien diferente dependiendo de la postura
del monstruo ante su presencia. Asterión en Borges sabe que se le acusa de
soberbia, misantropía y de locura, y habla de unos detractores, sin especificar
quiénes son ni cómo sabe lo que dicen de él. Esta impersonalidad semántica no
sería tal si atribuimos estas palabras a la plebe (masa genérica, de igual
modo), atemorizada por el aspecto monstruoso del minotauro, al que quieren
herir, no sabemos si con razón o no. De hecho, el minotauro parece más asustado
por las reacciones de los humanos que estos por las de él:
he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por
el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y
aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido
llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían
reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al
estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se
ocultó en el mar (Borges, 1989: 569).
En cierto modo, este terror ante el aspecto físico del
minotauro, este rechazo visceral, se encuentra también en "Los
reyes", cuando Teseo confiesa al minotauro que:
Si esperara a oír [al minotauro], acaso no pudiera matarte
luego. He visto jueces que humillaban la cabeza al condenar. Uno notaba que
sobre el reo se cernía en ese instante como una grandeza, una inmensidad sin
nombre. Pero yo te miro de frente porque no te juzgo. No te mato a ti sino a
tus actos, al eco de tus actos, su resonar lejano en las costas griegas. Se
habla ya tanto de ti que eres como una vasta nube de palabras, un juego de
espejos, una reiteración de fábula inasible. Tal es al menos el lenguaje de mis
retóricos (Cortázar, 1970: 26).
Por otro lado, por lo que respecta a los sacrificios
atenienses, Asterión cree que debe liberarlos "de todo mal" (Borges,
1989: 570). Describíamos antes cómo va a buscarlos "alegremente" y
que "donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una
galería de las otras" (1989: 570). As-terión ignora quiénes son, pero cree
que es su redentor. Relacionando esta creencia con la esperanza que tiene en el
suyo propio, Adrián Huici (1998) concluye:
Del mismo modo, la esperanza soteriológica no es más que
pura ilusión, tan monstruosa como el mismo Minotauro que corre a
"salvar" a los nueve jóvenes. Vemos así que el equívoco lo contamina
todo: Asterión se cree salvador cuando, en verdad, es verdugo, y verdugo será
también quien él mismo cree su salvador (Huici, 1998: 251).
Podemos, entonces, establecer una relación en la que
Asterión es a los jóvenes lo que Teseo es al propio Asterión. Los mancebos
creen que un dios terrible los sacrifica, cuando se trata apenas de un pobre
ser aburrido; Aste-rión piensa que viene a salvarlos un dios (un redentor)
cuando se trata de un mortal, héroe famoso, pero mortal al fin.
La realidad se muestra aquí en su verdadera dimensión de
artificio engañoso en la que no podemos saber quiénes somos ni, tampoco,
conocer a los demás. Por eso mismo, podemos ver en Teseo a un dios y a un
verdugo, lo mismo que en Asterión, aunque éste acabe siendo un niño asustado.
Hay una degradación final en el Minotauro, que recorre el
camino que va de la categoría de monstruosidad divina a la de patético ser
indefenso, que termina sacrificado por un falso redentor, en un acto que, lo
hemos dicho, se puede considerar un suicidio. Precisamente, esa degradación es
la que lo separa de su precedente mítico y la que lo aproxima a la condición
humana.
Tampoco Cortázar muestra al minotauro como un ser sanguinario.
Al final del drama descubrimos que era en realidad el guardián de estos jóvenes
enviados al sacrificio, encerrados como él en el laberinto. Estos le
corresponden con afecto, y lloran su muerte aunque ésta signifique también su
regreso a Atenas. Habían vivido en un tiempo suspendido que ahora vuelve a su
curso normal:
El Citarista
¡Callad, callad todos! ¿Pero no veis que ha muerto? La
sangre ya no fluye de su frente. ¡Qué rumor sube de la ciudad! Sin duda acuden
a ultrajar su cadáver. Nos rescatarán a todos, volveremos a Atenas Era tan
triste y bueno ¿Por qué danzas, Nydia? ¿Por qué mi cítara se obstina en
reclamar el plectro? ¡Somos libres, libres! Oíd, ya vienen. ¡Libres! Mas no por
su muerte – ¿Quién comprenderá nuestro cariño? Olvidarlo... Tendremos que
mentir, continuamente mentir hasta pagar este rescate. Sólo en secreto, a la
hora en que las almas eligen a solas su rumbo... ¡Qué extrañas palabras
dijiste, señor de los juegos!
Vienen ya. ¿Por qué recomienzas la danza, Nydia? ¿Por qué te
da mi cítara la medida sonora? (Cortázar, 1970: 36).
Hemos repetido varias veces que el minotauro en los poemas
analizados continúa tratando a Teseo como si fuera su redentor, aunque lejos de
todo servilismo, su actitud es más bien de respeto ya que lo considera el
instrumento necesario para su liberación: "Otros vinieron
antes/esgrimiendo miradas enemigas; / sólo serenidad hay en la tuya. / Esta es
tu diferencia con aquellos, / su miedo los mató, no mi presencia" (Ruiz
Noguera, 1980). Si en este poema se hace hincapié en la hostilidad de los otros
seres humanos, en "El minotauro. El horror", se prefiere su papel de
víctimas ante el lado salvaje del monstruo y aparecen "con la mirada
perdida, con un suave y apagado temblor / en la piel" (Pérez Olivares,
1999). Curioso, por otro lado, es el punto de vista del Asterión de Bernstein
(1998), que no considera a estos seres ni como enemigos ni como víctimas
(externas, por tanto, al laberinto) sino como si fueran éstos sus habitantes
naturales, y no él: "He desandado tenebrosas galerías. / Sin cesar devoré
a sus moradores". En todo caso, parece que la tendencia general es no
ocultar la naturaleza violenta del minotauro, reacciones que, por otro lado, no
se condenan.
ÚLTIMAS REFLEXIONES
El minotauro desde Borges (y con permiso de Apolodoro) tiene
nombre, As-terión. Y es el hecho de tener un nombre propio lo que humaniza al
monstruo de apariencia de toro y de humano pero cuyo comportamiento, desde que
fue bautizado, se asemeja al nuestro, incluso en sus instintos de depredador.
Quizá por eso, a partir de "La casa de Asterión", y tal vez del
recuerdo también de la relación de Kurtz y Marlow en El corazón de las
tinieblas de J. Conrad, el minotauro se enfrenta de igual a igual a Teseo y
argumenta la paradójica racionalidad de la locura (o la locura de la
racionalidad), en la contraposición Asterión vs. Teseo en el discurso de
Bernstein y la cita manipulada y desarrollo narrativo de Pérez Olivares en su
"Minotauro. El horror".
El minotauro es un ser racional que se ve encerrado en un
laberinto y solo. La prisión es física, pero también, y sobre todo, mental, de
tal manera que cuando por fin se le da voz y puede defenderse a sí mismo
(incluso en sus crímenes), es cuando se nos hace cercano y podemos identificar
en él la lucha de todo hombre contra sí mismo, la incertidumbre y la soledad:
La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.
Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías
de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el
mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también
son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces,
catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez:
arriba, el intrincado sol; abajo Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y
el sol la enorme casa, pero ya no me acuerdo (Borges, 1989: 570).
El mito adquiere nuevo significados sin que desaparezcan los
antiguos, en un claro ejemplo de proceso de resemantización. En los poemas que
hemos analizado, el minotauro es ya el Asterión borgesiano, de él se parte y a
él matiza. En general, se tiende a recalcar su liberación con la muerte, aunque
Borges, en su relato, no confirmara la realización de las esperanzas del
minotauro. Teseo mata al minotauro, que no se defiende, y punto, no sabemos
nada más, ni nada menos. El significado que se pueda dar a esa muerte (si es
que lo tiene) y la percepción de la misma por parte del mino-tauro, corresponden
respectivamente al terreno de la interpretación y de la imaginación.
El mito del minotauro, como el de Sísifo, o el de Prometeo,
conecta con un nihilismo heredado que parece pervivir bajo la capa de lo
superfluo y lo caduco. Las grandes preguntas, y sobre todo, la incertidumbre de
las respuestas, el monólogo a la nada y la repetición incesante agotan la
paciencia y la racionalidad humana. Por eso quizá, más allá del homenaje, el
Asterión borgesiano resulta tan atractivo para el hombre actual.
REFERENCIAS
Bernstein, Gustavo. 1998. "Asterión" y
"Teseo" en Renacimiento. Revista de Literatura 19-20, pp.44 [ Links ]
Borges, Jorge Luis. 1949. El Aleph . Buenos Aires: Editorial
Losada
_____. 1967. El libro de los seres imaginarios . Buenos
Aires: Edit. Kier
_____. 1989. Obras completas. 1923-1949, vol. 1, Edit.
Emecé, Barcelona
_____. 1997. Obras completas en colaboración. Barcelona:
Edit. Emecé
Cortázar, Julio. 1970. Los reyes. Buenos Aires: Editorial
Sudamericana
Huici, Adrián. 1998. El mito clásico en la obra de Jorge
Luis Borges. El laberinto. Barcelona: Edit. Alfar
Martínez Mesanza, Julio. 1986. "Laberinto" en
Europa. Sevilla: Edit. Renacimiento.
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Pérez Olivares, José. 1999. "Minotauro, el horror"
en Háblame de las ciudades perdidas. Sevilla: Edit. Renacimiento
Ruiz Noguera, Francisco. 1980. "Minotauro" en
Recreación mítica. Málaga: Edit. Corona del Sur
* Para la realización de este artículo se contó con la ayuda
económica de la Beca
de Formación de Profesorado Universitario del actual Ministerio de Educación y
Cultura (España).
Fuente : Acta
Literaria N°41, II Sem. (87-100), 201
Universidad de Concepción – Chile
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