No es de extrañar que el dinero origine personalidades y
actitudes que lleguen a alterar el carácter normal de una persona, incluso
hasta la enajenación. Tristemente hemos sido testigos de feroces disputas por
dinero que han derivado, en ciertos casos, hasta el punto extremo de la muerte.
Sin embargo, es curiosa la fascinación (muchas veces inconsciente) que sentimos
por las monedas. Los motivos son diversos, claro está. En su momento porque el
dinero en sí mismo estaba materializado en finos y redondos metales brillosos,
pero luego, el advenimiento de los
billetes no atentó contra el hecho de que las monedas mantuviesen esa avidez de
las gentes por poseerlas, aunque su valor comercial no fuera significativo.
Ciertamente se manifiesta a mis sentidos de forma inmediata
el cuento de Jorge Luis Borges, llamado El Zahir, en dónde el protagonista
(Borges) comienza contando como el Zahir, una simple moneda de Níquel de veinte
centavos, llega a sus manos.
“Hoy es
el trece de noviembre; el día siete de junio, a la madrugada, llegó a mis manos
el Zahir; no soy el que era entonces pero aun me es dado recordar, y acaso
referir, lo ocurrido. Aun, siquiera parcialmente, soy Borges.”
(El
Zahir, del libro El Aleph de Jorge L. Borges)
A pesar de que luego se libera de la moneda, ésta persiste
en su mente, al punto de despojarlo de su vida cotidiana hasta percibir
resignado que ha emprendido un camino sin retorno hacia la locura, perdiendo el
sentido de todo para sólo poder concentrarse en el Zahir. El cuento termina con
una última oración que dice “quizá, detrás de la moneda esté Dios.”.
Precisamente, el mito del Zahir es Islámico y significa literalmente “notorio”
y representa uno de los 99 nombres conocidos de Dios. En resumidas cuentas,
intento dar cuenta de la importancia en todas las culturas de las monedas.
Lo cierto es que esta ambición por las monedas tiene su
correlato en nuestra Mitología Griega, en donde esta avidez por el metal en
cuestión traspasaba la barrera de la vida, y hasta los muertos debían llevar
consigo unas unidades para afrontar las distintas circunstancias del más allá.
Es por ello que los griegos, al enterrar a sus muertos, les colocaban una
moneda debajo de la lengua y otras dos distribuidas en cada ojo. El porqué
radicaba en la creencia de que en el Hades (el Infierno para los cristianos)
había un río llamado Aqueronte que debía ser cruzado por las almas para llegar
a la otra orilla y poder llegar así al Hades o Infierno propiamente dicho. Para
tal empresa, existía Caronte, el llamado “barquero del Infierno”, quien cruzaba
a las almas a cambio de unas monedas como parte de pago, que las ánimas
encontraban en su lengua y ojos al recobrar el sentido luego de morir. Si no se
pagaba el pasaje, el alma debía vagar en pena durante cien años, hasta que
Caronte se disponía a llevarla gratis.
Esto explica que los familiares colocaran las monedas en el
cadáver, hecho que da nacimiento a la palabra “viático”. La moneda de menor
valor de los griegos era el obolus, concepto que los romanos transformaron en
viaticum, moneda de valor equivalente al de la moneda helena. De esta forma,
hoy en día conocemos la palabra viático como una dádiva que se otorga a alguien
que debe viajar de un lado a otro, del mismo modo en que los difuntos
grecorromanos viajaban del mundo de los vivos al de los muertos.
De esta tradición y creencia de los griegos y romanos, el
Cristianismo adquiere la tradición de la extremaunción, rito que consiste en
dar un sacramento y proveer de una unción con óleo al enfermo terminal que
espera la muerte de un momento a otro, para disponerlo para el encuentro con
Dios.
Caronte era, como dijimos, el barquero del Infierno que
trasladaba a las almas a través del río infernal Aqueronte. Era hijo de Érebo,
dios de las sombras y la oscuridad, y de Nix, diosa de la noche. Fue consignado
a la mencionada labor por Hades, dios del Inframundo, y tenía un aspecto
extremadamente sombrío: pelos grisáceos, ojos relucientes como el fuego y un
cuerpo esquelético que lo hacía un demonio temible. Si bien su misión era
trasladar a los muertos, hubo varias ocasiones en las que transportó a los
vivos sin que pagaran el impuesto de traslado. Uno de ellos fue Heracles
(Hércules), quien lo convenció para que lo trasladase sin pagar, hecho que le
valió un castigo de Hades. Más tarde, el que bajó a los infiernos estando vivo
fue el célebre músico Orfeo para rescatar a su amada Eurídice, y para tal
empresa hipnotizó a Caronte con la melodía de su flauta y evitó el pago.
Asimismo, Homero relató la bajada de Odiseo a los Infiernos, mientras que
Virgilio refirió la de Eneas, el guerrero troyano que logra huir del incendio.
En ambos casos, los héroes fueron conducidos por la Sibila de Cumas, una
adivina que tenía permiso para conducir a los vivos en el mundo de los muertos.
Por último, Dante Alighieri describió la bajada de él mismo junto al alma del
poeta Virgilio: en este caso, Caronte
tuvo que aceptar llevar a Dante por tratarse de una orden de Dios, quedándose sin
sus monedas del impuesto.
Como conclusión, podemos observar como las monedas poseyeron
un valor simbólico y también determinante para las distintas culturas,
especialmente en la
Mitología Griega.
¿Qué estimulante tendrán entonces las monedas? ¿Por qué aun
hoy las buscamos incansablemente y casi siempre, por un motivo u otro,
escasean? ¿Poseerán todas las monedas el poder del Zahir? ¿Será verdad,
entonces, que enloquecen a los hombres como creían los musulmanes? ¿Será cierto
que, como dice Borges, detrás de la moneda está Dios?
Fuente : Infobae
Enero 23, 2013
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