En las obras de Jorge Luis Borges podemos encontrar varios
textos que están impregnados de un fino sentido místico. Algunos de los cuentos
borgianos residen en el campo de la mística islámica (el sufismo) como la otra
vertiente de la religión musulmana. Un dato que corrobora este interés es la
afirmación oral del escritor argentino: “[…] He estado también muy interesado
por el sufismo. De modo que todo eso ha influido en mí, pero no sé hasta dónde.
He estudiado esas religiones, o esas filosofías orientales como posibilidades
para el pensamiento o para la conducta, o las he estudiado desde un punto de
vista imaginativo para la literatura […]” (Guibert, 1986: 335).
Borges en otra entrevista con Willis Barnstone, le confesó
que había vivido la experiencia mística dos veces en su vida:
En mi vida […] he tenido dos experiencias místicas, y no
puedo decirlas porque lo que me sucedió no es para ser puesto en palabras […]
fue asombroso, deslumbrante. Me sentí avasallado, atónito. Tuve la sensación de
vivir no en el tiempo sino fuera del tiempo […]. Escribí poemas sobre ello, pero
son poemas normales y no pueden decir la experiencia. No puedo decírsela a ud.,
ya que ni siquiera puedo repetírmela a mí mismo, pero tuve esa experiencia, y
la tuve dos veces, y acaso me sea otorgado volver a tenerla antes de morir
(Barnstone, 1982: 11; López-Baralt y Báez, 1996: 256).
Borges en algunos textos suyos desarrolla la experiencia
mística en los personajes de sus cuentos que empiezan su búsqueda febril de la
evidencia escondida. Los escritos de Borges se interesan por un proceso de
búsqueda que llevan a un descubrimiento que convive con el carácter fantástico
de la producción borgiana. En los cuentos de Borges, los personajes abandonan
las cosas visibles y palpables en un espacio de búsqueda espiritual. Borges
emplea la mística en sus obras como camino de la verdad que siempre exige una
búsqueda espiritual permanente. Por esto vemos que en algunos cuentos los
personajes experimentan una aventura espiritual para descubrir esta verdad
absoluta.
El cuento titulado El acercamiento a Almotásim contiene
muchos aspectos del sufismo. El autor nos da a conocer una crítica a modo de
reseña de las dos versiones de una novela publicada en Bombay, cuyo autor es
Mir Bahadur Alí. El narrador trata primero los personajes así como el aspecto
formal de la novela, y después amplifica su análisis de los dos primeros
capítulos. En adelante, y mediante una especie de enumeración desordenada, se
presentan detalles de los capítulos restantes. Sin embargo, la idea central de
la novela se explica en estas palabras: “[…] un hombre, el estudiante incrédulo
y fugitivo […] El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo” (Borges,
Historia de la eternidad: 139-140). Podemos considerar, que la búsqueda mística
constituye el eje de este cuento, el narrador mismo interpreta este argumento
como una verdadera metáfora de la búsqueda mística: “[…] la insaciable busca de
un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el
principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin, esplendores
diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien” (Borges,
Historia de la eternidad: 139-140).
Borges, como escritor intelectual, no olvida relacionar su
cuento con otra obra que tiene desde su perspectiva algo en común con el
cuento. Borges en una nota al pie de página, detalla el contenido de la obra
Coloquio de los pájaros, del sufí persa Fârîd ad-Dîn `At:âr, y su vinculación
con la novela de Bahadur. Como han señalado tanto Ronald Christ como Arturo
Echavarría: “Esta nota al calce ofrece por implicación un dato que la reseña
misma oculta: que el propio protagonista de la novela de Bahadur es el misterioso
Almotásim y que la novela es el recuento de una auto- purificación”
(Echavarría, 1983: 194-195; González Pérez, 1995: 216).
La comparación de la historia de `Attâr con la de Bahadur
Ali es evidentemente justificable pues Borges resume el poema del sufí persa en
una nota al pie:
El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el
centro de la China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos
de su antigua anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta
pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña circular que rodea la
tierra. Acometen la casi infinita aventura; superan siete valles, o mares; el
nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos
peregrinos desertan; otros perecen. Treinta, purificados por los trabajos,
pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el
Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos (Borges, Historia de la
eternidad: 144).
Maria Kodama nos justifica la fascinación de Borges por los
sufíes como `Attar, diciendo:
Es natural que Borges se sintiera atraído por los sufíes, ya
que el sufismo produjo hombres que fueron no sólo grandes místicos sino también
poetas. Persia es, quizá, el país que contó con más poetas místicos, inspirados
por una profunda experiencia espiritual. Los cristianos tienen a san Juan de la
Cruz, un poeta místico de la misma jerarquía que Attar (Kodama de Borges, 1996:
79).
En El acercamiento a Almotásim, el estudiante emprende un
viaje simbólicamente circular en busca de Almótasim, que representa la verdad
absoluta y termina reencontrándose a sí mismo, o sea, reconociendo que el
universo es una proyección del alma humana. En relación con el secreto de dicha
circularidad, Borges advierte en una ocasión: “Los místicos pretenden que el
éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo
continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es
sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios” (Borges, Ficciones:
90).
Tanto el cuento del autor indio, como el poema del sufí
persa, tratan de la identificación que se alcanza a través del descubrimiento
profundo del ser, y su fusión en la esencia divina. Borges resume que la
experiencia mística es una prueba experimental de Dios. Este tipo de obsesión
de pasar una experiencia mística para descubrir la clave de un misterio, se ve
repetido en varios textos borgianos, donde los protagonistas hacen un
auto-descubrimiento y se alimentan de la tradición mística. Observamos que
algunas alusiones del autor en el cuento El acercamiento a Almótasim hacen que
tanto este texto como la novela objeto de comentario, se valgan de la
experiencia mística para realizarse. El autor lo expresa de varias maneras:
“Esencialmente ambos escritores concuerdan: los dos indican el mecanismo
policial de la obra, y su undercurrent místico […] Almótasim es emblema de Dios
y los puntuales itinerarios del héroe son de algún modo los progresos del alma
en el ascenso místico” (Borges, Historia de la eternidad: 135, 142).
El cuento trata de un viaje ilusorio en busca de la verdad
revelada en la figura de Almótasim, el cual no es más que Dios desde la óptica
del sufismo. Mediante el manejo de este sistema, Borges nos sitúa frente a la
práctica de la mística que es considerada como parte integrante de la religión,
y que la podemos encontrar también en la historia del Islam. Gracias a este
ejercicio, se produce un contacto con el Uno Absoluto en estados obtenidos por
un tipo de comunicación peculiar. A la luz de lo expuesto, se nota que en el
cuento de Borges, dentro del yo del personaje opera la indivisa divinidad.
Borges resuelve pensar en el universo estimando las ideas místicas y religiosas
por su valor estético y, por lo que encierran de singular y maravilloso. A
pesar de todo, el escritor argentino no se propone exponer teorías ni
sistematizar sus tesis, sino que pone a prueba artística, el conjunto de
postulados de la visión mística que ha tratado de penetrar sutilmente.
Borges emplea diferentes métodos y vínculos de la absorción
mística, que se ejercitan para buscar la verdad única. A diferencia del
Almótasim, en el relato El Zahir, cuyo personaje principal es el narrador
protagonista, el descubrimiento de un extenso mundo de símbolos ocultos se
reduce a un objeto: la moneda denominada El Zahir. Se trata de una moneda
inolvidable, porque siguiendo el proceso de la trama, al narrador se le ha
muerto la mujer que ama antes de ver aquella moneda. Por eso, semejante
circunstancia puede justificar la impresión de locura que concibe el narrador y
su credibilidad de que la moneda es inolvidable. El narrador tras tomar un vaso
de caña y pagarlo, descubre entre las monedas de la vuelta, el Zahir. Es en
realidad, una experiencia mística y un estado de revelación por los que pasa el
hombre. Aquí también se vuelve a recalcar el carácter de circularidad que se
traduce en la reacción del personaje: “Vi una sufrida verja de fierro; detrás
vi las baldosas negras y blancas del atrio de la Concepción. Había errado en
círculo; ahora estaba a una cuadra del almacén donde me dieron el Zahir”
(Borges, El Aleph: 123).
La palabra que utiliza el escritor argentino para esta
moneda, proviene de la cultura arabo-islámica, y sobre el origen de esta
palabra Borges anota en su cuento: “La creencia en el Zahir es islámica y data,
al parecer, del siglo XVIII […] Zahir, en árabe, quiere decir notorio, visible;
en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; la plebe, en
tierras musulmanas, lo dice de los seres o cosas que tienen la terrible virtud
de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente” (Borges, El
Aleph: 123).
Igual que en El acercamiento a Almótasim, este cuento tiene
el mismo ideal y una misma meta que hacen que el conocimiento sea verdadero. La
moneda del Zahir es la otra versión del ser contemplativo que se somete a una
metamorfosis espiritual que lo iguala con el mundo. En la misma línea, Borges y
citando a los cabalistas que practican un tipo peculiar de adivinación,
reafirma: “Los cabalistas entendieron que el hombre es un microcosmos, un
simbólico espejo del universo; todo según Tennyson, lo sería. Todo, hasta el
intolerable Zahir” (Borges, El Aleph: 130).
El mismo Borges afirma la naturaleza mística de la temática
que se desarrolla en su cuento al concluirlo recordando a los místicos
musulmanes (los sufíes): “[…] Para perderse en Dios, los sufíes repiten su
propio nombre a los noventa y nueve nombres divinos hasta que éstos ya nada
quieren decir. Yo anhelo recorrer esa senda. Quizá yo acabe por gastar el Zahir
a fuerza de pensarlo y de repensarlo; quizá detrás de la moneda esté Dios”
(Borges, El Aleph: 132).
Zahir es un objeto inmortal y enloquecedor que resume y
anula la multiplicidad de las apariencias, y ofrece la posibilidad de acceder a
los secretos del universo. Refiriéndose a su cuento Zahir Borges dice lo
siguiente:
‘El Zahir’ versa sobre… una inolvidable moneda de 20
céntimos. Escribí ese cuento partiendo de la palabra ‘inolvidable’ simplemente,
porque leí en alguna parte: ‘ ¡deberías oír cantar a Fulano de tal, es algo
inolvidable! y entonces pensé ¿qué ocurriría si existiese algo realmente
inolvidable? porque a mí me interesan mucho las palabras, como muy bien puede
haberse dado cuenta (Borges el palabrista: 97).
La declaración que hace Borges al final de esta cita,
demuestra el excesivo interés del argentino por las palabras. Juan Manuel
Velasco Rami subraya este punto cuando testimonia: “Borges quería creer en otra
vida con libros, después de la muerte. No creía, desde luego, en una existencia
sin ellos, en un mundo sin palabras escritas, sin negro sobre blanco” (Velasco
Rami, 1986: 9).
Borges crea una relación profunda con las letras y los
libros, y piensa que cualquier objeto adquiere su forma a partir de su nombre,
como el caso del Zahir. Por ejemplo, en la palabra rosa se da el sentido de
rosa. Esta sensación particular sigue siendo existente aun después de que
Borges perdiera el sentido de la vista. Pues, en la oscuridad total, imagina el
mundo como un libro edificado por letras indescifrables, y a partir de ahí,
interviene el sueño como mejor medio para percibir un desfile de imágenes. En
relación a esto, Borges prosigue el mismo camino trazado por los sufíes quienes
se interesan en mayor parte por las letras del alfabeto árabe que se dan en
algunos primeros versículos del Corán; además de los nombres de Dios.
Luce López-Baralt anota que antes de acercarse a la
contemplación de la otra cara de su moneda simbólica, el Borges ficcionalizado
del Zahir nos anuncia que, como los sufíes, para prepararse al desasosegante
encuentro con el Todo, quiere repetir el mantra, su propio nombre o los noventa
y nueve nombres de Dios. Y entonces es cuando estamos preparados para
comprender por qué Borges nunca pudo asegurar al lector, que lo que subyacía en
El Zahir fuese realmente “Dios”, es decir, la palabra “Dios”. El Zahir es el
símbolo místico más respetuoso de todos los que haya podido acuñar Borges
(López-Baralt, 1999: 63-64).
El Aleph es otro cuento borgiano, que se basa en la
contemplación y la meditación filosófica. La primera pista que relaciona este
cuento con la cultura arabo-islámica, es su título: la primera letra del
alifato (alfabeto) árabe.
Este cuento está basado, como en el caso de Zahir en la
muerte de una mujer. En El Aleph, tras diez años de la muerte de Beatriz
Viterbo, se produce la aparición del Aleph, ya que el hermano de Beatriz,
Carlos Argentino, descubre en el sótano de su casa una extraordinaria esfera
que contiene el universo. “[…] vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra
vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y
sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y
conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado:
el inconcebible universo” (Borges, El Aleph: 194).
Borges en este Aleph ve un universo infinito siguiendo el
mismo sistema elaborado por el practicante sufí, quien revela un punto que
contiene esa variedad infinita. Para ello, el mundo pierde su principio y fin,
y se convierte en un volumen esférico en donde los hombres son escritos. Por
consiguiente, ya no será el mundo sino el milagroso Aleph. Este prodigioso
modelo del cosmos, contiene toda la gama de escuelas filosóficas como el
idealismo, el misticismo, etc. En su intento de interpretar el incógnito Aleph,
José Miguel Oviedo apunta:
El asunto examinado en El Aleph es básicamente el mismo que
el de Funes el memorioso, con la variante en este caso de que el infinito no es
una facultad mental de proporciones sobrehumanas, sino un objeto, una
manifestación concreta y localizable de la totalidad del mundo real […] El gran
proyecto literario de Daneri (protagonista de El Aleph) es insensato: quiere
escribir un inmenso poema narrativo que no sólo sea una copia exacta del
universo entero, sino que absorba toda la literatura anterior a él […] el Aleph
es una visión mística a la vez que infernal, etc. (Oviedo, 2001: 34-35).
Por su parte, Borges evoca esta misma alucinación mística en
su cuento informando: “¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi
temerosa memoria apenas abarca? los místicos, en análogo trance, prodigan los
emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de
algún modo es todos los pájaros” (Borges, El Aleph: 191).
Los tres cuentos anteriores de Borges, prueban sin duda cómo
éste intenta trascender la imagen del mundo y del ser humano. Así, rememora
varias escuelas del pensamiento universal entre las que cabe el conocimiento
sufí de los musulmanes, mediante el cual Borges revela estéticamente este
estado de la persona que se dedica a un tipo de contemplación para unirse
inefablemente a la divinidad y al universo. De esta manera, en Borges cualquier
atributo divino como el conocimiento y la inmortalidad, se relacionan
inmediatamente con la disolución de la personalidad. Dicha potencialidad quita
al personaje su ser, y deja de ser un ente determinado para convertirse en
arquetipo que se iguala al universo. Podemos concluir que los personajes de los
cuentos de Borges, tienen el mismo objetivo de los místicos: el conocimiento
exacto de Dios y de la realidad absoluta. En los cuentos de Borges Dios está
sustituido por símbolos como Almótasim, El Zahir o El Aleph.
Fuente:
http://www.escritorasyescrituras.com/revista.php/9/70
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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conversations with Jorge Luis Borges, Bloomington, Indiana University Press,
1982.
BORGES, J. L., “El acercamiento a Almotásim”, en Historia de
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BORGES, J. L., “La biblioteca de Babel”, en Ficciones.
BORGES, J. L., “El Zahir”, en El Aleph.
ECHAVARRÍA, A., Lengua y literatura de Borges, Barcelona,
Ariel, 1983.
GÓNZÁLEZ PÉREZ, A., “Borges y las fronteras del cuento”, en
El cuento hispanoamericano, (E. Pupo Walter, coord.), Madrid, Castalia, 1995.
GUIBERT, R. , “Borges habla de Borges”, en Jorge Luis Borges
(ed. Jaime Alazraki), Madrid, Taurus, 1986.
KODAMA DE BORGES, M., “Jorge Luis Borges y la experiencia
mística”, en El sol a medianoche: la experiencia mística: tradición y
modernidad, Madrid, Trotta, 1996.
LÓPEZ-BARALT, L., “Borges o la mística del silencio: lo que
había del otro lado del Zahir”, en Jorge Luis Borges: Pensamiento y saber en el
siglo XX, (ed. Alfonso de Toro y Fernando de Toro), Frankfurt am Main,
Vervuert, 1999.
LÓPEZ-BARALT, L. y BÁEZ, E. R., “¿Vivió Jorge Luis Borges la
experiencia mística del Aleph?”, en El sol a medianoche: la experiencia
mística: tradición y modernidad, Madrid, Trotta, 1996.
OVIEDO, J. M., Historia de la literatura hispanoamericana.
4. De Borges al presente, Madrid, Alianza, 2001
VELASCO RAMI, J. M., “Borges”, en Borges, Madrid, Biblioteca
Nacional, 1986.
Fuente : revista Cultural Biblioteca Islámica
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