1.- Introducción:
En primer lugar, me gustaría exponer algunas de las
cuestiones metodológicas a las que me enfrenté antes, durante e, incluso,
después, de la escritura de este trabajo.
Quiero señalar, por
ejemplo, que el objeto de mi estudio no es el “Borges real”, al que considero
inalcanzable, nouménico, porque, entre otras razones, creo imposible distinguir
en una obra literaria cuándo el autor real habla y cuándo lo hacen sus
criaturas; y porque afirmar que Borges fue escéptico supone postular una
identidad continua y cohesionada contra la cual abundan los argumentos.
Así, pues, el objeto de mi estudio es la obra de Borges, que
he considerado, al modo empirista, como una serie de fenómenos literarios en
los que es posible hallar constantes ordenables en interpretaciones de mayor o
menor coherencia.
Sin embargo, la posición antibiográfica puede llevarnos a
absurdos como, por ejemplo, analizar Si esto es un hombre de Primo Lévy sin
tener en cuenta las circunstancias bajo las que fue concebido. Mi posición,
pues, ha sido ecléctica y ha tratado de elaborar una interpretación basada en
lo textual que utilice como refuerzo conjeturas psicológicas, sociológicas e históricas.
Otra cuestión previa a la que me he enfrentado es la del
estatus intelectual de Borges. Se ha discutido mucho sobre si éste era filósofo
o literato. Creo que la mejor manera de solucionar este problema es salirse
fuera de las coordenadas que lo plantean; esto es, del actual momento
filosófico. Ciertamente, antes del advenimiento de la modernidad, los “géneros
literarios” en los que se vehiculaba la filosofía eran extremadamente variados.
Recordemos, entre otros, los poemas de Parménides o Lucrecio, los aforismos de
Heráclito o Solón, los diálogos de Platón o Cicerón, las memorias de Jenofonte
o San Agustín, los tratados de Plutarco
y los ensayos de Montaigne.
La modernidad, sin embargo, le impuso a la filosofía un
estilo apodíctico y una estructura sistemática. A partir de ese momento los
autores que, llevados por su desconfianza en las capacidades racionales,
escribieron en los límites entre la filosofía y la literatura, se vieron
reducidos a ser “meros” literatos. Pero la posmodernidad inició un proceso de
rescate de las formas premodernas de enunciación filosófica. En este sentido la
obra de Borges, como la de muchos otros escépticos “contemporáneos”, liberada
totalmente de las supersticiones cientificistas de la filosofía moderna, sirvió
de bisagra entre la premodernidad y la posmodernidad.
Creo que dicha historización puede ayudarnos a disolver el
falso dilema de si Borges era filósofo o literato. Asimismo, este enfoque me ha
reafirmado en la idea de realizar un análisis interdisciplinario de la híbrida
obra de Borges, teniendo en cuenta que no se puede, si no es con gran pérdida,
imponer divisiones ajenas al espíritu de los textos.
En lo que atañe al estado de la cuestión no hará falta decir
que la cantidad de estudios que ha suscitado la obra de Borges no es sólo
inabarcable sino también extremadamente variada. Lo cierto es que podría
aplicarse a la crítica borgeana el tropo de la discordancia que tanto usan los
escépticos para subrayar que ante la variedad de opiniones no tenemos un criterio
que nos guíe. Podría elaborarse toda una serie de “antinomias de la crítica”
que mostrasen cómo cientos de estudiosos defienden cosas radicalmente opuestas.
Cabe señalar, sin embargo, que dichas contradicciones no empobrecen, ni mucho
menos, la fértil ambigüedad de la obra que estudian. Espero que mi trabajo
contribuya a enriquecerla.
Ciertamente se han estudiado muchos aspectos filosóficos de
la obra de Borges pero apenas existen estudios intensivos de su generalmente
aceptado escepticismo. Cabe señalar, sin embargo, que dicha desatención no sólo
se limita a la obra de Borges, en particular, sino también a la filosofía y a
la literatura en general.
Una de las razones principales de dicha desatención puede
ser que hoy día gran parte de las ideas escépticas han pasado a formar parte
del sentido común. Otras pueden ser su carácter oral; su rechazo por parte de
la iglesia católica; y el hecho de que la filosofía moderna naciese, en manos
de Descartes, como una reacción contra el escepticismo de Montaigne. Este vacío
teórico me ha llevado a escribir una primera parte de corte diacrónico que
tratase de depurar el término “escepticismo”, de establecer su historia y de
mostrar el conocimiento que Borges tuvo de ella.
2.- El escepticismo
Para comprender qué es el escepticismo es necesario tener en
cuenta que los conceptos olvidados pierden definición y acaban siendo meras
caricaturas de lo que eran cuando se los discutía de forma activa. La erosión
conceptual sufrida por el escepticismo explica que con el tiempo éste haya
pasado a ser sinónimo de nihilismo, de ateísmo, de mero juego de palabras, de
temperamento o de opción inhabitable y suicida.
He intentado disipar estos prejuicios, que también yo tenía,
mostrando que dicha filosofía fue, desde un principio, compatible con una
posición fideísta; que está formada por dos momentos, uno destructivo y otro
constructivo; que no pueden ser meros juegos de palabras aquellos argumentos
que los grandes filósofos dogmáticos han tratado de refutar una y otra vez a lo
largo de dos mil cuatrocientos años; que no puede ser sólo una cuestión
temperamento que Enesidemo o Hume atacasen el concepto de causa, tiempo o
individuo; y que, en sus diversas formulaciones, el objetivo del escepticismo
no es el nihilismo sino la consecución de la felicidad concebida en términos de
serenidad o ataraxia.
Es difícil ensayar una definición sincrónica del
escepticismo debido al gran número de aportaciones que se han producido en sus
más de veinticinco siglos de historia. Asimismo, el hecho de que el
escepticismo piense siempre a la contra de las demás doctrinas implica que su
morfología se adapta a los dogmatismos de cada época particular.
Por esta razón he realizado una breve historia del
escepticismo en la que se estudian los precursores que éste construyó así como
los períodos clásico, medieval, renacentista, barroco, ilustrado y posmoderno.
También he visto que Borges se interesaba por doctrinas no europeas afines al
escepticismo como el budismo y sus ataques contra la idea de causa, individualidad
o materia y cierta tradición coránica y sus exhortaciones a permanecer dentro
de los límites cognoscitivos impuestos por Allah.
3.- Borges y el escepticismo
Antes de estudiar la obra que nos ocupa sería importante
tener en cuenta aquellos elementos de la condición hispanoamericana, de la
condición contemporánea y de la biografía de Borges que puedan haberlo puesto
en contacto con dicha tradición o, por lo menos, haber favorecido la creación
de una actitud escéptica.
En lo que atañe a la condición hispanoamericana podemos
afirmar que la enorme influencia que tuvo el positivismo en hispanoamérica nos
permite explicar el rechazo de Borges contra la filosofía especulativa; que la
aguda conciencia de no tener un criterio de identidad nacional pudo suponer un
caldo de cultivo contra todo tipo de esencialismo; y que la condición
periférica de dicho continente pudo conllevar ventajas de las que Borges se
mostraría consciente al afirmar que el ser “europeos nacidos a contramano nos permite ser europeos
y no sentirnos trabados por límites geográficos y políticos.”
Al hablar de la condición contemporánea de Borges me refiero
al hecho de que éste se educase un momento de inflexión filosófica siendo así
que todo cambio de paradigma –sea científico, artístico o filosófico, si es que
pueden producirse por separado–, provoca un sentimiento de provisionalidad e
incertidumbre, especialmente afín al escepticismo.
En lo que respecta a la biografía de Borges parece que fue
su padre, Jorge Guillermo Borges, “devoto de Montaigne y de William James”,
quien le enseñó las paradojas de Zenón de Elea que, según él mismo confiesa,
“socavaron sutilmente mi tranquilo universo”. Asimismo, Borges dice haber
heredado de su padre “la amistad y el culto de Macedonio Fernández” de quien
afirmará que “era esencialmente escéptico.”
En sus lecturas Borges frecuentó autores escépticos –Sexto,
Agripa, Montaigne, Bayle, Hume, William James, Mauthner- o autores que, por lo
menos, poseían un momento crítico o destructivo de alta intensidad, –Berkeley,
Schopenhauer, Nietzsche-. También es digno de ser citado el enorme interés que
el autor de Ficciones pareció mostrar hacia la tradición humanística, en
general, y hacia la tradición hispánica y la tradición inglesa, en particular.
Las principales características del humanismo son el
pluralismo, la ausencia de sistema, la variada curiosidad, el diletantismo, la
tolerancia, el sentido del humor y la legibilidad. No es casualidad, pues, que
Montaigne –tan admirado e imitado por Borges- sea considerado a un mismo tiempo
padre del escepticismo moderno y epítome del humanismo.
Asimismo, según Borges, España es un país donde “los
escritores sinceros se han mostrado siempre escépticos o tristes.” Por ello he
analizado de qué modo dicha filosofía juega un papel fundamental en el
pensamiento de muchos literatos de lengua española como Quevedo, Cervantes,
Saavedra Fajardo, Gracián, Baroja o Machado y cómo dicha tradición pudo influir
en el pensamiento y escritura de Borges.
También la tradición inglesa o norteamericana tuvo una gran
importancia en un Borges que afirmaba haber sido, “quizás sin saberlo, un poco
británico.” La cultura humanística marcó profundamente la formación y
desarrollo de la filosofía inglesa que durante siglos parece haber sido refugio
del espíritu humanista, pluralista y escéptico que la modernidad buscó
eliminar. Esto explicaría la enorme afinidad que Borges dice sentir hacia
figuras como Bacon, Hume, Thomas de Quincey, H. G. Wells, Samuel Johnson,
Carlyle, Chesterton o Huxley.
4.- La obra de Borges y el escepticismo
A continuación estudié de qué modo el escepticismo se
muestra en la obra de Borges. Distinguí entre huellas filosóficas –ideas,
actitudes, argumentos– y huellas literarias –en el estilo, en la narración y en
el imaginario
Las huellas filosóficas no pueden ser premisas ni dogmas
concretos puesto que el escepticismo no es tanto una doctrina como la negación
de todas ellas. Nos hallamos, pues, ante actitudes que he decidido agrupar
según su participación en el momento destructivo o constructivo del proceso
escéptico.
Muchos críticos han subrayado el carácter crítico de la obra
de Borges. Juan José Saer, por ejemplo, afirmó ver en ella una “agresividad
orgánica”. En efecto, dicha obra presenta las actitudes generales del momento
destructivo escéptico: el antisistematismo, el antidogmatismo y el rechazo de
toda especulación metafísica.
Claro está que dicha voluntad de destrucción suele tener un
objeto ya sea la fiabilidad de los sentidos, la fiabilidad de la razón, la
validez del lenguaje como herramienta de conocimiento o las esencias.
Buena parte de la obra de Borges trata de destruir nuestra
confianza en las capacidades representativas de los sentidos. En ella hallamos
huellas de los diez tropos de Enesidemo, de los equívocos sensoriales de
Carnéades, Sexto o Montaigne así como de las numerosas situaciones en las que
los personajes de Cervantes, Gracián, Shakespeare o Chesterton sufren
alucinaciones visuales y auditivas.
Cabe añadir que, para los escépticos, el obstáculo no reside
sólo en la limitación de los sentidos sino también en la ilimitación e
inestabilidad del objeto que se busca conocer. Idea que comparte Borges, quien
describe la realidad como un hecho infinito, cambiante e inasible desde unas
categorías fijas e inmutables.
También la obra de Borges busca convencernos de la
precariedad y limitación de la razón humana. Una de las estrategias principales
consiste en mostrar la ignorancia de los más preparados para sugerir que la
humanidad en general, está todavía más alejada del conocimiento. No es casual,
pues, que los relatos de Borges estén repletos de filósofos, teólogos,
científicos y literatos excéntricos que fracasan en sus febriles búsquedas.
Otra de estas estrategias consiste en mostrar los límites de la razón
haciéndonos topar con lo inimaginable y lo impensable, lo que explica que
Borges busque enfrentar al lector con lo que él mismo dio en llamar “ideas
imposibles.”
Asimismo, para Borges el lenguaje no puede representar
fielmente la realidad por la sencilla razón de que la realidad no es verbal.
Todo vocabulario, por ejemplo, es una clasificación del universo en contra de
cuyas rigideces se complace en atentar, como sucede en el famoso ensayo “El
idioma analítico de John Wilkins”. También tratará de imaginar un lenguaje
perfecto, divino, que le sirva para mostrar, por contraste, las limitaciones
del lenguaje humano. Tal es el caso de “Funes el memorioso”, “El Aleph”, “La
escritura del Dios” o “El Golem”.
El cuarto objetivo de los ataques escépticos es el
esencialismo. Solemos decir que son “esencialistas” aquellas doctrinas
filosóficas que afirman que las esencias, ideas o especies son las verdaderas
realidades mientras que los particulares tienen un estatus ontológico inferior.
Son cuatro las estrategias básicas que los escépticos suelen utilizar para
desencializar un concepto.
La primera consiste en hallar contraejemplos que las
problematicen; la segunda consiste en historizarlas para mostrar que no son
eternas ni inmutables; la tercera consiste en relativizarlas mostrando que en
otros lugares o tiempos no son vigentes, de modo que no pueden ser consideradas
universales; y la cuarta consiste en extraer todas las consecuencias de sus
premisas implícitas hasta llegar a algún absurdo. Jorge Luis Borges utilizó
constantemente estas cuatro estrategias para atacar esencias como las de
identidad personal, nación, causalidad, divinidad, tiempo, progreso o realidad
exterior.
Ya dije anteriormente que el momento constructivo del
escepticismo suele ser menos brillante y original que el destructivo. Sin
embargo, aunque también Borges se fijó más en el aspecto crítico de la
tradición escéptica, hallamos en su pragmatismo, en su elogio de la
tranquilidad, en su irónica humildad y en su bonhomía conversacional una cierta
respuesta constructiva que nos indica que el autor de Ficciones no se quedó
varado en el nihilismo.
5.- Huellas literarias
En la introducción al apartado “Huellas literarias” he
estudiado cómo Borges no es, en absoluto, el único escritor en haber mostrado
en su quehacer literario una fuerte influencia escéptica.
Como ya dije anteriormente, al ver el enorme número de
escritores “clásicos” que pertenecen a esta tradición empecé a sospechar una
íntima relación entre el escepticismo y el clasicismo, no en el sentido
dieciochesco del término, claro está, sino en el sentido más general que
designa a aquellos escritores cuya lectura, a través de los siglos, parece no
agotarse. Esto me llevó a estudiar las razones del alto grado de potencialidad
estética del escepticismo
Desde un buen principio el escepticismo se vio como una
técnica para brillar en la conversación o en la escritura. Lo cierto es que, al
no afirmar nada, el escéptico exhibe sin peligro alguno la finura de sus
refutaciones, ironías, caricaturas, paradojas y demás artificios retóricos y
filosóficos que su tradición ha ido acumulando.
Además el escepticismo privilegia, como tema y recurso
literario, la ambigüedad que, según autores como Umberto Eco o Frank Kermode,
es la principal fuente de riqueza literaria y una de las características
fundamentales de todo clásico.
Cabe añadir a este respecto que aplicado a las relaciones
humanas el escepticismo es enormemente fértil puesto que da cuenta mejor que
cualquier otro enfoque de su complejidad.
Además, al poner en cuestión no sólo la fiabilidad de los
sentidos sino también los conceptos y categorías de la razón, las obras
pertenecientes a dicha tradición literaria poseen una enorme fuerza
desautomatizadora que consigue provocar en el lector sensaciones como la risa,
la sorpresa, la perplejidad, la inquietud o la belleza.
Asimismo, el hecho de que la voluntad cuestionadora del
escepticismo afecte también a todo tipo de doctrina estética hace que los
escritores pertenecientes a la tradición literaria escéptica sean fuertemente
innovadores.
A estas razones estéticas se le añade una razón ética: el
escritor escéptico, consciente de la ignorancia del ser humano así como de sus
debilidades e inconstancias, tiende a ser comprensivo y tolerante con sus
personajes lo que parece ser característica principal de clásicos como
Cervantes o Shakespeare.
No me extrañó, pues, descubrir que un escritor con tanta
conciencia y voluntad de estilo como Borges tratase de apostar por una
clasicidad cuyas características literarias están estrechamente ligadas al
escepticismo. Esto me ha llevado a estudiar de qué modo dicha actitud
filosófica se mostraba en el estilo, la narración y el imaginario borgeano, sin
olvidar que toda característica literaria es, en sí misma neutra, y “adquiere
su particular eficacia sólo por su enlace con tal o cual actitud particular.”
En lo que respecta al estilo he distinguido entre
características formales y tonales. Entre los recursos formales nos hallamos
con la vacilación lingüística que tiende a provocar en el lector la sensación
de inasibilidad o de inseguridad, tan afín al espíritu escéptico; con el uso de
toda una serie de expresiones de distanciamiento o atenuación de la afirmación
–quizás, acaso, tal vez, es verosímil, ignoro, es dudoso- que contribuyen a
generar una atmósfera de irresolución y vaguedad que todo texto escéptico
tiende a provocar; y con la enumeración caótica que sugiere la irreductible
pluralidad del mundo y supone una perfecta ejemplificación del tropo del
desacuerdo.
También la abundancia de citas le sirve a Borges para
deshacerse de la responsabilidad de estar afirmando así como para provocar en
el lector una sensación de insuficiencia e ignorancia que coincide totalmente
con la sensación que todos los textos escépticos buscan causar en sus lectores.
Asimismo, el recurso de la doble negación le permite atenuar sus afirmaciones y
crear una sensación de inestabilidad semántica. El doble discurso o antilogía,
en cambio, que consiste en dar todas las razones a favor y en contra de una
idea sin inclinarse por una u otra opción, busca provocar en el lector la
epoché o suspensión de juicio y la consiguiente serenidad de espíritu o
ataraxia.
En lo que atañe al tono de la escritura de Borges, bastará
recordar que los rasgos típicos del carácter escéptico son la bonhomía, la
afabilidad, el buen humor, la tolerancia y la buena fe conversacional. Todo
ello concuerda perfectamente con el carácter conversado de la obra de un Borges
que llegó a afirmar que “todo libro es un diálogo”.
Al estudiar las huellas del escepticismo en la narración
borgeana me he ocupado, en primer lugar, de los géneros y subgéneros literarios
que Borges practicó habitualmente así como de las modificaciones que éste les
infligió; y, en segundo lugar, de las estrategias narrativas más
características de su escritura.
En lo que respecta a los géneros parto de la idea de que las
diferentes doctrinas o actitudes filosóficas tienden a privilegiar unos géneros
narrativos sobre otros. El neoplatonismo, por ejemplo, favoreció la poesía de
corte místico y la alegoría; el aristotelismo, la descripción demorada y el
realismo; la modernidad, la linealidad argumental y el misterio descifrado
racionalmente; y la posmodernidad, el desorden y el perspectivismo. Los géneros
que hallo que el escepticismo ha privilegiado en Borges son el fantástico, el
policial y la ficción científica.
El uso literario de elementos fantásticos busca sugerir la
existencia de misterios a los que ni la razón ni la ciencia pueden acceder.
Pero es en los orígenes del género donde la literatura fantástica y el proyecto
escéptico armonizan perfectamente. Por un lado, los escépticos siempre tildan
de “fantásticas ficciones” todas las afirmaciones realizadas por los filósofos
dogmáticos. Por el otro, los primeros relatos fantásticos parecen haber surgido
como una reacción contra los excesos del racionalismo, cuyos éxitos científicos
habían ido desencantando la naturaleza siendo así que, según Caillois, “lo
fantástico es posterior a la imagen de un mundo sin milagros, sometido a una
rigurosa causalidad.”
En efecto, los ocho temas específicamente fantásticos que
Borges dice haber hallado –la metamorfosis, la frontera entre la vigilia y el
sueño, el hombre invisible, los juegos con el tiempo, la presencia de seres
sobrenaturales entre los hombres, el doble, el más allá y los bestiarios-
problematizan la definición de conceptos metafísicos como la identidad, la
humanidad, la realidad, la temporalidad, la razón y los sentidos. De este modo,
el género fantástico traduce a la ficción los ataques que el escepticismo
dirige contra dichos conceptos así como contra la excesiva seguridad y rigidez
con la que los dogmáticos dicen comprender la realidad. Recordemos, asimismo,
que para Borges “la literatura fantástica no es una evasión de la realidad,
sino que nos ayuda a comprenderla de un modo más profundo y complejo.”
Para el mismo Borges la ficción científica no deja de ser
“un género de la ficción fantástica”. Ciertamente nos hallamos con una similar
problematización de conceptos metafísicos, filosóficos y científicos así como
con una constante queja concerniente a los límites del lenguaje a la hora de
describir realidades radicalmente diferentes a las nuestras. Cabe añadir que en
su descripción de otros mundos, culturas, religiones, racionalidades y modos
perceptivos, la ficción científica nos hace tomar conciencia de la contingencia
y limitación de nuestra razón y sentidos así como de lo relativo de nuestras
costumbres, leyes y creencias. Lo cierto es que Borges no sólo se interesó por
las figuras principales de la ficción científica como H. G. Wells, Olaf
Stapledon, Ray Bradbury o Aldous Huxley, sino que también la practicó en
relatos como “Tlön, Uqbar, Orbis tertius” o “Utopía de un hombre cansado”
En lo que atañe al género policial, me parece interesante
constatar que el primero de sus héroes, Auguste Dupin, era, tanto para Borges
como para Poe, su creador, símbolo de la razón. También Nélida E. Vázquez
consideraba que este tipo de narración era “producto de una acérrima confianza
en la lógica, entendida como instrumento de verdad.” De este modo el detective
se nos aparece como un culpable de pecado de orgullo y el relato policial como
símbolo del drama metafísico. Este hecho hará que Borges haga fracasar al
detective de tal modo que relatos como “La muerte y la brujula” pueden leerse
como un castigo contra ese Prometeo moderno que es el detective.
En el siguiente apartado estudié las estrategias narrativas
características de la escritura borgeana que pudiesen revelar una actitud
escéptica. Una de ellas fue la paradoja y el oxímoron como estructura
narrativa. Para el mismo Borges, la ilustre perplejidad que provocan las
paradojas “no es ajena a los
procedimientos de la novela” siendo los ejemplos más destacados El proceso y El
castillo de Kafka. No es extraño, pues, hallar en su misma obra un traidor que
es héroe, un perseguidor perseguido, una biblioteca de libros ilegibles, un
minuto que es un año y un Judas que es un Cristo. Coincido con Jaime Alazraki
en que el común denominador de esta constancia estructural es un relativismo
que arranca de un escepticismo esencial y que busca enseñar a descreer de los
absolutos.
La mise en abîme o relato en segundo grado, contribuye a
generar una sensación de inseguridad e inestabilidad que parece combinarse con
los demás recursos estilísticos o narrativos utilizados por los escritores
pertenecientes a la tradición escéptica. No es casual que dos de los ejemplos
más ilustres de cajas chinas provengan de la obra de dos autores estrechamente
relacionados con dicha actitud filosófica: Shakespeare y Cervantes. En la obra
de Borges nos hallamos, por ejemplo, con un relato simbólico dentro del relato
principal (“El milagro secreto”); con un mundo imaginado que acaba adquiriendo
consistencia e invadiendo la realidad (“Tlön, Uqbar, Orbis tertius”); y con un bucle infinito de miradas (“El
Aleph”).
Otra de estas estrategias narrativas es la alteración de la
presencia autorial. Los escépticos problematizan la autoridad última del
narrador, considerado habitualmente como fuente indudable de toda verdad,
consiguiendo en la ficción una crisis de criterio equivalente a la que el
escéptico siente en la realidad. Como Cervantes, Borges pone en cuestión la
omnisciencia del narrador. Tal es el caso de “La biblioteca de Babel”, donde el
narrador no sabe si habla el mismo lenguaje que el lector; de “El jardín de
senderos que se bifurcan”, que resulta ser la transcripción de una declaración
dictada e incompleta; o de “La forma de la espada”, donde se nos relata la
historia desde el punto de vista de un traidor que al final resulta ser el
mismo narrador.
Asimismo, el final abierto no sólo implica una duda final
sino que también contamina de incertidumbre toda la obra y elimina toda
posibilidad de hallar “la interpretación verdadera”; la elipsis y la
paralipsis, estrategias narrativas esenciales del género policial, le dan
ambigüedad al texto y preparan el final abierto; el final inesperado sorprende
las limitadas capacidades de análisis y previsión del lector; y el
perspectivismo puede ser considerado como la traducción a términos narrativos
del relativismo subjetivista de corte escéptico. Una última estrategia
narrativa de influencia escéptica podría ser el uso relato como reducción al
absurdo de doctrinas filosóficas donde a partir de unas premisas aparentemente
evidentes se infieren mundos fantásticos como el de “Tlön” o el de “La lotería
en Babilonia”.
También los temas y símbolos de la obra de Borges forman una
constelación lo suficientemente cohesionada como para poder afirmar que
responden, junto con las demás características aquí estudiadas, a una misma
actitud escéptica.
En lo que respecta a los temas nos hallamos con el olvido,
que no deja de ser una de las mayores limitaciones cognoscitivas del ser
humano; los estados de conciencia alterada como el sueño, la locura, la
enfermedad y las pasiones que nos hacen dudar de la existencia de un estado
normal de percepción; el rechazo por la cultura libresca y el estudio excesivo,
que concuerda perfectamente con el convencimiento de que la verdad es
inalcanzable; la teología vista como una mera elucubración sin mayor valor que
el estético o como herramienta conceptual para comprender las limitaciones
cognoscitivas del ser humano; y el infinito, un concepto disolvente que amenaza
el edificio racional.
Al analizar los símbolos traté de no empobrecer con mi
enfoque interpretativo la rica multiplicidad que suele caracterizarlos. Hallé
que, desde una clave escéptica, el más importante de todos los símbolos era el
de la búsqueda ya que el escéptico se presenta como un perpetuo buscador que
cree que todavía nadie ha encontrado una verdad indudable. En Borges dicho
símbolo se encarna en personajes que buscan y no encuentran ya sea un libro
(“La biblioteca de Babel”), un camino (“El jardín de senderos que se
bifurcan”), una fórmula (“El Golem”), una palabra (“La busca de Averroes”), un
asesino (“La muerte y la brújula”), una interpretación (“Tres versiones de
Judas”), la muerte (“El inmortal”) o una visión (“La escritura del dios”).
Estrechamente relacionado con el de la búsqueda está el
símbolo del laberinto cuyo uso se remonta a los inicios mismos de la tradición
escéptica que tildó de laberíntica la oscuridad verbal y conceptual de la
filosofía especulativa. En relatos como “La casa de Asterión”, “La muerte y la
brújula”, “El jardín de los senderos que se bifurcan” o “El inmortal”, el
laberinto nos remite a un mundo inescrutable en el cuál el hombre sólo puede
perderse.
También la biblioteca es un lugar en el que los buscadores
se pierden. Ésta no es sólo una amplificación de la imagen de la naturaleza
como libro sino también como símbolo de la acumulación de saber humano.
Acumulación que, para el escéptico, es caótica, errónea y, en todo caso,
incompleta. La enciclopedia es una biblioteca concentrada en la que también los
hombres se pierden. Vemos, pues, que para Borges no sólo la cábala, en
particular, sino también la lectura, en general, es símbolo de los vanos
esfuerzos realizados por el ser humano con el objetivo de descifrar los arcanos
del universo.
Es imposible agotar la lista de símbolos escépticos. Faltan,
por ejemplo, la torre circular a la mirada pero cuadrada en la realidad, típico
ejemplo escéptico de cómo la distancia distorsiona la percepción de los
objetos; la torre de Babel, símbolo de los pecados de orgullo –vital o
cognoscitivo- que el ser humano comete una y otra vez a lo largo de la
historia; el espejo, que imperceptiblemente nos deforma; y la ceguera, que nos
remite a la desorientación vital y epistemológica en la que viven los seres
humanos.
6.- Conclusión
Para concluir quiero indicar que el carácter híbrido de este
estudio me ha obligado a tratar desde dos enfoques diferentes aunque
complementarios algunos de los conceptos centrales de mi trabajo. Por ello no
me gustaría que se tomasen como repeticiones lo que considero relecturas
necesarias para una mejor comunicación entre las dos disciplinas que en este
trabajo se encuentran.
En lo que atañe a las conclusiones de mi estudio me gustaría
señalar que su brevedad responde al temor de repetir aquello que tanto en la
estructura como en la redacción consideraba haber evidenciado con suficiente
claridad.
Soy consciente, con Borges, de que un sistema es la
subordinación de todos los elementos de un universo de discurso a uno solo de
esos elementos. El mío, como todos, se ha visto obligado a simplificar una obra
plural y compleja aunque mi intención nunca fue desentrañar sus misterios sino,
solamente, dar cuenta de ellos.
Fuente : Kombergencias
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