Por Héctor D'Amico
El ideograma, una escritura singular que permite representar
tanto un ser como una relación abstracta o una idea sin necesidad de apelar a
las palabras, ha sido aceptado durante siglos como símbolo por excelencia del
misterio y de la fascinación que sentimos por Oriente. Pero también, de modo
ineludible, como ícono de incomprensión hacia todo aquello que excede las
fronteras de nuestra cultura, lo que nos resulta familiar. En el invierno de
2009, en una ceremonia multitudinaria, solemne, como exige la tradición en
aquellas tierras, María Kodama recibió, al pie de la Gran Muralla, los
cinco pesados tomos de la traducción al chino de las obras completas de Borges.
Entre los invitados -funcionarios del gobierno, intelectuales, docentes,
estudiantes universitarios y diplomáticos extranjeros-, se hallaba el profesor
Lin Yi' An, uno de los más renombrados expertos en literatura hispanoamericana
y jefe del equipo que dedicó varios años a traducir la obra de Borges.
María Kodama todavía recuerda que, pese al abrigo y al gorro
de piel que la protegía, el frío era tan intenso que hubo que apresurar la
ceremonia para poder refugiarse en un enorme salón en donde ella se demoró un
largo rato firmando libros. Días atrás, quise saber qué había sentido ella
exactamente al abrir el primero de aquellos tomos, cuando observó los delicados
trazos negros de los sinogramas, escritos de derecha a izquierda, que
contrastaban con el fondo blanco de las páginas. "Me mantuve
callada", dijo. "Pero enseguida pensé: «¿Qué habrán hecho?»". Esa
duda, aclaró, no era una crítica, tampoco temor. Era perplejidad. La
impostergable urgencia de tener que embarcarse en un ejercicio de imaginación
cuyas dimensiones y posibilidades eran infinitas, pero, a la vez, sabiendo que
toda respuesta le sería esquiva. La pregunta que Kodama se hacía en silencio
era plural. Un juego tentador para los lectores de Borges, pero impracticable
en los hechos. ¿Por ejemplo, cómo será ese otro "Aleph", el de los
ideogramas? ¿Qué habrá ganado o perdido en la traducción "Funes el
memorioso"? ¿Cuáles son las fortalezas y limitaciones de un idioma al que
todo el mundo denomina mandarín, aunque su verdadero nombre es putonghua , para
que el espíritu con el que fueron escritos los "Nueve ensayos
dantescos", el "Poema de los dones" o "Los conjurados"
logren emocionar a un estudiante en Shenzhen o a un comerciante en Nanjing?
Despierta una sensación extraña el hecho de que la versión
china de una de las mayores obras literarias del siglo XX, de un escritor de
escritores, en la práctica sólo pueda ser cotejada con su lengua original por
un grupo llamativamente reducido de personas, entre ellas, las mismas que la
tradujeron. Borges, que recurría al humor ante situaciones ambiguas, como ésta,
dijo alguna vez que no confiaba en la publicidad porque le habían advertido que
la paga la misma gente que fabrica los productos.
Sin embargo, el profesor Chen Kaixian, primer traductor de
Borges al chino, en una extendida ceremonia del té compartida hace años en el
Central Hotel Shanghai, me explicó que sería una arbitrariedad, un
despropósito, agitar en este caso y en este contexto el fantasma del
"Traduttore, traditore!", grito de furia que todo escritor resucita
cuando siente que su obra ha sido maltratada. En el encuentro, Chen había
recurrido a un ejemplo sencillo para describir el abismo que separa a los dos
idiomas. Su elección, la sílaba "ma", no podía ser más didáctica.
Explicó: "Con el primer tono, significa 'madre'; con el segundo,
'marihuana'; con el tercero, 'caballo', y con el cuarto, 'insultar'".
Cuenta que al sentarse al escritorio para traducir del
español lo primero que busca es entender la frase, luego la idea, después el
contexto y, finalmente, la cadencia. Son los pasos que demanda expresar la
frase en chino de la manera más adecuada. "No hay ninguna otra cosa que yo
pueda explicarle acerca de mi trabajo como traductor", confesó. Pero
agregó algo más: "Con el conocimiento de tres mil ideogramas usted podría
leer un diario en chino. Para leer a Borges necesitará más de diez mil".
La semana pasada, un nuevo diálogo con Chen deparó una
sorpresa: la existencia de un silencioso, pero cada vez más extendido fenómeno
de revalorización de la obra y la figura de Borges en universidades, centros
culturales, seminarios y ateneos literarios en las grandes ciudades de China.
Referencia obligada de esta comunidad es, precisamente, Borges Librería
(escrito así, con grafía española), que se ha mudado varias veces y funciona
ahora integrada a una galería de arte del centro de Guangzhou, la tercera
ciudad de China. Las normas del local son de un inequívoco ascetismo, aun para
una librería. Nada de música, comida ni conversaciones en voz alta. No se
aceptan devoluciones. Hay una sola silla disponible para los clientes que
consultan textos. Los empleados tienen estudios universitarios en crítica
literaria, sin excepción.
Como director del Centro Cervantes y de Estudios
Latinoamericanos en la
Universidad de Nanjing, Chen es reconocido por sus pares como
el intelectual que hizo la mayor contribución para expandir el universo
borgiano en el país más poblado del planeta. Tanto, que la presidenta Cristina
Kirchner, al reconocerlo en una recepción durante su visita oficial a Pekín, lo
señaló con los brazos extendidos y, a falta de mayor precisión, le gritó:
"¡Borges chino!"
La meticulosidad y el rigor con los que este hombre se
vincula con Borges y su mundo lo exponen a ser considerado un perfeccionista
obsesivo. Pero sería un error. Es cierto, en un período de veinte años entregó
a la imprenta tres traducciones diferentes del cuento "El otro", en
su opinión cada una más precisa que la anterior; sin embargo, no descarta
ponerse a trabajar en una cuarta. También es cierto que, en un gesto inusual,
al ser consultado sobre la versión china de las Obras completas, puso sal en la
herida diciendo "cuya calidad no garantizo". No considera sus viajes
a la Argentina
para dar conferencias, documentarse, inaugurar la cátedra de Estudios
Orientales en la
Universidad de Mendoza o volver sobre los pasos de Borges en
Buenos Aires, un derroche de energía. Los asume como elección, la estudiada
rutina que le permite hacer bien su trabajo.
Así como Borges estaba convencido de que "todo ha sido
pensado en la India
y China", una de las certezas de Chen es que, para comprender a Borges en
su real dimensión, es indispensable ampliar la perspectiva desde la que se lo
observa. Analizarlo por lo que sabemos de él, razona, nos confirma su genio, su
enorme riqueza, la asombrosa originalidad de las ideas y el profundo sentido
filosófico de sus ensayos, que serán un paraíso de inspiración para los
escritores. Al elegir la mirada del presente se incurre en una suerte de miopía
que puede describirse como la valoración sesgada de un ser excepcional. Es
estar ante alguien que nos ha deslumbrado con su sabiduría, humor y una firme
actitud escéptica ante la realidad, pero sin que exista una certeza o
presunción de que tenga mucho para decir a las próximas generaciones.
"Con el correr de los años -sostiene Chen-, cada país,
de un modo u otro, termina eligiendo un escritor único que lo representa.
Claramente, Cervantes es el referente de España, aunque hay que decir que no es
un hombre típico de la España
que le tocó vivir, en la que prevalecía la Inquisición. Algo
similar puede decirse de Victor Hugo, en Francia, o de Shakespeare, en Gran
Bretaña. En el caso de Borges, desconozco, ignoro en realidad, si los
argentinos terminarán aceptándolo como su representante cabal, pero estoy
convencido de que en los próximos cien años su obra será más leída que en el
presente."
Esta mirada holística, coherente con la tradición oriental,
en la que el devenir es entendido como continuidad del pasado, no es un don
menor cuando se es traductor en China y se abrazan otras culturas en épocas
equivocadas. Cuando Mao lanzó su Revolución Cultural, en 1966, sus padres
fueron dos de las víctimas tempranas que terminaron internadas en campos de
reeducación. El padre era el mayor experto en Shakespeare del país; su madre,
una soprano que se había destacado en La Traviata y Madame Butterfly . El propio Chen pasó
una temporada en un campo de reeducación antes de ganar una beca y ser
autorizado a viajar a México para perfeccionar su español.
Ya como traductor, fue testigo de situaciones insólitas,
como la que vivió Gabriel García Márquez poco antes de ganar el premio Nobel.
Lo enojó tanto la publicación pirata de Cien años de soledad que en su primera
visita a China exigió viajar como turista para darse el gusto de rechazar todas
las invitaciones oficiales y homenajes. El caso más extraño, sin embargo,
seguirá siendo el del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue, de manera
previsible, el primer libro español traducido al chino. Se editó en Shanghai,
en 1922, con el creativo título de Moxiazhuan, biografía del caballero loco .
Como ninguno de los dos traductores hablaba español, algo habitual en esa
época, trabajaron con una versión inglesa. Lo malo fue que treinta años más
tarde se enteraron de que existía una segunda parte de Don Quijote.
Fuente : La
Nación
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